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Porque la tristeza lleva a la muerte,
y la pena del corazón consume las fuerzas.
(Eclesiástico 38, 18) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)

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38. El Medico, los Muertos, el Artesano.

Conducta para con el médico (38:1-15).
1 Atiende al médico antes que lo necesites, que también él es hijo del Señor. 2 Pues del Altísimo tiene la ciencia de curar, y el rey le hace mercedes. 3 La ciencia del médico le hace andar erguido, y es admirado de los príncipes. 4 El Señor hace brotar de la tierra los remedios, y el varón prudente no los desecha. 5 ¿No endulzó el agua amarga con el leño para dar a conocer su poder? 6 El dio a los hombres la ciencia para mostrarse glorioso en sus maravillas. 9 Con los remedios el médico da la salud y calma el dolor, el boticario hace sus mezclas para que la criatura de Dios no perezca. 8 y por él se difunde y se conserva la salud entre los hombres. 9 Hijo mío, si caes enfermo, no te impacientes; ruega al Señor y él te sanará. 10 Huye del pecado y la parcialidad y purifica tu corazón de toda culpa. 11 Ofrece el incienso y la oblación de flor de harina; inmola víctimas pingües, las mejores que puedas. 12 Y llama al médico; porque el Señor le creó, y no le alejes de ti, pues te es necesario. 13 Hay ocasiones en que logra acertar, 14 porque también él oró al Señor para que le dirigiera en procurar el alivio y la salud, para prolongar la vida del enfermo. 16 El que peca contra su Hacedor caerá en manos del médico.

La mención de la enfermedad en la perícopa precedente sugirió a Ben Sirac ésta sobre el médico, única en el Antiguo Testamento. Parece había en su tiempo quienes no tenían para con él las deferencias debidas más que cuando la enfermedad traspasaba los umbrales de su casa, e incluso quienes, considerando la enfermedad como un castigo de Dios1, veían en los cuidados sanitarios del médico una conducta opuesta a los designios de Dios.
El autor recomienda honrar debidamente al médico cuando estás sano, con lo que, cuando caigas enfermo, lo encontrarás más dispuesto a atenderte con todo interés y diligencia. Añade que es Dios mismo quien le ha dado la ciencia de curar, como ha puesto en las plantas las virtudes curativas. En efecto, es el Altísimo quien ha creado al médico y le ha dado una misión que cumplir en la sociedad: la de curar las enfermedades, dentro, claro está, de los designios de Dios, el cual quiere el concurso de las causas segundas para llevar a cabo dicha curación cuando así lo ha dispuesto su voluntad. A la acción del médico se asocia la del farmacéutico, que con sus mezclas y combinaciones prepara los medicamentos que aquél prescribe, completando así su labor. Uno y otro reciben su ciencia de Dios y son instrumentos providenciales para la curación de las enfermedades, don de Dios en beneficio de la humanidad, sujeta a tantas miserias. Y para que puedan llevar a cabo su misión, Dios ha puesto en las cosas de la tierra, en las plantas, en los medicamentos, las virtudes curativas que el médico con su ciencia descubre. Si con un leño, que no tiene capacidad alguna para ello, pudo endulzar las aguas amargas de Mará 2, bien podrá comunicar a aquéllas virtudes curativas. Con razón puede gloriarse el médico con su ciencia, tan importante y práctica como es el devolver la salud, y su misión es digna de todo honor y deferencia. Por eso los grandes los admiran y honran, reconociendo la utilidad de sus conocimientos. De hecho, entre los orientales tenían un elevado rango en las cortes y gozaban de gran estima. José tenía muchos a su servicio. 3 Herodoto precisa que en este país cada médico cuidaba una sola enfermedad, no muchas. Todo está lleno de médicos: unos son médicos para los ojos; otros, para la cabeza, para los dientes, para la región abdominal, para las enfermedades de localización interna. 4
