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Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. (Efesios  2, 13) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 2

III. POR LA GRACIA, SALVADOS EN LA FE (2/01-10).

Los diez versículos siguientes podríamos llamarlos con razón «la pequeña carta a los Romanos». El mensaje fundamental de la carta a los Romanos puede resumirse así: 1.° Extensión del pecado a toda la humanidad, paganos y judíos; 2.° la salvación por la pura gracia de Dios en Cristo Jesús; 3.° atribuida por medio de la fe; 4.° a la exclusiva gloria de Dios. Esto es precisamente lo que encontramos aquí condensado en los diez versículos de los que nos vamos a ocupar inmediatamente.

1. LA SITUACIÓN INICIAL: ESCLAVOS DEL PECADO (2,1-3).

a) Los paganos bajo el dominio de Satán y del mundo (2,1-2) .

...1 Y a vosotros, que estabais muertos por vuestras culpas y pecados, 2 en los que a la sazón caminabais según el eón de este mundo, según el príncipe de la potestad del aire, el espíritu que actúa ahora entre los hijos de la desobediencia...

Según Pablo la humanidad se divide en dos grupos, por muy desiguales que sean en número y magnitud: judíos y gentiles. No se trata de un nacionalismo de vía estrecha, en el que hubiera caído el judío Pablo. Es Dios el que ve así a la humanidad, Dios para quien no cuenta el número y la masa. Por su elección especial y por el misterio de su misión este pequeño pueblo escogido por Dios sirve de contrapeso al mundo pagano, por innumerables que sean sus pueblos. Esta división fundamental sirve de base a Pablo para diferenciar a judíos y gentiles.

Pero, mientras en la carta a los Romanos, Pablo describe minuciosamente el estado de pecado entre gentiles y judíos, aquí se contenta con destacar en ambos el fundamento y la fuente de su antigua esclavitud respecto al pecado.

Los étnicocristianos estaban en otro tiempo al servicio de poderes enemigos de Dios. Eran, por decirlo así, ciudadanos pleno iure en el reino del príncipe de este mundo, instrumentos arbitrarios de su odio profundo hacia Dios, aspecto éste del pecado que, a pesar de olvidarse frecuentemente, merecería una reflexión muy seria.

Con un lenguaje, para nosotros desacostumbrado y condicionado por la época, se dice aquí de Satán que actúa en el eón de este mundo. La palabra «eón» tiene muchas significaciones: eternidad, época histórica, espacio histórico, espacio aéreo. Aquí hay que suponer una significación especial, que no podemos explicar con plena seguridad. Con esta palabra se indica algo que nosotros llamaríamos, de manera muy imperfecta, el espíritu del tiempo; pues en el concepto «eón» se contenía, para el mundo de los destinatarios de la carta, algo de eterno, personal e incluso divino. Cuando aquí se trata del eón del mundo o, más bien, del mundo como eón, no es el mundo como realidad visible, ni tampoco se insinúa una especial significación o perspectiva del universo. Es un uso, totalmente particular, de la palabra «mundo», considerado como un ser soberano por sí mismo, que se basta a sí mismo y que, por ello, prácticamente se enfrenta con Dios. «Eón de este mundo» quería, por tanto, decir: un poder satánico y antidivino que empuja a considerar al mundo como Dios y a adoptar ante él la actitud consiguiente.

Por debajo de él está realmente, como fuerza propiamente impulsora, Satán, «el príncipe de la potestad del aire». El aire (incluso el cielo), concebido como la zona inferior de la atmósfera, era considerado como la zona residencial de los malos espíritus. Esta situación «elevada» los coloca en una actitud superior, y, en su calidad de invisibles e inalcanzables, los hace doblemente peligrosos. Tienen un señor que manda sobre ellos. Es Satán. Podemos podar esta concepción del follaje mítico de la época, y nos encontramos ante una gran verdad: Dios tiene en Satán un adversario (aunque en plano inferior), y este adversario tiene poder en el mundo, y en la guerra entre Dios y Satán se trata precisamente de los hombres.

Todavía queda una tercera denominación: «del espíritu que actúa ahora entre los hijos de la desobediencia...» Es el mismo Satán, aunque no deja de ser extraño que, por las exigencias gramaticales, haya que igualarlo con el aire, de cuyo dominio se venía hablando. El príncipe de este mundo domina y define el aire, es decir, la atmósfera en que los hombres viven.

Esta atmósfera es su arma eficaz y peligrosa, y sabe muy bien servirse de ella. Es el aire, al que los «hijos de la rebelión» se entregan incondicionalmente. Es el aire, en el que la cristiandad de origen pagano tiene que vivir. Es esa atmósfera, con la que el «príncipe de este mundo» presenta al hombre la realidad como eón, como algo soberano que sólo obedece a su propio mecanismo de leyes y viene finalmente a reemplazar al mismo Dios. El hombre, que incurre en ello, se pone como fin y meta de su vida a este mundo satánico, así entendido. Introduce el pecado y el mal en su propio corazón, que llegan a tomar incremento y a poner un dique al primitivo impulso del hombre hacia el bien. Y así al final viene éste a convertirse en esclavo del príncipe de las tinieblas y cosecha la muerte («que estabais muertos por vuestras culpas y pecados»).

éste es el pasado tenebroso que los étnicocristianos no deberían olvidar; el oscuro subsuelo, sobre el que puede proyectarse la luz de la salvación con redoblada fuerza, fuente de una duradera y siempre renovada alegría y de un agradecimiento desbordante.

b) Los judíos bajo el dominio de la concupiscencia (2,3).

3 Entre los cuales (¿los pecados o los hijos de la rebelión?) también nosotros todos vivíamos entonces según las concupiscencias de nuestra carne; cumplíamos los deseos de la carne y de los impulsos y éramos, por naturaleza, hijos de ira exactamente como los otros.

Otra vez vuelve el Apóstol a la raíz del pecado. Pero aquí, como se trata de los que antes eran judíos, no predomina la perspectiva del engaño seductor del mundo y de los poderes satánicos que se sirven de aquél. Pues el judío conoce los caminos de Dios, conoce su voluntad expresada en la ley. Mas bien sucumbe a las fuerzas subsidiarias, que para el mundo y Satán representan las tendencias íntimas del hombre, y que aquí se llaman «las concupiscencias de nuestra carne».

Pero para Pablo el concepto «carne» tiene mayor extensión de lo que nosotros a primera vista entendemos, cuando hablamos de los pecados de la carne. Carne es para san Pablo todo el hombre, en cuanto que -abandonado a sus propias fuerzas-, como hijo y heredero del primer padre caído, «está inclinado al mal desde su juventud» (Gen_6:5). ¿Dónde está la debilidad radical de este hombre? Sencillamente en que, por su propio natural, no es consciente de su absoluta e impensable dependencia de Dios. Y así tiene siempre la tentación de convertir al propio yo en medida, instrumento y meta de todo su pensar, su querer y su hacer. Por eso podemos definir la «carne» en sentido paulino como el egoísmo natural del hombre caído. Y siendo esta adhesión al yo la infraestructura de todo pecado, será bienvenido todo lo que nos pueda ayudar a buscar sólo a Dios y a Cristo y a servirlos en nuestra vida.

«...por naturaleza, hijos-de-ira» significa aquí claramente la imposibilidad natural de evitar el pecado y escapar a la ira de Dios con las solas fuerzas de la naturaleza caída. Y si, siguiendo más adelante, nos preguntamos cómo se ha llegado a este «estado natural», tendríamos que recurrir a la doctrina del pecado original. En una palabra, gentiles y judíos, toda la humanidad, están sin salvación bajo el dominio del pecado.

Pero ¿es correcta esta descripción? Prescindiendo de la Inmaculada, ¿no nos da la Escritura testimonio de la santa vida de una Isabel, de un Zacarías, de un Juan Bautista? Y el mismo Pablo ¿no escribe sinceramente que, cuando era fariseo, vivía «irreprensible» en la observancia de la ley divina (Phi_3:6)? ¿Cómo considera ahora a todos las demás hijos de ira, que han vivido «según las concupiscencias de la carne»? La respuesta es ésta: aquí, como más expresamente en la carta a los Romanos, parece como si Pablo, para probar la universalidad del pecado humano, sacara un argumento de la experiencia y de la historia. Pero un «argumento» así no es naturalmente posible, y en el fondo Pablo no se demora mucho en ello. él parte siempre de la revelación. Por ella sabe que sólo en Cristo Jesús está la salvación para todos. No hay ningún camino, fuera de él, que lleve a la salvación. Por eso concluye lógicamente: luego todos están necesitados de redención, luego «todos han pecado y están privados de la gloria de Dios» (/Rm/03/23). Esta es la verdad revelada que Pablo aquí -y mucho más en la carta a los Romanos- amplía retóricamente, al describir a todos como esclavos del pecado. Aquí, como muchas veces en la Sagrada Escritura, hay que distinguir entre la verdad que el hagiógrafo quiere expresar, y la manera como lo hace. Pablo ha señalado el fondo tenebroso. Esto lo hace adrede. Cree que es muy importante que a sus fieles les quede muy grabada en la conciencia su situación inicial, una situación humanamente sin perspectiva. Y es muy comprensible: sin conciencia de pecado no hay necesidad de salvación, sin necesidad de salvación no hay alegría de redención, sin alegría de redención no hay verdaderamente un alegre mensaje. Si con nuestra palabra y nuestra vida no traemos a los hombres alegría, paz, felicidad, le falta entonces a nuestro cristianismo y a nuestro mensaje fuerza de penetración. Esto explica por qué san Pablo insiste tanto en nuestra situación inicial, humanamente hablando, desesperada; y esto con razón tanto mayor cuanto que anteriormente ha hablado con entusiasmo de las vicisitudes del gran don que Dios nos ha hecho en Jesucristo.

2. SALVADOS EN CRISTO POR LA GRACIA DE Dlos (2,4-10).

a) Vivificados con Cristo y colocados en el cielo (2,4-6).

4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por el mucho amor con que nos amó, 5 y muertos como estábamos por nuestros pecados, nos ha vivificado con Cristo -por gracia habéis sido salvados-, 6 y nos ha resucitado con él, y nos ha hecho sentar en los cielos, en Cristo Jesús.

La situación inicial de paganos y judíos ha quedado descrita: perdición sin remedio. Ahora viene el viraje repentino: «Pero Dios...»: sí, sólo él puede aquí ayudarnos y lo ha hecho realmente. Pero téngase en cuenta cómo cada palabra del Apóstol subraya el carácter marcadamente gratuito de esta intervención divina: «Dios, que es rico en misericordia», «por el mucho amor», «muertos como estábamos». No es ésta simplemente una muerte que consiste en la falta de vida; sino una muerte que consiste en la separación de Dios, en la enemistad con él. Es la misma idea expuesta en la carta a los Romanos: «Dios nos demuestra su amor en el hecho de que Cristo murió por nosotros cuando aún éramos pecadores... Cuando aún éramos sus enemigos, nos ha reconciliado por la muerte de su Hijo» (/Rm/05/08s).

A decir verdad, en nosotros no había nada que pudiera «estimular» el amor de Dios. Pero así es precisamente el amor de Dios: no necesita, como el amor humano, el aliciente de la amabilidad del objeto. El amor de Dios crea la amabilidad de su objeto. Uno no es amado por Dios porque sea amable, sino que es amable porque es amado por Dios.

«Nos ha vivificado con Cristo». Al pronunciar estas palabras, de tal manera se apretujan en la mente de Pablo las impensables hazañas de Dios (encarnación, crucifixión, resurrección y el bautismo cristiano como participación de todo esto), que llega como a perder el hilo de su pensamiento. Tiene que interrumpirse (cosa en él frecuente), pero aquí con una llamada de atención incidental (cosa en él muy rara): lo que bulle en su interior pugna por salir fuera, y no puede menos que sacudir la atención de sus lectores, para empujarlos hacia el objetivo, en que para él descansa todo: «por gracia habéis sido salvados».

«Salvados». Hay que haberlo vivido. Hay que haber sido literalmente arrancado de una muerte segura, para comprender en la más íntima fibra del propio ser lo que significa «salvado», aun cuando no fuera más que en esta pobre y corta existencia terrena. Si queremos que la palabra de Dios se convierta para nosotros en una vivencia, hemos de intentar bucear en la escuela de las experiencias de la vida, con las que los conceptos descarnados e incoloros adquirirán una nueva luz. éste es el caso de la vivencia de la propia salvación. La vida está llena de parábolas, y Jesús con su lenguaje parabólico nos ha enseñado a valorar la vida de cada día a la luz del mensaje de Dios.

Esto por lo que se refiere a la expresión «salvados». Pero el énfasis particular de la llamada incidental del Apóstol no está ahí, sino en la expresión «por gracia». Esto es lo que preocupa a Pablo en primer plano. Es el pensamiento fundamental y orientador de su ya larga lucha por un Evangelio liberado de la ley.

«...y nos ha resucitado con él y nos ha hecho sentar en los cielos, en Cristo Jesús». He aquí una audaz e inaudita visión de la realidad cristiana, de la que hemos tenido ya ocasión de hablar. Nuestra cabeza está elevada sobre todos los cielos a la derecha del Padre, nuestra cabeza, cuyos miembros somos nosotros y que con ella formamos un cuerpo, aún más un hombre («uno», Gal_3:28). En ella también hemos sido glorificados. Hay algo que nos separa de esta realidad fundamental, siendo así que nuestra efectiva participación en la gloria de Dios es todavía una mera esperanza; pero tenemos la garantía del Espíritu Santo, poseído ya por nosotros, y que es la «prenda de nuestra herencia» (1,14). Esto, para la fe de san Pablo, quiere decir ser cristiano.

b) Para alabanza de la gloria de su gracia (2,7).

