Ver contexto
Sed amables entre vosotros, compasivos, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo.
(Efesios  4, 32) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 4

Parte segunda

VIVIR LA VERDAD 4,1-6,22

Según la costumbre paulina, a la parte doctrinal de sus cartas sigue una parte exhortativa. Pablo llega a tratar todos los temas posibles, para exhortar o para precaver: la mentira, la impureza, la avaricia, todas las «obras de las tinieblas». Esto vale para todos. Después se dirige a cada uno de los estados de vida, y tiene una palabra de exhortación para el marido y la mujer, para padres e hijos, para esclavos y amos. La exhortación del Apóstol es variada, como lo pueden ser los diversos modos de vida cristiana, aunque relativamente corta con relación a cada uno de ellos.

I. CONSERVAR LA UNIDAD DEL ESPÍRITU (4/01-06).

Es extraordinariamente revelador el hecho de que Pablo seleccione por anticipado una parte de esta moral cristiana, para desarrollarla preferente e intensamente. Debe de ser algo primordial para él en el campo moral. Es la unidad de los miembros en el cuerpo de Cristo, la unidad de la Iglesia en el amor y la paz. Podemos, pues, suponer que a aquellas Iglesias orientales amenazaba un peligro especial, que hacía tan urgente e importante su petición, aun en medio de un desarrollo tan universal de la ética cristiana. Sin embargo, no es necesario pensar así, si consideramos que para el Pablo de las cartas de la cautividad esta petición formaba parte integrante de todo su pensamiento religioso y de su preocupación pastoral; esto sólo, pues, justifica la prioridad de la apremiante petición. Por consiguiente, no queda más que penetrar en la urgencia del Apóstol y hacer nuestra su petición.

1. Los PRESUPUESTOS: HUMILDAD Y MANSEDUMBRE (4,1-3).

...1 Así pues, yo, prisionero en el Señor, os exhorto a portaros de una manera digna de la vocación a que habéis sido llamados, 2 con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros en amor 3 esforzándoos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.

«Así pues... » es también una expresión importante, porque representa la vinculación entre dogma y vida, entre creer y obrar. No quiere decir otra cosa sino que la vida cristiana, como Pablo la va a describir a continuación, no es más que una consecuencia que resulta naturalmente de lo que en la primera parte se desarrolló sobre la bendición gratuita de Dios, el misterio de Cristo, y el ser íntimo y divinizado del cristiano. La existencia cristiana es una vida divinizada, y la vida tiende a «vivirse». La realidad cristiana es una fuerza, y esta fuerza tiene que desarrollarse. La realidad cristiana es una llamada de Dios, y esta llamada exige una respuesta que sea digna de tal llamada.

«Os exhorto». Lástima que en castellano no tengamos una palabra que pueda abarcar todo el significado de la expresión paulina parakaleo. El verbo significa «exhortar», pero también pedir, instar, conjurar e incluso consolar. Detrás de esta palabra (en boca del Apóstol) se oculta, como una fuerza impulsiva, un sentido de elevada autoridad, pero también de preocupación, de amor, de comprensión, en una palabra, todo el corazón de san Pablo.

Y a corazones creyentes sigue hablando el Apóstol. De aquí la expresión: «yo, el prisionero en el Señor». Estas ataduras del Apóstol, que soporta por Cristo la impotencia del preso, la angustia del encarcelamiento, desde donde escribe, todo esto debe abrir los corazones y despertar la disponibilidad, incluso para el sacrificio. Que sepan bien que Pablo lleva estas cadenas por su predicación a los paganos, por ellos concretamente. «...portaros de una manera digna de la vocación a que habéis sido llamados». Esta llamada obtiene su grandeza comprometedora de parte del que llama, y del objetivo al que llama. Para Pablo, sobre todo en nuestra carta, llamada y esperanza van siempre juntas (cf. 1,18; 4,4). Así pues, Pablo pide que se camine de una manera digna de la esperanza, que debe ser el punto de partida y la meta de un cristiano; la gran esperanza que se basa en la elección por el Padre (1,4), en la redención por el Hijo (1,7), y que el Espíritu Santo garantiza en nuestros corazones (1,14).

¿En qué consiste para Pablo una vida «digna de la vocación»? En todo lo que viene a continuación, pero en primer lugar en la humildad, la mansedumbre, la paciencia, el perdón y la tolerancia recíproca con vistas al logro de un alto objetivo: conservar en paz «la unidad del Espíritu». Después de todo lo dicho sobre la Iglesia como cuerpo de Cristo, significa esto conservar la unidad operada por el Espíritu Santo en el único cuerpo de Cristo. Se trata de «conservar», porque existe ya previamente como obra del Espíritu. El cristiano tropieza con ella y comprende que su tarea es no estropear esta continua actuación divina, sino conservar celosamente la obra de Dios.

El camino para ello lo describe san Pablo como una vida, propiamente «acompañada» de «toda humildad y mansedumbre». «Toda» quiere decir que no es una humildad ocasional, dependiente del gusto o de la circunstancia, sino una humildad en toda la linea, en todas sus formas, en todas sus manifestaciones, una humildad procedente de una íntima actitud espiritual y de una vivencia profunda.

¿Qué significa humildad? Es la actitud del hombre, que se inclina a lo bajo, insignificantemente pequeño, a lo que los demás sin razón desprecian y evitan, pero sobre todo al servicio. La humildad es también la renuncia consciente a todo cuanto de ser grande e importante a los ojos de los hombres, al honor, a las apariencias, a la importancia, al poder; humildad es asimismo el esfuerzo hacia lo contrario, el buscar la ocultación y la vida despreciada. Es la muerte del yo natural, que desde nuestros primeros padres quiere vivir cada vez más a su antojo. Queda todavía en nuestra sangre de hijos de Adán aquel seductor «seréis como Dios». Lo que significa la humildad, cuyo prototipo son los «sentimientos de Jesucristo», se puede ver en la carta a los Filipenses, 2,5-8: Cristo no consideró que debía retener como presa el ser igual a Dios, sino se humilló y despojó hasta tomar forma de esclavo y llegar a una muerte de cruz. Esto, por otra parte, era una auténtica búsqueda de lo profundo.

Íntimamente ligada con la humildad está la mansedumbre. Esa suavidad de ánimo que renuncia conscientemente a la utilización de la violencia y de la dureza, que a los golpes recibidos no responde con otros golpes, que sabe ceder en todas las pequeñas naderías de la vida común, porque sabe que hay algo más grande que el amor propio. La mansedumbre, sobre la que recayó una bienaventuranza del Señor (Mat_5:5) y juntamente con la humildad forma una de sus más propias características (Mat_11:29).

«...la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz». Aunque la palabra «paz» en nuestro contexto social suena algo así como el final de una lucha o discordia, sin embargo aquí san Pablo se refiere a un concepto más pleno: la paz de Dios, que es «el Dios de la paz» (Rom_15:33), en Cristo, que es «nuestra paz» (Eph_2:14-17), por el Espíritu Santo, entre cuyos «frutos» enumera la «paz» (Gal_5:22). Así pues, para Pablo la «paz» es un don de Dios que nos recuerda al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Y en esta exhortación a la paz tenemos de nuevo la reciprocidad, típicamente paulina, entre la actuación de Dios y el obrar humano.

2. EL FUNDAMENTO (Gal_4:4-6).

4 Un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también fuisteis llamados a una sola esperanza, la de vuestra vocación. 5 Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. 6 Un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa a través de todos y habita en todos.

Su interés por la unidad del Espíritu lo amplía aquí Pablo con una grandiosa y ascendente plenitud retórica de pensamientos muy movidos. En tres escalas tripartitas coloca Pablo su idea sobre la unidad del cuerpo en el Espíritu, pasando por la unidad del Kyrios, hasta llegar a la unidad de Dios.

Ya sabemos que este cuerpo de Cristo es la Iglesia 20, que se nombra aquí en primer lugar, aun antes que el Espíritu, sencillamente porque se trata de su conservación. Quizá también porque la alusión a un organismo vivo pone al descubierto el contrasentido de todo aquello que puede actuar en este cuerpo para herirlo, desgarrarlo o matarlo.

«...un Espíritu», que es como el alma de este cuerpo, lo crea propiamente como esencia viva y lo mantiene en cohesión como fuente de vida, principio constructivo de la residencia de Dios (2,22). Es un espíritu personal, al que no se puede contristar (4,30). Es el Espíritu, que es la garantía de nuestra esperanza «prenda de nuestra herencia» (1,14). Esta es quizá la causa por la que Pablo no sigue inmediatamente así: «una esperanza», sino que vincula esta esperanza al Espíritu Santo: «fuisteis llamados a una sola esperanza, la de vuestra vocación». No guardar la unidad del Espíritu es lo mismo que pecar contra la realidad en que el cristiano debe vivir, contra el único cuerpo, contra el único Espíritu y contra la gran esperanza.

«Jesucristo es el Señor». Esta era para los primeros creyentes la jubilosa confesión que los convertía en cristianos.

A ello se refiere lo que san Pablo escribe a los filipenses: «Por lo cual Dios... le concedió un nombre que está sobre todo nombre, para que... toda lengua confiese que... Jesucristo es el Señor» (2,9-11). él es nuestro Señor, la cabeza, cuyos miembros hemos llegado a ser nosotros por «una sola fe»; «es don de Dios» (2,8) y por «un solo bautismo», en el que hemos recibido el sello divino del Espíritu Santo (1,13)... y hemos sido incorporados a la muerte y resurrección de Cristo (2,5.6)..., adheridos conjuntamente a un solo cuerpo (1Co_12:13) y hechos «uno» (Gal_3:28) en Cristo Jesús, todos nosotros. ¿Cómo, pues, un desprecio de esta unidad no iba a ser un pecado contra ella, de la misma categoría que no creer en «un solo Señor» y en «un solo bautismo»?

Lo último en la escala ascendente y lo primero en la jerarquía de origen es el Padre. No se le nombra aquí, en comunidad trinitaria, con el «único Señor» y con el «único Espíritu». Está solo, en su imponente altura y majestad. Por el contrario, el eco trinitario, que tampoco falta aquí, divide solamente las formas de su actuación. Literalmente dice: «Un Dios y Padre de todos, el sobre todos y por todos y en todos». En el texto original no se puede distinguir si es «todos» o «todo»; pero, tratándose de la unidad de los creyentes, habría que pensar preferentemente en «todos».

«Un solo Dios» no se refiere aquí primariamente a Dios en contraposición a los otros dioses, sino más bien a la fuerza unificadora que realiza esta unidad de Dios. Pero ahora entra aquí el nombre de Padre, que pone en la unidad de Dios como vínculo unificador la nota cálida de lo personal, de la relación vital de un Padre con sus muchos hijos. Y se trata de este Padre que ama a todos, cuando completamos el texto original así: reina «sobre todos», dominando, vigilando, cuidando. Actúa «a través de todos»: ninguno de sus hijos vive para sí, todos están de alguna manera al servicio de su amor paternal, en calidad de instrumentos suyos. Y finalmente: habita «en todos». Nuestro amor al prójimo recae en él, se vuelve a encontrar en él, de la misma manera que partió de él, «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rom_5:5).

Aquí encuentra su última causa el interés por conservar la unidad del Espíritu; causa que igualmente comprende, como último motivo, todo lo anterior; pues la inhabitación de Dios «en todos» se realiza felizmente ahora en Cristo, el único Señor, y por el único Espíritu Santo.

...............

20. 1.13; cf. 4,12 ss; 5,23.30.

...............

II. CRISTO EN LA CONSTRUCCIÓN DE SU CUERPO (4,7-16) Ahora el pensamiento conduce a una tarea, que va más allá de la mera conservación de la unidad del Espíritu (v. 3). Se trata de la contribución activa que cada miembro está llamado a prestar para la construcción del cuerpo de Cristo, según los diversos dones con que cada cual ha sido dotado por Cristo.

