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¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto al Dios vivo! (Hebreos 9, 14) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



48 (iii) El tabernáculo de la antigua alian(-)za (9,1-5). 2. en la cual estaban el candelabro... esto se llama Santo: El autor empieza a descri(-)bir el tabernáculo mosaico (cf. Éx 25-26). Éste se hallaba dividido en dos partes separadas por un velo (Éx 26,31-35); pero, en lugar de hablar de la sección exterior e interior del úni(-)co tabernáculo, el autor habla del primer ta(-)bernáculo y el segundo. El gr. hagia, «Santo», presenta dificultades. Normalmente, el autor aplica este término (con artículo determinado, sin embargo, a diferencia de aquí) a la parte interior del tabernáculo (cf. w. 8.25; 13,11), la parte que en el v. 3 llama «Santo de los santos» y en el v. 7 «el segundo [tabernáculo]». Si en este caso se utiliza con el significado de «San(-)to» en contraste con el «Santo de los santos» (v. 3), resulta extraño que el autor no mantu(-)viera esa terminología en textos posteriores en lugar de aplicar a la parte interior la designa(-)ción que en este caso da a la parte exterior. Ha habido tentativas de negar esta aparente falta de coherencia (véanse Vanhoye, Structure littéraire 144, n. 1; Montefiore, Hebrews 144). Sin embargo, la semejanza a este respecto entre los w. 2.3 y Éx 26,33 hace pensar que hagia y hagia hagión en estos versículos significan lo mismo, respectivamente, que to hagion y to hagion ton hagión de Éx LXX, es decir, «el Santo» y «el Santo de los Santos». 3. el segun(-)do velo: Al velo que separaba el Santo del San(-)to de los santos se le llama «el segundo» por(-)que a la entrada del primero había una cortina (cf. Éx 26,36). 4. que contenía un altar de oro para el incienso: La palabra gr. thymiatérion, «altar para el incienso», significa «incensario» en los tres lugares donde aparece en los LXX (2 Cr 26,19; Ez 8,11; 4 Mac 7,11); algunos han supuesto que se refiere a ese objeto de culto, utilizado en el rito del día de la expiación (Lv 16,12; cf. Michel, Hebráer 299-301). Sin em(-)bargo, la mayoría de los comentaristas pien(-)san que el autor está hablando del altar del in(-)cienso (cf. Éx 30,1-10). Aunque la palabra con que en los LXX se denomina a dicho altar es thysiastérion, Filón (Quis rer. div. 226) y Josefo (Ant. 3.6.8 § 147) lo llaman thymiatérion, la misma palabra que se utiliza en el texto que nos ocupa. Sin embargo, mientras que Heb si(-)túa este altar en el Santo de los santos, el AT lo sitúa en el Santo, el «primer tabernáculo» (Éx 30,6). Parece que el autor cometió un error en este punto, al interpretar mal el texto de Éx. Así mismo, el AT no dice que los objetos que el autor sitúa en el Arca de la Alianza estuvieran realmente dentro de ella, salvo las tablas en que se escribieron los diez mandamientos (Dt 10,5). (Para la urna, cf. Éx 16,32-34; para la va(-)ra de Aarón, cf. Nm 17,16-26.) 5. encima del arca estaban los querubines de la gloria... el lu(-)gar de la expiación: El «lugar de la expiación» (gr. hilastérion), hecho de oro, era llamado así debido a que el día de la expiación se asperja(-)ba sobre él la sangre de los sacrificios (Lv 16,14-15), y de esa manera se «expiaban» o bo(-)rraban los pecados del año anterior. (Para el concepto de expiación, véase el comentario a 2,17. ) Hilastérion se traduce a menudo por «propiciatorio», pero esa trad. podría dar a en(-)tender que la sangre asperjada servía para «aplacar» a Dios. «Sede de la misericordia», otra trad., es mejor, pero quizá demasiado va(-)ga (- Teología paulina, 82:73-74).
