Sabiduría 13 Sagrada Biblia (Nacar-Colunga, 1944) | 19 versitos |
1 Vanos son por naturaleza todos los hombres que carecen del conocimiento de Dios, y por los bienes que disfrutan no alcanzan a conocer al que es la fuente de ellos, y por la consideración de las obras no conocieron al artífice.
2 Sino que al fuego, al viento, al aire ligero, o al círculo de los astros, o al agua impetuosa, o a las lumbreras del cielo tomaron por dioses rectores del universo.
3 Pues si, seducidos por su hermosura, los tuvieron por dioses, debieron conocer cuánto mejor es el Señor de ellos, pues es el autor de la belleza quien hizo todas estas cosas.
4 Y si se admiraron del poder y de la fuerza, debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su creador.
5 Pues de la grandeza y hermosura de las criaturas, por razonamiento se llega a conocer al Hacedor de éstas.
6 Pero sobre éstos no cae tan gran reproche, pues yerran tal vez por aventura, buscando realmente a Dios y queriendo hallarle;"
7 y ocupados en la investigación de sus obras, a la vista de ellas, se persuaden de la hermosura de lo que ven.
8 Aunque no son excusables,
9 porque, si pueden alcanzar tanta ciencia y son capaces de investigar el universo, ¿cómo no conocen más fácilmente al Señor de él?
10 Desdichados los que han puesto sus esperanzas en muertos, cuantos llaman dioses a las obras de sus manos, oro y plata, obra de artífice e imágenes de , o piedra inútil obra de mano antigua.
11 Corta experto leñador un tronco manejable, lo descorteza diestramente y, haciendo uso de su destreza y arte, fabrica un mueble útil para las necesidades de la vida;"
12 Y los despojos de la obra los consume en preparar su comida y satisfacer su necesidad;"
13 pero el último resto, que para nada sirve, un leño torcido y lleno de nudos, lo toma y lo labra en sus ratos de ocio, y con su arte le da una figura, semejanza de hombre;"
14 o, dándole la semejanza de un vil animal y pintándole de minio, le da un color rojo y cubre de pintura todas las manchas que hay en él,
15 y, preparándole una morada digna, le coloca en el muro, asegurándole con clavos, cuidando bien que no caiga,
16 pues sabe que no puede sostenerse a sí mismo, siendo una imagen que necesita de ayuda*
17 Y luego, al dirigirle oraciones por su hacienda, por sus mujeres y sus hijos, no se avergüenza de hablar con quien carece de alma,
18 de invocar al impotente pidiéndole la salud, y ruega al muerto por la vida, y suplica la ayuda de quien es lo más inútil.
19 Y pide un feliz viaje al que no puede usar de sus pies, y ganancias y empresas y el éxito de sus obras y energía al más incapaz de hacer nada con sus manos.”

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Introducción a Sabiduría

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Sabiduria
Introducciïn.

Título.
En los manuscritos griegos y en las versiones latina antigua, Vulgata, siríaca y armena, el libro es intitulado Sabiduría de Salomón, y con este título lo designan los Padres de los tres primeros siglos. Pero ya San Jerónimo y San Agustín advirtieron que la atribución salomónica responde a un artificio literario que indicaremos después. San Melito extendió la designación al libro de los Proverbios 1, y San Epifanio al Eclesiástico 2, pero se reservó después para este libro por su contenido eminentemente sapiencial, que rebasa el de los otros libros didácticos.

Contenido.
El libro de la Sabiduría comprende tres partes claramente distintas. La primera (1-5) considera la sabiduría desde el punto de vista moral y pone de relieve los beneficios que percibirán quienes sigan sus enseñanzas y las consecuencias fatales que sufrirán quienes las desdeñan, exhortando vivamente a todos los mortales a seguir los caminos que ella señala. La segunda (6-9) contempla la sabiduría desde el punto de vista más bien intelectual, y habla de su origen, naturaleza y propiedades, presentando en unos capítulos maravillosos el culmen de la revelación anticotestamentaria respecto de la Sabiduría divina. La tercera (10-19), de tipo histórico práctico, confirma cuanto ha dicho sobre los efectos de la sabiduría y consecuencias de su ausencia a base de la historia de Israel, en contraste con la de los pueblos egipcio, cananeo y sodomita. Intercala una larga sección sobre la idolatría (13-15), en que hace una fina ironía de los ídolos y expone las consecuencias morales a que lleva el culto.

División.
Parte Primera (1-5): la sabiduría, fuente de felicidad e inmortalidad.
Exigencias de la sabiduría y origen de la muerte (1).
Razonamientos de los impíos y juicio del autor sagrado (2).
Contrastes entre la suerte de los justos y de los impíos (3-4).
El justo y el impío ante el juicio final (5).
Parte Segunda (6-9): Naturaleza De La Sabiduría.
La sabiduría y los reyes (6).
Salomón elogia y pide al Señor la sabiduría (6:22-7:21).
Propiedades de la sabiduría (7:22-30).
Actitud de Salomón ante los beneficios de la sabiduría (8).
Plegaria del rey sabio en demanda de la sabiduría (9).
Parte Tercera (10-19): La Sabiduría En La Historia De Israel.
Sección 1.a (10-12): Los patriarcas y Moisés. Los egipcios y cananeos.
La sabiduría guía a los patriarcas y a Moisés (10:1-11:4).
Castigo de los egipcios (1.a plaga) (11:5-27).
Castigo de los cananeos (12:1-18).
Lecciones que de ellos se infieren (12:19-27).
Sección 2.a (13-15): La idolatría, pecado opuesto a la Sabiduría.
Necedad de los que adora á las criaturas (13:1-9).
Ironía del culto a los ídolos (13:10-14:14).
Origen de ciertas idolatrías (14:15-21).
Consecuencias morales de la idolatría (14:22-31).
Dicha de los israelitas y necedad de los idólatras (15).
Sección 3.a (16-19): Suerte de Israel y de los opresores.
Las codornices y las plagas de los animales (16:1-14).
El maná y la plaga del granizo y fuego (16:15-29).
Las tinieblas de Egipto; no afectan a los hebreos (17:1-18:4).
La muerte de los primogénitos egipcios (18:5-19).
Dios castiga con la muerte a los israelitas rebeldes (18:20-25).
Los israelitas y egipcios ante el mar Rojo (19:1-123).
Castigo de los sodomitas y egipcios (19:12b-16).
Resumen y conclusión (19:17-20).

La terminación un tanto brusca ha hecho pensar a algunos 3 que el autor no terminó su obra (Grotius) o que se perdió el final de la misma (eichhorn). No hay motivo para tal suposición. El sabio pretendió ilustrar el contenido de las dos primeras partes con la historia de Israel, en contraste con la de los egipcios y cananeos, la cual resalta más en el período a que el autor limita su exposición. Por lo demás, la última perícopa del libro es una especie de resumen, y el verso que la termina, una verdadera conclusión.