...7 para mostrar en los siglos venideros la extraordinaria riqueza de su gracia por su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús.

Ya en el himno introductorio -aquella magnífica visión panorámica de la «bendición con que Dios nos ha bendecido»-, Pablo alude tres veces a esta idea: el último objetivo de la actuación de Dios no puede reposar en el hombre, sino que es «alabanza de la gloria de su gracia». Igualmente aquí en toda misericordia, en todo amor, el último objetivo sólo puede ser la gloria de Dios. Durante toda la eternidad se reconocerá y glorificará, con admiración siempre nueva, la inconmensurabilidad de su gracia, manifestada en la bondad que nos ha mostrado «en el Amado» (1,6).

c) Salvados por la gracia a través de la fe, no por las obras (2,8-9).

8 Por la gracia habéis sido salvados mediante la fe; y esto no proviene de vosotros: es don de Dios, 9 no de las obras, para que nadie se gloríe.

CREER/QUE-ES: Otra vez el pensamiento dominante: «por la gracia». Sin embargo, aquí Pablo añade «mediante la fe». ¡Finalmente tenemos al menos algo de parte del hombre: la fe! Es verdad, pero en definitiva ¿qué es creer sino renunciar a sí mismo y dejar que entre Dios? Creer no significa propiamente «hacer» algo; no es una «obra» del hombre. Creer quiere decir recibir, aceptar, lo que Dios da; aceptar en cierto sentido con los ojos cerrados. Porque creer implica renunciar a querer ver con los propios ojos y decir que sí en consecuencia; creer es ver con los ojos de otro, con los ojos de Dios que revela. Aún más: si alguno pensara que esta «renuncia», esta disponibilidad, pudiera concebirse como una «prestación» del hombre, Pablo le sale al encuentro cortando también esta posibilidad de «gloriarse»: «Y esto no proviene de vosotros; es don de Dios». Pablo se refiere sin duda a la fe. Y añade -refiriéndose a toda la obra de salvación, o mejor a toda la adquisición de la salvación- «no de las obras, para que nadie se gloríe». Aquí está Pablo de cuerpo entero, como aparece en las «grandes» epístolas: el celoso abogado del «a Dios solo la gloria», el abogado de Dios frente a las pretensiones, que el hombre (el puro hombre) pudiera o quisiera hacer valer frente a Dios.

¿Qué es este «gloriarse», que hay que excluir a toda costa? Es aquella postura íntima del hombre que quiere afirmarse a sí mismo, vivir no de lo que recibe, de la gracia de otro, sino de lo que él mismo crea, sabe y es. Es el hombre que tiene tendencia a la propia gloria, desde que los primeros padres quisieron ser «como Dios», crear por sí mismos su felicidad y no tener que deberle nada a nadie.

Esto es lo que hace el judío educado en la escuela de los «escribas y fariseos»: se inclina meticulosamente sobre la ley, la cumple con grandes sacrificios, y así viene a ser él mismo el que gana la salvación. Ya puede presentarse ante Dios, referirse a su palabra y hacer valer sus propios derechos. Pablo sabe todo esto muy bien; él mismo lo ha vivido intensamente. Aquí no hay lugar para la salvación mediante otro. Este es el trasfondo que explica por qué Pablo arremete con tanta pasión contra ese gloriarse del hombre. «...no de las obras». Por «obras» entiende Pablo lo que el hombre hace siempre por sí e independientemente de la gracia de Dios. Y por muy pequeño que fuera el paso que diera en dirección a Dios y a la salvación, tendría ya de qué «gloriarse» ante Dios; pensamiento intolerable para Pablo. Sería sencillamente destruir, aunque fuera en pequeña medida, la gracia de Dios y la cruz del Señor, «que me ha amado y se ha entregado por mí» (Gal_2:20). La mejor sabiduría del Apóstol está inspirada por el amor, y por un amor ardiente. Y su confesión de fe es ésta: «Iniciativa de Dios es vuestra existencia en Cristo Jesús, el cual -por iniciativa también de Dios- se ha convertido en nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención; y así, como dice la Escritura, "quien se gloría, gloríese en el Señor"» (1Co_1:30 s; cf. Rom_3:27). Así pues, la fe no es una «obra» en el sentido paulino de la palabra, sino un don de Dios.

d) Creados de nuevo en Cristo para obras buenas (Rom_2:10).

10...en efecto, de él somos hechura, creados en Cristo Jesús para las buenas obras que Dios preparó de antemano para que en ellas nos ejercitásemos.

Todavía no hay bastante. Todo hasta ahora ha girado en torno a la idea de que sólo a la gracia de Dios podemos agradecer nuestra salvación. Hasta aquí se trata solamente de la «primera» salvación, la llamada a la fe y su realización en el bautismo. Pero ahora se amplía el horizonte, y el mismo principio «la salvación por la gracia» se aplica a toda la vida del bautizado; y por fin se habla de las buenas obras del hombre. Pero la introducción de este discurso sobre las buenas obras sigue la misma linea: «De él somos hechura, creados para las buenas obras, que Dios preparó de antemano». Aun con toda nuestra vida cristiana somos los nuevamente creados en Cristo Jesús, y nuestras buenas obras son obras de la gracia. Parece como si Pablo concibiera la vida del cristiano como un caminar a través de unos raíles previamente preparados. Detrás de esta violenta concepción podemos rastrear quizá cierta angustia, que domina al Apóstol, cuando habla de las buenas obras; angustia frente a la posibilidad de que este camino se pudiera todavía convertir en aquel gloriarse del hombre, que destruye la gracia de Dios.

«...que Dios preparó de antemano». Aquí tenemos una expresión singularmente fuerte, tras la cual se oculta un insondable misterio: el misterio de la concurrencia de la libre voluntad del hombre y de la acción de la gracia divina. Las escuelas teológicas, dentro de la Iglesia, han luchado mutuamente con intención de esclarecer el misterio; pero el resultado ha sido prácticamente nulo. Hay dos verdades seguras: 1ª. Dios es la causa universal; 2ª. el hombre es libre y responsable. Dos verdades que, dentro de la Iglesia, nadie pretende negar. Pero el acento se puede poner más sobre una que sobre otra, como realmente acontece en las «escuelas» de los dominicos y de los jesuitas. El protestantismo acentúa la actuación universal de Dios hasta negar la libertad. Nosotros los católicos nos inclinamos más hacia lo contrario, y llegamos, al menos en la práctica (no en teología), a la proximidad de una doctrina errónea que ha sido condenada solemnemente por la Iglesia. Hay muchos, en efecto, que presentan así la colaboración entre la gracia y la libertad: yo pongo la buena voluntad y Dios añade su gracia; y así se llega a la buena obra. Exactamente éste es el error común, pues en este caso tendría el hombre la iniciativa. Pero realmente la iniciativa la tiene siempre y en todas partes Dios. San Pablo escribe inequívocamente a los filipenses: «Dios es el que obra entre vosotros el querer y el obrar» (/Flp/02/13). Es lo mismo que se dice en nuestro texto: «Creados para obras buenas a las que Dios nos preordenó».

Tomar en serio esta verdad sería sin duda una manera de acercarnos a nuestros hermanos protestantes, precisamente en algo que los afecta muy íntimamente. Su lema fundamental es éste: la gracia sola, y por ello la fe sola, para que toda la gloria sea para Dios solo. Nadie niega que con este lema nos encontramos en el núcleo de la revelación cristiana (eso sí, la expresión «sola» puede ser entendida heréticamente y de hecho lo ha sido). La teología católica hace plena justicia a esta doctrina de la revelación. Pero quizá queda demasiado teórica; es como si tuviéramos miedo del misterio de la gracia.

Realmente, no podemos negar tampoco que es muy fácil entender mal esta doctrina y caer en el quietismo o fatalismo que deja que todo siga, sin hacer uno nada por ello. Pero lo admirable es que Pablo está muy lejos de pensar así. Todo lo contrario: con franca audacia, aparentemente paradójica, propone precisamente a los filipenses esta causalidad universal de Dios como motivo y aguijón para una acción marcadamente personal: «Trabajad con temor y temblor en la obra de vuestra salvación, pues Dios es el que obra en vosotros el querer y el obrar, para que podáis complacerle» (/Flp/02/12b-13). Para resumir podemos dejar esto por sentado: 1.° Dios obra en nosotros la buena voluntad; 2.° este obrar de Dios en nosotros tiene como finalidad (y resultado) el poderle agradar; 3.° esta causalidad universal de Dios puede y debe servirnos de motivo para obrar nuestra salvación «con temor y temblor», o sea con santo ahínco y al mismo tiempo con plena seguridad de estar obrando nuestra salvación. Es como si el Apóstol quisiera precavernos de una sola cosa: ¡no frustréis la obra de Dios en vosotros! Este sería, según Pablo, el caso de los que se descuidaran en el esfuerzo moral. Así pues, ya sabemos lo que significa haber sido creados «en Cristo Jesús para las buenas obras, que Dios preparó de antemano para que en ellas nos ejercitásemos.»



IV. ANTES «LEJOS» Y AHORA «CERCA». LOS ETNICOCRISTIANOS FORMAN, JUNTAMENTE CON LOS JUDEOCRISTIANOS, EL ÚNICO TEMPLO DE DIOS (2,11-22).

1. Los éTNICOCRISTIANOS ESTABAN REALMENTE «LEJOS» (2/11-12).

11 Por eso, acordaos que entonces vosotros, los gentiles en la carne, los llamados incircuncisos por la sedicente circuncisión, hecha con la mano en la carne, 12 estabais a la sazón sin Cristo, privados de la ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas de la promesa, sin tener esperanza y sin Dios en el mundo.

En 2,1-10, el Apóstol ha desarrollado una de sus grandes doctrinas: la donación gratuita, por parte de Dios, de la salvación a un mundo perdido en el pecado. Ahora pretende hacer conscientes a los étnicocristianos de la doble gratitud de que son deudores a la gracia de Dios, al poder tener entrada en la Iglesia en igualdad de derechos con los hijos del pueblo escogido. Así pues, se trata aquí de la situación, fundamentalmente diversa, en la historia de la salvación, en la que estaban gentiles y judíos cuando fueron llamados a la salvación (la situación éticomoral -la inmersión en el pecado- era igual para ambos, v. 2-3).

Pablo empieza con una diferenciación meramente extrínseca, que, sin embargo, era fundamental para un judío cabal: los gentiles son los «incircuncisos»; los judíos se llaman a sí mismos la «circuncisión». Pero la manera como Pablo habla de esto quiere indicar que se trata de una cosa caduca, algo que en realidad carece ya de importancia. Por eso habla despectivamente de lo exterior, lo que se refiere a la carne. No es él quien llama «incircuncisos» a los gentiles; sino que pone este insulto en boca de los judíos y no olvida subrayar que la circuncisión, de la que tanto se jactaban los judíos, toca solamente a la «carne» y es algo hecho por mano de hombre. A continuación Pablo se vuelve al punto fundamental, a los privilegios gratuitos de su pueblo, principalmente a aquellos de que carecieron los gentiles.

Este texto merece colocarse junto a Rom_9:4, donde Pablo habla nostálgicamente de sus hermanos, por cuya conversión a Cristo está dispuesto a cualquier sacrificio: «Ellos son israelitas, en posesión de la adopción filial, de la gloria de Dios, de la alianza, de la legislación, del culto divino, de las promesas; de ellos son los padres...» Verdaderamente, era una herencia divina la elección y los dones gratuitos; y el mismo Pablo, el cristiano Pablo, no puede menos que recordarlo con admirado agradecimiento. En esta enumeración palpita aún algo de la riqueza y profundidad de la vida religiosa de fe de aquel judío y fariseo llamado Saulo. Bajo esta luz hemos de leer nuestro texto, para comprender qué movía al Apóstol para llegar aquí.

«...sin Cristo», o sea sin esperanza de Mesías; esperanza que mantenía a Pablo y a su pueblo en alegre confianza (1,12). Dios mismo era prenda de esta gran esperanza; Dios y la historia de su pueblo.

«...privados de la ciudadanía de Israel». La palabra politeia incluye aquí el concepto de la plena ciudadanía: el derecho de ciudadanía en el pueblo escogido y los consiguientes deberes en el estado teocrático, o sea una vida según la ley divina. De lo que para un judío significaba esto, puede ser todavía un testimonio elocuente el salmo 118, que no se cansa de elogiar la felicidad que produce vivir y caminar en la voluntad de Dios, expresada en la ley.

«...extraños a las alianzas de la promesa». Hubo alianza con Abraham, Isaac y Jacob; y después con Moisés en el Sinaí. A esto se añadían los destellos luminosos de los profetas, y en el centro de la promesa la gran esperanza en el día del Señor, temible y glorioso al mismo tiempo. Por el contrario, los paganos, privados de objetivo y de esperanza, se encaminaban hacia un futuro desconocido. Su edad de oro se hundía en un pasado legendario.

«...sin tener esperanza»: ¡qué siniestro y desolador el eco de esta expresión! Pero viene algo todavía peor: «...y sin Dios en el mundo». Para los israelitas el único Dios lo era todo: el creador, el Señor del mundo, al que le daba sentido; y además el Dios de la alianza, que se inclina amorosamente a su pequeño pueblo, eligiéndolo de entre todos los pueblos de la tierra para ser su instrumento en la salvación de este mundo.

