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Los pilares de la muralla de la ciudad están adornados de toda clase de piedras preciosas: el primer pilar es de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero de calcedonia, el cuarto de esmeralda, (Apocalipsis  21, 19) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



Capitulo 21.



La nueva Jerusalén, 21:1-22:5.
D espués de haber descrito el exterminio de todos los enemigos de Dios y la desaparición del mundo del pecado, el vidente de Patmos pasa a describirnos el triunfo de la Iglesia 1. En una gloriosa visión que contrasta fuertemente con la de la destrucción y humillación de Babilonia (Roma) 2, San Juan nos presenta a la nueva Jerusalén. Contempla a ésta descendiendo del cielo, vestida como una novia, porque representa a la Iglesia, a la Esposa del Cordero. En Rev_19:6-9 ya se había hablado de las bodas del Cordero con su Esposa la Iglesia.
La fase terrestre de la Iglesia parece haber terminado en la perspectiva del hagiógrafo, y entramos en la eternidad. Lo que era objeto de esperanza el vidente lo puso tantas veces ante los ojos de sus lectores para animarlos a sostener la lucha contra la Bestia se ha convertido ya en una gloriosa realidad. Esta última parte del Apocalipsis desarrolla una visión trascendente, que insiste especialmente sobre la fase definitiva, eterna, de la Iglesia, pero sin omitir el aspecto espiritual y permanente de su fase de formación en este mundo. Ambas fases están, por lo demás, totalmente fundidas entre sí en la visión. Pero, en el conjunto, la visión prescinde completamente del fieri y del factura esse. El Apocalipsis siempre presenta en estrecha unión el aspecto militante y triunfante de la Iglesia 3.
Esta última sección del Apocalipsis viene a ser una especie de síntesis de todo el resto del libro 4.
Se puede dividir en los puntos siguientes: 1) La Jerusalén celeste (Rev_21:1-8). 2) Descripción de la Jerusalén futura, Esposa del Cordero (Rev_21:9-23). 3) En ella todos encontrarán abundantes bendiciones y la bienaventuranza eterna (21:24-22:5).



La Jerusalén celeste, 21:1-8.
1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido; y el mar no existía ya. 2 Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, del lado de Dios, ataviada como una esposa que se engalana para su esposo. 3 Oí una voz grande, que del trono decía: He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres, y erigirá su tabernáculo entre ellos, y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos, 4 y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado. 5 Y dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí que hago nuevas todas las cosas. Y dijo: Escribe, porque éstas son las palabras fieles y verdaderas. 6 Díjome: Hecho está. Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Al que tenga sed le daré gratis de la fuente de agua de vida. 7 El que venciere heredará estas cosas, y seré su Dios, y él será mi hijo. 8 Los cobardes, los infieles, los abominables, los homicidas, los fornicadores, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte.

San Juan ha hablado en el capítulo anterior del estanque de fuego en donde serán atormentados eternamente los malos; pues bien, ahora, por una especie de contraposición, comienza a hablar con entusiasmo de la bienaventuranza de los elegidos en la creación restaurada. Una vez ejecutado el juicio final, se abre una nueva vida para los predestinados. Toda la naturaleza visible será renovada y transformada. Del mismo modo que, por el pecado del hombre, la naturaleza fue sometida a la maldición y a la corrupción 5, así también ahora, con la glorificación del hombre, será librada de la corrupción y pasará a un estado mejor 6.
El vidente de Patmos contempla un cielo nuevo y una tierra nueva (v.1). Esta idea es un tema apocalíptico7 que tiene también grandes resonancias en las esperanzas mesiánicas. El profeta Isaías anuncia para los tiempos mesiánicos la creación de cielos nuevos y una tierra nueva8. Y los apócrifos judíos hablan también de la aparición de un mundo nuevo que saldrá del caos del mundo antiguo 9. El Libro de Henoc afirma claramente: Y después de esto, en la semana décima., tendrá lugar el gran juicio eterno. Y el primer cielo desaparecerá y pasará, y un cielo nuevo aparecerá, y todas las potestades del cielo brillarán eternamente siete veces más. Y después de esto vendrán semanas numerosas, que transcurrirán innumerables, eternas, en la bondad y en la justicia, y desde entonces el pecado no volverá a ser nombrado nunca más10. Esta misma concepción se encuentra en el Nuevo Testamento. En este sentido nos dice la 2 Pe: Nosotros esperamos otros cielos nuevos y otra tierra nueva, en que tiene su morada la justicia, según la promesa del Señor. 11 El Apocalipsis, lo mismo que la 2Pe_3:13, entienden esta transformación de los últimos tiempos. Es algo parecido a la palingenesia, o nuevo estado de cosas, esperado por la literatura judía bajo el influjo de ciertos textos proféticos 12. Sin embargo, el Apocalipsis no enseña una destrucción o renovación real y material del mundo físico, sino que permanece en el campo del simbolismo. Lo que quiere decir San Juan es que, con el juicio divino purificador más poderoso que el mismo fuego , los cielos y la tierra quedarán tan puros que verdaderamente parecerán otros. Quedarán totalmente libres de los impíos y de los malvados, perseguidores de la Iglesia. Por consiguiente, los cielos y la tierra serán nuevos, porque quedarán purificados.
El apóstol San Pedro, naciendo alusión a la historia del Gen_1:9, dice que la tierra salió del agua, y luego con el agua del diluvio fue purificada 13. Pero los cielos y la tierra actuales están reservados por la misma palabra para el fuego en el día del juicio y de la perdición.14 El fuego es el elemento de mayor energía purificadora, y, siendo tal la corrupción de los cielos, mancillados con el culto idolátrico que les rinden los hombres, y de la tierra, manchada con tantas iniquidades como en ella se cometen, necesitan un elemento de una gran fuerza purificadora para limpiarlos 15.
San Pablo también espera una especie de nueva creación por la cual suspiran las criaturas, sintiendo como dolores de parto mientras llega la regeneración espiritual del hombre 16.
El mar, a imitación de la tierra, desaparecerá del mundo nuevo que surgirá después de la gran purificación del juicio final. La desaparición del mar es también un rasgo apocalíptico que se encuentra en la literatura judía. Los Oráculos sibilinos afirman: Y sucederá en el último período que el océano se secará.17. El mar, resto del caos primitivo acuático, Tehom-Tiamat18, morada de los monstruos marinos Tannim, Leviatan, Rahab y la Serpiente 19, que tan peligroso resultaba para los que tenían que atravesarlo, tenía mala fama entre los antiguos. El Dragón del capítulo 12 se apostó en la playa, junto al mar 20; y la Bestia de siete cabezas y diez cuernos salía del mar 21. Moisés, a la salida de Egipto, secó el mar Rojo para que pasase el pueblo de Israel. En el mundo nuevo que surgirá al final de los tiempos ya no existirá el mar.
Esta completa renovación del mundo exige que la nueva capital, la Jerusalén nueva, sea totalmente celeste. Por eso el autor sagrado dice que vio la ciudad santa descender del cielo del lado de Dios (v.2).
La presenta personificada bajo la figura de una novia ricamente ataviada. Se le llama ciudad santa porque en ella surgía el templo del único Dios verdadero. Y al mismo tiempo será nueva porque en ella ya no habrá ninguna cosa impura o profana. Jerusalén era el símbolo de la alianza de Dios con el pueblo escogido. La literatura rabínica habla de la existencia de un modelo de la ciudad de Jerusalén junto a Dios antes de que fuera fundada en la tierra 22. San Juan se sirve de esta creencia judía de una Jerusalén preexistente, que se manifestaría en los tiempos escatológicos, para describirnos una nueva Jerusalén totalmente espiritual, mansión de los elegidos. Hacia esta ciudad futura, ideal, se dirigían las miradas y las esperanzas, de los israelitas lo mismo que en Ezequiel 40-48 especialmente después de la destrucción de Jerusalén en el año 70. Jerusalén, en cuanto capital de la nación hebrea, viene a ser frecuentemente como la expresión del mismo pueblo. Y como Israel según la concepción de los profetas está íntimamente ligado con Yahvé por un vínculo conyugal, por eso se le llama Esposa de Yahvé 23. Esto mismo explica que en nuestro pasaje se dé a Jerusalén el nombre de esposa, en cuanto que representa al pueblo de Dios. En esta concepción profética se funda San Pablo para decir que Jerusalén es nuestra madre, porque representa al pueblo de los hijos de Dios, de los que creyeron en Jesucristo y aprendieron de El a llamar a Dios Padre. El mismo San Pablo considera a la Iglesia como Esposa de Cristo 24. Pues bien, San Juan extiende a la Iglesia triunfante lo que San Pablo dice de la Iglesia militante. Esta es la razón del lenguaje empleado en este pasaje, donde el autor sagrado ve a la Jerusalén glorificada que desciende del cielo ataviada como novia en el día de sus bodas. Con esta imagen se quiere expresar la alianza íntima e indisoluble del Cordero con su pueblo, con la Iglesia. Esta alianza íntima e indisoluble de Cristo con su Iglesia ya ha sido representada en el Apocalipsis bajo la imagen de unas bodas 25, pues Jesucristo es comparado en el Nuevo Testamento a un esposo 26, y la Iglesia a una esposa. 27 La esposa del Cordero que ve San Juan viene ataviada con sus mejores galas de novia, es decir, con la gracia y con las buenas acciones de los santos. Se dice, además, que la nueva Jerusalén baja del cielo porque ha de ocupar el sitio de antes en la nueva tierra una vez purificada de todas las impurezas que antes la tenían manchada 28.
Al mismo tiempo que ve esto San Juan, oye una voz fuerte que salía del mismo trono de Dios, pronunciada probablemente por algún querubín, que dice: He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres. (í.3). Es una alusión a la tienda o tabernáculo fabricado por Moisés en el desierto, dentro del cual habitaba Dios 29. La idea cumbre de la religión mosaica era la presencia de Yahvé en medio de su pueblo. Esta presencia de Dios se hace mucho más íntima en el Nuevo Testamento por la gracia de Jesucristo y por los sacramentos. El autor sagrado nos dice que Dios plantará su tienda (óêçíþóåé) entre ellos, haciendo un juego de palabras entre el término griego skéné, tienda, y la palabra hebrea Sekinah 30, que era el símbolo de la presencia de Yahvé en medio de su pueblo 31. La presencia de Dios entre los hombres expresa la idea de morada y de actividad que había comenzado a manifestarse por medio de la alianza de Yahvé con Israel en el Sinaí 32. La encarnación de Cristo mostró de un modo más pleno esa presencia de Dios entre los hombres y la espiritualizó 33. Pero todavía será más perfecta, definitiva y consumada al fin de los tiempos, cuando Dios habite y reine en medio de los elegidos en el cielo. Entonces sí que se podrá considerar a los bienaventurados como su pueblo, y a Dios llamarlo Dios con ellos, aludiendo a la profecía del Emmanuel, Dios con nosotros 34. Ezequiel también nos dice, hablando en nombre de Yahvé: Pondré en medio de ellos mi morada, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo 35. Y el mismo profeta, después de haber visto cómo Dios abandonaba el templo profanado por los babilonios 36 y la vuelta de Yahvé a su morada de Sión 37, nos dice que el nombre de la ciudad será Yahvé Sammak, Yahvé esta allí 38.
En el Antiguo Testamento se repite con frecuencia que Yahvé será el único Dios de Israel e Israel será el pueblo predilecto de Yahvé. Si Israel cumple los preceptos del Señor, Yahvé le defenderá de los enemigos y lo llenará de felicidades39. Pero si el pueblo pecaba y se apartaba de Yahvé, entonces Dios se retiraba de en medio de su pueblo 40. En la nueva Jerusalén, Dios habitará indefectiblemente en medio de los elegidos, que no provendrán únicamente de Israel, sino de todas las naciones de la tierra. En adelante ya no habrá distinción entre judío y gentil, sino que todos podrán entrar a formar parte del pueblo de Dios mediante la fe 41. La presencia continua e indefectible de Dios en medio de los elegidos traerá como consecuencia la exclusión absoluta de toda suerte de penalidades. Lo expresa el autor sagrado con expresiones muy gráficas: enjugara las lagrimas de sus ojos y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado (v.4). Este texto se inspira en el profeta Isaías, el cual dice: Y destruirá a la muerte para siempre, y enjugará el Señor las lágrimas de todos los rostros, y alejará el oprobio de su pueblo, lejos de toda la tierra42. Un nuevo orden de cosas será inaugurado. En él cesará toda miseria, y los elegidos serán colmados de felicidad en la nueva Jerusalén, porque la primera condición de la bienaventuranza es la exclusión de todo mal. Con esto comienza el reino de la alegría y de la felicidad. El Libro de Henoc también nos describe la felicidad del reino mesiánico en estos términos: Y la tierra quedará limpia de toda corrupción, de todo pecado, de todo castigo y de todo dolor, y no enviaré más (estos azotes) sobre la tierra hasta las generaciones y hasta la eternidad.43
Después el mismo Dios toma la palabra para dirigirse al vidente (v.5). Es la primera vez que en el Apocalipsis se dice expresamente que Dios toma la palabra. Esta intervención suprema de Dios se explica bien si tenemos en cuenta la gravedad de las últimas revelaciones con que termina el libro. Dios declara que todo será renovado: He aquí que hago nuevas todas.las cosas. De este modo anuncia la grande restauración de todas las cosas en Cristo 44. La renovación será tal y tan definitiva, que hará olvidar todo lo pasado. Así se realizarán las antiguas promesas hechas al vidente de Patmos en sus visiones pasadas 45. Esta promesa de la renovación total del orden humano y espiritual es ciertísima, pues así lo asegura el mismo Dios, cuyas palabras son fieles y verdaderas ^6. Y aunque el hecho todavía no se ha realizado, es tan cierto que se llevará a efecto, que ya se considera como realizado. Por eso, los designios de Dios son presentados como ya cumplidos, pues el alfa y la omega, el principio y el fin (v.6), ejecutará todo lo prometido desde la primera letra hasta la última. Dios es el que dirige la historia, y, por consiguiente, sabrá ordenar todas las cosas a su fin primario, que es a su misma glorificación y a la exaltación de su Iglesia. Todo comienza y termina en Dios, porque El es el Creador de todos las cosas, y todos los seres convergen ininterrumpidamente hacia El como a su centro y a su fin.
A los cristianos que se hayan mostrado valientes y hayan salido vencedores en las luchas pasadas 47, y a todo el que tenga sed, Dios les concederá bondadosamente derecho a la inmortalidad bienaventurada al lado de Jesucristo. Esto es lo que significa dar de beber gratis de la fuente de agua de vida. El que tenga sed designa a aquellos que sienten ansias de felicidad espiritual y cumplen los requisitos establecidos por Cristo y la Iglesia para obtenerla. Dios concede esa felicidad bienaventurada gratuitamente, en cuanto que es un don gratuito de Dios, y porque se conseguirá sin fatiga y sin sufrimientos en el cielo. Cristo apagará todos los deseos de los elegidos, dándose El mismo a ellos como fuente de bienaventuranza eterna. Esto se cumple ya en parte en este mundo cuando los cristianos reciben la gracia y los sacramentos 48; pero Dios los saciará todavía mucho más perfectamente en el cielo. Aquí alcanzará la promesa divina su más sublime realización cuando Dios comunique a sus fieles la vida feliz de que El goza. Entonces se realizará la perfecta adopción de los cristianos como hijos de Dios (v.v) que Cristo nos comunica ya en este mundo49. Porque en el cielo es donde entramos en posesión de aquella divina herencia, la cual sólo poseemos en esperanza en este mundo 50. Pero únicamente la obtendrán los vencedores en las persecuciones y en las dificultades de la presente vida y aquellos que hayan renunciado a todo lo de este mundo por amor de Cristo 51. éstos tales recibirán una magnífica recompensa en el cielo, y Dios será todo para ellos y ellos serán sus hijos 52. Esta promesa tantas veces anunciada en la Sagrada Escritura adquiere aquí su realización escatológica y definitiva.
Esta es la suerte feliz que aguarda a los cristianos vencedores. En cambio, los cristianos cobardes, que no se atrevieron a enfrentarse con la persecución, los infieles, los idólatras y, en una palabra, todos los malos serán terriblemente castigados (v.8). San Juan nos da una lista de aquellos que, habiendo cometido acciones abominables a los ojos de Dios, serán arrojados al estanque de fuego. En primer lugar se refiere a los cristianos remisos y cobardes que, al sobrevenir la persecución, no supieron luchar contra la Bestia y renegaron de Cristo. Vienen a continuación los infieles que han rehusado la fe, cerrando los ojos a la luz de la verdad y de la revelación 53. Muchos de éstos se han hecho abominables a los ojos de Dios por haberse entregado a vicios execrables e impuros, especialmente a los vicios contra la naturaleza 54. La perversión moral de estos viciosos viene a causar como mareo en aquellos que perciben su intolerable hedor. También los homicidas o asesinos, los fornicadores, los hechiceros que en sus artes mágicas se sirvieron del engaño, los idólatras y todos los embusteros, es decir, todos los mentirosos y falsos doctores que enseñaron doctrinas erróneas 55, serán castigados por Dios con la muerte eterna en el estanque de fuego y azufre. Esta muerte eterna es llamada aquí la segunda muerte por contraposición a la muerte primera o corporal, que se da cuando el hombre sale de este mundo.
Este pasaje del Apocalipsis puede considerarse como el eco de aquella afirmación de San Pablo en su 1 Cor: ¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios. 56