Autor.
Algunos autores han considerado el libro de la Sabiduría como un conjunto de sentencias o fragmentos yuxtapuestos, por lo que asignaron su composición a varios autores4. No hay razones suficientes para ello. Existe unidad en el tema y fin propuesto por el autor, como puede observarse en el precedente resumen del contenido del libro y división propuesta del mismo. El final de cada una de sus partes se enlaza bien, sin dificultad alguna, con la siguiente 5. El estilo es lo suficientemente semejante en las diversas partes de la obra como para que todas ellas puedan ser atribuidas a un mismo autor; los hebraísmos y arameísmos no arguyen un autor judío para algunas de sus sentencias o partes; pueden explicarse muy bien por el conocimiento que del hebreo y arameo tenía el autor y el influjo de la literatura sapiencial precedente 6.
El autor del libro se presenta en ocasiones como el rey Salomón7, y a él lo atribuyen en sus títulos las versiones antiguas. De ahí que los Padres y escritores eclesiásticos atribuyeran la obra al rey sabio. Pero ya San Jerónimo juzgó el título seudoepigráfico 8, y San Agustín advirtió que, si bien era costumbre atribuir el libro a Salomón, los entendidos negaban que fuese suyo 9, Y con toda razón. El libro de la Sabiduría fue compuesto en griego; ahora bien, la lengua griega no se difundió en Oriente hasta después de las conquistas de Alejandro Magno. El ambiente filosófico en que se mueve su autor nos lleva también a los siglos que preceden inmediatamente la venida de Cristo. Finalmente, el autor sagrado cita conforme a la versión de los LXX, compuesta en los siglos III-II antes de Cristo. Siendo Salomón del siglo IX a.C., no pudo en modo alguno ser el autor literario del libro de la Sabiduría.
Quién haya sido el compositor de la obra atribuida al rey sabio, no es fácil determinarlo. San Agustín dice que muchos atribuyeron el libro, como el Eclesiástico, a Jesús, hijo de Sirac, y él mismo opinó de este modo 10, si bien después se retractó H; no es fácil que Ben Sirac, judío, escribiese un libro en griego y tan claramente alejandrino. San Roberto Belarmino 12, A Lapide 13, Hanneberg 14 y otros, queriendo concordar el origen salomónico con la composición muy posterior del libro, opinaron que éste había sido compuesto por un judío alejandrino, que se valió para ello de escritos salomónicos hoy perdidos. Pero no hay razones positivas para tal afirmación, ni se explica que los judíos dejasen perder escritos de Salomón conservados hasta entonces 15. San Jerónimo dice que en su tiempo algunos escritos atribuían el libro a Filón, filósofo platónico de Alejandría 16. Se dice que, habiendo sido deputado por los judíos alejandrinos para obtener de Calígula el derecho de ciudadanía romana para sus compatriotas, fracasado en su misión, escribió el libro para consolar a los judíos y mantener firme su esperanza en el Señor, que vela por su pueblo y castiga a sus opresores 17. Poderosas razones militan en contra de la atribución filoniana; el estilo y doctrina de la Sabiduría y de los escritos de Filón son muy diferentes, y los puntos de contacto se explican satisfactoriamente por el hecho de que el libro sagrado ha sido compuesto por un alejandrino. Además, Filón nace hacia el año 20 a.C. y muere el 40 d.C., y, en consecuencia, habría escrito el libro durante la vida de Jesucristo; no se explica, en este supuesto, ni que el Espíritu Santo inspirase en esta época a un judío que permanecía obstinado en el judaismo, ni que los cristianos recibiesen como inspirado su libro y lo incluyesen en el catálogo de libros del Antiguo Testamento 18.
Para resolver la cuestión no tenemos más dato seguro que el libro mismo, y de la lectura de éste todo lo que se puede concluir es que su autor es un judío, como indica el conocimiento profundo que tiene de la Biblia, el amor inmenso al pueblo israelita, su confianza en Dios, la fe en los padres y en la recompensa de la otra vida; de la diáspora, a juzgar por el conocimiento que denota de la filosofía y otras peculiaridades griegas, como los juegos 19, y su lucha contra el materialismo, epicureismo20; concretamente de Alejandría, dado el tono y estilo tan claramente alejandrinos, la mención de la zoolatría, sólo existente en Egipto, y el hecho de que en esta ciudad, gran centro filosófico, existía una gran colonia judía.

Fecha y lugar de composición.
Como fecha tope antes de la cual no puede haber sido compuesto el libro de la Sabiduría, podría señalarse alrededor del año 150, en que estaba concluida la versión de los LXX, conforme a la cual cita textos bíblicos precedentes el autor del libro 21. Tampoco debió de ser compuesto después del año 63, en que comienza la dominación romana, a que no hace el autor alusión alguna. Toda la época intermedia se caracterizó, bajo la dinastía de los Ptolomeos, por el ambiente de idolatría, inmoralidad y persecución de los judíos que respira el libro sagrado. Algunos, basándose en las duras pruebas a que parecen sometidos los judíos, opinan que fue escrito en los días de Ptolomeo VII (145-117), bajo cuyo reinado tuvo lugar una persecución de los judíos. Dado el tono apacible y académico en que se expresa el sabio, y que la persecución, más que de los poderes públicos, parece provenir de los impíos, la mayoría de los autores colocan la composición del libro más bien en los años siguientes (125-50 a.C.).
El lugar de composición fue, sin duda, Egipto, como indican el lugar tan importante que este país ocupa en el libro, las alusiones a la filosofía y religión egipcias y la descripción de las plagas. Y concretamente Alejandría, por las razones indicadas antes a propósito del autor.