Al volver la mirada hacia esta riqueza religiosa no es que el esplendor de la gracia en Cristo Jesús, tal como Pablo la ha descrito primero (Psa_2:4-10), aparezca inasequible -ni mucho menos-, una vez que en el fondo ello era tan sólo el cumplimiento de lo que Israel había ya poseído como promesa divina.

Pero en la gentilidad no había nada, absolutamente nada que la hubiera podido preparar para el gran «ahora», que ha estallado de pronto para los paganos y que de golpe los ha colocado en el mismo nivel que el pueblo elegido. Desde una nada religiosa hasta la participación en la riqueza religiosa de Israel, codo a codo, introduce Dios en su propio corazón a los gentiles, igualados totalmente con los hijos de su elección. Esto para muchos corazones judíos era sencillamente incomprensible; era un gran escándalo. Pero para Pablo era el misterio de Dios, que no se cansa ahora de alabar.

Pero todavía queda una pregunta. Pablo, al referirse a la carencia de todos los valores religiosos que, en cambio, poseía el judaísmo (v. 13), quiere abrir una brecha en la conciencia de sus lectores. Pero para esto presupone que aquella ausencia fue profundamente experimentada por ellos. ¿Era éste el caso? Hay que distinguir: no lo era si se trataba de ellos cuando aún eran paganos; sí lo era, después de haberse hecho ya cristianos. A la luz de la realización, de lo ya poseído, pueden comprender la magnitud de la ausencia pretérita. Ellos ya se consideran como el nuevo Israel, y por la feliz posesión actual pueden apreciar retrospectivamente lo que Israel en un tiempo poseía y ellos no. Ciertamente, puede ser que el mismo Pablo haya desteñido un poco la imagen del nuevo Israel e incluso haya influido en la descripción del viejo Israel; de otra manera no se comprendería por qué habría puesto tan en primer plano aquel grito desgarrador «sin Cristo», nacido de lo hondo de la sensibilidad cristiana. Y si Pablo se permite ver y apreciar como cristiano este pasado judío e incluso presupone lo mismo espontáneamente en sus lectores, lógicamente nosotros tendremos igual derecho a comprender, a la luz del Nuevo Testamento, esta descripción de un pasado que muy bien pudiera haber sido el nuestro. Ello nos autoriza igualmente a hacernos en serio un par de preguntas, sobre todo teniendo en cuenta que también este texto ha sido escrito para nosotros. Las preguntas serían éstas, más o menos: ¿Apunta en nuestro pensamiento la simple posibilidad de tener que vivir «sin Cristo», «sin esperanza», «sin Dios»? La ley, el estilo de vida y la vida comunitaria de nuestra Iglesia, del nuevo Israel, ¿nos resulta una afortunada posesión, una fuente de alegría, o... una carga?

2. «CERCA» EN CRISTO, QUE ES NUESTRA PAZ (2/13-18).

a) Ha abolido con la ley la enemistad (2,13-15a).

13 Pero ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que una vez estabais lejos, os habéis puesto cerca en la sangre de Cristo. 14 Pues El es nuestra paz, el que de dos pueblos ha hecho uno solo, puesto que ha destruido el muro de separación, la enemistad; 15a en su carne ha abolido la ley de los mandamientos formulados en ordenanzas...

Lejos-cerca. Es curioso observar que Pablo no cita el punto de referencia para esta lejanía y cercanía, sino que simplemente dice «lejos» y «cerca», refiriéndose sin duda al texto de Isaías: «Paz a los que están lejos y a los que están cerca, dice el Señor» (Isa_57:19). En este pasaje del profeta se hace referencia a los miembros del pueblo escogido, tanto alejados de Dios como cercanos a él. Para Pablo aquéllos son los gentiles y éstos los judíos. La lejanía es, pues, aquella triste situación pretérita que Pablo ha descrito, que los étnicocristianos nunca deberían olvidar (Isa_2:12): La lejanía de Dios, de la esperanza, de la promesa, de la soberanía de Dios como espacio vital, de Cristo, que es el que nos aporta tantos beneficios. Al tratar ahora de la cercanía y de la lejanía de Dios, podremos comprender lo que hay de doloroso en la palabra «lejos» y lo que hay de alegremente hogareño en la palabra «cerca».

Lo primero que salta a la vista son las derivaciones de esta lejanía, sobre todo la lejanía del pueblo de la elección concebida como separación en una enemistad profundamente arraigada. Así se comprende que la vuelta de lo lejano a lo cercano se conciba como una coalición de gentiles y judíos en un nuevo pueblo de hermanos. A esto se ha llegado por la sangre de Cristo, «en Cristo Jesús». Cristo es en el nuevo orden de cosas algo así como el espacio de la cercanía de Dios. El congrega a los miembros de su cuerpo, ya que sólo en calidad de miembros se pertenecen unos a otros y pueden formar un cuerpo vivo. Este ensamblamiento de gentiles y judíos en Cristo es la abrumadora realidad que ha tocado hondamente la sensibilidad de Pablo. A partir de aquí, es como si no pudiera nunca cesar de celebrar este misterio (2,11-22) y de alabar la gracia, a él concedida, de anunciar y realizar este misterio (3,1-13).

«El es nuestra paz»: así resume Pablo el tema que va a desarrollar. Sigue una serie complicada de imágenes, que en parte parecen extrañas al asunto, y de pensamientos, que se entrecruzan, no haciendo con ello nada fácil la explicación. No obstante, el pensamiento principal -la paz entre judíos y gentiles- prosigue siempre limpiamente su camino.

En primer lugar se habla de lo que separa, o sea de lo que el pacificador tiene que quitar para de los dos separados hacer uno solo. Se habla de un muro de separación, que, en realidad, es una «enemistad». Se habla finalmente de la ley, con sus múltiples ordenanzas, y que es considerada como el fundamento de esta enemistad, y que, por lo tanto, tiene que ser desplazada.

Que esta enemistad era una realidad, lo atestiguan innumerables textos antiguos. El judío no podía experimentar sino repugnancia frente a los incircuncisos. Sólo Israel había sido escogido, y sólo él se había mantenido puro, al menos fundamentalmente, frente a las abominaciones del mundo pagano: idolatría, lujuria y derramamiento de sangre inocente. Frente a este mundo pagano, corrompido y corruptor, no había más que una defensa: la separación, la separación exterior e interior; y una parte de esta separación era precisamente la execración de este mundo. Para llegar aquí estaba sobre todo la expresa voluntad de Dios, la ley, que con sus innumerables ordenanzas (principalmente sobre lo puro y lo impuro) absorbía de tal manera la vida del judío observante que hacía imposible una convivencia con el no judío.

Así se comprende también que este desprecio, esta acentuada actitud de privilegio entre los pueblos, fuera correspondido con un fuerte odio por parte de los gentiles. En un mundo que bajo el influjo de la filosofía estoica tendía precisamente a una común convivencia humana, el judío, en su orgullosa singularidad, fue considerado como el «enemigo del género humano» (Tácito) y tratado como tal. La ley era el baluarte que separaba. Una vez caída la ley, la separación y la enemistad se suprimían.

Pero la ley venía de Dios y tiene como finalidad vincular al hombre con Dios por medio del amor y de la obediencia. ¿Cómo podría suprimirse la ley, sin que en su lugar reinara la anarquía? Dios encontró el camino. Suprimió la ley, haciendo que su Hijo la cumpliera a satisfacción una vez por todas, no ya en sus prescripciones menudas, sino en aquello que era el sentido y la intención de la ley: la obediencia y el amor. Así ocurrió, hallando su máxima expresión en la crucifixión del Señor. Esto es lo que se quiere decir, cuando en nuestro texto se escribe: «En su carne ha abolido la ley», o sea la ley formulada en ordenanzas y prescripciones, no su sentido íntimo y duradero.

Y Cristo ha cumplido esta ley como segundo Adán, o sea para toda la humanidad. De ahora en adelante ya no hay más que un camino para ir a Dios: entrar (por la fe y los sacramentos) en el cumplimiento de la ley de Cristo, en su obediencia y su muerte por amor, consiguientemente, en su resurrección y gloria. Esto, por otra parte, es suprimir la ley, pero de la manera más digna de Dios y más feliz para la humanidad.

b) Ha hecho de los dos un solo hombre, y los ha reconciliado con Dios (2,15b-16).

... 15b para crear en sí mismo a los dos en un solo hombre nuevo, hacer la paz; 16 y reconciliar con Dios a unos y a otros, en un solo cuerpo, mediante la cruz, matando en sí mismo la enemistad.

Aquí se trata de una nueva creación. Y esta nueva creación se realiza en Cristo. él es el que reúne en sí los dos bandos, para hacer de ellos «un solo hombre nuevo».

Verdaderamente es ésta una obra unificadora, que sobrepuja infinitamente a todo lo que suene a paz, reconciliación y amor. De esta manera la paz y el amor quedan anclados en bases firmes y seguras, como solamente podría hallarlas la sabiduría de Dios, efectuarlas la omnipotencia de Dios y hacerlas realidad el amor de Cristo. ¡Los hermanos, antes enemigos, y ahora «un hombre nuevo» en Cristo! ¿Qué de extraño tiene que venga la paz a dominarlo todo? Por eso añade Pablo, como una especie de resonancia que repite el tema dominante: «hacer la paz».

El «hombre nuevo» es Cristo resucitado por el Espíritu (Rom_1:4), que ha cambiado su «cuerpo de carne» en un «cuerpo espiritual» (1Co_15:46), y lo ha capacitado para permanecer él mismo y poder, no obstante, agregarse la multitud hasta formar un solo cuerpo.

«...y reconciliar con Dios a unos y a otros, en un solo cuerpo mediante la cruz». Este «un solo cuerpo» no puede ser más que el cuerpo crucificado de Jesucristo. En él han muerto judíos y gentiles, porque el que pendía de la cruz incluía como segundo Adán a toda la humanidad. En un primer momento los hombres pertenecen a Cristo, segundo Adán, sólo «de derecho». Para llegar a la unidad con él, la unidad que salva y que dispensa amor, basta corresponderle libre y espontáneamente en la fe y en el bautismo. Pero ello es ya posible, y precisamente para todos. Esta es la buena nueva de paz que hay que proclamar en el mundo.

c) Ha proclamado la paz, el acceso de todos al Padre (2,17-18).

... 17 y viniendo proclamó paz a vosotros los de lejos, y paz a los de cerca; 18 porque, por medio de El, unos y otros tenemos acceso, en un solo Espíritu, al Padre.

Aquí uno se pregunta algo asombrado qué se quiere indicar con este «venir» y hasta qué punto Cristo ha «proclamado» la paz. Ahora bien, él, que era el autor de la obra, también la ha proclamado, si no ya desde el principio, al menos después por su Espíritu. Los Hechos de los apóstoles narran cómo el mundo pagano empezó a tener entrada en la Iglesia, sin necesidad de pasar por la ley. Esto por una parte. Pero Cristo era el «mensajero del gran designio» (Isa_9:5) mediante sus enviados: «enviados de Cristo» los llama san Pablo (2Cor S,20). Es interesante observar que aquí a Cristo se le ve desde lejos en sus enviados -o mejor dicho a través de ellos- y por este cauce se recibe su mensaje.

Una vez más resume Pablo en qué consiste la paz de la que viene hablando: «porque, por medio de él unos y otros tenemos acceso, en un solo Espíritu, al Padre». Esta es la paz entre judíos y gentiles: el destino común es el único Padre, el nuevo camino común es Cristo solo, el Señor; la fuerza común es el Espíritu Santo, que, en su calidad de amor de Dios, derramado en nuestros corazones, nos hace accesible el camino. ¿Y qué significa esto, sino el acceso a la vida trinitaria amorosa de Dios mismo? Y esto se realiza (a base de la eterna procedencia del Hijo respecto del Padre) precisamente en esta vuelta del Hijo al Padre en el Espíritu Santo; vuelta, en la que ahora la humanidad toma parte misteriosamente. Pero es muy interesante observar que aun este altísimo misterio no se trae aquí a colación por sí mismo, sino como causa de la paz entre gentiles y judíos. Lo mismo pasó antes con la reconciliación del mundo con Dios, ese punto capital de todo el acontecimiento salvador; no se trataba del tema por sí mismo, sino en tanto en cuanto se llevaba a feliz efecto en un cuerpo, y tenía así una eficacia aglutinadora. Con mucha frecuencia las expresiones paulinas teológicamente más importantes se deben, no a una intención doctrinal premeditada, sino quizá a una intención secundaria del autor.

3. AHORA LOS GENTILES SON CIUDADANOS COMPLETOS EN EL PUEBLO DE DlOS Y MIEMBROS DEL ÚNICO TEMPLO DE DlOS (2/19-22).

19 Así pues, ya no sois extranjeros ni meros residentes, sino que sois conciudadanos de los santos y familiares de Dios, 20 edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo su piedra angular Cristo Jesús, 21 en el cual toda construcción, bien ajustada, crece hasla formar un templo santo en el Señor, 22 en el cual también vosotros sois coedificados hasta formar el edificio de Dios en el Espíritu.

Pablo se demora, con la mejor alegría de su corazón, en la descripción de la nueva situación de sus hermanos procedentes del paganismo. Es el perfecto reverso del abandono religioso, de donde habían partido (Isa_2:11 s). Ahora sucede todo lo contrario. «Ya no sois extranjeros». En la antigüedad el extranjero no tenía derechos ni protección, e incluso había algo de sabor a enemigo, cuando se hablaba de extranjero. «Ni meros residentes», o sea los que de hecho vivían en el país, pero solamente tolerados y sin tomar parte efectiva en Ia vida pública.

