Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
Capitulo 11.
Misión de los dos testigos, 11:1-13.
El episodio de los dos
Testigos es uno de los más misteriosos del Apocalipsis. Sin embargo, si examinamos atentamente nuestro texto, veremos que San Juan ha querido contraponer el resultado de la actividad de los dos
Testigos a las calamidades del azote precedente. Se trata simplemente de la antítesis periódica que el autor sagrado suele colocar después del sexto momento de los septenarios. El procedimiento es semejante al del sexto sello, en donde el vidente de Patmos oponía la postración de los impíos heridos por grandes calamidades 1 a la seguridad y triunfo de los 144.000 y de la gran multitud que afluía continuamente al cielo2. La plaga desencadenada al toque de la sexta trompeta había llevado al colmo de la desesperación a los infieles, porque había hecho desaparecer un tercio de la humanidad. No obstante, esta justicia vengativa no había logrado convertir a los paganos 3. Aquí, en cambio, San Juan contempla la solicitud providencial de Dios sobre su Iglesia, simbolizada por los dos Testigos. El la protege continuamente y la conduce al triunfo a través de luchas y dolores. Este asombroso espectáculo de la Providencia divina produce sobre los enemigos de la Iglesia un efecto que no habían logrado conseguir las calamidades precedentes: les hace abrir los ojos y dar gloria a Dios 4. El alcance del oráculo del capítulo n no ha de ser restringido hasta ver en él únicamente una predicción de la suerte de Jerusalén y de los judíos. Así lo piensan algunos autores, que creen encontrar aquí un documento judío adaptado por San Juan a su finalidad teológica. Las razones en que se apoyan son diversas. El
templo de Dios es el de la ciudad de Jerusalén histórica, y no el templo celeste como en el resto del Apocalipsis. Jerusalén es llamada
la gran ciudad, expresión que en otros lugares del Apocalipsis designa a Roma5. También es llamada Jerusalén
la ciudad santa, que en otras partes se refiere a la Jerusalén celestial6. Los
habitantes de la tierra son los que habitan en Palestina, y no los moradores de todo el mundo, como de ordinario se dice en el Apocalipsis. Es posible que la toma de Jerusalén por los romanos en el año 70 haya proporcionado a San Juan los elementos para componer la escena. Pero ha de ser interpretada en un sentido espiritual y como aludiendo a un hecho universal7. El templo de Jerusalén es el símbolo de la Iglesia, que será perseguida por los gentiles, es decir, por el Imperio romano y por todos los demás pueblos paganos. Mas la Iglesia será preservada de todos los males futuros, que, si en algo la pueden tocar, será únicamente en su aspecto exterior.
1
Fueme dada una caña] semejante a una vara, diciendo: Levántate y mide el templo de Dios y el altar y a los que adoran en él. 2
El atrio exterior del templo déjalo fuera y no lo midas, porque ha sido entregado a las naciones, que hollarán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses. 3
Mandaré a mis dos testigos para que profeticen, durante mil doscientos sesenta días, vestidos de saco. 4
Estos son los dos olivos y los dos candeleros que están delante del Señor de la tierra. 5
Si alguno quisiere hacerles daño, saldrá fuego de su boca, que devorará a sus enemigos. Todo el que quisiera dañarlos morirá. 6
Ellos tienen poder de cerrar el cielo para que la lluvia no caiga los días de su ministerio profético y tienen poder sobre las aguas para tornarlas en sangre, y para herir la tierra con todo género de plagas cuantas veces quisieren. 7
Cuando hubieren acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo les hará la guerra, y los vencerá y les quitará la vida. 8
Su cuerpo yacerá en la plaza de la gran ciudad, que espiritualmente se llama Sodoma y Egipto, donde su Señor fue crucificado. 9
Los pueblos, las tribus, las lenguas y las naciones verán sus cuerpos durante tres días y medio y no permitirán que sus cuerpos sean puestos en el sepulcro. 10
Los moradores de la tierra se alegrarán a causa de ellos, y se regocijarán, y mutuamente se mandarán regalos, porque estos dos profetas eran el tormento de los moradores de la tierra. 11
Después de tres días y medio, un espíritu de vida que procede de Dios entró en ellos, y los hizo levantarse sobre sus pies, y un temor grande se apoderó de quienes los contemplaban. 12
