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Pero del Hijo: Tu trono, ¡oh Dios!, por los siglos de los siglos ; y: El cetro de tu realeza, cetro de equidad. (Hebreos 1, 8) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 1

INTRODUCCIÓN

La carta a los Hebreos se consideraba ya en la antigua Iglesia como algo fuera de serie. A pesar de su extensión, no muy inferior a la de la carta a los Romanos, y no obstante la profundidad de sus pensamientos teológicos, estuvo siempre a la sombra de las cartas paulinas y no poco tuvo que luchar para lograr ser incluida en el canon del Nuevo Testamento. Hoy día nadie osaría ya discutir su aceptación canónica, aunque no parece haber cambiado mucho la impresión de algo extraño que produce en el lector.

Son diferentes las razones que indujeron a dejar de lado esta carta y a formarse de ella un juicio equivocado. El mismo título «a los Hebreos» muestra que en la época en que se reunió la literatura epistolar del Nuevo Testamento, no se sabía ya nada de las circunstancias de su origen. Por «hebreos» se entiende en el Nuevo Testamento a los judeocristianos que hablaban arameo, o, por lo menos, judíos de nacimiento (2Co_111:22; Phi_3:5; Act_6:1), por lo cual se pensó en la antigüedad que la carta se había escrito originariamente en arameo. Hace tiempo, sin embargo, que se desechó este punto de vista, al que sucedió la convicción de que la carta a los Hebreos es un escrito redactado originariamente en griego, que acusa incluso un alto grado de elegancia estilística y de habilidad literaria. Por consiguiente, no se debe pensar que los lectores fueran judeocristianos de Palestina, aun cuando éstos, en su mayoría, fueran bilingües. Más aún: la exégesis actual pone incluso en tela de juicio que la carta hubiera sido dirigida a una comunidad judeocristiana. La Biblia griega, los Setenta, que el autor cita corrientemente, era también conocida por los cristianos de origen pagano, y como resulta de la catequesis bautismal de Heb_6:1.2, los lectores debían comenzar por ser instruidos en la «fe en Dios» y en la «resurrección de muertos y juicio final».

Si los destinatarios de la carta no se contaban entre los judíos de entonces, sino que eran paganos (o nacidos ya de padres cristianos), entonces no puede sostenerse ya la opinión que durante largo tiempo se impuso sin disputa, según la cual el autor quería poner en guardia a sus lectores contra una eventual recaída en el judaísmo. Se pensaba, en efecto, que tales judeocristianos, atraídos por el esplendor y el fasto del culto del templo, se verían tentados a abandonar su nueva fe y a adherirse de nuevo a la religión de sus padres. Esta idea de la finalidad de la carta, basada en la fantasía, sólo podía surgir de una lectura superficial del escrito, así como de prejuicios, pues si bien se mira, no hay ni un solo pasaje de la carta en que se hable de recaída en el judaísmo o que haga referencia al templo herodiano. Muy diferentes son las dificultades que tenían que vencer los destinatarios y que el autor trata de superar con reflexiones teológicas: 1) lo poco tangible de la salvación; 2) las flaquezas morales; 3) las hostilidades del mundo.

1. Lo poco tangible de la salvación debía ser una cuestión cada vez más agobiante para las comunidades de fines del siglo I. ¿Por qué no se habían realizado las promesas de la venida del reino de Dios y del retorno del Señor? ¿Era después de todo vacía y vana la esperanza de un futuro mundo glorioso? Cierto que la fallida parusía sólo en casos raros indujo a una pérdida total de la fe, pero también entre los llamados buenos cristianos pudo entonces (como ahora) surgir con frecuencia duda, inseguridad, murmuración y amargor. Es verdad que todavía se mantenían firmemente las fórmulas y los símbolos de fe, pero habían desaparecido la alegría de los principios, la confianza (parrhesia:2Ki_3:6; 2Ki_4:16; 2Ki_10:19.35) y la fe plena (plerophoria:2Ki_6:11; lO,Z). La predicación tropezaba con desgana e indiferencia o incluso con repulsas (cf. 2,3; 4,1.2; 5,11; 12,25), y entonces comenzaban ya algunos a faltar a las asambleas cultuales (10,25). Así pues, no se estaba ya muy lejos de romper francamente con la comunidad y «apartarse del Dios viviente» (3,12; cf. 6,6; 10,26-29; 12,15-17).

El autor de la carta había comprendido que en la crisis de la fe no era ya suficiente la mera repetición de verdades antiguas y venerandas. Evidentemente, no podía ni quería discutir lo que la Iglesia había creído y proclamado desde sus primeros días. Así él también, como los predicadores y misioneros que le habían precedido, habla de la nueva venida de Cristo (9,28), de que «se acerca el día» (10,25), y cita las palabras de Habacuc: «Un poco, un poco nada más» y «el que ha de venir vendrá, y no tardará» (10,37). Cierto, dice, que hay que tener mucha «paciencia» (6,12) y «constancia» (10,36; 12,1) para heredar las promesas de Dios conforme al ejemplo de los testigos de la fe del Antiguo Testamento. Pero el centro de gravedad teológico de la carta no reside precisamente en estos pensamientos y motivos, que hacía mucho tiempo que eran conocidos por los lectores. En lugar del esquema temporal de la parusía, que se había hecho ya problemático, el autor de la carta, dotado de formación filosófica, prefiere el esquema espacial metafísico de lo terrestre y de lo celestial. A la manera del filósofo judío de la religión, Filón de Alejandría (de por los años 20 a.C. hasta el 50 d.C., aproximadamente), divide la realidad en dos sectores, uno terrestre, de imágenes y sombras, y otro celeste, arquetípico, real y eterno. Este esquema platonizante se demostró entonces muy valioso para mostrar el significado del hecho salvífico del Nuevo Testamento, independientemente de toda cuestión de fechas del fin de los tiempos.

Mientras que el Antiguo Testamento, con su ley, su culto y su sacerdocio estaba encadenado al orden de lo visible, carnal y perecedero, Cristo ha aparecido como «sumo sacerdote de los bienes verdaderos» (es decir, celestiales y arquetípicos) (9,11). Su sacrificio expiatorio en la cruz ha abierto el camino hacia el verdadero sancta sanctorum o «lugar santísimo» de Dios, de modo que los fieles poseen ya la «reproducción exacta de las realidades» (10,1) y pueden entrar en el santuario celestial de la presencia de Dios, al trono de la gracia (4,16; 10,19-22; 12,22-24). Lo poco tangible de la salvación, de lo que sufren los fieles, se basa por tanto únicamente en una falsa concepción de la realidad. Lo que cuenta no son las cosas visibles y terrestres, sino los bienes celestiales, invisibles y permanentes (cap. 11). Cierto que todavía no vemos que el mundo futuro esté sometido al hombre (2,8). Pero en Jesús se ha realizado ya la promesa del dominio sobre todas las cosas (1,2), y a él le vemos ya «coronado de gloria y de honor» (2,7). El que cree, está convencido de la existencia de cosas invisibles (11,1) y profesa firmemente lo invisible, como si lo viera (11,27).

Como ahora se pueden gustar ya los bienes celestiales, los «portentos del siglo futuro», así también la fe cristiana penetra en lo oculto del mundo celestial. Ve allí lo que ya se ha verificado en Jesús según la promesa divina: su entronización como Hijo y Salvador, su coronación de gloria y honor. Ahora bien, ¿en qué reconoce la fe vidente el cumplimiento de los acontecimientos celestiales? Primeramente por la palabra de la Escritura. Para la carta a los Hebreos es ésta representación gráfica de hechos invisibles, contiene las misteriosas palabras de Dios a su Hijo, en ella habla el Hijo a Dios. Tal interpretación de la Escritura parece, sin embargo, haber sido posible allí donde los hechos celestiales invisibles habían adquirido gran arraigo en la vida de fe de la comunidad. El sumo sacerdote celestial, el Hijo que impera a la diestra de Dios, sólo puede presentarse ante los ojos allí donde su exaltación se celebra como presente y real en el uso litúrgico de la palabra de la Escritura. Con tales presupuestos tiene sentido hablar de «ver», «contemplar» y «poseer» la realidad del más allá.

Dado que el autor quería convencer a sus lectores de la seguridad de su esperanza basada en la fe, tenía que indicarles caminos para considerar los bienes de la salud futura algo así como por visión y experiencia personal. Por eso los exhorta a prestar diligente atención a la palabra de Dios en la predicación y en la Escritura (1,1-4.13), a acercarse con confianza al trono de la gracia en el santuario celestial (4,14-10,31) y a esforzarse por lograr en Ios sufrimientos y en las pruebas la certeza de la recompensa divina (10,32-13,17). Con estas indicaciones, que responden poco más o menos a la división de la carta se ofrecían a la vez a los lectores los medios para remediar sus flaquezas morales y enfrentarse valerosamente con un mundo hostil.

2. Cuanto más tenían que aguardar los cristianos la consumación de su salvación, tanto más saltaba a los ojos que tampoco ellos estaban exentos de flaquezas morales. Propiamente después del bautismo no hubieran debido haber ya pecados en las comunidades, pero los hechos se mostraron más fuertes que cualquier teoría. También por otros testimonios de la era apostólica avanzada sabemos que los pecados de los cristianos representaban un problema no sólo de la disciplina penitencial de la Iglesia, sino también de teología 1 La carta a los Hebreos distingue tres clases de pecados: a) transgresiones que se cometieron antes del bautismo, «durante la primera alianza»; b) pecados de flaqueza y de ignorancia de los cristianos; c) pecados voluntarios e imperdonables de deserción de la fe cristiana. Si bien la preocupación pastoral de la carta apunta en primera línea a suprimir el estado actual de tibieza de la comunidad para que no degenere en la situación desesperada de la apostasía, sin embargo se reserva en ella gran espacio a la cuestión fundamental del perdón de los pecados causado por la sangre de Cristo. En realidad, también estas consideraciones teológicas están al servicio del empeño pastoral.

a) En el bautismo recibieron los creyentes el perdón de todas las «trangresiones» cometidas durante la «primera alianza» (9,15). La sangre de Jesús purificó su conciencia de las «obras muertas» para que ahora «rindan culto al Dios viviente» (9,14; cf. 10,2). Por tanto, la purificación de la conciencia tiene a la vez, un sentido positivo: confiere a los cristianos la capacidad de rendir culto en el santuario celestial. Esto resalta todavía con más claridad en el concepto de «santos» o consagrados (2,11; 9,13; 10,10.14.29; 13,12). El que ha sido santificado, está consagrado, está sustraído a la esfera de lo terreno y profano y aplicado al servicio de Dios. Sin embargo, queda todavía la tensión: el sacrificio de Cristo nos ha santificado y «santificado de una vez para siempre» (10,10), y sin embargo debemos pasar todavía por una severa disciplina de obediencia antes de tener participación en la santidad de Dios (12,10). Pero sólo los hijos pueden ser objeto de tal disciplina y corrección (12,8). Si no estuviéramos ya santificados, difícilmente podríamos aspirar a tal santificación (12,14).