De cuanto precede, Ben Sirac deduce la doble conducta que se debe seguir cuando se es afectado por una enfermedad. En primer lugar, acudir a Dios, que, como queda indicado, es quien hiere y quien cura con su mano 5, con la oración, el arrepentimiento de sus culpas y los sacrificios. Un buen israelita no ha de impacientarse ante la enfermedad que Dios le envía, sino levantar a Dios su corazón y rogar tenga a bien curarle de ella e ilumine al médico para que logre acertar en el medio curativo. Para conseguir que tu oración sea grata al Señor, es preciso purificar el alma de las culpas pasadas y apartarla de todo pecado, manteniéndose firme en el cumplimiento de los mandatos de Dios. Podría ocurrir, además, que la enfermedad fuese castigo de los pecados 6. Así serán también gratos a Dios los sacrificios que por tu enfermedad deberás ofrecer, el incienso y memorial de flor de harina 7, que recordará a Yahvé la súplica del oferente e infundirá en éste esperanza de ser escuchado por él; y en cuanto a víctimas, ofrece las mejores, pues se trata de un bien tan estimable como la salud, sin la cual de nada valen los bienes materiales. Es mejor salud con lo necesario que muerte dejando muchas riquezas.
Pero este recurso a Dios no excusa al enfermo de poner los medios naturales encaminados a conseguir la salud. Dios obra por medio de las causas segundas, y la causa segunda en este caso es el médico, por medio del cual Dios suele conceder la curación de las enfermedades. Y así, cuando cayeres enfermo, lo harás llamar (v.1a). Si no siempre da con el remedio eficaz - aun en nuestros días los mismos especialistas no pueden siempre garantizar el éxito de sus prescripciones médicas -, hay ocasiones en que logra descubrir la raíz del mal y prescribir el tratamiento oportuno. Además, también él habrá orado ante el Señor para que lo ilumine al investigar el remedio para tu enfermedad, y su oración, unida a la tuya, hará más fuerza ante El. Oportuna observación para el médico, que ha de poner en práctica cuantos medios le suministra la ciencia, pero que ha de pedir a la vez al Señor las luces necesarias para un acertado ejercicio de su profesión.
La afirmación con que termina la perícopa - quien peca contra su Hacedor caerá en manos del médico (v.1s) - responde a la concepción tradicional de que la enfermedad es castigo de los pecados y deriva del espíritu de la ley antigua, según el cual los pecados eran castigados con penas corporales. En rigor, toda enfermedad, como todo mal, proviene, en último término, del pecado original. Por lo que a los pecados actuales toca, los hay que llevan consigo el castigo en el cuerpo, como la intemperancia, la lujuria, etc.; pero no siempre los males y enfermedades arguyen pecados actuales. Job clama contra la opinión tradicional frente a su mujer y amigos, si bien no da la solución radical al problema del justo que sufre, contentándose con afirmar que Dios le envía sufrimientos para purificarlo y probarlo. Nosotros no ignoramos que a veces pueden ser consecuencia de los pecados cié los predecesores o sencillamente para que se manifieste el poder y la gloria de Dios 8, como sabemos también por la revelación que los pecados no han de ser necesariamente castigados en esta vida 9.