Oí una gran voz del cielo que les decía: Subid acá. Subieron al cielo en una nube, y viéronlos subir sus enemigos. 13
En aquella hora se produjo un gran terremoto, y vino al suelo la décima parte de la ciudad, y perecieron en el terremoto hasta siete mil seres humanos, y los restantes quedaron llenos de espanto, y dieron gloria al Dios del cielo. San Juan tiene una visión en la cual se le entrega una caña para medir. Y una voz, probablemente la de Cristo, le ordena medir
el templo de Dios, el altar y a los que adoran en él (v.1). La acción simbólica prescrita al vidente es la misma que encontramos en el profeta Ezequiel 8. El profeta, que se encontraba en Babilonia, es trasladado en rapto a Jerusalén y ve a un ángel que medía el templo y la ciudad de Jerusalén en orden a su restauración. Isaías también anuncia que Edom será medido para reducirlo a la nada 9. Por donde se ve que medir puede significar la preservación o la destrucción. En nuestro texto del Apocalipsis se hace la medición en vista de una preservación de la destrucción 10. Es una acción de significado semejante a la de marcar a los siervos de Dios en sus frentes H. Aquí ya no se trata del templo celeste, ni del altar del cielo 12, sino del templo terrestre de Jerusalén, que representa a la Iglesia. San Juan mide simbólicamente a la Iglesia para su preservación. La acción de medir es equivalente al sellado preservativo de los 144.000. La parte del templo que es medida será preservada de la profanación. Las partes que mide Juan son el santuario, el altar de los holocaustos y el atrio en donde éste se hallaba, o sea toda la parte limitada por una barrera de piedra en donde se leía una inscripción, colocada en diversas partes de la barrera: Que ningún extraño (a la religión judía) entre en el interior de la barrera del cercado que rodea el santuario. El que sea sorprendido incurrirá por su propia culpa en la pena de muerte 13. El templo de Jerusalén, edificado por Heredes, tenía cuatro atrios con pórticos: el de los sacerdotes, el de los israelitas, el de las mujeres y el más exterior, que era el de los gentiles. San Juan recibe la orden de dejar sin medir
el atrio exterior y
la ciudad santa, es decir, Jerusalén, porque no serán preservados, sino entregados a los gentiles
durante cuarenta y dos meses, o sea durante tres años y medio (v.2).
¿Qué significa este número de
cuarenta y dos meses? La respuesta la daremos en seguida. Pero antes hemos de observar que esta cifra es barajada constantemente por el autor del Apocalipsis. La ciudad santa será profanada durante cuarenta y dos meses 14. Los dos Testigos profetizarán por un espacio de tiempo de mil doscientos sesenta días (v.3), ï sea durante cuarenta y dos meses. La Mujer del capítulo 12 se refugia en el desierto durante tres años y medio 15, es decir, un tiempo equivalente a cuarenta y dos meses. Esa misma Mujer, que representa a la Iglesia, será protegida por Dios en el desierto por
un tiempo, dos tiempos y medio tiempo 16, o sea por tres años y medio o cuarenta y dos meses. La Bestia blasfemará contra Dios y los santos cuarenta y dos meses 17. El libro de Daniel es el que nos da la clave para entender el significado del número cuarenta y dos meses o de tres años y medio, o también de un tiempo, dos tiempos y medio tiempo. El profeta nos habla de la persecución de Antíoco IV Epífanes, el cual desencadenó una terrible persecución contra la religión judía, y profanó el templo de Jerusalén durante
un tiempo, dos tiempos y medio tiempo 18, es decir, por un período de tres años y medio (desde junio del año 168 hasta diciembre del 165 a. C.). Desde entonces la cifra de tres años y medio se ha convertido en la duración tipo de toda persecución, de toda época de crisis. Por eso, San Lucas 19 y Santiago 20 se han servido de esta expresión tradicional para designar la duración de una sequía que, en realidad, sólo duró tres años 21. Esto significa que el número de tres años y medio sirve para simbolizar todo período de persecución contra la verdadera religión, durare lo que durare. Tres años y medio es un número imperfecto, pues constituye la mitad de una semana de años, o sea de siete años, que es el número de la perfección en el Apocalipsis. Indica, por consiguiente, que la persecución contra la Iglesia no llegará a destruirla, no alcanzará el objetivo que se proponían sus perseguidores 22.