La carta a los Hebreos utiliza, juntamente con los conceptos de «purificar» y «santificar», también la idea, que le es muy propia, de «consumar» o perfeccionar, para explicar la naturaleza celestial y definitiva del perdón de los pecados. Los sacrificios terrestres, a manera de sombras, del Antiguo Testamento no podían «hacer perfecto, en cuanto a la conciencia», al ministro del culto (9,9; 10,1). Sólo Jesús, con un único sacrificio -la oblación de su cuerpo- «ha perfeccionado para siempre a los santificados» (10,14). ¿Qué quiere decir esto? Por lo pronto no solamente la experiencia psicológica logra la tranquilidad y la paz con Dios mediante la fe en el poder expiatorio de la cruz. La carta se refiere más bien a un proceso que afecta al ser mismo. Como el Hijo fue consumado al ser elevado de las angustias mortales y del abatimiento, al santuario celestial (5,7-10), así también los creyentes son consumados o perfeccionados porque la muerte de Jesús los libra de la esclavitud de la muerte y del diablo (2,14.15) y los traslada a la esfera de la salvación en Dios. Y como la consumación significó al mismo tiempo para Jesús la consagración como sumo sacerdote celestial, así también la comunidad cristiana ha sido consagrada con vistas al ministerio sacerdotal en el santuario celestial.

Si la carta se ocupa con tanto empeño de la promesa «mejor» del perdón de los pecados (8,6.12), no lo hace por mero prurito de especulación teológica, sino que quería ante todo ayudar a los creyentes a gozarse recobrando la conciencia de su alta dignidad de ministros del culto de la nueva alianza. Lo que Dios realizó en ellos mediante la sangre de Jesús -purificación, santificación, consumación o perfeccionamiento- fue un hecho único y definitivo que, al «acercarnos con confianza al trono de la gracia» (4,16; 10,19-22), había de ser una y otra vez objeto de profesión de fe acompañada de gratitud. Aquí, en el culto, estaba también el lugar en el que, como en ningún otro, la comunidad expuesta a peligros y tentaciones tendría participación en la ayuda de su sumo sacerdote celestial.

b) Si los fieles han sido purificados del pecado de una vez para siempre, ya no puede haber para ellos una conciencia de pecado que lleve en sí la aflicción del alejamiento de Dios y la espina de estar en pugna con Dios. Por ello, se alude a su estado actual con la palabra «debilidades» (4,15). Este concepto abarca toda una escala de fenómenos, desde el verse «tentado» (2,18; 4,15) hasta el coqueteo con el pecado, el cual, con astucia y engaño (3,13) quiere retener al corredor para que no alcance la meta (12,1). Ya se vuelven flojas las manos, las rodillas se muestran vacilantes, los pies tropiezan y se exponen a resbalar (12,12.13). Cierto que de estas imágenes bíblicas no es fácil deducir cuáles eran esos pecados de debilidad en la comunidad. En todo caso no debemos atribuir sin más a la carta a los Hebreos nuestra distinción de teología moral entre pecado mortal y venial. La carta tiene por ligeros, «veniales», es decir, remediables con la ayuda del sumo sacerdote misericordioso y compasivo (2,18; 4,15; 5,2; 7,25; 9,24), todos los pecados que comete un cristiano, en tanto no abandona totalmente su fe. Aunque la carta no conoce todavía ninguna institución eclesiástica de penitencia perfectamente constituida, no obstante, se hallan ya en ella los elementos esenciales del sacramento de penitencia, la eficaz intercesión del sumo sacerdote celestial, la corrección fraternal y la ayuda mutua en la comunidad mediante estímulos, consejos (3,12; 10,25) y vigilancia (12, 15), y finalmente el deber obvio de levantar de nuevo los ánimos y enderezar los pasos (12,13).

c) La carta combate la situación de debilidad y tibieza de la comunidad no sólo con la indicación consoladora de las posibilidades de sanar, sino al mismo tiempo también con amonestaciones muy serias y tajantes que ponen en guardia contra el peligro de una apostasía que no se pueda ya remediar. Lo perentorio de las reiteradas conminaciones (2,2.3; 3.12.13; 4,1; 6,4-8; 10,26-31; 12,12-17) ha provocado con frecuencia extrañeza y ha hecho pesar sobre el autor el sambenito de predicador severo e implacable del juicio. Tal impresión sólo pudo producirse por no interpretar sus aserciones en el debido contexto. Las palabras de amenaza iban dirigidas a cristianos que se hallaban en peligro, con el fin de retraerlos del paso definitivo y fatal, pero no a desertores, que eventualmente preguntaban por la posibilidad de penitencia y reintegración en la comunidad. El problema que surgiría en tiempos sucesivos, acerca de lo que se había de hacer con apóstatas arrepentidos, no tenía todavía por qué preocupar al autor. Si como a pastor de almas se le hubiese planteado esta cuestión, quizá hubiese dado una respuesta diferenciada y matizada, sin fijar límites a la misericordia de Dios.

3. El decaimiento en la fe y la flaqueza moral debían ser especialmente peligrosas si los cristianos tenían que experimentar por añadidura en sí mismos la hostilidad del mundo. Desde luego, de la carta no se desprende con certeza si la comunidad se hallaba amenazada por una persecución en toda regla. En el pasado, poco después de la fundación de la comunidad, había habido sin duda una persecución. El autor habla de injurias, tribulaciones, prisiones y despojo de bienes (10,32-34). No se mencionan martirios cruentos, pero no tendría nada de extraño el que los fundadores de la comunidad, que habían anunciado a los lectores la palabra de Dios, hubiesen muerto de muerte violenta (13,17). Quizá al decir el autor que «en vuestra lucha contra el pecado, todavía no habéis resistido hasta derramar vuestra sangre» (12,4), quiere aludir a la inminencia para la comunidad de un trance de vida o muerte. También otras aserciones resultarían más claras en la hipótesis de que la carta se hubiese escrito, por ejemplo, en vísperas de la persecución de Domiciano2. Así el capítulo 11 remata en una pintura muy realista de martirios y persecuciones del Antiguo Testamento (11,35-38), y así se ve el autor obligado a demostrar por la Escritura la necesidad y el sentido del sufrimiento y de los castigos (12,5-11), y así también hacia el final de la carta invita a los lectores a «salir al encuentro» de Jesús crucificado y «cargado» con su oprobios (13,13; cf. 11,26; 12,2).

Pero, aun cuando la carta no se refiriera a persecuciones externas, sino únicamente tuviera ante los ojos los sufrimientos y molestias corrientes de la vida en la tierra, no cabría la menor duda de que el miedo a la muerte (2,15; cf. 5,7; 11,13) y el temor del sufrimiento (12,3-11) mermaban la confianza de la comunidad. No era propiamente el antiguo escándalo de la cruz de Cristo (1Co_1:23) el que creaba dificultades en la fe a los lectores, sino que por la perspectiva de tener que morir -quizá incluso en forma dolorosa y sangrienta-, veían frustradas sus esperanzas. En este supuesto se comprende mejor por qué la carta subraya con tanto empeño lo irremediable del destino del hombre condenado a morir (1Co_2:14.15; 1Co_9:27; 1Co_11:13) y constantemente vuelve a hablar del significado salvífico de la muerte sangrienta de Cristo (1Co_2:9.10.14.18; 1Co_5:7-10; 1Co_7:27; 1Co_9:11-28; 1Co_10:5-14.19-21; 1Co_12:2.3.24; 1Co_13:12.20). Al paso que Pablo -por lo menos en sus primeras cartas- contaba con la posibilidad de hallarse todavía en vida él y otros cristianos el día de la parusía (1Th_4:15.17; 1Co_15:51-52), la carta a los Hebreos considera a todas luces la muerte como un presupuesto ineludible para el logro de la salvación. Como Jesús fue consumado por su pasión y muerte, es decir, entró en el verdadero «lugar santísimo» para sentarse a la diestra del Padre, así también, los «espíritus de los justos llegados a la consumación» (1Co_12:23) han entrado ya en la Jerusalén celestial. Los creyentes, santificados y consumados por la sangre de Jesús, no tienen ya por qué temer la muerte, puesto que cuando hayan cumplido su destino humano (1Co_9:27) seguirán a la patria celestial, a la ciudad eterna de Dios (11,14-16; 12,22; 13,14i, a su cabeza (2,10; 12,2) y «precursor» (6,20), al «gran pastor de las ovejas» (13,20). Si hemos comprendido que los problemas y dificultades a que deben hacer frente los cristianos de fines del siglo I no son muy diferentes de los que con frecuencia nos hacen a nosotros tan difícil y penoso el camino hacia Dios, entonces también a nosotros tendrá algo que decirnos la carta: exhortando, instruyendo, prometiendo, y a la vez amonestando, poniendo en guardia, conjurando. Cierto que no todos los pensamientos y pruebas que aduce el autor serán para nosotros igualmente convincentes, pero en tales casos tendremos que preguntarnos de qué manera hay que hablar, pues, hoy día a los fatigados y vacilantes -lo cual quiere decir en primer lugar a nuestra propia alma fatigada (12,3)- de modo que la palabra de Dios vuelva a demostrarse «viva y operante, y más tajante que una espada de dos filos» (4,12).

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1. Cf. la parábola del trigo y de la cizaña (Mat_13:24-30) y su explicación (v. 36-43). La primera carta de san Juan distingue entre «pecados que llevan a la muerte», por los que es inútil pedir perdón, y «pecados que no llevan a la muerte», que se pueden reparar mediante la intercesión de los hermanos (1Jo_5:16).

2. La primera carta de Clemente, que se escribió poco después de la persecución de Domiciano, conoce y cita nuestra carta (con especial claridad: 1Clem 36,1-5). Esto se comprende sin duda mejor si era todavía reciente el recuerdo de la carta y si ésta se había dirigido a la comunidad romana.

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Parte primera

PROMESAS DE DIOS EN EL HIJO 1,1-4,13

La carta comienza con una breve mirada retrospectiva a la palabra de Dios en el Antiguo Testamento, para pasar luego a cantar alabanzas al Hijo, que nos ha traído el último y definitivo mensaje de salvación. Mediante su entronización en el cielo ha sido elevado a una dignidad incomparablemente superior a la de los ángeles, y quien desprecia la salvación por él anunciada, merece un castigo más terrible que los transgresores de la ley comunicada por ángeles (1,1-2,4). Objeto de la predicación de la salud es el mundo venidero, en el que no dominarán ángeles, sino hombres, a saber, el Hijo y los hijos de Dios. Por esto asumió carne y sangre el Hijo y ha venido a ser sumo sacerdote de sus hermanos (2,5-18). Si mantenemos impertérritos nuestra profesión de fe hasta el fin, entraremos, como hijos de Dios y hermanos de Cristo, en el reposo celestial. A los incrédulos, en cambio, les amenaza el mismo castigo y la misma ruina que a los israelitas desobedientes en el desierto (3,1-4,11). Esta primera parte de la carta se cierra con un himno a la palabra de Dios que decide de la vida y de la muerte (4,12.13).

I. DIOS NOS HA HABLADO POR EL HIJO (1,1-2,4).

Esta primera gran sección de la carta quiere animarnos a prestar cada vez más atención al mensaje de salvación de la nueva alianza. Como más adelante se desprende de una palabra de censura, los cristianos interpelados se han hecho «torpes de oído» (5,11). La palabra de Dios ha perdido para ellos el atractivo de lo nuevo y digno de consideración. Son cristianos de la segunda generación (2, 3), algunos de los cuales, quizá ya desde su juventud asistieron al culto en común y oyeron predicar con frecuencia. ¿Logrará la predicación, la exhortación (13,22) de la carta a los Hebreos, vencer la desgana y la indiferencia de tos cristianos -nuestra indiferencia- y hacer que vuelva a prestarse oído a la palabra de Dios?