«Ahora sois conciudadanos de los santos». He aquí una doble expresión. Por una parte son «ciudadanos completos». Hoy no podemos hacernos una idea del orgullo con que el hombre antiguo se sentía «ciudadano» en su pequeña ciudad. Esto significaba libertad, protección legal, derecho de decidir en los asuntos públicos importantes, responsabilidad frente a una gran herencia sagrada. Esto es lo que para el antiguo ciudadano hacía la vida rica y digna de vivirse.

Por otra parte, no son solamente ciudadanos a secas, sino «conciudadanos de los santos». Aquí Pablo no está pensando sencillamente en los cristianos, sino ante todo en los que procedían del pueblo escogido. Según él, la Iglesia de Cristo comprende también el cielo con sus ángeles y sus santos, llegados ya a la meta. El autor de la carta a los Hebreos nos presenta así la Iglesia, en la que entran los nuevos convertidos (en oposición al Sinaí, con su ley de terror):«Os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial; a miríadas de ángeles, reunión festiva, a la asamblea de los primogénitos, inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a los espíritus de los justos llegados a la meta, y a Jesús, mediador de la nueva alianza, cuya sangre derramada habla más elocuentemente que la de Abel» (Heb_12:22-24). Esto es la Iglesia, que al mismo tiempo está en la tierra y se asoma al cielo, y que por eso se llama ya la «Jerusalén celestial». Es la ciudad y la ciudadanía, en la que han entrado los paganos como «conciudadanos de los santos» (cf. Phi_3:20).

«. . .y familiares de Dios». Aunque el concepto de «ciudadanos» se refiere más bien a una estructura estatal, aquí este aspecto comunitario se presenta como casa de Dios en el sentido de una verdadera y propia familia. La palabra griega significa simplemente «perteneciente a la casa». Aquí se trata de la casa, de la familia de Dios, en la que Dios mismo es el Padre y Jesucristo el Hijo. En él han sido llamados otros -muchos, todos- a entrar en esta filiación divina (1,5), y a convertirse en hijos en la casa de Dios. Pero hay todavía más: una casa es un hogar, con todo lo que esta palabra encierra de cálido y de íntimo; un hogar a ninguna otra cosa comparable, y que se estima doblemente cuando se le descubre y recibe por primera vez, como es el caso del niño expósito. Y esto eran precisamente los paganos, que ahora en la casa de Dios se han convertido en hijos: «Y seré para vosotros como Padre, y vosotros seréis para mí como hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso» (2Co_6:18).

«...edificados sobre los fundamentos de los apóstoles y profetas». De la «casa» pasa Pablo a la imagen de la construcción de la casa, para resaltar una nueva dimensión de la situación de los étnicocristianos. éstos no solamente están en la casa de Dios, sino que ellos mismos constituyen la casa, en calidad de piedras destinadas a la formación progresiva de los diversos bloques. Naturalmente, la posibilidad primaria de la construcción la da un cimiento firme, sobre el que se puede construir sólidamente. El cimiento significa solidez y arraigo, lo contrario de ese ser sacudidos por cualquier viento de doctrina, del que habla 4,14.

Pero el cimiento, sobre el que nos sostenemos, es digno de toda confianza: «los apóstoles y los profetas» Ambas palabras se suponen mutuamente. «Apóstoles» son los enviados, tras los cuales está el que los envía, Jesucristo, que a su vez es un enviado del Padre. Son los «doce», que Jesús ha enviado a todo el mundo con la promesa de estar con ellos hasta el fin de los tiempos, los doce y todos los que han asumido para continuar su misión. «Profetas» se llaman los del segundo grupo, que constituyen el cimiento de la Iglesia. Aquí sólo se refiere a los profetas del Nuevo Testamento; también en 3,5 y 4,31 son nombrados junto a los apóstoles. «Profeta» es el que habla en nombre de Dios, o sea que Dios utiliza como instrumento para hablar por medio de él. En un sentido más estricto y técnico es profeta el que posee el carisma de hablar de Dios, el «carismático», a través del cual el Espíritu Santo se hace palabra de alguna manera; ese Espíritu Santo de la formación de la Iglesia desplegó sorprendentemente sus extraordinarios dones o carismas. «Apóstoles y profetas» son el fundamento de la Iglesia, pero sólo como instrumentos visibles del que los ha enviado y los ha llenado con su Espíritu. Por eso son cimiento en cuanto que son portadores del mensaje, que no es otra cosa que Cristo. Por eso no hay ninguna contradicción con ese otro texto paulino de 1Co_3:10 : «Nadie puede poner otro cimiento, sino el que ya está puesto, Jesucristo.» Aquí se trata de que Pablo con su mensaje ha puesto precisamente este cimiento: Jesucristo. A base de este mensaje el Apóstol se convierte necesariamente en cimiento para aquellos que creen en su palabra. «...siendo su piedra angular Cristo Jesús». La palabra griega significa propiamente «lo que constituye el vértice de un ángulo», lo cual, referido a «piedra», da realmente el sentido de «piedra angular». Algunos ilustres comentaristas modernos pretenden traducir la palabra por «clave de bóveda». Otros entienden por «piedra angular», que mantiene unidos los dos muros, la función de Cristo, en quien se encuentran las dos fracciones de la humanidad: judíos y gentiles. Pero quizá será mejor no tomar la expresión en un sentido arquitectónico demasiado técnico. Pablo está citando prácticamente Isa_28:16 : «Así ha hablado el Señor: tened en cuenta que soy yo el que pongo en Sión una piedra fundamental, una piedra aquilatada, una piedra angular de alto valor, muy bien cimentada. El que cree, no será confundido». A esto se refiere Pablo, y lo que le atribuye a Cristo como piedra angular es algo decisivo para la construcción, decisivo para su posición y decisivo para su íntima cohesión. Y aquí, donde se trata de que los paganos pueden entrar en la casa de Dios contribuyendo ellos mismos a la construcción, lo más importante es esto precisamente: Cristo está con todo su ser presente en esta obra constructiva, dando la dirección de una manera decisiva. El influjo de esta piedra angular penetra todo el ,conjunto. «.. .en el cual toda construcción bien ajustada crece hasta formar un templo santo en el Señor». Este es el objetivo: llegar a ser un templo santo. La Iglesia, sobre todo la Iglesia local, como templo de Dios es un pensamiento frecuente y prácticamente importante para Pablo. En este sentido se entiende su amenaza a los corintios: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? El que destruya el templo de Dios (por la división y la desunión), Dios lo destruirá a él; pues el templo de Dios es sagrado, y ese templo sois vosotros» (1Co_3:16 s). La exhortación imperiosa a mantener la santidad del templo, por el que Dios vigila celosamente, se refiere en nuestro texto al objetivo feliz de la vocación; objetivo que da un nuevo contenido a la vida de los étnicocristianos: existir para Dios, para su culto, para su gloria.

Merece la pena observar que aquí el pensamiento de la salvación de los individuos pasa totalmente a segundo plano. El cristiano encuentra la dignidad y la grandeza de su existencia en la obra de conjunto, a la que tiene que servir, o sea que surja el templo de Dios y que sea digno de Dios. A esta obra sirve el cristiano no sólo con todo lo que hace, sino con todo su ser, en su calidad de parte constituyente del templo de Dios, de una manera única e insustituible. Y para subrayar que la santidad del templo y de todos los miembros que lo construyen, sólo en Cristo tiene su fuente, añade precisamente la expresión «en el Señor». Es como si Pablo, por un momento, hubiera perdido de vista a los étnicocristianos, completamente atraído por el contenido de lo que todo esto significa para él mismo. Así ahora repite el mismo pensamiento otra vez, refiriéndolo expresamente a los étnicocristianos: «...en el cual, también vosotros sois coedificados hasta formar el edificio de Dios en el Espíritu». De nuevo el eco trinitario que corona toda la exposición anterior: por Cristo, hacia Dios, en el Espíritu Santo.

Volviendo hacia atrás los ojos: Pablo tiene que haber sentido todo esto muy íntimamente, cuando, desbordante de alegría, les da la bienvenida a los neófitos en la casa de Dios con esta descripción de su nueva situación, y llamándoles felices por ello mismo.



Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



El poder de Dios en los cristianos, 2:1-10.
1 Y vosotros estabais muertos por vuestros delitos y pecados, 2 en los que en otro tiempo habéis vivido, siguiendo el espíritu de este mundo, bajo el príncipe de las potestades aéreas, el espíritu que actúa en los hijos rebeldes; 3 entre los cuales todos nosotros fuimos también contados en otro tiempo y seguimos los deseos de nuestra carne, cumpliendo la voluntad de ella y sus depravados deseos, siendo por naturaleza hijos de ira, como los demás; 4 pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, 5 y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida con Cristo de gracia habéis sido salvados , 6 y con El nos resucitó y nos sentó en los cielos en Cristo Jesús, 7 a fin de mostrar en los siglos venideros la excelsa riqueza de su gracia, por su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús. 8 Pues de gracia habéis sido salvados por la fe, y esto no os viene de vosotros, es don de Dios; 9 no viene de las obras, para que nadie se gloríe; 10 que hechura suya somos, creados en Cristo Jesús, para hacer buenas obras, que Dios de antemano preparó para que en ellas anduviésemos.

Igual que con Jesucristo (cf. 1:20-23), también con los cristianos Dios ha mostrado la excelsa grandeza de su poder, sacándolos del estado de muerte en que se encontraban (v.1-3) y dándoles nueva vida en Cristo (v.4-7), y todo por pura bondad suya, no por méritos de parte nuestra (v.8i-o). Tales son las tres ideas fundamentales de esta historia, en perfecta ilación con la anterior.
La construcción gramatical es bastante irregular, comenzando con un vosotros (v.1), que se cambia por un nosotros (v.3~7), para volver a la segunda persona (v.8) y nuevamente a la primera (v.10). En ese vosotros están aludidos directamente los cristianos ex gentiles, entre los cuales los destinatarios de la carta; mientras que el nosotros se refiere, a los cristianos ex judíos, entre los cuales el Apóstol. En la siguiente perícopa hablará explícitamente de gentiles y de judíos (cf. v.11-14).
Respecto de la primera idea (v.1-3), el Apóstol afirma que el estado de muerte por el pecado afectaba lo mismo a gentiles (v.1-2) que a judíos (v.3), tesis que desarrolló ampliamente en la carta a los Romanos (cf. 1:18-3:20). La expresión príncipe de las potestades aéreas (??????? ??? ???????? ??? ????? , ? .2), con referencia al demonio y a sus huestes, responde a una concepción muy extendida entre los judíos, y en el mundo antiguo en general, de que los demonios habitaban en el aire o atmósfera terrestre, desde donde ejercían su maligno influjo sobre los hombres (cf. Mat_12:24; Mar_5:8-13; Jua_12:31; 2Co_4:4; 2Co_6:15). Otra expresión no del todo clara es aquella en que se afirma que los judíos, igual que los demás, eran por naturaleza hijos de ira (????? ????? ????? , v.3). Lo de hijos de ira es un hebraísmo para indicar que eran objeto de la ira y enemistad de Dios, sujetos al correspondiente castigo; pero ¿qué quiere decir el Apóstol con lo de por naturaleza? Ha sido éste un punto muy discutido 258*. San Agustín, cuya autoridad en los autores posteriores se dejó sentir fuertemente, le dio el sentido de por nacimiento (cf. Gal_2:15), y señalaba este texto paulino como una afirmación directa del pecado original. Es la opinión que siguen sosteniendo todavía hoy algunos exegetas (Knabenbauer, M. Sales, Bover). Sin embargo, la gran mayoría de los autores modernos (Prat, Huby, Vosté, Médebielle, Ricciotti, Leal), y ya antes bastante Padres (Grisóstomo, Jerónimo, Teofilacto), creen que esa interpretación no es fácilmente compatible con el contexto, dado que el Apóstol claramente parece considerar la ira de Dios como una consecuencia de haber vivido siguiendo los deseos de la carne. Según eso, la expresión por naturaleza vendría a equivaler prácticamente a por natural impulso, es decir, por lo que tenemos de nosotros mismos, en contraposición a lo que nos viene de Cristo y de la gracia (cf. v.8). Es la interpretación que juzgamos más fundada. Puede, sin embargo, verse ahí aludido indirectamente el pecado original, dado que esa prava inclinación de la carne, que nos lleva al pecado y nos atrae la ira de Dios, tiene su origen en el pecado original (cf. Rom_5:12-21; Rom_7:13-25).
La segunda idea, describiendo el pujante estado de vida que sucede al anterior de muerte y pecado, es un canto a la bondad y poder de Dios, que obró con nosotros tales maravillas (v.4-7). Al igual que en Gol 2:12-13, San Pablo considera como realidad ya conseguida la resurrección y triunfo celeste de los cristianos, diciendo que Dios nos dio vida con Cristo. y con El nos resucitó y nos sentó en los cielos (?????????????? ?? ?????? . ??? ??????? -??? ??? ?????? 3???? ?? ???? ?????????? , ? .5-9)· Literalmente habría que traducir: con-vivificó, con-resucitó, cosentó, tres verbos tan extraños en griego como en castellano, pero que expresan admirablemente la íntima unión entre cristianos y Cristo, entre cabeza y miembros. Nuestra toma de posesión de la gloria del cielo puede decirse que es un hecho ya cumplido, a lo que sólo falta que cada uno permanezca unido a Cristo. Con perspectiva algo distinta habla San Pablo en otros lugares, donde la gloria del cielo es considerada más bien como algo futuro, cuya esperanza debe animarnos en las duras tribulaciones presentes (cf. Rom_5:1-11; Rom_8:11-33; 1Co_15:12-58). Añade el Apóstol que Dios ha obrado así con los hombres, a fin de mostrar en los siglos venideros (?? ???? ?????? /???? ????????????? ) la excelsa riqueza de su gracia (v.7). No es claro qué quiera significar con la expresión siglos venideros. Muchos autores creen que es una alusión a los tiempos del cielo, que es cuando aparecerá en toda su luminosidad la gran misericordia de Dios con los escogidos; sin embargo, atendida la manera de hablar del Apóstol en otros lugares (cf. 1:21; 3:5; Col_1:26), más bien parece que alude en general a los tiempos mesianicos, incluyendo tanto la etapa final después de la parusíat cuanto el tiempo presente todavía en curso.
En cuanto a la tercera idea (v.8-10), el Apóstol no hace sino recalcar en una y otra forma, por activa y por pasiva, que a Dios únicamente debemos nuestra salvación. Ya lo había indicado antes, hablando de la bondad de Dios (v.7) y de que hemos sido salvados de gracia (v.5); pero ahora se detiene a desarrollar de modo principal y directo esa idea. Dice que incluso la fe, que es lo que se exige de parte nuestra, es también don de Dios (v.8). Directamente la expresión don de Dios parece que se refiere a la bendición por la fe, pero está claro que la misma fe queda incluida dentro del don de Dios (cf. Rom_1:16; Rom_3:21-26; Rom_4:1-5). Por si alguna duda quedara de que esa salud por la fe es puro don de Dios, añade, repitiendo la misma idea en forma negativa, que no nos viene de las obras, para que nadie se gloríe (v.q; cf. Rom_3:27; 1Co_1:29). Y aun lo vuelve a recalcar, diciendo que en nuestro ser de cristianos somos hechura de Dios, quien al justificarnos realiza una segunda creación, como lo fue la de nuestra entrada en la vida natural (v.10; cf. 2Co_5:17; Gal_6:15). Ciertamente que, una vez justificados, podemos hacer obras buenas meritorias del cielo; pero la raíz última de nuestra salud ha de buscarse en el favor divino, de modo que, incluso las obras buenas que hacemos, cooperando libremente con la gracia, nos han sido preparadas de antemano por Dios (v.10)

