Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
3. El Profeta, enviado de Dios.
Obstinación de la casa de Israel.
1 Y me dijo: Hijo de hombre, come eso que tienes delante, come ese rollo, y habla luego a la casa de Israel. 2Yo abrí la boca e hizome él comer el rollo, 3 diciendo: Hijo de hombre, llena tu vientre e hinche tus entrañas de este rollo que te presento. Yo lo comí y me supo a mieles. 4Luego me dijo: Hijo de hombre, ve, llégate a la casa de Israel y habíales mis palabras. 5Mira que no eres enviado a un pueblo de habla abstrusa, sino a la casa de Israel. 6No es a pueblos remotos, cuyas palabras no entiendes. Ah! Si a éstos te enviara, seguramente te escucharían. 7La casa de Israel, por el contrario, no querrá oírte, porque no quieren oírme a mí, porque toda la casa de Israel tiene frente altanera y corazón contumaz. 8Pero yo te doy un rostro tan firme como el de ellos, y una frente dura cuanto las frentes suyas, 9 tan dura como el diamante, más que el pedernal. No los temas ni te atemorices ante ellos, porque son casa rebelde. El profeta recibe la orden de tragar el
rollo, escrito con lamentaciones. La primera impresión de su gusto es
a mieles, porque era la palabra
divina acompañada de un íntimo fortalecimiento interno. Toda misión, por ingrata que sea, si es de parte de Dios, resulta dulce a los encargados de cumplirla, en cuanto que
se sienten solidarios de una obra divina. La conciencia de estar asistidos por Dios les hace sentir alegría y dulzura donde hay amargura y tristeza. Ezequiel es enviado a la
casa de Israel, semitismo corriente en el estilo del profeta para designar simplemente los
israelitas del exilio, a los que era enviado como profeta. De ellos habría de nacer de nuevo la
casa de Israel, concebida como unión de todos los descendientes de Jacob-Israel. Para animarle le dice que su misión está facilitada por la lengua de los destinatarios, que es la suya (v.5). Por otra parte, los israelitas no son tan extraños a la nueva misión del profeta, ya que no son un pueblo que no haya oído hablar de enviados de Yahvé, sino que toda su historia está salpicada de intervenciones de los profetas, centinelas y mensajeros de su Dios. Pero tienen
frente altanera y corazón contumaz (v.7). Por eso seguramente, si fuera otro pueblo, le escucharía. En todo caso, la asistencia divina hará que el profeta pueda hacer frente a la obstinación de su pueblo (v.8).
Desaparece la visión (10-14).
10 Díjome también: Hijo de hombre, todas las palabras que yo te digo recógelas en tu corazón y dales atento oído, 11 y ve luego y llégate a los deportados, a los hijos de tu pueblo, y habíales diciéndoles: Así dice el Señor, Yahvé, óigante o no te oigan. 12 Entonces me arrebató el espíritu, y oí tras de mí un estruendo de fuerte terremoto al elevarse la gloria de Yahvé en su lugar, 13 y oí el rumor de las alas de los cuatro vivientes, que daban la una contra la otra, y el ruido de las ruedas, ruido de gran terremoto. 14 Entonces me alzó el espíritu y me arrebató. Yo andaba amargado y malhumorado en mi alma, pero fue sobre mí la mano de Yahvé, que me confortó. Llegué así a los deportados de Tel-Abib, que habitaban en la ribera del río Kebar, a la región donde moraban, y estuve entre ellos atónito durante siete días. Ezequiel quedó sobrecogido ante la comunicación divina y sintió que el cortejo majestuoso, en el que estaba Dios, se marchó, oyendo un
estruendo de fuerte terremoto al elevarse la gloria de Yahvé. Aquel batir de
alas de los
vivientes suplía a los truenos del Sinaí. Yahvé siempre se comunica a los hombres en el A.T. rodeado de majestad y de poder. El profeta quedó triste y pensativo ante la misión que se le encomendaba (v.14). Sin duda que pensaba en las rebeldías de aquel pueblo, sobre el que habían de caer tantas calamidades. Por orden de Dios se fue a ver a los exilados que estaban en una colonia junto al gran canal llamada
Tel-Abib (v.15), que en hebreo significa colina de la espiga,1 nombre que para ellos insinuaba fertilidad y resurrección. No conocemos esta localidad, pero debía de ser una de tantas colonias de exilados junto a los canales de Mesopotamia.