1. CRISTO, DADOR DE TODOS LOS DONES DE LA GRACIA (4,7-12).

a) Para esto ha recibido el señorío (4/07-10).

7 Y a cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. 8 Por eso dice: «Subiendo a la altura, llevó consigo cautivos, y dio dones a los hombres». 9 Lo de que «subió», ¿qué es sino que bajó primero a las regiones inferiores de la tierra? 10 El que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo.

Aparentemente, san Pablo desarrolla aquí un argumento sacado de la Sagrada Escritura, para demostrar que Cristo es el dador de los dones celestiales. Aparentemente sólo, porque en realidad ni es el texto correcto de la Sagrada Escritura, el que cita, ni es tampoco un argumento lógicamente válido el que utiliza para ello. Quizá sería bueno tomar también este pasaje por una «encarnación de la palabra de Dios». No podemos atribuir a Pablo el módulo de nuestros actuales «argumentos bíblicos». Pablo pertenecía a la escuela de los rabinos. ¿Qué de extraño iba a tener que esta manera de utilizar la Escritura ejerciera un influjo en el pensamiento bíblico del Apóstol? En el texto original del citado pasaje de los salmos falta precisamente aquello en lo que Pablo se apoya. No se dice: «dio dones a los hombres», sino al contrario: «ha recibido dones entre los hombres (o quizá: a los hombres como dones)». Pablo no parece aquí atenerse al propio texto de la Escritura, sino a una interpretación rabínica, que entendía estas palabras del salmo como aplicadas a Moisés, que subió al Sinaí, recibió la ley y la llevó como un don a los hijos de los hombres. Aquí tenemos también una interpretación, válida para nosotros, según la cual el que subió a la altura ha dado dones a los hombres.

A continuación Pablo intenta mostrar que el «bajado» del cielo sólo puede ser el que ha bajado del cielo a esta tierra, Jesucristo. Pero un «subir» presupone un «bajar» solamente cuando se entiende previamente del Redentor ascendido a los cielos. Si esto no se presupone, ¿qué se habrá demostrado? Pero no olvidemos que no podemos usar como módulo nuestra mentalidad, cuando se trata de una especulación rabínica con un texto de la Escritura. Es muy dudoso hasta qué punto estas reflexiones pudieran «probar» realmente, en nuestro sentido de la palabra. Un condiscípulo de Pablo no hubiera tenido que oponer ni el más pequeño reparo a esta manera de pensar y de utilizar la Escritura. A pesar de todo, Pablo, aun como instrumento de la inspiración divina, sigue siendo un escritor de su tiempo, no en lo que tiene que enseñar, sino en la manera como lo expone. La subida se describe como realizada «por encima de todos los cielos, para llenarlo todo». En nuestra carta (junto con la dirigida a los Colosenses) se insiste en la primacía decisiva de Cristo no solamente en la Iglesia y en el plan de salvación, sino en el ámbito de toda la creación. Por eso Pablo subraya también aquí este «por encima de todos los cielos», como si fuera un anticipo gráfico de la idea de que Cristo puede realmente «llenarlo todo». Acordémonos de 1,10 y en este contexto más aún de 1,21s, donde Pablo había descrito la elevación de Cristo con colores tan vivos y había escrito a continuación: «y lo puso todo debajo de sus pies», para terminar al final con este pensamiento: «y a él lo dio como cabeza sobre todas las cosas a la Iglesia».

Estos dos pensamientos, aparentemente tan diferentes -la soberanía de Cristo sobre toda la creación y su actuación salvadora como cabeza de su Iglesia-, estos dos círculos de pensamiento están para Pablo tan cerca uno de otro, que se exigen mutuamente y se compenetran. La explicación de esta mutua interdependencia es la siguiente: para Pablo la soberanía de Cristo sobre todas las cosas se llevará a cabo solamente por el hecho de que el mismo Cristo llena a su Iglesia. La elevación de Cristo es, en primer lugar, como una mera exigencia soberana. Esta exigencia se realiza empezando por el pequeño espacio de la Iglesia, que es la «plenitud» de Cristo (1,23); pero en esta Iglesia y a través de ella la plenitud de Cristo tiene que extenderse al conjunto de la creación. Este es el fin, la plenitud de su reinado ilimitado, jubilosamente reconocido. Este es el reino, del que se dice: «Y cuando se le hayan sometido todas las cosas, entonces el mismo Hijo también se someterá al que se lo sometió todo; y así Dios lo será todo en todo» (1Co_15:28). Este es el reino, por cuya llegada rezamos en el padrenuestro.

Maravillosa perspectiva la de una Iglesia cósmica que abarca todo el universo. Pero este universo ¿no es solamente, según la visión cósmica de la Biblia, el «mundo» de esta humanidad? Puede serlo, sin duda. Pero en la era en que el hombre penetra en las profundidades del átomo y alcanza la ciencia de las lejanías, que se cuentan a millones de años luz; en la era en que el hombre realiza la empresa gigantesca no sólo de conocer, sino de alcanzar corporalmente el ámbito planetario, literalmente el mundo de las estrellas; en esta era, en cuyo amanecer estamos, creo que por lo menos podemos sospechar qué puede suponer esto para una humanidad, que debe convertirse en «Iglesia». Esta humanidad, en efecto, podrá de una vez llevárselo todo consigo -átomo y mundo estelar- para uncirlo a la soberanía de Dios, donde Dios lo es todo en todo.

Quién sabe si Pablo, sin sospecharlo, nos ha hablado a nosotros los hombres de la era del átomo y de la navegación espacial, al presentarnos tan íntimamente conectados estos dos pensamientos: «Cristo, soberano del universo» y «Cristo, cabeza y plenitud de su Iglesia».

b) Para la construcción de su cuerpo envía ministros y portadores de dones (4/11-13).

Después del paréntesis 4,8-10 se reanuda la idea fundamental de 4,7, detallándose la plenitud de los dones:

11 Y él dio, por una parte, los apóstoles: por otra, los profetas; por otra, los evangelistas; por otra, los pastores y 12 para la organización de los santos en orden a la obra del ministerio, la edificación del cuerpo de Cristo; 13 hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a la madurez de hombre perfecto, la mayoría de edad de la plenitud de Cristo.

Aquí hay dos cosas que chocan un poco. Primeramente el hecho de que como dones no aparecen aquí, como se hubiera podido esperar según 4,7, las diversas gracias, que a cada uno se le distribuyen, sino los portadores de dones: apóstoles, oradores inspirados (= «profetas»), misioneros (= «evangelistas»), pastores y doctores, como si todo el hombre fuera un puro servicio y, por lo tanto, un puro don. En segundo lugar, según aquella expresión «a cada uno de nosotros» (v. 7) se hubiera esperado que se trataba de todos los miembros del cuerpo de Cristo. Pero ahora aquí aparecen solamente los que en la Iglesia se llaman autoridades. Ellos son en primer lugar los «dones» del Cristo resucitado. En primer lugar, pues en seguida reaparecen todos, ya que estos servicios fundamentales han sido donados para «la organización de los santos en orden a la obra del ministerio, la edificación del cuerpo de Cristo» 21.

Y así tenemos ambas cosas: la clara división entre los que tienen cargo y dignidad en la Iglesia -ya sea por encargo ordinario o por donación extraordinaria-, y aquellos para los cuales existen esos dones del ministerio: la Iglesia «discente», la gran masa de los «santos». Pero no es el individuo en sí el que es objeto de este «cuidado pastoral», sino que este mismo individuo por su parte debe también contribuir a la construcción del cuerpo de Cristo: habilitarlo para que en la Iglesia haya ministerios y servicios. Ellos preparan al miembro pleno de Cristo «para la obra del ministerio», para una actuación, y esta actuación es una continua construcción. Todo crecimiento en la gracia, en llevar la cruz, en el trabajo y en la oración, es construir; todo esfuerzo por la perfección es construir, y así debe ser considerado desde una perspectiva total. Toda formación del ambiente es construir. ¡Qué diferente, no obstante, entre sí cada una de estas posibilidades de la vida humana! «Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios». Aquí surgen dos preguntas: 1ª. ¿Qué se entiende por «todos»? Si se refiere a todos nosotros los creyentes, entonces no se podría pensar en un crecimiento hacia fuera. ¿O «todos» comprende a los creyentes y a los que han de serlo? 2ª. ¿Qué se quiere decir con «la unidad de la fe» y «el conocimiento del Hijo de Dios» como un estado final que hay que alcanzar («hasta que..»)?

Con la «unidad de la fe» hay que lograr el estado de «hombre perfecto», «la mayoría de edad de la plenitud de Cristo». Y esto, según se detalla en 1,14, tendrá como consecuencia la firmeza en medio de un mundo lleno de tentaciones; pero, por otra parte, no tiene nada que ver con el crecimiento exterior de la Iglesia. La firmeza sólo puede ser la consecuencia de una profunda vida de fe. A esto se refiere también la «unidad en la fe», que constituye al «hombre perfecto» y encamina a «la mayoría de edad de la plenitud de Cristo».

Pero ¿por qué Pablo llama a esta profundización en la fe «la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios»? Recordemos la «unidad del Espíritu», cuya conservación con tanta insistencia recomendaba el Apóstol al principio de este capítulo (4,3). En este caso la «unidad de la fe» no se referiría directamente a la igualdad en la fe, sino a la comunidad, cada día más numerosa, de los creyentes; comunidad que, cuanto más íntima es, más profunda es la fe y más vivo el conocimiento. Y precisamente se trata del conocimiento del Hijo de Dios: conocer verdaderamente al Hijo de Dios es conocerse a sí mismos como hijos en el Hijo, ser conscientes de nuestra común filiación divina y de la consiguiente fraternidad que nos une a todos en Cristo Jesús: todos nosotros, por muchos que seamos, somos «uno solo en Cristo Jesús» (Gal_3:28).

Esto ya lo somos por el bautismo, pero no en estado de «hombre perfecto», ni de la «mayoría de edad de Cristo», que el mismo Cristo desarrollará en nosotros. Así se corresponden mutuamente la «unidad de la fe», «ser uno» en una fe profunda, y el «hombre perfecto», no la perfección del individuo, sino de la totalidad. Finalmente, «la mayoría de edad de la plenitud de Cristo» es la Iglesia, que Cristo rige por completo.

...............

21. Este texto, atendiendo a la relación de las diversas proposiciones entre sí, puede entenderse de manera que la tarea de construcción del cuerpo de Cristo esté asignada solamente a los poseedores de un ministerio o de un don determinado. En este caso habría que leer: «dio apóstoles... para la organización de los santos, (esto es) para la obra del ministerio servicio, (o sea) para la construcción del cuerpo de Cristo». Pero si ya se trata de «organización», lo más obvio es entender el «para» siguiente como determinación de este acoplamiento.

...............

2. FINALIDAD DE LOS DONES (4/14-15)

a) Firmeza en medio de todas las tormentas (Gal_4:14).

... 14 para que ya no seamos niños, fluctuantes y llevados al retortero por cualquier viento de doctrina, en las trampas de los hombres, en la astucia ordenada de artificio del error.

Al ser nosotros miembros de una Iglesia, unidos por la fe y el conocimiento amoroso, realmente penetrados por la plenitud de Cristo (con un saber verdaderamente enriquecedor), hemos, sin duda, encontrado el lugar seguro, donde poder afianzarnos inamovibles en medio de un mundo constantemente zarandeado hacia el error. Somos hombres firmes, y no niños inestables, alocados y desatinados, a cualquier nueva corriente del espíritu.

