Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
Capitulo 5.
El Cordero redentor recibe el libro de los siete sellos, 5:1-14.
1
Vi a la derecha del que estaba sentado en el trono un libro, escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. 2
Vi un ángel poderoso que pregonaba a grandes voces: ¿Quién será digno de abrir el libro y soltar sus sellos? 3
Y nadie podía, ni en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra, abrir el libro ni verlo. 4
Yo lloraba mucho, porque ninguno era hallado digno de abrirlo y verlo. 5
Pero uno de los ancianos me dijo: No llores, mira que ha vencido el león de la tribu de Judá, la raíz de David, para abrir el libro y sus siete sellos. 6
Vi en medio del trono y de los cuatro vivientes, y en medio de los ancianos, un Cordero, que estaba en pie como degollado, que tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios, enviados a toda la tierra. 7
Vino y tomó el libro de la diestra del que estaba sentado en el trono. 8
Y cuando lo hubo tomado, los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos cayeron delante del Cordero, teniendo cada uno su cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. 9
Cantaron un cántico nuevo, que decía: Digno eres de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación, 10
y los hiciste para nuestro Dios reino y sacerdotes, y reinan sobre la tierra. 11
Vi y oí la voz de muchos ángeles en rededor del trono, y de los vivientes, y de los ancianos; y era su número de miríadas de miríadas, y de millares de millares, 12
que decían a grandes voces: Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición.13
Y todas las criaturas que existen en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y en todo cuanto hay en ellos, oí que decían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. 14
Y los cuatro vivientes respondieron: Amén. Y los ancianos cayeron de hinojos y adoraron. El presente capítulo tiene como tema central a Jesucristo redentor, al Cordero inmolado por los pecados del mundo. Ya no se trata de la adoración a Dios creador, que era el argumento del capítulo 4, sino de Cristo glorioso, vencedor por su pasión y muerte redentora. En sus manos pone el Padre Eterno los destinos futuros de la humanidad. El llevará a efecto los planes divinos, luchando contra las fuerzas adversas de su Iglesia, y logrando el triunfo definitivo sobre el mal. Al recibir el Cordero la suprema investidura de manos del Padre, todas las criaturas representadas por los cuatro vivientes, los veinticuatro ancianos y las miríadas de ángeles prorrumpen en himnos de alabanza y de adoración 1.
Como introducción a la presentación del Cordero redentor en el cielo, San Juan nos describe con gran dramatismo la escena de un libro sellado que nadie es capaz de abrir. En la
mano derecha de Dios ve el profeta un libro (v.1), es decir, un rollo de papiro conteniendo los decretos divinos contra el Imperio romano, tipo de todos los imperios paganos perseguidores de los fieles. Estaba escrito por las dos caras de la hoja de papiro. Generalmente se escribía sólo sobre una cara; pero la extensión del texto y la carestía del papel obligaban a veces a escribir por ambas caras. La imagen del libro en donde están escritas las leyes de la Providencia divina o los oráculos de Yahvé es frecuente en la Biblia 2. También en la literatura apocalíptica judía se habla de las
tabletas celestes y del
libro del Señor, en donde estaban consignados los planes de Dios sobre el mundo 3.
El libro o rollo que vio San Juan estaba sellado con siete sellos (v.1). Con lo cual se quiere indicar que el contenido del libro era secretísimo 4. Los siete sellos sujetaban la hoja enrollada, de suerte que para abrir el rollo era preciso soltar todos los sellos. La apertura de cada uno de los sellos no implica, pues, la publicación o la lectura de una parte del documento, sino que es más bien un preludio de su ejecución. El segundo preludio de la ejecución de los decretos divinos comenzará solamente con el toque de las siete trompetas.
