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Así pues, los que creen son bendecidos con Abrahán el creyente. (Gálatas 3, 9) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 3

Parte segunda

LA JUSTICIA PROCEDE DE LA FE 3,14,31

En los dos primeros capítulos de la carta, Pablo ha asegurado su autoridad apostólica, que estaba amenazada entre las gálatas por las acusaciones de los falsos maestros. Pablo ha demostrado que ha recibido su calidad de apóstol y su Evangelio inmediatamente de Cristo. Ahora puede dedicarse al contenido de su Evangelio, pues es éste el que desquician los innovadores de Galacia (1,7). Por eso intentan minar el prestigio de Pablo. Las gálatas debían apartarse no sólo de Pablo, sino también -y éste era el verdadero objetivo- del Evangelio de Pablo.

Pablo defiende ahora su mensaje. Lo hace por dos caminos. Primero, apela a la experiencia de los gálatas (3,1-5). Los cristianos han experimentado en sí mismas la eficacia del Espíritu Santo. Deben ser conscientes de que no han recibido el Espíritu por las obras de la ley, sino por la predicación de la fe. Si «experimentaron esas maravillosas vivencias» (cf. 3,4) fue únicamente porque Pablo les predicó la fe. El camino de la salvación es, pues, el camino de la fe, no el de la ley.

Pablo argumenta también por otro lado. Se dirige ante todo a aquellos que inducen a error a los cristianos de Galacia. Son judeocristianos. Creen en la ley como camino de salvación. Pablo les argumenta a un nivel admitido por ellas. Argumenta apoyándose en la Escritura del Antiguo Testamento. Pablo muestra, en la persona del justo Abraham, que ya en el Antiguo Testamento, si se entiende bien, el camino de la fe aparece como camino hacia la justificación. En torno al nombre de Abraham se teje la prueba de Escritura, que el Apóstol, siguiendo la costumbre judía, desarrolla en forma de midrash (3,6-4,31)32. Abraham y lo que la Escritura dice de él, como padre de Israel, hablan a favor del camino de la fe y contra las obras de la ley como posible camino hacia la justificación.

En la Escritura habla Dios mismo. La Escritura nos manifiesta el plan salvador y el camino salvífico de Dios. Pablo no se apoya en la Escritura sólo porque sus oponentes hacen lo mismo y porque así puede obligarles fácilmente a callar. Pablo no equipara la Sagrada Escritura a la ley. Mientras la Escritura es válida aún hoy y es palabra de Dios dirigida a nosotros, que nos manifiesta su voluntad (Rom_15:4), la ley, a partir de Cristo, ya no tiene validez, puesto que con él ha llegado la fe (Gal_3:23-25). «El fin de la ley es Cristo, para justificar a todos los que creen» (Rom_10:4). Con el ejemplo de Abraham muestra Pablo que, según el testimonio de la Escritura, la ley nunca fue camino hacia la justificación, ni debía serlo nunca por voluntad de Dios. La justificación se da al hombre por la fe. Es gracia, don gratuito do Dios.

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32. Por midrash se entiende la explicaci6n de la Escritura que hacía el judaísmo rabínico ajustándose al texto bíblico. Se guiaba fielmente por la siguiente exhortación: «Vuelve la torah de un lado y de otro, porque en ella está todo» (Abot 5,22). Aunque la midrash seguía determinadas normas exegéticas, su forma de argumentar nos parece hoy totalmente artificial. La prueba de Escritura que Pablo aduce aquí (3,6-4,31) no va directamente al objetivo, como hace el pensamiento occidental, sino que «vuelve la Escritura de un lado y de otro», vuelve al principio, cambia continuamente de punto de vista, da vueltas en torno a la cuestión que hay que probar. En una palabra: se ajusta a la forma biblicosemita de razonar.

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I. EL ESPÍRITU VIENE POR LA PREDICACIÓN DE LA FE (3/01-05).

1a ¡Oh gálatas irreflexivos! ¿Quién os ha fascinado...?

Probar el origen divino de su misión ha permitido al Apóstol llegar al tema específico de su carta: no hay justificación por la ley (2,15-21). Este tema le interesa muchísimo. Se siente impulsado a ir derecho al grano. Pero ahora ha de tocar el tema refiriéndose a los gálatas. Se dirige a ellos nominalmente. ¡Oh gálatas irreflexivos! Y no lo hace halagándoles ni dirigiéndoles palabras de alabanza. Les dice que son irreflexivos. Parece ser una expresión de extrañeza del Apóstol, que no entiende la forma de comportarse de los gálatas. El término no implica carencia de capacidad intelectual; no significa torpeza, sino falta de juicio. Los gálatas no ven lo que podían y debían ver. Aún no entienden que fe y ley son dos cosas distintas.

No es fácil atribuir lo que ocurre entre los gálatas sólo a persuasión humana. Hay que pensar en encandilamiento. ¿Quién puede haber hechizado a los gálatas? ¿A merced de qué mago han sido entregados? ¿Qué poder demoníaco les ha encantado? Pablo, el pastor de almas, se siente abatido cuando piensa cómo recibieron antaño su predicación...

¿... 1b a vosotros, ante cuyos ojos fue puesto públicamente Jesucristo crucificado?

Lo que hacen los gálatas es tanto más incomprensible cuanto que Cristo fue puesto públicamente ante sus ojos. Era de esperar que los gálatas quedasen hechizados por él, que le tuvieran siempre presente. Cristo, el crucificado, es una prueba palpable de la gracia que Dios nos dispensa. Cristo en la cruz es Ia prenda de la justificación que hemos recibido de Dios. Quien tiene ante sus ojos la imagen del crucificado está a salvo de toda irreflexión. No puede ser tan irreflexivo que espere ser justificado por sus obras.

Pablo habla de su predicación misionera entre los gálatas. Es patente que entiende esta predicación como un manifestar públicamente a Cristo crucificado. Jesucristo fue puesto públicamente ante los ojos de los gálatas, como una proclama que se pega en la pared. Pablo ve en la predicación del misionero el desempeño ministerial y público de una actividad de heraldo. Proclama un mensaje que le ha sido confiado por Dios. El verdadero contenido de este mensaje aparece aquí de nuevo, compendiado en dos palabras: «Jesucristo crucificado» (cf. 1Co_1:23). Para Pablo, el mensaje de la crucifixión y de la muerte de Jesús incluye también la pascua. La resurrección es el aspecto de la crucifixión que está vuelto hacia nosotros. Por eso, la intención del misionero Pablo no fue pintarnos al crucificado con tonos que muevan al corazón e impresionen plásticamente, sino proclamarle solemnemente, por encargo de Dios, como Señor.

Pablo lo hizo públicamente. Una proclama se coloca a la vista de los hombres, para que todos la vean. Nadie debe pasar de largo ante ella. Se la puede despreciar, pero no prescindir de ella. Así predicó Pablo. Los falsos maestros anónimos parecen haber llevado a cabo sus «fascinaciones» en la obscuridad. Realizaron su labor de agitación en secreto. Pablo, por el contrario, hizo su proclama públicamente. Por eso puede suceder que las obscuras gnosis que se introdujeron por caminos clandestinos parezcan al cristiano más fascinadoras que el mensaje que la Iglesia anuncia públicamente.

2 Esto sólo quiero saber de vuestra boca ¿recibisteis el Espíritu a partir de la práctica de la ley o a partir de la predicación de la fe?

Pablo les hace a los gálatas una sola pregunta. La respuesta a ésta les hará ver claro. Todos conocen la experiencia cristiana de la posesión del Espíritu. Es algo que también los gálatas admiten. En el bautismo han recibido el Espíritu Santo. Poseen las «primicias del Espíritu» (Rom_8:23), son «espirituales» (Gal_6:1). Pablo alude a la posesión del Espíritu porque el Espíritu Santo es el mayor regalo que el amor de Dios nos hace.

¿De dónde les viene a los cristianos el Espíritu? Pablo propone dos posibilidades. Es tan claro que la segunda posibilidad es la que vale, que Pablo no necesita responder: de la predicación de la fe. Cuando los gálatas recibieron el Espíritu en el bautismo no habían puesto antes en práctica las obras de la ley, sino que habían aceptado la predicación de la fe. En otro pasaje, Pablo llama a su predicación «palabra de fe» (Rom_10:8). La respuesta del corazón humano al mensaje de la cruz se apoya en la fe en la resurrección de Cristo; esta fe lleva a la justificación (cf. Rom_10:9 s).

8 ¿Tan poco reflexionáis? ¡Habiendo empezado por el Espíritu, vais a terminar por la carne!

Pablo insiste y pregunta de nuevo: ¿tan poco reflexionáis? Los gálatas empezaron su vida cristiana por el Espíritu. Por el bautismo recibieron el Espíritu Santo, que habita en los bautizados, pero también puede decirse que el bautizado vive en el Espíritu 34. El Espíritu es el poder de Dios que crea al hombre de nuevo en el bautismo y que, al final, le resucita de la muerte. Pero el Espíritu es también el «viento» que «impulsa» la nave de la vida cristiana, sólo con que el cristiano se deje arrastrar (cf. Rom_8:14). Mediante el Espíritu el cristiano debe «hacer morir las obras de la carne»; en caso contrario, equivoca el objetivo de su vida (cf. Rom_8:13).

Los gálatas corren el peligro de terminar por la carne. No son consecuentes con el hecho de estar crucificados con Cristo (Rom_2:19). Al querer circuncidarse en su carne hacen algo que les convierte en ciudadanos de un mundo ya superado y condenado a muerte. No alcanzan la plenitud que quisieron alcanzar de la ley.

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34. Cf. Rom_8:9; Gal_5:25.

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4 ¿Habéis experimentado en vano tan maravillosas vivencias? Sí, todo sería en vano.

Pablo se resiste a creer que los gálatas hayan experimentado en vano el don del Espíritu. Tan maravillosas vivencias se refiere a la actuación del Espíritu. El pastor de almas, por su parte, cree en la fuerza creadora del Espíritu, que se despliega en el hombre aun después del bautismo. Si aquí habla así lo hace para que los que están en peligro reaccionen y se animen a continuar avanzando, en el Espíritu, por el camino salvador de la fe.

5 En una palabra: el que os prodiga el Espíritu y realiza maravillas entre vosotros, ¿lo hace a partir de la práctica de la ley o a partir de la aceptación de la fe?

La pregunta final contrapone de nuevo los dos caminos que podrían conducir a la justificación. Pablo da fuerza a su frase colocando la disyuntiva al final de ella: práctica de la ley o aceptación de la fe.

La llamada a la reflexión se apoya esta vez en la experiencia de la actuación actual del Espíritu en las comunidades. También actualmente da Dios el Espíritu a los gálatas. Lo experimentan en las actuaciones extraordinarias del Espíritu (carismas). Lo perciben en las obras divinas y en los signos que entre ellos se producen: expulsiones de demonios y curaciones. En todos ellos aparece la irrupción del mundo mesiánico. Es una confirmación del Evangelio que el Apóstol predicó como mensaje de Dios. Esta presencia poderosa del Espíritu no proviene de las obras de la ley. Los mismos gálatas pueden dar testimonio de ello: procede de la aceptación de la fe. Antes de que la escucharan no hubo entre ellos carismas. Pero con la predicación del camino salvador de la fe y con la aceptación, con fe, del mensaje vinieron las «señales» que confirmaban la palabra (cf. Mar_16:17.20).

No es necesario que Pablo resuma en una respuesta el resultado de su interrogatorio. Es patente para todo el que piense. La recepción del Espíritu y la actividad del Espíritu no provienen de la práctica de las obras de la ley. Provienen de la fe. Y como el Espíritu es la prenda de la plenitud de la justificación, la justificación proviene de la fe.

II. EL ANTIGUO TESTAMENTO CONFIRMA EL EVANGELIO DE PABLO (,31).

1. LA BENDICIÓN DE ABRAHAM (Mar_3:6-14).

a) Los creyentes son hijos de Abraham (3/06-09).

6 Y así fue el caso de Abraham, que «creyó a Dios, y esto le fue tenido en cuenta para la justicia» (Gen_15:6). 7 Tened, pues, presente que los que proceden de la fe, éstos son hijos de Abraham.

La prueba escriturística que Pablo aduce ahora a favor de su Evangelio de la justificación por la fe comienza con un juicio de la Sagrada Escritura sobre el patriarca de Israel. Dios había prometido a Abraham que su descendencia sería tan numerosa como las estrellas del cielo (Gen_15:5). Aunque, hablando humanamente, Abraham ya no podía esperar ningún hijo de Sara, su mujer, creyó en la promesa que Dios le había hecho. Creía en el poder creador de Dios, que no tiene fronteras. Por eso pudo creer en la promesa de Dios. La actitud de fe se manifestó en el acto de fe del patriarca. La fe -he aquí el testimonio de la Escritura- hizo a Abraham justo ante Dios.

Como es natural, también el judaísmo tuvo en cuenta la fe del patriarca. Pero prestó atención ante todo a cada una de las obras concretas con las que Abraham cumplió toda la ley. Se hablaba de hijos de Abraham, lo cual suponía algo más que la mera descendencia física. Se consideraba como verdadero hijo de Abraham a aquel que con sus obras cumplía las exigencias de la ley 35. Pablo lo concibe en forma totalmente distinta. El Apóstol no quiere decir que al patriarca le fuera tenida en cuenta su fe como se anota en un libro de cuentas una prestación positiva. Dios no tiene un libro de cuentas para cada hombre en el que al cabo del tiempo se llega a un total: «justificación»36. Dios atiende a la respuesta fundamental del hombre a la palabra de su promesa y a lo que él le pide. Esto es lo que la Escritura llama «fe» y esta fe es la que Dios quiere de los hombres, pues esa fe consiste en reconocer la divinidad de Dios. De esa fe brota la obediencia, en virtud de la cual el hombre cumple lo que el Señor le pide.

Debemos tener presente que los que proceden de la fe, ésos son hijos de Abraham. Ello se refiere a los hombres que viven en la fe. Ellos, y nadie más, pueden reclamar el título honorífico de hijos de Abraham. Son sucesores de Abraham, quien, por la fe, confió en Dios y le siguió. No son los hombres que viven de las obras de la ley los que merecen el título de hijos de Abraham, sino aquellos que, según el espíritu de Abraham, «proceden de la fe».

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35. En el Talmud babilónico esta escrito: «Quien tiene misericordia de los hombres no hay duda de que pertenece al linaje de nuestro padre Abraham» (Beça 32b).

36. Véase Rom_4:2-5.

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8 Y la misma Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles a partir de la fe, había anunciado de antemano a Abraham: «Todos los pueblos serán bendecidos en ti» (Gen_12:3). 9 Así, pues, los que proceden de la fe son bendecidos juntamente con Abraham el creyente.

Un nuevo texto escriturístico confirma lo que Pablo acaba de afirmar. La Escritura previó que Dios justificaría a los gentiles. La Escritura es para Pablo algo vivo, no un texto muerto. En ella habla el mismo Dios. Por eso previó lo que ahora acontece con los gentiles. Por eso pudo predecir a Abraham lo que hoy sucede por intervención de Dios: bendice en Abraham a todos los pueblos, los justifica.