Destinatarios y finalidad.
Dado que no conocemos el autor determinado que nos indicara los destinatarios de su obra y la finalidad que se propuso al escribirlo, hemos de averiguarlo a base del examen interno del libro y del ambiente y circunstancias históricas en que fue escrito.
En el siglo I antes de Jesucristo existía en Alejandría una numerosa colonia, judía..Dio origen a. ella el mismo Alejandro Magno al conceder a los israelitas los mismos derechos que a los griegos 22. A los que voluntariamente se establecían en la ciudad se añadieron los prisioneros judíos que Ptolomeo I (323-305) trajo a Egipto después de la conquista de Jerusalén por sus ejércitos, y los descontentos y fugitivos que durante los reinados siguientes escapaban de la persecución de los Seléucidas de Siria en Palestina. Según Filón, de los cinco distritos de la ciudad, dos eran enteramente judíos 23. Tenían su organización propia, con su etnarca, o jefe supremo, los arcantes, que le asistían y resolvían en los asuntos administrativos y judiciales de la comunidad, y la guerusía, o senado de ancianos de 71 miembros, como el sanedrín de Jerusalén 24, que presidían los arcontes; tenían la misión de consejeros. Salvo raras excepciones 25, permanecieron fieles al templo de Jerusalén, al que peregrinaban y pagaban el tributo anual del didracma.
En el país de los Ptolomeos, los israelitas tenían que vivir en medio de un ambiente de idolatría e inmoralidad. La época de los Lagidas, como antes indicamos, se distinguió por un paganismo epicureísta, desenfrenado y corruptor, que invadía la corte misma de Alejandría. A ello se unía con frecuencia la persecución, unas veces por parte de los poderes públicos, otras por parte de los judíos que, vencidos por aquel ambiente, habían apostatado de la fe de sus mayores. Aquélla comenzó con Ptolomeo IV Filopator (221-203), que entró en Jerusalén y violó el sancta sanctorum, lo que excitó la animosidad de los judíos palestinenses, que él vengó persiguiendo a los judíos de Alejandría. Entonces los judíos se ponen de parte de Antíoco III el Grande (223-187), que después de diversas vicisitudes se asegura el dominio de Samaría y Judea hacia el año 200. Desde entonces, las relaciones entre los israelitas y la corte alejandrina permanecieron tirantes y de vez en cuando surgía la persecución.
En estas circunstancias escribió su libro el autor de la Sabiduría. Evidentemente lo dirige en primer lugar a los judíos de Alejandría, con el fin de mantener firmes a los justos en su religión frente a un ambiente tan adverso, y volver al recto sendero a los que, llevados por el deseo de una vida más cómoda, renegaron de la fe de sus padres. A los primeros los anima con la esperanza en un más allá más feliz, premio de su fidelidad; ante los ojos de los segundos pone de relieve la suerte de los impíos y el tremendo castigo que les espera. En verdad sólo los israelitas podrían comprender la historia de los patriarcas y la providencia de Dios sobre sus antepasados, cuya fe y tradiciones ellos deben conservar como pueblo escogido a quien Dios ha confiado la misión de transmitir al mundo la Ley. Pero indudablemente el autor ha tenido una segunda intención al componer su libro: atraer a los gentiles a la religión israelita, en la que se encierra la verdadera sabiduría. Se dirige de modo especial a los reyes, advirtiéndoles que han de dar cuenta estrecha al Señor del ejercicio de su poder y poniéndoles como modelo al rey Salomón, que pasó a la posteridad como el rey sabio por excelencia. Y en general a todos los paganos, con la pretensión de hacerles sentir admiración por la doctrina judaica y apartarles de la idolatría, que irónicamente les ridiculiza. A esta segunda finalidad es seguramente debido el hecho de que el sabio evita en su libro toda cuestión de pureza legal, manteniéndose en los puntos sustanciales de la Ley.

Doctrina religiosa.
1. Dios. - Se afirma la demostrabilidad de su existencia por las criaturas, por lo que quienes desconocen la existencia de Dios son inexcusables 26. Dios ha creado el mundo 27, lo conserva 28 y gobierna con su providencia 29, de modo que es el Señor del universo 30. Los atributos divinos que más hace resaltar el autor son, especialmente en la tercera parte, la misericordia y la justicia: la misericordia y bondad con los israelitas, cuyo inevitable castigo terminaba siempre con la misericordia y el perdón; pero también con los mismos enemigos de su pueblo escogido, a quienes castigaba dura, pero lentamente, con el fin de darles lugar al arrepentimiento de sus pecados 31. Pero Dios, infinitamente misericordioso, lo es en el mismo grado justo, y, por lo mismo, no puede menos de castigar a quienes, habiendo podido descubrir su existencia, no lo conocieron 32; a los mismos israelitas, cuando se apartaban del recto sendero 33; a los egipcios, por su mala conducta con Israel y su repugnante idolatría 34; a los cananeos, por sus supersticiones y sus prácticas idolátricas, crueles e inhumanas en extremo 35; a los sodomitas, que dieron mala acogida a los enviados del Señor 36. Y castigará en el mas allá a cuantos pecadores no se arrepientan de sus pecados 37.
2. La Sabiduría. - Los Proverbios afirmaron el origen divino de la Sabiduría y declararon su papel en la creación; dedican un buen número de sentencias a sus enseñanzas en el orden religioso, pero se extienden mucho más en dar consejos de sabiduría y prudencia meramente humanas en orden a la vida práctica. El Ecle-siastés, con su espíritu crítico, niega que la sabiduría humana pueda proporcionar al nombre la felicidad plena y perfecta que anhela su corazón, pero reconoce su valor en relación con esa felicidad relativa posible en este mundo. El Eclesiástico insistirá más bien en el aspecto moral de la sabiduría, principio de todas las virtudes, para cada una de las cuales tiene Ben Sirac una, cuando no varias recomendaciones. El autor de la Sabiduría nos presenta el culmen de la revelación anticotestamentaria respecto de la Sabiduría divina (6-9) y hace resaltar los efectos morales y espirituales de la Sabiduría en quienes siguen sus enseñanzas, en contraste con las consecuencias a que la impiedad expone a los malvados (1-5) ilustrando sus afirmaciones con facetas de la historia de Israel y los pueblos egipcio y cananeo (10-19).
La Sabiduría procede de Dios 38. Es un hálito del poder divino y una emanación pura de la gloria de Dios omnipotente, resplandor de la luz eterna, espejo sin mancha del actuar de Dios, imagen de su bondad 39. Convive con Dios 40, se sienta junto a su trono 41, conoce los secretos de la ciencia de Dios y es directora de sus obras 42. Asistió a Dios en la creación del universo43, en la formación del hombre44; conserva y gobierna todas las cosas45. El sabio enumera 21 propiedades de la Sabiduría, entre otras su espíritu inteligente y santo, su unicidad y multiplicidad, su omnipotencia y omnisciencia46. Todo lo cual indica que la Sabiduría participa de la naturaleza divina. En su relación con los hombres, la doctrina del autor sagrado preludia la doctrina de la gracia santificante: Dios posee la Sabiduría 47 y la comunica a los hombres 48. Es presentada en paralelismo con el Espíritu de Dios49. Ella se adelanta a la acción del ser humano por conseguirla50. Habita en las almas santas, no mora en los pecadores51; hace triunfar del mal52. Hace amigos de Dios 53, es buena consejera de los hombres 54, los asiste en sus trabajos 55, les enseña las virtudes 56; implica la guarda de los preceptos. Lleva a la inmortalidad57. Naturalmente, vale más que todos los bienes de la tierra58.
Al expresarse de esta manera el autor sagrado, ¿se limitó a personificar el atributo divino o tenía en su mente la segunda Persona de la Santísima Trinidad? Creemos que el autor sagrado ha personificado el atributo divino con el fin de presentar las cosas de una manera más gráfica, más viva y expresiva, lo que está muy de acuerdo con la psicología oriental. Los escritores del Antiguo Testamento suelen personificar los atributos divinos por las razones indicadas59. El que sea la sabiduría el que aquí se describe más vivamente es debido a que escriben autores sapienciales, para quienes la sabiduría constituía el objeto primario de sus especulaciones. Concretamente, el libro de la Sabiduría es un escrito poético cuyas descripciones están llenas de imágenes y se personifica en él incluso la necedad60. De hecho, los judíos no entendieron las afirmaciones del sabio de la segunda Persona; más aún, cuando Jesucristo, bastantes años más tarde, les habla de su divinidad, ellos se escandalizan. Aferrados a su rígido monoteísmo, no estaban preparados para recibir el gran paso que supondría en la revelación dar a conocer aquí la segunda Persona.
Pero al personificar la Sabiduría, atributo divino, el autor sagrado ha empleado una terminología y una manera de expresarse que conviene al misterio trinitario. No la presenta como persona divina, pero la describe como tal. Puso las premisas: En el principio existía la Sabiduría, y la Sabiduría estaba en Dios. No le faltó más que decir: Y esa Sabiduría es Dios. La conclusión la sacaría San Juan en el prólogo a su Evangelio. El sabio, en consecuencia, se coloca en un plano intermedio entre la mera personificación del atributo y la afirmación de la Persona. Y el Espíritu Santo, que lo inspiraba, quería con ello ir preparando la revelación del misterio de la Santísima Trinidad, que tendría lugar en la plenitud de los tiempos, que se iba acercando. En el Nuevo Testamento, Sabiduría y Cristo son términos equivalentes. San Pablo aplicará a Jesucristo lo que en este libro se dice de la Sabiduría, llamándole hijo de su amor61, imagen de Dios62, esplendor de su gloria y la imagen de su substancia63. Y cuanto San Juan dice del Verbo, especialmente en el prólogo, conviene a la Sabiduría divina que nos presenta el autor de este libro sapiencial64.
3. Postrimerías. - La muerte. - No es obra de Dios65, sino que entró en el mundo por la envidia del diablo 66. Con su conducta, los malvados la llaman y miran como amiga67. No se preocupa de ella el autor; para el justo es sencillamente el paso a la inmortalidad, que lo libra de los males de la vida presente.
La inmortalidad del alma. - El libro de la Sabiduría nos presenta la primera expresión cierta de la vida inmortal en el más allá, con lo que se resuelve el problema de los sufrimientos del justo, que preocupa sobremanera al autor del libro de Job, y el enigma que tortura a Cohelet, que siente en el corazón el deseo de una felicidad plena y perfecta, que luego no encuentra en las cosas de este mundo. Después de la muerte, el justo gozará de paz y recibirá un premio eterno, un reino glorioso y una hermosa corona68, de modo que aquélla es para ellos una traslación69, una liberación70. Para los justos, los sufrimientos no son más que una prueba pasajera que purifica las almas y les hace merecer una inmortalidad más feliz71. Diversa suerte espera a los impíos: no tendrán esperanza ni consuelo en el día del juicio 72; el Señor se reirá de ellos, serán entre los muertos oprobio sempiterno, serán desolados y sumergidos en el dolor73. A la hora de la muerte exclamarán viendo la suerte de los justos: Erramos el camino de la verdad y la luz de la justicia no nos alumbró74. El castigo será proporcionado al crimen y dignidad del pecador75. Si el justo recibe un premio eterno en el cielo junto a Dios, el impío recibirá idéntico castigo en el hades o infierno76.
¿Resurrección de los cuerpos? - No se afirma expresamente. Para la tesis de su libro bastaba al autor afirmar la inmortalidad del alma. Tal vez creyó prudente no hacer de ella mención explícita en atención a los posibles lectores paganos, que encontrarían en esta doctrina un fuerte obstáculo para aceptar la religión israelita. Que el autor creyera en la resurrección de los muertos parecen indicarlo los siguientes datos enumerados por Weber: su concepción del hombre, compuesto de cuerpo y alma; la descripción que hace del juicio general, como una escena terrestre en que justos y pecadores se ven cara a cara (5:1-2; cf. v.17ss); su concepción de Dios, que quiere la vida (2:235) y no la muerte y puede vivificar a aquellos que han pasado por la muerte (16:13); su fidelidad a las creencias judías, favorables en su conjunto a la resurrección (Bonsirven, Le judaisme palestinien... t.i p.468-48s); la semejanza entre Sab 3:17 y Dan 12:2-3, Que trata de la resurrección77.
4. La Idolatría. - El autor dedica una sección de su libro a la idolatría, el gran pecado opuesto a la Sabiduría. Comienza declarando que los filósofos gentiles pudieron y debieron descubrir al verdadero Dios y caer en la cuenta de la vanidad de los ídolos 78. Afirma que la idolatría no existió desde siempre, sino que es una aberración de la humanidad, que, por lo mismo, tendrá su fin79. Explica el origen de algunas clases de idolatría: el culto a los muertos80, a los reyes81. Afirma la nada de los ídolos, que ridiculiza con ironía82. Muestra, entre las diversas clases de idolatría que menciona, especial repugnancia por la zoolatría de los egipcios, que daban culto a los más repugnantes animales 83. Describe los funestos efectos morales de la idolatría84.
5. ¿El Mesías? - Muchos Padres afirmaron que el capítulo 2 contiene una profecía de la pasión de Jesucristo. Si bien en sentido literal el autor se refiere a los sufrimientos de los justos, sus afirmaciones se verifican de modo eminente en el Mesías y sus perseguidores, por lo que tal vez el Espíritu Santo las inspiró al autor sagrado en relación con El (cf. comentario al c.2). Y ciertamente el autor preparó sus caminos: El libro de la Sabiduría - escribe el P. Lagrange - está todo él compenetrado del valor del alma, sin especificar por medio de quién será salvada; predica la salvación misma del Evangelio, sin decir quién será el Salvador. El Evangelio contiene la misma doctrina, pero añade que el Salvador del alma es el Mesías y que este Mesías es Jesús de Nazaret. 85

