Proverbio numérico.
Hay dos naciones que mi alma detesta,
y la tercera ni siquiera es nación:
(Eclesiástico 50, 25) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)
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50. Elogio de Simón, Sumo Sacerdote.
1 Príncipe de sus hermanos y gloria de su pueblo fue Simón, hijo de Onías, sumo sacerdote. En su vida fue restaurada la casa y en sus días fue consolidado el templo. 2 En su época fue cavado el estanque, depósito semejante al mar por la cantidad de sus aguas. 3 En sus días fue edificado el muro y torres de refuerzo como en palacio real. 4 Protegió a su pueblo contra los ladrones y aseguró su ciudad contra los enemigos. 5Qué majestuoso cuando salía del santuario, cuando se adelantaba de detrás de la cortina! 6 Como la estrella de la mañana entre nubes, y como la luna llena en los días del plenilunio; y como el sol radiante sobre el templo del Altísimo, 8 y como el arco iris, que se aparece en las nubes; como flor entre el ramaje en los días primaverales, como azucena junto a la corriente de las aguas; como las flores del Líbano en los días de verano, 9 y como el incienso que arde sobre la ofrenda; como vaso de oro finamente trabajado 10 y enriquecido con piedras preciosas; 11 como el verde olivo cargado de fruto, como ciprés que se alza hasta las nubes, cuando se ponía los ornamentos de su gloria y se vestía con las ropas suntuosas; 12 cuando subía al altar majestuoso y hacía resplandecer los ámbitos del santuario; 13 cuando recibía de sus hermanos las porciones de la víctima y estaba en pie junto al fuego, rodeado de una corona de hijos, como renuevos de cedro en el monte Líbano. 14 Como sauces le rodeaban en su majestad todos los hijos de Aarón; 15 teniendo en sus manos las ofrendas del Señor, ante toda la congregación de Israel, hasta acabar el servicio del altar y acabar el sacrificio al Altísimo. 16 Tendía su mano a la libación y ofrecía la sangre de la vid, 17 y derramaba al pie del altar la sangre de olor agradable al Soberano Altísimo, 18 Tocaban entonces los hijos de Aarón las trompetas de metal laminado y levantaban un fuerte sonido para avisar que se hallaban ante el Altísimo. 19 Entonces todo el pueblo a una se apresuraba a caer rostro a tierra para adorar al Señor Altísimo, al Santo de Israel. 20 Y los cantores hacían oír su voz y en el vasto templo resonaba la dulce melodía, 21 y clamaba todo el pueblo de la tierra orando ante el Misericordioso, hasta acabarse el servicio del altar y terminar el culto prescrito. 22 Entonces Simón, bajando, levantaba sus manos sobre la congregación de los hijos de Israel para dar con sus labios la bendición de parte de Dios y gloriarse en su nombre. 23 De nuevo se postraban en tierra para recibir de él la bendición: 24 Ahora bendecid al Señor, Dios de Israel, que hace maravillas en toda la tierra, que forma al hombre en el seno materno y le hace según su voluntad. 25 Concédanos El la sabiduría del corazón y haga reinar la paz en nuestros días. 26 Que su misericordia permanezca con Simón y mantenga firme el pacto de Fines. Que no sea roto el pacto con él ni con su descendencia por los días del cielo.
Un entusiasta y extenso elogio de Simón II, sumo sacerdote, pone fin a los panegíricos de hombres célebres en Israel. Ben Sirac conoció, sin duda, los hechos del pontífice y contempló con sus ojos las actuaciones sacerdotales en el templo, que debieron impresionarle grandemente.
Hecho prisionero Jonatán, sucesor de Judas Macabeo, Simón II, su hermano, asume la defensa del pueblo frente a Trifón, que tutelaba a Antíoco VI. Moviliza todos los hombres de guerra y concluye los muros de Jerusalén, que queda fortificada toda en derredor 1. Trifón no pudo llegar a la ciudad, en cuya ciudadela resistían asediados los gentiles, debido a la resistencia que dondequiera que aparecía le presentaba Simón y a una nevada, por lo que se retira a su tierra 2. Simón, preparados sus guerreros, fortifica el monte del templo que está próximo a ella y da mayor altura a las murallas 3. El destronado rey Demetrio, que se alzó contra Trifón, viendo que los romanos consideraban como amigos a los judíos y queriendo contar con el apoyo de Simón, le confiere el sumo sacerdocio, otorgándole grandes honores 4. Los judíos y sacerdotes, a su vez, resuelven instituirlo caudillo de los judíos y sumo sacerdote por siempre, mientras no aparezca un profeta digno de fe 5. Durante toda su vida, toda la tierra de Judá disfrutó de paz y prosperidad. Simón restauró y consolidó el templo. Reconstruyó el gran pilón de bronce, que sostenían doce figuras, semejante al mar por sus grandes dimensiones6, depósito de agua para los servicios del templo. Construido por Salomón, fue destruido por los babilonios. Además de las obras encaminadas a la defensa de la ciudad, procuró defender el país de las incursiones de los samaritanos y seléu-cidas, encaminadas al saqueo y pillaje.