Algunos autores piensan que el hecho de estar sellado el libro con siete sellos no simboliza el carácter hasta entonces secreto de los decretos divinos, sino que aludiría a la costumbre de cerrar los testamentos con sellos de diversos testigos 5. En cuyo caso, el documento que Dios entrega al Cordero significaría el testamento de Dios. Sin embargo, los decretos de Dios sobre el mundo no se puede decir que constituyan un testamento. Y, además, no requerían la presencia jurídica de los testigos para su validez, como se exigía en la legislación jurídica de aquel tiempo para abrir un testamento. Por otra parte, no resultaría fácil explicar cómo Jesucristo solo podía hacer jurídicamente lo que debían hacer siete personas 6. Por todo lo cual consideramos la opinión de estos autores como menos probable.
Un ángel poderoso grita a grandes voces, con el fin de que su voz se oiga en todo el universo 7, preguntando si hay alguno que sea
digno, o capaz,
de abrir el libro, soltando los siete sellos (v.a). Pero nadie responde en toda la creación. Nadie es digno,
ni en el cielo, ni en la tierra, ni en los abismos, de abrir el libro (í.â). Nadie posee la dignidad suficiente para atreverse a escudriñar los destinos futuros de la humanidad. No hay ningún ángel en el cielo, ningún hombre en la tierra, ningún difunto en el hades que pueda arrogarse tal dignidad. Sólo Cristo, redentor y mediador de los hombres, posee los títulos suficientes para llevar a cabo semejante empresa. El hecho de no encontrar a nadie en el universo capaz de desligar los sellos sirve para demostrar la alta dignidad del único digno de realizar esta hazaña.
El profeta, ante aquel silencio de toda la creación, prorrumpe en llanto (v.4), porque comprende cuál es el contenido del rollo. Y piensa que no será posible conocer la revelación de aquel libro misterioso, y, en consecuencia, tampoco tendrá la alegría de contemplar el triunfo final del reino de Dios y de su Iglesia sobre los poderes del mal, personificados en las autoridades del Imperio romano. Pero he aquí que uno de los ancianos amablemente le tranquiliza, y le dice: No
llores, mira que ha vencido el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, para abrir el libro (í.æ). El anciano afirma claramente que sólo Cristo es capaz de soltar los sellos. Pero lo hace con lenguaje figurado, inspirado en diversos pasajes del Antiguo Testamento. El epíteto
León de Judá está tomado de la bendición de Jacob a sus doce hijos, en la cual Judá es comparado a un
cachorro de león 8. Sabido es que esta bendición de Judá es mesiánica. El otro título,
Raíz de David, es lo mismo que la expresión mesiánica
Retoño de Jesé 9, que se encuentra en la profecía de
Isa_11:10. Pues bien, es el León de Judá y el Vastago de la raza de David el que
ha vencido las fuerzas siniestras del mal, simbolizadas por el Dragón infernal10. El ha sido el que ha triunfado, mediante su pasión y resurrección n, del pecado y de la muerte. Por eso El será el único digno y capaz de abrir el libro de los siete sellos.
Por un ingenioso y paradójico contraste, el León anunciado aparece de repente bajo la forma de
Cordero (v.6) 12. San Juan ve
un Cordero, que estaba en pie como degollado. Es Cristo, el cordero pascual inmolado por la salvación del pueblo elegido 13. Esta imagen tiene su origen en el Antiguo Testamento, en donde el
Siervo de Yahvé es llevado como
cordero al matadero, como oveja muda ante los trasquiladores.14 También San Juan, en el cuarto evangelio, nos presenta a Cristo como el
Cordero que quita los pecados del mundo.15 Con esto se quiere aludir a su mansedumbre, humildad, inocencia y santidad 16. El Cordero se presenta de pie, pero conservando todavía en su cuello las señales de su inmolación. Está de pie porque, aunque ha sido sacrificado, ha logrado vencer la muerte con su resurrección. Cristo ha sido, en efecto, león para vencer, pero se ha convertido en cordero para sufrir (Victorino de Pettau). Su inmolación y muerte sobre la cruz ha sido la causa de su victoria sobre el demonio. Por eso las llagas de Jesucristo son las señales más gloriosas de su triunfo. Y no nos hemos de extrañar que Cristo conserve en el cielo según San
Jua_20:27 las gloriosas llagas de su cruento sacrificio, como señales de su lucha victoriosa contra el mal. Aquí, esas llagas de los clavos y la herida del costado de Cristo están significadas por las señales en el cuello, indicio de haber sido degollado.