Canonicidad.
El libro de la Sabiduría es uno de los deuterocanónicos. Los judíos palestinenses no lo admitieron en el canon de libros sagrados seguramente porque fue escrito en época tardía y no en la lengua y patria de los libros santos. Los judíos de Alejandría, en cambio, lo incluyeron en su catálogo de libros inspirados, como atestigua su presencia en la versión de los LXX.
La Iglesia, al recibir como texto oficial la mencionada versión, lo retuvo como canónico. El Nuevo Testamento lo cita numerosas veces, y si bien no lo aduce expresamente como canónico, no se explica la frecuencia y modo como lo hace de no considerarlo como tal 86. Los Padres de los tres primeros siglos lo citan como libro inspirado. En los siglos siguientes, a excepción de algunos, que, como San Jerónimo, influenciados por los judíos palestinenses, lo consideraban como aptos para la edificación de los fieles, pero no para probar los dogmas 87, lo retuvieron como canónico. San Agustín defendió enérgicamente la inspiración contra los semipelagia-nos 88. Los concilios de Hipona de los años 193 y 397 89, el de Car-tago del año 419 90, la carta de Inocencio I a Exuperio de Tolosa, del 405 91; el decreto del papa Gelasio del 494 92 y el decreto de Eugenio IV a los jacobitas del 1441 93 lo incluyeron en la lista de libros canónicos. Con razón el concilio Tridentino, basándose en la tradición, definió la inspiración del libro 94, acabando con las dudas esporádicas de algunos autores que, llevados, sin duda, de la autoridad de San Jerónimo, disentían del sentir universal de la Iglesia, como Hugo de San Víctor (1141), San Antonino (f 1459), Cayetano (1532).
Los protestantes, que al principio de la Reforma sostenían la inspiración del libro, terminaron por negarla. Los modernos ven incluso en él toda una serie de errores filosóficos bajo el influjo de la filosofía platónica y alejandrina 95. Los ortodoxos, que conservaron durante siglos el canon completo, bajo la influencia de la crítica protestante se han ido inclinando por el canon corto que excluye los deuterocanónicos del A.T.