Pablo no es, pues, el primero en hacer llegar a los gentiles la buena nueva. Comenzó ya en la promesa de que la bendición de Abraham caería también sobre todos los pueblos de la tierra. En Abraham empezó ya a realizarse el Evangelio de bendición sobre los gentiles. Abraham creyó en la promesa del Evangelio. Dios justifica también a los gentiles si, como Abraham, creen en Dios.

De esta perícopa saca Pablo la conclusi6n de que aquellos que, con Abraham, han puesto la fe como fundamento de su vida serán también, con Abraham, portadores de bendición. No son sólo hijos de Abraham, sino que participan además en la gran bendición de Dios a Abraham.

Se insiste una vez más en que se trata del Abraham creyente. Abraham es portador de bendición y mediador de ella por cuanto creyó a Dios, no por la práctica de las obras de la ley.

b) Quien vive de las obras de la ley está bajo la maldición (3/10-12).

10 En efecto todos los que parten de las obras de la ley están bajo el peso de una maldición. Pues está escrito: «Maldito todo el que no persevera en todas las cosas escritas en el libro de la ley, llevándolas a la práctica» (Deu_27:26).

La decisión que hay que tomar es una decisión entre vida y muerte, entre bendición y maldición. Pablo no se limita a mostrar el aspecto positivo, la bendición que recibieron los que creyeron con Abraham. Debe mostrarles también que no hay más que dos posibilidades. Frente a la posibilidad de bendición no hay más que la posibilidad de maldición. No hay una tercera. Quien tiene enraizado su ser en las obras de la ley, quien vive de ellas, está bajo la maldición.

Esto vale en general para todos los que parten de las obras de la ley. No es posible que un hombre se profese adepto a la ley y adepto al mismo tiempo a Cristo, porque el que quiere ser justificado por la ley está separado de Cristo (Deu_5:4). Quien piensa que el cumplimiento de las obras de la ley conduce a la justificación, se separa de Cristo. No quiere recibir su justicia de la mano de Dios; desprecia la gracia que viene por Cristo. LEY/MALDICION:A propósito de la maldición que caerá, sin duda, sobre los servidores de la ley, Pablo alude también a un texto escriturístico. Lo entiende como sigue: la maldición de Dios alcanza a aquel que no permanece dentro del ámbito de las exigencias de la ley. Quien deja de cumplir un solo precepto queda sometido a la maldición. Hay que cumplir toda la ley. Una sola falta implicaría ya desprecio y desencadenaría la maldición prometida. Por tanto, el que vive bajo la ley y vive a partir de las obras que ésta exige está bajo una maldición amenazadora. Obra por miedo. Quiere escapar a la maldición. Pablo muestra después, apoyándose también en la Escritura, que todo el esquema de la ley está bajo la maldición. Vuelve a preguntarse de nuevo por el camino hacia la justificación. Indirectamente ha respondido ya a esta pregunta al aludir a la fe de Abraham (Deu_3:6). Ahora responde a la pregunta en forma directa y, primero, negativa.

11 Pero es evidente que en la ley nadie es justificado ante Dios ya que «el justo vivirá de la fe» (Hab_2:4); 12 y la ley no procede de la fe sino que «el que hubiera practicado estos preceptos vivirá en ellos» /Lev_18:5).

En la ley nadie es justificado ante Dios. Esto es evidente para todo aquel que haya seguido hasta ahora la argumentación. Es una cosa clara. La sagrada Escritura confirma esta tesis. La maldición que cae sobre aquellos que parten de las obras de la ley sólo puede desaparecer si Dios justifica a esos hombres. Y eso es precisamente lo que la ley no hace.

La Escritura muestra el verdadero camino hacia la justificación cuando dice que el justo vive de la fe. El texto hebreo de la perícopa del profeta Habacuc habla de la «fidelidad» que mantiene en vida al justo. Cuando Pablo usa la palabra «fe», esta palabra implica la fidelidad del hombre que sabe que la seguridad de su vida no depende de nada más que del hecho de que se atenga a la palabra y a la obra de Dios. Por la fe recibe la justicia y ésta, a su vez, le hace capaz de resistir el juicio de Dios y, por tanto, de entrar en la vida. Pero esta fe, ¿no es una prestación? Pablo se opone a que se conciba la fe en el sentido judaico, como prestación que implique mérito. En ese caso, sería perfectamente posible unir la fe y la ley como camino de salvación. Pablo se opone decididamente a ello. La ley no procede «de la fe», no tiene nada en común con la fe. Su origen no hay que buscarlo en la fe; son mundos totalmente diversos. La ley pide actividad por parte del hombre (cf. 3, 10b), promete la vida a quien obre de acuerdo con la ley. Dentro del ámbito de la gloria de la ley, es decir, en el tiempo de la gloria de la ley, escribió Moisés que «el hombre que cumpliere la justicia que procede de la ley vivirá en ella» (Rom_10:5). Al que obre así, es decir, al que practique la ley, le prometió como recompensa la vida. Pero la fe dice otra cosa. «De la justicia que procede de la fe dice así: ...Cerca está la palabra en tu boca y en tu corazón: ésta es la palabra de la fe que predicamos» (Rom lO, 6.8). Allí donde el hombre vive inmerso en la ley no se puede hablar de fe.

c) En Cristo llegó a los creyentes la bendición de Abraham (3/13-14).

13 Cristo nos ha rescatado de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues está escrito: «Maldito el que está colgado de un madero», ...

Por fin pasa el Apóstol a mostrar cuál es la acción divina positiva que hace posible la justificación ante Dios: Cristo nos ha rescatado. Esto es lo que ha hecho posible la bendición que desciende sobre los creyentes. Cuando Pablo dice que Cristo nos ha rescatado tiene ante sus ojos la imagen de la redención de los esclavos. Considerada en sí misma, esta imagen ofrece ya dos elementos importantes: un hombre pasa de esclavo a libre y hay, además, una persona que lleva a cabo el rescate. Pablo aprovecha esta imagen y la aplica a continuación. Muestra en qué consistía la esclavitud del hombre y cómo Jesucristo le rescató.

En el versículo siguiente muestra cuál es el verdadero objetivo de este rescate (Rom_3:14). La afirmación de Pablo no tiene el carácter vago propio de las generalizaciones; la insistencia «nos ha rescatado... por nosotros» hace a los gálatas conscientes de que también ellos pertenecen al grupo de los liberados por Cristo.

Estábamos bajo la maldición. Nuestro pasado, el de los judíos y eI de los gentiles, estaba sometido a la ley y, en consecuencia, a la maldición. Nuestra vida estaba condenada a muerte, pues la ley atraía sobre nosotros la maldición. Vivíamos en una auténtica esclavitud. Cristo nos adquirió por su muerte en la cruz, que Pablo describe con estas palabras: «haciéndose él mismo maldición». En la cruz, la ley se desencadenó contra el Mesías de Dios. Cristo fue juzgado y condenado según la ley. Del que es colgado dice la Escritura que está maldito. Así sucedió con el crucificado: la maldición de la ley se manifestó en él. Pablo evita con cuidado llamar maldito a Cristo: su persona no estaba bajo la maldición.

Se hizo maldición por nosotros. Esto no quiere decir sólo «por nuestro bien». Significa también «en lugar nuestro», substituyéndonos a nosotros, en los que la maldición de la ley no llegó a hacerse visible. Así «al que no conocía el pecado, Dios lo introdujo en el mundo del pecado» (2Co_5:21). No tuvo vivencia del pecado, pero llevó los pecados del mundo. No es maldito, pero nos libró de la maldición de la ley, manifestando en sí mismo esa maldición.

.., 14 y esto para que la bendición de Abraham pase a los gentiles, en Cristo Jesús, de suerte que por medio de la fe recibamos la promesa del Espíritu.

Al liberarnos de la esclavitud, Cristo abrió el camino a dos acontecimientos de la historia de la salvación. Esa era su intención al rescatarnos. La bendición de Abraham puede llegar ahora a los gentiles, en la persona del Mesías Jesús. Si la maldición de la ley había impedido hasta ahora que la promesa de bendición hecha a Abraham se hiciera realidad, ahora la bendición de Abraham tiene abierto ya el camino hacia todos los pueblos. La bendición llega a toda la humanidad en Cristo Jesús, gracias a su acción salvadora. «En Cristo» se puede entender aquí también en el sentido de que Cristo representa y significa la bendición de Abraham. Aquel a quien Cristo le sale al encuentro en el Evangelio recibe la bendición de Dios. Los creyentes «son bendecidos juntamente con Abraham el creyente» (2Co_3:9). Desde que se cumplió la acción salvadora de Cristo, la promesa de Abraham pasa a realizarse, se cumple también. Nosotros -eso es lo que Pablo les dice a los gálatas- participamos en este acontecimiento de la historia de la salvación aI recibir, por medio de la fe, la promesa del Espíritu. Con Jesucristo ha venido a nosotros el Espíritu, su Espíritu (2Co_4:6). Si las características de la época de la ley eran el pecado y la muerte, la característica del nuevo tiempo mesiánico es el Espíritu de Cristo. Al hombre de esta nueva era puede decirle Pablo: «La ley del Espíritu de vida que está en Cristo Jesús me ha libertado de la ley del pecado y de la muerte» (Rom_8:2). «Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2Co_3:17).

El Espíritu del Señor lo recibimos por medio de la fe. Pablo quiere dar fuerza especial a estas palabras y por eso las coloca al final del pasaje que había comenzado con la cita escriturística relativa a la fe de Abraham. La fe fue lo que justificó a Abraham delante de Dios. También por medio de la fe hemos recibido nosotros la bendición de Abraham, el Espíritu Santo. Cristo nos ha abierto el camino de la fe; la fe ha venido con Cristo (2Co_3:25). Abraham creyó en la promesa y nosotros creemos que en Cristo se ha cumplido la promesa.

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2. LA HERENCIA DE ABRAHAM (2Co_3:15-29).

En la perícopa precedente (2Co_3:6-14) la fe aparecía como mediadora de la bendición de Abraham; en ésta se muestra que la herencia prometida pertenece a Cristo. Se contrapone la fe a la ley, describiendo a ambas como fuerzas objetivas. Se desvela la finalidad de la ley en la historia (2Co_3:19-25). El bautismo muestra el fundamento sacramental de la fe (2Co_3:26-29).

a) La ley no puede invalidar la promesa hecha a Abraham (3/15-18).

15 Hermanos, os voy a hablar con un lenguaje tomado de la vida humana aun tratándose de un testamento humano, si está debidamente otorgado, nadie se atreve a quitarle o añadirle algo.

Pablo, dirigiéndose fraternalmente a los gálatas, pasa a considerar un ejemplo tomado de la vida humana. Lo toma del ámbito de la vida jurídica. Jesús, cuando tomaba sus parábolas del mundo de la creación y de la vida cotidiana del hombre, presuponía cierta correspondencia entre el acontecer terreno y el orden salvífico de Dios; también Pablo está convencido de esto. Lo que Dios hace tiene puntos de contacto con el modo de obrar de los hombres.

El ejemplo intenta aclarar la relación que existe entre la promesa y la ley. Cuando un hombre ha otorgado testamento debidamente, nadie puede anularlo ni añadirle algo. Es intocable, por ser manifestación de la última voluntad. Dios otorgó testamento a favor de Abraham. Le hizo las promesas, que representan su voluntad última. Para designar esta disposición de Dios Pablo emplea la palabra usual en la Biblia griega para designar la alianza: diatheke 37. Dios hizo una alianza con Israel en el Sinaí, pero ya antes la había hecho con Abraham. Propiamente, la palabra significa una «disposición» (unilateral), un «testamento», pues es Dios quien ha hecho una «alianza» con los hombres.

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37. La Biblia del judaísmo griego se ha esforzado por evitar el peligro de que la alianza de Dios apareciera como un contrato entre iguales.

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16 Ahora bien, las promesas fueron precisamente dirigidas a Abraham y a su descendencia. La Escritura no dice: «y a sus descendencias», como si fueran muchas; sino que se expresa en singular: ay a su descendencia», es decir, a Cristo.

Pablo vuelve de nuevo a la Escritura. Las promesas que Dios hizo a Abraham al hacer alianza con él no eran válidas sólo para el patriarca, sino también para su descendencia (Gen_17:7 ss). Pero la palabra «descendencia» -así interpreta Pablo el hecho de que la palabra esté en singular- no se refiere a la descendencia corporal, a las generaciones posteriores a Abraham, sino a un descendiente del patriarca: a Cristo. Cristo es el heredero universal de las promesas hechas a Abraham. Este es el sentido oculto y no percibido por los judíos 38 de la palabra «descendencia».

17 Pues bien, he aquí lo que yo digo: a un testamento, otorgado ya de antiguo por Dios, no lo va a anular una ley que ha aparecido cuatrocientos treinta años después, haciendo, en este caso, vana la promesa.

Y ahora viene la aplicación de la comparación. El Apóstol puso el ejemplo en el v. 15; en el 16 preparó su aplicación diciendo que Dios hizo las promesas a Abraham y a su descendencia, otorgó testamento a su favor.

Este testamento de Dios, la manifestación de su voluntad, no puede ser anulado por la ley. Un testamento tiene valor definitivo. Si la ley fue posterior a las promesas, no puede anular la promesa, que es un testamento. También en este punto Pablo está contra la tradición judía que, empapada de la significación de la ley del Sinaí, sostenía que Abraham ya conocía y observaba la ley39. Con eso se destruía en el judaísmo la primacía de la promesa sobre la ley. Pero si la ley surgió sólo cuatrocientos treinta años después de Abraham 40, no puede anular el testamento y la promesa hecha a Abraham.

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38. El judaísmo estaba convencido de que los herederos de las promesas eran los padres y el pueblo de Israel; cf. Wis_12:21.

39. «En aquel tiempo (el de Abraham), la ley, sin estar escrita, era conocida por todos y se ponían en práctica las obras de los preceptos» (Baruc sirio 57,2); cf. Libro de los Jubileos 24,11. La Mishná, aludiendo a Gen_26:5, dice: «Abraham, nuestro padre, cumplía toda la ley antes de que hubiera sido dadas (Kiddushin 4,14).

40. Cf. a propósito del tiempo Exo_12:40 s.

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18 Pues si la herencia se recibiera en virtud de la ley, ya no lo sería en virtud de la promesa. Ahora bien, fue precisamente a través de una promesa como Dios otorgó su favor a Abraham.

LEY/PROMESA: Pablo afirma de nuevo que no puede haber dos caminos para alcanzar la herencia de Abraham. La ley no puede conducir, junto con la promesa, a la herencia de Abraham. La ley no puede incluir y encerrar en sí la promesa. Ley y promesa son dos realidades fundamentalmente diversas. No pueden ser mediadoras de un mismo bien salvador, de la herencia y de la bendición.