Pablo amontona aquí las imágenes para describir el lamentable estado de abandono de una cristiandad todavía inmadura y no firmemente anclada en la vida comunitaria. Cualquier soplo doctrinal pone en peligro la fe insegura. Aquí se alude en primer lugar a lo que Pablo en la carta a los Colosenses indicaba como «filosofía, vano trampantojo según la tradición de los hombres, según los elementos del mundo y no según Cristo» (Col_2:8). Son las corrientes espirituales que se presentan bajo múltiples formas y cambian de apariencia; que irrumpen en la Iglesia, embisten y embaucan a sus miembros, y en todo caso quieren hacer «presa» en ellos (Col_2:8).

Para defenderse de estos ataques mediante una operación de calar hondo y anclar, hace falta estar «arraigados y sobreedificados en el (Cristo) y asidos a la fe... prodigando la acción de gracias», como dice Pablo a los colosenses cuando los previene contra los peligros de esta sabiduría mundana y doctrina humana (Col_2:7).

Pero todavía más negro pinta Pablo el ambiente espiritual en el que el cristiano tiene que vivir. Se habla de «trampas de los hombres». Propiamente se trata del «juego de dados», o, en general, de cualquier juego de azar, en el que con ligereza se hacen ofertas de gran valor. Pero aquí se piensa más bien en una trampa, ya que se trata de la astucia y del error. Ambas cosas tienen que ser consideradas: «juego» y «engaño». Aquella concepción de la vida es como un juego, y el que la practica vive al menos al borde del fraude.

Pero tras de esto viene la «astucia». Etimológicamente esta palabra pudiera significar la falta de escrúpulos, que predispone para todo. Pero el uso del término se reduce más estrictamente al significado de «astucia». Esta astucia tiende a explotar el puro amor humano a la verdad, abusando de formas emboscadas y disfrazadas.

Lúgubre es esta descripción. Nos recuerda al «padre de la mentira». En un peligro tan universal, la Iglesia tiene que estar madura, firmemente constituida en sí misma, y cada uno de sus miembros debe llenarse de la plenitud de Cristo. No en vano vuelve Pablo a hablar de esta «plenitud». Sólo el hombre (aquí considerado como individuo) que logra esta «plenitud» es el «hombre perfecto», el hombre «redondo» (la redondez era para los antiguos la forma de la plenitud) en el que las corrientes y tempestades no hallan ningún punto de apoyo.

b) Viviendo la verdad, llegar a ser cristiformes (4,15).

...15 sino que, viviendo según la verdad, en amor crezcamos, en todo aspecto, con vistas a aquel que es la cabeza, Cristo.

La palabra aquí decisiva significa propiamente «ser verdadero» o «veraz», en el sentido de «decir la verdad». Pero la verdad se puede decir no sólo con palabras, sino que se la puede manifestar mucho más expresivamente y se la puede proclamar cuando se vive y se realiza, poniéndola así al descubierto corporal y visiblemente (cf. Joh_3:21). Esto es lo que aquí se significa al añadirse «en amor». Decir la verdad con los hechos, vivir el mensaje de Cristo se dice con una sola palabra: «amar» (Jn 17-22s).

Pero quizá con esta alusión a la proclamación del evangelio (por amor vivido) nos alejamos de lo que Pablo quiere aquí decir en primer lugar. Se trata, en efecto, de nuestro crecer con vistas a Cristo. Y este crecer tiene que realizarse «en todo aspecto»; o sea, un crecer que no deje atrás ningún rasgo de la semejanza con Cristo, y al mismo tiempo un crecer, al cual todo puede y debe contribuir. El plural «crezcamos» se refiere primariamente a la totalidad, al individuo sólo en cuanto es miembro de esta totalidad y en cuanto que creciendo cumple su tarea especial e irrepetible. Quizá podemos decir: como individuo se crece interiormente en Cristo, y como totalidad hacia la plenitud de Cristo;

3. CRISTO REALIZA EL CRECIMIENTO DE SU CUERPO (4/16).

...16 del cual todo el cuerpo recibe unidad y cohesión a través de toda clase de junturas de sostenimiento, según la fuerza y en la medida de cada miembro. Así, Cristo realiza el crecimiento del cuerpo, para su propia edificación en amor.

Ahora Pablo, al final, subraya otra vez la idea de que Cristo, como cabeza, es la fuente de todo crecimiento en la Iglesia. Cristo es aquel «del cual todo el cuerpo recibe unidad y cohesión», pero no inmediatamente, sino a través de toda clase de junturas, articulaciones y ligamentos. Lo que aquí se designa figuradamente como «junturas» o ligamentos encuentra su aclaración en el genitivo que se añade: «junturas de sostenimiento» (esta última palabra, originariamente significaba el dinero reunido para pagar los gastos del coro en el teatro griego). Este sostenimiento recíproco de miembro a miembro es el modo con que Cristo mantiene a su cuerpo en cohesión; Cristo realmente, aunque cada uno presta su ayuda. Pero el individuo lo hace «según la fuerza y en la medida» de la gracia, que Cristo le suministra para ello.

La adición «según la fuerza y en la medida de cada miembro» recuerda claramente 4,7 y reanuda la idea allí desarrollada: «A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo». En ambos pasajes se habla de la diferente «medida» con que cada una tiene que contribuir a la obra total.

Por esta alusión, para Pablo indudablemente importante, a 4,7, la perícopa se ha alargado más de la cuenta, de suerte que involuntariamente cambia el sujeto: al principio el sujeto era «todo el cuerpo», pero ahora es Cristo: Cristo «realiza el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor». Otra vez aparece aquí el amor en su singular postura, solitaria y, a pesar de ello, abarcadora. Y lo que aquí queda claro es que en el fondo es el amor de Cristo lo que opera en el amor recíproco de los miembros. Incluso vuelve a hacer resaltar el Apóstol que precisamente el amor es la fuerza constructiva decisiva en el cuerpo de Cristo; para ello vuelve de nuevo a la idea de 4,15: «viviendo en amor según la verdad, crezcamos, en todo aspecto, con vistas a aquel que es la cabeza, Cristo.»

lII. VIDA CRISTIANA FRENTE A VIDA PAGANA (4/17-24).

La parte parenética empezó con un apremiante ruego a guardar la unidad del Espíritu, y, para fundamentar este ruego, se ha extendido hacia el trabajo de edificación en este único cuerpo de Cristo. La longitud de este trozo -dieciséis versículos- demuestra que se trata de una exigencia fundamental del Apóstol. Ahora, antes que Pablo pase a las exhortaciones particulares, sigue una sección, que trata esencialmente de la situación y tarea del cristiano, contraponiendo el actual estado cristiano al pasado pagano.

1. VIDA PAGANA (4,17-19).

17 Esto, pues, os digo, invocando el testimonio del Señor: que no os portéis ya como se portan los paganos en la vacuidad de su pensamiento, 18 ya que están entenebrecidos en su inteligencia y se han hecho ajenos a la vida de Dios, a causa de la ignorancia que hay en ellos, a causa del endurecimiento de su corazón; 19 los cuales, llegados ya a la insensibilidad, se entregaron al libertinaje, hasta realizar con frenesí toda clase de impureza.

Por la partícula de conexión «pues», lo siguiente se pone también bajo la fuerza motriz de las reflexiones anteriores: en tamaña tarea en la Iglesia y en el mundo -en la Iglesia para el mundo-, tarea tan personalmente ligada a Cristo y a su obra, ¿cómo no habría elevadas exigencias para la vida moral del que ha sido llamado a empresa tan grande? Ha sido, en efecto, llamado, pero de un mundo y un modo de vida que, quizá durante decenas de años, lo ha moldeado y, aun después del bautismo, sigue exigiendo, ofreciendo y tratando de retener. Un pasado, que sigue seduciendo y atrayendo a la «nueva criatura», tanto más cuando este pasado es todavía un presente vivo en todo el mundo que lo rodea. Nada tiene de extraño que Pablo, usando fórmulas solemnes («invocando el testimonio del Señor», que es el que propiamente habla a través del Apóstol), exhorte a no vivir ya como viven los paganos. ¡Exhortación indiscutiblemente necesaria! A continuación Pablo describe, corto y claro, la vida pagana en sus lineas fundamentales y en sus principales realizaciones. «En la vacuidad de su pensamiento». Esto en primer lugar. Siempre que se insiste en el amor, el problema de la verdad sigue siendo decisivo. La capacidad de pensar se menciona como un sentido que se ha dado a los hombres para que comprendan la verdad, la realidad, de modo que, en su camino, esta realidad conocida les sirva de luz que dé norma y dirección a su vida. ¿Qué es, pues, la «vanidad» del pensamiento? El hecho inevitable de que toda esta capacidad de comprender caiga en el vacío, porque lo que intenta captar es pura nada: un engaño, un espejismo. En este «mundo suyo» Dios no es ya principio, medio ni fin, sino un puro ídolo, el propio yo.

Pero dejemos que el mismo Pablo complete estos rasgos generales. En la carta a los Romanos aparece esta impresionante interpretación: «Retienen la verdad, cautiva en la injusticia» (Rom_1:18). Por tanto, la raíz es su mala fe. Ellos podrían haber tenido una ciencia más perfecta, pero no han querido; por eso retienen a la verdad cautiva. «No tienen excusa, puesto que, habiendo conocido a Dios, no le dieron la gloria ni el reconocimiento que como a Dios le correspondían; sino que se entregaron a sus vanos razonamientos, y se entenebreció su corazón (Rom_1:20-21).

Aquí tenemos, explicado claramente por el mismo Pablo, lo que en nuestro texto resume brevemente. La última causa del desvío de la salvación es la mala voluntad que retiene la verdad y se impone a la inteligencia prescribiéndole lo que tiene que pensar. Es una operación a contrapelo, pues la inteligencia reconoce al Creador, sabe que le es deudora y que, por tanto, le debe obediencia y acatamiento. Pero esto es lo que el hombre, que quiere ser autosuficiente, no puede soportar. Y así resulta ese lamentable estado sin Dios y sin verdad, en aquella vanidad del pensamiento.

Pero lo peor es que todo esto se convierte en costumbre. Cada vez se hace más fácil tomar el engaño por verdad. La luz que hubo una vez, se ha apagado. Por eso sigue así la descripción: «entenebrecidos en su inteligencia», y, como expresión equivalente: «ajenos a la vida de Dios». La «vida de Dios» es aquí la existencia humana tal como ha sido planeada y querida por el Creador: donada por Dios, llenada por Dios, dirigida a Dios. Esto es la verdad. Sobre esto hemos sido construidos. Solamente así estamos «en casa».

Pero ahora se dice de los paganos que se «han hecho ajenos» a este hogar espiritual, lo cual es mucho más, mucho peor que si sólo estuvieran lejos, separados. En la misma lejanía se puede tener nostalgia del hogar, y esta nostalgia puede preparar el camino para una vuelta. Pero estar «ajenos» de la «vida de Dios» como del propio hogar, esto es lo terrible. Pablo añade todavía esto: «a causa de la ignorancia que hay en ellos». Ahora realmente es ignorancia, y no es que no quieran saber nada de la verdad. Ignorancia, es sencillamente tiniebla, pero el «endurecimiento de corazón» es como la muerte.

«...a causa del endurecimiento de su corazón» «Corazón» es todo el hombre en su pensar, en su sentir, en su esforzarse. Ser sensible para toda llamada de lo bueno, lo verdadero, lo bello, lo divino, lo hogareño, esto es tener un corazón «blando», como Dios manda. Pero ahora ha perdido la sintonía con aquello precisamente para lo que propiamente existe. Está vacío y, por tanto, hambriento, sediento, deseoso de llenarse, pero no con lo que puede llenar a este corazón.

