Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
34. Muerte y Sepultura de Moisés.
1
Subió Moisés desde los llanos de Moab al monte Nebo, a la cima del Fasga, que está frente a Jericó; y Yahvé le mostró la tierra toda, desde Galaad hasta Dan; 2
todo Neftalí, la tierra de Efraím con Manasés, toda la tierra de Judá hasta el mar occidental, 3
el Negueb y todo el campo de Jericó, la ciudad de las palmas hasta Segor; 4
y le dijo Yahvé: Ahí tienes la tierra que juré dar a Abraham, Isaac y Jacob, diciendo: A tu descendencia se la daré; te la hago ver con tus ojos, pero no entrarás en ella. Moisés, el siervo de Dios, 5
murió en la tierra de Moab, conforme a la voluntad de Yahvé. 6
El le enterró en el valle, en la tierra de Moab, frente a Bet-Fogor, y nadie hasta hoy conoce su sepulcro. 7
Tenía, cuando murió, ciento veinte años, y ni se habían debilitado sus ojos ni se había mustiado su vigor. 8
Los hijos de Israel lloraron a Moisés en los llanos de Moab durante treinta días, cumpliéndose los días de llanto por el duelo de Moisés. 9
Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, pues había puesto Moisés sus manos sobre él. Los hijos de Israel le obedecieron, como Yahvé se lo había mandado a Moisés. 10
No ha vuelto a surgir en Israel profeta semejante a Moisés, con quien cara a cara tratase Yahvé; 11
ni en cuanto a las maravillas y portentos que Yahvé le mandó hacer en la tierra de Egipto contra el faraón y contra todos sus servidores y todo su territorio, 12
ni en cuanto a su mano poderosa y a tantos terribles prodigios como hizo a los ojos de todo Israel.
Este capítulo es la continuación
Deu_32:48-52. Según la orden recibida, el profeta sube a la cima del
Fasga, en el monte Nebo, desde la cual Yahvé le muestra los confines de la tierra prometida. Las regiones enumeradas no pueden alcanzarse todas con la vista desde la cima del Nebo, pues muchas están ocultas por la cordillera de montañas que atraviesa de norte a sur la tierra de Canaán, pero el deuteronomista aprovecha la ocasión para describir los confines geográficos de la tierra prometida. El autor sagrado
idealiza la historia, y así nos presenta al propio Dios enterrando a Moisés en un lugar secreto, desconocido en los tiempos de la redacción del libro (v.6)1. Todo esto nos indica que no hemos de tomar al pie de la letra la
escenificación de estos relatos, los cuales han de ser tomados e interpretados a la luz de sus enseñanzas
teológicas; es decir, el hagiógrafo quiere resaltar, con sus descripciones coloristas, la especialísima providencia de Yahvé y la gran veneración que sentía por el profeta excepcional,
creador de la teocracia hebrea: Moisés. Para resaltar ante las generaciones su particularísima amistad con Dios, convenía rodear su muerte de misterio y solemnidad, como había ocurrido con la del primer sumo sacerdote Aarón. Es una muerte digna (dentro del esquema
teológico de la narración del deuteronomista) del mayor de los profetas de Israel2.
La vida del profeta está dividida en tres períodos de cuarenta años: en la corte del faraón, en el desierto de Madián antes de la vocación como libertador de su pueblo y, finalmente, en la peregrinación camino de la tierra prometida3. El panorama de su vida se enmarca, pues, dentro de unos designios especialísimos de Yahvé, desde su hallazgo en las aguas del Nilo hasta su muerte en el monte Nebo a la vista de la tierra prometida. En su trayectoria no ha hecho sino cumplir
la voluntad de Yahvé (v.5). Su misma muerte no es por agotamiento de la senectud (a pesar de sus ciento veinte años), sino para dar cumplimiento a los designios divinos que falleciera a la vista de la tierra prometida sin poder poner el pie en ella. Por eso insiste el deuteronomista en que
no se habían debilitado sus ojos ni se había mustiado su vigor (v.7). El esquema
teológico de su vida es claro: su ciclo de caudillo de Israel había terminado, y el hagiógrafo nos presenta a su sucesor
Josué como el continuador de su obra. Había heredado de Moisés el
espíritu de sabiduría o de sagacidad prudencial para dirigir a su pueblo en la nueva etapa de la violenta conquista; pero, además, tenía un temperamento arrojado y bélico, más en consonancia con las exigencias militares de la nueva etapa de la ocupación de Canaán4.
El elogio del deuteronomista, que puede servir de epitafio al sepulcro del profeta
(no ha vuelto a surgir en Israel profeta semejante a Moisés, con quien cara a cara tratase Yahvé, v.10), encuentra su eco en el Eclesiástico: Amado de Dios y de los hombres, cuya memoria vive en bendición, le hizo (Dios) en la gloria semejante a los santos (ángeles) y le engrandeció, haciéndole espanto de los enemigos. Con sus palabras hizo cesar los vanos prodigios (de los magos de Egipto) y le honró en presencia de los reyes (del faraón). Le dio preceptos para su pueblo y le otorgó contemplar su gloria (en el Sinaí). Por su fe y mansedumbre le escogió entre toda carne; le hizo oír su voz y le introdujo en la nube (teofanía del Sinaí).
Cara a cara le dio sus preceptos, la Ley de vida y de sabiduría para enseñar a Jacob su alianza y sus juicios a Israel.5 La gran figura del libertador de Israel había quedado como el prototipo del amigo de Dios, y su muerte permanece casi envuelta en el misterio, como correspondía a su aureola de confidente de Yahvé.. La frase del deuteronomista (
nadie hasta hoy conoce su sepulcro, v.6) refleja una época tardía de composición de la narración, cuando Moisés había sido idealizado, después de siglos, en la épica religiosa popular.
1 Los LXX tratan de atenuar el sentido, y traducen en plural: sepultaron a Moisés... 2 Cf. Tomás de Aquino,
Sum.
Theol. 2-2 q.174 3.4. 3 Cf.
Exo_7:7;
Num_33:39;
Deu_31:2. 4 Cf.
Num_27:15-23. 5
Eco_45:1-5.