49 (iv) El culto de la antigua alianza (9,6-10). 6. los sacerdotes entran... continuamente: Los deberes cultuales cumplidos en el taber(-)náculo exterior eran ocuparse de las lámparas del candelabro (Éx 27,21), quemar incienso cada mañana y cada tarde en el altar del in(-)cienso (Éx 30,7), y sustituir semanalmente los panes de la presencia depositados sobre la me(-)sa dispuesta a ese efecto (Lv 24,8). 7. en la se(-)gunda, sólo [entra] el sumo sacerdote, una vez al año: Se alude a los dos sacrificios del día de la expiación ofrecidos por el sumo sacerdote (Lv 16,1-14), uno para expiar sus pecados y los de su familia, el otro para expiar los pecados del pueblo. Los pecados por los que se hacía la expiación se denominan «pecados de ignoran(-)cia». En 5,2 (véase el comentario) el autor ha(-)bía hablado de la compasión del sumo sacer(-)dote por «los ignorantes», es decir, por aquellos que habían cometido pecados de ese tipo (véanse Bonsirven, Judaisme [--> 7 supra] 2.92-93; ETOT 1.161 n. 6; Montefiore, Hebrews 148). (Para el modo en que la Misná entendía los pecados expiados mediante los ritos del día de la expiación, véase Yoma 8,8.9.) En este ver(-)sículo, el autor habla por vez primera de «san(-)gre» sacriñcial, tema al que se va a dedicar en este capítulo y el siguiente. En la actualidad se admite generalmente que la muerte del animal sacrificial no pretendía simbolizar que aquel en cuyo nombre se ofrecía el sacrificio mere(-)cía la muerte; la única razón de ello es, sin em(-)bargo, que la mayoría de los pecados por los que se ofrecían sacrificios no eran pecados que llevaran aparejada la pena de muerte (cf. R. de Vaux, AI 158; ETOT 1.165 n. 2). El fin de matar al animal era sacar su sangre. La im(-)portancia de la sangre quedaba expresada en Lv 17,11.14. La sangre era el elemento en el cual residía la vida. En la medida en que es vi(-)da, la sangre es el elemento peculiarmente di(-)vino dentro de la persona humana y, en razón de su carácter sagrado, era, cuando se derra(-)maba sobre el altar o se asperjaba sobre el lu(-)gar de la expiación, un símbolo eficaz de la pu(-)rificación del pecado y del restablecimiento de la unión entre Dios y el oferente. «Por el de(-)rramamiento de la sangre, se liberaba vida, y al ofrecer ésta a Dios quien daba culto creía que quedaba anulado el alejamiento entre él y la deidad, o que se limpiaba la contaminación que les separaba» (W. D. Davies, Paul and Rabbinic Judaism [Londres 1962] 235; cf. D. McCarthy, IDBSup 114-17; L. Sabourin, DBSup 10.1494-97. Para un significado diferente de la sangre sacrificial, véase L. Morris, Apostolic Preaching [-->18 supra] 108-24). El ritual de la sangre era un elemento de todos los sacrificios de animales del AT; puesto que la fuerza ex(-)piatoria se atribuye a la sangre (Lv 17,11), la noción de expiación está presente en todos los diversos tipos de sacrificio, y la eliminación del pecado era la finalidad de todo, aun cuan(-)do dicha finalidad no era la única (véase R. de Vaux, AI 453). En el AT no se dice, sin embar(-)go, que la sangre sea «ofrecida». Aunque algu(-)nos especialistas hablan del ritual de la sangre como una ofrenda (W. D. Davies, Paul 235; ETOT 1.164), otros, al tiempo que hacen hin(-)capié en dicho ritual como parte -y hasta co(-)mo elemento esencialdel sacrificio, se niegan a considerarlo precisamente como una ofren(-)da (L. Moraldi, Espiazione sacrifícale e riti espiatori [Roma 1956] 249-52). La cuestión qui(-)zá carezca de importancia, pero si esta última opinión es correcta, el hecho de que Heb hable en este pasaje de que la sangre se ofrece signi(-)fica que el autor está introduciendo en la des(-)cripción del sacrificio del día de la expiación una concepción que no se encuentra en el AT. ¿De qué fuente la sacó? Posiblemente estaba haciendo uso de una técnica que consistía en hablar del tipo del AT con términos que sólo se aplicaban propiamente al antitipo del NT (p.ej., en 1 Cor 10,2 el paso a través del mar es denominado bautismo «en Moisés» debido a su antitipo, el bautismo «en Cristo»).