«...los cuales, llegados ya a insensibilidad, se entregaron al libertinaje, hasta realizar con frenesí toda clase de impureza». De nuevo nos encontramos frente a la descripción paralela de la carta a los Romanos. Allí es indudablemente Dios el que ha entregado a los paganos a la «impureza» (1,24), a los vicios de su corazón. Pero más allá de la «impureza» en sentido estricto sigue allí todo un catálogo de otros vicios (1,29 ss). Todo esto detalla lo que en nuestro pasaje se llama brevemente «realizar con frenesí toda clase de impureza»: el correr desalado intentando llenar el vacío, sin poderlo conseguir.

2. VIDA CRISTIANA (4,20-24).

20 Vosotros, en cambio, no es así como habéis aprendido a Cristo; 21 Si es que le habéis oído a él, y en él habéis sido adoctrinados, tal como es la verdad en Jesús, 22 a saber: que, por lo que se refiere a vuestro anterior género de vida, tenéis que despojaros del hombre viejo, que se va corrompiendo el ritmo de las concupiscencias de la seducción, 23 para renovaros en el espíritu de vuestra mente, 24 y revestiros del hombre nuevo, que ha sido creado a imagen de Dios en justicia y santidad de la verdad.

a) Aprender a Cristo (4,20-21).

«Vosotros no es así como habéis aprendido a Cristo». Es una lástima que a veces se intente suavizar la dureza de la frase, traduciendo más o menos así: «No es eso lo que vosotros habéis aprendido de Cristo». En el texto original suena la frase no menos sorprendentemente. ¿Y cómo se podría calificar el oír el mensaje, recibir la instrucción catequística, con una expresión más pura y auténtica que esta de «aprender a Cristo»? Esto presupone sin duda que lo que se predica es Cristo y nada más; que Cristo en la instrucción catequística es la figura atrayente, en la que todo converge, y que a todo lo demás consagra y da calor personal. Sólo una presentación así de la predicación y de la catequesis podría encerrarse en la fórmula «aprender a Cristo». Pero todavía hay un segundo nivel de profundidad en esta sorprendente formulación paulina. «Aprender a Cristo» significa para Pablo aprender una conducta vital. Pero con esto no quiere indicarse lo que ordinariamente se entiende por «imitación de Cristo», o sea mirar a la figura de Cristo en los evangelios como un modelo que imitar. No, «aprender a Cristo» para llegar a una conducta vital significa para Pablo, ante todo, comprender la obra de Cristo, lo que Dios ha hecho por él en nosotros, el plan de Dios -tal como al principio de la carta nos lo presentó y nos prepara para una eternidad «en él» y «por él». Este motivo -Cristo- Pablo lo ha repetido quince veces en los once versículos del himno introductorio. Esto es lo que quiere decir Pablo, cuando habla de «aprender a Cristo».

Ya hemos oído qué pide para sus fieles: «espíritu de sabiduría y de revelación» (1,17 ss), «ojos iluminados para que sepáis...» (1,18). Y ahora se habla otra vez de la grandeza de nuestra esperanza, de la inconcebible virtualidad de la resurrección de Cristo y su capacidad de obrar en nosotros los creyentes, de la soberanía y primacía de Cristo, que como cabeza de la Iglesia, su cuerpo, la llena con toda su plenitud de la vida divina. Esto se quiere decir con la expresión «aprender a Cristo». Y que de aquí se siguen consecuencias para la conducta vital, queda claro ya por la estructura de la carta: primero la doctrina, después la parenesis. Así pues, la expresión «aprender a Cristo» reproduce, con magnífica brevedad, todo el cristocentrismo del mensaje paulino.

«Oír a Cristo». ¿Cristo como materia u objeto que se oye, porque de él se habla, o Cristo como persona que se oye, de labios de quien se oye? Quizá aquí se intenten ambas cosas: Cristo como objeto o materia de lo que se habla, y Cristo como sujeto que en la proclamación es el que en definitiva habla a nuestra alma. Los protestantes han construido, a este respecto, toda una «teología de la palabra», y la echan de menos entre nosotros. La palabra de Dios es para ellos como algo sacramental. Así como es Cristo el que en el bautismo bautiza y en la cena se hace presente, así también es él el que, a través de la proclamación de la palabra -en la palabra del predicador, por ella y a través de ella- se dirige a los hombres. Sin necesidad de hacer de ello una teología, hemos de reconocer que el pensamiento es profundo y digno, capaz de llenarnos de temor y de sentido de responsabilidad en la tarea de la predicación, trátese del que habla o del que escucha. «En él habéis sido adoctrinados». En castellano decimos «ser adoctrinados en una materia», pero no «en una persona». De nuevo nos encontramos ante una fórmula tan sorprendente como la de «aprender a Cristo». Ser adoctrinados en él equivale a moverse familiarmente en todo lo que Cristo es y en todo lo que tiene que ver con Cristo, dominar todo este espacio humanodivino y aprender a vivir de él.

En el texto original la expresión «en él» («adoctrinados en él») sólo se puede entender en el sentido corriente de la expresión paulina «en Cristo»: por la virtud y la fuerza de Cristo, aún más: por la conexión con él. Pero la oración es condicional: «si es que... en él adoctrinados», o sea: si vuestro maestro habla «en Cristo», y vosotros habéis recibido la palabra en vuestra calidad de hombres «en Cristo». Ambas cosas son necesarias para que la verdad de la fe haya sido eficazmente recibida. Hace falta este parentesco espiritual entre el que habla y el que escucha. Se requiere el órgano sobrenatural, para poder oir «espiritualmente» (cf. 1Co_2:13 s).

Pero, en este asunto de la instrucción cristiana, ¿depende todo de la comprensión subjetiva del que habla y del que escucha? Sigamos adelante. El «ser adoctrinados en él» en su seguridad objetiva solo se garantiza si hacemos una ecuación entre «en Cristo» y «en su Iglesia».

«...tal como es la verdad en Jesús». El fuerte subrayado sobre «él», «en él» suena como si los destinatarios de la carta hubieran podido oír hablar de otro Cristo. Esta impresión se confirma con esta expresión: «tal como es la verdad en Jesús». Contra toda la costumbre se habla aquí de Jesús, y no de Jesucristo. Realmente parece una alusión a la perspectiva gnóstica de los adversarios, para los que «Cristo» no se identifica sencillamente con Jesús de Nazaret.

En la primera carta de san Juan tenemos explícitas las huellas de tales corrientes gnósticas primitivas. Precisamente por ser escasos los conocimientos que poseemos de esta gnosis, tenemos que recurrir a ciertas concepciones fundamentales de la gnosis posterior, que podríamos resumir así: 1º. mientras más acusada es la enemiga hacia todo lo material, más difícil es la iniciación en una sabiduría de la encarnación de Dios; 2º. mientras más se reduce la redención al conocimiento (gnosis), más difícil es de comprender la obra redentora de Cristo a través de la muerte y de la resurrección; 3º. mientras más inmediatamente se espera de Dios esta gnosis salvadora como iluminación personal, menos se comprende la revelación del Hijo de Dios, acontecida en la carne histórica y en un momento determinado. Y a medida que estas corrientes espirituales van dominando, se comprende perfectamente que de la figura, rigurosamente histórica de Jesús de Nazaret como redentor con su muerte expiatoria y su resurrección por la salud del mundo, surja «una idea más o menos mitológica».

Este peligro lo reconoció san Juan y lo atacó muy agudamente. «¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo?» (1Jo_2:22), o: «todo espíritu que confiesa a Jesucristo como venido en carne, es de Dios...» (1Jo_4:2). Con esto queda claro que ya el cristianismo primitivo conocía ciertas direcciones, para las que el pensamiento en una encarnación del Redentor («Cristo»), en el Jesús de Nazaret histórico, resultaba desagradable y penoso.

b) Despojarse del hombre viejo (1Jo_4:22).

«...que, por lo que se refiere a vuestro anterior género de vida, tenéis que despojaros del hombre viejo». Es tan fundamentalmente nueva la vida cristiana, que Pablo puede hablar, no ya de «despojarse» de este o aquel vicio, sino de todo el hombre viejo, y, a su vez, de «ponerse» el «hombre nuevo».

Pero ¿no ha acontecido esto ya en el bautismo, según Pablo? «Todos los que por el bautismo habéis sido incorporados a Cristo, os habéis revestido de Cristo» (/Ga/03/27). Aquí tenemos una común expresión paulina, según la cual se presenta una cosa que tiene que acontecer como si ya hubiera acontecido. En la carta a los Colosenses se encuentran unidos ambos conceptos: «Dejad a un lado, también vosotros, la cólera, la animosidad..., despojándoos del hombre viejo con sus acciones... y revistiéndoos del nuevo, que se renueva... según la imagen del que lo creó». Y más adelante igualmente: «revestíos, pues..., de entrañas de misericordia», lo cual se refiere a la conducta moral, que corresponde al ser según la gracia (Col_3:8-12). Lo mismo en nuestro pasaje: lo que Dios graciosamente ha grabado en nosotros de la vida divina -la imagen de su Hijo-, eso mismo tiene que expresarse en la vida cristiana en forma de semejanza con «la imagen del Hijo de Dios» (Rom_8:29). El ser tiende a la participación, la fuerza a realizarse, la vida a ser vivida. Este ser, esta fuerza, esta vida tienden a ir desarrollando la virtualidad de revestirse realmente de aquel «hombre nuevo», del que ya inicialmente el cristiano se había revestido.

El despojarse del hombre viejo -dice Pablo- no debería costar demasiado, ya que éste lleva a la muerte y a la corrupción: el «hombre viejo, que se va corrompiendo al ritmo de las concupiscencias de la seducción». Las concupiscencias son seductoras, porque parecen prometer la plenitud de vida, pero realmente su promesa es un puro espejismo, ya que al final desembocan en la muerte.

c) Revestirse del hombre nuevo (Rom_4:23-24).

«...para renovaros en el espíritu de vuestra mente y revestiros del hombre nuevo». Aquí también como preámbulo para el revestirse del hombre nuevo se exige una renovación «en el espíritu de vuestra mente» (= la facultad de pensar). Aquí hay mucha oscuridad. ¿Se trata del Espíritu Santo? En este caso, ¿en qué sentido es el Espíritu de la mente? ¿Hay que entender este genitivo como puramente explicativo? Entonces se trataría del mismo pensar -de la mente-, pero en el lenguaje paulino el «espíritu» -el pneuma- siempre está sometido al influjo del Espíritu Santo, y, por lo tanto, se trata de un pensar «cristiano», de la mentalidad del creyente. Esta es la que tiene que renovarse constantemente, abriéndose al influjo del Espíritu y dejándose captar por él.

Aquí no tenemos más que el reverso de lo que Pablo ha calificado de vida pagana: en primer lugar la «vacuidad de su pensamiento». Esto es lo que constituye la vida pagana como tal. Así pues, al sustituir esta vida por otra cristiana, debe verificarse una auténtica inversión de mentalidad. En el lugar de la «vacuidad de su pensamiento» tiene que entrar una mentalidad que contenga una realidad. Y como quiera que esta realidad es la misma realidad de la fe, esta renovación de la mente sólo puede realizarse en el Espíritu.

Es alentador observar cómo Pablo es plenamente consciente de que en la vida cristiana no se trata sólo de un impulso inicial, de una conversión de una vez para siempre, sino que debemos perseverar en la decisión, en la constante vuelta hacia Dios, y que, sobre todo, nuestra mentalidad de creyentes (como fuente de nuestro obrar) necesita de una constante renovación. Esta es la raíz bíblica de la necesidad de la meditación, de la familiaridad con la palabra de Dios, de la vida consciente en una atmósfera espiritual. Aquí es donde se monta la guardia para mantener el derrotero de la nave (que por sí solo no se mantiene), y tanto más firme tiene que estar la mano sobre el timón, cuanto más fuertes son los vientos y más frecuentes las corrientes que combaten la dirección emprendida (cf. 4,14).