Lengua y género literario.
Es cosa admitida que el libro de la Sabiduría fue escrito en griego. Lo afirma explícitamente San Jerónimo en su introducción a los libros sapienciales 96. Y lo refleja el mismo libro con sus vocablos y palabras compuestas, propias de la lengua griega; con su estilo elegante y fluido en largos períodos, en distinción a las frases yuxtapuestas o uniformemente unidas por la conjunción copulativa; con la riqueza de sinónimos completamente extraños a la lengua hebrea; con los términos y expresiones tomadas de la vida y filosofía griegas. El colorido hebraico que le dan los hebraísmos, frases que se inician con la partícula copulativa, el paralelismo de algunos capítulos, las cadencias rítmicas, se explican satisfactoriamente por el conocimiento que el autor tenía de la literatura bíblica, que, como buen israelita, le sería familiar; de ahí que sean más frecuentes donde el autor se inspira más en aquélla.
En cuanto al género literario, pertenece al género sapiencial. Prosa tratada conforme a las reglas del paralelismo hebreo. Pero presenta notable diferencia con algunos de los libros sapienciales. En las dos primeras partes presenta un desarrollo metódico y orgánico de la sabiduría, sus propiedades y efectos, que contrasta con las sentencias y fragmentos sueltos de Proverbios y Eclesiástico, y está más de acuerdo con la fecha de composición y ambiente en que fue escrito el libro. Más peculiar es el género literario de la última parte, que amplía y poetiza con un fin didáctico-religioso los datos bíblicos del Éxodo, viniendo a ser una descripción oriental de las plagas de Egipto, una idealización de la historia de Israel y unos relatos irónicos del culto a los ídolos en que se mezclan la historia y la poesía 97.

Texto y versiones.
Tenemos del libro de la Sabiduría el texto griego, las versiones latina, siríaca, armena y árabe. El texto griego, que se encuentra a veces incompleto en los códices BSA, se conserva en numerosos códices. El mejor de todos ellos es el Vaticano, que los críticos toman como base de sus ediciones 9S. La versión latina es anterior al siglo ni. Por no considerar el libro como inspirado, San Jerónimo no lo cor rigió 99ni hizo una nueva versión. Refleja bastante bien el original, por lo que es útil al crítico, aunque a veces resulta ininteligible sin la ayuda de aquél. Contiene algunas adiciones 100.
De las otras versiones, la armena (s.7) es seguramente la más importante por su fidelidad. De escaso valor es en este libro la siro-peshitta, que da una traducción libre y poco inteligible 101.

