2Ma 11,1-21
“
Primera campaña de Lisias.
Muy poco tiempo después, Lisias, tutor y pariente del rey, que estaba al frente de los negocios, muy contrariado por lo sucedido, reunió unos ochenta mil hombres con toda la caballería y se puso en marcha contra los judíos, con la intención de hacer de la ciudad una población de griegos, convertir el templo en fuente de recursos, como los demás recintos sagrados de los paganos, y poner cada año en venta la dignidad del sumo sacerdocio. No tenía en cuenta en absoluto el poder de Dios, engreído como estaba con sus miriadas de infantes, sus millares de jinetes y sus ochenta elefantes.
Entró en Judea, se acercó a Bet Sur, plaza fuerte que dista de Jerusalén unas cinco esjenas, y le puso un estrecho cerco. En cuanto los hombres de Macabeo supieron que Lisias estaba sitiando las fortalezas, comenzaron a implorar al Señor con gemidos y lágrimas, junto con la multitud, que enviase un ángel bueno para salvar a Israel. Macabeo en persona fue el primero en tomar las armas y exhortó a los demás a que juntamente con él afrontaran el peligro y auxiliaran a sus hermanos. Ellos se lanzaron juntos con entusiasmo. Cuando estaban cerca de Jerusalén, apareció, poniéndose al frente de ellos, un jinete vestido de blanco, blandiendo armas de oro. Todos a una bendijeron entonces a Dios misericordioso y sintieron que sus ánimos se enardecían, dispuestos a atravesar no sólo a hombres, sino aun a las fieras más salvajes y murallas de hierro. Avanzaban equipados, con el aliado enviado del Cielo, porque el Señor se había compadecido de ellos. Se lanzaron como leones sobre los enemigos, abatieron once mil infantes y mil seiscientos jinetes, y obligaron a huir a todos los demás. La mayoría de éstos escaparon heridos y desarmados; el mismo Lisias se salvó huyendo vergonzosamente.
Paz con los judíos. Cuatro cartas relativas al tratado.
Pero Lisias no era hombre sin juicio. Reflexionando sobre la derrota que acababa de sufrir, y comprendiendo que los hebreos eran invencibles porque el Dios poderoso luchaba con ellos, les propuso por una embajada la reconciliación bajo toda clase de condiciones justas; y que además obligaría al rey a hacerse amigo de ellos. Macabeo asintió a todo lo que Lisias proponía, preocupado por el interés público; pues el rey concedió cuanto Macabeo había pedido por escrito a Lisias acerca de los judíos.
La carta escrita por Lisias a los judíos decía lo siguiente: «Lisias saluda a la población de los judíos. Juan y Absalón, vuestros enviados, al entregarme el documento copiado a continuación, me han rogado una respuesta sobre lo que en el mismo se significaba. He dado cuenta al rey de todo lo que debía exponérsele; lo que era de mi competencia lo he concedido. Por consiguiente, si mantenéis vuestra buena disposición hacia el Estado, también yo procuraré en adelante colaborar en vuestro favor. En cuanto a los detalles, tengo dada orden a vuestros enviados y a los míos de que los discutan con vosotros. Seguid bien. Año ciento cuarenta y ocho, el veinticuatro de Dióscoro.»
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Primera campaña de Lisias.
Muy poco tiempo después, Lisias, tutor y pariente del rey, que estaba al frente de los negocios, muy contrariado por lo sucedido, reunió unos ochenta mil hombres con toda la caballería y se puso en marcha contra los judíos, con la intención de hacer de la ciudad una población de griegos, convertir el templo en fuente de recursos, como los demás recintos sagrados de los paganos, y poner cada año en venta la dignidad del sumo sacerdocio. No tenía en cuenta en absoluto el poder de Dios, engreído como estaba con sus miriadas de infantes, sus millares de jinetes y sus ochenta elefantes.
Entró en Judea, se acercó a Bet Sur, plaza fuerte que dista de Jerusalén unas cinco esjenas, y le puso un estrecho cerco. En cuanto los hombres de Macabeo supieron que Lisias estaba sitiando las fortalezas, comenzaron a implorar al Señor con gemidos y lágrimas, junto con la multitud, que enviase un ángel bueno para salvar a Israel. Macabeo en persona fue el primero en tomar las armas y exhortó a los demás a que juntamente con él afrontaran el peligro y auxiliaran a sus hermanos. Ellos se lanzaron juntos con entusiasmo. Cuando estaban cerca de Jerusalén, apareció, poniéndose al frente de ellos, un jinete vestido de blanco, blandiendo armas de oro. Todos a una bendijeron entonces a Dios misericordioso y sintieron que sus ánimos se enardecían, dispuestos a atravesar no sólo a hombres, sino aun a las fieras más salvajes y murallas de hierro. Avanzaban equipados, con el aliado enviado del Cielo, porque el Señor se había compadecido de ellos. Se lanzaron como leones sobre los enemigos, abatieron once mil infantes y mil seiscientos jinetes, y obligaron a huir a todos los demás. La mayoría de éstos escaparon heridos y desarmados; el mismo Lisias se salvó huyendo vergonzosamente.
Paz con los judíos. Cuatro cartas relativas al tratado.
Pero Lisias no era hombre sin juicio. Reflexionando sobre la derrota que acababa de sufrir, y comprendiendo que los hebreos eran invencibles porque el Dios poderoso luchaba con ellos, les propuso por una embajada la reconciliación bajo toda clase de condiciones justas; y que además obligaría al rey a hacerse amigo de ellos. Macabeo asintió a todo lo que Lisias proponía, preocupado por el interés público; pues el rey concedió cuanto Macabeo había pedido por escrito a Lisias acerca de los judíos.
La carta escrita por Lisias a los judíos decía lo siguiente: «Lisias saluda a la población de los judíos. Juan y Absalón, vuestros enviados, al entregarme el documento copiado a continuación, me han rogado una respuesta sobre lo que en el mismo se significaba. He dado cuenta al rey de todo lo que debía exponérsele; lo que era de mi competencia lo he concedido. Por consiguiente, si mantenéis vuestra buena disposición hacia el Estado, también yo procuraré en adelante colaborar en vuestro favor. En cuanto a los detalles, tengo dada orden a vuestros enviados y a los míos de que los discutan con vosotros. Seguid bien. Año ciento cuarenta y ocho, el veinticuatro de Dióscoro.»
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