Cuando ya está asegurado este fundamento de la mentalidad de la fe, se llega propiamente a «revestirse del hombre nuevo». Todo esto requiere una nueva actitud; por eso resulta raro que aquí no se emplee una forma verbal de duración y repetición (como «renovarse»), sino una forma que expresa un acontecimiento único. Esto puede tener conexión con la significación de la metáfora «vestirse», o sea una actividad transitoria, cuya finalidad es el hombre «vestido»; lo que emerge es precisamente el resultado final.

El «hombre nuevo» es, en el lenguaje paulino, el hombre «en Cristo», «nuevamente creado en Cristo para las buenas obras» (2,10), «el hombre interior» (3,16), cuya fuerza es el Espíritu de Dios, el hombre, en quien Cristo habita por la fe (3,17). Aquí se describe como creado según Dios, o sea, con frase de la carta a los Colosenses: «según la imagen de su Creador» (3,10). Pero quizá deberíamos entender el verbo «crear» literalmente como «fundar», «fundamentar». De esta manera se perfila en nosotros la semejanza de Dios en Cristo, para poderla realizar «en verdadera justicia y santidad», o sea en aquella justicia y santidad que corresponde a la verdad, a una existencia derivada de Dios.

IV. LA NUEVA VIDA EN EL AMOR (4,25-5,2). Ahora ya, después de haber dedicado dieciséis versículos a la unidad y construcción de la Iglesia y ocho versículos a la diferencia fundamental entre el hombre pagano y el cristiano, por primera vez se detiene Pablo en exhortaciones menudas, todas ellas dirigidas más o menos al servicio del amor y contra todo lo que no fomenta el amor y la amistosa convivencia.

1. Lo QUE NO HACE EL AMOR (4/25-31).

Propiamente este título no es adecuado, ya que Pablo cada vez añade lo que específicamente diferencia al amor.

a) El amor no miente (4,25).

25 Por lo cual, deshaciéndoos de la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo, porque somos miembros unos de otros.

¿Por qué se le da a la veracidad el lugar preeminente? Se pudiera creer que esto se debía a la última frase anterior: «en justicia y santidad de la verdad». Pero que hay una motivación más profunda lo demuestra la exhortación paralela en la carta a los Colosenses (3,8s). La expresión «no os mintáis mutuamente» está en su propio lugar. No está simplemente en la línea de «cólera», «animosidad» y otras cosas; sino que la exhortación a dejar la mentira se presenta como algo completamente nuevo y está conectada con el despojarse del hombre viejo y el revestirse del hombre nuevo: No os mintáis mutuamente: ¡os habéis revestido del hombre nuevo!

La mentira en los usos y costumbres debió estar muy extendida en el ambiente oriental de la primitiva Iglesia. Pero el engaño, el fraude y la falsedad serán en todas partes el signo de un tiempo y de una sociedad en que se ha perdido el sentido de la interdependencia de los hombres, la conciencia de vivir y de existir los unos para los otros. Precisamente lo que el cristianismo introducía como una motivación, insospechadamente profunda, en un mundo individualista, era esto: no sólo sois iguales, no sólo sois hermanos: sois miembros de un mismo cuerpo, el sagrado cuerpo de Cristo, que os aúna y os hace llegar a ser «uno». Pero la mentira separa, introduce murallas, y con ello ofende no sólo al hermano, sino a todo el conjunto y a Cristo, su cabeza.

b) El amor no se enoja (4,26-27).

26 Enojaos, pero no pequéis: el sol no se ponga sobre vuestra ira; 27 ni déis lugar al diablo.

El mal humor persistente es peligroso. Se corroe a sí mismo y corroe todo lo que lo rodea: todo le sirve de nueva nutrición. Así es como da lugar al diablo. Es como una invitación hecha al diablo para que se valga de los cegados por la enemistad o incluso de los perjudicados en su tranquila sensibilidad, para hacerlos servir a sus propósitos, que siempre desembocan en la división y en la aniquilación. Este «no dar lugar al diablo» encuentra su anverso y su posibilidad salvadora en aquella otra recomendación: «dad lugar a la ira», o sea a Dios juez, y no os toméis la venganza por vuestras manos. «Mía es la venganza, yo daré lo merecido, dice el Señor» (Rom_12:19). La justicia es patrimonio único del Dios omnisciente. Si quieres ser justo, sé misericordioso.

c) El amor no roba (Rom_4:28).

28 El que roba, que ya no robe más; sino, por el contrario, que trabaje haciendo el bien con sus propias manos, para que tenga algo que compartir con el necesitado.

Uno se admira quizá de que con tanta naturalidad se acepten como miembros de la comunidad ladrones, acostumbrados ya desde antes a vivir sin trabajar, y que, al hacerse cristianos, acepten también considerar esto como inmoral. Esto es ciertamente sorprendente, pero mucho más lo es la natural confianza con que Pablo le hace al ladrón de antaño esta propuesta: no sólo no debe servir a nadie de carga (1Th_4:12), sino que tiene que ganarse el sustento con sus propias manos (esto aquí no se dice expresamente), tiene que producir «algo» -en el orden de la posesión e incluso de la prosperidad-; y esto, no solo para que él lo pase bien, sino para poderlo compartir con los que están necesitados. ¡Qué optimismo! ¿Cuántos hay entre nosotros -que nunca fueron ladrones- que trabajen para esto?

d) El amor evita las palabras malas (1Th_4:29).

29 Todo lo que sea palabra mala no salga de vuestra boca, sino la buena, para que pueda edificar la indigencia, y procure gracia a los que oyen.

Esto es una palabra buena la que construye, la que, aun de esa manera tan oculta como se detalla en 4,16, constituye un «servicio», del que Cristo se vale para construir y hacer crecer a su cuerpo. Cuando Pablo habla de la palabra «buena» y constructiva, como de una gracia para los oyentes, debemos descubrir en ello estos dos pensamientos: una gracia de miembro a miembro, pero que fluye del amor de Cristo. He aquí cómo una palabra buena en el solo plano humano toma proporciones más amplias, con perspectiva cristiana, en el espacio de lo sagrado y de lo divinamente grande.

e) El amor no contrista al Espíritu Santo (4,30).

30 Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, en el cual fuisteis sellados para el día de la redención.

Este versículo irrumpe como un grito, que al mismo tiempo se vincula con lo antecedente y con lo siguiente. El pensamiento es sorprendente: Pablo no acude ya a la gran esperanza (1,14) -tema que tanto domina en nuestra carta-, ni siquiera a la exhortación a «guardar la unidad del Espíritu en el vinculo de la paz» (4,3); sino que este Espíritu de Dios -el sello de nuestra esperanza- se presenta aquí por primera vez y se experimenta de una forma tan personal, que Pablo se atreve a rogar que no lo contristen, que no le hagan daño. Esto es tan nuevo y tan sorprendente, si se recuerda la forma tan instrumental como se había hablado de él hasta ahora. Es cierto que en estricta teología no es correcto decir que el Espíritu de Dios recibe de nosotros gozo o dolor; pero Pablo no piensa en esto. él piensa y habla a la manera humana, el único lenguaje que a nosotros, sobre todo a los simples cristianos, es asequible y comprensible. «Proporcionar alegría» o «dar disgusto» a una persona que está cerca de nosotros, y a la que inevitablemente tenemos que agradecerle mucho, es una de las más nobles motivaciones que pueden imperar nuestra conducta.

f) El amor no da lugar a la maldad (4,31).

31 Apartad de vosotros toda acritud, animosidad, cólera, griterío e insulto, juntamente con toda clase de maldad.

Lo que al Espíritu Santo aflige es precisamente lo que rompe la paz y daña a la alegría. Todo esto pertenece al hombre viejo; que todavía no ha muerto del todo; al hombre que se encastilla y se hunde en su propio yo. Se enumeran los sentimientos interiores: acritud, animosidad, ira, y sus expresiones exteriores: griterío, insulto. Todo esto tiene una raíz, que está en la maldad. De ahí la exhortación: «Apartad de vosotros... juntamente con toda clase de maldad».

2. Lo QUE HACE EL AMOR (4,32-5,2).

En estas exhortaciones se ha tratado de lo que es contrario al amor. Ahora, por el contrario, se habla sólo del amor y se desarrolla su misma esencia.

a) El amor es misericordioso y comprensivo (4/32).

32 Sed, por el contrario, unos con otros, bondadosos, comprensivos, perdonándoos mutuamente, como Dios os perdonó en Cristo.

De nuevo aparece el amor que soporta en primer plano, no sólo porque en nuestro contexto representa el reverso de toda forma de enojo, sino porque ésta es su misma esencia. El amor, según Pablo, tiene estos efectos: en 4,2s se ponen en primer lugar la humildad, la mansedumbre, la paciencia y la mutua tolerancia. En el gran himno del amor ( 1Co_13:4-7), de las quince propiedades del amor que se enumeran, hay ocho que expresamente se refieren a lo que el amor no hace («no tiene envidia, no presume...»), y seis al amor que soporta («perdona sin límites, cree sin límites...»). Sed, pues, solidarios en los bienes de la comprensión...

Antes que nada el perdón. ¡Cuánto cuesta al hombre este silencio, este perdón, este olvido! Pablo pone como fundamento el perdón, que, por otra parte, cada cristiano lo ha experimentado al recibirlo de Dios, un perdón que para él significa nada menos que resurrección de entre los muertos (1Co_2:5). Un perdón, al que le debemos, juntamente con el verdadero amor, la gran esperanza. Finalmente, un perdón, que, hablando humanamente, no le ha costado poco a Dios, ya que nos ha enviado su gracia «en el Amado; en él tenemos la redención por medio de su sangre, el perdón de los pecados» (1Co_1:6 s). Por eso se dice en nuestro versículo: «como Dios os perdonó en Cristo». Este pensamiento lo tenemos muy cerca, porque el perdón de Dios lo experimentamos día tras día, y sabemos cuánta necesidad de él tenemos, e incluso, instruidos por el mismo Jesús, lo pedimos en la oración dominical. En el evangelio, el mismo Señor insistió, con harta frecuencia, en esta exigencia primordial del perdón mutuo 23.

...............

23.Mt. 6,14s; 18,21-35.



Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



II. Consecuencias Morales, 4:1-6:20.

Exhortación a la unidad, 4:1-6.
1 Así, pues, os exhorto yo, el prisionero en el Señor, a andar de una manera digna de la vocación con que fuisteis llamados, 2 con toda humildad, mansedumbre y longanimidad, soportándoos los unos a los otros con caridad, 3 solícitos de conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz. 4 Sólo hay un Cuerpo y un Espíritu, como también una sola esperanza, la de vuestra vocación. 5 Sólo un Señor, una fe, un bautismo, 6 un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos.