1 Euseb., Hist. Eccl IV 6. - 2 Adv. haeres. 76. - 3 Cf. Dom Calmet, Comment. litt. in V. et N.T. - 4 Nachtigal ve en el libro una especie de antología formada de fragmentos compuestos por los más diversos autores (Das Buch der Weisheit, 1799). Houbigant atribuyó 1-9 a Salomón; 10-19 a un autor muy posterior, posible traductor de la primera parte (Tro/, ad Sap. et Eccles., 1777). Bretschneider, 1-6:8 a un judío del tiempo de Antíoco Epífanes; 6:9-9:18 a un judío que reivindica en los días de disto para Israel la posesión de la verdadera sabiduría; 10-19 a un judío contemporáneo de Filón (cf. grimm, Einleit. p.ia). De manera parecida opinan W. Weber, Oesterley y Gártner. - 5 5:23 con 6:1; 9:18 con io:1ss. - 6 Cf. Vigouroux; DB V 1359. - 7 7:1-7; 8:1455.9:1s. - 8 AZius pseudoepigraphus, qui Sapientia Salomonis inscribitur... ipse stylus graecam elo-quentiam redolet (Praef. in lib. Salomonis: PL 28:5573). - 9 Dúo (libri) quorum unus Sapientia, alter Ecclesiasticus dicitur, propter eloquii nonnullam similitudinem ut Salomonis dicantur obtinuit consuetudo; non autem esse ipsius, non dubitant doctiores (De civ. Dei XVII 20). - 10 De doctrina christ. 11 8. - 11 Retract. II 4. - 12 De Verb. Dei I 13. - 13 Commentar. in lib. Sap. (citamos siempre conforme a la Editio Nova [París 1891] t.8 p.202-203. - 14 Rev. bibl VI 4:30. - 15 Cf. Cornely-Hagen, Compendium Introductionis in S. Scripturas p.368. - 16 Praef. in lib. Salom.: PL 28:1242. - 17 Lesétre, Le livre de la Sagesse (París 1880) p.8-9; fl. Josefo, Antiq. 18:10. - 18 A Lapide cita algunos autores que juzgaron que el libro había sido escrito no por este Filón, sino por otro que vivió por el año 160 a.C., en tiempo del pontífice Onías (o.c., p.264). - Fl. Josefo (Contr. Ap. I 23) y Eusebío (Praep. evang. IX 20) hablan de un Filón más antiguo que el conocido filósofo, pero constatan que era un pagano que en sus escritos se refiere a los judíos. Tampoco hay razones para pensar que uno de los LXX, de nombre Filón, compusiese el libro. - 19 4:2. - 20 1:16; 2:9. - 21 Cf. 2:12 y el texto griego de Is 3:10; 15.10 e Is44:20. - 22 fl. Josefo, De bello iud, II 18:7; Contra Ap. II 4. Ptolomeo I confirmó la igualdad de derechos (cf. fl. josefo, Antiq. XII 1:1). - 23 Cf. Schürer, Geschichte des Judischen Volkes im Zeitalter Jesa Christi (Leipzig 1909 ed.4.a) p.34-30; J. Vandervorst, artículo Dispersión en DBS II 432. - 24 Filón, In Flaccwn 10. Cf. fl. Josefo, De bello iud. VII 10,1; Tosephta, Sukka IV. - 25 La colonia judía de Elefantina en el siglo í tenía su templo. También lo tenía la colonia militar judía establecida en Eleontópolis hacia el año 160. - 26 13:1-9 - 27 1:14; 11:7-18. - 28 1:13-14; 6:7-8; 11:26; 12:12-13. - 29 6:8; 11:26; 12:12-13; 14:3; 19:20. Cf. G. Golombo, Doctrina de providentia divina in Libro Sapientiae (Diss. Antonianum) (Roma 1953). - 30 11:21.23; 16:13.24. - 31 9:1; 11:21-12:2.8.16; 15:1. - 32 13:8-9. - 33 11:10; 12:22; 18:20. - 34 11:5-25; 14:29-30; 15:18-16:1ss; 17:2ss; 18:433; 19:2-435. - 35 12:1-l8. - 36 19:12b-14. - 37 5:18-24. - 38 6:2.2; 9:6. - 39 7:25-26. - 40 8:3; 9:3 - 41 9:4ss. - 42 7:21-22; 8:4.6. - 43 9:9-12. - 44 9:2-3. - 45 1:7; 7:27; 8:1. - 46 7:22-23- - 47 8:3-4. - 48 7:15. - 49 1:4-7; 7:22-23; 9:17 - 50 6:14-17- - 51 1:4; 7:27. - 52 7:30. - 53 7:14.28. - 54 8:9. - 55 9:10. - 56 8:7. - 57 6:17-20; 8:13.17. - 58 7:8-11; 8:6-9. - 59 Cf. Sal 55:115s. - 60 Prov 9:13-18. - 61 Col 1:13 (Sab 8:3). - 62 Col 1:16 (Sab 7:26). - 63 Reb 1:3 (Sab 7:25-26). - 64 Cf. 1:1 (Sab 8:3; 9:4.9); 1:3 (Sab 7:12.21; 8:6; 9:9); 1:4 (Sab 7:10.22.23.27); 3:13 (Sab 9:10); 5:20 (Sab 8:3; 9:9); 5:26 (Sab 7:27); 6:25 (Sab 8:21; 9:4); 8:46 (Sab 7:25); 14:21 (Sab 6:16);.16:27 (Sab 7:28). Cf. G. Ziener, Johannesevangelium und Weisheit (Diss. Ñ. É. Â.) (Roma 1957); id., Die Verwendungder Schrift im Bucheder Weisheit: TrTZ 66 (1957) 138-152. - 65 1:13 - 66 2:24-25. - 67 1:16. - 68 5:16.. - 69 4:10. - 70 4:14. - 71 3:1-4:19; 5:15-16; 6:15-21; 8:17; 15:3. - 72 l8. - 73 4:18-19. - 74 5:6. - 75 6:6-9. p. 197-199; H. Bückers, Die Unsterblichkeitslehre des Weisheitsbuches, ihr Ursprung und ihre Bedeutung (Münster 1938); J. P. Weisengoff, Dead and Inmortality in the Book of Wisdom: CBQ 3 (1941) 104-133; A. Dufont-Sommer, De L'immortalité dans la Sagesse de Salomón; REG 62 (1949) 80-87 (A Sab 3:7); J. pedersen, Wisdom and Inmortality: VT 53 (Dedic. a Rowley) (1955); M. García Cordero, Intuiciones de retribución en el más allá en la literatura sapiencial: GT 82 (1955) 3-24; M. Delcor, L'immortalité de l'dme dans le Livre de la Sagesse et dans les documents de Qumrám: NRT 77 (i955) 614-630. - 76 1:12.140; 4:19; 17:14-21. Cf. W. Weber, Die Unsterblichkeit der Weisheit Salamos: ZWTh (1925) 444; R. schüts, Les idees eschatologiques du Livre de la Sagesse (París 1935) - 77 Le Livre de la Sagesse (Pirot-Clamer, La Sainte Bible VI) (París 1946) p.386. - 78 13:1-9. - 79 14:13-14. - 80 14:15-16. - 81 14:16-18. - 82 13:10-14:2. - 83 15:18-19. - 84 14:22-31. - 85 RB 4 (1907) 85-104. - 86 A las citas y alusiones de San Juan y San Pablo mencionadas a propósito de la doctrina sobre la Sabiduría pueden añadirse las siguientes: Lc 12:20 (Sab 15:8); 9:31 (Sab 3:2; 7:6); 19:44 (Sab 3:7); Rom 1:26-28 (Sab 11:15-16; 12:27); 9:21s (Sab 15:7); 9:22 (Sab 12:20); 11:32 (Sab 11:24); 1 Cor 6:2 (Sab 3:8); 10:4 (Sab 10,17); 2 Cor 5:4 (Sab 9:15); Ef 6:13-17 (Sab 5, 18-20); Gol 1:15-17 (Sab 7:12.22.26-27); Sant 1:12 (Sab 3:4-5); 2:6; 5:5-6 (Sab 2:6-12.16.20); 3, 17 (Sab 7:22-23); 4:1 (Sab i,n); 5:9 (Sab 5, 6); 1 Pe 1:7; 2:12 (Sab 3:6-7); Ap 2:16 (Sab 6:5); 3:12 (Sab 3:14); 16:6 (Sab 16:9). - 87 San Jerónimo, Praef. in libr. Salomonis, Prolog, galeat.: PL 28:1307-1308; San Ata-Nasio, Epist. Fest. I 767 (en otros escritos lo cita como inspirado; cf. Contra Arian. 2:32; ad Serap. Epist. 1:26; cf. la misma Epist. Fest. 11:5; 2:7, etc.). Cf. J. Ruwet, Le canon alexan-drin des Écritures. Saint Athanase: Bib 33 (1952) 1-29; San Epifanio, De mensuris: PG 41, 213; San Juan Damasceno, De fide orthodox. IV, 17; Rufino, Expos. symbol. 37. - 88 De praedestinat. sanct. XIV 27:28; De don. persev. XVII. - 89 EB 11. - 90 EB 14; Dz92. - 91 EB 16; Dz96. - 92 EB 19; Dz 162. - 93 EB 32; Dz 706. - 94 Eb 43; Dz 784. - 95 V.gr., 1:4 (el cuerpo la causa del pecado); 1:7 (Dios alma del mundo, emanatismo estoico); 8:19-20 (preexistencia de las almas); 11:18 (eternidad de la materia). - 96 El libro qui Sapientia Salomonis inscribí tur... apud Hebraeos nusquam est, quia et ipse stylus graecam eloquentiam redolet (Praef. in libr. Salomonis: PL 28:1242). - 97 Cf. F. Feldmann, Die literarische Art von Weisheit Kap. 10-19: ThGl (1909) 17835; L. Mariés, Remarques sur la forme poétique du livre de la Sagesse: RB 5 (1908) 251-257; E. Galbiati, Leges compositionis in prosa bíblica observatae: VD 30 (1952) 353-355. - 98 A. Reusch, Observationes criticae in lib. Sapientiae (Bonn 1861); W. J. Deane, The Book of Wisdom, the greek text, the latín Vülgate and the authorised English versión (Oxford 1881); H. B. Swete, The Oíd Testament in Greek II (Cambridge 1922). - 99 Porro in eo libro, qui a plerisque Sapientia Salomonis inscribitur, et in Ecclesiastico... cálamo temperavi (se abstuvo de corregirlo): tamtummodo canónicas Scripturas vobis emendare desiderans, et studium meum certis magis quam dubiis commendare (Praef. in libr. Salomonis: PL 29:4275). - 100 Cf. Reusch, o.c.; Bruyne, Étude sur le texte latín de la Sagesse: RBén (1929) loiss; P. W. Skehan, Notes on the Latín Text of the Book of Wisdom: CBQ.4 (1942) 230-243. - 101 F. Feldmann, Textkritische Materialíen zum Book der Weisheit aus der sahidischen, syrohexaplarischen und armenischen Uebersetzung (Friburgo 1902) p.41-87; J. Holzmann, Die Peschitta zum Buche der Weisheit, Eine kritishexegetísche Studie (Friburgo 1903).



Fuente: Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)

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Notas

Sabiduría 13,1-19Times New Roman ;;

Sección 2.
La Idolatría, Pecado Opuesto a la Sabiduría.
El autor interrumpe su narración sobre la diversa suerte de Israel y Egipto, que continuará en el capítulo 16, para dedicar una larga sección a la idolatría, mencionada a propósito de los egipcios en los capítulos precedentes. Va a poner en ella de manifiesto a qué grado de necedad y aberración, a qué punto de envilecimiento y degradación puede llegar la razón humana cuando se aparta del recto sendero de la sabiduría. Y pretende con ello mantener firmes en el culto al verdadero Dios a los judíos, que tenían que vivir en medio de pueblos idólatras, y, sin duda también, hacer reflexionar a los mismos paganos sobre la vanidad de sus ídolos.
Semejantes descripciones no son nuevas. Las encontramos ya en los profetas, que tuvieron que defender el monoteísmo israelita frente a la tendencia innata a la idolatría y frente a la presión de los pueblos conquistadores, que con su poder e influencia querían i mponer el culto a sus dioses.