Es muy posible que San Juan aluda a la profanación del templo de Jerusalén por las tropas romanas de Tito. Los zelotes habían convertido el templo en una fortaleza, en el cual resistieron desde el año 68 hasta el 70. Las legiones romanas lograron desalojarlos primeramente del atrio exterior, pero la resistencia de los zelotes fue terriblemente tenaz y encarnizada en los atrios interiores y en el santuario. Mucho antes, los romanos ya se habían apoderado de la ciudad santa de Jerusalén. Pero hemos de tener en cuenta que San Juan se sirve de estas imágenes de la Jerusalén terrestre para simbolizar la Iglesia y la persecución del Imperio romano contra ella. El templo y los adoradores preservados de la profanación significan la Iglesia, que, como institución eterna 23, será preservada de los asaltos de los perseguidores. Estos solamente podrán perseguirla y herirla en su estructura y en su aspecto exterior. Esto es lo que parecen significar los atrios hollados por las naciones. Que a su vez parece ser un eco de la profecía de Jesús sobre la destrucción de la ciudad santa de Jerusalén: Esta será hollada por los gentiles, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones. 24
Durante
mil doscientos sesenta días, o sea por un lapso de tiempo de tres años y medio, el Señor enviará dos
Testigos vestidos de saco, encargados de
profetizar (í.3) y predicar la penitencia. Su actividad apostólica dura tres años y medio, es decir, cuarenta y dos meses, que es el tiempo que dura la profanación del atrio exterior hollado por las naciones. Van
vestidos de saco, como los profetas del Antiguo Testamento, en señal de austeridad ante un mundo corrompido por el pecado. Su misión será, pues, una protesta continua contra la victoria aparente del mal 25.
Y profetizan, es decir, predican, como ya lo habían hecho los profetas antiguos, la penitencia, con el fin de excitar a los pecadores al arrepentimiento.
Se ha discutido mucho, ya desde antiguo, sobre la personalidad de estos dos Testigos. Los autores antiguos y medievales han identificado en su mayoría estos dos Testigos con Elías y Henoc. Otra interpretación, propuesta por Tyconius 26 y seguida por Alcázar, Bossuet, Swete, Alio, etc., ve en esos dos Testigos fuerzas colectivas de la Iglesia. Los dos Testigos representan, por consiguiente, a la Iglesia en su misión de dar testimonio. Este testimonio está simbolizado por dos testigos, en parte tal vez por referencia a la ley del
Deu_19:15 27, en parte también por correspondencia con la imagen de
Zac_4:2-14. El testimonio de la Iglesia, dado por sus mártires y confesores, por la palabra y la vida de todos aquellos en los cuales vive y habla Cristo, constituye una profecía continua, que dura a través de los 1.260 días del triunfo del paganismo28. Los dos Testigos apocalípticos representarían, por lo tanto, a todos aquellos que, en las persecuciones desencadenadas en tiempo de San Juan, darían testimonio de Jesucristo y de su Evangelio. Designarían la actividad apostólica y profética de la Iglesia durante la persecución. Para otros autores, en cambio, los dos Testigos de Dios representan a Moisés y Elías. Moisés, el profeta legislador, y Elías, el profeta debelador de la idolatría. Pero estos personajes estarían aquí como símbolos, el uno de la Ley y el otro de los Profetas. Serían los mismos que aparecieron en la transfiguración hablando con el Señor 29. La historia nos da bien a conocer cuál fue la vida de estos testigos, y cuan dura la lucha que tuvieron que sostener por la causa de Dios 30. Sin duda que el autor sagrado presenta los dos Testigos con los rasgos de Moisés y Elías, como se ve por los v.5-6. Pero esto es tan sólo un artificio literario, que no impide que esos dos Testigos descritos con los rasgos de Moisés y Elías designen a la Iglesia en su misión de dar testimonio. Esta nos parece ser la hipótesis que tiene mayor probabilidad, por estar en perfecta armonía con la temática del Apocalipsis. Mariana y algunos otros autores ven en esos dos Testigos a San Pedro y a San Pablo 31.