50 8. todavía no ha sido revelado el cami(-)no del santuario [interior]: La meta del culto era el acceso a Dios. El hecho de que sólo el sumo sacerdote pudiera entrar en esa parte del tabernáculo, el equivalente terreno de la morada celestial de Dios, demostraba que el culto del AT no había alcanzado la meta. 9. es(-)to es un símbolo del tiempo presente: «Tiempo presente» no es una mera indicación cronoló(-)gica. Significa lo mismo que «mundo presen(-)te» en contraposición al «mundo venidero». Este se halla presente ya ahora, de manera an(-)ticipada, y los cristianos han experimentado las maravillas de su poder (6,5). incapaces de hacer perfecta la conciencia del que da culto: Es decir, de limpiarla de pecado (cf. v. 14). 10. sólo [de limpiar] respecto a comidas y bebidas y diversas clases de abluciones rituales: El autor limita la eficacia de los sacrificios del AT a la limpieza de las contaminaciones causadas por la transgresión de leyes rituales, a saber, las prescripciones alimentarias (cf. Lv 11; Nm 6,1-4) y las abluciones rituales (cf. Lv 14,8; Nm 19,11-21). Esta valoración escasamente positi(-)va de su eficacia no habría sido aceptada por ningún hebreo. Para el hebreo, un sacrificio «no era mera expresión del espíritu del ofe(-)rente, ni ciertamente una forma vacía que na(-)da añadía ni quitaba. Requería que el espíritu le diera validez, pero una vez validado se con(-)sideraba cargado de fuerza. Nunca era una mera súplica, fuera de ayuda, de perdón o de comunión. Era poderoso para efectuar algo, bien dentro del oferente, bien en favor suyo o de otra persona» (H. H. Rowley, BJRL 33 [1950] 87).

51 (b) El sacrificio de Jesús (9,11-28).
(i) El sacrificio en el santuario celestial
(9,11-14). 11. sumo sacerdote de los bienes rea(-)lizados: La lectura gr. aquí adoptada y traduci(-)da como «los bienes realizados» (ton genomenón agathón) es diferente de la de muchos mss. que leen ton mellontón agathón, «los bie(-)nes venideros». Para la lectura seguida aquí, véase TCGNT 668. a través del tabernáculo mayor y más perfecto no hecho por manos, esto es, no de esta creación: Este tabernáculo es consi(-)derado por A. Vanhoye como el cuerpo resuci(-)tado de Cristo, «el templo levantado en tres días» (Structure littéraire 157 n. 1). Al señalar que no es simplemente el cuerpo del Hijo en(-)carnado sin más, este autor observa acertadamente que, durante su vida mortal, al cuerpo de Jesús no se le podía aplicar lo de «no de es(-)ta creación»; la resurrección lo convirtió en cuerpo espiritual, celestial (cf. 1 Cor 15,46-47). Sin embargo, parece preferible la opinión que ve este tabernáculo como las regiones celestia(-)les, el equivalente celestial del tabernáculo ex(-)terior terreno, por el cual Jesús penetró (4,14) en el cielo más alto, la morada de Dios (9,24), el equivalente del tabernáculo interior, el San(-)to de los santos (véanse Michel, Hebraer 313-32; H. Koester, HTR 55 [1962] 309; Peterson, Hebrews and Perfection [--> 15 supra] 143-44). Una objeción a esta interpretación es que im(-)plica tomar la prep. dia, «por», en sentido lo(-)cal, siendo así que esa misma prep. se utiliza dos veces en la última parte de la oración (v. 12) con sentido instrumental, aunque el caso de los sustantivos regidos por las prep. es el mismo (gen.) en las tres ocasiones. H. Montefiore manifiesta que tal procedimiento sería «de mal estilo y carece de paralelos en el uso neotestamentario» (Hebrews 152). La tentativa de J. Moffatt de explicar la fluctuación de sen(-)tido como una técnica literaria encontrada en otras partes de Heb no hace al caso, pues en los ejemplos que cita para justificar su afirma(-)ción (Hebrews 121) la diferencia de sentido se debe al hecho de que la preposición rige casos diferentes. No obstante, el sorprendente para(-)lelo entre 9,11 y 10,20, donde dia se usa con sentido local, confirma la opinión de que tam(-)bién en 9,11 tiene ese sentido; tanto la tienda más grande y más perfecta de este versículo, como el velo de 10,20, son «esferas» por las cuales se realiza el paso de Cristo. No es pre(-)ciso ver en esta concepción del paso de Cristo por los cielos ninguna influencia del mito gnóstico del viaje de retorno del redentor redi(-)mido al mundo de la luz. Las opiniones cos(-)mológicas del autor, que éste compartía con el judaísmo apocalíptico (véase el comentario a 1,2) , son explicación suficiente del origen de tal concepción. La objeción de que los cielos intermedios no se designarían como «no de es(-)ta creación» carece de peso, pues tal expresión es claramente una explicación de «no hecho por manos»; la tienda mayor y más perfecta no está hecha por manos humanas, a diferen(-)cia del santuario terreno.