El luto y tristeza por los muertos (38:16-24).
16 Hijo mío, llora sobre el muerto y, profundamente afectado, canta lamentaciones, amortájale según su condición, y no dejes de darle sepultura. 17 Llora amargo llanto, suspira ardientemente. 18 y según la condición del muerto haz su duelo, un día o dos para no ser puesto en lenguas, y luego consuélate y da fin a tu tristeza; 19 porque la tristeza origina la muerte, y la tristeza del corazón consume el vigor. 20 Con la sepultura del muerto debe cesar la tristeza, pues la vida afligida hace mal. 21 No te acuerdes ya más de él, aléjalo de la memoria y piensa en lo por venir. 22 No pienses más en él, pues no hay retorno, que al muerto no le aprovecha y a ti te hace daño. 23 Piensa en su destino, pues el suyo será el tuyo, el suyo ayer, mañana el tuyo. 24 Con el descanso del muerto descanse su memoria y consuélate de su partida.

Por asociación de ideas, Ben Sirac pasa de la enfermedad a instruir a sus lectores sobre la actitud que deben observar respecto de los muertos. Les señala un triple deber de caridad: el llanto amargo y lamentaciones solemnes, que llevaban a cabo las plañideras profesionales 10, y que debían realizarse con profundos sentimientos de piedad; amortajarle conforme a su condición: sabemos por el Evangelio que se vendaban los miembros del difunto y se cubría su rostro con un sudario 11; y darle sepultura, lo que constituía para los hebreos un deber sagrado 12.
Entre los judíos, el duelo por el difunto duraba generalmente siete días 13; cuando se trataba de personajes ilustres, se extendía hasta un mes, como en el caso de Moisés y Aarón. El Talmud señala tres días para los llantos, siete para las lamentaciones, treinta para los cabellos y la barba, que es preciso dejar crecer. Pasado este tiempo, añade, Dios dice: No seáis más sensibles que yo mismo. 14 Ben Sirac lo reduce a uno o dos días, aunque tal vez podría referirse a las ceremonias de duelo más ardientes, dando a entender que incluso se podrían suprimir si no fuera porque se interpretaría como señal de poco afecto hacia el difunto. Pero, pasado ese tiempo, conviene vencer toda tristeza, enseña Ben Sirac, ya que, si se prolonga, hace mal a quien no la desecha. En efecto, una tristeza excesiva abate el alma, creando en el ánimo una depresión que enerva las mismas energías corporales, minando la salud de tal modo, que puede incluso llegar a causar la misma muerte 15. Y al difunto nada le aprovecha ese llanto y tristeza; por muy intensos y extremados que sean, no harán volver a la vida a aquel que descendió al seol, del que no hay retorno posible; como se deshace una nube y se va, así el que baja al sepulcro no sube más, no vuelve más a su casa, no le reconoce ya su morada.16 Ni se podrá con ellos mejorar en lo más mínimo su situación en aquel más allá. Finalmente, ten en cuenta que llegará un día en que también tú morirás; no acortes los días de tu vida ni los hagas tristes con esa prolongada aflicción. Piensa en las cosas futuras para olvidar las pasadas, que ya no tienen remedio, y vuelve a la alegría, que te hará más largos y felices los días de tu vida, pues corazón alegre hace buen cuerpo; la tristeza seca los huesos. 17 Esta manera de pensar choca con nuestra mentalidad cristiana. Ben Sirac ignoraba la suerte que en el más allá estaba reservada a los difuntos y desconocía lo que en su favor podemos hacer, si no con lamentaciones inútiles, sí con un recuerdo que lleva a la oración y sacrificio. Privado de la revelación posterior que aclaró esos puntos, su sentir es naturalista, no elevándose sobre meras consideraciones humanas semejantes a la que encontramos en los paganos.

El artesano en contraste con el sabio (38:25-39).
25 La sabiduría del escriba se acrecienta con el bienestar, pues el que no tiene otros quehaceres puede llegar a ser sabio. 26¿Cómo puede ser sabio el que tiene que manejar el arado y pone su gloria en esgrimir la ahijada, aguijoneando a los bueyes y ocupándose en sus trabajos, y siendo su trato con los hijos de los toros? 27 Pone todo su empeño en trazar derechos los surcos, y su desvelo en procurar forraje para los novillos. 28 Lo mismo digamos del carpintero o del albañil, que trabaja día y noche; de los que graban los sellos y se aplican a inventar variadas figuras, y ponen toda su atención en reproducir el dibujo, y se desvelan por ejecutarlo fielmente. 29 Lo mismo digamos del herrero, que junto al yunque considera el hierro bruto, a quien el calor del fuego tuesta las carnes, y que resiste perseverante el ardor de la fragua. 30 El ruido del martillo ensordece sus oídos, y sus ojos están puestos en la obra. 31 Su pensamiento está en acabarla bien, y su desvelo en sacarla a la perfección. 32 Lo mismo digamos también del alfarero, que, sentado a su tarea, da vueltas al torno con los pies, tiene siempre la preocupación de su obra y de cumplir la tarea fijada. 33 Con sus manos modela la arcilla y con sus pies ablanda su dureza; 34 pone su atención en acabar el vidriado, y su diligencia en calentar el horno. 35 Todos éstos tienen su vida fiada a sus manos, y cada uno es sabio en su arte. 36 Sin ellos no podría edificarse una ciudad; 37 ni se habitaría en ella, ni se pasearía. Pero no se levantan en las asambleas sobre los otros; 38 ni se sientan en la silla del juez, porque no entienden las ordenanzas de las leyes; ni son capaces de interpretar la justicia y el derecho, ni se cuentan entre los que inventan parábolas. 39 Son, sí, expertos en sus labores materiales, y su pensamiento mira a las obras de su arte. Muy de otro modo que el que aplica su espíritu a meditar en la ley del Altísimo.