Los dos Testigos, que encarnan la acción de la Iglesia en medio del mundo pagano, son descritos bajo la imagen de
dos olivos y dos
candeleros, que están delante del Señor (v./j.). Esta imagen ha sido tomada de
Zac_4:11-14, en donde el profeta ve dos olivos que están al lado de un candelero y le suministran aceite. El candelero simboliza el templo de Jerusalén en construcción. Y los dos olivos son el sumo sacerdote Josué y el gobernador civil Zorobabel, que trabajaban unidos en la reconstrucción del templo y del pueblo de Dios. San Juan se sirve de esta visión de Zacarías para expresar realidades cristianas. Los dos
olivos y los dos
candeleros del Apocalipsis representan los intereses espirituales de la Iglesia. El Señor los ha armado de su poder para que puedan defenderse de sus enemigos y neutralizar los portentos del anticristo. Si
alguien quisiera dañarlos, saldrá fuego de su boca, que consumirá a sus enemigos (v.s), como hizo Elías con los enviados del rey Ocozías 32. También Moisés hizo que se abriera la tierra para que se tragara a Coré, Datan y Abirón, y consiguió que bajara fuego del cielo para abrasar a los doscientos cincuenta hombres que habían ofrecido el incienso 33. En la literatura apocalíptica judía se presenta asimismo al Mesías lanzando fuego de su boca contra sus enemigos 34. Fuego hay que tomarlo aquí en sentido simbólico, como lo exige el contexto: significa el efecto producido por la predicación de la Iglesia. En el Antiguo Testamento se compara a veces la predicación ardiente de ciertos profetas con el fuego. Porque habéis dicho todo esto exclama Jeremías mis palabras serán en vuestra boca fuego, y este pueblo cual montón de leña. Y los abrasará 35. Y el libro del Eclesiástico, refiriéndose precisamente al profeta Elías, escribe: Como un fuego se levantó Elías; su palabra era ardiente como antorcha 36. La comparación se asemeja bastante a la de los dos Testigos, considerados por el autor del Apocalipsis como dos
candeleros que con su palabra de fuego han de encender e iluminar al mundo 37.
El autor sagrado sigue aplicando a los dos Testigos datos tomados de Moisés y Elías. Como éste,
tendrán poder para
suspender la lluvia (v.6) y para hacerla caer 38. Aún más, tienen poder para convertir el agua en sangre, como Moisés en Egipto, cuando hizo desencadenarse la primera plaga 39, y para hacer venir sobre la tierra todas las plagas con que Moisés castigó al faraón hasta obtener la libertad de Israel. La acción bienhechora de los dos Testigos, lo mismo que la de Moisés y Elías, está ordenada al provecho del pueblo de Dios, del verdadero Israel. Ellos buscan con su predicación la manera más apropiada para defender a la Iglesia contra sus enemigos, que querían destruirla.
Los dos Testigos serán defendidos y protegidos por Dios hasta que logren llevar a feliz término su ministerio. Al fin, Dios permitirá que surja
una Bestia del abismo, es decir, una potencia extranjera antirreligiosa, que los perseguirá, los vencerá y les quitará la vida (v.7). Sin embargo, su victoria será momentánea40, porque Dios les hará revivir y reinarán con El para siempre 41. La Bestia que aparece por anticipación, sin haber sido presentada, simboliza el Imperio romano, y, más en particular, tal vez al emperador Nerón42, figura del anticristo y de todos los perseguidores de la Iglesia. San Juan describirá más en concreto, en los capítulos que siguen, las intervenciones de esta Bestia en contra de la Iglesia de Cristo. La Bestia debía de ser conocida de los lectores del Apocalipsis, ya que el autor sagrado nos la presenta precedida del artículo. La ve subir del abismo, porque es el infierno el que la suscita, o también del mar, porque representa al Imperio romano, y para el vidente de Patmos el poder de Roma procedía del lado del mar, es decir, de occidente. La imagen de esta Bestia está tomada del profeta Daniel, el cual nos presenta los imperios de Oriente bajo la figura de diversas bestias 43. Sobre todo nos pinta con muy vivos colores aquella cuarta bestia, terrible, espantosa, sobremanera fuerte, con grandes dientes de hierro, que devoraba y trituraba, y las sobras las machacaba con los pies.44 Esta bestia es el imperio seléucida, del cual salió un cuerno que hacía la guerra a los santos y los vencía45. Este no es otro que Antíoco IV Epífanes, el gran perseguidor del pueblo judío, que profanó el templo dedicándolo a Júpiter Olímpico.