Unión de judíos y de gentiles en Cristo,Gal_2:11-22.
11 Por lo cual, acordaos de que un tiempo vosotros, gentiles según la carne, llamados incircuncisión por la llamada circuncisión, que se hace en la carne, 12 estuvisteis entonces sin Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel, extraños a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo; 13 mientras que ahora, por Cristo Jesús, los que un tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo, 14 pues El es nuestra paz, que hizo de los dos pueblos uno, derribando el muro de separación, la enemistad, 15 anulando en su carne la Ley de los mandamientos formulada en decretos, para hacer en sí mismo de los dos un solo hombre nuevo, y estableciendo la paz, 16 y reconciliándolos a ambos en un solo cuerpo con Dios por la cruz, dando muerte en sí mismo a la enemistad. 17 Y viniendo, nos anunció la paz a los de lejos y la paz a los de cerca, 18 pues por El tenemos los unos y los otros el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu. 19 Por tanto, ya no sois extranjeros y huéspedes, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, 20 edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús, 21 en quien bien trabada se alza toda la edificación para templo santo en el Señor, 22 en quien vosotros también sois edificados para morada de Dios en el Espíritu.

Desarrolla aquí San Pablo la que pudiéramos llamar tesis de la unificación: todos, judíos y gentiles, suprimida la antigua barrera entre ambos pueblos, formamos un solo cuerpo, que es la Iglesia, en la que todos, en calidad de hijos y con absoluta igualdad de derechos, podemos confiadamente dirigirnos a Dios Padre.
Primeramente (v. 11-12), a modo de introducción o preludio, que sirve de fondo al cuadro, el Apóstol presenta el deplorable estado de los gentiles antes de su conversión. Los nombres abstractos incircuncisión y circuncisión (v.11) tienen aquí sentido concreto, y equivalen a incircuncisos y circuncisos, es decir, gentiles y judíos. Se añade según la carne, pues es esa la incircuncisión y circuncisión de que se trata, no la del corazón, a la que el mismo Apóstol se refiere en otros lugares (cf. Rom_2:25-29). La situación de esos incircuncisos o gentiles, entre los cuales habían estado los efesios, era realmente lamentable; no precisamente por carecer de la circuncisión material, sino por carecer de todos los bienes espirituales que ella importaba. La expresión sin Cristo (v.12) quiere decir sin Mesías, es decir, ignorando las promesas confortadoras de un futuro Mesías salvador, como las tenían los judíos, el pueblo de las alianzas que contenían la promesa (cf. Rom_9:4). Esta era la gran desgracia de los gentiles, que hacía tan oscuro su panorama, cerrado a toda esperanza. Puede decirse que incluso estaban sin Dios (v.12), pues aunque podían llegar a conocerle a través de las criaturas, en la práctica su vida era una negación de Dios (cf. Rom_1:19-25; 1Co_8:4-6; Gal_4:8).
Presentado el cuadro de fondo, San Pablo pasa a describir la nueva situación actual, llena de luz y armonía (v.13-22). El autor de este cambio ha sido Jesucristo, con su muerte redentora. El Apóstol lo dice de infinidad de maneras a lo largo del pasaje: por Cristo Jesús., por la sangre de Cristo., anulando en su carne la Ley., por la cruz., siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús., en quien también vosotros sois edificados para morada de Dios en el Espíritu. La idea, que pudiéramos decir de tesis general está indicada en el v. 13, que luego desarrolla en los v. 14-16. Y como si lo ahí dicho no bastase, de nuevo formula la tesis en el v.17, con su correspondiente demostración en el v.18, para luego sacar la conclusión general en los v. 19-22. No es posible detenernos a hacer un análisis detallado de cada una de las expresiones de este hermoso pasaje paulino, uno de los más bellos de todas sus cartas, habiendo de contentarnos con señalar lo más fundamental.
En el enunciado de la tesis (v.13 y 17) San Pablo usa las expresiones estar lejos y estar cerca, inspiradas probablemente en Isa_57:19. con las que son designados los gentiles (lejos de Yahvé y de la salud) y los judíos. El acercamiento entre los dos pueblos (v.14-15), y de entrambos con Dios (v.16-18), lo realiza Jesucristo mediante el derramamiento de su sangre (v.13) en la cruz (v.16). Fue Jesucristo, explica San Pablo (v.14-15), quien derribó el muro de separación entre ambos pueblos, anulando en su carne la Ley, que comenzó por ser una cerca de protección y aislamiento, pero pronto se convirtió en especie de barricada entre dos bloques enemígos 259. Bastaba entrar en el templo de Jerusalén para darse cuenta de ese antagonismo: una valla, prohibiendo a todo gentil pasar adelante bajo pena de muerte, separaba el atrio de los gentiles de las partes más interiores del templo (cf. Hec_21:22-29); y a esa aversión y hostilidad por parte judía respondía el desprecio y antijudaísmo por parte gentil (cf. Hec_18:15-16). Jesucristo, con su muerte en la cruz, anuló la Ley (cf. Gal_3:13; Col_2:14), que era el origen de la enemistad (v.14), haciendo en sí mismo de los dos (pueblos) un solo hombre nuevo (v.15). Notemos esta última expresión un solo hombre nuevo (??? ?????? ?? 3?????? ), que luego se convertirá en un solo cuerpo (v.16). Parece que San Pablo, al hablar de hombre nuevo, piensa primera y principalmente en Cristo, segundo Adán, primer hombre nuevo de la humanidad regenerada (cf. Rom_5:12-21; Rom_8:3; 1Co_15:21.45), incorporándonos al cual también cada uno de nosotros se transforma en hombre nuevo (cf. 4:24; Rom_6:3-11), agrupados en un único cuerpo u organismo, del que Cristo es cabeza, y en donde desaparecen todas las divisiones y antagonismos (cf. Rom_12:5; 1Co_12:12; Gal_3:27-28; Col_3:10-11). Así agrupados, suprimida toda división, lo mismo judíos que gentiles tenemos, gracias a Cristo, el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu (v.18). El pensamiento es consolador: nuestra situación no es ya la de siervos, es la de hijos, regidos y movidos por el Espíritu, que, a manera de alma o principio vital, unifica y pone en acción todo el Cuerpo místico de Cristo (cf. Rom_8:14-17; Gál_4:3-7). Hay autores, como Knabenbauer, que traducen el término espíritu (?????? ) con minúscula, dando a la expresión paulina el sentido de en un mismo espíritu o disposición de ánimo; creemos, sin embargo, que, al igual que poco después (cf. v.22; Rom_3:5.16), el Apóstol alude directamente a la persona del Espíritu Santo, tratando de expresar nuestras relaciones con Dios en función de toda la Trinidad: Dios Padre, término final de nuestras aspiraciones; Cristo, mediador entre Dios y los hombres; el Espíritu Santo, agente inmediato de toda actividad sobrenatural.
Expuesta la tesis, San Pablo deduce la conclusión (v. 19-22). Es un cuadro hermosísimo el que aquí pinta el Apóstol, describiendo el estado de los efesios, en completa antítesis con el correspondiente a tiempos anteriores a la conversión, de que habla en los v. 11-12. Muy atinadamente escribe el P. Bover: En este pasaje (v. 19-22), la variabilidad y casi la incoherencia de las imágenes es tan notable como la cohesión y unidad del pensamiento: es el estilo de San Pablo, que nunca se desmiente. Comenzando por la imagen de ciudad y pasando por la de casa-familia, viene a parar en la casa-edificio, de la cual ya no se sale sino en cuanto la casa-edificio se transforma en templo. Del orden moral o jurídico ha pasado insensiblemente al arquitectónico. El pensamiento, en cambio, es siempre uno y el mismo: que los gentiles en la ciudad son ciudadanos, en la familia miembros, en el edificio piedras que lo componen 260. Se ha discutido mucho sobre quiénes sean esos apóstoles y profetas, de los que San Pablo dice que son el fundamento del edificio de la Iglesia (v.20). Ha sido corriente la opinión, defendida ya por San Juan Crisóstomo y San Jerónimo, que entiende el término apóstoles en sentido estricto, con referencia al grupo de los Doce (al que luego se añade San Pablo), y el término profetas con referencia a los profetas del Antiguo Testamento, los cuales con sus predicciones sobre el Mesías asentaron, junto con los apóstoles, las bases de la nueva economía. Sin embargo, la gran mayoría de los autores modernos, a cuyo parecer nos sumamos, juzgan más probable, atendido todo el contexto (cf. 3:5; 4:11), que el Apóstol esté aludiendo a apóstoles y profetas del Nuevo Testamento, quienes, como primeros testigos de la doctrina de Cristo, son como el sostén o cimiento de nuestra fe. Cómo hayan de entenderse concretamente esos términos de apóstoles y profetas, ya lo explicamos en otro lugar (cf. Hec_13:1-3; 1Co_12:28). También se ha discutido mucho sobre el sentido de la expresión piedra angular (???????????? ), aplicada a Cristo (v.20). No parece que el Apóstol esté pensando en la clave de bóveda o piedra que cierra el edificio, conforme han interpretado algunos, sino en la piedra que hace esquina en los cimientos, uniendo dos laterales del edificio 261. Esos dos laterales serían los judíos y los gentiles, que Cristo ha juntado en un solo cuerpo (cf. v.16). No creemos que de la imagen, en sí considerada, pudiera deducirse más; sin embargo, como se ve por lo que dice luego (v.21-22): en quien se alza.), parece claro que el Apóstol, en la imagen de piedra angular, incluye también la imagen de piedra fundamento (cf. 1Co_3:11). En cuanto a la expresión en el Espíritu (?? ????????? ), que cierra el pasaje paulino (v.22), es el mismo caso del v.18, y no parece caber duda que también aquí se alude directamente a la persona del Espíritu Santo. Advirtamos, sin embargo, que algunos autores, y entre ellos San Juan Crisóstomo, dan a la expresión sentido de adjetivo y traducen: . morada espiritual de Dios. El Apóstol hablaría de ese modo para contraponer el templo cristiano, que es la Iglesia, con el templo de Jerusalén.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



Una digresión: la iglesia, la reconciliación cósmica y la unidad; el nuevo templo

Aquí Pablo deja de hablar de sus oraciones por los lectores de su carta y, por lo tanto, en términos formales, los vv. 11-22 constituyen una digresión. No obstante, en otro sentido, son el corazón teológico de la carta; porque las verdades contenidas en ellos subyacen y explican el panegírico y la oración de Pablo, y refuerzan su mensaje. Si Ef. es la corona de los escritos teológicos de Pablo, 2:11-22 es quizá la gema principal; pero como una piedra bellamente tallada tiene una profundidad y una sutileza que no son fáciles de resumir.