52 12. mediante su propia sangre: Lo mis(-)mo que el sumo sacerdote tenía derecho a acce(-)der al Santo de los santos porque llevaba la san(-)gre de los animales sacrificiales, la vida de Jesús ofrecida en sacrificio le da a éste el derecho a acceder al santuario celestial. Lo mismo que el sacrificio del día de la expiación no se puede concebir sin el elemento esencial de la asper(-)sión de la sangre, en este caso resulta imposible considerar la entrada de Jesús en el santuario como sí fuera la consecuencia del sacrificio que habría consumado con su muerte en la cruz; en realidad, dicha entrada forma parte de ese sa(-)crificio, iniciado en la tierra y consumado en el cielo. Puesto que el autor establece un paralelo exacto entre ambas entradas, resulta difícil en(-)tender cómo puede decir F. F. Bruce que «ha ha(-)bido comentaristas que, forzando la analogía del día de la expiación más allá de los límites contemplados por nuestro autor, han sostenido que la obra expiatoria de Cristo no quedó con(-)sumada en la cruz», sino en el cielo (Hebrews 200-01; de manera parecida N. H. Young, NTS 27 [1980-81] 198-210). Precisamente los límites contemplados por el autor en su comparación entre ambos constituyen la razón por la cual se debe buscar el equivalente celestial de la asper(-)sión de la sangre realizada por el sumo sacer(-)dote, aspersión que no era consecuencia del sa(-)crificio, sino parte esencial suya, consiguió una redención eterna: El vb. traducido en modo in(-)dicativo es un ptc. aor. gr.; en este caso se en(-)tiende como un aor. de acción coincidente (BDF 339). La palabra lytrósis, «redención», se debe entender a la luz de su uso en el AT. Pertenece a una familia de palabras (lytron, lytrousthai, apolytrósis) que expresa la noción de liberación (cf. Dn 4,34 LXX), frecuentemente en referen(-)cia a la liberación de Israel de Egipto (Éx 6,6; Dt 7,8) y de la cautividad babilónica (Is 41,14; 44,22.24) . En Sal 130,7-9 se aplica a la libera(-)ción del pecado. En ninguno de estos casos exis(-)te noción alguna de que como condición para la liberación se exigiera el pago de un precio, y no hay razón para ver tal idea en este versículo (cf. F. Büchsel, «Lytrósis», TDNT 4. 354), pese a la opinión de quienes ven la sangre de Cristo como el precio pagado (a Dios) por la redención de la humanidad (cf. A. Médebielle, DBSup 3.201; A. Deissmann, LAE 331; --> Teología pau(-)lina, 82:75). Como la salvación de 5,9, la reden(-)ción es «eterna» porque se basa en el sacrificio eternamente aceptable de Jesús.
53 13. las cenizas de una becerra: Tales ce(-)nizas se mezclaban con agua y se usaban para limpiar a quienes se habían contaminado por contacto con cadáveres, huesos humanos o tumbas (cf. Nm 19,9.14-21). santifican a los contaminados en orden a la purificación de la carne: La sangre de los sacrificios y el agua lustral conferían a los contaminados pureza ritual exterior. 14. por el espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios: Este espíritu no es ni el Espíritu Santo ni la naturaleza divina de Jesús (así Spicq, Hébreux 2.258). Como Pablo, el au(-)tor ve la vida terrena de Jesús como una vida vi(-)vida en la esfera de la carne (cf. 2,14; 5,7;
10,20) ; y aunque, a diferencia de Pablo, no ca(-)racteriza explícitamente la vida de Cristo resu(-)citado como vida «en el espíritu», el contraste carne-espíritu está demasiado hondamente en(-)raizado en la Biblia (véase el comentario a 2,14) como para que el segundo miembro de dicho contraste no quede sobrentendido con el uso que el autor hace del primero. Una compara(-)ción de este versículo con 7,16 pone de mani(-)fiesto que «espíritu eterno» corresponde a la «vida indestructible» de ese texto (cf. Montefiore, Hebrews 155). En 7,16 se hace hincapié en el sacerdocio eterno de Jesús (eterno no en el sen(-)tido de que no tuviera principio, sino porque no terminará jamás) en contraposición al transito(-)rio sacerdocio del AT; en el texto que nos ocupa se hace hincapié en la eternidad del sacrificio uno y único de Jesús, en contraposición a los sacrificios anualmente repetidos del sumo sacerdote judío el día de la expiación (v. 25). Es(-)to hace pensar que la «vida indestructible» de Jesús y su «espíritu eterno» son lo mismo. Este versículo es otra declaración de que la ofrenda hecha por Jesús de sí mismo es una realidad celestial, no terrenal, puesto que se ofrece me(-)diante el espíritu eterno, es decir, en esa nueva esfera de existencia en la que entra en el mo(-)mento de su exaltación. Está claro que el autor no pone en duda la importancia de