13. La Idolatría, Necedad Ridicula.

Necedad de los que adoran las criaturas (13:1-9).
1 Vanos son por naturaleza todos los hombres que carecen del conocimiento de Dios, y por los bienes que disfrutan no alcanzan a conocer al que es la fuente de ellos, y por la consideración de las obras no conocieron al artífice. 2 Sino que al fuego, al viento, al aire ligero, o al círculo de los astros, o al agua impetuosa, o a las lumbreras del cielo tomaron por dioses rectores del universo. 3 Pues si, seducidos por su hermosura, los tuvieron por dioses, debieron conocer cuánto mejor es el Señor de ellos, pues es el autor de la belleza quien hizo todas estas cosas. 4 Y si se admiraron del poder y de la fuerza, debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su creador. 5 Pues de la grandeza y hermosura de las criaturas, por razonamiento se llega a conocer al Hacedor de éstas. 6 Pero sobre éstos no cae tan gran reproche, pues yerran tal vez por aventura, buscando realmente a Dios y queriendo hallarle; 7 y ocupados en la investigación de sus obras, a la vista de ellas, se persuaden de la hermosura de lo que ven. 8 Aunque no son excusables, 9 porque, si pueden alcanzar tanta ciencia y son capaces de investigar el universo, ¿cómo no conocen más fácilmente al Señor de él?

La perícopa es de sumo interés. En ella se pone de relieve la necedad culpable de los gentiles, que, habiendo alcanzado un conocimiento profundo de las cosas creadas, no supieron elevarse al Creador de las mismas. A la vez, el autor nos da un pequeño tratado sobre el conocimiento de Dios.
La inteligencia fue dada al hombre para que conociese al Creador y le tributase la alabanza debida. Quien no cumple esta misión es francamente necio, pues falla en la razón fundamental de su existencia 2. Sus mismas facultades naturales debieron llevarle a ese conocimiento de Dios, y, en consecuencia, a su veneración y culto. En efecto, por los bienes de que el hombre disfruta y las obras maravillosas de la creación que contempla con sus ojos, debió remontarse a la fuente creadora de todos esos bienes y descubrir al artífice que dio a todas esas obras su existencia. El universo - escribía Filón - ha sido hecho con un arte tan consumado, que tiene que tener como autor un artífice de ciencia excelente y perfectísimo. 3
Weber hace observar la identidad que el sabio pone entre Dios, el Ser y el Creador, que no deja lugar alguno para un intermediario entre Dios inaccesible, y el mundo material, que en la filosofía de Platón o de Filón realizaba el papel de demiurgo 4.
Sin embargo, seducidos por la belleza de unas criaturas, sorprendidos por el poder maravilloso de otras, las colocaron el lugar de Dios como rectores del universo. Los persas divinizaron el fuego; en Menfis tenía un templo con el nombre de Ptah, y en Occidente era adorado bajo el nombre de Vulcano. Los griegos adoraban a Eolo, señor de los vientos; según Platón y los estoicos, Hera o Junon era la diosa del aire. Los asiros fueron adorados comúnmente en la antigüedad, especialmente por los asirios; el sol y la luna eran adorados por los griegos bajo los nombres de Apolo y Diana; en los fenicios, bajo los de Baal y Astarté, y en Egipto bajo los de Isis y Osiris. Las aguas fueron divinizadas por su utilidad y poder devastador; los egipcios las veneraban como el elemento primitivo generador de todo lo demás, y los griegos tenían sobre el particular los dioses Neptuno, las náyades y las ninfas.
El autor de la Sabiduría enseña que la contemplación de tanta belleza y tanto poder derramados por el universo debieron de llevar a aquellos filósofos paganos a descubrir al Creador mediante un proceso intelectual que, partiendo de los efectos, se remontara a las causas (v.3-5). No teniendo, en nuestro caso, la hermosura y poder de la naturaleza en sí mismos la razón de su existencia, pues que la pueden perder, es preciso reconocer una causa suprema y última (repugna en sana filosofía una serie indefinida de causas) de aquella hermosura y poder. El fundamento de tal reconocimiento es el principio metafísico de que todo efecto presupone una causa. De las cosas sensibles nuestro entendimiento no puede llegar a conocer la esencia divina, porque las criaturas sensibles son efectos de Dios que no adecúan la causa... Pero, como son efectos dependientes de su causa, podemos por ellas conocer la existencia de Dios y aquellas cosas que le convienen, en cuanto que es causa que excede todo lo causado.5 Por eso los Padres vieron en el universo un libro de la divinidad6, una lira o cítara que emite el suave concierto de la divina Providencia, cuyo citarista es Dios.7 De modo que, como dice San Agustín, el cielo y la tierra y el universo entero hablan a los sordos, si Dios mismo por su bondad no habla al corazón del hombre.8 Y por lo que a la hermosura de las cosas creadas se refiere, Mgr. Gay constata al corazón humano que toda belleza exterior no es más que una especie de testimonio que Dios da aquí abajo de sí mismo, un velo bajo el cual él se encubre, una sombra de su benéfica presencia, una llamada de su voz, alimento que su mano nos proporciona, una dulce y tierna invitación.9
En este texto debió de inspirarse San Pablo cuando en su carta a los Romanos afirma que lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las criaturas 10, doctrina que definió el concilio Vaticano I 11. Con toda razón, la teología católica aduce este texto del libro de la Sabiduría para probar que la razón humana puede demostrar analógicamente (por las criaturas) la existencia de Dios 12.
A continuación, el autor hace unas reflexiones sobre la culpabilidad moral de los que adoran las bellezas y fuerzas de la naturaleza (v.6-9). No merecen tal vez un reproche tan severo como los idólatras de que hablará después, que adoraron las obras mismas de sus manos. Buscaban a Dios, que es la causa última de esas bellezas que resplandecen en la creación, de esa fuerza que ostentan los fenómenos extraordinarios de la naturaleza a que dirigían su investigación, si bien se quedaron en ellas sin remontarse a Dios, su causa suprema. Pero no son del todo excusables, pues si alcanzaron un conocimiento profundo del universo y penetraron secretos de la naturaleza, más fácilmente debieron descubrir al Creador del mismo. De hecho, todos los pueblos han venido a admitir la existencia de un Ser supremo, los salvajes y los civilizados. En realidad, uno puede, como dice Orosio, despreciar a Dios durante cierto tiempo, pero no puede ignorarlo del todo13. Quien no es ilustrado por tantos resplandores de las cosas creadas - escribe San Bernardo -, es ciego; quien no está despierto a tantos clamores, está sordo; quien de tantos indicios no advierte el principio primero, es necio.14 ¿Por qué, de hecho, no llegaron esos filósofos, a través de sus investigaciones, al Señor del mundo? Seguramente carecían de la humildad de corazón y de la libertad de espíritu respecto de las cosas de la tierra que es preciso para ver a Dios. Amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras no eran buenas. En esto son culpables 15.