Estructuralmente, la sección es dominada por un contraste entonces-ahora (que amplía el anterior, similar, en los vv. 1-7). Comienza en los vv. 11-13 que subrayan principalmente el entonces (nótese en otro tiempo [v. 11], en aquel tiempo [v. 12], y el contrastante ahora en Cristo Jesús [v. 13]) y se resume en los vv. 19-22, que enfatizan el ahora. Los vv. 14-16 (con el resumen de los vv. 17, 18) presentan la parte central y la transición, dividiendo así la totalidad de los vv. 11-22 en tres partes.

El contraste entre el entonces y el ahora que hace Pablo se presenta principalmente en términos del gran tema de la anterior separación (12, 19), exclusión (13) u hostilidad (16), y la actual reconciliación (16), unidad (15, 16) o paz (17). En resumen, el pasaje nos habla de cómo Dios ha comenzado la reconciliación cósmica que fue su plan eterno (1:9, 10). Existen dos importantes dimensiones en esto. Los vv. 11-15 se concentran primordialmente en cómo, en Cristo, la gran barrera que separaba a judíos y gentiles ha sido quitada, y los gentiles son unidos al Israel creyente. Podríamos llamar a esto reconciliación horizontal. Pero los vv. 16-22 tienen un énfasis diferente; explican cómo tanto judíos como gentiles son reconciliados con Dios (16, 17), reciben acceso a él (18), y cómo entran al templo celestial en que él habita (19-22). Podemos llamar a esto reconciliación vertical. Tendremos que observar cuidadosamente cómo estas dos reconciliaciones se relacionan (y cómo se llevan a cabo) en los comentarios más detallados sobre las secciones individuales.

11-13 La primera sección llama a los lectores, predominantemente cristianos gentiles, a recordar su anterior estado, apartados del pueblo de Dios. Ellos eran entonces lo que muchos judíos llamarían la incircuncisión. La circuncisión era la señal del pacto con Israel y, por lo tanto, lo que distinguía a los judíos del resto del mundo. El judaísmo podía por tanto referirse a sí mismo como la circuncisión, es decir, el pueblo del pacto de Dios, y despreciar al resto del mundo que estaba fuera del pacto, llamándolo la incircuncisión. El punto central no era que sólo los judíos practicaran esa operación quirúrgica menor (otros semitas también lo hacían), sino su significación como un rito de entrada al pacto mosaico.

Pablo comienza su descripción de la condición anterior de los gentiles, utilizando el lenguaje que cualquier judío usaría para referirse al estar fuera del pacto. Igualmente claro, sin embargo, es que Pablo no estaba satisfecho con esta forma de llamar a las cosas, y siente que necesita aclararlo diciendo que únicamente los judíos son los de la llamada circuncisión. Para Pablo, la de ellos se trata de una circuncisión realizada meramente por hombres, ya que, para él, la mayoría de las veces la circuncisión de los judíos es nada más que una operación externa, y la relación con Dios que se supone que ésta simboliza no se ha convertido en una realidad interna obrada por Dios. Para Pablo es la familia de la fe y su relación con Dios la que realmente cumple lo que significa la circuncisión (ver Rom. 2:28, 29), y esto se aplica más profundamente a los cristianos (Fil. 3:3; Col. 2:11).

Pablo vuelve al punto principal en el v. 12. Anteriormente, como gentiles incrédulos, sus lectores no podrían haber tenido parte con Cristo, porque el Mesías es primero que nada rey de Israel (Rom. 9:5). Estaban separados de la ciudadanía de Israel: el pueblo de Dios que recibe su bendición. El hecho de que Pablo eligiera la palabra ciudadanía sugiere que no está pensando aquí en la nación de Israel, sino más particularmente en los fieles judíos vistos como viviendo una teocracia. La exclusión de los gentiles de la comunidad del pueblo de Dios significaba que no tenían parte en los pactos que prometían la salvación mesiánica. (El lenguaje aquí hace fuerte eco de Rom. 9:4.) Quizá hayan tenido muchas esperanzas y dioses, pero estos habrían resultado ser huecos, ya que los gentiles estaban sin el verdadero Dios y sin la esperanza que él daba, y que ahora estaba comenzando a cumplir.

Ahora en Cristo Jesús (13), la situación de ellos ha cambiado drásticamente, y Pablo elige una metáfora bíblica muy común para expresar el contraste. El concepto de estar acercados y lejos se origina en Isa. 57:19, y domina la descripción de Pablo en los vv. 17 y 18 (en los que, en realidad, usa las mismas palabras que Isa.). En el v. 13, sin embargo, utiliza el lenguaje en una forma que refleja más cercanamente el uso de esta metáfora en el judaísmo contemporáneo. El verbo acercar se había convertido en un término común para significar el hecho de hacer que un no judío se hiciera prosélito, uniéndolo así a la congregación de Israel. Esto hacía que la persona estuviera cerca en dos sentidos, ambos atestiguados en el judaísmo. La persona se acerca al resto del pueblo de Dios y se acerca al Dios del cual ese pueblo está cerca. Tiene acceso al templo (el lugar especial de la presencia divina) y al Dios que estaba presente, en forma más general, en medio de su pueblo. Como veremos, Pablo está pensando en un pueblo de Dios transformado y en un templo celestial, pero por lo demás, las figuras utilizadas en el v. 13 son similares.

14-18 En estos versículos llegamos al corazón mismo de la manera en que Pablo entendía el evangelio de la reconciliación. Comienza en los vv. 14 y 15 con la dimensión horizontal. Se dice primero que Jesús es nuestra paz, en el sentido de que él unió las dos grandes partes en que estaba dividida la humanidad (la incircuncisión y la circuncisión). El (¡en principio!) destruyó la hostilidad entre judíos y gentiles, quitando la gran barrera que los separaba, y que inevitablemente se había convertido en ocasión de sospechas y animosidad mutuas. La barrera en cuestión era la ley mosaica, con su detallado código de santidad, que hacía imposible que los judíos fieles vivieran en estrecha proximidad con los gentiles.

En cuanto a estas reglas, la carta de Aristeas (c. 100 a. de J.C.) sostiene que el legislador [Moisés] nos rodeó de empalizadas firmes y muros de hierro para evitar que nos mezclemos con cualquiera de los otros pueblos en cualquier asunto, manteniéndonos así puros de cuerpo y alma ... adorando al único Dios todopoderoso (139), o, nuevamente: Y por lo tanto, para que no fuéramos contaminados por nadie, ni fuéramos infectados con perversiones al asociarnos con personas sin valor, él nos ha cercado por todos lados con purificaciones prescritas en asuntos de comida y bebida, de tocar y de escuchar y de ver (149). La barrera material que en el templo prohibía el paso de los gentiles, so pena de muerte, a los atrios donde adoraba Israel, era apenas la expresión externa de los requisitos de la ley mosaica.

La enemistad que la ley de Moisés había causado entre la humanidad pecadora, se nos dice, fue derribada en su carne (14), una referencia a la muerte de Cristo en la cruz que Col. expresa como el despojarse del cuerpo pecaminoso carnal (Col. 1:22; 2:11, 12; ver v. 16). Fue derribada cuando la ley mosaica, como una unidad y como un pacto indivisible con Israel, fue transcendida y reemplazada por las condiciones de la nueva creación y correspondiente pacto, inaugurado en Cristo (cf. 2 Cor. 3:3-18). Que esto no significa que Pablo esté en contra de la ley debiera resultar claro en base al resto de la carta (ver el uso específico de la Torah en 5:31-6:3). En cambio, el buen propósito para el cual sirvió la ley mosaica, al preservar a Israel de la influencia impía de las otras naciones, dio lugar al propósito aun más elevado declarado en el v. 15 y que refleja el plan eterno de Dios (1:9, 10). Dios deseaba crear un solo hombre de judíos y gentiles. Para comprobar la importancia central de este concepto en la teología de Pablo véase, p. ej. 1 Cor. 12:13; Gál. 3:28 y Col. 3:11.

16 Nos hace volver ahora la atención a la dimensión vertical. Hasta aquí casi podríamos tener la impresión (reflejada en la forma en que Marcus Barth entiende el pasaje) de que el acontecimiento de Cristo deja a la condición de Israel casi sin cambios: los gentiles son meramente agregados a él, y así benditos con él. Ese, sin embargo, no es el concepto que quiere dar Pablo, ya que continúa afirmando que ese solo cuerpo creado de judíos y gentiles fue reconciliado con Dios en la cruz. Esto presupone que Israel también sufrió una separación de Dios por el pecado (cf. 2:3) que debía ser superada en la cruz; y que sólo experimenta esa reconciliación en la medida que participa de la nueva humanidad, el cuerpo de Cristo, la iglesia compuesta de judíos y gentiles creyentes. Naturalmente, no debemos forzar nuestra interpretación de las palabras de Pablo para hacer significar que la iglesia universal de judíos y gentiles fuera creada primero, y sólo después de esto reconciliada con Dios en la cruz. Su concepto es, en cambio, que Jesús en la cruz representó no sólo a los judíos sino también a la humanidad gentil, como el postrer Adán (Rom. 5:12-21; 1 Cor. 15:45; Fil. 2:5-11). En primera instancia fue en forma única en sí mismo (15) que él hizo un solo hombre nuevo de los dos; y luego sólo al unirse a él en un cuerpo se experimenta la reconciliación cósmica. Esto significa que la iglesia en realidad es, para Pablo, una tercera entidad: ni judía, ni gentil, sino una nueva humanidad.

Detrás del lenguaje de crear una nueva humanidad yace la esperanza judía de que en el final Dios recreará el mundo en forma más maravillosa aun que su primera creación antes de la caída. Como parte de esto, el pueblo de Dios sería transformado, y recibiría cuerpos resucitados correspondientes al mundo en que vivirían, conformando así una nueva clase de humanidad que viviría en total armonía con Dios y entre sí. Para Pablo, eso es exactamente lo que comienza con la resurrección de Cristo, que es el modelo de la nuestra, e inclusive está comenzando en nosotros (ver Rom. 8; 1 Cor. 15:45-49; 2 Cor. 3-5; Gál. 6:15; Fil. 3:21). Pero observemos que todo esto es cierto únicamente en sí mismo, en Cristo; es sólo la iglesia que está en unión con Cristo la que realmente comienza a experimentar esta unidad cósmica.

17, 18 Recapitulan este concepto en términos de la cita modificada de Isa. 57:19 y una explicación más detallada. Las palabras y vino y anunció las buenas nuevas: paz ... no se refieren ni a la encarnación y el ministerio de Jesús ni al Cristo ascendido por medio de la predicación apostólica, sino que puede comprendérselas mejor considerándolas como un resumen de los vv. 14-16 que se refieren entonces específicamente a la cruz y la resurrección. Las palabras y anunció ... paz resuenan como Isa. 52:7, pero el resto sigue aprox. a Isa. 57:19. Originalmente este pasaje se aplicaba a la bendición de Dios sobre los judíos de Jerusalén (los de cerca) y los judíos de la Diáspora (los de lejos), pero aquí se lo aplica al haber alcanzado un nuevo nivel de cumplimiento en la paz mesiánica de reconciliación que Cristo trae entre creyentes judíos (los de cerca) y creyentes gentiles (los de lejos), y entre la nueva humanidad así creada y Dios. El v. 18 rescata este concepto, expresándolo en una metáfora tomada de las leyes del templo. En el AT, sólo el sumo sacerdote, como representante de Israel, tenía acceso inmediato a Dios en el sentido de que era el único que podía entrar al lugar santísimo, y eso solamente en el día de la Expiación. Israel estaba a cierta distancia, y los gentiles un poco más lejos. Pero a través de la muerte y resurrección de Cristo ambos tienen ahora acceso inmediato a Dios por medio del don del Espíritu Santo, que trae la presencia consciente de Dios a cada persona.

En todo esto el apóstol Pablo no declara explícitamente cómo es que la cruz efectúa la reconciliación entre la humanidad y Dios. El mismo uso de la palabra implica una separación o enemistad entre ambos lados que ha sido sanada. Por parte de la humanidad, la hostilidad hacia Dios es provocada por nuestra reacción de rebeldía ante su amoroso y justo reclamo de nuestra obediencia filial. Por parte de Dios también podemos hablar de un cierto elemento de alejamiento de la humanidad; precisamente, de su santa y amorosa ira contra nuestro pecado (2:3; 4:17, 18; 5:3-6). Es esta última la que aquí Pablo, como siempre, cree que es nuestro problema fundamental y que ha sido solucionado en la cruz (es decir, antes de que cualquiera de nosotros creyera y se apropiara de esa reconciliación que se le ofrecía). Por esto continuamente destaca la rica misericordia (4) y gracia (1:2, 6, 7, etc.) de Dios. Aquí sí nos dice cómo logra Dios esto: no dice que es por expiación sustitutiva (para lo cual puede verse, en este comentario, Rom. 3:25; 5:9-11; 2 Cor. 5:19-21; Gál. 3:13). Parece darlo por sabido (1:7; 5:2, 25, 26) y en esta carta parece más preocupado por hablar en detalle sobre sus consecuencias: la restauración de la relación con Dios, y particularmente el alcance universal de la unidad, armonía y paz que Dios se propone en Cristo.