Ben Sirac hace una amplia comparación entre el artesano, que ha de pasar todas las horas del día en sus ocupaciones manuales, y el sabio, que, libre de ellas, puede entregarse al estudio de la sabiduría especulativa, lo que le da ciertas ventajas sobre aquél.
Lo primero ocurre al labrador, a quien las faenas agrícolas y el cuidado de los ganados, ocupaciones necesarias para la vida de la humanidad que Ben Sirac no desestima en lo más mínimo, ocupan toda la jornada y absorben por completo su atención, sin dejarle tiempo para conversar asiduamente con los sabios. Lo mismo sucede al carpintero y al albañil, que carecen igualmente de la oportunidad del estudio y reflexión precisos para alcanzar la sabiduría; y a los grabadores de sellos, arte importantísima y muy estimada en la antigüedad, que requería una dedicación especial, pues el escultor tenía que esmerarse en idear nuevos diseños - cada cual debía tener un sello especial, que le servía de distintivo personal - y reproducirlos con exactitud sobre el bronce o las piedras preciosas. En su tarea han de poner también todo su empeño el herrero, a quien el autor presenta trabajando conforme a la antigua costumbre, y el alfarero, oficio conocido ya en Egipto en el Medio Imperio. Aquél, con sus ojos puestos en la obra, intenta con su martillo hacer del trozo de hierro un utensilio útil, y en obtenerlo lo más perfectamente posible pone toda su ilusión y su tiempo; éste, con sus pies, ha de hacer girar la rueda, mientras con las manos modela la figura sobre la que después extiende el vidriado. Todo ello requiere, además de un cuidado especial, mucho tiempo, si quiere hacer un número elevado y variado de ejemplares que le asegure un notable rendimiento.
Todos éstos han de pasarse la vida en sus ocupaciones, que, aunque diversas, tienen de común la exigencia de una dedicación asidua, necesaria para poder ganar el sustento, de modo que no queda posibilidad de prescindir de él para dedicarse al estudio de la sabiduría. Su aspiración será el ser sabios y maestros cada uno en su oficio y producir primorosas obras de arte, con las cuales, por lo demás, prestan servicios imprescindibles a la humanidad; sin ellos no se habitarían las casas ni se pasearía por las plazas de la ciudad, pues unas y otras precisan ser construidas por ellos. Pero no han realizado estudios especulativos para tomar parte en las reuniones de los grandes y poder dar en ellas su opinión. No han estudiado la Ley para poder juzgar e interpretar leyes, ni la sabiduría para poder expresarla en palabras 18. No obstante, insiste Ben Sirac, pueden en su profesión ser expertos y confeccionar verdaderas obras de arte y ser, bajo este aspecto, beneméritos de la humanidad.

1 Num_12:9-11; Sam 16:14; Job_4:7-8; Sal_38:3-11; Sal_41:5. - 2 Exo_15:23. - 3 Gén 11,Exo_50:2. - 4 Histor. II 58. - 5 Job_5:18; Ose_6:1. - 6 Mat_9:2; Jua_5:14. - 7 Lev_2:2.9.16. - 8 Jua_9:2. - 9 H. Duesberg, Le mídecin, un sage (Eccli 38:1-15): Bivichr 38 (61)43-48; A. Maca-Lister, art. Medicine, en Hastings, Dict. de la Bible II 32135. - 10 Amo_5:16; Mat_9:23; Mar_5:38. - 11Jn_11:44. - 12 JE1 hebreo lee el lóbc: dale sepultura según su condición y no te ocultes en su muerte. Lo primero se refería a los funerales conforme a su posición social. Lo segundo, a los que se retiraban lo más pronto posible de los muertos por temor a contaminarse al contacto con los cadáveres (Num_19:11-16) o para no tener que prestar los cuidados mencionados. - 13 Cf. 22:13. - 14 Talmud de Jerusalén, Mo'edh Qaton 2?b. - 15 El v.20 falta en el hebreo. En el griego, siríaca y Vulgata está muy oscuro. La traducción que escogemos sigue en 2oa la lección de los mejores códices griegos, y en 2ob la del griego corregido. La Bib. de Jér.: con los funerales debe cesar la aflicción; una vida llena de tristeza es insoportable. - 16 Job_7:9-10; 2Sa_12:13. - 17 30:22-23; Pro_17:22. - 18 Cf P. W. Skehan, They Shall not be Found in Parables (Eco_38:38[3l]): Cf 9 23 (1961) 40.



King James Version (KJVO) (1611)



Chapter XXXVIII.