1. LA REVELACIÓN DEL ANTIGUO TESTAMENTO (1,1). 1/01-02

1 Muy gradualmente y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres mediante los profetas.

La carta comienza sin encabezamiento, saludo, acción de gracias e intercesión, es decir, sin el protocolo usual en las cartas de la antigüedad, con lo cual se muestra que es una alocución que desde las primeras palabras quiere forzar la atención de los oyentes. Pero ¿es realmente tan sensacional lo que va a decir este primer versículo? Se tiene más bien la impresión de que el autor, con aliteraciones (del texto griego original), elegidas artificiosamente, quiere hacer resaltar la monótona desgana que invade a muchos cristianos cuando se les recuerdan los escritos proféticos de Antiguo Testamento. Todo esto se dijo ya «antiguamente» y «a nuestros padres»: ¿qué nos importa, pues, ahora a nosotros? ¿Y quién se entiende ya en medio de esas «muchas maneras» de los textos véterotestamentarios? Desde luego, fue el Dios único, nuestro Dios, el que entonces habló por los profetas, pero su palabra ¿no se adaptó a las múltiples y excesivas palabras de los hombres, que con frecuencia se contradicen y hasta se anulan unas a otras, de tal suerte que parece absolutamente imposible deducir de sólo el Antiguo Testamento la voluntad perentoria de Dios con respecto a nosotros? Preguntas y más preguntas que suscita este primer versículo en los oyentes, y a las que responderá la carta.

2. EL ANUNCIO POR EL HIJO (1,2).

2 En estos últimos tiempos, nos habló por el Hijo, al que nombró heredero de todo, por medio del cual, igualmente, creó los eones.

Sea lo que fuere de la actualidad del Antiguo Testamento, de todos modos Dios no se limitó a hablar a los padres en tiempos remotos y oscuros. Su palabra se nos ha dirigido también a nosotros, es decir, a la comunidad cristiana, y ésta ha sido su palabra última y definitiva, en la que todo el inminente futuro del mundo se ha hecho ya presente. Esta palabra de Dios que decide de la vida y de la muerte (cf. 4,12.13) no nos la han transmitido los muchos profetas conocidos o anónimos, sino el mismo Hijo único de Dios en persona. El autor hace clara referencia al hecho histórico y único de la predicación de Jesús (cf. 2,3), aunque sin decir nada sobre su contenido. Sus lectores u oyentes conocían la doctrina de Jesús por el catecismo y quizá también por alguno que otro de los Evangelios; sabían lo que había prometido Jesús a sus discípulos, así como lo que les había exigido. Pero precisamente porque todo esto les era tan conocido, no podían hallar ya nada especial en las palabras de Jesús. De hecho, también a nosotros nos cuesta trabajo descubrir algo divino en las palabras tan sencillas y hasta casi «triviales» (K. Barth) del Evangelio, si no sabemos de antemano quién las ha proferido.

Por esta razón añade inmediatamente el Apóstol toda una serie de títulos cristológicos de soberanía, que desde un principio disipan toda duda sobre si el Hijo tiene realmente algo importante que decirnos. él es el heredero de todo, o sea que también nosotros seremos un día su propiedad, lo queramos o no, y él ha de decidir sobre nuestro valor, sobre si somos o no aprovechables. él es el mediador en la creación, por medio del cual creó Dios los eones3, el mundo presente y el futuro. A él, pues, a la vez que a Dios debemos nosotros nuestra existencia. El origen y el fin, el pasado y el futuro de todo ser están determinados por Jesús, Hijo de Dios. Esto no había de resultarnos muy fácil de creer.

3. LA ENTRONIZACIÓN DEL HIJO (1/03-13).

3 El es el reflejo de su gloria, impronta de su ser. él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la majestad en las alturas, 4 llegando a ser tanto más excelente que los ángeles, cuanto más sublime que el de ellos es el nombre que ha heredado 5 Pues ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado yo» (Psa_2:7)? 4 ¿o también: «Yo seré tu Padre, y él será mi Hijos (2Sa_7:14)? 6 y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios» (Deu_32:43). 7 Respecto de los ángeles dice: «El que hace de sus ángeles como vientos, y sus servidores como llamas de fuegos (Psa_104:4) 5. 8 y, en cambio, respecto del Hijo: «Tu trono, oh Dios, subsiste para siempre; y cetro de rectitud es su cetro real. 9 Amaste la justicia y odiaste la impiedad; por eso Dios, tu Dios, prefiriéndote a tus compañeros, te ungió con aceite de júbilo» (Psa_45:7.8) 6. 10 Y también: «Tú, Señor, en los comienzos cimentaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos.» 11 Ellos perecerán, pero tú permaneces; todos envejecerán como ropa, 12 los enrollarás como manto, serán como ropa que se muda, pero tú eres siempre el mismo y tus años no se acabarán (Psa_102:26-28). 13 ¿A cuál de los ángeles ha dicho jamas: «Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies» (Psa_110:1)?

El autor se hace seguramente cargo de que no es suficiente hablar de Cristo con conceptos abstractos, sobre todo si las aserciones se refieren a su posición al final de los tiempos y anteriormente al tiempo en el acontecer del mundo. El que quiera despertar fe o volver a inflamarla, tiene que narrar la historia de Jesús, debe recordarnos lo que Jesús hizo por nosotros. A nosotros, cristianos de hoy nos agradaría quizá más oir un relato sobrio y escueto, pero el autor de la carta, con su formación alejandrina, prefiere hacer una exposición solemne, en forma de himno, que podríamos designar como una pieza, un himno de la liturgia. Su objeto no son los acontecimientos externos de la vida de Jesús, conocidos por los oyentes y también por nosotros, sino los hechos del mundo celestial, en el que Jesús fue entronizado como Hijo de Dios y soberano del mundo, hechos que sólo son visibles a los ojos de la fe y que sólo pueden percibirse con oídos de fe. La contextura de estos versos se asemeja al célebre himno de la carta a los Filipenses, que también encuadra la acción terrena de Jesús en aserciones sobre su existencia antes del tiempo y su exaltación celestial. Hay, sin embargo, una diferencia. El himno a Cristo en Flp 2 muestra el camino de Cristo como una parábola muy marcada, que del ser eterno y divino desciende al patíbulo de la cruz y luego vuelve a elevarse a las alturas divinas. En cambio, en la carta a los Hebreos apenas si se siente ya el abajamiento de Cristo. Su camino hacia la muerte en cruz, por la que llevó a cabo «la purificación de los pecados», se nos muestra como la marcha triunfal del sumo sacerdote celestial hacia el trono de Dios.

En realidad -en la realidad que sólo contempla la fe- era Jesús de Nazaret un ser divino, adornado con los atributos que el judaísmo alejandrino reconocía a la sabiduría eterna: «reflejo de la gloria divina», «impronta de su ser», que «sostiene el universo con su palabra poderosa» (cf. Wis_7:25.26). Esta triple descripción del ser de Cristo no se debería estimar con los rigurosos criterios de la cristología posterior, sino considerarla únicamente como una tentativa de situar la persona y la obra de Jesús lo más cerca posible de Dios.

De este empeño procede también la prolija comparación entre Cristo y los ángeles. Quizá podamos suponer que en la comunidad a que va dirigida la carta a los Hebreos había, como en Colosas, un culto exagerado de los ángeles (cf. Col_2:18); sin embargo, los ángeles sirven aquí al autor, en primera linea, como fondo escénico para la entronización de Cristo. El ascenso al trono de un soberano oriental implicaba tres actos: 1) la adopción del nuevo rey por Dios mediante la imposición del nombre; 2) el homenaje tributado al nuevo rey por los grandes del reino (aquí los ángeles); 3) la transmisión de los derechos soberanos (cetro, unción, subida al trono). No necesitamos extendernos en demostrar que el autor tenía presente tal ceremonial cuando buscó los correspondientes pasajes de la Escritura. Salta a la vista que consideraba el Antiguo Testamento como un libro misteriosamente cifrado, en el que se podía leer el drama cultual escatológico de la entronización celestial de Cristo. Si queremos entender la carta a los Hebreos, debemos familiarizarnos con este arte interpretativo -o mejor, reinterpretativo- de la Escritura. La sección de Heb_1:1-12 se lee en la tercera misa de Navidad. La razón principal de esta elección se halla seguramente en el v. 6: «Al introducir en el mundo al primogénito dice: "Adórenlo todos los ángeles de Dios"». La Iglesia halló aquí como una confirmación de la historia del nacimiento de Jesús, del homenaje que le tributaron los ángeles en los campos de Belén (Luk_2:13.14). Tal asociación de ideas no está vedada al que ora, pero conviene saber que la carta se refiere en primera línea a la exaltación de Cristo y a su parusía.

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3. Cf. Hab_11:3. Aquí parecen referirse los «eones» sólo a los espacios celestiales invisibles, al mundo futuro de la salvación consumada.

4. El versículo del salmo se cita en Act_13:33, como argumento escriturístico de la resurrección de Jesús.

5. También en Heb_12:18 parecen entenderse los ángeles como poderes de la naturaleza.

6. El salmo 45, cántico festivo en las bodas de un rey, influyó notablemente, sobre todo en la edad media, en la devoción a Cristo y a María.

...............

4. MINISTERIO DE LOS ÁNGELES (1/14).

14 ¿Y qué son todos ellos sino espíritus al servicio de Dios, enviados para servir a los que van a heredar la salvación?

Acabamos de insinuar la posibilidad de que los lectores de la carta propendieran a tributar un culto excesivo de los ángeles. Sea de ello lo que fuere, y prescindiendo también de si el autor mismo quería por su parte formarse una idea clara de Ia misión de los ángeles en el plan salvífico de Dios, de todos modos nuestro versículo, con su interrogación retórica, expresa una idea fundamental, por no decir revolucionaria. En tal afirmación no se debe ver únicamente una prueba escriturística de la doctrina tradicional sobre los ángeles custodios, en el sentido de que entre la multitud de los ángeles hay también algunos encargados de desempeñar el ministerio inferior y no muy brillante de ángeles de la guarda. Más bien se habla aquí de «todos» los espíritus, y por tanto también de los arcángeles, de los tronos, de las dominaciones y de los demás supremos moradores del cielo, comoquiera que se los llame. Pero aun esta misma doctrina de los ángeles custodios, que no admite excepción alguna, no tendría nada realmente sorprendente si no supiéramos que los ángeles son seres que dominan sobre grandes sectores de la creación. En un mundo precristiano o postcristiano (entendido aquí en sentido teológico, no de historia de la Iglesia) se arrogan los ángeles derechos soberanos sobre el hombre y, para su mayor gloria, le exigen la consagración de su vida. Ahora bien, con Cristo han perdido estos poderes su posición absoluta: ahora deben servir al hombre para su salvación. Son dos cosas muy distintas el que el hombre se sacrifique por una idea, una institución y un orden abstracto, y el que las ideas y los órdenes de la existencia sirvan al hombre concreto.



Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



Superioridad de la Religión Cristiana, 1:1-10:18.

El Hijo de Dios, postrer enviado del Padre, 1:1-4.
1 Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas; 2 últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien también hizo el mundo; 3 el cual, siendo esplendor de su gloria e impronta de su sustancia, y sustentando todas las cosas con su poderosa palabra, después de haber realizado la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, 4 hecho tanto mayor que los ángeles, cuando heredó un nombre más excelente que ellos.

Esta carta a los Hebreos, como ya hicimos notar en la introducción, carece de saludo inicial y comienza simplemente como cualquier tratado o exposición doctrinal. En estas primeras líneas, que constituyen una especie de prólogo, es presentada en visión sintética toda la revelación divina, contraponiendo la del Antiguo Testamento, en que Dios habló repetidas veces y en varios modos por los profetas, y la del Nuevo Testamento, en que nos habló por su Hijo, cuyas prerrogativas se cantan.
Son, pues, dos las ideas fundamentales: la de contraste entre las dos revelaciones, Antigua y Nueva Alianza (v.1-2a), y la de canto a las excelencias del Mediador de la Nueva (v.2b-4). Esa idea de contraste, diversamente matizada, según los casos, aparece con frecuencia en los escritos del Apóstol (cf. 1Co_10:11; 2Co_3:6; Gal_4:3-4); siempre, sin embargo, en línea de continuidad, pues es uno y mismo Dios el autor de ambas revelaciones. En el presente caso, el contraste parece estar en que para la antigua revelación, que se fue haciendo fragmentariamente (?????????? ) y de muy variados modos (??????????? ), Dios se valió de los profetas, simples siervos suyos; mientras que para la nueva se valió de su mismo Hijo en persona (cf. Mar_12:2-6).
En cuanto a la segunda idea, se trata, en realidad, de una cristología abreviada, con enumeración de los principales títulos o excelencias de Jesucristo, formando todo un período armónico, cuyos miembros van enlazándose rítmicamente. Algunos de esos títulos miran directamente a su divinidad, tales como esplendor de la gloria del Padre (????????? ??? ????? ), impronta de su sustancia (???????? ??? ?????????? ????? ); otros miran más bien a sus relaciones con el mundo creado, tales como heredero de todo (????? -????? ?????? ), por quien hizo el mundo (?? ' ?? ???????? ???? ?????? ) sustentando todas las cosas con su poderosa palabra (????? ?? ????? ?? ?????? ??? ???????? ????? ), habiendo realizado la purificación de los pecados (?? ^??????? ??? ???????? ??????????? ), se sentó a la diestra., hecho tanto mayor que los ángeles, cuanto heredó un nombre más excelente que ellos (??? 3???? ?? ????? ., ??????? ???????? ????????? ??? ??????? , ??? ???????????? ??? ' ?????? ?????????????? ????? ).
De estos títulos, cargados de significado, vamos a intentar algunas aclaraciones. Primeramente, los dos relativos a su divinidad: esplendor., impronta. (v.3). Se trata de dos metáforas inspiradas sin duda alguna en Sab_7:25-26, hablando de la Sabiduría de Dios. Con ellas, aplicadas a Jesucristo, se expresa, en lo que es posible hacerlo al lenguaje humano, la relación de origen o procedencia del Hijo respecto del Padre y su consustancialidad con El, del cual, sin embargo, se distingue. El término gloria (???? ) designa aquí la majestad radiante de la divinidad y objetivamente es lo mismo que naturaleza divina; de esta gloria, con que brilla el Padre, es el Hijo una irradiación, un destello, luz de luz, como decimos en el Credo. Dicho bajo otra imagen, es impronta o marca de la sustancia divina, algo así como la impronta o marca producida por el sello en la cera blanda. Aunque con términos distintos, la idea es la misma expresada ya por el Apóstol en 2Co_4:4 y Col_1:15.
En cuanto a los títulos que competen a Jesucristo en su relación con el mundo, son ideas expresadas ya también por el Apóstol en otros lugares. Se comienza diciendo que Dios le constituyó heredero de todo, es decir, dueño soberano de todas las cosas (v.a). Late aquí la idea de que la filiación implica el derecho a la herencia (cf. Rom_8:17; Gal_4:7), y cuando el hijo es único, como en el caso de Jesucristo, a él pasa entero el patrimonio paterno (cf. Mat_21:38). No que el Padre haya de abdicar de su patrimonio, sino que el Hijo tiene sobre el patrimonio del Padre, el universo entero, pleno y absoluto dominio, igual que el Padre, que, como eterno, no se muere. Este dominio le compete desde siempre a Jesucristo, en razón de su naturaleza divina, pero, en razón de su naturaleza humana, le ha sido concedido en el tiempo; en realidad, desde el momento mismo de la encarnación, aunque su plena manifestación sólo comienza a partir de su exaltación gloriosa, entronizado como rey universal, sentándose a la derecha del Padre (cf. Rom_1:4; Efe_1:20; Flp_2:9-11). Es lo que también aquí se deja entrever claramente poco después, hablando de que, después de haber realizado la purificación de los pecados, es decir, de haber llevado a cabo la obra redentora, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas (v.3). El término Majestad sustituye aquí a Dios, modo de hablar que parece era entonces frecuente entre los judíos (cf. 8:1), como lo es también hoy para designar al Rey, al igual que lo es el término Santidad para designar al Papa. Con esa expresión se indica que Jesucristo entra a participar de la soberanía real del Padre y de su misma gloria.
Otro título manifestativo también de la grandeza de Jesucristo es: por quien (?? ?? ) Dios hizo el mundo (v.2), en griego ???? ?????? (los siglos), expresión que a veces tiene significado meramente temporal (cf. 1:8; 13:8.21; Col_1:26; Efe_2:7), pero otras, como en este lugar, indica la totalidad de las cosas creadas (cf. 11:3; Sab_13:9; 18:4), equivaliendo prácticamente al cielo y tierra de Gen_1:1. Pues bien, sabemos que la creación, como toda operación divina ad extra, es común a las tres divinas personas, y conviene tanto al Padre como al Hijo, como al Espíritu Santo, si bien cada una interviene conforme a su propiedad personal. En qué sentido haya de entenderse ese por (??? ) quien, que es como interviene el Hijo, ya lo explicamos al comentar Col_1:16, donde recurre la misma expresión. Igualmente explicamos entonces en qué sentido las cosas subsistan en El (Col_1:17), expresión que equivale a la aquí empleada de sustentar todas las cosas con su poderosa palabra (v.3).
El término palabra indica aquí expresión de voluntad y manifestación de poder (cf. 11:3; Gen_1:3; Sal_33:6), dando a entender que puede hacerlo sólo con decirlo, en contraposición a quienes no podrían hacerlo sino trabajosamente. No está claro si hemos de traducir con su poderosa palabra, con referencia al Hijo, o más bien con la poderosa palabra de él, con referencia a Dios, como parecen aconsejar otros pasajes más o menos semejantes (cf. Rom_1:20; 2Co_13:4; Efe_1:19-20). Teológicamente la diferencia entre una y otra interpretación no tiene importancia; pues, aunque la referencia sea al poder del Hijo, se entiende siempre de poder comunicado por el Padre, sentido que tiene evidentemente en otros pasajes (cf. 2Co_12:9; Flp_3:21).
Como conclusión de esta especie de prólogo, en que se cantan las grandezas de Jesucristo, el autor de la carta hace notar su inmensa superioridad sobre los ángeles (v.4), los ministros de la antigua revelación (cf. Gal_3:19; Hec_7:53), con lo que hábilmente prepara la transición a lo que sigue, sin solución literaria de continuidad. La superioridad sobre los ángeles, aunque bajo otra terminología, está también expresada en Efe_1:21 y Col 2,io403. El nombre que Cristo hereda es el nombre sobre todo nombre, de que se habla en Flp_2:9-11, y equivale prácticamente, según el modo de hablar semítico, a dignidad o rango sobre todos los demás: es la dignidad o rango de señor y soberano universal, cual corresponde al heredero del Padre. La única diferencia con Filipenses es que allí ese nombre sobre todo nombre se concreta en Señor, mientras que aquí en Hebreos se concreta en Hijo de Dios (? .5), con lo que se insinúa, además del aspecto de elevación y grandeza, el aspecto de relación al Padre (cf. 1:5-14) y de relación a los hombres (cf. 2:10-18).

Cristo, superior a los ángeles, 1:5-14.
5 Pues ¿a cuál de los ángeles dijo alguna vez: Tú eres mí Hijo, yo te he engendrado hoy? Y luego: Yo seré para El padre, y El será Hijo para mí. 6 Y de nuevo cuando introduce a su Primogénito en el mundo dice: Adórenle todos los ángeles de Dios. 7 De los ángeles dice: El que hace a sus ángeles vientos y a sus ministros llamas de fuego. 8 Pero al Hijo: Tu trono, ¡oh Dios!, subsistirá por los siglos de los siglos, cetro de equidad es el cetro de tu reino. 9 Amaste la justicia y aborreciste la iniquidad, por eso te ungió Dios, tu Dios, con óleo de exaltación sobre tus compañeros. 10 Y Tú, Señor, al principio, fundaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos. 11 Ellos perecerán, pero tú permaneces, y todos, como un vestido, envejecerán, 12 y como un manto los envolverás, y como un vestido se mudarán; pero tú permaneces el mismo, y tus años no se acabarán. 13 ¿Y a cuál de los ángeles dijo alguna vez: Siéntate a mi diestra, mientras pongo a tus enemigos por escabel de tus pies? 14 ¿No son todos ellos espíritus administradores, enviados para servicio, en favor de los que han de heredar la salud?