La promesa de bendición hecha a Abraham muestra que Dios se decidió por el camino de la promesa. Esto significa que no se puede anular la promesa. La promesa es una prueba de la benevolencia y de la amabilidad de Dios; fue proclamada antes de que la ley exigiera que el hombre pusiera en práctica las obras de la ley.

b) La ley ha sido nuestro ayo (3/19-25).

19 Entonces ¿a qué viene la ley? Fue añadida para dar su verdadero sentido a las transgresiones, hasta que viniera la descendencia a la que es taba destinada la promesa. Esta ley fue promulgada por ministerio de ángeles, a través de un intermediario.

El problema de cuál es el significado y la tarea de la ley es inevitable, una vez que Pablo ha afirmado que la herencia no procede de la ley (Exo_3:18). Queda, pues, planteado el problema de cuál es la función de la ley en la acción soteriológica de Dios.

La primera respuesta a este problema ya está dada, en el fondo, al decir que la ley ha sido añadida a la promesa sólo cuatrocientos treinta años más tarde (Exo_3:17). Pablo lo repite una vez más. La misión de la ley está condicionada temporalmente. No es, como opinaban los judíos, una de las cosas que existían incluso antes de la creación del mundo. No pertenece a la esencia del camino salvador que Dios ofrece a los hombres; es sólo un episodio. Con la promesa no sucede lo mismo.

La ley -ésta es la segunda respuesta- fue añadida para dar su verdadero sentido a las transgresiones. Eso no quiere decir que su misión fuese la de impedir las transgresiones, como una valla42. La idea del Apóstol es que la ley debía promover los pecados. Según el plan de Dios, había de promover lo contrario de la justificación. ¡La ley fue causa de las transgresiones! «Adonde no hay ley tampoco hay transgresión» (Rom_4:15b). Es la ley quien da al pecado su fuerza funesta.

La respuesta de Pablo encierra aún otra idea. El tiempo de la ley está limitado. Debía ejercer su función hasta que viniera la descendencia. Esta descendencia es Cristo (Rom_3:16). A él, como a Abraham, le fue hecha la promesa. La herencia prometida se dará a aquellos que pertenecen a Cristo, pues en Cristo son descendencia de Abraham (3,29). También aquí, al oponerse a la duración eterna de la ley, Pablo va contra la tradición judía. La ley ha de encontrar su fin dentro de la historia.

Para terminar, Pablo dice que la ley ha sido promulgada por ministerio de ángeles, a través de un intermediario. La intención de Pablo al afirmar esto es privar a la ley de su rango. Su Evangelio lo ha recibido directamente de Dios; también Abraham recibió directamente de Dios la promesa. La ley, en cambio, no procede directamente de Dios: fueron ángeles quienes la promulgaron a los israelitas; Moisés fue intermediario del pueblo. Para mostrar la colaboración de los ángeles en la promulgación de la ley del Sinaí recurre Pablo a las tradiciones judías; para mostrar la mediación de Moisés, a la Escritura. La promesa y el Evangelio difieren esencialmente de la ley.

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42. ésa sería la forma judía de pensar.

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20 Pero el intermediario no lo fue de uno solo, y Dios es uno solo.

Una frase de carácter generalizador pone fin a la última parte de la respuesta, cuya intención era mostrar la inferioridad de la ley frente al Evangelio y la promesa. Se introduce un intermediario cuando es una multitud quien se dirige a otra, pero no cuando se trata de uno. Cuando uno promulga algo frente a otros, lo hace él mismo. Dios, como todos reconocen, es uno. La ley, por tanto, no puede proceder (directamente) de él. Fue promulgada por un grupo de ángeles, y Moisés les sirvió de peón.

21 ¿Es, pues, la ley contraria a las promesas de Dios? ¡De ningún modo! Pues si hubiera sido dada una ley con capacidad de dar vida, entonces sí que la justicia vendría de la ley.

Del contenido negativo de la respuesta anterior (3,19b. 20) se podría deducir que la ley se opone a las promesas divinas. No es ésa la conclusión a que llega Pablo. La ley no puede competir con las promesas. Es algo manifestado mediante un rodeo, promulgado por ángeles. Las promesas, en cambio, son promesas de Dios. Así explica Pablo cuál es la razón de su negativa. Pero aún da otra razón expresa: la ley no puede dar vida ni produce la justicia. No puede, pues, competir con las promesas. Las promesas siguen siendo el camino salvador de Dios. Ellas son las que traen el bien prometido que se espera, el Espíritu vivificador. La experiencia muestra que la ley, en cambio, es «ley del pecado y de la muerte» (Rom_8:2). Ni siquiera es capaz de producir la justicia, pues cuando se trata de justificar al hombre ante Dios, Dios debe crearlo de nuevo, debe darle una nueva vida.

22 Pero la Escritura ha encerrado todas las cosas bajo el imperio del pecado, para que la promesa sea dada a los creyentes a partir de la fe en Cristo Jesús.

La ley no podía traer la justificación. La era de la ley se caracterizaba por el hecho de que todas las cosas estaban encerradas bajo el imperio del pecado. Todos los hombres estaban sometidos al dominio del pecado. La ley no podía darles la libertad. Se atribuye este estado de cosas a la Escritura porque ella manifiesta y realiza la voluntad de Dios. No sólo afirma que todo está sometido al imperio del pecado; la afirmación es, al mismo tiempo, causa de esa sumisión. La palabra de Dios no es un mero reflejo de la realidad, sino que la crea.

El objetivo de esta voluntad de Dios que se cumple en la Escritura está claramente determinado: la promesa debe ser dada a los creyentes. Ahora, en el tiempo de la plenitud, aparece claro que Dios tenía ya en cuenta este objetiva al dar la ley. Lo que Dios ha prometido es la herencia (Rom_3:18). Ahora la recibimos como don del Espíritu, por medio de la fe (Rom_3:14).

El creyente es, pues, quien recibe la herencia de Abraham. La herencia prometida la da Dios a partir de la fe en Cristo Jesús. La fe en Jesucristo no es, pues, sólo la forma y modo en que se concede el bien prometido, sino el principio a partir del cual nos llega la herencia de Dios. La fe está ahora a nuestro alcance como bien salvador. La fe de cada uno es la condición indispensable para que Dios le conceda el bien prometido.

Pablo responde ahora positivamente a la pregunta de cuál es la tarea de la ley. Negativamente había dicho que no podía producir la vida esperada, que no conducía a la justicia. Positivamente, el papel de la ley consiste en que ha sido nuestro ayo hasta Cristo (Rom_3:23-25).

23 Antes de que viniera la fe, estábamos encerrados bajo la custodia de la ley, hasta el día en que se manifestara la fe.

El acontecimiento decisivo de la historia de la salvación es la llegada de la fe. Ha llegado al mundo con Cristo, como fe en Jesucristo. Es cierto que Abraham creyó, pero no era más que un individuo; la era de la fe empieza con Cristo. Lo que le precedió fue la era de la ley. Pablo sabe que la promesa precedió a la ley y que continuó existiendo en tiempos de la ley, pero ahora va a considerar sólo el punto decisivo y por eso deja en segundo plano el tiempo anterior a la promulgación de la ley. La ley nos custodiaba, a judíos y a gentiles, es decir, nos tenía en prisión o en arresto. éramos prisioneros de la ley; todos estábamos sometidos al pecado y a la muerte, pues «el aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la ley (1Co_15:56). El hombre estaba aprisionado, impotente, dentro del círculo mortal de la ley.

La revelación de la fe trajo la liberación. Desde hacía mucho tiempo la fe era, en el plan de Dios, el camino de la salvación. Ya en tiempos de la ley preexistía esta revelación de Dios como acontecimiento futuro. Siendo un secreto del cielo, había de ser revelado por Dios. Así, la fe aparece como un rayo de la gloria divina, que Dios nos revelará plenamente al final de los tiempos (Rom_8:18). Ahora, en la fe, esta gloria se nos ha hecho ya visible en Cristo Jesús. Las tinieblas del período de prisión han pasado. La libertad ha llegado por medio de la fe que Dios reveló. Vino de Dios.

24 Así pues, la ley fue para nosotros el ayo que nos ha conducido a Cristo, para que obtuviésemos, por la fe, nuestra justificación, 25 Pero una vez que ha venido la fe, ya no estamos sometidos al ayo.

Con ese «así pues » Pablo saca la consecuencia de lo que ha dicho sobre la finalidad de la ley. La llegada de la fe coincide con la llegada de Cristo. Hasta que llegó Cristo la ley ha cumplido su misión de custodiarnos: fue nuestro guardián.

AYO/LEY: Pero las palabras el ayo que nos ha conducido a Cristo tienen un sentido más profundo. El ayo (paidagogos) era en el mundo grecorromano el esclavo que estaba encargado de controlar, con reprimendas y castigos, la conducta y el comportamiento de los hijos de la familia. Su actividad era diversa de la del profesor. Los niños estaban sometidos a este ayo sólo entre los seis y los dieciséis años. El paidagogos gozaba, por lo general, de poca consideración, y no se le apreciaba 44. Trataba a los niños con dureza

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44. El aspecto sombrío del ayo era proverbial. Según Oepke, el paidagogos debía cuidar de que «uno anduviera por la calle en actitud decidida y desenvuelta, de que al sentarse no cruzara una pierna sobre otra o apoyara la barbilla en la mano, de que, en la mesa, cogiera la salazón con un solo dedo, el pescado cocido o asado, la carne y el pan con dos, de que se rascara así o asá, de que se pusiera la capa de esta o de aquella forma». «En conjunto, no era apreciado, sobre todo por los muchachos vivarachos. El vultus paidagogi, pedantemente sombrío, era proverbial. No se ahorraban golpes... De ordinario no sólo se cogían esclavos para desempeñar esta labor, sino que se escogía a aquellos que no servían para otra cosa».

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c) Quien pertenece a Cristo es descendiente de Abraham (3/26-29).

Desde que ha llegado la fe ya no estamos bajo la vigilancia del ayo. Siendo «hijos de Dios» estamos libres de la ley. En el bautismo nos hemos revestido de Cristo y somos «uno solo en Cristo» (3,26-28). Quien «pertenece a Cristo» de esta forma, es descendencia de Abraham en el sentido de la Escritura (3,16). Es también heredero de la promesa (3,29).

26 Todos vosotros, en efecto, sois hijos de Dios a través de la fe en Cristo Jesús.

Pablo se dirige de nuevo a los gálatas personalmente. Les recuerda que son hijos de Dios. Lo son por la fe. Desde que ha llegado la fe han dejado de estar sometidos al ayo. Pablo abandona ya la metáfora del ayo. Los niños estaban sometidos al esclavo hasta que, un día, quedaban libres de él. Lo único que Pablo quiere decir es que el tiempo de estar sometidos a la ley ha pasado ya. La ley privaba de libertad, convertía en esclavos, porque sometía a la obediencia de un esclavo. La fe, en cambio, nos hace libres. No estamos ante Dios como esclavos, sino como hijos ante su padre.

Ahora estamos en Cristo Jesús. Con estas palabras describe Pablo la situación del cristiano bautizado, la relación del bautizado con su Señor. El bautizado está incorporado a Cristo. Está, como dice el versículo siguiente, «incorporado a Cristo» por el bautismo, se ha «revestido de Cristo». Cuando el Padre celestial mira al bautizado reconoce en él a Cristo, su Hijo. «Todo cristiano es una nueva creación» (2Co_5:17). El bautismo pone los cimientos de una vida nueva.

27 Pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. 28 Ya no hay judío ni griego; ya no hay esclavo ni libre; ya no hay varón ni hembra; pues todos sois uno solo en Cristo Jesús.

Sólo aparentemente se aparta Pablo de la línea fundamental de su discurso. A propósito del bautismo muestra que éste une a los hombres tan estrechamente con Cristo, que se puede decir que están «en Cristo Jesús» (2Co_3:26), que son «uno solo en Cristo Jesús» (2Co_3:28). Pero si los bautizados pertenecen a Cristo tan estrechamente por la fe, se les puede aplicar lo que se aplica a Cristo: son descendencia de Abraham. Son herederos de la promesa que fue hecha a Abraham y a su descendencia.

Los bautizados han sido bautizados en Cristo 45. En el bautismo el hombre es «incorporado a Cristo». El baño bautismal es signo activo de la consepultura con Cristo (cf. Rom_6:4). El bautizado ha sido crucificado juntamente con Cristo (Rom_2:19). Mediante la muerte del hombre viejo se hace posible la resurrección de un hombre nuevo. Al abandonar su existencia anterior, el hombre recibe la existencia «en Cristo».

Todos los cristianos, al ser bautizados en Cristo, se han revestido de Cristo. Es ésta una metáfora tomada del vestido que uno se pone para desempeñar el papel de otro. Los cristianos se han revestido de su Señor. Se han despojado del hombre viejo y se han revestido del nuevo. Si Cristo es su vestido, están, podemos repetirlo, «en Cristo». Pueden decir de sí mismos: «ya no vivo yo, sino que es Cristo el que vive en mí» (Rom_2:20). Tienen un nuevo ser participan del ser de Cristo, son nueva criatura.

La consecuencia de este acontecimiento sacramental es que todos los bautizados son uno solo en Cristo. Esto significa que pertenecen a Cristo estrecha y esencialmente (Rom_3:29). Son miembros de Cristo, a quienes acontece lo mismo que a Cristo. También a ellos les corresponde la herencia de la promesa que fue hecha a Cristo como descendencia de Abraham.

Esta unidad con Cristo constituye el fundamento para la desaparición de las diferencias, que eran decisivas en el mundo antiguo, incluso en lo relativo a la posibilidad de salvación de los hombres. Las diferencias religiosas de antes han desaparecido. Ya no importa que el bautizado sea judío o gentil. Su posición social no tiene ninguna importancia. También la mujer tiene acceso a la salvación y a la herencia prometida. Las diferencias han sido borradas por el baño bautismal, han sido sustituidas por el estar «revestido de Cristo». El cristiano es un hombre nuevo en Cristo. La nueva humanidad de los bautizados ya no está dividida. Así es como la ve Dios y la mirada de la fe. A los ojos del «mundo antiguo» estas diferencias, que han sido borradas en secreto, siguen pareciendo importantes.

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45. Es imposible decidir con certeza si esta expresión es una abreviatura de la fórmula del bautismo: «en el nombre» de Jesús, que significa que el cristiano, en el bautismo, pasa a pertenecer a Cristo. La interpretación podría ser mas simple, entendiendo la expresión a partir del significado fundamental de las palabras, como sucede más adelante.

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29 Y si sois de Cristo, sois, por tanto, descendencia de Abraham, herederos en virtud de la promesa.

Los bautizados son de Cristo no sólo porque confiesan su divinidad y porque son discípulos suyos, sino que le pertenecen de un modo esencial. El Espíritu de Dios, que hemos recibido en el bautismo, ha puesto en nosotros el requisito necesario para que estemos unidos estrechísimamente con Cristo, para que seamos de él, pues el Espíritu de Dios es el Espíritu de Cristo.