Descripción de la Jerusalén futura,Gen_21:9-23.
9 Vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, llenas de las siete últimas plagas, y habló conmigo y me dijo: Ven y te mostraré la novia, la esposa del Cordero. 10 Me llevó en espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, de parte de Dios, que tenía la gloria de Dios. ð Su brillo era semejante a la piedra más preciosa, como la piedra de jaspe pulimentada. 12 Tenía un muro grande y alto y doce puertas, y sobre las doce puertas doce ángeles y nombres escritos, que son los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel: 13 de la parte de oriente, tres puertas; de la parte del norte, tres puertas; de la parte del mediodía, tres puertas, y de la parte del poniente, tres puertas. 14 El muro de la ciudad tenía doce hiladas, y sobre ellas los nombres de los doce apóstoles del Cordero. 15 El que hablaba conmigo tenía una medida, una caña de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro. 16 La ciudad estaba asentada sobre una base cuadrangular, y su longitud era tanta como su anchura. Midió con la caña la ciudad, y tenía doce mil estadios, siendo iguales su longitud, su latitud y su altura.17 Midió su muro, que tenía ciento cuarenta y cuatro codos, medida humana, que era la del ángel. 18 Su muro era de jaspe, y la ciudad oro puro, semejante al vidrio puro; 19 y las hiladas del muro de la ciudad eran de todo género de piedras preciosas: la primera, de jaspe; la segunda, de zafiro; la tercera, de calcedonia; la cuarta, de esmeralda; 20 la quinta, de sardónica; la sexta, de cornalina; la séptima, de crisólito; la octava, de berilo; la novena, de topacio; la décima, de crisoprasa; la undécima, de jacinto, y la duodécima, de amatista. 21 Las doce puertas eran doce perlas, cada una de las puertas era una perla, y la plaza de la ciudad era de oro puro, como vidrio transparente. 22 Pero templo no vi en ella, pues el Señor, Dios todopoderoso, con el Cordero, era su templo. 23 La ciudad no había menester de sol ni de luna que la iluminasen, porque la gloria de Dios la iluminaba y su lumbrera era el Cordero.