Empieza aquí la parte moral de la carta, aplicación de los principios puestos en la parte dogmática. A fin de dar más autoridad a sus palabras, el Apóstol comienza alegando su título de prisionero de Cristo (v.1; cf. 3:1), hombre que ha sido puesto en cadenas por defender la causa de Dios.
Mira a los fieles sobre todo desde el punto de vista colectivo, en su calidad de miembros de un mismo organismo espiritual, que es la Iglesia. De ahí la insistencia en las virtudes que pudiéramos llamar sociales, necesarias para mantener unido y compacto cualquier pueblo u organismo social: humildad, mansedumbre, longanimidad, mutuo afecto nacido de la caridad (v.2). Es así, con la práctica de esas virtudes, como los efesios deberán esforzarse por conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz (? .8), es decir, la concordia de doctrina y de aspiraciones (pensamiento y voluntad), unidos por el suave vínculo que consiste en la paz.
Esa mutua unidad entre los fieles la está exigiendo la unidad misma, que es de esencia de la Iglesia; pues la vida cristiana ha de ser expresión fiel de lo que es el gran Misterio. El Apóstol (v.4-6), con frases procedentes probablemente de una liturgia bautismal primitiva, concreta esa unidad de la Iglesia en siete elementos principales: una en su principio material, puesto que los cristianos todos formamos un solo Cuerpo, cuya cabeza es Cristo (cf. v.12; 2:16; 5:30); una en su principio formal, pues está animada por un solo Espíritu, que es como el alma o principio vital de ese Cuerpo (cf. 1:13-14; 2:18); una en su finalidad o aspiraciones, pues una es la esperanza de nuestra vocación (cf. 1:14; Rom_8:18-25; 1Co_15:19); una en su principio de autoridad, pues uno es el Señor, Jesucristo (cf. 1Co_8:6); una en el contenido vital de creencias, pues una es la fe en Cristo, a quien todos reconocemos por único Señor (cf. 1Co_1:13); una en el rito de incorporación, pues uno es el bautismo para entrar en ella (cf. Rom_6:3-11; 1Co_1:13; 1Co_12:13; Gal_3:27); una, finalmente, por razón de su origen de un solo Dios y Padre, artífice supremo del plan redentor, que está sobre todos, con autoridad trascendente y soberana, pero actúa y habita en todos como algo inmanente a nosotros por su presencia y acción (cf. 1:3-14; 3:15; Gal_4:4-7; Rom_11:36; 1Co_12:6).

Diversidad de dones dentro de la unidad del Cuerpo místico,1Co_4:7-16.
7 A cada uno de nosotros ha sido dada la gracia en la medida del don de Cristo. 8 Por lo cual dice: Subiendo a las alturas, llevó cautiva la cautividad, repartió dones a los hombres. 9 Eso de subir, ¿qué significa sino que primero bajó a las partes inferiores de la tierra? 10 El mismo que bajó es el que subió sobre todos los cielos para llenarlo todo; 11 y El constituyó a los unos apóstoles, a los otros profetas, a éstos evangelistas, a aquéllos pastores y doctores, 12 para la habilitación de los santos en orden a la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, 13 hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a la madurez del varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, 14 para que ya no seamos niños, que fluctúan y se dejan llevar de todo viento de doctrina a capricho de los engaños de los hombres y de las astutas maquinaciones del error, 15 sino que, al contrario, viviendo según la verdad y en caridad, crezcamos en todos sentidos hacia aquel que es la cabeza, Cristo, 16 de quien todo el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos de suministración, según la actividad correspondiente a cada miembro, va obrando su propio crecimiento en orden a su edificación en la caridad.

Complemento magnífico de la narracion anterior. La unidad de la Iglesia, tan insistentemente afirmada, no ha de concebirse como algo seco y monótono, sino como algo exuberante y complejo, cual corresponde a un organismo viviente cuyos miembros ejercen funciones diversas, pero sin romper la unidad del conjunto, antes al contrario contribuyendo con esa diversidad de funciones a consolidarla y perfeccionarla. Es la idea que desarrolla el Apóstol en el presente pasaje.
Su primera afirmación es que, dentro de la Iglesia, Jesucristo reparte sus gracias, no las mismas para todos ni a todos en la misma medida, sino en la medida en que le place (v.7). Parece claro, dado el contexto (cf. v. 11-12), que el Apóstol está refiriéndose, no a la gracia santificante, al menos de modo directo, sino a los dones espirituales o carismas destinados al bien común de la Iglesia (cf. Rom_12:3-8; 1Co_12:1-11). Como prueba de que es Jesucristo quien reparte esos dones, cita el Apóstol unas palabras del Sal_68:19, en las que ve anunciada 262 la gloriosa ascensión de Cristo a los cielos, desde donde, como rey victorioso, distribuye luego sus dones a los hombres en la tierra (v.8-10). Con la expresión para llenarlo todo (??? ??????? ?? ????? , ? . 10), parece que el Apóstol quiere significar que Cristo, con ese recorrido por el universo, bajando a las partes inferiores de la tierra y subiendo luego sobre todos los cielos, ha tomado posesión del pléroma o cosmos entero, que El recapituló (cf. 1:10), encerrándolo todo bajo su autoridad de Señor (cf. 1:20-23; Flp_2:9-11).
Hecha esa afirmación general (v.7) y su correspondiente declaración a base de la Escritura (v.8-10), San Pablo enumera algunos de los principales dones o carismas distribuidos por Cristo en la Iglesia e indica el fin a que esos carismas están ordenados (v.11-12). Cómo hayan de entenderse los términos apóstoles-profetas-evangelistas-pastores y doctores (v.1 i), ya lo explicamos en otros lugares (cf. Hec_13:1-3; Hec_21:8; 1Co_12:28). En cuanto a la finalidad que asigna a los carismas (v.12), distingue como doble fase: un final inmediato, cual es el de habilitar al cristiano para la obra que le es encomendada, y otro posterior, al que el primero está ordenado, que es contribuir a la edificación de la Iglesia. En qué consista esta edificación de la Iglesia lo va precisando luego el Apóstol (v.13-16). La idea fundamental la expresa ya en el v.13, cuando dice que esa labor de edificación debe continuar hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a la madurez del varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Creemos que estos tres incisos, no por todos los autores interpretados de la misma manera, quieren decir lo mismo, aunque con palabras distintas. Llegar a la unidad de fe y de conocimiento del Hijo de Dios, de modo que no seamos como niños volubles y sin firmeza en los principios (cf. v.14), es lo mismo que llegar a varón perfecto, es decir, completo y sano en todos sus miembros, y lo mismo que llegar a la medida de la estatura del pléroma de Cristo, pléroma que no es otra cosa que la Iglesia o Cuerpo místico, cuya estatura no alcanzará su medida hasta haber conquistado para Dios el cosmos entero (cf. 3:19). San Pablo habla, pues, de varón perfecto en sentido colectivo, con referencia al Cristo total, compuesto de Cabeza y miembros, no en sentido personal e individual, con referencia a la perfección o madurez espiritual a que debe tender cada cristiano. Ese ser colectivo (cf. v.1a y 16) es el que debe desarrollarse y crecer hasta la meta señalada en el v.13. Para eso son dados los carismas. Los cristianos, como individuos, entran, sí, en la visión de San Pablo, pero sólo indirectamente, en cuanto miembros del Cuerpo que deben afianzar su fe (v.14) y, radicados en la caridad, vivir en la verdad, hasta conseguir que todo el Cuerpo, bien trabado y compacto, adquiera la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (v.15-16; cf. 3:17; Col_2:19).

La vida nueva en Cristo,Col_4:17-32.
17 Os digo, pues, y os exhorto en el Señor a que no viváis ya como viven los gentiles, en la vanidad de sus pensamientos, 18 oscurecida su razón, ajenos a la vida de Dios por su ignorancia y la ceguera de su corazón. 19 Embrutecidos, se entregaron a la lascivia, derramándose ávidamente con todo género de impureza. 20 No es esto lo que vosotros habéis aprendido de Cristo, 21 si es que le habéis oído y habéis sido instruidos conforme a la verdad que está en Jesús. 22 Dejando, pues, vuestra antigua conversación, despojaos del hombre viejo, que se va corrompiendo detrás de las pasiones engañosas, 23 renovándoos en el espíritu de vuestra mente 24 y revistiéndoos del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas. 25 Por lo cual, despojándoos de la mentira, hable cada uno verdad con su prójimo, pues que todos somos miembros unos de otros. 26 Si os enojáis, no pequéis; ni se ponga el sol sobre vuestra iracundia. 27 No deis entrada al diablo. 28 El que robaba, ya no robe; antes bien, afánese trabajando con sus manos en algo de provecho de que poder dar al que tiene necesidad. 29 No salga de vuestra boca palabra áspera, sino palabras buenas y oportunas para edificación, a fin de ser gratos a los oyentes. 30 Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido sellados para el día de la redención. 31 Alejad de vosotros toda amargura, arrebato, cólera, indignación, blasfemia y toda malignidad. 32 Sed más bien unos para otros bondadosos, compasivos, y perdonaos los unos a los otros, como Dios os ha perdonado en Cristo.

A la exhortación a la unidad, San Pablo añade ahora diversas recomendaciones en orden a la pureza de vida que deben llevar los fieles.
Primeramente (v.17-18), poniéndoles delante lo que deben evitar, hace una breve descripción de las costumbres paganas, muy semejante, aunque de modo mucho más sintético, a la que encontramos en Rom_1:18-32. Luego (v.20-24) les indica, en forma ya más positiva, cómo deben vivir: despojados del hombre viejo., revestidos del hombre nuevo. Estas dos expresiones hombre viejo y hombre nuevo están inspiradas en el simbolismo del bautismo, con su doble rito de inmersión y de emersión, doble rito que está señalando nuestra muerte a la antigua vida de pecado y nuestra resurrección a la nueva vida de gracia comunicada por Cristo (cf. Rom_6:3-11). El hombre viejo, pues, es el hombre carnal, viciado por el pecado y esclavo de las concupiscencias, mientras que el hombre nuevo es el hombre regenerado en Cristo, no dominado ya por el pecado y la concupiscencia. San Pablo llega a decir que este paso de hombre viejo a nuevo es como una nueva creación (v.24; cf. 2:10), término que se corresponde con el renacimiento de que habla San Juan (cf. Jua_3:3-5). Cierto que el cristiano ha sido ya despojado del hombre viejo en el bautismo; pero sigue aún molestado por la concupiscencia, que procede del pecado y le induce al pecado; de ahí que el Apóstol diga a los efesios que sigan despojándose del hombre viejo (v.22), es decir, luchando contra las inclinaciones de la concupiscencia y liberándose poco a poco de los malignos efectos que trajo sobre nosotros el pecado (cf. Rom_6:12-14; Rom_8:5-8). Ello pide una renovación en el espíritu de su mente (v.23), es decir, en los pensamientos y manera de ver las cosas (cf. Rom_8:2; 1Co_2:15), de modo que se transformen en el hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas (v.24). Parece que los términos justicia y santidad son aquí prácticamente sinónimos, y designan al hombre recto y santo, cual lo quiere Dios (cf. 1:4; Rom_3:26). En cuanto a la expresión si es que. (?? ?? ) del v.21, no es dubitativa, sino asertiva, como en otros muchos lugares (cf. 3:2; Col_2:20; 1Te_3:8; 1Te_3:4.14).
A partir del v.25, San Pablo enumera una serie de pecados que van contra la caridad fraterna, y que los cristianos, miembros de un único Cuerpo místico, deben alejar de sí. Comienza por la mentira, que destruye la unidad y cohesión entre los que mutuamente deben ayudarse (v.25); sigue la ira, que no debemos dejar que nos domine, mostrando siempre prontitud al perdón, de modo que no demos ocasión al diablo a que nos arrastre a la venganza y a otros mil pecados (v.26-27; cf. Sal_4:5); viene luego el latrocinio, que a todo trance debemos evitar, trabajando con nuestras manos tanto y más que para vivir nosotros para dar a los necesitados (v.28; cf. 2Co_9:8; Hec_20:35); se menciona después la aspereza en el lenguaje, que tanto perjudica a las mutuas relaciones de quienes tienen que convivir (v.29). Luego, en exhortación de conjunto y valiéndose de un expresivo antropomorfismo, el Apóstol dice a los efesios que no entristezcan al Espíritu Santo de Dios, en el cual han sido sellados para el día de la redención (v.30). Si habla en particular del Espíritu Santo y no de las otras personas divinas, es por razón de su función especial unitiva y vivificadora en el Cuerpo místico de Cristo (cf. 4:4; 1Te_4:8; Hec_5:3). El término sellados ya lo había usado anteriormente el Apóstol (cf. 1:13); y en cuanto al día de la redención, es el día del juicio final, cuando recibirá consumación definitiva la obra redentora de Cristo, y Dios reconocerá públicamente a los suyos y rechazará a los extraños (cf. 1:14; Rom_8:23; Mat_25:31-46). Por fin San Pablo, como resumiendo lo dicho y haciendo hincapié en lo que considera más directamente peligroso para la unidad del Cuerpo místico, da cinco nombres que van señalando, en gradación ascendente, los sentimientos del hombre viejo irritado, desde el resentimiento interno hasta la blasfemia y todo género de pecados (v.31); a todo eso el cristiano debe oponer las virtudes propias del hombre nuevo, perdonándonos mutuamente, como Dios nos ha perdonado (v.32; cf. Rom_5:8-10; Col_3:13; Mat_6:12).