El Cordero tiene, además,
siete cuernos, que simbolizan la plenitud siete del poder y de la fuerza del mismo 17. El cuerno, en el Antiguo Testamento y en las literaturas y artes plásticas del Oriente, significa poder y fuerza. Se conocen muchas representaciones de guerreros que aparecen con cascos provistos de cuernos para simbolizar su mayor o menor potencia militar. Otro tanto podemos decir de las divinidades antiguas, especialmente mesopotámicas, que suelen estar representadas con una tiara de siete cuernos. La imagen, pues, del Cordero con siete cuernos significa el poder omnímodo de que goza Jesucristo. Pero sería un error querer imaginarse a Jesucristo como una realidad con siete cuernos y siete ojos. Estas imágenes son únicamente símbolos, y como tales han de tomarse, sin tratar de forzar el pensamiento del autor sagrado. Pues San Juan, cuando esto escribía, sin duda que no imaginaba a Cristo con siete cuernos. Se sirvió sólo de esta imagen para simbolizar una realidad muy superior: la omnipotencia divina de Cristo, que es el único, en toda la creación, capaz de conocer y dirigir los sucesos futuros del universo.
El Cordero aparecía también con
siete ojos, que designan su omnisciencia y providencia universal. El profeta Zacarías ve sobre una piedra siete ojos 18, que son los ojos de Yahvé, los cuales observan la tierra en toda su redondez19. Lo que Zacarías decía de Yahvé, lo dice San Juan en el Apocalipsis del Cordero. Los siete ojos, como las siete lámparas de
Rev_4:5, son
los siete espíritus de Dios, enviados a toda la tierra (v.6). Estos representan al mismo Espíritu Santo prometido por Jesucristo, y enviado por el Padre y por Jesús sobre los discípulos para que diesen testimonio de Jesús y de su Evangelio hasta el cabo del mundo 20. El espíritu Santo, que es único, aparece aquí como múltiple para significar la abundancia de sus dones. El Apocalipsis, que se complace en el número siete, ha querido simbolizar esta abundancia de dones mediante los siete ojos. Los siete espíritus que, de una parte, se hallan al lado del que está sentado en el trono 21, el Dios omnipotente, y, de otra, junto al Cordero, indican con esto que es el Espíritu de ambos. Vienen a expresar, en forma simbólica, lo que confesamos al decir: Creo en el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo.
El Cordero se acerca al trono y
recibe el libro de manos del que está sentado en él (v.7). No hay que preguntar cómo pudo el Cordero tomar el rollo, no teniendo manos. Nos hallamos en el cielo ante el Dios omnipotente, en donde todo es posible. La significación transcendental del acto realizado por el Cordero, al tomar el libro para abrir sus sellos y
revelar su contenido, se manifiesta en la escena que sigue. Los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos
se postran, en señal de adoración,
delante del Cordero glorioso (v.8). Estos tienen en sus manos
cítaras, para acompañar el
cántico nuevo, que en seguida entonarán, y
copas de oro llenas de perfume. Estos perfumes simbolizan las oraciones de todos los fieles de la Iglesia de Cristo que aún viven en la tierra. Los ancianos se muestran aquí claramente como ángeles intercesores 22. Y se distinguen evidentemente de los cristianos de la Iglesia terrestre cuyas oraciones ofrecen al Cordero. La función de los ancianos-ángeles es manifiestamente litúrgica: el cielo es un templo con su altar y sus cantores, parecido al templo de Jerusalén. Parece que el templo celeste que nos presenta San Juan está más o menos calcado en el templo hierosolimitano. El vidente de Patmos nos habla de un altar de los holocaustos 23, de un altar de los perfumes 24, de una especie de santo de los santos, que al abrirse deja ver el arca de la alianza 25. San Juan se sirve de elementos tradicionales bíblicos o extrabíblicos para componer sus escenas celestes, pero dándoles un significado mucho más elevado del que tenían 26.