El vidente de Patmos pasa ahora a describirnos el esplendor y la gloria de la nueva Jerusalén. La visión presente 57 es relacionada un tanto artificialmente con el septenario de las copas de Rev_17:155. Un ángel, probablemente el mismo que había mostrado a San Juan la gran Ramera y su ruina, le muestra ahora la Esposa del Cordero (v.q). Ambas figuras se oponen totalmente. Por un lado está la Esposa del Cordero, pura y virgen; por el otro esta la gran Ramera, llena de corrupción y de podredumbre. La Roma pagana, es decir, la gran Ramera, se vio de repente despojada de su soberanía y de su gloria humana y precipitada en la ruina; la nueva Jerusalén, o sea la Iglesia, fue, en cambio, levantada de la humillación en que la habían sumido las persecuciones a la gloria eterna. Esta será la Novia, la Esposa del Cordero que el ángel va a mostrar al vidente. Ya hemos dicho más arriba que en el Nuevo Testamento la Iglesia es llamada la Esposa de Cristo 58.
En esta visión, el simbolismo de la esposa es empleado de un modo un poco diverso del que encontramos en Rev_21:2-3. Mientras que en Rev_21:2-3 San Juan contempla a la nueva Jesuralén engalanada como una novia que va al encuentro de su novio, en Rev_21:9-10 se dice que la Esposa del Cordero es la ciudad santa de Jerusalén, que desciende del cielo. Y en los versículos siguientes se nos describe la hermosura de esta ciudad. Por consiguiente, en esta segunda visión se hace hincapié en la personificación de Jerusalén bajo la figura de una mujer. Se insiste en la idea de ciudad llena de hermosura; en cambio, en Rev_21:1-8, la nueva Jerusalén es considerada más bien como morada de felicidad para los que la habitan, pero sin insistir en la idea de ciudad en cuanto tal. En realidad, ambas visiones se completan mutuamente. Por eso no seguimos a la opinión de aquellos que consideran Rev_21:955 como un pasaje que no formaba parte primitivamente del capítulo 21 del Apocalipsis59. La imagen de una mujer-ciudad se emplea también en 4 Esd_10:25-27. San Juan en adelante ya no volverá a hablar de Jerusalén como Esposa del Cordero, sino de Jerusalén como ciudad.
El vidente de Patmos es transportado, como Ezequiel60, en espíritu a un monte grande y alto, y el ángel le mostró la ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo (v.10). La nueva Jerusalén será edificada sobre ese monte elevado. La ciudad santa será como la acrópolis del mundo nuevo, de la tierra nueva, fundada para la eternidad, la cual atraerá hacia sí a todas las gentes61. La descripción de esta ciudad, que viene a continuación, está inspirada en la descripción que hace Ezequiel de la Jerusalén ideal de los tiempos mesiánicos 62. Toda esta sección de Ap 21:9-22:5 contiene numerosas alusiones a Ez 40-48. El profeta Ezequiel es transportado también en espíritu a Jerusalén, edificada sobre un monte altísimo. Y un ángel, con instrumentos de medir, le fue mostrando todas las partes del templo. Describe sus puertas gigantes63 y un manantial que salía del mismo templo 64. La diferencia que existe entre Ezequiel y San Juan está en que el Apocalipsis se detiene principalmente en la descripción de la nueva Jerusalén, mientras que a Ezequiel le interesa más el templo. La razón de esto nos la da el mismo San Juan al decirnos que no vio templo en la nueva Jerusalén, porque el Señor, como el Cordero, era su templo 65.
Juan ve la nueva Jerusalén bajar del cielo envuelta en la gloria de Dios y brillante como jaspe pulimentado (v.11). Esta claridad de la Jerusalén celeste es la claridad misma de Dios, es el fulgor de su presencia 66, pues Dios habita en ella y la ilumina 67. El resplandor, comparable al de las piedras más preciosas, proviene de esta divina presencia; es una participación de la gloria de Dios que en ella mora. La hermosura de todas sus partes es el reflejo de la belleza espiritua de todos los que la habitan. La ciudad tenia un muro grande y alto (v.1a), como todas las ciudades antiguas. No se podía concebir en aquellos tiempos una ciudad sin murallas que le sirvieran de protección. Sin embargo, en este caso, el muro es puramente ornamental, pues no habrá peligro de ataques por parte de fuerzas enemigas. El muro de la ciudad tenía doce puertas, que llevaban por nombre los de las doce tribus de Israel, como sucedía también en la Jerusalén de la visión de Ezequiel68. Además, en cada puerta había un ángel, que tenía por misión vigilar la entrada y defenderla 69. Las puertas estaban distribuidas tres en cada uno de los puntos cardinales, de donde se infiere que la ciudad era cuadrada y que estaba perfectamente orientada (í.13). El muro constaba de doce hiladas, o doce cimientos, sobre los cuales se levantaba la muralla y la ciudad. Tal vez habría que concebir estos cimientos dispuestos en hiladas superpuestas y quizá un poco salientes. Cada uno de los cimientos llevaba el nombre de uno de los apóstoles del Cordero (v.14). La nueva Jerusalén, que es la Iglesia, está edificada, pues, sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, como decía también San Pablo 70.
El esplendor de la descripción de la ciudad está en armonía con la descripción del trono de Dios y la corte celestial en Ap 4-5. San Juan se inspira en Eze_48:30-35. Pero la descripción del Apocalipsis es más rica y más llena de colorido. Las doce puertas tienen relación, sin duda, con las doce tribus místicas que forman el Israel de Dios 71, el Israel espiritual, y expresan la idea de catolicidad. Los nombres de los doce apóstoles en las doce hiladas de los muros significan la parte que los apóstoles han tenido en la fundación de la Iglesia y destacan su apostolicidad. El autor sagrado ha querido mostrar con estas cifras y estas alusiones la unión existente entre el Antiguo y Nuevo Testamento. No son dos revelaciones, sino una sola y única revelación. Además, ha querido poner de relieve la universalidad, la catolicidad de la Jerusalén celeste.
A continuación San Juan describe las dimensiones de la Jerusalén celeste. La medición tiene por finalidad primordial el destacar la perfección acabada del plano de Dios y admirar su hermosura. Ezequiel nos ha dejado descritos los planos de la ciudad de Jerusalén de los tiempos mesiánicos y de toda la Tierra Santa 72. San Juan empieza, notando que el ángel que le hablaba tenia en sus manos una caña de oro para medir la ciudad (v.15). El intérprete de Juan tiene una caña de oro porque en la Jerusalén celeste no cabe otra cosa de menos valor. Tanto el profeta Ezequiel73 como el profeta Zacarías 74 nos presentan sendos ángeles con cañas de medir en sus manos para medir la Jerusalén mesiánica. El plano de la Jerusalén celeste era cuadrangular, lo que es un signo de perfección. La medida de su longitud como de su anchura, realizada por el ángel, resultó ser de 12.000 estadios, o sea de unos 2.200 kilómetros (v.16). El estadio era una medida de longitud de unos 185 metros, que, multiplicado por 12.000 estadios, da la cifra de 2.200 kilómetros ya indicados. Estas dimensiones astronómicas no nos han de extrañar si tenemos presente que aquí se mide la Jerusalén celeste, en donde han de morar con el Señor todos los ángeles y santos, que suponen millones y millones. Las cosas del cielo han de aventajar en mucho a las de la tierra. La cifra de 12.000 estadios es evidentemente simbólica, y corresponde al número de las tribus de Israel la Iglesia es el nuevo Israel , multiplicado por mil en signo de multitud. El autor sagrado, dándonos estas proporciones gigantescas, quiere destacar la grandeza de la nueva Jerusalén.
Lo más curioso en esta descripción es que la altura, la anchura y la longitud de esta ciudad son iguales. Sería difícil concebir o imaginar una ciudad que tuviera la misma anchura, la misma altura y la misma longitud. Tendría la forma de un cubo perfecto, con 555 kilómetros de alto, lo cual no es imaginable para una ciudad. Pero si una ciudad en forma de cubo perfecto no es concebible para nosotros, resulta una imagen muy apta para expresar el concepto de estabilidad y de perfección. Tanto más cuanto que el santo de los santos del templo de Jerusalén formaba un cubo perfecto 75. Con lo cual parece querer indicarnos el hagiógrafo que la Jerusalén celeste será el templo de Dios. También podría concebirse su forma como la de los famosos zigutar babilónicos, es decir, en forma piramidal. De todas maneras es conveniente tener presente que también la literatura rabínica exorbita las proporciones de la Jerusalén de los tiempos mesiánicos: se elevaría sobre el Sinaí y llegaría hasta el cielo, pidiendo a Dios sitio arriba, porque no cabía en la tierra 76.
La altura del muro era de 144 codos, que viene a dar unos 72 metros, lo que resultaría demasiado desproporcionado con la elevación de la ciudad (v.17). La cifra 144 codos corresponde también al número de las doce tribus de Israel elevado al cuadrado (12 X 12). La medida con que medía el ángel era medida humana, es decir, medida ordinaria, común entre los hombres cuando escribía San Juan 77. Por consiguiente, aunque las medidas eran tomadas por un ángel, no obstante están computadas según los cálculos ordinarios de los hombres 78.
La nueva Jerusalén estaba construida con materiales riquísimos, que sirven para darnos una idea de su hermosura y esplendidez. La ciudad era de oro puro, transparente como el vidrio puro (v.18). Era, por lo tanto, como un bloque de oro resplandeciente y translúcido. Los fundamentos del muro de la ciudad estaban adornados de toda clase de piedras preciosas (v. 19-20). La idea de una construcción con piedras preciosas puede provenir del profeta Isaías, el cual nos describe la gloria de la Jerusalén mesiánica en estos términos: Voy a edificarte sobre jaspe, sobre cimientos de zafiro. Te haré almenas de rubí y puertas de carbunclo, y toda una muralla de piedras preciosas*79. Cada una de las piedras preciosas de nuestro texto del Apocalipsis pudo tener en la mente de San Juan un sentido simbólico que hoy no se puede determinar con certeza. Los nombres de las piedras corresponden, en parte, a las que el sumo sacerdote judío llevaba en el pectoral 80 y a las que adornaban los vestidos del rey de Tiro según la descripción del libro de Ezequiel81. El jaspe debe de ser el jaspe verde 82. El zafiro era una piedra preciosa de color celeste. Por la descripción de Plinio 83 y de otros autores antiguos, parece deducirse que respondía al actual lapislázuli. La calcedonia es una piedra verde y tornasolada como el cuello de los pichones. La esmeralda es una gema de color verde. La sardónica es una variedad del ónice en el que el blanco se mezcla con el rojo. La cornalina es una piedra preciosa de color rojo cárneo. El crisólito es una piedra del color de oro. El berilo es una especie de esmeralda de color ligeramente verde-amarillo. El topacio es de color verde-dorado. La crisoprasa es una especie de ágata de color verde. El jacinto es una piedra preciosa de color violeta o rojo-amarillo. La amatista es una gema de color violeta 84.
En toda esta profusión de piedras preciosas y de colores, producidos por la claridad que difundía la gloria de Dios, han visto los Santos Padres la diversidad de los dones de gracia y la multiplicidad de las virtudes de los bienaventurados. El alma de todo cristiano que está en gracia, y sobre todo la de los bienaventurados, por su perfección, refleja y manifiesta la perfección de la gloria divina 85.
El muro de la ciudad estaba flanqueado por doce puertas, tres a cada lado. Cada una de las puertas era una perla (v.21). La literatura rabínica nos habla de perlas con una anchura y una longitud de treinta álamos, que Dios emplearía para construir las puertas de Jerusalén de los tiempos mesiánicos 86. Las tales puertas no se cerraban ni de día ni de noche (v.25), porque allí no había peligro de enemigos. Sólo podían entrar y salir por ellas los que estaban escritos en el libro de la vida que tenía el Cordero 87. La plaza, que debía de estar en medio de la ciudad, era de oro puro, brillante como el cristal. Sobre esta maravillosa y refulgente pavimentación de la plaza se levantaba el trono de Dios. Sabido es que en el siglo i el cristal era considerado como un objeto precioso por ser muy escasa su fabricación. En el tabernáculo construido por Moisés y en el templo de Salomón no entraban sino materiales preciosos. Pero todavía será mucho más en la ciudad celeste, contruida para manifestar la magnificencia divina para con los elegidos.
Fin esta maravillosa ciudad, San Juan no vio templo alguno, porque el Dios todopoderoso, con el Cordero, era su templo (v.22). Sorprende un poco esta constatación del vidente de Patmos, ya que antes nos ha hablado de un templo y de un altar en el cielo, en donde sus siervos, los elegidos, le dan culto día y noche 88. Juan empleó esta imagen tradicional para simbolizar diversas realidades. Pero cuando quiere expresar la gran realidad de la vida gloriosa en el cielo, esta imagen ya no le parece apropiada. El templo era el signo de la presencia invisible de Dios en medio de su pueblo 89. Mas en la nueva Jerusalén, Dios y el Cordero estarán presentes visiblemente y los bienaventurados verán a Dios cara a cara 90. Por consiguiente, no es necesario un templo, porque todo el cielo es un templo. La gloria conjugada de Dios y del Cordero lo llena todo. La Jerusalén celeste está inundada de la presencia inmediata de Dios y del Cordero, que constituyen su verdadero templo 91. El autor sagrado tenía posiblemente en el pensamiento aquel texto de Isaías: Ya no será el sol tu lumbrera, ni te alumbrará la luz de la luna. Yahvé será tu eterna lumbrera, y tu Dios será tu luz. Tu sol no se pondrá jamás y tu luna nunca se esconderá, porque será Yahvé tu eterna luz. 92
Dios y el Cordero son puestos en este pasaje en pie de igualdad como en otros lugares del Apocalipsis 93. De donde se deduce claramente que el Cordero es considerado por San Juan como una persona divina semejante al Padre. Los ciudadanos de la nueva Jerusalén están iluminados por el resplandor luminoso de Dios y del Cordero. Por eso, la ciudad no había menester de sol ni de luna que la iluminasen (v.23). Todas estas expresiones han de ser tomadas en sentido espiritual. Dios es el sol que ilumina toda la vida interior del cristiano y será la luz indefectible, la verdadera bienaventuranza de los predestinados.



En la nueva Jerusalén todos encontraran la bienaventuranza eterna, 21:24-22:5.
24 A su luz caminarán las naciones, y los reyes de la tierra llevarán a ella su gloria. 25 Sus puertas no se cerrarán de día, pues noche allí no habrá, 26 y llevarán a ella la gloria y el honor de las naciones. 27 En ella no entrará cosa impura ni quien cometa abominación y mentira, sino los que están escritos en el libro de la vida del Cordero. 22:1 Y me mostró un río de agua de vida, clara como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. 2 En medio de la calle y a un lado y otro del río había un árbol de vida que daba doce frutos, cada fruto en su mes, y las hojas del árbol eran saludables para las naciones. 3 No habrá ya maldición alguna, y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, 4 y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y llevarán su nombre sobre la frente. 5 No habrá ya noche, ni tendrá necesidad de luz de antorcha, ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará, y reinarán por los siglos de los siglos.

os v.24-27 están tomados de Isaías, el cual nos describe la gloria de la Jerusalén mesiánica con estas palabras: Las gentes andarán en tu luz, y los reyes, a la claridad de tu aurora. Alza los ojos y mira en torno tuyo: Todos se reúnen y vienen a ti; llegarán de lejos tus hijos, y tus hijas son traídas a ancas. Guando esto veas resplandecerás, y palpitará tu corazón y se ensanchará. Vendrán a ti los tesoros del mar, llegarán a ti las riquezas de los pueblos. Te inundarán muchedumbres de camellos, de dromedarios de Madián y de Efa. Llegarán de Saba en tropel, trayendo oro e incienso y pregonando las glorias de Yahvé. En ti se reunirán los ganados de Gedar, y los carneros de Nebayot estarán a tu disposición. Extranjeros reedificarán tus muros, y sus reyes estarán a tu servicio, pues si en mi ira te herí, en mi clemencia he tenido piedad de ti. Tus puertas estarán siempre abiertas, no se cerrarán ni de día ni de noche, para traerte los bienes de las gentes con sus reyes por guías al frente; porque las naciones y los reinos que no te sirvan a ti perecerán y serán exterminados. 94 El autor del Apocalipsis, inspirándose en estas imágenes de Isaías, nos describe la riqueza y el esplendor de la nueva Jerusalén, es decir, de la Iglesia; y la representa como una ciudad que recibe el tributo de todos los pueblos. La Iglesia está compuesta de hombres de todas las naciones 95 que se han convertido o se convertirán a la fe cristiana. La iluminación de las naciones y el homenaje de los reyes de la tierra (v.24) son imágenes isayanas 96, que significan la vocación y la salvación de los gentiles y la parte que habían de tomar en la vida gloriosa de la nueva Jerusalén. Sus puertas estarán abiertas continuamente, como invitación a todos los pueblos para que vengan a ella, pues nadie será excluido de esta santa ciudad, a no ser los impuros, los mentirosos y los que cometen abominaciones (v.23-27). Los verdaderos ciudadanos de la Jerusalén celeste serán los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero 97, es decir, los elegidos. A ella llevaran la gloria y el honor de las naciones, o sea todas las riquezas espirituales y todas las obras buenas de los que se salvan. Con estas imágenes, el autor sagrado quiere mostrarnos la universalidad o catolicidad de la Jerusalén celeste y, al mismo tiempo, su santidad, pues nada impuro, nada profano podrá entrar en ella 98.
La gloria que alumbra la ciudad de Dios no es otra cosa para San Juan que la lumbre de la gloria con que Dios se da a conocer a los santos y los beatifica. Y la luz que derrama el Cordero es la gloria que sobre los santos mismos derrama la humanidad glorificada de Jesucristo, la cual, después de la visión beatífica de la esencia divina, será lo que más aumente la gloria de los bienaventurados.