La Bestia del Apocalipsis, como el cuerno de la cuarta bestia de Daniel,
hará la guerra a los dos Testigos, íos
vencerá y les quitará la vida. Con esto parece querer indicar San Juan que las persecuciones desencadenadas por el Imperio romano contra los cristianos vencerán aparentemente durante algún tiempo a la Iglesia. Los dos Testigos muertos son el símbolo de los cristianos martirizados durante las violentas persecuciones de Nerón y Domiciano 46. La Bestia, después de matar a los dos Testigos, deja abandonados sus cadáveres para mayor escarnio en medio de la ciudad, para que sean pasto de los perros y de las aves. Esta ciudad es designada con los epítetos de
gran ciudad, que espiritualmente se llama Sodoma y Egipto, donde su Señor fue crucificado (v.8). Es muy probable que dicha ciudad sea Jerusalén47; la Jerusalén que mata a los profetas y que apedrea a los enviados del Señor48. Así parece indicarlo San Juan al afirmar que es la ciudad en la que su Señor
fue crucificado. Se la designa despectivamente con los nombres de Sodoma, a causa de sus abominaciones y corrupción de costumbres, y de
Egipto, por ser la ciudad perseguidora y opresora de la Iglesia. Estos dos nombres son tipo de una ciudad malvada49, que pueden ser aplicados a cualquier urbe. Jerusalén, que había sido la ciudad elegida por Dios para poner en ella su morada, se había convertido en la ciudad deicida. Era el símbolo de la oposición al cristianismo. Por los Hechos de los Apóstoles y otros escritos del Nuevo Testamento sabemos cómo de Jerusalén salían órdenes, delegaciones de judíos y predicadores de la sinagoga, con el propósito decidido de combatir y destruir a la Iglesia naciente.
Sin embargo, a nuestro parecer, Jerusalén es aquí una figura simbólica como lo son también el templo y los dos Testigos que representa la Roma imperial, la gran Sodoma corrompida por innumerables crímenes, tipo del mundo en donde triunfan las fuerzas del mal. Esto se ve claramente en las secciones siguientes, en donde Roma es el centro de la persecución contra la Iglesia50. ¿Por qué entonces el autor sagrado, si alude a Roma, no emplea el nombre cifrado de Babilonia para designarla? Porque las visiones de
medición habían tenido por escenario Jerusalén. Porque para San Juan, Jerusalén era la gran
apóstata; y porque la destrucción de la ciudad el año 70 d.C. se mantenía viva en su memoria.
Los cadáveres de los dos Testigos permanecen insepultos tres
días y medio (v.6) en la plaza de la gran ciudad. Este lapso de tiempo simboliza la corta duración del triunfo aparente y efímero de la Bestia y de los pueblos paganos. La victoria durará justamente tantos días cuantos años duró la actividad victoriosa de los dos Testigos, es decir, que el triunfo será trescientas sesenta veces más breve que la duración de la misión de los dos Testigos. Con esto, San Juan quiere significar que el tiempo de ilusión de los que se figuran haber matado a la Iglesia es siempre muy corto.
Los dos Testigos muertos habían predicado no sólo al pueblo de Israel, sino también a las naciones todas, a las que anunciaban los juicios de Dios51. Por esto, los pueblos, las tribus, las lenguas y las naciones, es decir, el mundo infiel, se asocia a la obra de la Bestia,
no permitiendo que los cadáveres de los dos Testigos sean sepultados. Todos estos
moradores de la tierra expresión empleada por el Apocalipsis para designar a los enemigos de Dios y de su Iglesia se
alegrarán de ver muertos a los que los molestaban con su palabra. Y, en señal de alegría, se dan mutuamente el parabién (v.10). Los dos Testigos los atormentaban reprendiendo sus vicios y amenazándoles con los terribles juicios de Dios. Sus palabras eran como dardos encendidos que herían su vida disoluta. Ahora, la muerte de los dos Testigos será causa de gran regocijo, y se mandarán presentes entre sí como señal de victoria y alegría. En la muerte de los dos Testigos ven una prueba de que las divinidades no aprobaban su obra. Algo parecido hicieron los sacerdotes y escribas judíos a los pies de la cruz en el Gólgota 52. La duración de esta ilusión es, sin embargo, muy corta:
tres días y medio. Al cabo de estos tres días y medio,
un espíritu de vida que procede de Dios entra en ellos y les devuelve la vida (v.11). Es decir, resucitaron por la virtud de Dios, y sus enemigos pudieron contemplar el milagro. Entonces, ante semejante prodigio, los que los veían sintieron un gran temor. Y creció todavía más este temor cuando oyeron una voz que de lo alto los llamaba, diciendo:
Subid al cielo. Obedecieron y