Pero hay en Simón algo todavía más admirable para Ben Sirac que el valiente guerrero o el hábil restaurador: la magnificencia con que, como sumo sacerdote, realizaba las funciones litúrgicas en el día de la Expiación, único día en que el sumo sacerdote entraba en el sancta sanctorum'7. Hasta diez comparaciones (v.6-11) emplea Ben Sirac para poner ante nuestros ojos la impresión maravillosa que hacía sentir cuando, saliendo del santuario, se aparecía ante la multitud adornado de los ricos y majestuosos ornamentos sacerdotales. Su esplendor semejaba al lucero de la mañana, que, aureolado de nubes, hace más rico su esplendor; a la luna cuando majestuosa se pasea por los cielos en los días de plenilunio; al sol radiante de esplendor, a quien no se puede mirar directamente, sino sólo contemplar la proyección de sus rayos, que doran las paredes del templo; al arco iris, que con sus vivos colores surca majestuosamente el firmamento. La belleza de sus ornamentos recuerda la flor lozana entre el frondoso ramaje; la azucena, que se yergue fresca y encantadora junto a las aguas; Zas flores del Líbano, bañadas por los rayos brillantes del sol. Su majestuosidad evoca el incienso, que, depositado sobre el fuego, eleva una nube de humo al cielo; el ciprés, que quiere alcanzar con su copa las nubes. La riqueza de sus vestiduras recuerda un vaso fino adornado de piedras preciosas, y su vida virtuosa y benéfica, cargada de méritos ante Yahvé y su pueblo, recuerda el olivo cargado de frutos.
Solemne era también la subida majestuosa al altar de los holocaustos, ante la que los ámbitos del santuario parecían resplandecer como heridos por los rayos de su esplendor. Y digno de contemplarse el espectáculo que ofrecía Simón cuando se encontraba rodeado de los sacerdotes que le presentaban las víctimas del holocausto; revestidos también ellos de sus ornamentos sacerdotales, formaban en torno suyo como una corona de hijos que rodea al padre, semejando al cedro cercado de retoños8 o a una gran palmera, a quien hacen cortejo cantidad de palmas que arrancan de sus mismas raíces 9. Impresionante el momento de la libación del vino que el sumo sacerdote derramaba al pie del altar 10; era el momento en que los hijos de Aarón hacían resonar fuertemente las trompetas n para recordar al pueblo que se hallaba en la presencia del Altísimo; entonces los cantores entonaban dulces melodías 12, mientras el pueblo, que había caído rostro en tierra en acto de adoración a Yahvé, elevaba su plegaria ante el Dios misericordioso, permaneciendo en su actitud de oración hasta terminadas las ceremonias del altar. Terminadas éstas, el sumo sacerdote, en un final lleno también de emoción, impartía su bendición al pueblo, que de nuevo se había postrado en tierra para recibirla. Era ésta la única en todo el año en que el pontífice de la antigua ley pronunciaba el nombre de Yahvé.
Concluye Ben Sirac su elogio a los padres del pueblo escogido con una exhortación a bendecir a Dios, que dio a Israel tan grandes hombres, y a todo hombre la vida ya en el seno materno, bendición que viene a ser una acción de gracias que dispondrá a Dios a continuar por su parte bendiciendo al pueblo elegido. Implora para él la sabiduría, objeto principal del libro, que es inteligencia y cumplimiento de sus enseñanzas, y la paz para poder practicarlas con toda libertad. Añade en su oración una plegaria por la permanencia del pacto de Dios con Fines, de perpetuar en su descendencia el sacerdocio y la misericordia sobre Simón, que en sus días ostentaba el sumo sacerdocio. Probablemente Ben Sirac adivinaba los días turbulentos que se avecinaban. El sucesor de Simón II, Onías III, fue suplantado por Jasón, su hermano, hacia el 175, el cual lo fue tres años más tarde por Menelao, de la tribu de Benjamín, ajena al sacerdocio, que lo consiguió de Antíoco Epífanes. Onías moría después alevosamente, siendo él el último de su raza que poseyó el sumo pontificado, que pasó luego a los asmoneos 13.