La argumentación del Apóstol ha alcanzado su objetivo. Cuando la Escritura hacía destinataria de las promesas a la única descendencia de Abraham (3,16), se refería a Cristo. Pero el que es de Cristo está incorporado a él, que es descendencia de Abraham, y, por esa razón, también quien es de Cristo es descendencia de Abraham.

La herencia se da en virtud de la promesa. Con esta afirmación cierra Pablo la perícopa. Quiere insistir una vez más en que no es la ley el camino hacia la justificación. La herencia de la promesa está ligada a Cristo. Sólo quien pertenece a él, quien es coheredero con Cristo, participa en su glorificación.



Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



II. Justificación por la Fe, 3:1-4:31.

La experiencia de los gálatas: evidencia de los hechos, 3:1-5.
1 ¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, ante cuyos ojos fue presentado Jesucristo clavado en cruz? 2 Esto sólo quiero saber de vosotros: ¿Habéis recibido el Espíritu por virtud de las obras de la Ley o por virtud de la predicación de la fe? ¿Tan insensatos sois? 3 ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora acabáis por la carne? 4 ¿Tantos dones habréis recibido en vano? Sí que sería en vano. 5 El que os da el Espíritu y obra milagros entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la Ley o por la predicación de la fe?
Pablo ha terminado lo que pudiéramos llamar parte histórica de su carta, exponiendo a los gálatas el origen divino de su evangelio y cómo no era distinto del de los Doce (1:11-2:21); ahora entra ya de lleno en la tesis doctrinal, tratando de mostrarles en forma directa que la justificación no depende de las obras de la Ley, sino de la fe en Jesucristo (3:1-4:31). Su argumentación se apoyará sobre todo en la Escritura; pero antes, a modo de introducción, les recuerda unos hechos de experiencia acaecidos entre ellos que les deben hacer pensar y que deberían serles suficientes para dirimir la cuestión. De estos hechos trata nuestra perícopa.
Comienza el Apóstol lamentándose de que los gálatas, como niños incautos, se hayan dejado fascinar por las razones especiosas de los judaizantes, olvidando la imagen de Jesucristo clavado en cruz, que él les había presentado en su predicación, y que debía haber continuado siendo el norte fijo de sus miradas (v.1). Claramente da a entender, con este su reproche a los gálatas, que la doctrina de la redención por la muerte y resurrección de Cristo constituía la base de su catequesis (cf. 1Co_15:3-11). Notemos, además, que esta idea de la eficacia redentora de la cruz de Cristo, instrumento único de salvación, había sido ya aludida anteriormente (cf. 2:21), no haciendo ahora el Apóstol sino aplicar a los gálatas la lección que resultaba de lo expuesto en Antioquía. Con esto, ambas partes de la carta, la histórica y la doctrinal, quedan unidas literariamente sin solución de continuidad.
Desahogado su corazón con esa queja preliminar, San Pablo recuerda a los gálatas, en forma interrogativa para mayor viveza, que no han sido las obras de la Ley, en la que no pensaban y seguramente ni siquiera conocían, sino la fe en Jesucristo, cuando se convirtieron, lo que motivó el que recibieran el Espíritu Santo con plena transformación interior de sus vidas y abundancia de gracias carismáticas (v.2-5). Alude aquí el Apóstol a esa efusión del Espíritu Santo sobre los fieles, que los profetas habían señalado como nota distintiva de la época mesiánica (cf. Isa_44:3; Eze_36:26-27; Joe_2:28-32), y que, al igual que en otras comunidades de la primitiva iglesia (cf. Hec_8:17-18; Hec_10:46; Hec_19:6; 1Co_14:26-29), San Pablo afirma haberse dado también entre los gálatas. El argumento era contundente. Claramente se veía que Dios, enviando su Espíritu sobre los fieles, aprobaba la actitud y fe de éstos, sin exigir ninguna otra cosa. También los gálatas podían haber respondido a los judaizantes: ¿Quiénes somos nosotros para oponernos a Dios? (cf. Hec_11:17).
Aunque la idea general de la argumentación de Pablo es clara, no así algunas frases concretas, particularmente en los v.3-4. Eso de comenzar por el Espíritu y terminar por la carne (??????????? ????????? . ????? ??????????? ), alude a que los gálatas iniciaron su cristianismo con la suscepción del Espíritu al creer en Cristo, y ahora tratan de consumar la obra con la práctica de la circuncisión (carne) y observancia de la Ley mosaica. ¡Qué insensatez!, comenta San Pablo. En vez de ir de lo menos perfecto a lo perfecto, vosotros lo hacéis al revés. Es de notar que los términos iniciar-consumar pertenecen al lenguaje de los ritos de iniciación, y fácilmente habían de ser entendidos por los gálatas, en tiempo en que estaban tan extendidas las así llamadas religiones de los misterios. Otra frase que tampoco es clara es la que hemos traducido: Sí que sería en vano (?? ?? ??? ???? ). Nuestra traducción supone que San Pablo no hace sino confirmar lo que ya insinuaba con la pregunta anterior, como diciendo: En efecto, todos esos dones con que os ha favorecido el Espíritu, en realidad no os van a valer para nada, pues, al tratar de buscar la justicia en la Ley, quedáis desligados de Cristo (cf. 5:4). Otros, sin embargo, traducen: no sé si en vano, con lo que el Apóstol trataría más bien de atenuar la expresión anterior, mostrando confianza de que los gálatas, por fin, no se dejarían seducir. Gramaticalmente ambas traducciones son posibles 234.

Por la fe entramos
? participar de las bendiciones, 3:6-14.
6 Así creyó Abraham a Dios y le fue computado a justicia. 7 Entended, pues, que los nacidos de la fe, ésos son los hijos de Abraham; 8 pues previendo la Escritura que por la fe justificaría Dios a los gentiles, anunció de antemano a Abraham: En ti serán bendecidas todas las gentes. 9 Así que los que nacen de la fe son benditos con el fiel Abraham. 10 Pero cuantos confían en las obras de la Ley se hallan bajo la maldición, porque escrito está: Maldito todo el que no se mantiene en cuanto está escrito en el libro de la Ley, cumpliéndolo, 11 Y que por la Ley nadie se justifica ante Dios, es manifiesto, porque el justo vive de la fe. 12 Y la Ley no se funda en la fe, sino que el que cumple sus preceptos, vivirá por ellos. 13 Cristo nos redimió de la maldición de la Ley haciéndose por nosotros maldición, pues escrito está: Maldito todo el que es colgado del madero, 14 para que la bendición de Abraham se extendiese sobre los gentiles en Jesucristo y por la fe recibamos la promesa del Espíritu.

Parece que los agitadores judaizantes de Galacia, como insinúa ese entended, pues del v.y, insistían en que era necesario incorporarse a la descendencia de Abraham, mediante la circuncisión y la Ley, para poder participar de las bendiciones mesiánicas. San Pablo, que no niega el papel importante de Abraham en la economía de la salud, va a poner en su punto las cosas, cortando de raíz todas esas objeciones de los judaizantes y dándonos una visión maravillosa de las relaciones entre Antiguo y Nuevo Testamento. Lo que, en resumen, viene a decir es que es por la fe como entramos a formar parte de la verdadera descendencia de Abraham y que la Ley, en que tanto insistían los judaizantes, es más bien un régimen de maldición, del que nos libró Cristo, a fin precisamente de que las bendiciones hechas a Abraham pudiesen llegar hasta los gentiles.
Tal es la idea general de nuestra historia. El primer punto que toca el Apóstol es el de que Abraham fue justificado por la fe, no por la Ley, exactamente igual que, andando el tiempo, lo habían de ser también los gentiles (v.6-9). Es el mismo tema que desarrolla ampliamente en Rom_4:1-25, a cuyo comentario remitimos. La base es el texto de Gen_15:6 : Creyó Abraham a Dios y le fue computado a justicia, afirmación que toma no como caso aislado restringido a Abraham, sino como primer jalón de la obra de justificación por la fe, que Dios establece en el mundo, preanunciando ya entonces el modo como habían de ser justificados los gentiles en la época del Evangelio. El que San Pablo nombre únicamente a los gentiles (v.8) no quiere decir que no sea también modo de justificación para los judíos (cf. 2:15-16), sino que habla de gentiles, porque era lo que directamente le interesaba en orden a los gálatas. Trataba de hacerles ver que con la aceptación de la fe, imitando al fiel Abraham (v.g), habían sido ya incluidos en el ámbito de su descendencia y, consiguientemente, podían participar de las promesas a él hechas (v.8; cf. Gen_12:3; Gen_18:18; Gen_22:18). Es más, San Pablo insistirá en que sólo los nacidos de la fe (v.7), es decir, los engendrados a la vida sobrenatural por la fe, constituyen, en los planes divinos, la verdadera descendencia de Abraham, a la que están hechas las promesas. La descendencia carnal, como concretará en Rom_4:11-12, ni es necesaria ni basta.
Y todavía sigue más adelante San Pablo: la Ley, muy al revés que la fe, no sólo no nos hace entrar en la obra de la bendición prometida de Abraham, sino que nos hace objeto de maldición (v.10-12). Realmente, el modo de hablar de San Pablo, encarándose con los judaizantes, no puede ser más valiente. ¡Decir a un judío que la Ley, su máxima gloria (cf. Rom_2:17), nos hacía objeto de maldición! Pero San Pablo no sólo lo afirma, sino que lo prueba; y lo prueba valiéndose de textos de la Escritura. El primer texto citado (v.11) es el de Deu_27:26, del que deduce que quien pone la esperanza de su justicia en la Ley y no la cumple está bajo las maldiciones de esa misma Ley, que pide castigo contra los transgresores. Es ésta como la mayor de un silogismo, por lo demás muy fácil de entender. Pero los judaizantes podían replicar a Pablo: Muy bien todo eso, pero ¿y los que cumplan la Ley? Precisamente en ese mismo pasaje del Deuteronomio se enumeran toda una serie de bendiciones para los que cumplan la Ley (cf. Deu_28:1-14). Por eso, era necesario añadir una menor al silogismo, que más o menos parece debería sonar así: Ahora bien, la Ley ni se cumple ni se puede cumplir; luego.
Pero ¿era verdad que la Ley mosaica ni se cumplía ni se podía cumplir? Cierto que Jesucristo y San Pedro y el mismo San Pablo hablan de que de hecho no se cumplía (cf. Jua_7:19; Hec_15:1; Rom_2:23); pero ¿era eso aplicable en absoluto a todos? ¿Es que no hubo justos en el Antiguo Testamento, con absoluta fidelidad a la Ley? ¿Es que Dios daba preceptos imposibles de cumplir? Evidentemente, San Pablo no trataba de llegar tan lejos. De ahí, lo alambicado y sutil de su razonamiento en los v. 11-12, que en realidad constituyen la menor del silogismo, con referencia a ese no cumplir la Ley y, consiguientemente, estar bajo maldición. Se apoya nuevamente el Apóstol en dos textos de la Escritura: Hab_2:4 y Lev_18:5, textos citados también en la carta a los Romanos (Lev_1:17; Lev_10:5), y que, a primera vista, parecen estar en contradicción, pues de una parte se añrma que Dios justifica por la fe (Habacuc), y de otra que justifica por las obras (Levítico). Sin embargo, es evidente que San Pablo lleva un plan en su razonamiento y supone que no hay contradicción. ¿Cuál es ese plan?
A lo que podemos deducir, valiéndonos también de lo que sabemos por otros pasajes de sus escritos, el Apóstol trata de contraponer la economía de la Ley, en que cada uno debía labrarse su justicia a base del cumplimiento exacto de todos sus preceptos, y la economía de la fe, en que buscamos obtener esa justicia como don de Dios, puesta la confianza en El y en sus promesas de salud. De suyo, la justicia no puede obtenerse más que por la fe, como se dice en el texto de Habacuc (v.11) y San Pablo repite innumerables veces; pero eso no quiere decir que en la economía de la Ley no se consiguiese la justicia, y se consiguiese observando exactamente sus preceptos, como dice el texto del Levítico (v.1a; cf. Rom_2:13). Lo que pasaba era que la observancia de esos preceptos era imposible sin el auxilio de la gracia interior, y esa gracia no se daba tampoco en el Antiguo Testamento, sino en virtud de la fe (cf. Rom_4:2-25); la Ley, en tanto que ley, puesto que no se funda en la fe (v.12), no podía justificar, siendo más bien ocasión de nuevos pecados (cf. 3:19; Rom_3:20; Rom_7:7-11; 1Co_15:56). Hasta la venida de Cristo, Ley y fe, aunque procedan de principios diferentes, podían ir unidas en las mismas personas, como de hecho lo fueron en los justos del Antiguo Testamento, fieles observadores de la Ley y con un profundo sentido de fe en Dios y en sus promesas; no así una vez venido Cristo. Ahora la Ley, terminado su cometido (cf. v.24), queda ya disociada de la fe; y, por tanto, poner la confianza en ella, como hacen los judaizantes, es caer bajo el peso de sus maldiciones, sin posibilidad de poder escapar, puesto que no nos es posible observar sus preceptos sin el auxilio de la gracia interior, que únicamente nos viene de la fe. En resumen, que la misma Ley que antes procuraba la vida, cuando la fe informaba sus preceptos, ahora no puede dar ya esa vida, una vez disociada de la fe. El texto del Levítico: . vivirá por ellos (v.12) no tiene ya aplicación.
Por fin, un tercer punto, con que Pablo termina su razonamiento: Cristo, con su pasión y muerte, es quien nos libra de las maldiciones de la Ley y hace posible la entrada de los gentiles en la economía de la bendición prometida a Abraham (v.13-14). Tenemos en estos dos versículos, verdaderamente centrales de todo el capítulo, la misma idea básica que en Rom_8:3-4 Y 2Co_5:21, donde Cristo es también presentado asumiendo en su persona nuestras prevaricaciones para convertirse a su vez en fuente de justicia y santidad. Espontáneamente pensamos en Isa_53:4-12, hablando del Siervo de Yahvé. Como sostén de esta doctrina, si no queremos perdernos en un laberinto de cuestiones sin solución, hemos de presuponer la idea de solidaridad entre Cristo y los hombres, único modo de explicar la posibilidad de esa corriente de pecado, que va de nosotros a El, y de esa corriente de justicia que viene de El a nosotros. Esa solidaridad comienza en la encarnación, al hacerse hombre el Hijo de Dios, entroncando en el linaje de Adán y asumiendo el oficio de nuevo jefe y cabeza de la humanidad, que sustituye al viejo Adán (cf. Rom_5:12-21). Desde ese momento Cristo entra en nuestros destinos, apropiándose, aunque inocente, los pecados y maldiciones que pesaban sobre la humanidad, al convertirse en miembro de una familia pecadora y rama de un árbol maldito.
Cuando San Pablo, aquí, en este pasaje de la carta a los Calatas, dice que Cristo nos redimió de la maldición de la Ley () haciéndose por nosotros maldición (????????? ???? ???? ?????? ), no hace sino aplicar la doctrina de la solidaridad al caso concreto de que viene hablando. Esa maldición que pesaba sobre los transgresores de la Ley, contra los cuales ésta pedía castigo, Cristo la toma sobre sí en virtud del principio de solidaridad (se hace maldición) y, en virtud de ese mismo principio, hace llegar hasta los culpables su justicia (redime de la maldición de la Ley). No dice aquí el Apóstol cómo realizó Cristo de hecho esa liberación o redención. Lo dirá, sin embargo, en otros muchos lugares de sus cartas, particularmente en Rom_6:3-11, hablando de nuestra incorporación a la muerte y resurrección de Cristo mediante el bautismo, quedando liberados de nuestros ritos antiguos y naciendo a nueva vida. No sería, pues, exacto, comentando estos versículos de San Pablo, hablar simplemente de sustitución, como si la maldición que pesaba sobre los hombres hubiera pasado a Cristo, quedando, sin más, libres nosotros. Late en las palabras del Apóstol algo mucho más profundo, sin que eso signifique que no hayamos de admitir en algún sentido la idea de sustitución, pues ciertamente es Cristo quien paga por nosotros 235. La clave de la solución ha de buscarse, lo volvemos a repetir, en el principio de solidaridad: Entre Cristo y los seres humanos compenetrados místicamente, se establece un doble trasiego, uno de pecado y maldición, que va de nosotros a Cristo, y otro de justicia y vida divina, que viene de Cristo a nosotros.
El texto de Deu_21:23, citado por el Apóstol en confirmación de su tesis (v.13), no es propiamente una demostración, sino una ilustración sacada de la Escritura. Es posible, como algunos sospechan, que San Pablo se exprese del modo que lo hace inspirándose en dichos del ambiente hostil a Cristo, donde se le tenía por maldito, pues era un crucificado (cf. 1Co_1:23). El Apóstol habría recogido la acusación, confirmándola incluso con el texto del Deuteronomio, pero aclarando que se trataba de una maldición por nosotros, en beneficio nuestro, pues mediante ella había redimido a los judíos de la maldición de la Ley y había hecho que se extendiese sobre los gentiles la bendición de Abraham. Parece que San Pablo, con esa su extraordinaria densidad de pensamiento característica, refleja también aquí la afirmación tantas veces por él repetida de la prioridad judía en la salud mesiánica (cf. Hch_13:46; Rom_1:16; Rom_3:2; Rom_9:4; Rom_15:8), pues habla como si Cristo hubiese anulado primero la maldición que pesaba sobre los judíos (v.13), para que, libres ellos de trabas y participando ya de la bendición prometida a Abraham, se extendiese luego esa bendición también a los gentiles (v.14), una vez destruido el muro de separación de la Ley (cf. Efe_2:14), conforme al plan divino de salud universal por la fe. Las expresiones bendición de Abraham y promesa del Espíritu (? . 14) en realidad vienen a ser equivalentes y designan todo el conjunto de dones mesiánicos, incluida la justificación, de que los gálatas tienen ya experiencia (cf. v.2-5). También resultan prácticamente equivalentes las expresiones en Jesucristo y por la fe (v.14), con las que San Pablo trata de dar a entender que es mediante la incorporación a Jesucristo, a través de la fe, como entramos a participar de la salud mesiánica (cf. 2:15-21).