subieron al cielo en una nube ante la mirada atónita de sus enemigos (v.12). Era el triunfo total de los dos Testigos. El mundo les había hecho la guerra, pero el Señor, cuya causa representaban en la tierra, había salido en su defensa y les había dado la victoria. La resurrección de los dos Testigos está descrita con palabras tomadas del profeta Ezequiel53. Este ve un campo cubierto de huesos secos, que en virtud de la palabra de Dios, predicada por el profeta, reviven y resucitan. La resurrección de estos huesos es una imagen de la resurrección del pueblo judío, es decir, de su restauración después del destierro babilónico. Por otra parte, el relato de la resurrección y ascensión de los dos Testigos parece inspirarse en la ascensión de nuestro Señor 54, en la historia de Elías 55 y en la leyenda judía de Moisés. Según Josefo Flavio 56, Moisés habría sido llevado al cielo en una nube desde las cercanías de Jericó 57. Los dos Testigos, que representan la Iglesia cristiana perseguida, vuelven como a encarnar a esos dos grandes personajes del Antiguo Testamento, que también habían tenido que sufrir por la causa de Dios. El triunfo de los dos Testigos coincide con la resurrección de los mártires, después de los tres años y medio de persecución 58. Simboliza la victoria de la Iglesia después de la persecución sufrida; e incluso podemos afirmar que simboliza el triunfo de la Iglesia después de cualquier persecución, porque, como decía Tertuliano, sanguis martyrum semen christianorum. Toda
resurrección de la Iglesia, toda nueva manifestación suya exterior, ha debido de sorprender y atemorizar al mundo pagano59.
Los v.11 y 12 forman como un paralelo implícito con el
milenio y ayudan a comprenderlo mejor.
El v.13 es digno de ser notado. El triunfo de los dos Testigos va acompañado de un grave
terremoto en la ciudad, que
destruye la décima parte de ella y mata hasta
siete mil seres humanos. Estas cifras son simbólicas, para significar que un gran número de personas de todas las clases sociales perecieron, en castigo por no haberse aprovechado del mensaje de los dos Testigos. El castigo, relativamente moderado si lo comparamos con los precedentes, manifiesta la bondad y la misericordia del Señor, que da tiempo a los restantes para convertirse. Los evangelistas también nos hablan de un temblor de tierra que tuvo lugar a la muerte de Jesús 60. Y en los profetas, las conmociones cósmicas suelen acompañar a los juicios divinos sobre Israel o sobre las demás naciones61. El castigo divino del que nos habla el autor del Apocalipsis produjo en las personas que no perecieron en la catástrofe gran
espanto. Y este terror fue el que les condujo al arrepentimiento y a la conversión. En efecto, los que se libran del castigo
dan gloria al Dios del cielo, es decir, que se convierten al monoteísmo, a la religión del verdadero Dios. La actitud de estos convertidos nos recuerda al pueblo que bajaba del Calvario hiriéndose el pecho y reconociendo su pecado después de haber contemplado el temblor de tierra y la muerte de Cristo 62.
La séptima trompeta: establecimiento del reino de Dios,Zac_11:14-19.
14
El segundo ¡ay! ha pasado; he aquí que llega el tercer ¡ay! 15
El séptimo ángel tocó la trompeta, y oyéronse en el cielo grandes voces, que decían: Ya llegó el reino de nuestro Dios y de su Cristo sobre el mundo y remará por los siglos de los siglos.16
Los veinticuatro ancianos, que estaban sentados delante del trono de Dios, cayeron sobre sus rostros y adoraron a Dios, diciendo: 17
Dárnoste gracias, Señor, Dios todopoderoso, el que es, el que era, porque has cobrado tu gran poder y entrado en posesión de tu reino. 18
Las naciones se habían enfurecido, pero llegó tu ira, y el tiempo de que sean juzgados los muertos, y de dar la recompensa a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y destruir a los que destruían la tierra. 19
Se abrió el templo de Dios, que está en el cielo, y dejóse ver el arca del testamento en su templo, y hubo relámpagos, y voces, y rayos, y un temblor y granizo fuerte. El segundo ¡ay! termina con la conversión de aquellos que habían sido librados del castigo, aunque propiamente sería mejor decir que el segundo ¡ay! es aquel que ha sido descrito en
Rev_9:13-19. San Juan anuncia a continuación que el tercer ¡ay! está a punto de llegar (v.14). Este corresponde a la séptima trompeta. Y tendrá su realización en la caída de Babilonia (Roma), narrada en el capítulo 17. Como la apertura del séptimo sello había sido la señal de la ejecución de los decretos divinos, así también el toque de la séptima trompeta traerá consigo la consumación. Esta se llevará a cabo durante el toque de la séptima trompeta; y comprenderá todo el período final, que será bastante largo. Durante este período se realizará
el misterio de Dios y se manifestará su soberanía efectiva.