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



24 (III) Parte segunda: exhortaciones a una conducta digna (4,1-6,20). Las exhortaciones a una conducta digna derivan de afirmaciones anteriores acerca de la unidad de todas las cosas en Cristo y el sometimiento de todas las cosas a él (1,10.22-23), acerca de la humanidad nueva creada por medio del sacrificio de Cristo (2,15-16) y acerca de la unidad de gentiles y judíos en la Iglesia (3,4-6). Estos temas anteriores centran la atención de los lectores con advertencias encaminadas a que éstos conserven la unidad de la Iglesia (4,3-6), vivan su vida en sometimiento mutuo (5,21), renuncien a antiguos usos impíos (4,17-18) y reconozcan el señorío de Cristo (5,21; 6,10-12). La sección exhortatoria es particularmente rica en lenguaje bautismal (W. A. Meeks, «In One Body», Gods Christ and His People [Fest. N. A. Dahl; J. Jervel W. A. Meeks (eds.), Oslo 1977] 209-21).

25 (A) Unidad y diversidad en la Iglesia (4,1-16). 1-6. Al comienzo de la sección exhortatoria se invoca de nuevo la imagen de Pablo, el prisionero en el Señor, para conferir a las exhortaciones la autoridad del apóstol. La unidad de la nueva humanidad creada en Cristo (2,14-16) queda ilustrada por la unidad de la Iglesia, promovida por las virtudes que hacen realidad la vida en común: la humildad, la amabilidad, la paciencia y la tolerancia. El pasaje está inspirado en Col 3,12-15. 4-6. un solo cuerpo: La mención de la llamada a un solo cuerpo en Col 3,15 lleva a una afirmación, que consta de siete partes, sobre la omnipresencia de la unidad que debe caracterizar la vida cristiana. 5. un solo Señor: cf. 1 Cor 8,6. Esto es particularmente importante debido a los antecedentes gentiles de los lectores y a la insistencia del autor en el sometimiento de todos los poderes celestiales a Cristo (1,20-22). una fe, un bautismo: La unidad de fe se puede considerar en esta carta como unidad de cre(-)encias. Denota las enseñanzas a las que se adhieren todos los miembros de la Iglesia. Cuando en el período posapostólico surge el cristianismo institucional, la fe se convierte en aceptación de una tradición apostólica con autoridad (véase 2,20) que se puede distinguir de la doctrina falsa (4,14). La referencia que aquí se hace a la unidad en el bautismo encaja dentro de la perspectiva eclesiológica de Ef (? Teología paulina, 82:125-26). Los cristianos están llamados en la Iglesia a una vida nueva (4,1) a la cual se entra en el bautismo, la iniciación formal en el cuerpo (cf. Col 2,9-12). 6. sobre todos, entre todos, en todos: La serie llega a su cima con una declaración de monoteísmo (cf. Dt 6,4; Rom 3,30; 1 Cor 8,5-6). La trascendencia y omnipresencia de Dios se describen repitiendo cuatro veces panta, «todos». 7-16. La unidad del cuerpo en los w. 3-6 proporciona el marco para la discusión de la diversidad de funciones dentro de la Iglesia. 8. al subir: El autor cita Sal 68,19 en una forma que no corresponde a ningún ms. bíblico hebr. ni gr. (que leen «recibiste» en lugar de «diste»). La tradición rabínica posterior interpretaba ese pasaje aplicándolo a Moisés cuando ascendió al monte Sinaí y dio la ley (Str-B 3.596). El autor de Ef lo interpreta de manera afín, como una referencia a la ascensión de Cristo y su subsiguiente concesión de dones a la Iglesia. 9. regiones inferiores: Con las «regiones inferiores» se significa, o el descenso al Hades, la morada de los muertos (cf. Rom 10,7; Flp 2,10; 1 Pe 3,19; 4,6), o la encarnación en la tierra. La cosmología del autor, según la cual todos los seres no humanos, benéficos o malignos, están situados en las alturas (1,20-22; 3,9-10; 6,10-20), apoya la interpretación de tçs gçs, «la tierra», como una aposición en gen. («las regiones inferiores», es decir, «la tierra»; para una opinión diferente, véase BDF 167), y del descenso como la encarnación. Las regiones inferiores, ta katôtera, contrastan con lo alto del cielo, ta epourania. 11. dio apóstoles: Tras una interpretación cristológica de la cita de la Escritura, el autor añade la dimensión eclesiológica al interpretar los «dones» de Sal 68,19 como funciones eclesiales. El primero son los apóstoles y profetas, que para el autor pertenecen al pasado y son el cimiento de la Iglesia (2,20). Van seguidos por los predicadores del evangelio, pastores y maestros, que son funciones eclesiales destacadas en la época del autor. Esta lista de funciones se ha de distinguir de listas parecidas presentes en las cartas paulinas (Rom 12,6-8; 1 Cor 12,8-11.28), que enumeran carismas otorgados por el Espíritu a personas concretas, pastores: Como título de un funcionario eclesiástico, «pastor» no se utiliza en ningún otro lugar del NT. Alusiones a tal función, sin embargo, aparecen en exhortaciones hechas a dirigentes de la Iglesia (Hch 20,28; Jn 21,15-17; 1 Pe 5,7) para que atiendan al rebaño, y en la imagen de Jesús como el buen pastor (Jn 10,11). Estas funciones preparan a la Iglesia para el ministerio y contribuyen al crecimiento del cuerpo. 13. la edad adulta en plenitud: En este contexto, el gr. ançr no pretende insistir en la virilidad, sino en la condición adulta, en contraste con la niñez mencionada en el versículo siguiente (BAGD 66[2]). Esta edad adulta plena se mide en relación con «la talla de la plenitud de Cristo». 14. todo viento de doctrina: La doctrina falsa representa una amenaza para la unidad en la fe; véase el comentario a 4,5. 15-16. crezcamos hasta alcanzar... la cabeza: El autor vuelve a imágenes ya usadas en 1,23 y 2,20-22, describiendo el cuerpo como un organismo vivo que tiene a Cristo como fuente y meta de su crecimiento. 16. cuando cada parte funciona como es debido: El crecimiento y desarrollo del cuerpo depende de que cada miembro lleve a cabo las tareas que le son propias.
26 (B) Conducta cristiana y no cristia(-)na (4,17-5,20). Esta larga sección parenética contrapone los usos impíos de los gentiles con las consecuencias éticas de la vida desarrollada dentro del cuerpo de Cristo. Las recomendaciones son en buena medida tradicionales y en su mayoría están formuladas como mandatos negativos. Tratan de requisitos generales de la conducta cristiana y no muestran indicio alguno de abordar problemas específicos. 17-19. El pasaje reitera la opinión judía común acerca de la conducta moral pagana; véase Rom 1,21-25. 22-24. despojaos de la humanidad vieja: cf. Col 3,9-10. Con lenguaje bautismal (? Teología paulina, 82:112-14), el autor exhorta a los lectores a una conducta digna de la humanidad nueva (2,14-16). 4,25-5,2. Estos versículos presentan una serie de exhortaciones morales que ilustran el tipo de conducta propio de cristianos que en el bautismo se han revestido de una naturaleza nueva (4,24). La motivación es la común condición de miembros del único cuerpo (4,25), la solicitud por los pobres (4,28), la edificación del prójimo (4,29) y especialmente la imitación de Dios (5,1) y de Cristo (5,2). 30. no ofendáis al Espíritu Santo: La índole de las exhortaciones, centrada en la comunidad, indica que cualquier ofensa contra otro miembro es una ofensa contra el Espíritu Santo, pues los cristianos constituyen todos juntos un templo vivo en el cual habita el Espíritu (2,21-22). con el cual fuisteis sellados: Véase Ef 1,13. 31. toda agresividad...: Se incorporan a la parénesis elementos de una lista tradicional de vicios; tales listas son corrientes en los tratados morales helenísticos y también en otros lugares del NT (p.ej., Rom 1,29-21; Gál 5,19-21) y en la LQ (p.ej., 1QS 4,3-5; CD 4,17-19; véase S. Wibbing, Die Tugendund Lasterkataloge im Neuen Testament [BZNW 25, Berlín 1959]). Los vicios aquí enumerados son los que subvierten la vida común. 32. perdonaos mutuamente: Esta idea recuerda la petición del Padrenuestro, de que Dios perdone a quienes perdonan a los demás, pero en este caso el imperativo y la condición aparecen invertidos. 5,1. sed imitadores de Dios como hijos queridos: cf. 1 Cor 11,1; 1 Tes 1,6. Hay una manera de vivir que caracteriza la condición de miembro de la familia de Dios (2,19); una de las características que definen a los cristianos como miembros de la familia de Dios es el amor al prójimo según el modelo del amor que el Hijo de Dios manifestó en su muerte sacrificial (5,2). 3-5. Al describir la conducta de quienes están fuera de la familia de Dios, el autor incorpora de nuevo una lista de vicios (véase el comentario a 4,31) que incluye tres hapax legomena del NT: aischrotçs, «obscenidad», môrologia, «estupidez», y eutrapelia, «chocarrería». Cf. 1QS 10,22-24; 7,9.14; véase Kuhn, «The Epistle to the Ephesians» (? 12 supra) 122. 6-20. Utilizando en los w. 6-17 un vocabulario que recuerda el lenguaje de la LQ, el autor contrapone los hijos de la desobediencia/tiniebla con los hijos de la luz (cf. 1QS 5,1-2; 3,10-11; 1,5; 2,24-25). Como en Qumrán, el dualismo luz-tiniebla es completamente ético y no ontológico como en el gnosticismo posterior. 11. reprendedlos: La responsabilidad de corregir a los pecadores también era importante en Qumrán (1QS 5,24-6,1; cf. Mt 18,15-17). 14. despierta, tú que duermes: Las palabras dio legei, «por eso se dice», introducen lo que parece ser un fragmento de antiguo himno bautismal. 15-17. sabios... necios: cf. 1QS 4,23-24. 18-19. La sección concluye recomendando a los destinatarios que se llenen del Espíritu de Dios y exhortándoles a ejercitarse en prácticas relacionadas con una vida llena de Espíritu (cf. Col 3,16-17).

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter IIII.

1 He exhorteth to vnitie, 7 and declareth that God therefore giueth diuers 11 gifts vnto men, that his Church might be. 13 edified, and 16 growen vp in Christ. 18 He calleth them from the impuritie of the Gentiles. 24 To put on the new man. 25 To cast of lying, and 29 corrupt communication.
1 I therefore the prisoner [ Or, in the Lord.] of the Lord, beseech you that yee walke worthy of the vocation wherewith ye are called,
2 With all lowlinesse and meekenesse, with long suffering, forbearing one another in loue.
3 Endeuouring to keepe the vnitie of the Spirit in the bond of peace.
4 There is one body, and one spirit, euen as yee are called in one hope of your calling.
5 One Lord, one Faith, one Baptisme,

[Christes gifts.]