Las promesas hechas a Abraham y la Ley, 3:15-25.
15 Voy a hablaros, hermanos, a lo humano. Un testamento, con ser de hombre, nadie lo anula, nadie le añade nada. 16 Pues a Abraham y a su descendencia fueron hechas las promesas. No dice a sus descendencias como de muchas, sino de una sola: Y tu descendencia, que es Cristo. 17 Y digo yo: El testamento otorgado por Dios no puede ser anulado por la Ley que vino cuatrocientos treinta años después e invalidar así la promesa. 18 Pues si la herencia es por la Ley, ya no es por la promesa. Y, sin embargo, a Abraham le otorgó Dios la donación por la promesa. 19 ¿Por qué, pues, la Ley? Fue dada en razón de las transgresiones, promulgada por ángeles, por mano de un mediador, hasta que viniese la descendencia, a quien la promesa había sido hecha. 20 Ahora bien, el mediador no es una persona sola, y Dios es uno solo. 21 ¿Luego la Ley está contra las promesas de Dios? Nada de eso. Si hubiera sido dada una Ley capaz de vivificar, realmente, la justicia vendría de la Ley; 22 pero la Escritura lo encerró todo bajo el pecado, para que la promesa fuese dada a los creyentes por la fe en Jesucristo. 23 Y así, antes de venir la fe, estábamos encarcelados bajo la Ley, en espera de la fe que había de revelarse. 24 De suerte que la Ley fue nuestro pedagogo para llevarnos a Cristo, para que fuéramos justificados por la fe. 25 Pero, llegada la fe, ya no estamos bajo el pedagogo.

Sigue San Pablo insistiendo en explicar el papel de la Ley en relación con la bendición prometida a Abraham. únicamente que, si antes hablaba de bendición (v.8.9.14), ahora habla de promesas (v. 16.21) o promesa (v. 17.18.22); pero, de hecho, se alude a la misma realidad; es, a saber, los bienes o salud mesiánica anunciada de antemano repetidas veces a Abraham, y que había de tener su pleno cumplimiento en la época del Evangelio 236.
Dos ideas fundamentales podemos distinguir en esta narración: que la Ley, dada por Dios posteriormente a la promesa, no puede anular ésta (v. 15-18), y que su papel no fue otro sino el de servir de ayo o pedagogo que condujera hasta Cristo (v. 19-25). La tesis que aquí sostiene San Pablo es diametralmente opuesta a la idea que en general tenían los judíos respecto de la Ley. Para éstos, la Ley era lo sustantivo y esencial, lo que realmente constituía a Israel pueblo de Dios, lo que había venido a completar la promesa, siendo absolutamente necesario someterse a la Ley para poder participar de la promesa. Era precisamente la tesis de los judaizasteis de Galacia. San Pablo, aunque admite la permanencia de la Ley en su sentido último y profundo (cf. Rom_13:8-10), no la admite cuando se toma la Ley en su aspecto externo y jurídico, que es el corriente en que suele tomarse, y único al que atendían los judíos.
Su primera afirmación es la de que la Ley, venida cuatrocientos treinta años después de la promesa 237, no puede anular ésta (v.15-17), y sería anularla si la herencia o bendición prometida a Abraham se nos concediera por la observancia de la Ley (v.18). El razonamiento de San Pablo, aunque a primera vista un poco enrevesado, es relativamente simple. Comienza el Apóstol valiéndose de una comparación tomada de las costumbres sociales humanas, y es la del testamento. Dice que un testamento hecho en regla, por el que nos consta de la última voluntad del testador, no puede ser anulado ni modificado con codicilos o añadidos, y esto a pesar de que sólo se trata de negocios humanos y no de realidades divinas (v.15); pues bien, la promesa de Dios a Abraham y a su descendencia es como un testamento, donde no hay más que una voluntad generosa por parte de Dios que promete por sí mismo, por su bondad, sin imponer condiciones (v.16a). Esto supuesto, la consecuencia es clara: una economía de salud fundada en una promesa incondicional, semejante en esto a un testamento, Dios no puede sustituirla, sin contradecirse, por una economía fundada en un contrato bilateral, como es la Ley, de modo que el cumplimiento de la promesa quedase subordinado a la observancia de esa Ley; en el mismo momento dejaría de ser promesa, con su carácter de favor gratuito e incondicional (v. 17-18). Este mismo punto lo desarrolla San Pablo más ampliamente en Rom_4:13-17, a cuyo comentario remitimos.
A lo largo del razonamiento, al nombrar la promesa a Abraham y a su descendencia, San Pablo intercala una especie de paréntesis o digresión para concretar cuál es esa descendencia a que se alude en la promesa, y dice que la descendencia es Cristo (v.16b). Discuten los exegetas si se referirá San Pablo al Cristo personal o al Cristo místico (la Iglesia). Desde luego, los cristianos todos, como luego dirá el mismo Apóstol, somos descendencia de Abraham (cf. v.29); pero no parece caber duda de que San Pablo, en este pasaje, está refiriéndose directamente al Cristo personal, como parece pedir el v.19 (cf. 4:4), y como debe entenderse siempre la palabra Cristo mientras por el contexto no se demuestre claramente lo contrario. Si luego habla de todos los cristianos como descendencia de Abraham, es precisamente en cuanto que son de Cristo, es decir, en cuanto incorporados a El, que es el heredero directo de las promesas, las cuales llegan a nosotros única y exclusivamente mediante nuestra incorporación al Cristo personal. Por lo que se refiere a la razón escriturística en que San Pablo parece fundar su argumentación, cuando trata de hacer la aplicación a Cristo, no cabe duda que choca un poco con nuestra mentalidad, y es posible que haya ahí vestigios de su formación rabínica. Desde luego, el Apóstol sabe de sobra que el término descendencia (?????? = hebr. zerah) es un singular colectivo, que normalmente designa no uno, sino muchos individuos, y él mismo lo usa repetidas veces en ese sentido para designar toda la posteridad de Abraham (cf. Rom_4:16; Rom_9:7); sin embargo, el hecho de que la Escritura use el término colectivo descendencia, que puede también designar un solo individuo, y no use el plural descendientes, le permite ilustrar su tesis con esa armonía entre la realidad (de hecho era en Cristo donde se habían de realizar plena y directamente las promesas) y el Antiguo Testamento. Claro que esto supone que en el pensamiento de Pablo no se trata propiamente de una demostración escriturística, sino de una ilustración a base de la Escritura.
Por lo que toca a la segunda de las ideas fundamentales aquí desarrolladas por el Apóstol, es, a saber, cuál sea el verdadero papel de la Ley en la economía divina de salud (v.1g-as), conviene que señalemos algunas de sus expresiones más características. Primeramente, su afirmación de que la Ley fue dada en razón de las transgresiones (??? ?????????? ????? , v.1q), expresión que algunos han interpretado en el sentido de que la Ley fue dada para reprimir el pecado; sin embargo, varios pasajes de la carta a los Romanos, en que el Apóstol toca este mismo tema, nos obligan a dar a dicha expresión más bien sentido contrario: la Ley fue dada para que abundase el pecado (Rom_5:20; cf. 4:15; 7:7). En qué sentido deba extenderse esto ya lo explicamos al comentar esos pasajes. Desde luego, la intención de Dios al dar la Ley no era ciertamente la de que se produjeran transgresiones y aumentasen las caídas; ello se opondría a su infinita santidad y justicia. Sin embargo, dada la malicia humana, ese iba a ser de hecho el resultado de la Ley; y Dios, en sus altos designios, parecidamente a otras ocasiones (cf. Rom_9:17-18), podía permitir y aun poner una causa que de hecho iba a dar ese resultado, con lo que el hombre más fácilmente reconociese su impotencia y desease un Salvador (cf. Rom_7:24-25), cuya obra redentora, aumentados los pecados que había que borrar, brillaría mucho más (cf. Rom_5:20). A esto parecen aludir los v.22-23, que señalan el estado lamentable de dominio del pecado en que, como declara la misma Escritura (cf. Rom_3:10-20), se hallaban todos los hombres bajo el régimen de la Ley, en espera de que llegase la obra de la fe y recibiesen el don gratuito de la promesa mediante la incorporación a Jesucristo. Lo que Pablo, pues, quiere decir es que la Ley no fue dada para vivificar (cf. v.21), sino únicamente mirando a las transgresiones, contentándose con promulgar las penas contra los pecados e incluso provocando de hecho el pecado.
Otra expresión que el Apóstol aplica también a la Ley, y con la que trata de acentuar su inferioridad respecto de la promesa, es la de que fue promulgada por ministerio de ángeles y con intervención de un mediador (v.19). Evidentemente, late aquí, y en el v.20 continúa la misma idea, una confrontación con la promesa. Lo que San Pablo intenta decir es que la Ley tiene carácter de pacto bilateral, en que de una parte está Dios, representado por los ángeles, y de otra está el pueblo, representado por Moisés, que hace de mediador (cf. Deu_5:5); ahora bien, esto trae como consecuencia que el pacto de la Ley puede fallar, si el pueblo no cumple lo prometido, cosa que no puede aplicarse a la promesa, pues ésta no dependió sino de Dios (Dios es uno solo, v,20), fiel siempre, y, por tanto, indefectible 238. La intervención de los ángeles en la promulgación de la Ley (v.19) es idea que no aparece en los libros del Antiguo Testamento, que hablan simplemente de Yaveh (cf. Exo_19:1-25); sin embargo, era una idea corriente admitida en las tradiciones judías, y San Pablo la recoge aquí, igual que había hecho San Esteban (cf. Hec_7:30.38.53) y se hace en Heb_2:2.
Por fin, como conclusión de sus razonamientos, da San Pablo en forma positiva cuál ha sido el verdadero papel de la Ley: hacer de pedagogo (?????????? ) para llevar a Cristo (v.24-25). Antes deshace el reparo de que la Ley, con todas esas sus imperfecciones, esté contra las promesas (v.21a); estaría contra ellas, aclara, si fuese mediante la Ley como obtuviésemos la justificación, conforme pretenden los judaizantes, pues en ese caso la salud o bendición prometida a Abraham ya no se nos daría como un don, sino como una remuneración o salario (v.21b; cf. Rom_4:4-5). Pero no está contra ellas, si su papel se reduce a ser pedagogo para llevar a Cristo. Era el pedagogo en la vida greco-romana un esclavo de confianza, aun rudo y sin ilustración, encargado de vigilar y llevar a la escuela los niños de su señor, refrenando severamente sus caprichos; no estaba excluido, particularmente entre los romanos, el que a veces corriese también a su cargo la enseñanza de las verdades más elementales o primeros rudimentos. El régimen de paedagogium sonaba a severidad y rigor, y los jóvenes romanos consideraban día fausto aquel en que podían decir adiós al paedagogium, por haber llegado a la adolescencia y adquirido la libertad. Pues bien, ¿en qué sentido la Ley es pedagogo que conduce hacia Cristo? Hay autores que se fijan en que una de las misiones del pedagogo era la enseñanza de las verdades elementales, para concluir que es en ese sentido como debe aplicarse dicha expresión a la Ley, en cuanto que Dios, a través de la Ley, fue instruyendo poco a poco al pueblo judío hasta llegar a la plena luz con la venida de Jesucristo. Desde luego, no negamos que eso sea verdad, sobre todo si tomamos el término Ley en sentido amplio, más o menos como equivalente de Antiguo Testamento; pero creemos, dado el contexto, que no es ese el sentido en que dice San Pablo de la Ley que es pedagogo para llevarnos a Cristo. Como se deduce de lo que acaba de decir de ella (cf, v.19.23), y que ahora (v.24) trataría de concretar y resumir bajo la imagen de pedagogo, lo que San Pablo quiere hacer resaltar en la Ley es la idea de tutela y severidad, como la de los inflexibles pedagogos, que no tutelan y castigan simplemente por castigar, sino en interés del protegido. Ese ha sido el oficio de la Ley con sus preceptos y amenazas, e incluso con aumentar el número de caídas, pues así, al mismo tiempo que señalaba al hombre su camino, le hacía reconocer su impotencia, contribuyendo al plan de Dios de buscar la salud por la fe y llevar hacia Jesucristo (cf. Rom_7:24-25).