la cruz, ni pretende decir que el sacrificio se encuentre en su totalidad dentro de la esfera celestial, sino sólo que el sacrificio se consuma en ella. Rehuir las consecuencias de esa concepción sostenien(-)do que la muerte de Jesús «tuvo lugar en el or(-)den eterno y absoluto» (Moffatt, Hebrews 124), o que fue un acontecimiento celestial (véase el comentario a 8,3), es pasar por alto el hecho de que «la naturaleza humana [de Jesús] es axiológicamente terrena hasta que entra en el cielo al término de la Ascensión» (A. Cody, Heavenly Sanctuary and Liturgy in the Epistle to the He(-)brews [St. Meinrad 1960] 91). La denominación de Jesús como la víctima «sin tacha» de su pro(-)pio sacrificio recuerda la prescripción de la ley de que el animal sacrificial debía ser físicamen(-)te sin defecto (Éx 29,1); la palabra se usa en es(-)te caso en sentido moral, como en 1 Pe 1,19. pu(-)rificará nuestra conciencia de obras muertas: Mientras que la aspersión veterotestamentaria de la sangre producía sólo limpieza ritual, la fuerza purificadora del sacrificio de Jesús se ex(-)tiende a la conciencia contaminada y la purifi(-)ca de obras muertas; véase el comentario a 6,1. rendir culto al Dios vivo: Fundamentalmente denota una participación en el culto sacrificial de Jesús, por el cual los cristianos tienen acce(-)so a Dios (4,16; 7,25; 10,19-22). También pre(-)senta la entera vida cristiana como una acción cultual, modo de hablar que recuerda el que acostumbraba a usar Pablo (cf. Rom 12,1).

54 (ii) El sacrificio de la nueva alianza (9,15-22). 15. El sacrificio de Jesús es el funda(-)mento sobre el cual se apoya su condición de mediador de la nueva alianza (cf. 8,6). Por me(-)dio de dicho sacrificio ha traído la liberación («redención», apolytrósis) de los pecados co(-)metidos bajo la antigua alianza, pecados que no eran quitados por los sacrificios del AT. Mientras dichos pecados permanecieran, los hombres no podían poseer la herencia prome(-)tida por Dios, es decir, las «promesas mejores» (8,6), «los bienes realizados» (v. 11), que, como el sacrificio que ha hecho posible su posesión, son eternos. 16-17. donde hay testamento... no tiene valor mientras el testador vive: En estos versículos, el autor compara el nuevo orden in(-)troducido por el sacrificio de Jesús con el pro(-)ducido por un «testamento», que ha empezado a tener valor en virtud de la muerte del testa(-)dor. La palabra gr. diathéké puede significar tanto «alianza» como «testamento». El hecho de que en estos versículos se utilice con este úl(-)timo significado y en los vv. 15 y 18 se le apli(-)que el primero le ha valido al autor el ser acu(-)sado por algunos de incoherencia; otros, por el contrario, han defendido su coherencia, bien afirmando que en la época en que se escribió Heb diathéké significaba siempre «testamento» (A. Deissmann, LAE 341), bien sosteniendo que en los w. 15-18 esa palabra expresa siempre ambos conceptos (J. Swetnam, CBQ 27 [1965] 389). Por lo que respecta a la opinión de Deiss(-)mann, puesto que los LXX usaban diathéké pa(-)ra traducir el hebr. bérit, «alianza», es muy po(-)co probable que un autor neotestamentario cualquiera pudiera haber hecho caso omiso habitualmente del significado de los LXX, «alianza», fuera cual fuera el cambio de signi(-)ficado que la evolución del lenguaje hubiera aportado a la palabra (cf. MM 148-149). Por el contrario, resulta difícil ver cómo cabría apli(-)car a la antigua alianza el concepto de testa(-)mento. Una de las diferencias entre la antigua alianza y la nueva es que ésta no sólo tiene as(-)pecto de alianza, sino también de testamento, mientras que la primera no. Lo que justifica el concepto de testamento en el caso de la nueva alianza es que ésta implicaba la muerte de su iniciador; de ahí que éste no sea sólo quien es(-)tableció la alianza, sino también el testador. No se puede considerar en modo alguno que la muerte de las víctimas animales del sacrificio que selló la antigua alianza (Éx 24,5-8) justifi(-)que siquiera imperfectamente el concepto de muerte de un testador (pese a J. Swetnam, CBQ 27 [1965] 378). Pero puesto que Dios es el que establece la nueva alianza (cf. 8,10), ¿cómo puede ser ésta al mismo tiempo un testamento, que requiere la muerte del testador? La res(-)puesta es que Jesús, el Hijo eterno, que junto con el Padre ha establecido la nueva alianza, es al mismo tiempo el testador cuya muerte ha hecho entrar a aquélla en vigor. Én ese sentido se parece muy poco a la antigua alianza; de ahí la diferencia de significado de diathéké entre los w. 15.18 y 16-17.