La idea general es clara. Trátase de hacer ver, a base de textos de la Sagrada Escritura, la inmensa superioridad de Jesucristo sobre los ángeles, tesis que quedó ya enunciada en el último versículo del prólogo (cf. v.4). Ciertamente que sorprende un poco la libertad con que el autor de la carta parece interpretar determinados textos bíblicos, a fin de traerlos a su tesis; cosa, por lo demás, que no es exclusiva de esta historia, sino que, como tendremos ocasión de ir viendo, se encuentra a lo largo de toda la carta. Pero tengamos en cuenta que no siempre se trata, en cada texto concreto, de proponer una demostración estricta; muchas veces, supuesta por otras razones la verdad de lo que se afirma, se pretende simplemente ilustrarla con palabras del texto bíblico; tanto más que, como es normal en los autores sagrados del Nuevo Testamento, todo en la antigua obra lo ven ordenado por Dios para que sirviera de preparación al cristianismo, la época de plenitud, a la que Dios apuntaba ya desde un principio en todas sus realizaciones (cf. 1Co_10:11; Gal_4:24; Col_2:17).
Esto supuesto, vengamos concretamente a las citas que aquí se hacen del Antiguo Testamento en apoyo de la superioridad de Cristo sobre los ángeles. Las dos primeras (v.5) están tomadas de Sal_2:8 y 2Sa_7:14, respectivamente. Ambas son aplicadas a Jesucristo, a quien Dios llama Hijo, cosa que jamás hizo con los ángeles. Respecto de la primera cita, nada vamos a añadir aquí, sino decir simplemente que se trata de un texto directamente mesiánico, muy bien elegido, que ya explicamos al comentar Hec_13:33. Algo mayor dificultad ofrece la segunda cita. El texto es mesiánico, pero en su sentido literal histórico no se refiere exclusivamente al Mesías, sino a la providencia paternal que Dios promete tener con la dinastía davídica en general, a la que castigará si fuese culpable, pero no apartará de ella su misericordia, como hizo con Saúl. Sin embargo, la cita está perfectamente justificada, pues es en el Mesías, mirando al cual promete Dios esa especial predilección a la dinastía davídica, donde tendrán pleno cumplimiento esas palabras. De ahí que San Pedro, refiriéndose a esta promesa, dice que el descendiente prometido a David es Cristo (cf. Hec_2:30); y lo mismo hace San Pablo, citando a Isa_55:3, pero con evidente alusión a esta misma promesa (cf. Hec_13:34).
La cita siguiente (v.6), para indicar que los ángeles están sometidos a Cristo, está tomada de Sal_97:7. Está hecha según el texto de los Setenta, que toman el término hebreo elohim (= dioses) en sentido de angeles. Esto supuesto, la cita ya no ofrece dificultad, pues, aunque el salmista canta el reino de Dios sobre Israel, precedido del juicio sobre sus enemigos, es evidente que se hace con perspectiva mesianica, sin que haga falta otra cosa que la aplicación de esa equivalencia Cristo-Yahvé que hemos visto ya en otros lugares (cf. Rom_10:13; Efe_4:8). No está claro si el autor de la carta al decir y de nuevo (Dios), cuando introduce., dice., está pensando en la encarnación (cf. Lev_2:13) o en la parusía (cf. 2:8; 9:28; 1Co_15:24). Es posible que sea un detalle que no intente precisar. En cuanto al término primogénito, ya quedó explicado al comentar Col_1:15; si incluye o no-alusión a otros hijos (adoptivos), como en Rom_8:29 (cf. Heb_2:10-11), es aquí muy problemático.
Con la cita del v.7, tomada de Sal_104:4, se pretende señalar que los ángeles son puros servidores y mensajeros. El texto está tomado de la versión de los Setenta, en que los ángeles son comparados a vientos y llamas de fuego (relámpagos), aludiendo probablemente a la rapidez y ardor con que ejecutan las órdenes de Dios, a cuyo servicio están404. En contraste con esos ángeles, puros servidores, está la dignidad real de Jesucristo, a quien son aplicadas (v.8-9) las palabras de Sal_45:7-8. La cita, lo mismo que la anterior, está hecha conforme a la versión de los Setenta, y en ella, supuesto el sentido mesiánico del Salmo, explícitamente se llamaría Dios al Mesías, aludido en los dos vocativos:¡oh Dios! de v.8a y v.8b. Y, efectivamente, del sentido mesiánico del salmo no parece caber duda, aunque no creemos que sea directamente mesiánico. Más bien parece, conforme pide el contexto general, que el salmista se refiere a un para nosotros desconocido rey de Judá, en el día de sus bodas, a quien contempla orlado con la gloria de la dinastía davídica, representante en ese momento histórico de las promesas mesiánicas. Es esta idealización la que presta al salmo un sentido mesiánico, y la que hace que el autor de la carta a los Hebreos pueda con toda razón aplicar esas palabras a Jesucristo, en quien únicamente habían de alcanzar su pleno sentido 405. La unción de que se habla (? .? >) es la que solía hacerse con reyes y sacerdotes, metafóricamente aplicada a Jesucristo, el Mesías prometido (cf. Hec_4:27). Ni debemos insistir en precisar quiénes son esos compañeros a que se alude (v.9). En el sentido literal del salmo se trata evidentemente de otros reyes menos ensalzados que aquel a quien se canta; para el caso del Mesías, esto viene a ser ya poco más que un elemento decorativo. No creemos que haya de verse ahí alusión a los ángeles o a los hombres elevados a la filiación meramente adoptiva.
La cita de los v. 10-12 está tomada de Sal_102:26-28, y tiene por objeto la misma finalidad de las anteriores, es a saber, probar la superioridad de Cristo sobre los ángeles. Es de notar que el salmista, conforme pide el contexto general del salmo, se refiere a Yahvé, creador de cielos y tierra, inmutable y eterno. Pero el autor de la carta a los Hebreos aplica, sin más, esas palabras a Jesucristo. La explicación ha de buscarse en esa equivalencia Cristo-Yahvé, caso típico de exégesis profunda o sentido pleno, de que hemos hablado varias veces (cf. Rom_10:13; Efe_4:8).
Finalmente, la cita del ? .13 está tomada de Sal_110:1. El texto es directamente mesiánico, y ya lo explicamos al comentar Hec_2:34 y Efe_1:20. En contraste con ese señorío universal de Cristo, sentado a la derecha del Padre (v.13), está la condición de los ángeles, desempeñando funciones de meros servidores, no sólo por lo que respecta al Hijo, sino incluso por lo que respecta a los hombres, llamados, en virtud de la redención efectuada por el Hijo (cf. v.3), a la herencia del cielo (v.14; cf. Rom_8:17). Con razón se ha visto aquí insinuada la doctrina de los ángeles custodios. Esto hablando en general, pues de que haya o no un ángel custodio para cada cristiano aquí no se dice nada.

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)


7 (I) Introducción (1,1-4). 1. fragmenta(-)ria y de muchas maneras: Algunos comentaris(-)tas no ven diferencia entre estos dos modos de describir la manera en que Dios habló en el pasado y consideran esta expresión como un ejemplo de endíadis. Sin embargo, es más pro(-)bable que dichos modos se refieran, respecti(-)vamente, a la naturaleza fragmentaria de la re(-)velación del AT y a las muchas maneras en que ésta se produjo, los padres: Los antepasados de Israel. Esto no significa necesariamente que la epístola estuviera dirigida a gente de origen ju(-)dío, pues en 1 Cor 10,1 se aplica el mismo len(-)guaje a cristianos gentiles. Mediante su conversión a Cristo, el descendiente de Abrahán, los gentiles han sido introducidos en la comu(-)nidad del Israel espiritual (Gál 3,29). los profe(-)tas: No sólo aquellos cuyo mensaje se conser(-)va en los libros del AT que llevan sus nombres, sino todos aquellos a través de los cuales habló Dios en la historia de Israel, p.ej., Abrahán (Gn 20,7), Moisés (Dt 18,18), Natán (2 Sm 7,2) y Elías (1 Re 18,22). 2. en éstos, los últimos días: Lit., «al fin de estos días»; la frase gr. tra(-)duce en los LXX el hebr. beahait hayyamím, «al final de los días». En este caso se añade «estos» a la fórmula de los LXX, fórmula que no siempre denota el «tiempo final», los últi(-)mos tiempos; pero ése es su significado habi(-)tual (cf. Is 2,2; Jr 23,20; Ez 38,16; Dn 10,14). El autor de Heb, al igual que el cristianismo pri(-)mitivo en general, consideraba que los últimos tiempos habían sido inaugurados por el acon(-)tecimiento Cristo, especialmente por el sacrifi(-)cio redentor de Jesús (cf. 9,26); de ahí que ha(-)ble de los cristianos como de aquellos que han experimentado «las maravillas del poder del mundo venidero» (6,5). por medio de su Hijo: Lit., «por medio de un hijo», es decir, uno que es Hijo. El hablar de Dios a través de su Hijo es fundamentalmente la revelación de su de(-)signio salvador respecto a la raza humana mediante la venida de Jesús y la «redención eterna» (9,12) alcanzada por la muerte y exal(-)tación de éste. «Cristo es la última palabra de Dios al mundo; la revelación en él es comple(-)ta, definitiva y homogénea» (Moffatt, Hebrews 2). heredero de todas las cosas, por quien hizo... los mundos: El papel del Hijo como redentor y mediador de la creación. Aunque llega al final de los tiempos, lo anterior se menciona prime(-)ro. Su constitución como heredero no fue un acontecimiento al margen del tiempo, previo a la encarnación; tuvo lugar cuando entró en la gloria después de su pasión (cf. Rom 8,17). La conexión de «heredero» con el «heredado» del v. 4 pone de manifiesto que el hecho de que el Hijo sea instituido «heredero de todas las cosas» se vincula con el hecho de que herede el «nombre más excelente» que recibió después de su humillación (Flp 2,6-11). Sin embargo, existía antes de que apareciera como ser hu(-)mano: por medio de él Dios «hizo... los mun(-)dos» (tous aiónas). La palabra gr. aión puede significar «mundo» o «edad», pero su uso en 11,3 en conexión con la creación del universo hace pensar en este caso en el primer significado. A menos que el pl. se deba considerar irrelevante (BDF 141.1), aparece aquí la con(-)cepción de la existencia de dos mundos, el vi(-)sible y el invisible, éste constituido por los di(-)versos cielos (cf. TestXIÍLev 3,1-9,2; 2 Cor 12,2; Heb 4,14; véase J. Bonsirven, Lc judaisme palestinien [París 21934] 1. 158). J. D. G. Dunn (Christology in the Making [Filadelfia 1980] 51-56.206-09) ha sostenido que la designación del Hijo como mediador de la creación y las sub(-)siguientes afirmaciones del v. 3 «quizá [apun(-)tan] más a la preexistencia de una idea o designio en la mente de Dios, que a la de un ser divino personal» (56). Contra esto, véase J. P. Meier, «Symmetry and Theology in the Oíd Testament Citations of Heb 1,5-114», Bib 66 (1985) 504-33, esp. 531-33.
8 Muchos especialistas piensan que los vv 3-4 (algunos incluirían el v. 2) contienen un himno litúrgico incorporado por el autor (cf. U. Luck, «Himmlisches und irdisches Geschehen im Hebráerbrief», Charis kai sophia [Fest. K. H. Rengstorf, Leiden 1964] 192-215), o al menos elementos de un himno de ese tipo (cf. J. Jervell, Imago Dei [FRLANT 76, Gotinga 1960] 198 n. 99); para una crítica de tal opi(-)nión, véase Meier, «Symmetry» 524-28. La des(-)cripción del Hijo como mediador de la creación en el v. 2 lo asimila a la Sabiduría personifica(-)da del AT (Prov 8,30' Sab 7,22), y el v. 3 con(-)tinúa en esa línea. Él es el «destello» (apaugasma) de la «gloria» del Padre (Sab 7,26). Apaugasma se puede entender activamente (resplandor) o pasivamente (reflejo, destello); a la vista de la dependencia respecto a Sab 7,26 y de la designación que sigue, en este ca(-)so es más probable el significado pasivo, la im(-)pronta (charaktér) misma de su sustancia: Esto recuerda la ulterior descripción de Sabiduría como «imagen» (eikón) de la bondad de Dios (Sab 7,26). Charaktér probablemente significa lo mismo que eikón, que se aplica a Cristo en Col 1,15 (véanse R. Bultmann, TNT 1.132; E. Kasemann, The Wandering People ofGod [Minneápolis 1984] 102-04). que sostiene todas las cosas: Guía y sostiene todo lo que ha sido creado por medio de él (cf. Col 1,17), lo mismo que la Sabiduría «se propaga decidida de uno al otro confín y gobierna todo con acierto» (Sab 8,1). tras haber llevado a cabo la purifica(-)ción de los pecados: La atención pasa, de ocu(-)parse del papel cosmológico del Hijo preexis(-)tente, a centrarse en la obra redentora del Jesús glorificado. Una yuxtaposición parecida se encuentra en Col 1,15-20; en el AT, el papel de la Sabiduría es cosmológico y también soteriológico (Prov 8,22-36; Sab 9,9-18). la Ma(-)jestad: Perífrasis reverente para referirse a Dios, como «el Poder» de Mc 14,62 (para este uso judío, véase Bonsirven, Judaisme [--> 7 su(-)pra] 1.128-49). La entronización de Jesús «a la diestra» de Dios se ve en 1,13 como el cumpli(-)miento de Sal 110,1. Este texto se utiliza fre(-)cuentemente en el NT para describir la glorifi(-)cación de Jesús (Hch 2,34-36; Rom 8,34; Col 3,1; 1 Pe 3,22); véase D. M. Jíay, Glory at the Right Hand (SBLMS 18, Nashville 1973). Dicha glorificación se conecta directamente con la resurrección; de ahí que no se deba dar importancia al hecho de que Heb no haga re(-)ferencia explícita a la resurrección salvo en 13,20, pues ésta se presupone cuanto se men(-)ciona la exaltación de Jesús (véanse O. Kuss, Auslegung und Verkündigung [Ratisbona 1963] 1. 320; Thompson, Beginnings [--> 3 supra] 131 n. 15).
9 4. hecho superior a los ángeles: En su exaltación, Jesús ha «heredado un nombre más excelente que ellos». En la mentalidad se(-)mítica, el nombre designaba lo que una perso(-)na era, y la recepción de un nombre nuevo in(-)dicaba un cambio en la persona que lo recibía. En este caso, el nombre es «Hijo»; cf. O. Hofius, Der Christushymnus Philliper 2,6-11 (WUNT 17, Tubinga 1976) 79; J. Dupont, «Filius meus es tu», RSR 35 (1948) 522-43. A. Vanhoye señala con razón que esto no se pue(-)de concluir sólo de los vv. 1-4, y que el hecho de que el nombre «Hijo» sea «heredado» por Jesús en su exaltación queda claro sólo a par(-)tir del versículo siguiente (véase Situation du Christ [París 1969] 93-148). Que esta recep(-)ción del nombre en su exaltación no se ha de entender en sentido adopcionista queda per(-)fectamente expresado por la afirmación de Hofius (citada supra) de que «el Hijo se con(-)vierte en cuanto Exaltado en lo que ya es en cuanto Preexistente». La razón para introdu(-)cir el tema de la superioridad de Jesús respec(-)to a los ángeles se conecta con el propósito de Heb: los destinatarios corren el peligro de abandonar la palabra de Dios pronunciada a través de su Hijo. Las consecuencias de ello se(-)rían terribles, mucho peores que el castigo re(-)cibido por aquellos hebreos que desobedecie(-)ron la palabra pronunciada por medio de ángeles (2,2), la ley mosaica, porque el Hijo es superior a los mediadores angélicos de la ley. (Para los ángeles como mediadores de la ley, véanse Hch 7,53; Gál 3,19; Josefo, Ant. 5.515.3 § 136.) Sin embargo, la principal contraposi(-)ción que Heb establece entre la alianza anti(-)gua y la nueva es que ésta tiene un sacerdocio nuevo y superior, cuyo santuario no está en la tierra, sino en el cielo (8,1-2). El sacerdocio de la antigua alianza con el cual se contrasta el del nuevo es el sacerdocio levítico; pero el au(-)tor tal vez tuviera también en cuenta la con(-)cepción judía según la cual los sacerdotes que atendían el santuario celestial eran ángeles (cf., p.ej., TestXIILev 3,4-6; también Hag. 12b, donde esa función se atribuye al arcángel Mi(-)guel). Al poner de relieve la superioridad de Jesús respecto a los ángeles, posiblemente el autor tenga en mente la inquietud fundamen(-)tal de Heb, el sacerdocio celestial de Jesús, y desee decir que el sacerdote que desempeña esa función en el santuario celestial es Jesús, y no un ángel (véase H. Bietenhard, Die himmlische Welt im Urchristentum und Spátjudentum [WUNT 2, Tubinga 1951] 129 n. 1). Final(-)mente, estos versículos introductorios guardan semejanzas notables con los escritos de Filón, en los cuales el Logos es la imagen (eikón) de Dios (De spec. leg. 1.81) y el instrumento a tra(-)vés del cual fue creado el universo (De cher. 127; De sacr. Ab. 8). La palabra gr. charaktér, que en el NT aparece sólo en Heb 1,3, es fre(-)cuente en Filón, a menudo aplicada al alma humana, pero también al Logos (De plant. 18).