Conclusión: la verdadera descendencia de Abraham,Rom_3:26-29.
26 Todos, pues, sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. 27 Porque cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis revestido de Cristo. 28 No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o hembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús. 29 Y si todos sois de Cristo, luego sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa.

Estas pocas líneas de San Pablo son de una riqueza de contenido extraordinaria. La idea fundamental es la de nuestra incorporación a Cristo, formando con El un único organismo sobrenatural (v.26-28), lo que, supuesto el v.16, trae como consecuencia nuestro entronque con Abraham, herederos de la promesa, sin necesidad de pasar por la Ley (v.29). Ese sois (v.26), en segunda persona de plural, señala directamente a los destinatarios de la carta; pero es evidente que la tesis es general, con aplicación a todos los cristianos, judíos y gentiles.
La conexión con la narración precedente es clara. Acaba de decir San Pablo que, llegada la fe, ya no estamos bajo el pedagogo (v.25). Pero ¿por qué? Es lo que ahora explica. Sencillamente, porque por nuestra unión a Cristo entramos a participar de sus prerrogativas, con categoría de hijos de Dios (v.26; cf. 4:5-7)5 emancipados de la Ley-pedagogo, en plena posesión ya de nuestra herencia y de nuestros derechos. Esta unión a Cristo es fruto de la fe (v.26) o también fruto del bautismo (v.27), dos afirmaciones que en modo alguno se oponen, como ya dijimos explicando el término fe, en la introducción a la carta a los Romanos.
Es de notar la expresión revestidos de Cristo (v.27), conque el Apóstol trata de explicar el efecto de nuestra unión a Cristo por el bautismo. La imagen es natural y espontánea, encontrándose tanto en los autores profanos como en el Antiguo Testamento (cf. Job_29:14; Isa_52:1), sin que haya motivo para suponer que San Pablo, que la usa repetidas veces (cf. 1Co_15:53; Efe_4:24; Efe_6:11; Col_3:10), la tomara de la práctica de los misterios paganos. Desde luego, no se trata, conforme han fantaseado algunos, de una especie de ubicuidad material de Cristo que nos envolviera a todos, a modo de vestidura, sino de una nueva manera de ser que adquirimos por nuestra unión a El, participando y quedando como empapados de su misma vida divina. Esta fusión, por así decirlo, de nuestra vida en la de Cristo la describe ampliamente San Pablo en Rom_6:3-11, y es tal que el Apóstol no tiene inconveniente en pronunciar la palabra unidad y decir que todos somos uno en Cristo (??? ?? ?????? , v.28), formando, por tanto, un único organismo sobrenatural, cuya unidad arranca de Cristo. Las consecuencias de esta doctrina son inmensas, y San Pablo las apunta suficientemente al decir que por nuestra unión a Cristo han desaparecido las viejas divisiones de raza (judíos-griegos), condición social (siervos-libres) y sexo (varones-hembras), con absoluta igualdad espiritual entre todos los hombres, por encima de cualquier clase de privilegios y particularismos (v.28; cf. Rom_10:12; 1Co_12:13; Col_3:11). Palabras estas inauditas para la mentalidad del mundo antiguo, pero que son pura consecuencia de la doctrina cristiana, aunque en su aplicación se necesitara y necesite a veces extremada prudencia, a fin de no agravar más el mal en vez de remediarlo, como hubiera sucedido en el caso de la esclavitud precipitadamente abolida.
En el v.29, último de la historia, San Pablo resume el tema central del capítulo, sacando la conclusión que se buscaba: Si vosotros estáis interna y vitalmente unidos a Cristo (v.27-28), y Cristo es por derecho propio el heredero de las promesas (v.16), luego también vosotros sois herederos de esas promesas, sin necesidad de someteros a la Ley, que, además, ya no tiene ninguna razón de ser.

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



(A) Prueba 1: La experiencia de los gála(-)tas al recibir primero el Espíritu (3,1-5).
El primer argumento se propone con cinco pre(-)guntas retóricas. 1. vosotros, a cuya vista lo han descrito crucificado: Pablo había predica(-)do a Cristo crucificado (1 Cor 1,23; 2,2) con tanta elocuencia, que incluso lo había «plas(-)mado» ante los gálatas, quizás como hizo Moi(-)sés con la serpiente de bronce (Nm 21,9). La posición del ptc. «crucificado» al final es enfá(-)tica; su tiempo pf. expresa la situación inicia(-)da en el Calvario. 2. ¿recibisteis el Espíritu?: Pablo apela a la experiencia de conversión de los gálatas, cuando recibieron el Espíritu al aceptar con fe su mensaje (véanse 4,6; Rom 8,7-17). En esto eran como otras comunidades cristianas (2 Cor 1,22). Algunos comentaristas restringen el significado de pneuma a «dones carismáticos», como en 1 Cor 12,4-11; pero Pablo no establece la clara distinción de la teo(-)logía posterior entre los dones creados y el don increado del Espíritu que inhabita al cre(-)yente; en este caso, pneuma designa más bien en sentido profundo, escatológico, al Espíritu derramado (? Teología paulina, 82:65). Tras haber mencionado pneuma, Pablo pasa, utili(-)zando vínculos tópicos, a otro significado de la palabra, esta vez en contraste con sarx, «carne». Debido a que las «obras de la ley» no pueden estar nunca en el mismo plano que el Espíritu (2 Cor 3,6-8), han de pertenecer a la esfera de la «carne», es decir, de los hombres terrenos sin regenerar. Sin embargo «carne» tiene aquí otra connotación, además, pues Pa(-)blo alude desdeñosamente a la exigencia de circuncisión -algo hecho a la carne- planteada por los judaizantes. Dado que el pneuma fue el poder con el cual comenzaron a vivir como cristianos (5,18; Rom 8,14-15), ¿cómo pueden abandonar ese don por un signo en la carne? 4. cosas tan grandes experimentadas en vano: Una vuelta a «las obras de la ley» significaría que el Espíritu fue recibido en balde, supuesto que haya sido en vano: Añadido enigmático que manifiesta la esperanza de Pablo de que los gálatas no han de ceder a esa nueva fascinación. Otra posible traducción: «ya que de hecho serían en vano» (BAGD 152). Expresa(-)ría entonces el pesar de Pablo. 5. cuando os suministra el Espíritu y realiza prodigios entre vosotros: El sujeto es Dios, como en 1 Tes 4,8; Gál 4,6; 1 Cor 12,6; 2 Cor 1,22. En este caso los dynameis, «milagros», se dan junto con el Es(-)píritu; en otros lugares proceden del Espíritu (1 Cor 12,11; Rom 15,19). Se usan en un senti(-)do complementario, pues ningún don les llegó a los gálatas por haber realizado «obras de la ley». Así lo prueba fehacientemente su propia experiencia.

22 (B) Prueba 2: La experiencia de Abrahán y las promesas que Dios le hizo (3,6-26). En este momento Pablo pasa a desa(-)rrollar su argumento escriturístico en favor de su tesis; es una elaboración midrásica de deta(-)lles de la historia de Abrahán de Gn. Proba(-)blemente representa la remodelación de un ar(-)gumento teológico utilizado a menudo en su labor misionera entre gentiles o cristianos de origen gentil, bajo la presión de la oposición judía. Al escribir a los gálatas, adapta el argu(-)mento a su situación (véase W. Koepp, WZUR 2 [1952-53] 181-87). El tema de su primer ar(-)gumento es que quienes tienen fe son los ver(-)daderos hijos de Abrahán y los herederos de las promesas que Dios le hizo. Los cristianos de Galacia son como Abrahán, que fue justo a los ojos de Dios, no por «obra» alguna, sino por la fe. Pablo no insinúa que Abrahán fuera un pecador antes de creer en Yahvé y que des(-)pués sólo fuera considerado justo por cierta ficción legal. Simplemente insiste en que la condición de justo de Abrahán fue el resultado de la fe (cf. Rom 4,3). Nótese la inclusión que marca la primera parte de este argumento: ek písteos (3,7a) y dia tés písteos (3,14c). 6. lo mis(-)mo que Abrahán prestó fe a Dios...: Cita implí(-)cita de Gn 15,6. 7. los que tienen fe: Lit., «los de fe», expresado así, vagamente, sin especificar objeto alguno. 8. la Escritura preveía... y pro(-)clamó: Una conocida personificación judía de la Escritura (Str-B 3. 358) supone su origen di(-)vino; así Pablo insinúa que incluso desde anti(-)guo la justicia por la fe formaba parte del plan divino de salvación para todos los hombres. Su evangelio, predicado ahora por igual a ju(-)díos y griegos (Rom 1,16), fue anunciado pri(-)mero a Abrahán, el patriarca, en ti serán ben(-)ditas: Alusión a Gn 18,18 ó 12,3. En Gn, la promesa de Yahvé significaba inmediatamen(-)te una progenie numerosa y la posesión de Canaán. El significado del vb. en la forma hebr. de la bendición de Gn es objeto de discusión (? Génesis, 2:20). Pablo lo entiende como pa(-)sivo, lo cual refleja un modo corriente de en(-)tender el texto entre los judíos (véase Gn 48,20; cf. Jr 29,22). Los gentiles podrían tener parte en las bendiciones prometidas a Abra(-)hán, siempre y cuando adoraran a Yahvé y se sometieran a la circuncisión. Pablo, sin em(-)bargo, insiste en que la Escritura previo la par(-)ticipación de los cristianos en las bendiciones de Abrahán, en su calidad de hijos de Abrahán por la fe en Cristo Jesús. 9. con Abrahán, el cre(-)yente: El epíteto preferido por los judíos para referirse a Abrahán, pistos, «fiel», «leal» (1 Mac 2,52; 2 Mac 1,2; Eclo 44,20; Filón, Depost. Caini 173), es utilizado por Pablo en este caso con un matiz personal: quienes creen como Abra(-)hán son sus «hijos» (3,7) y de ese modo ten(-)drán parte en las bendiciones que a él se le prometieron.

23 10. los que dependen de las obras de la ley: Esta frase de Pablo (lit., «los [que son] de las obras de la ley») es paralela de su otra ex(-)presión, «los [que son] de la fe» (3,7). están ba(-)jo una maldición: Explicado por Dt 27,26; cf. 28,58-59. Para Pablo, la ley no podía transmi(-)tir las bendiciones de Abrahán; imponía más bien una maldición, al obligar a los que esta(-)ban sometidos a ella a llevar la carga de guar(-)dar todas sus palabras. Esta obligación fue im(-)puesta a la humanidad de manera extrínseca, sin que se diera ayuda alguna para cumplirla (véase Rom 8,3). Tras haber citado el texto del AT que formula una maldición contra quienes no obedecen la ley, Pablo pasa a demostrar que el AT mismo enseña que la auténtica vida viene por la fe. 11. el justo vivirá por la fe: El argumento de Escritura continúa con la cita de Hab 2,4, citado como en Rom 1,17 (? Ro(-)manos, 51:21; cf. J. A. Fitzmyer, TAG 236-46). Para una persona justa, la vida procede de la fe, no de la observancia de la ley. Pablo utiliza los LXX y entiende pistis en su personal senti(-)do profundo de fe cristiana. Tal «fe» produci(-)rá «vida» en el sentido más pleno de la pala(-)bra. 12. la ley no depende de la fe: El principio de la ley es más bien la observancia universal de sus prescripciones; cf. Lv 18,5, «Quien las cumpla encontrará vida por ellas». Aunque el texto de Lv enseña que el observante de la ley obtiene vida de su observancia, y Pablo podría en otro contexto admitir tal cosa (Rom 2,13), en esta ocasión su atención se centra en la ex(-)presión «por ellas» (es decir, por las minucio(-)sas «obras de la ley»). Esas cosas, insiste Pa(-)blo, nada tienen que ver con la fe. Los cristianos de origen gentil, que creen en Cris(-)to y han llegado a la fe en él como Kyrios, no pueden ahora recurrir a una búsqueda de la justicia mediante la observancia de tales deta(-)lles, sean pocos o muchos. 13. Cristo nos ha rescatado [especialmente a los cristianos de ori(-)gen judío] de la maldición de la ley: La ley, con sus múltiples prescripciones, esclavizó a los judíos (5,1), y la humanidad ha sido liberada de esa esclavitud por la «adquisición» de Cris(-)to (1 Cor 6,10; 7,23). Lo mismo que en el AT Yahvé «adquirió» a su pueblo liberando a los hebreos de la servidumbre egipcia y por medio de su alianza (Éx 19,5-6; Is 43,21; Sal 73,2), así Cristo con su sangre de la alianza, derramada en la cruz, «compró» a su pueblo. Esta adqui(-)sición emancipó al pueblo de Dios de la ley y su maldición (5,1). Sobre el vb. exagorazein, ? Teología paulina, 82:75. haciéndose por no(-)sotros maldición: Con una asociación libre, Pablo pasa ahora de un significado de «maldi(-)ción» a otro: de la «maldición» pronunciada contra quien no observa todas las prescripcio(-)nes de la ley (Dt 27,26), a la «maldición» con(-)creta pronunciada en la ley contra quien cuel(-)ga de un árbol (Dt 21,23, que Pablo cita a continuación). Esta última iba dirigida contra el cadáver de un criminal ejecutado, expuesto para disuadir del crimen (Jos 10,26-27; 2 Sm 4,12). En cuanto maldito a los ojos de Dios, profanaba la tierra de Israel; de ahí que no de(-)biera permanecer suspendido más allá de la puesta del sol. En la época romana, cuando la crucifixión se convirtió en una medida puniti(-)va frecuente, ese versículo del AT se aplicó a ella (véase J. A. Fitzmyer, TAG 125-46). La Igle(-)sia primitiva consideraba la crucifixión un «colgar» de un árbol (Hch 10,39; cf. 1 Pe 2,24), y esta idea subyace tras la referencia de Pablo a Cristo crucificado como «maldición». Al ci(-)tar Dt 21,23, Pablo omite con delicadeza «por Dios», y así excluye claramente la idea sugeri(-)da por comentaristas posteriores de que Cris(-)to fue maldecido por el Padre. La imagen de Pablo es audaz; aun cuando ofrece sólo «una analogía remota y material» (Lyonnet) con un cadáver suspendido tras la ejecución, no se de(-)be rebajar. El versículo se debe entender en conexión con 2,19: Cristo fue crucificado «me(-)diante la ley». Al morir como alguien sobre quien caía una maldición de la ley, Pablo ve que Cristo encarna la totalidad de la maldi(-)ción de la ley «por nosotros» (no dice cómo). Cristo murió a la ley, y en su muerte morimos de manera vicaria nosotros (2 Cor 5,14). 14. podamos recibir el Espíritu prometido: Prome(-)tido, no a Abrahán, sino al pueblo de Israel por medio de los profetas (Ez 36,26; 37,14; 39,39; J1 2,28).