Ironía del culto a los ídolos (13:10-19).
10 Desdichados los que han puesto sus esperanzas en muertos, cuantos llaman dioses a las obras de sus manos, oro y plata, obra de artífice e imágenes de animales, o piedra inútil obra de mano antigua. u Corta experto leñador un tronco manejable, lo descorteza diestramente y, haciendo uso de su destreza y arte, fabrica un mueble útil para las necesidades de la vida; 12 Y los despojos de la obra los consume en preparar su comida y satisfacer su necesidad; 13 pero el último resto, que para nada sirve, un leño torcido y lleno de nudos, lo toma y lo labra en sus ratos de ocio, y con su arte le da una figura, semejanza de hombre; 14 o, dándole la semejanza de un vil animal y pintándole de minio, le da un color rojo y cubre de pintura todas las manchas que hay en él, 15 y, preparándole una morada digna, le coloca en el muro, asegurándole con clavos, cuidando bien que no caiga, 16 pues sabe que no puede sostenerse a sí mismo, siendo una imagen que necesita de ayuda* 17 Y luego, al dirigirle oraciones por su hacienda, por sus mujeres y sus hijos, no se avergüenza de hablar con quien carece de alma, 18 de invocar al impotente pidiéndole la salud, y ruega al muerto por la vida, y suplica la ayuda de quien es lo más inútil. 19 Y pide un feliz viaje al que no puede usar de sus pies, y ganancias y empresas y el éxito de sus obras y energía al más incapaz de hacer nada con sus manos.

Aberración más grave todavía es la de los desdichados que han llegado a divinizar las obras de sus manos, poniendo su esperanza no ya en las maravillas de la creación, que pueden elevar la mente y el corazón al Creador, sino en los ídolos, cosas materiales que no hacen sino degradarle y encerrarlo más en las cosas de la tierra, haciendo más difícil la esperanza en una vida superior 16. Había ídolos de plata, oro artísticamente labrados 17 y de otras materias. Los había con forma de animales; el dios Dagón de los filisteos tenía cabeza de hombre y cuerpo en forma de pez, y los dioses egipcios tenían cabeza de animales. No faltaban quienes adorasen a una piedra - que se suponía tal vez caída del cielo - sobre la que se habría esculpido una imagen, y cuyo único valor estaba en su antigüedad.
Sigue una descripción pintoresca, llena de ironía, sobre el origen de los ídolos a base de un caso gráfico que recuerda las ridiculizaciones o mofas de los profetas, con que intentaban convencer de la vanidad o inanidad de los ídolos 18. La primera presenta el caso de un simple leñador, no ya de un escultor profesional, que toma los despojos del madero que utilizó para fabricar un mueble y que ya no valen para ninguna otra cosa útil, o un trozo nudoso que no servía ni para la lumbre por arder con dificultad. Le da en sus ratos de ocio figura de hombre o de un repugnante animal, cubre con pintura las manchas de los nudos, lo sujeta en la pared con clavos, a fin de que no se caiga, y ¡he aquí un dios! Los mismos paganos caían a veces en la cuenta de la vanidad de sus ídolos. En términos parecidos a los de nuestro autor los satiriza Horacio, que pone en boca de uno de ellos: Yo era en otro tiempo un tronco de higuera, madera inútil. El artesano vaciló si hacer de mí un banco o un Príapo; se decidió por el dios; yo soy, pues, dios 19. Séneca dice que unos tienen figura de hombres, de fieras, de peces; algunos figura compuesta de diversos cuerpos, y añade: Llaman dioses a los que, si de repente recibieran vida, serían tenidos por monstruos.20
Unos cuantos contrastes ironizan o ridiculizan la actitud de quien ora ante semejante dios (v.17-18): a quien carece de vida se le ruega por los seres vivos; a quien es impotente y proviene de un leño inútil se le pide ayuda; a quien no puede hacer uso de sus pies, el éxito de un viaje, y a quien no puede mover su mano, el éxito de una empresa. ¡Colmo de necedad! Comparando el salmista a Yahvé con los ídolos, manifiesta los mismos sentimientos del sabio: Está nuestro Dios en los cielos y puede hacer cuanto quiere. Sus ídolos son plata y oro, obra de la mano de los hombres; tienen boca y no hablan, ojos y no ven, orejas y no oyen; tienen narices y no huelen. Sus manos no palpan, sus pies no andan, no sale de su garganta un murmullo. Semejantes a ellos sean los que los hacen y todos los que en ellos confían.21

1 Isa_40:18-20; Isa_41:6-7; Isa_44:9-20; Isa_46:1-7; Jer_2:27; Jer_10:1-15; Bar 6, - 2 El término griego öýóéò (vanos son por naturaleza: öýóåé) puede significar el origen o la naturaleza de una cosa. Interpretando en el primer sentido, opinaron algunos que el autor afirma aquí la raíz de la idolatría, el pecado original, con que todo hombre viene a este mundo; pero en el contexto no se trata del origen, sino de la naturaleza y culpabilidad de la misma. Es preferible interpretar en el segundo sentido a la luz de Gal_4:8, donde se dice de las falsas divinidades que por naturaleza (öýóåé) no son dioses: los ídolos, según su íntima naturaleza, son nada, vanos, y por lo mismo lo son, por lo que a esto se refiere, quienes los adoran como si fueran dioses. Cf. Ceuppens, Th. Bíblica: De Deo Uno (Roma 1948) p.105s. - 3 De monarch. i. Algunos autores, basándose en la lección de la Vulgata: ab his quae videntur bono, non potuerunt cognoscere illum qui est bonus, vieron una alusión a la cuarta vía de Tomás. Pero la expresión expresa las cosas no en cuanto buenas, sino en cuanto visibles, y el bonus final es una adición de la Vulgata. - 4 O.c., p.486. - 5 I.XII 12. - 6 San Basilio, Hom. é ô in Hexam. - 7 San Atanasio, Orat. contra idola. - 8 Con Jes,Gal_10:6. - 9 Vert. chrét. V 2 p.110. - 10 Rom_1:19-20. - 11 Ses.3 c.2 De revelatione: Dz 1785.1806. - 12 León XIII, en la ene. Aeterni Patris, hace un precioso comentario a este pasaje de la Sabiduría. - 13 Hisí. VI i. - 14 Itin. mentís. - 15 Jua_3:19. C. Larcher, De la nature a son auteur d'aprés le livre de la Sagesse 13:1-9: LumVi 14 (1954) 197-206 (53-62); J. Smith, De interpretatione Sap 13:9: VD 27 (1949) 287-290. - 16 H. Einsing, Der Weisheitslehrer und die Gotterbilder: Bib 40 (1959) 393-408. - 17 Hec_17:29. - 18 Isa_40:18-20; Isa_41:6-7; Isa_44:9-20; Isa_46:1-7; Jer_2:27; Jer_10:1-15; Bar 6. - 19 Sátiras I.VIII, 1-3. Cf. las fábulas 21 y 128 de Esopo. - 20 Citado en San Agustín, De civ. Dei VI 10. - 21 115:3-8. Cf. Ë Lapide, o.c., p.555 (responde a las acusaciones de los calvinistas contra los cristianos, que imitan, dice, a los gentiles cuando dan culto a las imágenes).