San Juan, al percibir el sonido de la séptima trompeta, oyó decir en el cielo que todo había terminado. El vidente de Patmos, cuando habla de hechos cuya realización no ha tenido lugar en su tiempo, sino que se realizarán en el futuro, no los suele contemplar con sus ojos. Los conoce únicamente por haberlos oído. Los V.14-IQ son considerados por la mayoría de los autores como un intermedio y una anticipación a la descripción de la consumación anunciada por la séptima trompeta.
Al llegar la vez al séptimo ángel, éste
toca la trompeta y se oyen en el cielo grandes voces (v.15). Estas
grandes voces contrastan con el silencio impresionante que había seguido a la apertura del séptimo sello63. Estas voces tal vez sean las de los cuatro vivientes, que sostenían el trono de Dios ^4, ya que se hace mención de los veinticuatro ancianos, que suelen aparecer en unión con ellos. Esto se comprende todavía mejor si tenemos en cuenta que, a pesar del carácter flotante de las visiones, el fondo de la escena es siempre el mismo desde el capítulo 4 65. Las grandes voces que se oyeron en el cielo decían:
Ya llegó el reino de nuestro Dios y de su Cristo sobre el mundo y reinará por los siglos de los siglos (v.15). Esta expresión no significa que el reino de Dios y de Jesucristo vaya a empezar, sino que ya consiguió su fin: ha logrado establecerse ya para siempre. El futuro
reinara (âáóéëåýóåé) no puede significar aquí otra cosa que la continuación eterna de un reino, ya inaugurado, en toda su perfección y esplendor. Cristo había inaugurado este reino con su venida al mundo. Y ahora, aunque incipiente, se consolidará firmemente con el triunfo sobre los poderes de este mundo, representados por la Roma pagana y perseguidora. En adelante nadie podrá detener su expansión arrolladora. Y Dios reinará en su Iglesia por siempre jamás.
El anuncio del reino del Señor y de su Cristo, que aquí llevan a cabo las voces de los cuatro vivientes, nos introduce en el corazón de la segunda parte del Apocalipsis. Al llegar este momento del anuncio tan deseado en los cielos y en la tierra, los
veinticuatro ancianos se postran, como en la entronización del Cordero, y
adoran al Señor todopoderoso (v.16), dándole gracias por haber recobrado su poder y entrado en posesión de su reino (v.17). Por derecho natural, todo el universo y cuantos lo habitan, sin excluir los hombres, están bajo el poder soberano de Dios. Por algún tiempo Dios había permitido la rebeldía de los hombres, los cuales, en vez de reconocer a Dios como a su Señor y Hacedor, rendían culto a las obras mismas de Dios, trasladando a ellas los atributos divinos. Los ancianos dan por terminado todo esto. Dios ha recobrado su gran poder y ha entrado en posesión del reino que le tenían usurpado. Esta es la causa de que los veinticuatro ancianos entonen un himno de alabanza en el que cantan la intervención de Dios en el mundo con el fin de hacer triunfar definitivamente a su Iglesia. Dan gracias a Dios por esta suprema manifestación de su amor, de su gloria, y también de su justicia. En la fórmula
el que es, el que era, se omite la frase complementaria í
el que vendrá 66, porque el reino de Dios ya está presente, o porque para el autor sagrado es tan cierto su establecimiento que lo da ya por realizado. Es lo que anunciaba el ángel del capítulo 10:7 acerca de la consumación del
misterio de Dios. Se considera como realizado todo el contenido del libro de los siete sellos67.