1 Ap 21:1-22:5. 2 Ap 17:1-18:24. 3 Cf. ?; 14:1-S; 15:2-4; 20:4-6. 4 E. B. allo, o.c. p.339-340. 5 Gen_3:17; Rom_8:19-23. 6 Hec_3:19-21; 2Pe_3:7-13. Cf. M. sales, o.c. p.67ó. 7 Cf. Rev_2:7. 8 Isa_65:17; cf. 66:22. 9 4 Esd_7:30-31. 10 Libro de Henoc 91:16-17. 11 2Pe_3:13. 12 Isa_65:17; Isa_66:22. Cf. Libro de Henoc 24:1-5; 39:4; 41:2; 45:4-5; 91:16; Jubileos 1:29; Apocalipsis de Baruc 32:6; 57:2; 4 Esd_7:31.' 13 Gen_6:6ss. 14 2Pe_3:5-7. 15 Cf. W. Watson, The New Heaven and the New Earth: The Expositor 9 (1915) 165-179; A. Colunga, El cielo nuevo y la tierra nueva: Sal 3 (1956) 485-492; M. García Cordero, o.c. p.214. 16 Rom_8:19-23. 17 Oráculos sibil 5:15 18 Gen_1:2. 19 Rev_12:3-4. 20 Rev_12:18. 21 Rev_13:1. 22 Apocalipsis de Bar_4:3-7; Bar_4:4 Esd_7:26; Esd_10:44-59. Cf. Libro de Henoc 90:28-29; A. Bail-Let, Fragments araméens de Qumrán: 2. Description de la Jérusalem Nouvelle: RB 62 (195S) 222-245. 23 Os 1-3; Jer_2:2; Jer_3:1-13; Ez 16. 24 Efe_5:25-32. 25 Rev_19:7-9; cf. 21:9. 26 Mat_9:15; Mat_22:2-14; Jua_3:29; 2Co_11:2. 27 Efe_5:25SS. 28 Cf. D. Yubero, La nueva Jerusalén del Apocalipsis, 21:15: CultBib 10 (1953) 359-362. ^ Exo_40:34-35- 30 La expresión Sekinah, muy empleada en la literatura judía, significa habitación, tienda, presencia. Proviene del verbo sakan: habitar. 31 M. García Cordero, o.c. p.21s; J. leal, La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento. I. Evangelios (Madrid 1961) p.814-815. 32 Exo_23:20-23; Exo_40:34-38. 33Jn_1:1 :14; Exo_17:22. 34 Isa_7:14; Isa_8:8. 35 Eze_37:27. 36 Eze_3:12; Eze_11:23. 37 Eze_43:1-5- 38 Eze_48:35; cf. 2 Grón 6:18; Zac_2:9. 39 Exo_6:7; Lev_26:11-12; Jer_38:33 (LXX); Zac_8:8. 40 Eze_11:22-23. 41 Rom 10:12-13; cf. Rev_5:10; Rev_7:15-17. 42 Isa_25:8; cf. 35:10; 65:17-19. 43 Libro de Henoc 10:22. 44 2Co_2:17; cf. Rom_8:1-23. 45 Cf. Rev_19:9; Rev_22:6. 46 Rev_3:14; Rev_19:11. 47 Rev_2:7.11.17.26; Rev_3:5.12.21 48 Jua_4:10.14; Jua_7:38. 49 Rom_8:23. 50 Rom_8:17; Gal_4:7. 51 Mt 19:27; Mar_10:28; Luc_18:28. 52 Sal 16:5-6; Mat_19:29; Luc_18:29; cf. 2Sa_7:14; 1Cr_17:13; 1Cr_28:6. 53 Cf. Rev_2:13; 2Sa_3:14; Rev_17:14. 54 Rom_1:25-27. 55 Rev_9:21; Rev_22:15; cf. Jua_8:44. 56 1Co_6:9-10. En el comentario que precede de Rev_21:1-8 hemos notado la relación existente entre ciertas imágenes de esta sección y algunas empleadas por el profeta Isaías. Hay ciertos autores que afirman tal vez con alguna exageración que la sección Rev_21:1-8 se inspira casi totalmente en el Deutero-Isaías. Con el fin de demostrar esta tesis, se establecen tablas comparativas que manifiestan bastantes coincidencias literarias: compárese Ap 21:1 conls 65:17; 51:6.10; Ap 21:2 conls 52:1; 61:10; 49:18; Rev_21:4 con Isa_25:8; Isa_65:19; Rev_21:5 con Isa_43:19; Rev_21:6 con Isa_44:6; Isa_55:1; Isa_49:10. Todos estos textos de Is aluden a la maravillosa restauración de la nueva Jerusalén. Igualmente en el Ap la sección 21:1-8 se refiere a la creación de la nueva Jerusalén después de las grandes pruebas de la persecución. 57 La visión de Ap ai.gss parece como una repetición de Apo_21:2ss. De ahí que haya autores que llegan a suprimir Rev_21:9-10 (cf. J. Comblin, La Liturgie de la nouvelle Jérusalem, Ap 21:1-22:5: EThL 29 f1953] P-8). Para otros, Rev_21:935 no pertenecería originariamente al capítulo presente del Apocalipsis. Las razones en que se apoyan son: el hagiógrafo empieza hablando de la nueva Jerusalén, como si todavía fuera desconocida para el lector, siendo así que ya la había descrito con los mismos términos en Rev_21:2-3. La descripción de la Jerusalén celeste de Ap 21:9-22:2 se inspira en Ezequiel, y coloca la ciudad en una perspectiva terrestre; en cambio, Rev_21:1-8 parece inspirarse en Isaías, y la ciudad es colocada en una perspectiva celeste (cf. M. E. boismard, L'Apocalypse ou Les Apocalypses de Saint Jean: RB 56 [1949J p.525). Estas razones, aunque tengan su valor, no nos parecen suficientes para afirmar que la sección Rev_21:933 no está en su lugar primitivo. 58 Cf. Ef 5:22-32. 59 Ciertos autores consideran Ap 21:9-22:9 como la continuación inmediata de Rev_19:10. Sería, pues, la réplica de la visión de Babilonia (Roma), la gran Ramera de Rev_17:1-19, lo. Los argumentos aducidos en favor de esta hipótesis son los siguientes: ambos pasajes tendrían la misma estructura literaria: comienzan de manera idéntica (Rev_17:1-3 = 21, 9-10); los dos relatos muestran interés particular por las cifras y los detalles; la conclusión también es semejante (Rev_19:9-10 =Rev_22:6-9). Tanto la visión de Babilonia (Roma) como la visión de la nueva Jerusalén se inspiran en Ezequiel (cf. M. E. boismard, a.c. 531-532). Apoyados en estas razones, ven en las dos visiones como un díptico que describiría el destino de las dos ciudades: de un lado, Babilonia, destinada a desaparecer; de otro, Jerusalén, que permanecerá por siempre. 60 Cf. Eze_40:2. 61 Isa_2:2-3; Miq_4:1-3; Eze_17:22. Cf. E. B. Allo, o.c. p.344- 62 Ez 40:2-43:12. 63 Eze_48:30-35. 64 Eze_47:1-12. 65 Rev_21:22. 66 Cf. Isa_60:1-2.19; Rev_21:23. 67 Isa_58:8; 2Co_3:18. 68 Eze_48:30-35. 69 Isa_62:6; Eze_48:31; cf. Gen_3:24. 70 Efe_2:20. 71 Rev_2:9-10; Rev_7:4-8. 72 ez 40-48. 73 Eze_40:3-5. 74 Zac_2:1-5. . 75 1Re_6:19s. 76 Cf. M. J. Lagrange, Le Messianisme chez lesjuifs p.199. 77 Cf. M. Del álamo , Las medidas de la Jerusalén celeste (Rev_21:16): CultBib 3 (1946) 136-138. 78 Cf. Rev_13:18. 79 Isa_54:11-12; cf. Tob_13:17. 80 Exo_28:17-21. 81 Eze_28:13. Cf. A. Vanhoye, L'utüisation du livre d'Ezéchiel dans l'Apocalypse: Bi 43 (1962)436-476. 82 Rev_4:3; cf. IsS4,12. 83 Hist.Nat.37- 84 Cf. A. Lentini, U ritmo Civis caelestis patriae e il De duodecim lapidibus di Amato: Benedictina 12 (1958) 15-26; L. Thorndike, De lapidibus: Ambix 8 (1960) 6-26. Consúltese Rev. d'Hist. Eccl. 55 (1960) 353-354; 56 (1961) 275-276. 85 Cf. 2Co_3:18. 86 Cf. Strack-Billerbeck, o.c. III p.85is. 87 Cf. Is52,i; Rev_13:8. 88 Rev_5:12; Rev_7:15; Rev_8:3; Rev_11:19; H.iSss; Rev_15:5ss; Rev_16:1.17. 89 Rev_7:15-17. 90 Rev_22:4. 91 M. García Cordero, o.c. p.221. 92 Isa_60:19-20. 93 Rev_7:9-12; Rev_14:4; Rev_22:1-3 94 Isa_60:3-7.10-12; cf. Sal_72:10.15. 95 Rev_7:9. 96 Is 65-66; cf. Zac_2:11; Zac_8:23; Dan_7:14. 97 Rev_20:12-15. 98 Isa_52:1; Me 7:2; Hec_10:14.28; Hec_11:8; Rom_14:14; Heb_10:29.


Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 21

VII. LA CONSUMACIÓN (21,1-22,5)

El «príncipe de este mundo» había sido juzgado ya por la primera venida de Cristo (cf. 12,7-12; Joh_16:11). Con la permisión de Dios (cf. comentario a 13,7) había podido todavía en un intermedio histórico (cf. 12,12) hacer la tentativa desesperada de mantenerse todavía en la anterior posición de poder; con ello la historia del mundo había caído en notable confusión y había impedido sensiblemente los efectos de la acción redentora de Cristo sobre las condiciones de la sociedad humana.

Con la segunda venida de Cristo cambia esta situación. Los cómplices de Satán y sus adeptos habían sido ya capturados anteriormente (cf. 19,205); ya no ejercen el menor influjo sobre el transcurso de la historia del mundo. A Satán mismo se le impide también definitivamente continuar su obra tras una última y vana tentativa (cf. 20-7-9; desde ahora ya no está su puesto en la tierra, sino para siempre en el lago de fuego (cf. 20,10). El mundo de antes, gravemente afectado por el pecado y sus consecuencias, se desvanece (cf. 20,11); entre los hombres se ha llevado a cabo en el juicio final la separación de buenos y malos (cf. 20,12-15).

La purificación de la historia del mundo en el juicio final y la disolución del antiguo cosmos tienen como objetivo dejar el paso libre para la nueva creación y la nueva humanidad. Consiguientemente, todos los cuadros que siguen están bajo el lema «Mirad, todo lo hago nuevo» (V. 5).

Con la acción redentora, el «Cordero como degollado» (5,6) había tomado enérgicamente en su mano la suerte del mundo de Dios; ahora bien, esta victoria del «león de la tribu de Judá» (5,5) sólo ahora se manifiesta en todo su alcance. El mundo nuevo, que no está ya obscurecido por ninguna sombra de imperfección y de caducidad, sale ahora a la luz; surge la nueva humanidad, que no conoce ya pecado ni, por consiguiente, ninguna clase de dificultades.

1. VISIÓN INTRODUCTORIA (21,1-8)

1 Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar no existe ya. 2 Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo de parte de Dios, preparada como esposa ataviada para su esposo.

Los dos primeros versículos indican solemnemente el punto culminante de todo el libro, la consumación del misterio de Dios (cf. comentario a 10,7); en el tenor verbal se atienen muy de cerca a palabras de promesa de la profecía veterotestamentaria (cf. Isa_65:17; también 66,22). A manera de epígrafe anuncian el tema de la última visión del libro: el mundo nuevo y la nueva Jerusalén.