Responsabilidad de Ezequiel (16-21).
16 Al cabo de los siete días me fue dirigida la palabra de Yahvé, diciendo: 17 Hijo de hombre, yo te he dado por atalaya a la casa de Israel. Tú oirás las palabras de mi boca y de mi parte los amonestarás. 18 Si yo digo al malvado: ¡Vas a morir! y tú no le amonestares y no le hablares para retraer al malvado de sus perversos caminos para que viva él, el malvado morirá en su iniquidad, pero te demandaré a ti su sangre. 19 Mas si, habiendo tú amonestado al malvado, no se convierte él de su maldad y de sus perversos caminos, él morirá en su iniquidad, pero tú habrás salvado tu alma. 20 Y si se apartare el justo de su justicia, cometiendo maldad, y pusiere yo una trampa delante de él, él morirá. Por no haberle tú amonestado, morirá en su pecado, y no se recordarán las obras buenas que hubiere hecho, pero yo te demandaré a ti su sangre. 21 Pero, si tú amonestaste al justo para que no pecara y dejare de pecar, vivirá él, porque fue amonestado, y tú habrás salvado tu alma. El profeta estuvo apesadumbrado por su dura misión, que fue confirmada en toda su responsabilidad a los siete días. Ezequiel es constituido en
atalaya para la casa de Israel (v.17). Los profetas anteriores al exilio se presentaban como
centinelas de su pueblo, con la misión de anunciar los peligros que se cernían sobre Israel 2. Es el cometido que se encomienda a Ezequiel. Si no cumple su misión, será castigado de muerte:
te demandaré a ti su sangre. Será responsable de la pésima conducta del impío si no le ha advertido su mal camino (v.18). Al contrario,
salvará su alma, es decir, su vida, si a tiempo le ha amonestado de sus malos caminos (v.21).
El profeta, recluido en su casa (22-27).
22 Fue aquí de nuevo sobre mí la mano de Yahvé, que me dijo: Levántate, vete al campo y allí te hablaré. 23 Levánteme y salí al campo, y vi que estaba allí la gloria de Yahvé, como la gloria que había visto en la ribera del Kebar, y caí rostro a tierra, 24 pero entró en mí el espíritu y me puso en pie, y me habló Yahvé, diciéndome: Ve y enciérrate en tu casa. 25 Tú, hijo de hombre, verás que echan cuerdas sobre ti y te atan con ellas, y ya no podrás salir a ellos. 26 Y haré que se te pegue la lengua al paladar, y quedarás mudo, y ya no serás para ellos un censor, porque es casa rebelde; 27 mas, cuando yo te hable, abriré tu boca, y entonces les dirás: Así habla el Señor, Yahvé; el que oiga, que oiga, y el que no quiera oír, no oiga, porque es casa rebelde. Por orden divina, el profeta desciende de la colina
al campo 3, y allí vio de nuevo la
gloria de Yahvé, o a Yahvé manifestándose en toda su gloria como en la primera visión. Confortado por el
espíritu (v.24) después de haber quedado en un estado de postración similar al de la primera visión, recibió la orden de
encerrarse en su casa (v.24). En vez de comunicar a los exilados su visión y las comunicaciones divinas, debe callarse por una temporada. El v.25 debe entenderse en un sentido simbólico; no es, pues, necesario suponer que realmente le hubieran atado con cuerdas. Es Yahvé quien liga al profeta, como es Yahvé quien le
pega la lengua al paladar (v.26). Quizá le envió una enfermedad, como parálisis, reumatismo, etc., que le inmovilizó4. En todo caso, parece que Yahvé mismo le impuso un período de inmovilidad bastante prolongado.
Muchos autores creen que el fin de esta acción simbólica es anunciar el asedio de Jerusalén por Nabucodonosor 5. Pero en el contexto aparecen juntos la inmovilidad y el mutismo, lo que parece indicar que es una misma la finalidad de ambas cosas, es decir, el mantenerse alejado de toda actividad con los exilados antes de que Yahvé mismo lo ordene:
hasta cuando yo te hable. (v.27). Parece que se le ordena callar por un tiempo, porque los exilados aún no estaban suficientemente preparados para oír los mensajes del profeta.