55 18. así tampoco la primera alianza se inauguró sin sangre: La partícula «así» provoca una dificultad. Parece indicar que el autor está sacando una conclusión de los w. 16-17, en cu(-)yo caso parecería que, a su modo de ver, la muerte de los animales sacrificados en la inau(-)guración de la antigua alianza correspondía de algún modo a la muerte de un testador. Pero si el valor ilativo de la partícula se aplica a la ar(-)gumentación general del capítulo y no a las afirmaciones de los dos versículos precedentes, el problema desaparece en buena medida. El principal interés del capítulo se centra en la sangre de Cristo, es decir, en su sacrificio, me(-)diante el cual se realizó la expiación y se inau(-)guró la nueva alianza. Puesto que la nueva es el cumplimiento de la antigua, el autor busca un paralelo en la inauguración de las dos y lo en(-)cuentra en el relato del sacrificio afín de Éx 24,5-8. 19-20. La descripción del sacrificio inaugural de la antigua alianza difiere de la que se encuentra en Éx. Los animales sacrificiales son machos cabríos y novillos; se habla de agua, lana escarlata e hisopo (éstos probable(-)mente proceden de los ritos purificatorios en(-)contrados en Lv 14,3-7 y Nm 19,6-18); Moisés asperja el libro (de la alianza) y no el altar. Se considera en este caso que el libro representa a Dios; la significación, por tanto, sería la misma (véase el comentario a 9,7). Las palabras atri(-)buidas a Moisés son ligeramente diferentes de las de Éx; recuerdan las palabras que Jesús pronunció sobre el vino eucarístico (Mc 14,24). Si se tratara de un cambio intencionado, esto sería un argumento contra la opinión común de que el autor no alude nunca a la eucaristía.
21. la tienda: En Éx 24 no se menciona esta as(-)persión del tabernáculo con sangre porque to(-)davía no se había construido. En el relato de su dedicación (Éx 40,16-28) nada se dice de una aspersión de sangre, aunque Josefo la mencio(-)na (Ant. 3.8.6 § 205). El propósito de dicha aspersión era catártico, estaba estrechamente relacionado con lo que L. Moraldi llama el as(-)pecto «sacramental» del rito de la sangre, que expresaba la unión restablecida entre Dios y la humanidad (Espiazione [--> 49 supra] 231.248). Sin embargo, el aspecto catártico se acerca más a concepciones mágicas y es menos sus(-)ceptible de ser interpretado de una manera simbólica que elimine una comprensión del ri(-)to primitiva desde el punto de vista religioso.
22. sin derramamiento de sangre no hay remi(-)sión: Esto pasa por alto los demás medios de remisión conocidos en el AT: ayuno (J1 2,12), li(-)mosna (Eclo 3,29), contrición (Sal 51,19). Pero el autor está pensando en el culto sacrificial, y en ese caso la afirmación es verdadera. No sig(-)nifica, sin embargo, que el derramamiento sa(-)crificial de sangre se considerara como castigo vicario por los pecados del oferente; lo que se contempla es la fuerza expiatoria y unitiva de la sangre, y la necesidad de que ésta se derra(-)me para que se pueda llevar a cabo el ritual de la sangre (cf. T. Thomton, JTS 15 [1964] 63-65).