La descripción de esta visión no comienza hasta el versículo 9; va precedida de una introducción relativamente larga (21,3-8), también en forma de visión, que tiene por objeto resaltar la importancia y significado de la subsiguiente relación en imágenes y de dar ya anticipadamente, a manera de prólogo, una interpretación del sentido encerrado en ella. Al viejo mundo ha sucedido una tierra completamente nueva, y un nuevo firmamento se extiende sobre ella (cf. Gen_1:1); nada queda ya de la primera creación. Se indica expresamente que el mar ha desaparecido; es que el mar se consideraba como el último resto del caos primordial (cf. Gen_1:2; cf. también comentario a 13,1).

La forma que asume el mundo nuevo es la de la Jerusalén celestial. El cielo de Dios le da figura concreta; ahora están totalmente interpenetrados el ámbito de vida humano y el divino; la tierra y el cielo forman una unidad. Por medio de conceptos figurativos, tomados del Antiguo Testamento, se explica todavía más en detalle lo que esto quiere decir. La totalidad del cosmos queda incorporada al cielo de Dios, lo cual se representa con la imagen del descenso de la ciudad santa de Dios a la tierra (cf. 3,12). Esta lleva el nombre simbólico de «La nueva Jerusalén». Esta tiene todavía algo en común con la Jerusalén de la tierra, la ciudad del templo del Antiguo Testamento, en cuanto que la presencia de Dios que se manifestaba en forma de nube en el lugar santísimo de su templo, ha dejado ahora de ser mero símbolo para convertirse en plena realidad; se ha realizado ya el signo de promesa del Antiguo Testamento. No es que la antigua Jerusalén se haya transformado y transfigurado para siempre en una nueva forma gloriosa; ha sido reemplazada por algo totalmente nuevo: «La nueva Jerusalén» es, en su mismo ser, una realidad trascendente que desde toda la eternidad había existido en Dios 80.

En la segunda imagen, la de la esposa, se pone esta nueva Jerusalén en relación con la Iglesia de Jesucristo. La imagen de los que siguen al Cordero en el monte de Sión (14,1-5) había representado ya también a la Iglesia desde dentro en su unión por gracia con el Señor glorificado, como una comunidad santa, pero en las condiciones de la antigua tierra; ahora, en la nueva tierra, vienen a expresarse, incluso en su figura externa, su riqueza interior y su belleza sobrenatural; en la realidad de la nueva creación celebra el pueblo de Dios «las bodas del Cordero» (cf. comentario a 19,7).

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80. Cf. Gal_4:26; Hab_12:22; 4Ezr_7:26 y passim, Ap de Henoc 53,6; 90, 28 ss.

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3 Y oí una gran voz que procedía del trono, la cual decía: «Aquí está la morada de Dios con los hombres, y morará con ellos, y ellos serán sus pueblos, y Dios mismo con ellos estará.

La nueva realidad se sigue interpretando todavía en dos grupos de dichos, una vez más formados por palabras e imágenes del Antiguo Testamento.

El primero que habla, «una gran voz que procedía del trono» (cf. 19,5) declara que ahora ya se han cumplido las promesas de una nueva y perfecta comunidad de vida con Dios, que se habían hecho al primer pueblo de la alianza 81. Se ha verificado ya lo que el tabernáculo y el templo habían presentado como tipo y figura al pueblo de Dios, así como lo que había significado como esperanza; Dios ha abierto el lugar santísimo del templo (cf. comentario a 11,19) para la humanidad entera. El verdadero Israel, la alianza eterna son ya realidad.

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81. Cf. Lev_26:11 s; Eze_37:27; Zec_8:8.

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4 »Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y la muerte ya no existirá, ni llanto, ni lamentos, ni trabajos existirán ya; porque las cosas primeras ya pasaron.»

Cuando Dios viene a ser real y verdaderamente vivencia inmediata para hombres, con ello queda excluido todo lo que menoscaba la felicidad de tal realización. La antigua forma de la existencia del hombre, que por la maldición del pecado estaba marcada con toda suerte de molestias y de sufrimientos, de dolores y de lamentaciones, de estrechez y de muerte, ha desaparecido definitivamente con el viejo mundo (cf. comentario a 7,16s).

5 Y dijo el que estaba sentado en el trono: «Mirad, todo lo hago nuevo.» Y dice: «Escribe; porque éstas son las palabras fidedignas y verdaderas.»

Una segunda voz continúa la interpretación, y esta vez habla Dios mismo. Por lo demás, ésta es la primera y única vez que el Apocalipsis presenta a Dios tomando directamente la palabra. La primera palabra de Dios en la Biblia es: «¡Hágase!» (Gen_1:3); aquí está su última palabra; repite aquella primera, consumando lo que con ella había sido sacado a la existencia: «Mirad, todo lo hago nuevo.»

6a Y me dijo: «¡Hecho está! Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin.

Cuando habla Dios se produce algo; su palabra es acción (cf. Isa_55:11). Por eso se dice: «Hecho está»; se han hecho, realizado las palabras cuya fiabilidad se acababa de atestiguar. Como en la primera creación (Gen_1:3b.6b, etcétera), también en la nueva creación se verificará la palabra de Dios. En el Eterno, no hay separación temporal entre el principio y el fin del mundo; él, el Creador, es al mismo tiempo su consumador; él se halla en su comienzo, y él es también su meta final; este hecho vuelve a expresarse y fijarse con la fórmula figurada del alfa y la omega (cf. 1,8).

6b »Al que tenga sed, le daré yo gratis de la fuente del agua de la vida. 7 El que venza, heredará estas cosas. Yo seré su Dios, y él será mi hijo. 8 Pero la parte de los cobardes, incrédulos, culpables de abominación, homicidas, fornicarios, hechiceros, idólatras y de todos los embusteros, será en el lago que arde con fuego y azufre. Esta es la segunda muerte.»

El destino final de la creación, el nuevo mundo adopta finalmente una forma personal para cada uno. Quien quiera pertenecer a este mundo nuevo, no debe perder el ansia por él 82. El impulso de la esperanza cristiana supera las etapas de sed, sin sucumbir a la tentación de apagar en las fuentes del mundo la sed de felicidad y de bienaventuranza. Sólo en la consumación todavía oculta, pero que con toda certeza ha de tener lugar, quedará satisfecha el ansia del corazón humano (cf. comentario a 7,17). Este estado final colmado se otorga «gratis» al que lo alcanza, es decir, como don gratuito de Dios; nadie puede merecerlo en sentido estricto.

Y, sin embargo, depende también del esfuerzo personal de cada uno; sólo quien lucha hasta el fin y sale victorioso en el combate de la vida de fe, cumple la condición necesaria para hallar la plena satisfacción de su propio ser en la comunión bienaventurada con Dios. Como al final de cada una de las siete cartas, también aquí, en el prólogo de la última visión, se halla una sentencia sobre el vencedor (cf. comentario a 2,7); tanto aquí como allí significa una apremiante amonestación. En las siete cartas, las sentencias sobre el vencedor prometen idénticamente con imágenes variadas la consumación bienaventurada; aquí se emplea la imagen de una herencia que pasa del padre al hijo. Dios adopta como hijo al que da buena prueba de sí mismo, y lo instituye heredero de todas sus posesiones 83.

Una amenaza dirigida a los que fallan cierra las palabras de Dios: anuncia la suerte de aquellos que en lugar de vencer se dejan vencer como cobardes. En forma de un catálogo de vicios se enumeran las diferentes posibilidades de fracaso 84, aunque sin pretender ofrecer una lista completa. En cabeza están los cobardes y los incrédulos; los que por condescendencia temerosa o falta de principios quiebran la fidelidad a Dios y los que por soberbia intelectual no quieren reconocer a Dios. Las restantes transgresiones morales aquí mencionadas se compendian al final bajo el calificativo general de «embusteros». La falsedad de pensamientos, palabras y obras revela la afinidad de espíritu con el «padre de la mentira» (cf. Joh_8:44) y merece por tanto la suerte de éste, la «segunda muerte» (cf. comentario a 20,14). La promesa de la vida eterna se subraya una vez más mediante este contraste con la amenaza de muerte eterna. Con objeto de poner en guardia se repite todavía dos veces más esta conminaci6n (21,27; 22,15).

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82. Cf. Mat_5:6; Joh_4:10.14; Joh_7:37 s.

83. Cf. 2Sa_7:14; Rm 8.17; Gal_4:7.

84. Cf. Rom_1:29-31; Gal_5:19-21 y passim.

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2. VISIÓN DE LA CREACIÓN CONSUMADA (Gal_21:9-22, 5)

También la descripción de la creación consumada debe contentarse con las posibilidades de representaci6n gráfica que ofrece la experiencia humana en este mundo; con ellas procura el vidente dar una idea, aunque únicamente analógica, por lo menos en cierto modo concreta y sugestiva. En tres cuadros de magnífico colorido -el aspecto exterior de la nueva Jerusalén (Gal_21:5-21, 21a), su interior ( Gal_21:21b-27), el nuevo Paraíso (Gal_22:1-5)- se despliega el estado final, perfecto y beatificante del mundo y de la humanidad. Esta última descripción del Apocalipsis es la más extensa de todo el libro; se tiene la sensación de que el vidente casi no se resigna a abandonar este espléndido cuadro final de paz, de gozo y de dicha bienaventurada, del que todavía se proyecta una luz transfigurante de esperanza incluso sobre las visiones de horror descritas anteriormente. La descripción del cuadro utiliza de nuevo en gran parte motivos tradicionales tomados de las visiones proféticas del Antiguo Testamento referentes al futuro, sobre todo en Ezequiel e Isaías.

En su estructura formal sigue la visión el modelo de la visión de la ciudad mundana de Babilonia (17,1-6), y en cuanto a su contenido discurre paralelamente a ésta, aunque en sentido contrario.

a) La nueva Jerusalén (21,9-27)

9 Y vi uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas finales, y habló conmigo, diciendo: «Ven; te mostraré a la desposada, la esposa del Cordero.» 10 Y me llevó en espíritu a un monte grande y elevado, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, de parte de Dios.

La introducción coincide casi literalmente con la de 17,1-3. De nuevo es uno de los siete ángeles de las copas el que aquí, como allí, transmite a Juan la visión en un rapto. Allí se hablaba del desierto, aquí de una elevada montaña, desde la cual se muestra al vidente, como en otro tiempo a Moisés la tierra prometida (Deu_32:40), el pleno cumplimiento de aquella promesa veterotestamentaria. Allí la meretriz montada sobre la bestia era el símbolo de la apostasía de Dios y de su Mesías, aquí la esposa, a la que el cordero ha conducido al banquete nupcial, es el símbolo de la más íntima comunión de vida entre Cristo y su Iglesia (cf. comentario a 19,7s); aquí la elegida, allí la reprobada. Allí se interpretaba al final a la meretriz en el sentido de la «gran ciudad» del Anticristo (17,18); aquí se identifica la esposa con «la ciudad santa, Jerusalén».

11 Y tenía la gloria de Dios. Su resplandor era semejante a piedra preciosísima, como a piedra de jaspe que emite destellos cristalinos.

Desde ahora, la imagen de la esposa desaparece, pasando a primer término la de la ciudad, que ahora viene mostrada a Juan, como ya en otro tiempo a Ezequiel (Eze_40:2 ss). La antigua Jerusalén, la ciudad en cuyo templo estaba Dios presente a su pueblo elegido, se entiende totalmente en sentido espiritual, para simbolizar la existencia eterna gloriosa de la humanidad redimida, a la que ahora se revela Dios tal como es.

Desde la primera aserción se menciona ya lo esencial; destaca como lo propio y esencial de toda la ciudad lo siguiente: la gloria de Dios reside en ella; no hace ahora su entrada en ella como en Ezequiel (cf. Eze_43:2-5), sino que le pertenece por esencia. El cielo de Dios es la experiencia vivida de su gloria.

La impresión de conjunto de la ciudad, totalmente penetrada de la gloria de la esencia divina, es la misma que la de la manifestación del propio Dios (cf. comentario a 4,3); así, una y otra vez es el mismo el medio de representación gráfica: el diamante que centellea con todos los colores de la luz del sol (cf. 4,3).