24 15. Otra elaboración midrásica de la historia de Abrahán (3,15-26). nadie puede anular o alterar el testamento de un hombre: Sólo el testador puede hacerlo, por cancela(-)ción o codicilo, pero nadie más. Con mayor ra(-)zón será imposible que el testamento de Dios, manifiesto en sus promesas y alianza, sea alte(-)rado por la ley, que llegó más tarde y fue pro(-)mulgada por ángeles (3,19). Pablo juega con el significado de diathéké, que en griego helenís(-)tico significaba «última voluntad y testamen(-)to». Los traductores de los LXX la habían uti(-)lizado (en vez de synthéké, «tratado») para ex(-)presar el hebr. bérit, «alianza», probablemente porque caracterizaba mejor el tipo de alianza que Dios había hecho con Israel, en la cual, co(-)mo en un tratado de vasallaje, el señor estable(-)cía estipulaciones que Israel debía obedecer. Pablo empieza su examen utilizando diathéké en el sentido helenístico, pero poco a poco va pasando al sentido de los LXX (3,17). 16. a Abrahán y a su descendencia: Lit., «su simien(-)te» (col. sg.). Cf. Gn 15,18; 17,7-8; 22,16-18. En hebreo, el pl. de zera no se usa para designar descendientes humanos, pero en griego spermata sí se usa de esa manera. Pablo, por tanto, juega con la diferencia e interpreta el sg. hebr. zera como una referencia al Cristo histórico. Este versículo interrumpe el argumento inicia(-)do en 3,15, pero va preparando para 3,19b, al insinuar que las promesas de la alianza son la verdadera base de la relación de los hombres con Dios. 17. cuatrocientos treinta años des(-)pués: El tiempo de la estancia de Israel en Egipto según Ex 12,40-41 (TM). Los LXX dan el mismo período de tiempo para la estancia de Israel tanto en Egipto como en Canaán; pe(-)ro cf. Gn 15,13; Hch 7,6. En realidad, los cál(-)culos pueden contener un error de unos 200 años (? Exodo, 3:24), pero ello no afecta al ar(-)gumento de Pablo. La disposición (diathéké) unilateral establecida para Abrahán no fue al(-)terada por las posteriores obligaciones im(-)puestas en la ley mosaica. Se rechaza así lo que sostienen los judaizantes: que las prome(-)sas de la alianza se condicionaron posterior(-)mente a la realización de «obras de la ley». 18. si la herencia [de la promesa] depende de la ley: Se convertiría en un asunto bilateral, destru(-)yendo así la noción misma de promesa. En los LXX, kléronomia es el término aplicado por excelencia a la «herencia» de la tierra de Ca(-)naán; en este caso denota más bien las bendi(-)ciones prometidas a Abrahán en general. 19. se añadió para producir las transgresiones: Lit., «a causa de las transgresiones». Algunos co(-)mentaristas antiguos intentaron interpretar esta expresión en el sentido de «restringir las transgresiones», pero su sentido resulta claro a la luz de Rom 4,15; 5,13-14.20; 7,7-13. Una ley se hace para poner fin a los crímenes, pero no para poner fin a las transgresiones de una prescripción legal, que sólo pueden empezar con la ley. hasta que llegara el descendiente: La ley fue una medida provisional utilizada por Dios; véase 3,24-25. promulgada por medio de ángeles: Eco de una creencia judía contempo(-)ránea, según la cual a Moisés le dieron la ley unos ángeles, no Yahvé en persona (véase Dt 33,23 LXX; Josefo, Ant. 15.5.3 § 136; Jub 1,27-29; Hch 7,53; Heb 2,2). La ley fue una medida transitoria, pero además su modo de promulga(-)ción pone de manifiesto su inferioridad cuando se compara con las promesas hechas directa(-)mente por Dios, por un mediador: Moisés; véan(-)se las vagas alusiones de Lv 26,46 y Dt 5,4-5. Esta es la interpretación más probable de una expresión tremendamente discutida (véa(-)se A. Vanhoye, Bib 59 [1978] 403-11 para otra interpretación). 20. no se necesita intermedia(-)rio para una sola parte: Como principio, esto no es necesariamente verdad, porque un indi(-)viduo puede utilizar un representante, pero Pablo piensa en los promulgadores angélicos como una pluralidad que andaba en tratos con Israel, otra pluralidad. De ahí que necesitaran un mediador. Así, la ley es inferior a las pro(-)mesas de la alianza, que Yahvé hizo directa(-)mente sin mediador alguno (véase J. Bligh, TS 23 [1962] 98). 21. capaz de dar vida: Opinión de Pablo sobre la deficiencia básica de la ley: dice a la gente lo que debe hacer, pero es inca(-)paz de «dar vida»; véanse 3,11 y Rom 8,3. 22. la Escritura: Esp. la ley y los textos citados en Rom 3,10-18. encerró a todos en el pecado: Rom 11,32 indicaría que «todos» se refiere a los hombres, pero panta, al ser neut., puede re(-)ferirse a los efectos más amplios que tuvo so(-)bre toda la creación el estado en que existía la gente antes de Cristo (cf. Rom 8,19-23). 23. con vistas a la revelación venidera de la fe: El reinado de la ley fue decretado por Dios para preparar el reinado de la libertad cristiana (véase 4,3). 24. nuestro guardián: Lit., «ayo», «encargado de la disciplina», aquel cuyo co(-)metido era llevar y traer al muchacho de la es(-)cuela y vigilar sus estudios y conducta mien(-)tras era menor de edad. La terminación de tal disciplina llegó con Cristo, el «fin de la ley» (Rom 10,4). La libertad respecto a tal discipli(-)na llegó con la justicia mediante la fe en Cris(-)to. 26. hijos de Dios: La adopción filial es la nueva relación de los cristianos con Dios, al(-)canzada «a través de Cristo», o posiblemente «en unión con» él. La expresión en Christó no depende de písteos; no significa «fe en Cristo Jesús». La fórmula indica más bien el modo de la unión con Cristo, el Hijo, a raíz de la fe y el bautismo (véase A. Grail, RB 58 [1951] 506).

25 (C) Prueba 3: La experiencia de los cristianos en el bautismo (3,27-29). La ex(-)periencia que los gálatas tuvieron en la fe y el bautismo apoya lo que sostiene Pablo. 27. bautizados en unión con Cristo: El bautismo es el complemento sacramental de la fe, el rito por el cual una persona alcanza la unión con Cristo y manifiesta públicamente su compro(-)miso. Para la prep. eis como expresión de un movimiento inicial de incorporación, ? Teolo(-)gía paulina, 82:119. revestidos de Cristo: Como de una vestidura. En este punto Pablo, o toma prestada una imagen de las religiones mistéri(-)cas gr., en las que el iniciado se identificaba con el dios poniéndose las ropas de éste (véa(-)se BAGD 264), o utiliza una expresión del AT aplicada a la adopción de las disposiciones morales o la actitud de otro (Job 29,14; 2 Cr 6,41). Tal como Pablo utiliza la expresión en Rom 13,14, parece tener este segundo matiz (véase V. Dellagiacoma, RivB 4 [1956] 114-42). 28. todos sois uno: Las diferencias secundarias desaparecen por el efecto de esta incorpora(-)ción primordial de los cristianos al cuerpo de Cristo mediante «un solo Espíritu» (1 Cor 12,13); véanse además M. Boucher, CBQ 31 (1969) 50-58; J. J. Davis, JETS 19 (1976) 201-8. Tal unidad en Cristo no entraña igualdad política en la Iglesia o la sociedad.

Comentario de Santo Toms de Aquino


Lección 3: Gálatas 3,6-9
Por la Escritura se comprueba la virtud de la fe y se muestra que de ella es la santidad del Espíritu Santo.
6.Según está escrito, creyó Abraham a Dios, y se le reputó por justicia.
7.Sabed, pues, que los qué son de la fe, ésos son hijos de Abraham.
8.Así es que previendo la Escritura (porque por la fe justifica Dios a los Gentiles) de antemano lo anunció a Abraham: benditas serán en ti todas las naciones.
9.Luego los que de la fe viven, ésos son benditos con el fiel Abraham.
Arriba probó el Apóstol por la experiencia la virtud de la fe y la insuficiencia de la Ley; y aquí prueba lo mismo por autoridades y razones. Y primero prueba la virtud de la fe porque justifica; segundo, con esto mismo prueba la insuficiencia de la Ley. Porque todos los que se apoyan en las obras de la Ley, etc. (Gal 3,10). Y primero lo prueba utilizando un silogismo. De aquí que acerca de esto hace tres cosas. La primera, mostrar la menor; la segunda, la mayor: Así es que previendo la Escritura, etc.; la tercera, inferir la conclusión: luego los que de la fe viven, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero propone cierta autoridad, de la cual deduce la menor; segundo, la expresa: sabed, Rúes, etc. Así es que dice: en verdad la justicia y el Espíritu Santo viene de la fe, según está escrito -Génesis 15,6- y se confirma en Romanos,4,22-23: que creyó Abraham a Dios, y se le reputó por justicia. En lo cual débese notar que la justicia consiste en el pago de lo debido; y el hombre debe algo a Dios, y algo a sí mismo, y algo al prójimo. Pero que se deba algo a sí mismo y le deba algo al prójimo, esto es por Dios. Luego la justicia perfecta es pagarle a Dios lo que le corresponde. Porque si te pagas a ti mismo o le pagas al prójimo lo debido, y no lo haces por Dios, más bien eres perverso que justo, por poner el fin en el hombre. Porque de Dios es cuanto hay en el hombre, tanto el entendimiento como la voluntad y el cuerpo mismo; pero en cierto orden, porque las cosas inferiores se ordenan a las superiores, y las exteriores a las internas, a saber, al bien del alma, siendo en el hombre lo supremo la mente. Por lo cual lo primero en la justicia del hombre es que la mente del hombre se subordine a Dios, y esto se hace por la fe. Cautivamos todo pensamiento a la obediencia de Cristo (2Co 10,5).
Así es que en todas las cosas se debe decir que Dios es el primer principio en la justicia, y quien le da a Dios lo sumo, que en sí mismo es, subordinándole la mente, es justo a la perfección. Los que se rigen por el espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios (Rm 8,14). Y por eso dice: creyó Abraham a Dios, esto es, sujetó su mente a Dios por la fe. Confía en Dios, y El te sacará a salvo (Eccli 2,6). Vosotros los temerosos del Señor, aguardad con paciencia su misericordia (Eccli 2,7).-Y se le reputó por justicia, esto es, la misma creencia y la propia fe fue para él y es para todos los demás causa suficiente de justicia; y lo que se le reputa a justicia exteriormente por los hombres, interiormente es dado por
Dios, quien por la caridad operante justifica a los que tienen fe, perdonándoles los pecados. Pues bien, de esta autoridad concluye la proposición menor, diciendo: sabed, pues, etc. Como si dijera: Se dice que es hijo de otro el que sus obras imita: así es que si vosotros sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham (Jn 8,39). Porque Abraham no trató de justificarse por la circuncisión sino por la fe; así es que los que quieren justificarse por la fe son hijos de Abraham. Y esto es lo que dice Pablo. Porque Abraham es justo por la fe, por haberle creído a Dios, y esto se le reputó a justicia: Sabed, pues, que aquellos que son de la fe, esto es, que por la fe creen justificarse y salvarse, ésos son hilos de Abraham, por imitación y educación. Los hijos de la promesa son los considerados como descendencia (Rm 9,8). En Lucas 19,9 se dice de Zaqueo: El día de hoy ha sido de salvación para esta casa: pues que también éste es hijo de Abraham. Poderoso es Dios para de estas piedras, esto es, de los Gentiles, suscitar hijos de Abraham (Mt 3,9), es claro que en cuanto los hace creyentes.
En seguida, cuando dice: Así es que previendo la Escritura, etc., asienta la mayor, la cual consiste en que a Abraham se le predice que en su descendencia serán benditas todas las naciones. Y esto lo dice así: Así es que previendo la Escritura. Presenta a Dios habiéndole a Abraham y dice (Sen 12,3) que Dios le predijo a Abraham que en Ti, esto es, en aquellos que a semejanza tuya serán hijos tuyos en la imitación de la fe, serán benditas todas las naciones.. .-Vendrán muchos del Oriente y del Occidente, etc. (Mt 8,2).
En seguida, cuando dice: pues los que son de la fe, etc., de las premisas infiere la conclusión. De modo que así puede construirse el argumento: Dios Padre anunció a Abraham que en su descendencia serían benditas todas las naciones; es así que los que desean justificarse por la fe son hijos de Abraham; luego los que de la fe viven, o sea, quienes desean justificarse por la fe, ésos son benditos con el fiel -esto es, con el creyente- Abraham.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

La Ley y la fe. En contraste con esta experiencia de vida en Cristo, la actitud de los gálatas no tiene explicación para Pablo. Por dos veces los llama insensatos. ¿No habrán sido víctimas de las artes de brujería -es el término que usa- de los «falsos hermanos»? A través de una serie de preguntas apela a su experiencia cristiana y a que comparen su vida anterior con la de ahora. ¿Hay algo más convincente que la experiencia? Con un incisivo y retórico «quiero que me expliquen» (2) los desafía a confesar si fue la observancia de la Ley, que por cierto ellos todavía no conocían, o por el contrario, la fe en el evangelio que él les predicó, lo que produjo la efusión de los dones del Espíritu. La respuesta es obvia.
La poderosa obra del Espíritu en las comunidades que el Apóstol fundó es el fruto constante de su evangelización (cfr. 1Ts_1:5; 2Co_12:12). Eso está a la vista de los gálatas, quines han experimentado este poder en los grandes acontecimientos y milagros de los que han sido testigos. Con la lógica implacable del rabino que lleva dentro, Pablo quiere hacerles ver lo bajo que han caído o están a punto de caer si aceptan ahora la Ley como condición de salvación: del dominio del Espíritu, han caído en el dominio de la carne (3), en alusión desdeñosa a la marca de la circuncisión, símbolo del sometimiento a la Ley. Como de costumbre, el Apóstol usa un fuerte contraste de palabras para causar más impacto.
¿Habrá sido todo en vano? Pablo no acaba de creérselo, por eso dice que es «imposible que haya sido en vano» (4), como esperando que el Espíritu, que sigue presente en las comunidades, los haga reaccionar. De la experiencia, pasa ahora el Apóstol al argumento de las Escrituras, colocando los textos que cita en el horizonte de la fe y dándoles así un nuevo significado. El Apóstol no está forzando los textos para beneficio de sus argumentos, sino que contempla su profunda significación, solo ahora desvelada en la muerte y resurrección de Jesús.
Es desde esta perspectiva desde la que ve a Abrahán convertido en amigo y servidor de Dios gracias al acto de fe por el cual se fió y puso su destino en las manos de su creador: «creyó en Dios y esto le fue tenido en cuenta para su justificación» (6). Es como si el Patriarca hubiera dado una respuesta anticipada al anuncio del Evangelio. Este acto pionero de fe, prosigue Pablo, es el que constituyó a Abrahán en padre de todos los creyentes. Quien repita esta actitud del Patriarca entronca con él, es descendiente suyo, aunque sea de otra raza y de otro pueblo, pues en él «todas las naciones serán benditas» (8), judíos y paganos. La circuncisión y la Ley vinieron después (cfr. Rom_4:11) y estaban orientadas, como sello y confirmación, a esta respuesta de fe de Abrahán y sus descendientes.
Dicho esto, el Apóstol se enfrenta ahora con la Ley (10-13). A causa del pecado del pueblo judío, esta Ley quedó pervertida cuando, en vez de llevarles a depender de Dios para su salvación, les hizo creer que se salvaban por sus propios méritos adquiridos por la observancia de la Ley y garantizados por la circuncisión. Así cayeron en la «maldición», en oposición a la «bendición» prometida en Abrahán. En la mente de Pablo parecen resonar las palabras de Habacuc, su texto favorito. El profeta maldice al hombre hinchado por la arrogancia y la fanfarronería que le producen sus propios éxitos, en cambio «el inocente, por fiarse, vivirá» (Hab_2:4).
Pablo llega a decir que la dinámica de esta maldición de la Ley es lo que llevó a Jesucristo a la muerte y «nos rescató de la maldición de la Ley sometiéndose él mismo a la maldición por nosotros» (13). Y fue en esta muerte donde se reveló el misterio de salvación. Cristo, cargando con esta maldición, nos libera de ella y aplica y extiende a todos la «bendición» prometida a Abrahán, la cual se hace ahora en el don del Espíritu. Como siempre, Pablo tiene en la mente «no sólo» a la Ley judía, sino a todo producto del orgullo humano que lleve al hombre a constituirse en señor de sí mismo y artífice de su propio destino frente a su creador. Este «orgullo» que tantas violencias e injusticias ha causado en la torturada historia humana es a lo que el Apóstol llama la «maldición de la Ley».