El himno de los veinticuatro ancianos no sólo canta el poder y la gloria de Dios, sino también su
justicia, manifestada en contra de las naciones paganas. En el salmo 2
, el mundo rebelde se levanta contra Yahvé y contra su Cristo. Pero Yahvé se ríe de estas bravatas de los pobres mortales, y, usando de su autoridad soberana, entroniza a su Hijo en Sión, dándole por heredad los confines todos de la tierra. El Apocalipsis también nos recuerda que
las naciones se habían enfurecido contra la soberanía del Señor (v.18). Pero inmediatamente añade que llegó el tiempo de la ira justiciera de Dios contra ellas y el momento de devolverles lo merecido por las persecuciones desencadenadas contra la Iglesia y sus miembros. Por otra parte, es ya también hora de que
sean juzgados los muertos, de que se dé la
recompensa merecida
a los profetas o predicadores del Evangelio, que tanto han trabajado por la causa de Dios, de que se premie a
los santos que han muerto por Cristo, y a
los que temen al Señor, sean pequeños o grandes. Los que temen al Señor son los que reverencian su nombre y observan sus mandamientos. De esta manera Dios cumplirá la justicia que le pedían las almas de los mártires 68. Y deshará a los que destruían la tierra santa, es decir, su Iglesia.
El autor sagrado parece aludir aquí a una lucha entablada entre la Iglesia y los enemigos de ella. Y, en efecto, en los capítulos 17-18, San Juan describirá el castigo de la Gran Prostituta (Roma), que corrompía la tierra. Después hablará del exterminio de los gentiles 69 y de su juicio70. Todos estos sucesos son preanunciados en el v.18 del capítulo 11. Los vencedores en esta lucha están divididos en tres categorías: los profetas, que tuvieron gran importancia en la Iglesia primitiva; los santos, es decir, aquellos que sufrieron por el nombre de Jesús 71, y todos los que temen el nombre del Señor.
San Juan no alude en este pasaje al juicio final. Es muy posible que, siguiendo el ejemplo de los profetas, anuncie el establecimiento del reino de Dios sobre la tierra, con un juicio previo contra aquellos que antes le hacían la guerra72. En este juicio recibirán su premio todos aquellos que, en los tiempos pasados, fueron fieles a Dios y defendieron su causa, aun a costa de su sangre. La muerte de Cristo les abrió las puertas de la gloria. Con la implantación del reino de Dios en la tierra y con la perspectiva del triunfo de la Iglesia se termina esta sección profética del Apocalipsis. Los cristianos perseguidos han de regocijarse porque la victoria ya está al alcance de la mano.
La esperanza de triunfo de los fieles es corroborada por la apertura del
templo de Dios, que está en el cielo, dejándose así ver el
arca de la alianza (v.19). En adelante, Dios no estará separado de su pueblo, como sucedía en el Antiguo Testamento. Todos serán admitidos al santo de los santos del santuario celeste. De este modo se inaugura la vida de plena intimidad de los elegidos con Dios en el cielo. Esta es la nueva fase de triunfo inaugurada con la apertura del templo de Dios. El vidente de Patmos contempla en el cielo un templo semejante al que él había visto en Jerusalén, con su respectiva arca de la alianza. El arca de la alianza había sido el símbolo por excelencia de la presencia de Dios en medio de su pueblo y de la alianza entre Yahvé e Israel. También en el Apocalipsis el arca será el símbolo de la nueva alianza entre Dios y el nuevo Israel. Porque el arca es la imagen del Verbo de Dios, que se hizo carne y habitó entre nosotros.73 Según la tradición judía 74, el arca de la alianza volvería a aparecer cuando se restableciese el reino de Dios. El arca de la nueva alianza será prenda de una más estrecha vinculación de los fieles con Dios y de protección divina sobre su Iglesia.
Los
relámpagos, rayos, temblores, granizo y
voces son como las salvas con que la naturaleza saluda a su Señor al aparecer sobre la tierra para castigar a los enemigos de su Iglesia. Los signos que acompañan su aparición son semejantes a los que acompañaron la alianza del Sinaí. Las perturbaciones atmosféricas suelen acompañar a los momentos solemnes de alguna intervención de Dios en la historia, como si la tierra se hiciese eco de ella. El septenario de las trompetas termina como el septenario de los sellos 75, y, como sucederá con el septenario de las copas 76, con un terrible fragor de relámpagos, rayos, voces, granizo y temblores.
El v.19 forma como una transición entre la primera sección profética del Apocalipsis y la segunda. Y trata de explicar de qué manera se cumplió lo que se anuncia como la consumación del misterio de Dios y la llegada de su reino.