12 Tenía una muralla grande y elevada, en la que había doce puertas, y sobre las puertas, doce ángeles, y nombres escritos encima, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel. 13 A Oriente, tres puertas; al Norte, tres puertas; al Sur, tres puertas, y a Occidente, tres puertas. 14 La muralla de la ciudad tenía doce bases, y sobre ellas, doce nombres, los de los doce apóstoles del Cordero.

Después de haberse definido primeramente con claridad el verdadero objeto de la imagen y fijado el centro de gravedad de ]a entera visión, se puede pasar ya, a fin de dar mayor profundidad a la impresión, a la descripción del precioso marco del conjunto. Como en otro tiempo a los peregrinos que en las fiestas se acercaban a la ciudad santa les aparecía Jerusalén desde lejos como un único y sólido baluarte rodeado de sus murallas, almenas y robustas puertas, así ve también Juan la nueva Jerusalén sólo como desde lejos y la describe también primeramente desde fuera.

En primer lugar llama la atención la muralla que da la sensación de una unidad compacta que mira al interior y carece de comunicación hacia fuera; separa el interior del exterior (cf. comentario a 21,27 y 22,15). En la dirección de cada uno de los cuatro puntos cardinales (cuatro = el número simbólico del cosmos) tiene tres aberturas, tres puertas (tres = número simbólico de lo divino). Sobre las doce puertas, están, como haciendo guardia, doce ángeles (doce = número simbólico de la consumación de la historia de la salvación; cf. Isa_62:6). Pero la muralla no tiene ya por objeto, como en las ciudades de la primera tierra, proteger a sus habitantes contra los enemigos. La nueva Jerusalén es una ciudad con las puertas abiertas (cf. 21,25); invitan a entrar en la radiante magnificencia, que brilla desde lejos como promesa, y a disfrutar de la bienaventuranza del encuentro con el Dios viviente.

Sobre cada puerta está escrito, como en Ezequiel ( Eze_48:31-34) el nombre de una de las doce tribus de Israel, y sobre cada una de las piedras fundamentales que, como basamentos, sostienen y mantienen en cohesión la muralla, el nombre de uno de los doce apóstoles de Cristo (cf. Mat_10:2; Eph_2:20). Una vez más se muestra con toda claridad la unidad del pueblo veterotestamentario y neotestamentario de la salvación; además, el número doce subraya todavía que en esta ciudad se han cumplido todas las promesas hechas a Israel, que la Iglesia ha recibido de éste como su heredera.

13 El que hablaba conmigo usaba como medida una caña de oro para medir la ciudad, sus puertas y su muralla. 16 La ciudad está asentada en forma cuadrangular, y su longitud es tanta como su anchura. Y midió la ciudad con la caña, y tenía doce mil estadios. Su longitud, su anchura y su altura son iguales. 17 Y midió la muralla y tenía ciento cuarenta y cuatro codos, según la medida humana, que era la del ángel.

El número básico de doce se repite también en las medidas que sin duda se indican con objeto de dar una impresión de la forma y la extensión de la «ciudad santa, Jerusalén» (v. 10). Ahora bien, las dificultades que resultan cuando se intenta formarse una idea espacial a base de los datos, indican suficientemente que al que relata no le interesa tanto la imagen en cuanto tal, sino que más bien tiene importancia para él el contenido simbólico. La medición sirve aquí para fines muy distintos de los que tenía la descrita en 11,1; además, ahora se lleva a cabo, contrariamente a aquella, con una medida adecuada a la realidad celestial («de oro»; cf. comentario a v. 18). Pero, dado que se trata de dar a hombres en la tierra una idea de aquella realidad transcendente, debe el ángel, como se hace notar expresamente, servirse de medidas corrientes entre los hombres; esto quiere decir, al mismo tiempo, que la realidad supraterrestre no se puede representar adecuadamente con estos medios.

La ciudad es de planta cuadrangular; además, es tan alta como ancha, por lo cual tiene la forma de un cubo, como el lugar santísimo del tabernáculo y más tarde también en el templo. El cuadrado y el cubo eran en la antigüedad símbolo de perfección. Gran importancia tiene la semejanza con el lugar santísimo; en efecto, el vidente describe aquí el arquetipo y la realización de lo que en el templo de Israel sólo había existido como copia y al mismo tiempo como promesa, a saber, la verdadera morada de Dios y su presencia inmediata en medio de su pueblo, con la que ahora ya han llegado a su meta las antiguas promesas de salvación.

Conforme a la medida de las aristas, doce mil estadios (un estadio = 177,6 metros), resultaría un cubo de enormes dimensiones (unos 2.000 km de alto y de ancho); con esto se trataba de expresar no sólo la absoluta proporción y perfección («doce»), sino también la inmensidad («mil») de la nueva realidad, en la que Dios mismo lo es todo en todo» (cf. 1Co_15:28). En los datos sobre la altura de la muralla está contenido también el simbólico doce al cuadrado; así pues, también la muralla es en sí acabada y está adaptada convenientemente al conjunto; su altura es tan diminuta en comparación con la ciudad (70 m), que en la imagen total resulta verdaderamente insignificante, y el visitante escasamente habría podido distinguirla desde lejos. Y sin embargo, precisamente la muralla ha sido descrita ya con tanta minuciosidad (v. 12-14), y más adelante vuelve a atraerse todavía la atención sobre ella (v. 18-21a); el vidente parece por consiguiente asignarle un significado particular, tanto más que en ella falta completamente la finalidad de la protección que en aquel tiempo tenían las murallas de las ciudades (cf. comentario a v. 12-14). La descripción hecha hasta aquí permite conjeturar que el vidente ve en ella algo así como la manifestación eternizada del pueblo histórico de la salvación de Dios, y que por tanto el reino de Dios realizado provisionalmente en la antigua y nueva alianza en la tierra sigue todavía visible de alguna manera. La historia no queda anegada sin dejar rastro en la eternidad; lo que ha tenido devenir histórico lleva eternamente el sello que lo atestigua y también indica la importancia que tuvo o que se le atribuyó en la historia.

18 El material de su muralla es jaspe, y la ciudad es oro puro, semejante al cristal puro. 19 Las bases de la muralla de la ciudad están adornadas con toda clase de piedras preciosas. La primera base es jaspe; la segunda, zafiro; la tercera, calcedonia; la cuarta, esmeralda; 20 la quinta, sardónice; la sexta, cornalina; la séptima, crisólito; la octava berilo; la novena, topacio; la décima, ágata; la undécima, jacinto; la duodécima, amatista. 21 Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una sola perla.

Después de describir la vista general de la ciudad y de indicar las medidas se menciona ahora el material de construcción de que están hechas la ciudad y la muralla (cf. Isa_54:11 s; Tob_13:17). La ciudad es de oro puro, y la muralla de «jaspe», que con gran probabilidad quiere decir la piedra preciosa que hoy llamamos diamante. Sólo las más bellas y más valiosas materias primas de la tierra son apropiadas para dar siquiera alguna idea de la gloria del cielo. Que ni siquiera los más valiosos materiales de construcción pueden expresar suficientemente lo que Juan ve y quiere describir, se da ya a entender por el hecho de que al oro del cielo tiene que añadirle todavía una propiedad que no posee el oro de la tierra: en sí mismo brilla con tanta pureza y claridad como un cristal transparente. Tan inconcebible como sus dimensiones es también la suntuosidad y belleza de la nueva Jerusalén.

Una vez más se presta especial atención a la muralla (cf. v. 12-14). El material de que están hechas las piedras fundamentales de la muralla ya mencionadas (v. 14) es especialmente valioso. Cada una de estas piedras está formada por una gran piedra preciosa, cada una de las cuales es de una especie distinta. Dado que la denominación que entonces se daba a las piedras preciosas no coincide con la nuestra, ignoramos sus colores especiales y su posible simbolismo. De todos modos, la enumeración de tan variadas piedras preciosas podría sugerir algún barrunto de la espléndida magnificencia rebosante de colorido en que el cielo de Dios ha inundado al mundo.

Cada puerta de la ciudad está formada por una sola perla maravillosa, lo cual da a entender cuán suntuoso será, pues ya en su misma entrada está configurada de forma tan incomparablemente bella y valiosa.

Para explicar las doce piedras preciosas que se mencionan como piedras fundamentales de la muralla se hace por lo regular referencia al pectoral dorado del sumo sacerdote, que estaba adornado con doce piedras preciosas que llevaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel (cf. Exo_28:17-21; Exo_39:10-13). Es muy posible que el vidente tuviera presente aquella pieza señaladísima de la indumentaria litúrgica en el Antiguo Testamento, tanto más que en las anteriores descripciones de la muralla se hallaban los nombres de las doce tribus (v. 12), juntamente con los de los doce apóstoles (v. 14). También el hecho de que «la ciudad santa» (v. 10) esté construida en la misma forma que el lugar santísimo (cf. comentario a v. 16) y resulte ser en conjunto el lugar de la presencia de Dios (cf. v. 22) permite conjeturar que en la visión de la nueva Jerusalén se utilizaron todavía tácitamente otros elementos figurativos tomados del culto del templo. La referencia a la función sacerdotal del pueblo de Dios, que resultaría de la alusión al pectoral del sumo sacerdote, reforzaría lo que acabamos de mencionar tocante al significado simbólico de la muralla en general.

21b Y la calle principal de la ciudad, oro puro como cristal brillante. 22 No vi santuario en ella; porque su santuario es el Señor, Dios todopoderoso, y el Cordero. 23 Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna para que la iluminen; porque la gloria de Dios la iluminó y su lámpara es el Cordero.

De la vista exterior pasa ahora la descripción al interior de la ciudad. La calle principal, que según la visión de Juan comienza detrás de la puerta, está pavimentada con el mismo material de que está hecha la ciudad (cf. comentario a v. 18).

El centro de la ciudad en la antigua Jerusalén estaba constituido por el gran emplazamiento del templo; en la nueva Jerusalén no hay templo. En efecto, la nueva Jerusalén ha surgido por el hecho de que el cielo de Dios ha descendido a la tierra; si Dios está tan presente en la tierra como lo está en el cielo, el templo ha caducado ya, puesto que en la antigua Jerusalén era sólo promesa de lo que ahora se ha cumplido ya en la nueva Jerusalén; cuando se ha realizado ya lo simbolizado, huelgan los símbolos. Ahora la ciudad entera es «la morada de Dios con los hombres» (21,3), Dios y Cristo están presentes en ella en todas partes y directamente, ya no meramente en signos simbólicos, como en el primer templo. Quien ahora entra en la nueva Jerusalén, no se detiene delante de Dios, como ante el lugar santísimo del antiguo templo, sino que Dios está en él y él está totalmente envuelto en Dios, vive en Dios.

Donde brilla la gloria de Dios, que irradia también del Cordero, toda luz de la tierra queda absorbida por ella. El sol y la luna habían sido creados por Dios para que proporcionaran luz a la vieja tierra (cf. Gen_1:1)); ahora son ya superfluos, pues la eterna luz de la presencia permanente de Dios ilumina la nueva Jerusalén. También ha cesado ya su segunda finalidad, a saber, la de separar el día de la noche (cf. Gen_1:14); en efecto, ahora es eternamente de día, pues la gloria de Dios no puede decrecer ni crecer; no se compagina con ninguna clase de tinieblas, ni admite la menor sombra (cf. 1Jo_1:5). El Cordero, que incesantemente se había presentado a los hombres como «la luz del mundo»85, revela ahora a los que lo ven en su gloria por qué había afirmado esto de sí y cuál era el profundo significado de tal afirmación. Al decir también a los que lo seguían: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mat_5:14), quería dar sencillamente a entender que él quiere brillar en ellos, y por ellos en el mundo. Ahora bien, esto sólo lo logra quien en su persona, en sus palabras y en sus obras se hace semejante a Cristo. En la medida en que Cristo cobre forma en él, brillará él en el cielo con la luz que es Cristo.

24 Y caminarán las naciones a su luz, y los reyes de la tierra llevan a ella su gloria. 25 Sus puertas no se cerrarán en todo el día porque allí no habrá noche. 26 Y llevarán a ella la gloria y los tesoros de las naciones. 27 No entrará en ella cosa impura, ni el que obra abominación o falsedad; sino los inscritos en el libro de la vida del Cordero.