10 (II) El Hijo, más alto que los ánge(-)les (1,5-2,18).
(A) La entronización del Hijo (1,5-14). 5. La superioridad de Jesús respecto a los ánge(-)les se demuestra en este momento mediante una cadena de siete textos del AT. El primero, Sal 2,7, pertenece a uno de los salmos reales que celebran, muy probablemente, la entroni(-)zación del rey de Judá. Según 2 Sm 7,14, el se(-)gundo texto de la cadena, la relación entre Dios y el soberano davídico era la de un padre con su hijo; por consiguiente, el día de la su(-)bida del rey al poder era el día en el cual era «engendrado» como hijo de Dios. La interpre(-)tación mesiánica de estos textos, resultado de la creencia de que el Mesías sería del linaje da(-)vídico, se encuentra en el texto precristiano 4QFlor 1,11-13 (--> Apócrifos, 67:92), explícita(-)mente en el caso de 2 Sm 7,14, implícitamen(-)te en el de Sal 2,7, puesto que el Florilegio ha(-)ce referencia a los vv. 1-2 de dicho salmo, pero el «Ungido» de esos versículos es aquel al que se dirige el v. 7. El autor de Heb entendía el «hoy» de Sal 2,7 como el día de la exaltación de Cristo resucitado (cf. Hch 13,33). 6. La ter(-)cera cita, una combinación de Dt 32,43 LXX y Sal 97,7, se introduce con «él dice» (para la justificación de la trad. como 3a pers. mase., en lugar de neut. [el libro], y su trascendencia, véase M. Barth, «The Oíd Testament in Hebrews», CINTI 58-61). No se sabe con seguri(-)dad a qué acontecimiento se refiere el v. 6a. Al(-)gunos especialistas piensan que es la parusía (Héring, Hebrews 9). Si «de nuevo» se entien(-)de como modificador del vb. («al introducir de nuevo a su primogénito en el mundo»), esa in(-)terpretación recibe un respaldo sólido, aunque no concluyente. Sin embargo, «de nuevo» pue(-)de ser simplemente la introducción a un nue(-)vo argumento escriturístico, como en 1,5 (cf. 2,13; 10,30); el hecho de que aparezca dentro de la oración temporal no excluye esa posibili(-)dad (cf. Sab 14,1). En este caso, probablemen(-)te se hace referencia a la exaltación de Jesús; el mundo al cual es llevado es el «mundo veni(-)dero» que queda sometido a él, y no a los án(-)geles (2,5). Puesto que el Hijo encarnado fue «hecho inferior a los ángeles por un poco» (2,9) , no es probable que se aluda al naci(-)miento de Jesús (cf. Montefiore, Hebrews 45).
11 7. La formulación de Sal 104,4 de los LXX proporciona al autor una declaración so(-)bre los ángeles que le permite poner de relieve el contraste entre ellos y el Hijo. El significado del texto de los LXX, diferente del TM, proba(-)blemente sea que Dios transforma a los ánge(-)les en viento y fuego, idea encontrada en 4 Esd 8,21-22. Esto concuerda perfectamente con el propósito del autor: los ángeles son seres mu(-)dables y transitorios, a diferencia del Hijo, cu(-)yo dominio es imperecedero. 8. tu trono, oh Dios: El mismo texto se podría traducir «Dios es tu trono». Puesto que el Hijo está sentado a la diestra de Dios (1,3.13), tal trad. no se ajus(-)taría al contexto; tampoco es fácil ver lo que podría significar. La intención principal del autor al citar Sal 45,7 parece ser simplemente poner de relieve la permanencia del reino del Hijo. La aplicación al Hijo del nombre «Dios» no es por sí misma de gran trascendencia; el salmo ya lo había aplicado al rey hebr. al que se dirigía. Sin duda, el autor de Heb veía en ese nombre más cosas que las expresadas por el estilo cortesano del original, pero lo que él entendía se debe deducir de lo que ya ha dicho del Hijo preexistente. El tema de la sección en(-)tera indica que lo que el autor plantea es el do(-)minio imperecedero del Hijo, resultado de su entronización. 10-12. La siguiente cita, toma(-)da de Sal 102,26-28, atribuye al Hijo la obra de la creación; el salmo como tal dirige estas pa(-)labras a Dios. Puesto que el autor ha hablado del Hijo como mediador de la creación, no re(-)sulta sorprendente tal aplicación. La perma(-)nencia que el salmo atribuía a Dios se atribu(-)ye aquí al Hijo: los cielos perecerán, pero él permanece (cf. Is 51,6). 13. La última cita del AT es Sal 110,1, al cual ha aludido ya el autor en el v. 3. Estas palabras no fueron dichas a ningún ángel. 14. En contraste con el Hijo en(-)tronizado, los ángeles son sólo siervos, «espí(-)ritus servidores» (cf. Filón, De virt. 73). Quizá la indicación de que su ministerio es en favor de los seres humanos vaya dirigida contra una tendencia a considerarlos como verdaderos objetos de culto (cf. Col 2,18). Véase K. J. Thomas, «The Oíd Testament Citations in He(-)brews», NTS 11 (1964-65) 303-25.
12 Algunos sostienen que los vv. 5-13 re(-)flejan un himno en el cual, a semejanza de Flp 2,9-11 y 1 Tim 3,16, las fases de la exaltación de Jesús se presentan en el orden correspon(-)diente al de las ceremonias de entronización (esp. egipcias) del antiguo Oriente Próximo (véanse J. Jeremías, Die Briefe an Timotheus und Titus [NTD 9, Gotinga 1975] 27-29; F. Schierse, Verheissung und Heilsvollendung [MTS 9, Múnich 1955] 96 n. 100; Hay, Glory [-8 supra] 86). Las tres partes de la ceremonia son: (1) la elevación del nuevo rey al rango di(-)vino; (2) su presentación a los dioses del pan(-)teón; (3) su entronización y su recepción del poder regio. Según quienes sustentan tal opi(-)nión, en estos versículos se puede percibir, con la modificación exigida por una religión mo(-)noteísta, la misma secuencia: (1) elevación de Jesús a la categoría de Hijo de Dios al que los ángeles deben adorar (vv. 5-6); (2) la procla(-)mación de un señorío imperecedero (vv. 7-12); (3) la entronización (v. 13). Contra el uso por parte de Heb de tal modelo ritual, véase Meier, «Symmetry» [--> 7 supra] 521 n. 55.