19-22 Un concepto final subraya la gloria de lo que Dios ha logrado en Cristo para sus lectores gentiles que anteriormente eran los de afuera (retomando lo dicho en el v. 13). Han tenido el privilegio de llegar a ser conciudadanos de los santos, esto es, no de los judíos o de los cristianos judíos, sino del resto del pueblo de Dios y de ser miembros plenos de la familia [celestial] de Dios (su ciudad-templo). Ya en Gál. 4:26 Pablo había desairado a los judaizantes, diciendo que los creyentes en Cristo no pertenecen a la Jerusalén terrenal, sino a la celestial (cf. Fil. 3:20). La fuerza teológica de esta afirmación deriva de la presunción de que la era que vendrá ya está hecha realidad en el cielo, y que Jerusalén, tal como será en la nueva creación, está esperando para descender (ver, p. ej. Apoc. 21:1-4 y 21:10:5). Decir que ya somos ciudadanos de esta ciudad-templo es decir que ahora, en unión con Cristo, participamos en esa ciudad celestial que irradia la gloria de Dios, y que será finalmente revelada y desplazará todo lo que conocemos como realidad en esta era. Puede verse un punto de vista similar, es decir, que la iglesia ahora participa en y manifiesta la adoración de la congregación glorificada de los santos de los últimos tiempos en la ciudad celestial, en Heb. 12:22-24. La idea de ser miembros de la ciudad-templo continúa el tema del acceso a Dios presentado en el v. 18, dado que la ciudad celestial está llena de la radiante presencia de Dios. Ciertamente, según Apoc. 22:5, él mismo es su luz, desplazando noche y día.

En los vv. 20-22 tenemos esencialmente el mismo mensaje, pero con un ligero cambio de conceptos. Los creyentes son ahora retratados como las piedras mismas con las que ese templo celestial está siendo construido gradualmente. Gran parte de los judíos esperaba un nuevo templo en la Jerusalén de la era venidera, y ya algunos de ellos habían llegado a pensar que el pueblo de Dios constituiría esa santa morada de Dios (cf. la enseñanza de Jesús en Juan 2:19). Este es el punto de vista que se expresa aquí, y se dice que ya está cumpliéndose (como en 1 Cor. 3:16, 17; 2 Cor. 6:16, 17; 1 Ped. 2:4-10). Los lectores de Pablo están, dice el Apóstol, ahora mismo siendo edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas. La sintaxis gr. en esta expresión, en que un artículo rige a los dos sustantivos (como en 3:5), sugiere un grupo fundacional, los apóstoles funcionando como profetas (es decir, que traen revelación), y no dos (como sugiere aquí la RVA), aunque en 4:11 se habla de un grupo separado de profetas. Jesús mismo se identifica como la piedra angular, aquella a partir de la cual se construye el resto del fundamento hacia afuera, siguiendo la línea de lo que serán las paredes. El punto central aquí sería, entonces, que el templo se construye hacia arriba y hacia afuera a partir de la revelación dada en Cristo, por medio de la elaboración e implementación reveladora del misterio a través de las figuras profético-apostólicas (ver 3:4-11, en especial el v. 5). Pero todo está edificado sobre Cristo, sostenido por él, y la forma del edificio es determinada por Cristo, la piedra angular. Una interpretación alternativa hace de Cristo la piedra clave (la última que se agrega, la que mantiene unida a toda la estructura del edificio); pero esto depende de un sentido que sólo después tomó la expresión piedra angular, y no se presta verdaderamente para el concepto de un templo en construcción, ya que implicaría que Cristo aún no tiene lugar en él.

El último versículo del capítulo recuerda a los lectores el enorme privilegio que significa para ellos ser parte de toda esta construcción. Son incorporados a ese edificio, la iglesia única y universal, la cual Dios constituye en morada de él por medio del Espíritu. Y son incorporados a él precisamente al unirse con Cristo, en quien todas las cosas están siendo llevadas a la armonía y la paz cósmicas, que pueden existir gracias a la reconciliación iniciada en la cruz.

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



20 (C) En otro tiempo muertos, ahora vivos con Cristo (2,1-10). Éste es el grandioso proyecto de Dios en lo tocante a la humanidad (cf. 1QH 11,8-14; 3,19-23; F. Mussner, «Contributions Made by Qumran» [? 12 supra] 174-76). Como ocurría en 1,11-14, también aquí se plantea un problema a la hora de interpretar «nosotros» y «vosotros». Aunque el «nosotros» puede referirse a los cristianos de origen judío y el «vosotros» a los de origen gentil, no hay ninguna alusión clara a la distinción judío-gentil hasta 2,11-22. Todos los usos inequívocos de «nosotros» en esta carta hacen referencia a la totalidad de los cristianos (2,14; 3,20; y frecuentemente en los caps. 4-6), y en este caso el «nosotros» se debe entender del mismo modo. El autor utiliza «vosotros» cuando se dirige directamente a los destinatarios de la carta. Con un lenguaje que recuerda Ef 2,1-3, la LQ habla de un período de tiempo en el que al espíritu de las tinieblas se le permite ejercer autoridad sobre la humanidad (1QS 3,20-23; 11QMelq 2,4-6) hasta que el mal sea destruido y florezca la justicia (1QS 4,18-23; 1QM 13,14-16; 17,5-9). Sobre este trasfondo describe el autor de Ef la condición pecadora de la humanidad, que camina sometida al poder del mal. 1. muertos a causa de vuestros delitos: Véase Rom 12,21 y el comentario correspondiente. 2. el eón de este mundo: La aposición de «príncipe del imperio del aire» que acompaña a eón indica que aiôna es un poder maléfico (BAGD 28; cf. 2 Cor 4,4). el espíritu que actúa: cf. 1QS 3,20-25. 3. deseos de la carne: ? Teología paulina, 82:103. hijos de la ira: cf. 1QH 3,27-28. 5-6. nos hizo revivir: Lo que se dijo de Cristo en 1,20 se dice ahora de todos los cristianos: son resucitados y entronizados con él en lo alto del cielo. Su solidaridad con él y con su exaltación queda indicada por vb. gr. utilizados en 1,20, pero ahora con la prep. syn, «junto con», añadida a su raíz (? Teología paulina, 82:120). 8-10. Dependiente del vocabulario paulino («gracia», «fe», «obras», «presumir»; véase A. T. Lincoln, CBQ 45 [1983] 617-30) -pero con un desplazamiento del acento respecto a la descripción de Pablo de la justificación por la fe sin las obras de la ley-, Ef habla de la salvación como el resultado del don de Dios exclusivamente (? Teología paulina, 82:71). La dicotomía no es ya fe u obras (Rom 3,28), sino gracia de Dios o buenas acciones del hombre.

21 (D) Unión de judíos y gentiles (2,11-22). Gentiles y judíos forman ahora una sola humanidad nueva, creada en Cristo y reconciliada en sus integrantes y con Dios (w. 13-18). 11. circuncisión: La circuncisión, característica del judaísmo conocida en el mundo helenístico, simboliza la distinción entre judíos y gentiles. 12. alejados de la ciudadanía de Israel: El autor utiliza las imágenes políticas de la ciudadanía para describir la exclusión de los gentiles del pueblo de Dios. Alejados del Dios de Israel, los gentiles no tenían acceso a la alianza, que prometía la salvación (véase Rom 9,4-5; ? Pensamiento del AT, 77:81; ? Teología paulina, 82:43). 13. lejos... cerca: Estas imágenes espaciales (véanse Is 57,19 y Zac 6,15) describen la antigua condición de los gentiles y la nueva situación resultante de la muerte de Cristo. En los escritos paulinos (Rom 5,10-11; 2 Cor 5,18-20) la reconciliación llevada a cabo mediante la muerte de Cristo trajo la paz y la unión con Dios (? Teología paulina, 82:72). En Ef, este modo de entender la reconciliación se amplía hasta abarcar la paz y la unidad entre gentiles y judíos. 14. él es nuestra paz: Esto tal vez sea el comienzo de un fragmento de himno cristiano primitivo que se extendería hasta 2,16 y que fue integrado en la carta por el autor (véase Schille, Frühchristliche Hymnen [? 18 supra] 23-27; J. T. Sanders, ZNW 56 [1965] 216-18). 14. él destruyó el muro divisorio: Aunque puede tratarse de una referencia figurada al muro que separaba a los gentiles del atrio interior del templo de Jerusalén (Josefo, Ant. 15.11.5 § 417), el nombre en aposición, echthron, «enemistad», indica que con esa imagen se pretende describir el final de la hostilidad étnica entre los dos grupos (véase Hch 10,28). 15. él ha creado en sí mismo: La humanidad vieja quedó defectuosa y alejada de Dios debido al pecado de Adán (Rom 5,12-17), pero la humanidad nueva creada en Cristo ha sido reconciliada con Dios mediante la cruz. El autor emplea la tipología Adán-Cristo de los escritos paulinos (? Teología paulina, 82:82-85) para describir la nueva situación de gentiles y judíos que juntos forman la única humanidad nueva en un solo cuerpo. 16. en un solo cuerpo: cf. Col 1,22. Al omitir la especificación de Col de que ese cuerpo es el cuerpo crucificado de Cristo, el autor interpreta sôma como la única humanidad nueva, la Iglesia. 17. paz a los de lejos: Véase Is 57,19. (Véanse N. J. McEleny, NTS 20 [1973-74] 319-41; R Tachau, «Einst» und «Jetzt» im Neuen Testament [FRLANT 105, Gotinga 1972].) 19-22. Una serie de metáforas imponentes y combinadas aplicadas a la Iglesia describe la situación de la humanidad nueva. 19. conciudadanos: La ciudadanía en la polis de Dios trasciende las fronteras políticas urbanas y provinciales y se extiende hasta la asociación con los ángeles (véase 1,18). familia de Dios: La unidad social básica de la sociedad grecorromana era la familia, dentro de la cual quedaban incluidos padres, hijos y esclavos. Los cristianos, como miembros de la familia de Dios, son llamados hijos queridos de Dios (5,1), con derecho a la rica herencia (1,18; 2,7) que su padre les prodiga (1,7-8). 20. edificados sobre el cimiento: La unidad social de la familia se concreta con la imagen del edificio -los apóstoles y profetas proporcionan las piedras fundamentales y Cristo es la piedra angular (cf. 1 Cor 3,11)-. 21. todo el edificio bien trabado: La metáfora de la Iglesia como edificio se mezcla con la imagen del cuerpo para crear la imagen de un edificio que se va construyendo con piedras vivas que crecen y se desarrollan en el lugar de la morada de Dios, el templo (cf. 4,15-16; 1 Pe 2,4-5). La comprensión de la comunidad como templo de Dios desarrolla la idea paulina de que el cuerpo es el templo de Dios, y guarda estrecho paralelo con el modo en que la comunidad de Qumrán se entiende a sí misma como el templo de Dios (B. Gärtner, The Temple and the Community in Qumran and the New Testament [SNTSMS 1, Cambridge 1965]; R. Schnackenburg, «Die Kirche ais Bau: Epheser 2:19-22 unter ökumenischen Aspekt», Paul and Paulinism ? 15 supra] 258-70).