Dado que en la nueva Jerusalén es siempre de día, las puertas de la ciudad están constantemente abiertas al tránsito, mientras que en la antigua Jerusalén debían cerrarse por la noche. Sobre el atractivo de su radiante belleza habían vaticinado ya los profetas (cf. Isa_60:1-22); habían visto anticipadamente en espíritu cómo acudían de todas partes los pueblos de la tierra para poder caminar y vivir en la espléndida luz de la ciudad de Dios (cf. Isa_2:2-4; G0,3; Hag_2:6-9). Ahora son ya imposibles las diferencias entre las naciones, porque en la claridad de la luz divina la verdad inalterada y toda realidad brillan tal como son efectivamente; ahora hay paz eterna (cf. Isa_2:4; Hag_2:9).

Ningún pueblo de la tierra envidia ya al otro su poder y sus posesiones, puesto que todos van con sus riquezas y sus tesoros a depositarlos en homenaje a los pies de su Dios; la grandeza nacional no causa ya soberbia nacional egoísta, pues ahora está consagrada sin reserva a la gloria de Dios. Ahora, los potentados de la tierra se inclinan como servidores ante el Omnipotente, con interna e inquebrantable convicción; concordes en este servicio, están eternamente de acuerdo entre sí. En Dios se han encontrado todos los pueblos y han aprendido a respetarse y apreciase mutuamente, cada uno según su peculiaridad; en la convicción de que todo lo que son y tienen lo deben en definitiva a la grandeza y bondad de Dios, y en parte también a los esfuerzos de otros, en su gratitud a Dios son también agradecidos los unos con los otros, y en el amor a Dios se consuma desinteresada y puramente su amor de unos a otros. En el cuadro tan extraordinariamente luminoso con el resplandor del cielo, que en él desaparece la luz del sol, conservan, sin embargo, eterna consistencia todos los verdaderos valores de este mundo y todas las genuinas realizaciones de los hombres, que se han llevado a cabo en cumplimiento del encargo cultural de su Creador (cf. Gen_1:28). Lo que se había dicho de los particulares que ven su meta en Dios y hallan en él su felicidad: «Sus obras los siguen» (Gen_14:13), se repite aquí generalizado y extendido a la sociedad humana, a sus grupos y asociaciones particulares, que ahora está delante del trono de Dios reunidas en un solo cuerpo como una sola humanidad. En la idea del mundo propia de la revelación divina no hay el menor asomo de verdadero dualismo y consiguientemente tampoco pesimismo; con la absoluta soberanía y omnipotencia de Dios mantiene también con toda limpidez la unicidad y unidad de Dios, Creador y consumador. Por esta razón, aun en los cuadros de ruina, que en función de su meta final se enfocan y se quieren como procesos de purificación, se halla todavía más bien un acento concomitante de lamentación, pero nunca de triunfo nihilista. El amor a la cultura y la filantropía del Apocalipsis está así en relación de causalidad con su concepción de Dios, de la que resulta como consecuencia necesaria.

Todo lo que es genuino, bueno y bello en la tierra, será eternizado en el cielo de Dios; la verdadera actividad cultural tiene también su sentido escatológico. Como para el cuerpo humano, también para «la gloria de las naciones» hay una resurrección, en la que todas las obras participan en la consumación de aquel que las realizó. Ahora bien, todos los que en nombre de Dios dedicaron sus esfuerzos a verdaderos valores y los sacaron a la luz mediante la obra de su vida, se gozarán eternamente en los frutos de riqueza y de belleza, también por el hecho de haber contribuido ellos a la producción de estos frutos mediante la entrega personal; en la nueva creación consumada, la realización de la humanidad conserva, purificada y transfigurada, una consistencia eternamente duradera.

La mirada se dirige en último lugar a los habitantes de la nueva Jerusalén; esto mueve al vidente a traer una vez más a la memoria en este contexto el principio en que se basa el veredicto en el juicio final (cf. 20,12) y a reiterar la conminación del v. 8; ahora, sin embargo, tras la fascinadora visión, ha cambiado de sentido, convirtiéndose en la estimulante invitación a decidirse de corazón y a tiempo por tal eternidad.

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85. Cf. Joh_1:4 s.9; Joh_3:19; Joh_8:12; Joh_9:5; Joh_12:45 s.

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King James Version (KJVO) (1611)



Chapter XXI.

1 A new heauen and a new earth. 10 The heauenly Ierusalem, with a full description thereof. 23 She needeth no Sunne, the glory of God is her light. 24 The kings of the earth bring their riches vnto her.
1 And [ Isa_65:17; 2Pe_3:13.] I saw a new heauen, and a new earth: for the first heauen, and the first earth were passed away, and there was no more sea.
2 And I Iohn saw the holy City, new Hierusalem comming down from God out of heauen, prepared as a bride adorned for her husband.
3 And I heard a great voice out of heauen, saying, Behold, the Tabernacle of God is with men, and he wil dwell with them, and they shall be his people, and God himselfe shalbe with them, and be their God.
4 [ Rev_7:17.] And God shall wipe away all teares from their eyes: and there shall bee no more death, neither sorrow, nor crying, neither shall there bee any more paine: for the former things are passed away.
5 And he that sate vpon the throne, said, [ 2Co_5:17.] Behold, I make all things new. And hee said vnto me, Write: for these words are true and faithfull.
6 And he said vnto mee, It is done: [ Rev_1:8; Rev_22:13.] I am Alpha and Omega, the beginning and the end. [ Isa_55:1.] I will giue vnto him that is athirst, of the fountaine of the water of life, freely.
7 He that ouercommeth, shall inherite all things, and I will bee his God, and he shall be my sonne.
8 But the fearefull, and vnbeleeuing, and the abominable, and murderers, and whore mongers, and sorcerers, and idolaters, and all lyars, shall haue their part in the lake which burneth with fire and brimstone: which is the second death.

[Holy Ierusalem.]

9 And there came vnto me one of the seuen Angels, which had the seuen vials full of the seuen last plagues, and talked with me, saying, Come hither, I will shew thee the Bride, the Lambes wife.
10 And he caried me away in the spirit to a great and high mountaine, and shewed me that great citie, the holy Hierusalem, descending out of heauen from God,
11 Hauing the glory of God: and her light was like vnto a stone most precious; euen like a iasper stone, cleare as christal,
12 And had a wall great and high, and had twelue gates, and at the gates twelue Angels, & names written thereon, which are the names of the twelue tribes of the children of Israel.
13 On the East three gates, on the North three gates, on the South three gates, and on the West three gates.
14 And the wall of the citie had twelue foundations, and in them the names of the twelue Apostles of the Lambe.
15 And hee that talked with mee, had a golden reede to measure the citie, and the gates thereof, and the wall thereof.
16 And the city lieth foure square, and the length is as large as the breadth: and he measured the city with the reed, twelue thousand furlongs: the length, and the breadth, and the height of it are equall.
17 And he measured the wall thereof, an hundred, and fourtie, and foure cubites, according to the measure of a man, that is, of the Angel.
18 And the building of the wall of it was of Iasper, and the city was pure gold, like vnto cleare glasse.
19 And the foundations of the wall of the city were garnished with all maner of precious stones. The first foundation was Iasper, the second Saphir, the third a Chalcedony, the fourth an Emerald,
20 The fift Sardonix, the sixt Sardius, the seuenth Chrysolite, the eight Beryl, the ninth a Topas, the tenth a Chrysoprasus, the eleuenth a Iacinct, the twelfth an Amethyst.
21 And the twelue gates were twelue pearles, euery seuerall gate was of one pearle, and the streete of the city was pure golde, as it were transparent glasse.
22 And I saw no Temple therein:

[The water of life is offered freely.]

For the Lord God Almightie, and the Lambe, are the Temple of it.
23 [ Isa_60:19 .] And the citie had no need of the Sunne, neither of the Moone to shine in it: for the glory of God did lighten it, and the Lambe is the light thereof.
24 [ Isa_60:3 .] And the nations of them which are saued, shall walke in the light of it: and the kings of the earth doe bring their glory and honour into it.
25 [ Isa_60:11 .] And the gates of it shall not bee shut at all by day: for there shall bee no night there.
26 And they shall bring the glorie and honour of the nations into it.
27 And there shall in no wise enter into it any thing that defileth, neither whatsoeuer worketh abomination, or maketh a lie: but they which are written in the Lambes booke of life.

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



62 (g) Nuevos cielos, nueva tierra y nueva Jerusalén (21,1-8). Esta visión, la séptima de la última serie, se centra en la salvación. 1. vi un cielo nuevo y una tierra nueva: cf. Is 65,17-25. Hay una discontinuidad radical, puesto que los antiguos cielo y tierra son destruidos (cf. . el mar ya no existía: También expresa la discontinuidad. Esta afirmación deja claro el carácter mítico y simbólico del mar en el Ap (véase el comentario sobre 13,1). La desapari(-)ción del mar equivale al confinamiento y casti(-)gos eternos del dragón (Satanás), la bestia (el «anticristo») y el falso profeta (19,20; 20,10), y a la eliminación de la muerte y del abismo. La eliminación del mar simboliza la victoria total de la creación sobre el caos, de la vida sobre la muerte. 2. vi también bajar del cielo, de junto a Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén, ataviada como una novia que se adorna para su esposo: Esta visión de la salva(-)ción se escribió en la época en que la histórica Jerusalén acababa de ser destruida, y en la que el autor no vivía en ninguna de las ciudades de su propia cultura. Estaba inspirada en Is 54, pero, como Esd 9,38-10,59, no esperaba res(-)tauración histórica alguna. La ciudad es pre(-)sentada como la novia del Cordero (v. 9); se trata de otro símbolo de la unión escatológica del creyente con su Señor (véase el comentario sobre 19,6-8). 3. Una voz desde el trono inter(-)preta la visión resumiendo y renovando las an(-)tiguas promesas (véase Lv 26,11-2; Ez 37,27; cf. 2 Cor 6,16). 4. enjugará las lágrimas: Véase Is 25,8 y Ap 7,17. no habrá ya muerte: Véase Is y Ap 20,13. 5-8. Por segunda vez en el Ap, se citan palabras directas de Dios (véase tam(-)bién 1,8). 6. Al que tenga sed, le daré a beber gra(-)tis de la fuente del agua de la vida: Promesa ins(-)pirada en Is 55,1; no tiene por qué referirse al bautismo (véase el comentario sobre 7,16-17).

63 (h) Elaboración de la visión de la nue(-)va Jerusalén (21,9-22,5). Esta sección es una conclusión a las siete visiones de 19,11-21,8. Elabora una de las imágenes de la salvación contenida en la visión séptima, la nueva Jeru(-)salén (21,2).

(1) La ciudad, sus puertas y sus murallas (21,9-21). 9. uno de los ángeles que tenían las siete copas: Esta introducción crea un delibera(-)do paralelismo entre esta conclusión y la que sigue a las siete copas (17,1-19,10). Este para(-)lelismo literario subraya el paralelismo simbó(-)lico antitético entre las dos ciudades y lo que éstas representan: «Babilonia» y «Jerusalén». Véase 17,3. 11. como piedra preciosa: Véase Is 54,11-12. 12. las doce tribus de Israel: Véa(-)se el comentario sobre 7,4. 14. los doce após(-)toles del Cordero: Esta observación remite al tiempo de los apóstoles, sin tener que haber si(-)do escrita por alguno de los discípulos de Jesús (- 7-9 supra). La mención de las doce tribus y los doce apóstoles sugiere que la ciudad es sím(-)bolo del pueblo; pero no hay una simple equi(-)valencia entre la nueva Jerusalén y el pueblo de Dios. Más bien, la ciudad representa una reali(-)
dad trascendente y futura: la morada de Dios con su pueblo, cara a cara. 18-20. Los doce pi(-)lares de la muralla están adornados con dos piedras preciosas. Estas se corresponden con las doce piedras del medallón del sumo sacer(-)dote. En tiempos de Juan, estas piedras se relacionaban con las doce constelaciones del zodiaco. Son listadas aquí en orden inverso (Charles, Commentary 2.164-70). Esta inver(-)sión no significa que Juan rechazara las creen(-)cias comunes en los fenómenos astrales, sino que sugiere la necesidad de su reintepretación.
64 (2) Los habitantes de la ciudad (21,22-27). 22. no vi templo alguno en la ciudad, pues el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo: Lo más probable es que el Ap se escri(-)biera tras la destrucción del templo de Jerusa(-)lén (? 10-12 supra). En 3,12 se encuentra ya una indicación de que el templo físico terrestre no tiene en sí mismo una importancia deter(-)minante (véase el comentario sobre 11,1-2). Pero sigue teniendo cierta relevancia como símbolo de la anhelada comunión de los seres humanos con Dios. En la visión de la salvación de 7,9-17, el culto del templo celeste tiene el mismo significado simbólico (v. 15). En esta vi(-)sión, el templo sigue teniendo el significado simbólico de la presencia plena y directa de Dios y el Cordero (cf. Ez 48,35). 24-26. Cf. Is 60. 27. nada común entrará en ella: En Ez 44,23 se utiliza un sinónimo (bebélos) del término gr. koinon, «común». La idea de la separación en(-)tre lo sagrado y lo común o profano sigue es(-)tando presente en el Ap. Lo que se pretende de(-)cir aquí es que se ha extendido el ámbito de lo sagrado. Antes, solamente el templo y lo que entraba en él tenían que ser sagrados; ahora es toda la ciudad la que es sagrada (véase Zac 14,20-21). nadie quepractique la abominación y el engaño: Lo primero se refiere a quienes no adoran al auténtico Dios, es decir, aquellos cuyos nombres no están en el libro de la vida (véase el comentario sobre 20,12).