1 Honour due to the Phisitian, and why. 16 How to weepe and mourne for the dead. 24 The wisedome of the learned man, and of the Labourer and Artificer: with the vse of them both.
1 Honour a Phisitian with the honour due vnto him, for the vses which you may haue of him: for the Lord hath created him.
2 For of the most High commeth healing, and he shall receiue [ Or, a gift.] honour of the King.
3 The skill of the Phisitian shall lift vp his head: and in the sight of great men he shalbe in admiration.
4 The Lord hath created medicines out of the earth; and he that is wise will not abhorre them.
5 Was not the water made sweet with wood, that the [ Exo_15:25.] vertue thereof might be knowen?
6 And he hath giuen men skill, that hee might be honoured in his marueilous workes.
7 With such doeth he heale [men,] and taketh away their paines.
8 Of such doeth the Apothecarie make a confection; and of his workes there is no end, and from him is peace ouer all the earth.
9 My sonne, in thy sickenesse be not negligent: but [ Isa_38:2.] pray vnto the Lord, and he will make thee whole.
10 Leaue off from sinne, and order thy hands aright, and cleanse thy heart from all wickednesse.
11 Giue a sweet sauour, and a memoriall of fine flowre: and make a fat offering, as [ Or, as a deadman.] not being.
12 Then giue place to the phisitian, for the Lord hath created him: let him not go from thee, for thou hast need of him.
13 There is a time when in their hands there is good successe.
14 For they shall also pray vnto the Lord, that hee would prosper that, which they giue, for ease and [ Or, curing.] remedy to prolong life.
15 He that sinneth before his maker, let him fal into the hand of the Phisitian.
16 My sonne, let teares fall downe ouer the dead, and begin to lament, as if thou hadst suffered great harme thy selfe: and then couer his body according to the custome, & neglect not his buriall.
17 Weepe bitterly, and make great moane, and vse lamentation, as hee is worthy, and that a day or two, lest thou be euill spoken of: and then comfort thy selfe for thy heauinesse.
18 For of heauinesse commeth death, and the heauinesse of the [ Pro_15:13; Pro_17:22.] heart, breaketh strength.
19 In affliction also sorrow remaineth: and the life of the poore, is the curse of the heart.
20 Take no heauines to heart: driue it away, and remember the last end.
21 Forget it not, for there is no turning againe: thou shalt not doe him good, but hurt thy selfe.
22 Remember [ Or, the sentence vpon him.] my iudgement: for thine also shall be so; yesterday for me, and to day for thee.
23 When the dead is at [ 2Sa_12:20.] rest, let his remembrance rest, & be comforted for him, when his spirit is departed from him.
24 The wisedome of a learned man cometh by opportunitie of leasure: & he that hath litle busines shal become wise.
25 How can he get wisdome that holdeth the plough, and that glorieth in the goad; that driueth oxen, and is occupied in their labours, and whose talke is [ Greek: of the breed of bullocks.] of bullocks?
26 He giueth his minde to make furrowes: and is diligent to giue the kine fodder.
27 So euery carpenter, and workemaster, that laboureth night and day: and they that cut and graue seales, and are diligent to make great variety, and giue themselues to counterfait imagerie, and watch to finish a worke.
28 The smith also sitting by the anuill, & considering the iron worke; the vapour of the fire wasteth his flesh, and he fighteth with the heat of the furnace: the noise of the hammer & the anuill is euer in his eares, and his eies looke still vpon the patterne of the thing that he maketh, he setteth his mind to finish his worke, & watcheth to polish it perfitly.
29 So doeth the potter sitting at his worke, and turning the wheele about with his feet, who is alway carefully set at his worke: and maketh all his worke by number.
30 He fashioneth the clay with his arme, and [ Or, tempereth it with his feet.] boweth downe his strength before his feet: he applieth himselfe to lead it ouer; and he is diligent to make cleane the furnace.
31 All these trust to their hands: and euery one is wise in his worke.
32 Without these cannot a citie be inhabited: and they shall not dwell where they will, nor goe vp and downe.
33 They shall not be sought for in publike counsaile; nor sit high in the congregation: they shal not sit on the Iudges seate, nor vnderstand the sentence of iudgement: they cannot declare iustice, and iudgement, and they shall not be found where parables are spoken.
34 But they will maintaine the state of the world, and [all.] their desire is in the worke of their craft.

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



5. Se trata de una alusión al episodio de Mará, donde un trozo de árbol "endulzó el agua" para que pudiera beber el pueblo. Ver Exo_15:25.

15. "íQue caiga en manos del médico!", es decir que contraiga una enfermedad grave. El texto hebreo dice: "Peca contra su Creador el que se hace el fuerte frente al médico", o sea, el que cree que puede prescindir de sus servicios.



La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Duelo. También en el momento crucial y definitivo de la vida humana, la muerte, se tiene que notar la calidad de vida del sabio. En primer lugar, a la muerte hay que mirarla como una realidad absolutamente inevitable, y en segundo lugar, cuando le llega a cualesquiera de quienes nos rodean, lo más sano y justo es llorarlo, sepultarlo y hacer duelo, pero con mesura y poco a poco ir borrando su recuerdo (20.21) mientras nos llega el fin también a nosotros.

Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

Sir 30:21-23; (ver 2Sa 12:20-23).

Torres Amat (1825)



[1] El cuidado de la salud exige los servicios del médico.

[5] Ex 15, 25.

[11] Lev 2, 2.

[15] Merece perder la salud el que peca.