Comentario de Santo Toms de Aquino


Lección 4: Efesios 2,11-13
Para que los Efesios den en la cuenta de que todo lo han recibido gratuitamente de manos de Dios, tráeles a la memoria qué tales eran en el estado antecedente al de la gracia.11. Así pues, acordaos que en otro tiempo vosotros, que erais gentiles de origen y llamados incircuncisos por los que se llaman circuncidados a causa de la circuncisión hecha en su carne, por mano de hombre,12. acordaos, digo, que vosotros no teníais entonces parte alguna con Jesucristo, estabais enteramente separados de la sociedad de 1srael, extranjeros por lo tocante a las alianzas, sin esperanza de la promesa, y sin Dios en este mundo.13. Mas ahora que creéis en Cristo Jesús, vosotros, que en otro tiempo estabais alejados de Dios, os habéis puesto cerca por la sangre de Jesucristo.Después de haberse detenido en ponderar el beneficio hecho por Dios a los Gentiles en librarlos del pecado, ocúpase ahora el Apóstol en relatar el beneficio de haberlos sacado del estado de la Gentilidad. Refréscales primero la memoria de su condición en el estado pretérito y contrapóneles luego los beneficios que han recibido en el presente estado. Cuanto a lo primero, después de una exhortación, declárales la condición de su estado pretérito. Dice pues: "por lo cual", es a saber, para que podáis caer en la cuenta de que todo nos lo ha dado Dios de su bella gracia, "acordaos" (Dt.,9; 16) "que en otro tiempo": les trae a la memoria la condición de su anterior estado: a) cuanto a los males que tenían; b) cuanto a los bienes de que se veían privados. Los males eran tres: 1) el crimen de la gentilidad, por la que daban culto a los ídolos: "vosotros, que erais gentiles de origen" (1Co 12,2) su vida carnal: "en carne", esto es, viviendo al fuero de la carne, por la que no podían agradar a Dios (Rm 8); 3) el vilipendio y desprecio con que los traían debajo de los pies los Judíos: "llamados prepucio", esto es, incircuncisión, "por aquella1 a saber, circuncisión, "hecha en la carne por mano de hombre", esto es, por los Judíos circuncidados por tal circuncisión. Y dice "por mano de hombre", para distinguirla de la circuncisión espiritual, de la cual se dice en Col 2,11: "en el cual fuisteis vosotros también circuncidados con circuncisión no carnal o hecha por mano que cercena la carne del cuerpo, sino con la circuncisión de Cristo; siendo sepultados con El por el bautismo"; y poco después: "en efecto, cuando estabais muertos por vuestros pecados, y por la incircuncisión de vuestra carne, entonces os hizo revivir con El, perdonándoos todos los pecados".A continuación, los bienes de que se veían privados: "vosotros que no teníais entonces parte alguna con Jesucristo"; y 19 de participar en los sacramentos; 2 del conocimiento de Dios: "sin Dios en este mundo". Los sacramentos, de cuya participación se veían privados, eran tres: 1) la dignidad de Cristo; de donde dice: "vosotros que no teníais entonces parte alguna con Jesucristo", esto es, sin la promesa de Cristo que se hizo a los Judíos (Jr 23; Zc. 9); 2) la compañía de los santos, de que se veían privados mientras permanecían en la gentilidad, Dice: "separados de la sociedad* de 1srael", ya que a los Judíos no les era lícito tratar con los Gentiles (Dt. 7), como dice San Juan que Samaritanos y Judíos no se llevan entre sí; 3) cuanto a los que eran recibidos en el Judaismo, al hacerse prosélitos, se les trataba con desprecio. Por eso añade: "extranjeros por lo tocante a las alianzas", como si dijera: tales prosélitos, al convertirse al Judaismo y hacerse prosélitos, eran recibidos no como ciudadanos, sino como huéspedes, para tener parte en las alianzas divinas. Dice "de las alianzas" en plural, porque a los Judíos se les había dado el Antiguo Testamento y prometido el Nuevo; porque, como dice el Eclesiástico 44,25: "confirmó su pacto o promesa sobre la cabeza de Jacob"; lo cual puede entenderse del Antiguo Testamento, pues Dios había prometido dar otro: "y asentaré con ellos otra alianza, que será sempiterna" (Bar. 2,52). Este se lo dio a aquellos "de quienes es la adopción de hijos de Dios, y la gloria, y la alianza, y la legislación, y el culto, y las promesas", como se dice en Romanos 9,4.39 la esperanza de los bienes futuros: "sin esperanza de la promesa"; porque, como se dice en Gálatas 3, las promesas se hicieron a Abraham y a su descendencia. Para colmo de desventuras, la peor de todas, por la ignorancia de Dios, es a saber: "sin Dios en este mundo", esto es, sin conocimiento de Dios. "Dios se ha dado a conocer en Judá" (Sal 75,2), no así a los Gentiles, a quienes alude 1Ts 4: "no con pasión libidinosa, como hacen los Gentiles, que no conocen a Dios"; texto, con todo, que puede entenderse del conocimiento por la fe; ya que del conocimiento natural se dice en Romanos 1,21: "porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios".Consiguientemente, al decir: "pero ahora que creéis en Cristo Jesús", les recuerda los beneficios que recibieron por Cristo en el estado de su conversión; acerca de lo cual les muestra de qué modo se hicieron partícipes de los bienes de que antes se veían privados, y que no como extranjeros, sino como ciudadanos, fueron admitidos a la participación de esos bienes o beneficios, de que habla en general y en especial. Dice pues: dije que en otro tiempo estabais sin Cristo, enteramente separados del trato y comunicación con 1srael; pero ahora, esto es, luego que os convertisteis a Cristo, vosotros que estáis en Cristo, quiere decir, que le estáis unidos por la fe y por la caridad (1Jn 4; Ga 6); vosotros, digo, "que en otro tiempo estabais alejados", esto es, distantes de Dios, no por el lugar, mas por el mérito (Sal 1 18); y del trato de los santos y participación de las alianzas -como está dicho- ya "os habéis puesto cerca" de Dios, de sus santos y de sus testamentos. "Tus hijos vendrán de lejos"; "algunos de ellos -de los Gentiles- han venido de lejos" (Is 60; Me. 8), es a saber, de la región de la desemejanza y del estado de la gentilidad. Pero vosotros ha poco "os habéis puesto cerca, en la sangre de Cristo", esto es, por su sangre, por la cual os atrajo Cristo (Jn 12,32); y esto por su excesiva caridad, que de modo especialísimo se manifestó en la muerte de cruz (Jr 31).

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter II.

1 By comparing what we were by 3 nature, with what we are 5 by grace: 10 He declareth, that wee are made for good workes; and 13 beeing brought neere by Christ, should not liue as 11 Gentiles, and 12 forreiners in time past, but as 19 citizens with the Saints, and the family of God.
1 And you hath hee quickned who were dead in trespasses, and sinnes,
2 Wherein in time past ye walked according to the course of this world, according to the prince of the power of the aire, the spirit that now worketh in the children of disobedience,
3 Among whom also we all had our conuersation in times past, in the lusts of our flesh, fulfilling [ Greek: the wills.] the desires of the flesh, and of the minde, and were by

[Christ our peace.]

nature the children of wrath, euen as others:
4 But God who is rich in mercie, for his great loue wherewith hee loued vs,
5 Euen when wee were dead in sinnes, hath quickned vs together with Christ, (by grace ye are saued)
6 And hath raised vs vp together, and made vs sit together in heauenly places in Christ Iesus:
7 That in the ages to come, hee might shew the exceeding riches of his grace, in his kindenesse towards vs, through Christ Iesus.
8 For by grace are ye saued, through faith, and that not of your selues: it is the gift of God:
9 Not of workes, lest any man should boast.
10 For wee are his workemanship, created in Christ Iesus vnto good workes, which God hath before [ Or, prepared.] ordeined, that we should walke in them.
11 Wherefore remember that ye being in time passed Gentiles in the flesh, who are called vncircumcision by that which is called the Circumcision in the flesh made by hands,
12 That at that time yee were without Christ, being aliens from the common wealth of Israel, and strangers from the couenants of promise, hauing no hope, & without God in the world.
13 But now in Christ Iesus, ye who sometimes were far off, are made nigh by the blood of Christ.
14 For hee is our peace, who hath made both one, and hath broken downe the middle wall of partition betweene vs:
15 Hauing abolished in his flesh the enmitie, euen the Lawe of Commandements conteined in Ordinances, for to make in himselfe, of twaine, one newe man, so making peace.
16 And that he might reconcile both vnto God in one body by the crosse, hauing slaine the enmitie [ Or, in himselfe.] thereby,
17 And came, and preached peace to you, which were afarre off, and to them that were nigh.
18 For through him wee both haue an accesse by one Spirit vnto the Father.
19 Now therefore yee are no more strangers and forreiners; but fellow citizens with the Saints, and of the houshold of God,

[Grace giuen to the Gentiles.]

20 And are built vpon the foundation of the Apostles and Prophets, Iesus Christ himselfe being the chiefe corner stone,
21 In whom all the building fitly framed together, groweth vnto an holy Temple in the Lord:
22 In whom you also are builded together for an habitation of God thorow the Spirit.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Unidad por Cristo. Todo lo anterior ha sido como un largo preámbulo. Ahora, Pablo saca la conclusión que constituye el mensaje fundamental de este texto: la carta magna de la unidad y de la reconciliación, un asunto de máxima urgencia y actualidad para el cristiano de hoy también. Si antes nadie tenía el monopolio del pecado, viene a decir Pablo, pues todos estábamos metidos en el mismo fango, nadie tiene ahora el monopolio de la salvación, porque ésta no depende ni de ritos, ni de leyes, ni de privilegios de sangre o raza, ni de méritos propios, sino que es un don gratuito de Dios.
Pablo se mueve en un mundo dividido y separado por una barrera infranqueable de prejuicios. Los judíos, por una parte, se tenían a sí mismos como los escogidos, los privilegiados, los de casa, los herederos de las promesas, los puros. Consideraban a los paganos como los alejados, los que no tenían ni carta de ciudadanía, ni esperanza, ni un Dios que les amparara en el mundo. Eran «prejuicios» apuntalados por un legalismo religioso feroz. Un documento antiguo del judaísmo llamado «Carta de Aristéas» dice entre otras cosas: «Nuestro sabio legislador, guiado por Dios, nos cercó con férreas barreras para que no nos mezcláramos en nada con ningún otro pueblo, para que permaneciéramos incontaminados de alma y de cuerpo».
A su vez, los prejuicios de los paganos contra los judíos no se quedaban atrás: animales insociables, enemigos del género humano y otras lindezas por el estilo. ¿Qué decir de la historia de «prejuicios», algunos todavía recientes, de nosotros, los cristianos, tanto contra judíos como contra paganos o creyentes de otra religiones? He aquí algunos, para completar la escena que nos pinta Pablo. Contra los judíos: deicidas, pérfida raza judía. Contra los paganos: los que habitan en tinieblas y en sombras de muerte. Algunos de estos prejuicios cristianos habían llegado a expresarse nada menos que en el antiguo lenguaje litúrgico de la Iglesia.
Pues bien, dice Pablo, todas las barreras que antes dividían a judíos de paganos, y que siguen dividiendo ahora a nuestro mundo, ya sean religiosas, económicas, raciales, nacionales, etc., las ha derribado Cristo con su cuerpo sacrificado. De miembros dispersos ha hecho un «cuerpo»; de «extranjeros» y «nativos» ha hecho una ciudad y una familia; de piedras heterogéneas ha hecho un «edificio». Ha realizado la gran pacificación: de los hombres con Dios, abriéndoles «acceso al Padre» y de los hombres entre sí, «creando una nueva humanidad».
Pablo ve esta nueva humanidad en la Iglesia, pero no como coto cerrado de salvación, sino como la comunidad de los que conocen, creen, viven y anuncian a las naciones la Buena Noticia de que el mundo ha sido y está siendo salvado por la muerte y resurrección de Jesucristo. Un mundo convertido en «reino de Dios», del que la Iglesia está al servicio como sacramento universal de salvación.

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



2. El "espacio", según la concepción de los antiguos, estaba poblado de potencias demoníacas, cuyo "Príncipe" era Satanás.

8-9. Ver Rom_3:27-30.

12. "Alianzas": ver Rom_9:4.

14. Jesucristo es "nuestra paz" porque él reconcilió al mundo pecador con Dios, y a los hombres entre sí. La imagen del "muro" encierra una alusión al muro que separaba el atrio de los paganos del recinto reservado a los judíos en el Templo de Jerusalén, y simboliza la división entre los dos pueblos, eliminada por la cruz de Cristo.

17. Isa_57:19; Zac_9:10.

18. Los paganos entran a formar parte del Pueblo de Dios por haber recibido el don del Espíritu lo mismo que Israel. Ver Hec_10:44-48; Hec_11:15-18.

20. Los "profetas" son aquí los de la Nueva Alianza, depositarios, junto con los "apóstoles", de la revelación del misterio de Cristo, para anunciarlo mediante la predicación del Evangelio. Ver nota 1Co_12:10.

"Piedra angular": ver nota Mat_21:42.

Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

Isa 57:19; Rom 3:25; Rom 5:9; Col 1:20; Heb 9:14; Heb 10:19; 1Pe 1:18-19; 1Jn 1:7.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 2.2 Aquel espíritu que domina en el aire: Satanás, llamado el diablo en Ef 4.27; 6.11 y el maligno en Ef 6.16.

[2] 2.12 Las alianzas: por ej., con Noé (Gn 6.18; 9.9), con Abraham (Gn 15.18; 17.2,7-9), con el pueblo de Israel (Ex 19.1-8), y con David (2 S 7.11-16,26).

[3] 2.14 El muro (o cercado) parece referirse a la ley mosaica (v. 15), que separaba a Israel de las otras naciones.

[4] 2.16 Un solo cuerpo: Cf. Ef 1.22-23.

[5] 2.17 Alusión a Is 57.19, texto aplicado aquí a los paganos (los que están lejos ) y a los judíos (los que están cerca ); cf. también v. 13.

[6] 2.20 Profetas: Véase 1 Co 14.1 n.; cf. 1 Co 12.28; Ef 4.11. Los fundamentos que son los apóstoles y los profetas: Ap 21.14; cf. Mt 16.18.

[7] 2.20 La piedra principal: cf. Is 28.16.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

La obra redentora de Cristo en la cruz ha producido el acercamiento y la paz entre judíos y gentiles (vv. 13-15), y también la reconciliación de ambos con Dios (vv. 16-18). La realidad nueva que surge de la redención es la Iglesia, que San Pablo presenta con la imagen de un templo santo, edificado sobre el cimiento de los Apóstoles y Profetas (vv. 19-22). Por esa salvación, el cristiano se hace también templo santo donde habita la Trinidad. De esta inhabitación surgen un conocimiento más profundo y un amor más intenso al misterio de Dios: «¡La Trinidad! He aquí nuestra morada, nuestra querida intimidad, la casa paterna de la que no tenemos que salir nunca» (B. Isabel de la Trinidad, Ciel. en la tier. 1).


Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Efe_2:17

NOTAS

2:13 Este acercamiento lo ha realizado la Cruz de Cristo: primero el de los judíos y gentiles entre sí, vv. Efe_2:14-15; luego el de todos con el Padre, vv. Efe_2:16-18.

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Efe_2:17

NOTAS

2:13 Este acercamiento lo ha realizado la Cruz de Cristo: primero el de los judíos y gentiles entre sí, vv. Efe_2:14-15; luego el de todos con el Padre, vv. Efe_2:16-18.

Biblia Peshitta en Español (Holman, 2015)

a Rom 3:25; Col 1:20

Greek Bible (Septuagint Alt. Versions + SBLGNT Apparatus)

ἐγενήθητε ἐγγὺς WH Treg NA28 ] ἐγγὺς ἐγενήθητε RP

Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)



AHORA EN CRISTO JESÚS… A la primera desgracia de los gentiles, la privación de Cristo, ha sucedido AHORA la primera bendición, que es la inefable comunión en CRISTO JESÚS.

iNT-CEVALLOS+ Interlineal Académico Del Nuevo Testamento Por Cevallos, Juan Carlos

[I ὄντες I] estabais.

Biblia Latinoamericana (San Pablo, 1995)



[=] *1Tes 4:13 *Is 57:19