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



La ciudad de Dios

En cuanto a la sugestión de que esta sección describe a la ciudad de Dios a semejanza de los mil años del reino de Cristo y de la nueva creación, ver la nota sobre el milenio.

9 La revelación de la novia fue anticipada en 19:7-9. Aquí la metáfora nupcial da paso a la de una ciudad; una transferencia de imagen similar aparece en Isa. 54:4-8. 10 El lenguaje es tan similar a Eze. 40:2 que debemos dar por sentado que Juan lo tenía en mente; la ciudad desciende del cielo al monte donde ha de detenerse. ¡El cielo viene a la tierra en el reino de Dios! 11 La apariencia de la ciudad es comparada a la del jaspe así como su gloria es como la del Creador (ver 4:3). 12, 13 El muro grande y alto sirve para el doble propósito de mantener fuera a los que no tienen parte en la ciudad (21:27; 22:14, 15) y de proveer seguridad eterna a los que están adentro. Sus doce puertas tienen una inscripción con los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel, así como el muro tiene doce fundamentos que dejan ver los doce nombres de los apóstoles del Cordero. He allí la unidad del pueblo del antiguo y el nuevo pactos a la vista; juntos forman el Israel de Dios, expandido como para abarcar a todas las naciones en Cristo, 14 Los doce fundamentos del muro de la ciudad no deben ser considerados como uno sobre otro sino que forman una cadena continua alrededor de la ciudad, dividida por sus doce puertas. Los doce apóstoles corresponden a las doce tribus del v. 12; como en el último caso, denotan un conjunto colectivo más bien que una lista de indivuos. Por lo tanto, no hay necesidad de preguntar si el nombre de Pablo está incluido en los doce y si algún otro nombre es omitido; la cuestión no se presenta.

16 La ciudad está dispuesta en forma cuadrangular, pero como su altura es la misma que su ancho y su largo, es un cubo. En el AT se menciona una estructura de esa forma, o sea el Lugar Santísimo en el templo (1 Rey. 6:20); aquí el aspecto cúbico indica que toda la ciudad es un santuario y participa de la santidad del altar interior de la antigüedad. 12.000 estadios representan aproximadamente 160 km., pero traducir a medidas modernas es privar a las mediciones de su claro simbolismo: un múltiplo infinito de doce. Juan puede estar diciendo que la ciudad de Dios alcanza desde el cielo a la tierra y así los liga en uno. 17 El muro tiene 144 codos (unos 70 m.) probablemente de alto más que de ancho, lo que nuevamente es un múltiplo perfecto de 12. En este contexto no hay necesidad de subrayar la disparidad entre las medidas de la ciudad y el muro: ¡el segundo es bastante grande como para cumplir su fin!

18-21 El lenguaje del simbolismo continúa en la descripción que Juan hace de los materiales de la ciudad. Ya ha dicho que la apariencia de Dios era como el resplandor del jaspe (11). Ahora declara que toda la muralla está hecha de jaspe. El oro puro puede recordar el santuario del templo de Salomón, que estaba cubierto completamente de oro (1 Rey. 6:20-22), o aludir al pensamiento de 3:18. La lista de las joyas que decoran los fundamentos es sorprendente. A pesar de ciertas incertidumbres para la traducción, parecen ser idénticas a las que tenían inscriptos los nombres de las doce tribus en el pectoral del sumo sacerdote (Exo. 28:15-21). Tanto Filón como Josefo dirigen su atención al hecho de que esas doce joyas también representaban los doce signos del zodíaco. Sobre la base de una antigua correlación de las joyas y esos signos pareciera que la lista de joyas de Juan describe el progreso del sol a través de los doce signos del zodíaco, ¡pero en orden inverso! Quizá Juan quería disociar la Ciudad Santa de las especulaciones paganas sobre una ciudad de los dioses en los cielos, o puede ser verdad lo contrario y Juan estaba queriendo mostrar que la realidad que anhelaban los paganos se encuentra en la revelación de Dios en Cristo (las piedras fundamentales tienen los nombres de los apóstoles del Cordero, ¡que son sus testigos!).

22-27 En una ciudad modelada sobre el patrón del lugar santísimo no hay necesidad de templo; toda ella es santa y Dios es adorado por doquier (cf. Juan 4:20-23). 23 Isa. 60:19, 20 está claramente en su pensamiento. No se trata de que ni el sol ni la luna hayan dejado de existir, sino de que su esplendor ha sido sobrepasado por la gloria del mismo Dios. 24-26 Estos versículos reproducen la esencia de Isa. 60:3-11, pero con una diferencia: ¡allí las naciones llevan a los exiliados judíos a Jerusalén y sus riquezas a los judíos! Aquí llevan la honra y la gloria a Dios y al Cordero cumpliendo de ese modo 15:4. El lenguaje de todo el párrafo es especialmente adecuado al reino de Cristo en la era milenial, pero también puede ser aplicado en un sentido menos directo al reino de Dios en la nueva creación.

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



1. Isa_65:17. Ver Rom_8:19-23; 2Pe_3:13.

"El mar ya no existe más": de esta manera se indica la derrota absoluta del mal, representado simbólicamente por el "mar". Ver nota Mat_8:26.

2. "Como una novia": una vez más se repite la imagen nupcial, tan frecuente en los escritos bíblicos. Ver Isa_61:10; Isa_62:4-5; Ose_2:21-22; nota Mat_25:1.

3. Eze_37:27; Isa_8:10.

4. Isa_25:8.

7. 2Sa_7:14.

10. Eze_40:2.

11. Isa_60:1-2. La descripción de este versículo y de los siguientes tiende a exaltar la grandeza y la belleza de la nueva Jerusalén.

12. Eze_48:31. La Iglesia es el nuevo Israel de Dios. Ver nota Gal_6:16.

13. Eze_48:31-35.

15. Ver 11. 1.

16-17. La forma cuadrangular simboliza en este caso la perfección.

En el original griego, las medidas son 12.000 estadios y 144 codos: estos números tienen evidentemente un valor simbólico, ya que son múltiplos de doce. Ver nota 7. 4.

19. La maravillosa profusión de piedras preciosas exalta la belleza de la Ciudad que, además, está iluminada por el resplandor de Dios.

22. El hecho de que falte el Templo significa el fin de la Antigua Alianza.

24. Isa_60:3. Alusión a la conversión de los pueblos paganos.

25. Isa_60:11.

26. Isa_60:5.

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


NOTAS

21:19 Estas pedrerías con sus colores parece que deben dar una impresión global de solidez y de esplendor, reflejo de la gloria divina (ver 2Co_3:18). Ver Isa_54:11-12; Eze_28:13, y la descripción del pectoral del sumo sacerdote, Éxo_28:17-21; Éxo_39:10-14.

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


NOTAS

21:19 Estas pedrerías con sus colores parece que deben dar una impresión global de solidez y de esplendor, reflejo de la gloria divina (ver 2Co_3:18). Ver Isa_54:11-12; Eze_28:13, y la descripción del pectoral del sumo sacerdote, Éxo_28:17-21; Éxo_39:10-14.

Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)



1) El JASPE: probablemente es el jaspe transparente con matices verdes;
2) el ZAFIRO: es el zafiro antiguo, o sea el lapislázuli, de color azul;
3) la CALCEDONIA: es la turquesa, marfil impregnado de sales de cobre, de color verde con cambiantes azulados;
4) la ESMERALDA: de color verde transparente:
5) el ÓNICE: de color rosado:
6) la CORNALINA: de color rojo sangre, algo transparente;
7) el CRISÓLITO (etimológicamente piedra de oro): es el topacio actual o berilo amarillo, de color amarillo oro;
8) el BERILO: es el aguamar o aguamarina, verde transparente, más claro que el de la esmeralda;
9) el TOPACIO: es el topacio antiguo, de color verde dorado;
10) el ÁGATA: llámase también crisopacio o crisoprasa, de color gris o amarillento, más pálido que el berilo;
11) el JACINTO: es el jacinto antiguo, el zafiro actual, de color azul o violáceo claro;
12) la AMATISTA es de color violeta.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

La nueva Jerusalén. Una vez más presenta a la novia y esposa del Cordero con sus adornos. La Ciudad Santa tiene figura de cubo de 2 kilómetros de lado, por ser ésta una figura geométrica perfecta. La muralla de 72 metros de altura parece desproporcionada, dadas las dimensiones de la ciudad. Al estar protegida por Dios no necesita defensas humanas; la muralla sirve más como adorno. Ésta es la Ciudad de Dios edificada sobre los doce apóstoles de Jesús. Cada puerta está hecha de una sola perla (21,21). Son puertas de perlas. Todo lo mejor, lo más precioso y bello entra a formar parte de ella. Dentro de esta ciudad se encuentra un nuevo paraíso con árboles de la vida que aseguran una vida eterna para sus moradores (22,2). Sus puertas están siempre abiertas para todo el que quiera aceptar la salvación de Dios por la fe en Jesús (21,25-27).

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 21.1 Cielo nuevo y tierra nueva: Is 65.17; 66.22; 2 P 3.13.

[2] 21.2 Ap 19.7-8.

[3] 21.3 Ez 37.27; cf. Lv 26.11-12.

[4] 21.3 Cf. Is 7.14; Jer 11.4; 30.21-22; Ez 36.28; Zac 8.8.

[5] 21.4 Ap 7.17; cf. Is 25.8.

[6] 21.6 Alfa... fin: Véase 1.8 n.

[7] 21.7 2 S 7.14; Sal 89.26-27.

[8] 21.8 Ap 2.11; 20.14.

[9] 21.9 Ap 16.1.

[10] 21.9 La esposa del Cordero: Ap 19.7-8.

[11] 21.12-13 Ez 48.30-35.

[12] 21.15 Cf. Ez 40.3.

[13] 21.16 Doce mil estadios: equivale a 2 200 km.

[14] 21.17 Ciento cuarenta y cuatro codos: Equivale a 65 m.

[15] 21.24 Is 2.3; 60.3-5. :

[16] 21.27 Libro de la vida: Ap 3.5; 20.12,15.

Torres Amat (1825)



[1] Renovado todo el mundo y hecho incorruptible. Is 65, 17; 66, 22; 2 Pe 3, 13.

[14] Los apóstoles se llaman fundamentos de la Iglesia, porque ésta se fundó sobre la fe de Jesucristo, que ellos predicaban. Ya que su predicación preparó la entrada en la Jerusalén celestial, se llaman también puertas.

[16] El muro tenía en todas partes la misma altura y la misma anchura. Esta descripción es metafórica y se refiere a grandeza interior y exterior de la celestial Jerusalén.

[17] Pues se apareció en forma humana.

Biblia Textual IV (Sociedad Bíblica Iberoamericana, 1999)

fundamentos... Otra traducción posible: cimientos (gr. themélioi);
calcedonia... Otra traducción posible: ágata.

Greek Bible (Septuagint Alt. Versions + SBLGNT Apparatus)

οἱ WH NA28 RP] καὶ οἱ Treg

Nueva Traducción Viviente (Tyndale House, 2009)

La identidad de algunas de estas piedras preciosas es incierta.

Biblia Latinoamericana (San Pablo, 1995)



[=] *Is 54:11