56 (iii) El sacrificio perfecto (9,23-28). 23. las cosas celestiales mismas necesitan mejores sacrificios que éstos: Es difícil atribuir al taber(-)náculo celestial una necesidad de purificación; C. Spicq sostiene que en esta segunda parte del versículo el autor no habla de purificación, si(-)no de dedicación (Hébreux 2.267). Pero el pa(-)ralelo con la purificación del tabernáculo te(-)rreno, a la que se refiere la primera mitad del versículo, hace improbable esa interpretación.
Si se aplica la afirmación a los cielos interme(-)dios, que corresponden a la parte exterior del tabernáculo terreno, tal vez guarde relación con ella lo que se dice en Job 15,15, «ni los cie(-)los le parecen puros» (véase H. Bietenhard, Die himmlische Welt 130 n. 1). El pl. «sacrificios» resulta extraño, dado que el autor sólo conoce un sacrificio celestial purificatorio, pero su uso tal vez pretenda guardar correspondencia con el pl. «cosas celestiales». 24. antitipo del verda(-)dero: «Antitipo» se usa en este caso con el sig(-)nificado de «copia», para presentarse ahora an(-)te Dios en favor nuestro: cf. 7,25; Rom 8,34. 25-26. Si el sacrificio de Jesús no hubiera sido absolutamente definitivo, sino que hubiera exi(-)gido una repetición constante, como los sacrificios anualmente repetidos del día de la expia(-)ción, habría tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo. El autor rechaza la idea de sacrificios repetidos de Jesús, no la presencia eterna de su único sacrificio. La afir(-)mación de que dicho sacrificio tuvo lugar «al fin de los tiempos» es otro indicio de la fideli(-)dad del autor a la secuencia temporal de la es(-)catología judía y cristiana; cf. C. K. Barrett, «The Eschatology of the Epistle to the He(-)brews», BNTE 363-93. Su aceptación de la con(-)cepción platónica de una realidad celestial eterna contrapuesta a una sombra terrena tem(-)poral se ve modificada por su fe cristiana, pro(-)fundamente histórica. Para él, el santuario ce(-)lestial existió siempre, pero el sacrificio celestial, ahora presente allí eternamente, en(-)tró en el orden eterno en un momento tempo(-)ral determinado. 28. para cargar con el pecado de muchos: cf. Is 53,12. Al tomar sobre sí los pecados, Jesús los eliminó. «La idea de una carga vicaria del pecado ocupa un lugar desta(-)cado, pero no hay ni rastro de un castigo vica(-)rio» (Montefiore, Hebrews 162). Para el uso se(-)mítico de «muchos» en el sentido de «todos», véase J. Jeremías, «Polloi», TDNT 6.536-45. aparecerá por segunda vez, no para tratar con el pecado, sino para traer la salvación a los que le esperan ansiosamente: Referencia a la parusía, quizá con alusión al ritual del día de la expia(-)ción; la aparición de Jesús será como la del su(-)mo sacerdote al salir del Santo de los santos (cf. Eclo 50,5-10). La parusía traerá una salva(-)ción completa y definitiva (cf. 1,14).

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 9

3. EL SANTUARIO TERRESTRE (9/01-05).

1 La primera alianza tenía, desde luego, unas normas litúrgicas y un santuario terrestre. 2 Pues se construyó un tabernáculo, en cuyo primer compartimiento estaba el candelabro, la mesa y los panes ofrecidos a Dios; este compartimiento se llamaba «lugar santo». 3 Detrás de la segunda cortina estaba el compartimiento llamado «lugar santísimo», 4 que contenía un altar de oro, para el incienso, y el arca de la alianza, toda recubierta de oro, en cuyo interior se encontraba una urna de oro con el maná, la vara floreada de Aarón y las tablas de la ley. 5 Encima del arca estaban los querubines de gloria, cubriendo con su sombra el propiciatorio. Pero no es ahora el momento de entrar en detalles.

Moisés había hecho fabricar el tabernáculo conforme al modelo que se le había mostrado en la montaña (8,5). Así pues, si queremos saber qué aspecto tiene el santuario del cielo en el que Cristo es nuestro sumo sacerdote, debemos contemplar el tabernáculo de la antigua alianza. Estaba formado de una tienda anterior, el lugar «santo», y del «lugar santísimo», que estaba oculto tras un velo. La carta marca de tal manera la separación entre el lugar santo y el santísimo, que casi da la sensación de tratarse de dos tiendas distintas. En el ambiente filosóficorreligioso de la carta a los Hebreos no era ninguna novedad la interpretación alegórica del tabernáculo. El historiador judío helenista Flavio Josefo veía en la división en dos partes una imagen del universo entero con su separación de cielo y tierra (Ant. 3,6,4). Filón de Alejandría interpretaba la primera tienda, más exterior, como el mundo sensible, y la interior, el santísimo, como la esfera de las ideas espirituales, eternas.