6 One God and Father of all, who is aboue all, & through all, & in you all.
7 But vnto euery one of vs is giuen grace, according to the measure of the gift of Christ.
8 Wherefore he saith: [ Psa_68:18 .] When he ascended vp on high, he led [ Or, a multitude of captiues.] captiuitie captiue, and gaue gifts vnto men.
9 (Now that he ascended, what is it but that hee also descended first into the lower parts of the earth?
10 He that descended, is the same also that ascended vp far aboue all heauens, that he might [ Or, fulfill.] fill all things.)
11 [ 1Co_12:28 .] And he gaue some, Apostles: and some, Prophets: and some, Euangelists: and some, Pastors, and teachers:
12 For the perfecting of the Saints, for the worke of the ministerie, for the edifying of the body of Christ:
13 Till we all come [ Or, into the vnitie.] in the vnitie of the faith, and of the knowledge of the Sonne of God, vnto a perfect man, vnto the measure of the [ Or, age.] stature of the fulnesse of Christ:
14 That we hencefoorth be no more children, tossed to and fro, and caried about with euery winde of doctrine, by the sleight of men, and cunning craftinesse, whereby they lye in waite to deceiue:
15 But [ Or, being sincere.] speaking the trueth in loue, may grow vp into him in all things which is the head, euen Christ:
16 [ Col_2:19 .] From whom the whole body fitly ioyned together, and compacted by that which euery ioynt supplyeth, according to the effectuall working in the measure of euery part, maketh increase of the body, vnto the edifying of it selfe in loue.
17 This I say therefore and testifie in the Lord, that yee henceforth walke not as other Gentiles walke in the vanitie of their minde,
18 Hauing the vnderstanding darkened, being alienated from the life of God, through the ignorance that is in them, because of the [ Rom_1:21 .] [ Or, hardnesse.] blindnesse of their heart:
19 Who being past feeling, haue giuen themselues ouer vnto lasciuiousnesse, to worke all vncleannesse with greedinesse.
20 But ye haue not so learned Christ:
21 If so be that ye haue heard him, and haue bene taught by him, as the trueth is in Iesus,
22 That yee put off concerning the

[The new man.]

former conuersation, the olde man, which is corrupt according to the deceitfull lusts:
23 And bee renewed in the spirit of your minde:
24 And that yee put on that new man, which after God is created in righteousnesse, and [ Or, holines of trueth.] true holinesse.
25 Wherefore putting away lying, speake euery man truth with his neighbour: for we are members one of another.
26 Be ye angry and sinne not, let not the Sunne go down vpon your wrath:
27 Neither giue place to the deuill.
28 Let him that stole, steale no more: but rather let him labour, working with his handes the thing which is good, that he may haue [ Or, to distribute.] to giue to him that needeth.
29 Let no corrupt communication proceede out of your mouth, but that which is good [ Or, to edifie profitably.] to the vse of edifying, that it may minister grace vnto the hearers.
30 And grieue not the holy Sririt of God, whereby yee are sealed vnto the day of redemption.
31 Let all bitternes, and wrath, and anger, and clamour, and euill speaking, be put away from you, with all malice,
32 [ 2Co_2:10 .] And bee ye kinde one to another. tender hearted, forgiuing one another, euen as God for Christs sake hath forgiuen you.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



¡Vivid en la verdad cuyo modelo es Cristo Jesús! Si la humanidad de la nueva creación refleja la verdad revelada en Jesús (21, 24), en lugar del engaño de la antigua, inevitablemente requerirá que los cristianos hablen la verdad, y no engaño. Pero la verdad revelada se centra en la reconciliación y unidad cósmicas, y por ello Pablo agrega que debemos abstenernos de mentir, porque somos miembros los unos de los otros. Es decir, que ya no somos seres apartados e independientes, sino gente que ahora tiene un sentido de pertenencia, en unidad con otros a quienes no debemos robarles la verdad según la cual ellos habrán de decidir y actuar. La enseñanza que sigue en esta sección se concentra especialmente en el pecado del enojo y su efecto separador (26), y los pecados relacionados con él (29-31). En lugar de éstos, los creyentes son llamados a seguir el modelo de la verdad de Dios revelada en Jesús (4:32-5:2). Toda la sección es, en esencia, una reescritura de Col. 3:8-12.

26 Introduce el tema principal del pasaje: el enojo. La traducción que encontramos en la mayoría de las versiones castellanas, enojaos, pero no pequéis pierde por completo la fuerza del original. No es un estímulo para la ira justificada (por cierto, toda clase de ira es condenada en 4:31); es una advertencia: Si te enojas, ¡ten cuidado! ¡Estás a las puertas del pecado! En Occidente el enojo es considerado señal de masculinidad, pero la tradición judía era más consciente de su poder divisivo, satánico y corruptor (ver la incisiva crítica sobre el enojo y sus peligros en el Testamento de Daniel 1:18-5:2). El enojo y los pecados relacionados con él, mencionados en los vv. 29 y 31, son el epítome de los pecados socialmente destructivos y alienantes, tan característicos de la antigua creación. El robo (28) es otro de ellos; ya que se lo experimenta no sólo como la privación de la propiedad (que es similar a la pérdida accidental), sino como un ataque que mancha la esfera privada personal, y como un destructor de la confianza en el seno de la comunidad. Estas cosas y otras similares entristecen al Espíritu Santo (una reveladora alusión a Isa. 63:10) en el sentido de que se oponen a la dirección misma del Espíritu en su obra reconciliadora, unificadora y de llevar a cabo la nueva creación en el creyente. En lugar de estas actividades socialmente destructivas, Pablo aboga por otras correspondientes que son cohesivas, edificantes y marcan las características de la existencia de la nueva creación, resumida y hecha realidad en Cristo: el que antes robaba, debe volverse filántropo (28); la capacidad de hablar no debe usarse para destruir y maldecir, sino para el bien (29); en lugar de ira, el creyente debe mostrar el carácter perdonador de Dios (32; 5:1) y el amor sacrificado de Cristo que murió para expiar nuestros pecados (5:2).

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Conducta cristiana. Lo primero que Pablo pide de sus comunidades es un corte radical con su pasado pagano. Los calificativos son duros y tajantes: oscuridad, ignorancia, dureza, impureza, engaño. De nuevo hay que decir que el Apóstol no condena el paganismo en general. Está hablando a pequeñas comunidades cristianas esparcidas en las grandes ciudades del imperio y expuestas, por tanto, a la enorme presión de la influencia ambiental. Para sobrevivir en medio de tal ambiente tenían que expresar en términos radicales tanto el estilo de vida alternativa de seguimiento de Cristo que habían escogido, como la denuncia de la sociedad pagana en que vivían. El Apóstol usaría hoy el mismo lenguaje de denuncia, no necesariamente contra el paganismo, sino contra la corrupción de muchos de nuestros países tradicionalmente cristianos.
La vida alternativa del creyente, como una «nueva» humanidad frente a la «vieja», la expresa Pablo con la imagen de desnudarse y revestirse (cfr. Gál_3:27). La humanidad vieja se deja llevar por la concupiscencia y acaba en la corrupción. La nueva es creación «a imagen de Dios» (cfr. Gén_1:27; Sir_17:3; Sab_2:23). Es una vida de imitación de Dios y de Cristo: Sean santos «porque yo soy Santo» (Lev_11:44s). Jesús propone como ejemplo al Padre: «Amen a sus enemigos... así serán hijos de su Padre del cielo» (Mat_5:44s). Para el apóstol Pedro, los cristianos han sido «elegidos... y consagrados por el Espíritu, para obedecer a Jesucristo» (1Pe_1:2). Esta nueva vida del cristiano la ve expresada el Apóstol en comportamientos concretos (25-32) de honestidad, dedicación al trabajo, veracidad, amabilidad y respeto al prójimo, compasión y perdón. Éste es el retrato del cristiano: una persona que vive y se desvive por los demás, creador de la comunidad alternativa que Cristo nos trajo con su muerte y resurrección.

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



8. Sal_68:19. Según un método rabínico de interpretar la Escritura, en el Salmo citado, Pablo tiene en cuenta solamente la palabra "subió", en la cual encuentra anunciada la Ascensión de Jesús y la efusión del Espíritu Santo por medio de los carismas.

9. "Las regiones inferiores de la tierra" son las regiones subterráneas donde los antiguos situaban la morada de los muertos. Allí bajó Cristo antes de su Resurrección, y ese trayecto cósmico, que va desde lo más profundo hasta lo más alto del cielo, le dio la soberanía sobre todo el universo. Ver nota Sal_6:6; 1Pe_3:19.

11-12. Ver nota Rom_12:6-8.

15-16. Ver 1. 22-23.

22-24. Ver Col_3:9b-10.

25. Zac_8:16. Ver Col_3:9a.

26. Sal_4:5 (texto griego).

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Mat_6:12, Mat_6:14-15 p; Col_3:13; Stg_2:13

NOTAS

4:32 «os»; Var.: «nos». Lo mismo en Efe_5:2.

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Mat_6:12, Mat_6:14-15 p; Col_3:13; Stg_2:13

NOTAS

4:32 «os»; Var.: «nos». Lo mismo en Efe_5:2.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 4.1 Preso por la causa del Señor: Véase Introducción.

[2] 4.4 Un solo cuerpo: Ef 1.23; 2.16.

[3] 4.7 Ro 12.6; 1 Co 12.11.

[4] 4.8 Sal 68.18; la segunda línea parece inspirada en un comentario que se encuentra en la literatura judía, que decía: "Diste dones a los hombres" y aplicaba el pasaje a Moisés cuando subió al monte Sinaí y bajó con las tablas de la ley (cf. Ex 19.1-25; 24.12-18; 34.27-35). Al citar el salmo, Pablo ve en los cautivos a los enemigos de Cristo (cf. Col 2.15).

[5] 4.11 Apóstoles, profetas: Ef 2.20.

[6] 4.26 Sal 4.4 (gr.).

[7] 4.30 Liberación definitiva: Cf. Lc 21.28, y véase Ro 3.24 nota m.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

La primera consecuencia de la vida nueva es la práctica de las virtudes que hacen posible y grata la convivencia entre los cristianos como miembros del mismo Cuerpo de Cristo. Los cristianos no tenemos que huir del mundo para vivir conforme al Evangelio. Debemos esforzarnos por encontrar a Dios en el lugar en el que nos encontramos y transformarlo mediante el ejercicio de las virtudes cristianas, encarnando en nuestra vida la vida de Cristo, y manifestándolo especialmente en el perdón mutuo.


Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

Mat 6:14-15; Mat 18:22-35; Col 3:12-13.

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*4:17-5:20 Se reúnen aquí los consejos para el recto ordenamiento de la vida cristiana; buena parte de ellos son comunes a códigos morales de diversas culturas y religiones. Lo nuevo de la enseñanza paulina está en su motivación: el mismo Cristo (Efe 4:20-21).

Reina Valera (Sociedades Bíblicas Unidas, 1960)

Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.i

i Col 3:13.

Biblia Peshitta en Español (Holman, 2015)

a Mat 6:14; 2Co 2:7

Biblia Textual IV (Sociedad Bíblica Iberoamericana, 1999)

compasivos... Lit. de buenas entrañas;
perdonándoos... Lit. haciendo mercedCol 3:13.

Greek Bible (Septuagint Alt. Versions + SBLGNT Apparatus)

γίνεσθε Holmes WHmarg ] + δὲ WH Treg NA28 RP
  • ὑμῖν WH Treg NA28 ] ἡμῖν RP

Torres Amat (1825)



[6] Mal 2, 10.

[8] Sal 68 (67), 19.

[16] Que es el alma de este cuerpo o edificio espiritual.

[21] Col 3, 9.