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter III.

[The seed of Abraham.]

1 He asketh what moued them to leaue the faith, and hang vpon the Law? 6 They that beleeue are iustified, 9 & blessed with Abraham. 10 And this he sheweth by many reasons.
1 O foolish Galatians, who hath bewitched you, that you should not obey the trueth, before whose eyes Iesus Christ hath been euidently set forth, crucified among you?
2 This onely would I learne of you, receiued ye the spirit, by the works of the Law, or by the hearing of faith?
3 Are ye so foolish? hauing begun in the Spirit, are ye now made perfect by the flesh?
4 Haue ye suffered [ Or, so great.] so many things in vaine? if it be yet in vaine.
5 He therfore that ministreth to you the Spirit, and worketh miracles among you, doeth he it by the workes of the Law, or by the hearing of faith?
6 Euen as Abraham beleeued God, and it was [ Or, imputed.] accounted to him for righteousnesse.
7 Knowe yee therefore, that they which are of faith, the same are the children of Abraham.
8 And the Scripture foreseeing that God would iustifie the heathen through faith, preached before the Gospel vnto Abraham, saying, [ Cen.12.3.] In thee shall all nations be blessed.
9 So then, they which bee of faith, are blessed with faithfull Abraham.
10 For as many as are of the works of the lawe, are vnder the curse: for it is written, [ Deu_27:26 .] Cursed is euery one that continueth not in all things which are written in the booke of the Law to doe them.
11 But that no man is iustified by the Lawe in the sight of God, it is euident: for, [ Abac.2.4; Rom_1:17 .] The iust shall liue by faith.
12 And the Law is not of faith: but [ Lev_18:5 .] the man that doeth them, shall liue in them.
13 Christ hath redeemed vs from the curse of the Law, being made a curse for vs: for it is written, [ Deu_21:23 .] Cursed is euery one that hangeth on tree:
14 That the blessing of Abraham might come on the Gentiles, through Iesus Christ: that wee might receiue the promise of the Spirit through faith.
15 Brethren, I speake after the maner of men: though it be but a mans [ Or, testament.] couenant,

[The seed of Abraham.]

yet if it bee confirmed, no man disanulleth, or addeth thereto.
16 Now to Abraham and his seede were the promises made. He saith not, And to seeds, as of many, but as of one, And to thy seed, which is Christ.
17 And this I say, that the Couenant that was confirmed before of God in Christ, the Lawe which was foure hundred and thirtie yeres after, cannot disanul, that it should make the promise of none effect.
18 For if the inheritance bee of the Law, it is no more of promise: but God gaue it to Abraham by promise.
19 Wherefore then serueth the Law? it was added because of transgressions, till the seed should come, to whome the promise was made, and it was ordeyned by Angels in the hand of a Mediatour.
20 Now a mediatour is not a Mediatour of one, but God is one.
21 Is the Lawe then against the promises of God? God forbid: for if there had beene a Lawe giuen which could haue giuen life, verily righteousnesse should haue bene by the Law.
22 But the Scripture hath concluded all vnder sinne, that the promise by faith of Iesus Christ might be giuen to them that beleeue.
23 But before faith came, wee were kept vnder the Law, shut vp vnto the faith, which should afterwards bee reuealed.
24 Wherefore the Law was our Schoolemaster to bring vs vnto Christ, that we might be iustified by Faith.
25 But after that Faith is come, we are no longer vnder a Schoolemaster.
26 For ye are all the children of God by faith in Christ Iesus.
27 For as many of you as haue bene baptized into Christ, haue put on Christ.
28 There is neither Iewe, nor Greeke, there is neither bond nor free, there is neither male nor female: for ye are all one in Christ Iesus.
29 And if yee be Christs, then are ye Abrahams seed, and heires according to the promise.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



La promesa dada a Abraham. La cita de Gén. 15:6 se convierte en factor clave para Pablo, y utilizará nuevamente ese pasaje en Rom. 4 donde amplía la significación de Abraham. Lo que quiere decir es simple: si Dios consideró justo a Abraham porque éste creyó, entonces seguramente los verdaderos hijos de Abraham son aquellos que creen como él creyó (cf. Rom. 4:11, 12). Además, Pa blo toma otra cita de Gén. que hace hincapié en la importancia de la vida de Abraham para los gentiles: En ti serán benditas todas las naciones (Gén. 18:18; 22:18; cf. Gén. 12:3; 26:4; 28:14). Es como si el evangelio de la libertad que predica Pablo hubiera sido predicado ya desde mucho antes que viniera Cristo.

Luego de identificar el carácter de la relación de Dios con Abraham (6-9), el Apóstol continúa presentando una proposición negativa en los vv. 10-14: la justificación debe venir por la fe y no por la ley, porque la ley no puede justificar. El argumento central se encuentra en los vv. 11 y 12, y se apoya con dos citas, una de Hab. y otra de Lev. La primera (Hab. 2:4) se traduce generalmente (como en la RVA), el justo vivirá por la fe. (La expresión gr. utilizada por Pablo, aunque no así el correspondiente texto heb. del AT que él cita, puede traducirse también como el [que es] justo por la fe, vivirá). Este pasaje es fundamental para la enseñanza de Pablo. Por cierto, la cita sirve como el tema básico a partir del cual escribió Rom. (Rom. 1:16, 17).

Dado que el texto heb. puede traducirse más naturalmente como el justo vivirá por su fidelidad, algunos han argumentado que Pablo está citando mal el AT, con lo que parece estar instando a la obe diencia a la ley de Dios. Sin embargo, Hab. 2:4 es en sí misma una clara alusión a Gén. 15:6 (ambos pasajes usan las raíces heb. básicas para las palabras justicia y fe/fidelidad). Quizá el profeta haya tenido en mente la totalidad de la vida llena de fe de Abraham, incluyendo la disposición del patriarca para sacrificar a Isaac, pero seguramente esa vi da debe ser considerada como un resultado del acto inicial de fe. Aunque en el cap. 3 Pablo no desarrolla las implicaciones éticas de la fe, se deduce claramente de 5:13-6:10 (y de Rom. 6-8) que él consideraba la vida de obediencia (fidelidad) como inseparable de la fe que justifica. El Apóstol no utiliza Hab. 2:4 para propósitos que contradicen al original. Hasta podría argumentarse que su teología de la fe y la justicia tienen su origen en la dependencia de Hab. del modelo de Abraham.

También es problemática la forma en que Pablo parece poner a Hab. 2:4 en oposición con Lev. 18:5, el que hace estas cosas vivirá por ellas, con la inferencia de que la ley no se basa en la fe (lit., la ley no es de la fe). Sin lugar a dudas, el Apóstol reconoce un contraste fundamental entre la administración mosaica y el ministerio del evangelio (cf. 2 Cor. 3:6-18). Pero, ¿significa esto que considera que la ley en sí misma se opone al principio de la fe? Por cierto que no, como lo deja en claro el contexto del cap. 3, especialmente el v. 21. El enfoque de este pasaje es el papel que desempeña la ley en la obtención de la herencia, la justicia y la vida abrahámica (ver especialmente el v. 18). La ley sería contradictoria, en efecto, del principio de la fe si su propósito fuera el de justificar. En otras palabras, fueron los mismos judaizantes (muy posiblemente apelando a Lev. 18:5 para basar su oposición) quienes pusieron en bandos opuestos a la ley y a la promesa, diciéndoles a los gentiles que para recibir la promesa de Abraham debían someterse a la observación de la ley.

De cualquier forma, Pablo utiliza el contraste entre estos dos textos (Hab. 2:4 y Lev. 18:5) como prueba de que la ley no puede ofrecer justicia. No obstante, el argumento se refina aun más con otras dos citas (vv. 10 y 13). La pri mera es de Deut. 27:26 que echa una maldición sobre todo aquel que no cumple todas las obras de la ley (en otras palabras, la ley maldice en lugar de justificar). La se gunda cita es de Deut. 21:23, que Pablo toma como anticipo de la obra de Cristo, que llevó nuestra maldición. No debemos desesperarnos ante la in capacidad de la ley para justificar y su poder para maldecir. Cristo, a través de su muerte, nos libró (redimió) de esa maldición, y como consecuencia concretó la promesa abrahámica por medio del Espíritu (14).

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



6. Gen_15:6. Ver Rom_4:3.

8. Gen_12:3; Gen_18:18.

10. Deu_27:26. Ver Rom. 7.

11. Hab_2:4. Ver Rom_1:17; Heb_10:38.

12. Lev_18:5.

13. Deu_21:23. Ver Rom_8:3; 2Co_5:21; Col_2:14. Ver nota 2. 19.

16. Gen_13:15.

18. Pablo contrapone la "Ley" a la "promesa", para destacar la gratuidad de la "herencia" que Dios concede a los que creen en su Palabra. Si esta herencia estuviera condicionada por la observancia de la Ley, sería una recompensa a los méritos del hombre, y no un don. Dios no condiciona sus dones, sino que los concede gratuitamente, en virtud de su promesa, es decir, de una libre iniciativa de su gracia. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios. Ver Rom_4:2, Rom_4:13-17.

19. Ver nota Hec_7:53.

20. Este versículo enfatiza nuevamente la superioridad de la "promesa" respecto de la "Ley": en la promulgación de la Ley, intervinieron los ángeles y Moisés, como mediadores entre Dios y el pueblo de Israel. En la promesa, por el contrario, no intervino ningún mediador, sino solamente Dios.

24. "Preceptor", en griego "pedagogo", no era un maestro o educador, sino el esclavo que se ocupaba de la disciplina de los niños y los llevaba a la escuela.

28. Ver Col_3:11.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

Movido por el amor a los gálatas, Pablo sufre porque se han olvidado de que la salvación viene sólo de Jesucristo y no de la Ley. Ellos son testigos de que han recibido la justificación sin oír hablar siquiera de la Ley, puesto que han recibido el Espíritu Santo antes de la llegada de los judaizantes (vv. 1-5). Basta que recuerden los carismas que se han manifestado entre ellos.

Por otra parte está el ejemplo de Abrahán (vv. 6-9). El Señor le prometió la bendición para su descendencia, estableció con él una Alianza y le justificó no por las obras de la Ley, que no había sido aún promulgada, sino por su fe (cfr Rm 4,1) de la misma forma, todos los que han creído y creerán en Dios como Abrahán serán de verdad descendientes suyos y recibirán también la bendición divina.

Por último, la Ley de Moisés, lejos de traer la salvación, es causa más bien de muerte espiritual, en cuanto que todo precepto lleva consigo la pena que se deriva de su incumplimiento (vv. 10-14). El Señor nos libró de la maldición de la Ley al cargar voluntariamente con el castigo que merecía el pecado del hombre (v. 13). Por tanto, someterse de nuevo a la Ley equivaldría a considerar superfluo el sacrificio de nuestro Redentor.


Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 3.6 Gn 15.6; Ro 4.3.

[2] 3.8 Gn 12.3.

[3] 3.10 Dt 27.26.

[4] 3.11 El justo por la fe vivirá: Hab 2.4; véase Ro 1.17 nota d.

[5] 3.12 Lv 18.5.

[6] 3.13 Nos rescató: Véase Ro 3.24 nota m.

[7] 3.13 Dt 21.23.

[8] 3.16 Gn 12.7.

[9] 3.17 Cuatrocientos treinta años después: alusión a Ex 12.40, según la versión griega (LXX), donde esta cifra incluye el tiempo que los israelitas estuvieron en Canaán y Egipto, o sea desde Abraham hasta Moisés.

[10] 3.19 Por medio de ángeles: Cf. Hch 7.53; Heb 2.2.

[11] 3.22 Cf. Sal 14.3, y también Ro 3.10-19; 11.32.

[12] 3.27 Cf. Ro 6.3-5.

[13] 3.28 Ro 10.12; 1 Co 12.13; Col 3.11.

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*3:1-5:12 A partir de aquí la argumentación paulina se funda principalmente en la Escritura, tiene a Abrahán como punto de referencia principal y se divide en dos momentos, cuyo inicio respectivo marcan los apóstrofes Gál 3:1-5 y Gál 4:8-11. .

Torres Amat (1825)



[3] En las ceremonias de la ley.

[6] Gen 15, 6; Rom 4, 3.

[8] Gen 12, 3; Ez 44, 20.

[10] Deut 27, 26.

[12] Lev 18, 5.

[13] Deut 21, 23.

[14] La abundancia de sus dones y gracia.

[19] Para demostrar la necesidad de la gracia, y que, en vista de su flaqueza, los hombres clamasen a Dios por la gracia medicinal. Rom 7, 13.

[21] Y entonces hubiera sido superflua la promesa de justificar por la fe.

[27] Y despojados del hombre viejo o de vuestros vicios estáis estrechamente unidos con él.

[28] Un cuerpo unido a su cabeza. Rom 12, 5.

Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

Rom 4:16-17.

iNT-CEVALLOS+ Interlineal Académico Del Nuevo Testamento Por Cevallos, Juan Carlos

[I τῷ πιστῷ I] el creyente.