Razas odiosas (50:27-28).
27 Dos pueblos me son odiosos, y un tercero, que ni siquiera es pueblo: 28 los que moran en la montaña de Seir y los filisteos y el pueblo necio que habita en Siquem.
A la bendición que implora para el pueblo israelita parece oponer Ben Sirac la de tres pueblos limítrofes que fueron sus más hostiles enemigos, dignos por lo mismo de castigo por parte de Yahvé. Tal vez hay en la mención de estos pueblos en este pasaje, que, si bien parece fuera de contexto, está atestiguado por todos los manuscritos y versiones, una plegaria implícita al Señor solicitando su protección frente a ellos. Los idumeos, descendientes de Esaú, ocupaban el territorio de Hebrón, al sur del mar Muerto. Enemigos tradicionales de Israel, fueron después de la cautividad los más encarnizados de todos ellos, y, por lo mismo, fueron objeto de maldición varias veces por parte de los profetas 14. Los filisteos eran otro pueblo tradicionalmente enemigo de Israel. Vencidos por David, conservaron siempre una sorda enemistad contra los hebreos. En sus regiones costeras triunfó plenamente la cultura helénica, que hizo de sus ciudades baluarte de paganismo, lo que añadió al odio y a sus prácticas idolátricas un nuevo título de aborrecimiento para los israelitas. Pero el pueblo más odioso a los judíos eran los samaritanos, que habitaban los montes de Efraím, con capital en Siquem. La enemistad se remonta a los orígenes mismos del pueblo samaritano, mezcla de los israelitas que quedaron en el país y los gentiles enviados allí por los asirios con el fin de ocupar el lugar de los deportados, lo que dio origen a diversas mezclas de prácticas de la Ley y prácticas paganas, que no pudieron ver con buenos ojos los judíos fieles a la Ley mosaica 15. La enemistad se acentuó al rehusar los judíos la colaboración ofrecida por los samaritanos para la reconstrucción del templo 16 y llegó al colmo al hacer los samaritanos del templo de Garizim el centro del culto cismático rival del de Jerusalén 17.
Epilogo (50:29-31).
29 Doctrina sabia y sentencias prudentes consignó en este libro Jesús, hijo de Sirac, de Jerusalén, que derramó en él la sabiduría de su corazón. 30Dichoso el hombre que la medita; y el que la guarda en su corazón será sabio; 31 pues el que así haga triunfará en todo, porque el temor del Señor es su camino.
En estos versos se hace la presentación del autor, a quien ya conocemos: Jesús, hijo de Eleazar, hijo de Sirac, como dice el T.H. Se consigna el elogio de las enseñanzas contenidas en su libro, llenas de sabiduría y prudencia; se concluye con una recomendación a su atenta meditación. Es verdaderamente dichoso quien las sigue, porque camina por la senda del temor de Dios, principio de la verdadera sabiduría, que conduce a la felicidad. Podrá recorrer las tierras y surcar los mares, pues dondequiera le acompañará el favor de Yahvé, que hará prosperar sus caminos.
1Ma_13:10. - 2 1Ma_13:20-24. - 3 1Ma_14:37. - 4 1Ma_14:38-39. - 5 1Ma_14:41-47. - 6 1Re_7:23. - 7 Lev c.16. Cf. B. Celada, El velo del Templo St'r. 50;.·GultBib 15 (1958) 109-12. - 8 Sal_128:3; Pro_17:6. - 9 Lev_23:40. - 10 Num_15:5; Num_28:7-10.14; 2Sa_23:26. - 11 Num_10:2.10; 2Cr_7:6; 2Cr_29:27. - 12 2 Par 29:28. - 13 2Ma_4:34. Esta es, sin duda, la razón por la que el traductor griego suprimió en su versión el nombre de Simón e introdujo la súplica de liberación, concluyendo: Que su misericordia permanezca fielmente con nosotros y que nos libre de nuestros días. - 14 1Ma_5:65; Eze_25:12-14; Abd_1:1-11; Mal_1:2-5; Sal 52; Mal_138:7. - 15 2Re_17:25-28. - 16 Esd_4:1-5. - 17 Jua_4:20.