Los ancianos y los vivientes, al postrarse delante del Cordero, le rinden acatamiento y adoración, al mismo tiempo que reconocen su superioridad como vencedor en la lucha contra los poderes del Dragón. Además, expresan esos mismos sentimientos de reverencia y adoración, entonando un
cántico nuevo (v.9), que va dirigido no solamente a Dios creador, como sucedía en los cuatro primeros capítulos del Apocalipsis, sino principalmente a Cristo redentor. Ese cántico nuevo corresponde al orden nuevo instaurado por Jesucristo, a la suprema intervención divina en los destinos de la humanidad, por medio de la muerte redentora del Cordero. El tema, pues, de este cántico es la redención llevada a cabo por Jesucristo. El ha rescatado con su sangre a toda la humanidad, confiriendo a todos los rescatados la dignidad de
reyes y sacerdotes (v.10). Todos los cristianos han comenzado ya a reinar espiritualmente desde que Cristo ha sido glorificado, y son poderosos delante de Dios por su intercesión. Son un
sacerdocio real 27, porque mucho más que los sacerdotes de la Antigua Alianza se pueden acercar a Dios para interceder por los hombres 28.
El universalismo de la obra redentora de Cristo se halla aquí bien claramente afirmado 29. La idea del rescate por medio de la sangre redentora de Jesús es manifiestamente paulina 30. El
cántico nuevo, entonado por los habitantes del cielo, es todo él una clara confesión de la divinidad y omnipotencia del Cordero, que es el Verbo de Dios 31.
San Juan, después de haber contemplado el grupo de los seres que están más cercanos al trono y tienen una parte más importante en el gobierno del mundo y de la Iglesia, ve un segundo grupo formado por
miríadas de ángeles que rodeaban el trono (v.11). Estos son incontables, miríadas de miríadas y millones de millones 32. Las cifras que nos da aquí el profeta significan un número incontable, y parece tomarlas del profeta Daniel 33. Al cántico nuevo de los vivientes y de los ancianos hacen coro innumerables ángeles, que aclaman y confiesan al Cordero, inmolado por la salud de la humanidad, proclamándolo digno de recibir
el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición (v.12). Estos siete términos honoríficos 34 indican la plenitud de la dignidad y de la obra redentora de Cristo. A la perfección de la obra divina, alcanzada por la redención, corresponde la perfecta glorificación de aquel que la ha realizado.
La escena que nos describe San Juan es de una grandeza admirable. Cristo, el Cordero que ha sido degollado, recibe juntamente con el libro, el homenaje y el dominio de toda la creación. Es muy significativo que la alabanza de toda la creación vaya dirigida a Dios y al Cordero, indivisiblemente unidos. San Juan junta las criaturas materiales con los ángeles en la glorificación del Cordero redentor, a quien atribuyen
la bendición, el honor, la gloria y
el imperio por los siglos (í.13). En esta doxología de cuatro términos, que toda la creación dirige a Dios y al Cordero, se descubre una clara alusión a las cuatro partes del universo:
cielo, tierra, mar, abismos, o a las cuatro regiones del mundo: norte, sur, este, oeste 35. Todas las criaturas alaban a Cristo, en paridad con Dios, como Emperador supremo de todo el universo regenerado. A la aclamación de toda la creación se unen los cuatro vivientes, diciendo:
Amén (v.14). Estos, que habían dado la señal para entonar los cánticos de alabanza, dan ahora su solemne
amén de aprobación a la aclamación cósmica universal. Se acomodan a la manera de proceder de la liturgia tanto judía como cristiana 36. Los ancianos también se postran en profunda adoración. Y de este modo forman como un todo único los seres de la creación, para tributar homenaje de obediencia y alabanza a Dios y a su Hijo Jesucristo. San Pablo, habiéndonos del anonadamiento de Cristo y de su obediencia hasta la muerte de cruz 37, nos dice que Jesucristo recibió, por este motivo, del Padre la dignidad más grande: fue constituido Señor, de suerte que ante El han de doblar la rodilla los cielos, la tierra y los infiernos. Y todo ello para gloria de Dios Padre.