Comentario de Santo Toms de Aquino


Lección 4: Hebreos 1,4-7
Ensálzase la regia dignidad de Cristo por la autoridad, equidad y bondad de su gobierno, que, por ser a propósito para dicho oficio, para eso fue ungido: para desempeñarlo.8 Al hijo, en cambio, le dice: el trono tuyo, ¡oh Diosi, subsistirá por los siglos de los siglos; cetro de rectitud el cetro de tu reino.9 Amaste la justicia, y aborreciste la iniquidad; por eso, ¿oh Diosi, el Dios y Padre tuyo te ungió con óleo de júbilo mucho más que a tus compañeros.Arriba probó el Apóstol por autoridad que los ángeles son emba adores o ministros; ahora lo prueba por razón, de parte del mismo Cristo, e intenta probar la regia dignidad de Cristo, lo primero, ensalzándola, lo segundo, mostrando para ella su idoneidad. Así que primero encarece su regia autoridad; segundo, la equidad de su gobierno; tercero, su bondad. Dice, pues: "en cambio al Hijo le dice: el trono tuyo, ¡oh Diosi"; y son palabras de Dios Padre, que habla por la lengua del profeta, como por pluma de escribano. Dice, pues: ¡Oh Dios Hijo, tu trono... ! con lo que se significa la regia majestad, ya que el trono es la sede real, mas la cátedra del maestro, y el tribunal asiento del juez, todo lo cual conviénele a Cristo; el trono (Sal 88), porque es nuestro rey (Lc 1); la cátedra, porque es el Maestro (Jn 3); el tribunal (II*.Co 5), porque es nuestro juez (Is 33).Correspóndele el trono a Cristo, según la naturaleza divina, en cuanto Dios (Sal 46); en cuanto hombre, por el mérito de la pasión, victoria y resurrección (Ap. 3). Este trono es perpetuo. "Su reino no tendrá fin" (Lc i; Dn. 7). Es claro que ese reino es eterno, ya porque por naturaleza le corresponde, porque es Dios (Sal 144); ya en cuanto hombre, por dos razones: una, porque no es reino ordenado a cosas temporales, sino eternas (Jn 18); otra, porque la 1glesia, que es reino suyo, durará hasta el fin del mundo, y entonces entregará Cristo ese reino a Dios y al Padre para darle su consumación y perfección. De suerte que el reino de Cristo es para encaminar a los hombres a la vida eterna; no así el reino de los hombres, que por eso se acaba con la vida presente.-"cetro de rectitud el cetro de tu reino". Encarece la calidad de su reino por la equidad, que muy a pelo es descrito por la vara; pues va diferencia entre un gobierno tiránico y un gobierno real, ya que el tiránico busca el propio provecho con gravamen de los subditos; el real, en cambio, ordénase de principal intento para provecho de los subditos; por cuyo motivo el rey es padre y pastor; puesto que el pastor no corrige a espadazos, sino con vara (Sal 88); que asimismo le sirve para dirigir la grey (Mi. 7). Otrosí, es báculo para los flacos (Sal 22) y arma ofensiva contra los enemigos (Num 24); pero también es cetro de rectitud (Is 11).Mas advirtamos que alguna vez ejércece el gobierno a punto crudo de derecho, como cuando se observa lo que de suyo es justo; y sucede que, aunque una cosa es justa de suyo, pero comparada con otra fuera perniciosa si se observase; en cuyo caso convendría se aplicase el derecho común; lo cual, si se lleva a efecto, rinde por fruto un gobierno equitativo y justo. El reino del antiguo testamento se llevaba con ese rigor de justicia, "carga que ni nosotros, ni nuestros padres, pudimos soportar" (Hch XV); mas el reino de Cristo es reino de justicia y de equidad, ya que en él no se impone sino una suave observancia, "pues mi yugo es dulce y mi carga ligera" (Mt XI. S. 95).-"amaste la justicia". Ensalza ahora la bondad del gobernante; pues algunos, si guardan la justicia, no lo hacen precisamente por amor a ella, sino más bien por temor, por vanagloria, por miedo, con lo que tal gobierno no dura; pero Este guarda la justicia por amor a ella. Dice, pues: "amaste la justicia", como si dijera: si la vara es recta y justiciera, esto es porque amaste la justicia. "Amad la justicia los que sois jueces" (Sg 1). Pero el que no ama la justicia no es justo (Mt 5). Algunos hay que aman por cierto la justicia, mas son remisos para corregir lo malo; Cristo, en cambio, aborrece, esto es, reprueba la iniquidad (Sal 1 18; Sg 14; Sir 12). Por eso dice: "y aborreciste la iniquidad".-"Por eso Dios te ungió". Muestra la idoneidad de Cristo para ejecutar y gobernar, en donde la duda es por el "propterea": por eso. Trátase con tales palabras de la unción espiritual, porque Cristo estuvo lleno del Espíritu Santo. Pues ¿acaso estuvo lleno porque amó la justicia? Luego mereció la gracia, que es asentar una afirmación contraria a lo que dice Romanos XI: "sí por obras, luego no por gracia"; y ésta es una razón común. Pero lo que hace más a nuestro propósito es que Cristo desde su misma concepción estuvo lleno del Espíritu Santo (Jn 1). Así que no mereció.Respondo: aquí hay que andar con cautela para no caer en el error de Orígenes. Según él, todas las criaturas espirituales, aun el alma de Cristo, fueron creadas desde el principio, y conforme a su adhesión o despego, más o menos intenso, a merced de su arbitrio, hízose una distinción entre almas y ángeles. De ahí que diga en el Periarjón que el alma de Cristo, por su vehemente adhesión a Dios, amando la justicia y aborreciendo la iniquidad, mereció mayor plenitud de gracia que todas las substancias espirituales. Pero es herejía afirmar tal cosa, es a saber, que cualquier alma, aun la de Cristo, haya sido creada antes que el cuerpo -con especial razón en Cristo- ya que al mismo tiempo ert el primer instante fue formada el alma y formado el cuerpo, y todo el compuesto tomado por el Hijo de Dios. ¿A qué viene, pues, decir: "propterea": por eso? Hay una Glosa que parece inclinarse al sentir de Orígenes. Mas si queremos salvarla de error, diremos que en la Escritura se dice que algo se hace cuando se da a conocer; como, por ejemplo, en Fil 2: "se hizo obediente. .. por lo cual Dios lo ensalzó". ¿Acaso por los méritos de su Pasión mereció Cristo ser Dios? ¡Líbrenos Dios de afirmar tal cosa!, que éste es el error de Fotino.Digamos, pues, que sobrepuja todo mérito el hecho de que Cristo sea Dios, mas por su pasión mereció darse doquiera a conocer por Dios y que tal nombre se lo haya dado Dios. .. Así que ese texto: por eso te ungió Dios, hay que interpretarlo en este sentido: por haber Tú amado la justicia, mereciste que esto se hiciese notorio. O mejor de este otro modo, de suerte que "propterea": por lo cual, no signifique causa meritoria, sino final, como si dijera: el haberte ungido Dios con el óleo de santificación, con que eran ungidos los sacerdotes y reyes -como parece por David y Salomón- y vasos sagrados; asimismo los profetas -como parece por Eliseo- fue para que alcanzases la posesión de un trono perpetuo y un cetro de rectitud.Mas ¿por qué se hacía esta santificación por medio de la unción? La razón es literal: ya que por vivir en una región demasiado caliente los orientales sentían necesidad de ungirse, en ocasión de alguna solemnidad, para que no se les comiese el pellejo. Lo mismo hacían los pobres: "No tiene tu esclava otra cosa en su casa sino un poco de aceite para ungirse" (2 Reyes,4,2). Y en la Escritura se nos cuentan estas cosas al estilo humano. Pues porque entonces era costumbre se ungiesen los hombres, o para festejar a Cristo o a la propia persona, por eso, para indicar la excelencia de Cristo, dice que fue ungido "con óleo de alegría", puesto que es rey (Is 32 y 35), sacerdote (Sal 109) y profeta (Dt. 18), y convenía fuese ungido con óleo de santificación y de alegría.De El proceden los Sacramentos, que son canales o vasos de la gracia (Is 22). Conviene también esta unción a los cristianos, puesto que son reyes y sacerdotes (1Pe 2; Ap. 5) y tienen al Espíritu Santo, que es espíritu de profecía (Jpel 2) y, por consiguiente, están ungidos con invisible unción (2Co 1; 1 Jn 2).Mas ¿qué comparación hay entre Cristo ungido y los cristianos ungidos? Esta, a saber, que Cristo la tiene primero y de principal intento; nosotros y los demás derramada de El (Sal 127); por eso dice: "mucho más que a tus compañeros" (Jn 1), De donde otros se dicen santos, pero El el santo de los santos, siendo como es la raíz de toda santidad. Y dice con óleo de alegría o de júbilo, porque de esta unción procede la alegría espiritual; "que el reino de Dios no consiste en comer y beber, sino en la justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14; Ga 5; Salmo 103; Is 61).La repetición de: "Dios, Dios" tiene doble exposición: una, que el nombre Dios está repetido en nominativo, de suerte que el sentido sea éste: te ungió Dios por Sí mismo Dios; a nosotros, en cambio, nos ungió por Ti, Cristo hombre, mediador entre Dios y los hombres (2Pe 1). Otra, según San Agustín en la Glosa, que el nombre está en nominativo y vocativo, de modo que se interprete así: ¡Oh Cristo, que eres Dios Hijo, Dios Padre te ungió... ! exposición que, al parecer, está más de acuerdo con el texto griego; con todo, no parece la verdadera, ya que Cristo no fue ungido en cuanto Dios, porque así no le conviene recibir al Espíritu Santo, sino darlo a otros. Respondo: digamos que en persona lo mismo es Dios y hombre, pero fue ungido en cuanto hombre. Y cuando se dice: ¡Oh Dios, Diosi, uno mismo es Dios y hombre, ungido y ungidor, y una misma cosa con El en persona.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



La superioridad del Hijo sobre los ángeles

Los pasajes bíblicos citados en esta sección tienen el efecto de reforzar y exponer algunos de los temas importantes ya presentados en la introducción (vv. 1-4). En particular, la referencia a la entronización celestial del Hijo (v. 3) lleva naturalmente a una explicación de su posición con relación al mundo angelical. El Sal. 110:1 aporta el marco en el cual deben ser entendidos los varios pasajes del AT. Se alude a él en el v. 3 (se sentó a la diestra de la Majestad en los cielos) y se lo cita completo en el v. 13. De ese modo, el tema de la entronización de Cristo y su dominio celestial es el foco de esta sección. Jesús usó el Sal. 110:1 para indicar la posición exaltada y celestial del Mesías o Cristo en la expectativa del AT (p. ej. Mar. 12:35-37; 14:61, 62), y fue luego usado regularmente por los primeros cristianos para declaraciones como las referidas al Jesús resucitado (p. ej. 10:12-14; Hech. 2:34-36; 1 Cor. 15:25). Hay otras alusiones a este pasaje clave en 8:1 y 12:2.

5 El Sal. 2:7 es citado porque es una profecía aplicable al Mesías como Hijo de David e Hijo de Dios. La base teológica de este extraordinario reclamo es la promesa especial de Dios a David y su dinastía en 2 Sam. 7:14, que también es citado. Cuando los hijos de David fueron entronizados como representantes terrenos de Dios en Jerusalén, disfrutaron de una relación especial de filiación con Dios. Jesús es el que finalmente cumple estos pasajes porque es el Hijo eterno de Dios (como en 1:2, 3), cuya resurrección y ascensión le restauraron al lugar de toda autoridad y poder en el universo a la mano derecha del Padre (cf. el uso del Sal. 2:7 en Hech. 13:33).

6 Nunca se habían hecho promesas así a los ángeles. Su papel ha sido siempre el de adorar a Dios (cf. Deut. 32:43; Sal. 96:7). En consecuencia deben adorar al Hijo que se sienta a su diestra. Al compartir plenamente nuestra humanidad, llegó a ser por un tiempo menor que los ángeles, pero ahora está coronado de gloria y honra (2:9). La introducción del Primogénito de Dios en el mundo (gr. oikumene, como en 2:5) en este pasaje se entiende mejor como una referencia a la entrada de Cristo en lo que aún es el mundo venidero (2:5). Esto ocurrió cuando él ascendió al ámbito celestial.

7-9 El texto gr. del Sal. 104:4 sugiere que los ángeles fueron creados para cumplir los mandatos de Dios con la velocidad de los vientos y la fuerza del fuego. Son parte del orden creado y deben estar sometidos al Hijo, porque él comparte con el Padre el gobierno (trono) divino que es por los siglos de los siglos. El Sal. 45:6, 7, que celebra una boda real, se usa con referencia a Cristo, el rey de Israel, quien cumple en grado sumo el ideal de compartir la justicia y la alegría del reino eterno de Dios.

10-12 La eternidad de Cristo y su dominio es subrayado nuevamente en el Sal. 102:25-27. Esto es contrastado con la creación perecedera que él ha fundado y que un día será enrollada como un vestido. Heb. usa el texto gr. de ambos salmos para indicar que el Padre se dirige al Hijo como Dios y Señor. El Sal. 110:1 puede haber inspirado esta interpretación, dado que allí el Señor se dirige a otro como mi Señor y le invita a sentarse a su diestra.

13, 14 Volviendo al pasaje que parece haber sido el punto de partida para sus reflexiones, el autor usa el Sal. 110:1 para insistir en que los ángeles no ejercen la autoridad y dominio del Hijo. Como espíritus servidores, tienen como papel el de servir a sus propósitos y ejecutar sus mandatos. Ciertamente, sirven a Dios al servir a favor de los que han de heredar la salvación. Los ángeles son superiores a nosotros en el orden de la creación (Sal. 8:4-6), pero son comisionados para ayudarnos en formas que escapan a nuestra comprensión, de modo que podamos alcanzar la herencia divina (cf. 13:2).

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

El Hijo. La carta a los Hebreos no es en realidad una carta, sino una homilía dirigida a los cristianos de la segunda generación que vivían momentos difíciles de desaliento y confusión. Por eso no comienza con los preámbulos propios de una carta, como la alusión al remitente, destinatarios, saludos, sino con una introducción que adelanta el tema de la homilía que va a comenzar.
De manera breve y solemne, con el estilo distinguido que le da el dominio de la lengua griega, el predicador nos presenta la figura del Hijo de Dios ocupando el centro de la historia de las relaciones entre Dios y la humanidad. Dios ha estado siempre hablando de muchas formas y maneras a los hombres y mujeres de todo el mundo. A los judíos, en concreto, les habló, sobre todo, a través de los profetas de Israel. Siguiendo el pensamiento del autor de la carta, podemos decir que Dios también ha hablado a otros pueblos por medio de hombres y mujeres sabios, los profetas de las otras religiones de la tierra. En esta etapa final de la historia, Dios ha pronunciado su palabra definitiva, pero no ya por medio de cualquier hombre, sino por medio de uno que su Hijo.
El predicador presenta ahora la identidad de este Hijo, que es quien encarna y garantiza la Palabra de la revelación plena de Dios, en contraste con las revelaciones parciales y fragmentarias que han aparecido a lo largo de la historia humana. Y así, recorriendo las Sagradas Escrituras nos ofrece un retrato majestuoso de la identidad del Hijo de Dios antes de que apareciera en la historia como Jesús de Nazaret. Dice que ya era el Mediador en la creación, la Palabra en que todo fue creado (cfr. Gn 1; Sal_33:6 y Jua_1:3); la Sabiduría del proyecto creador-salvador de Dios (cfr. Sab_7:22-30); el Heredero universal de las naciones y de los confines de mundo (cfr. Sal_2:8). En cuanto al misterio de su origen y naturaleza, el predicador emplea una imagen tomada del mundo de la luz para afirmar su igualdad con Dios: «él es reflejo de su gloria» (3). Y en relación con la creación nos dice que el Hijo lo sustenta todo (cfr. Col_1:17), como si la acción creadora estuviera saliendo continuamente de sus manos. De la función creadora del Hijo pasa a su función salvadora, y lo presenta en su estado de exaltación gloriosa (cfr. Flp_2:9-11), sentado a la derecha de Dios (cfr. Sal_110:1), después de la purificación de nuestros pecados por su muerte, según la profecía de Ezequiel (cfr. Eze_36:25-29).
¿Hay alguien comparable con este Hijo de Dios? Nadie, ni siquiera los ángeles, y lo prueba con varias citas de las Escrituras para concluir que los ángeles son solamente «espíritus... enviados en ayuda de los que han de heredar la salvación» (14).

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter I.

[Christ aboue the Angels.]

1 Christ in these last times comming to vs from the Father, 4 is preferred aboue the Angels, both in Person and Office.
1 God who at sundry times, and in diuers manners, spake in time past vnto the Fathers by the Prophets,
2 Hath in these last dayes spoken vnto vs by his Sonne, whom he hath appointed heire of all things, by whom also he made the worlds,
3 [ Wis_7:26 .] Who being the brightnesse of his glory, and the expresse image of his person, and vpholding all things by the word of his power, when hee had by himselfe purged our sinnes, sate down on ye right hand of the Maiestie on high,
4 Being made so much better then the Angels, as hee hath by inheritance obtained a more excellent Name then they.
5 For vnto which of the Angels said he at any time, Thou art my sonne, this day haue I begotten thee? And again, I will be to him a Father, and he shall be to me a Sonne.
6 And againe, when he bringeth in the first begotten into the world, hee saith, And let all the Angels of God worship him.
7 And of the Angels he saith: Who

[Christ aboue the Angels.]

maketh his Angels spirits, and his ministers a flame of fire.
8 But vnto the Sonne, he saith, Thy throne, O God, is for euer and euer: a scepter of [ Gr, rightnesse, or straightnes.] righteousnesse is the scepter of thy kingdome.
9 Thou hast loued righteousnesse, and hated iniquitie, therefore God, euen thy God hath anointed thee with the oyle of gladnesse aboue thy fellowes.
10 And, [ Psa_102:2 ; Isa_34:4 .] thou Lord in the beginning hast layed the foundation of the earth: and the heauens are the works of thine hands.
11 They shall perish, but thou remainest: and they all shal waxe old as doth a garment.
12 And as a vesture shalt thou fold them vp, and they shall be changed, but thou art the same, and thy yeeres shall not faile?
13 But to which of the Angels said hee at any time, [ Psa_110:1 ; Mat_22:44 .] Sit on my right hand, vntill I make thine enemies thy footstoole?
14 Are they not all ministring spirits, sent foorth to minister for them, who shall be heires of saluation?

Biblia Peshitta en Español (Holman, 2015)

a Sal 45:6-7;b Isa 9:6; Jua 1:1; Jua 1:18; Jua 10:30; Jua 17:11; Jua 17:22; Rom 9:5; Flp 2:6; Tit 2:13; 1Jn 5:20; Jud 1:4

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



3. «El resplandor de su gloria y la impronta de su ser»: Cristo, el Hijo de Dios, es la perfecta imagen del Padre, como la marca impresa por un sello ( 2Co_4:4; Col_1:15). Ver Sab_7:26.

5. Sal_2:7; 2Sa_7:14.

6. Deu_32:43 (texto griego).

7. Sal_104:4.

8-9. Sal_45:7-8.

10-12. Sal. 102 26-28

13. Sal. 110. 1.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

Combinando citas del Antiguo Testamento, la carta enseña que Jesucristo es el Mesías Rey y el Hijo de Dios por naturaleza, no por adopción (v. 5); a Él los ángeles le deben adorar, por ser éstos de naturaleza inferior (vv. 6-7), ya que a Él le corresponden las prerrogativas del Rey Mesías, el Ungido (vv. 8-9), y ya que por Él fue creado el mundo (vv. 10-12). Los ángeles, en cambio, tienen la función de servir y adorar a Dios. «Decimos que [los ángeles] suben para llevar las oraciones de los hombres, a los lugares más puros del mundo, que son los celestes. (...) Y de allí bajan, a su vez, para traer a cada uno, según lo que merece, alguno de los beneficios que Dios les manda llevar. A estos, pues, según su oficio, hemos aprendido a llamarlos ángeles o mensajeros» (Orígenes, Contra Cels. 5,4). (v.6 Sal 97,7 Neovulgata latina, Dt 32,43 griega LXX)

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 1.3 Cf. Sab 7.25-26; Jn 1.1-9,14-18; 1 Co 8.6; Col 1.15-17.

[2] 1.3 A la derecha del trono de Dios: Cf. Sal 110.1; Mc 14.62; Hch 2.33.

[3] 1.5 Sal 2.7.

[4] 1.5 2 S 7.14.

[5] 1.6 Dt 32.43 y Sal 97.7 (gr.).

[6] 1.7 Sal 104.4 (gr.).

[7] 1.9 Por eso te ha escogido Dios, tu Dios: otra posible traducción: por eso, oh Dios, tu Dios te ha escogido.

[8] 1.8-9 Sal 45.6-7.

[9] 1.10-12 Sal 102.25-27 (gr.).

[10] 1.13 Sal 110.1.Cf. también Mt 22.44; Hch 2.33-35; 1 Co 15.25; Ef 1.20.

Greek Bible (Septuagint Alt. Versions + SBLGNT Apparatus)

καὶ ἡ ῥάβδος τῆς εὐθύτητος WH Treg NA28 ] ῥάβδος εὐθύτητος ἡ RP
  • σου Treg NA28 RP ] αὐτοῦ WH

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*1:5-14 A base de siete citas de los LXX se aclara la diferente condición del Hijo y de los ángeles. Las diversas expresiones que la Sagrada Escritura utiliza para describir la naturaleza angélica se ponen en contraste con el nombre personal de Cristo como Hijo.

iNT-CEVALLOS+ Interlineal Académico Del Nuevo Testamento Por Cevallos, Juan Carlos

[I εἰς τὸν αἰῶνα τοῦ αἰῶνος I] por los siglos de los siglos.

Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

Sal 45:6-7.

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


NOTAS

1:8 Var.: «su realeza», ver Sal 45 LXX.

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


NOTAS

1:8 Var.: «su realeza», ver Sal 45 LXX.

Torres Amat (1825)



[5] Sal 2, 7.

[6] Sal 97 (96), 7.

[7] Sal 104 (103), 4.

[10] Sal 102 (101), 26.

Biblia Latinoamericana (San Pablo, 1995)



[=] *Sal 46:7

Jünemann (1992)


8 c. Oh, tú.