También en la descripción de nuestra carta late un sentido más profundo. En el santo se hallan las cosas corrientes, que pertenecen a la vida cotidiana: el candelabro, la mesa, los panes expuestos, presentados. En el lugar santísimo, en cambio, sólo se guardan objetos preciosos y muy santos, en él brilla d oro por todas partes. Por eso el autor trasladó al lugar santísimo el altar de oro para incienso, que según Exo_40:26 (cf., sin embargo,Exo_40:5) tenía su puesto delante del velo. Por la misma razón silencia el hecho de que el candelabro estaba hecho de oro puro y el de que la mesa estaba toda recubierta de oro. Así podemos ya entrever el sentido simbólico del tabernáculo dividido en dos compartimientos. La primera tienda, el lugar santo, es símbolo de la tierra, es el ámbito de las cosas accesibles todos los días. El santísimo, en cambio, quiere ser una representación del cielo, de la presencia graciosa de Dios. Sin embargo, la segunda tienda del tabernáculo, no obstante estar toda resplandeciente de oro, pertenece al santuario cósmico y por ello depende todavía del mundo de las figuras, de las sombras, de lo transitorio.

4. EL MINISTERIO SACERDOTAL EN EL SANTUARIO TERRESTRE (9/06-10).

6 Construido todo de esta manera, los sacerdotes entran continuamente en el primer compartimiento del tabernáculo para celebrar el culto. 7 Pero en el segundo entra sólo el sumo sacerdote, una vez al año, no sin llevar sangre que ofrecer por sí mismo y por los yerros del pueblo. 8 Con esto, el Espíritu Santo da a entender que, mientras el primer compartimiento esté en pie, no está patente aún el camino que conduce al lugar santísimo. 9 Y esto es símbolo del tiempo actual, es decir: se ofrecen dones y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que oficia en el culto; 10 sólo se trata de alimentos, bebidas y diversas abluciones, o sea, normas referentes a Lo externo, impuestas hasta el tiempo de la recta ordenación.

La división del tabernáculo en dos partes condiciona también una segunda modalidad del ministerio sacerdotal del Antiguo Testamento. En la primera tienda pueden entrar en todo momento los ministros del culto, mientras que en la segunda tienda, el «lugar santísimo», sólo el sumo sacerdote puede entrar una vez al año, en el gran día de la expiación, después de haber ofrecido un sacrificio cruento de expiación por el pecado. Con la sangre del animal sacrificado es rociado el propiciatorio, el trono de la divinidad. Aunque no se puede saber con seguridad si la concisa mención «no sin llevar sangre que ofrecer» se refiere al sacrificio por el pecado o a la ceremonia que tiene lugar en el «lugar santísimo». Probablemente quiere decir la carta en términos muy generales que la sangre del sacrificio por el pecado es absolutamente necesaria para entrar en el «lugar santísimo». Se hace hincapié en la entrada en él, mientras que se pasan por alto los otros muchos ritos complicados de Lev 16. Pero con esto ha cambiado radicalmente el significado del gran día de la expiación. De la acción expiatoria del Antiguo Testamento se ha pasado a un misterio cultual escatológico. Lo único que ahora importa es hallar el «camino que conduce al lugar santísimo», es decir, entrar en el «lugar santísimo» de Dios, el lugar en que se consuma la salvación 37.

El rito veterotestamentario no podía realizar esta esperanza, únicamente contenía una alusión misteriosa al Espíritu Santo, según la cual no podía abrirse el camino del santuario celestial en tanto tuviera consistencia y vigor la primera tienda. ¿Qué quiere decir esta aserción cifrada? La primera tienda no es sólo el espacio que precede al «lugar santísimo», el llamado «lugar santo» en el tabernáculo, sino que al mismo tiempo representa el entero orden cultual, terrestre y carnal, de la antigua alianza. Ahora bien, en tanto se sigan ofreciendo los dones y sacrificios prescritos por la ley, no hay camino que lleve al «lugar santísimo» del cielo, no hay perfección posible «en cuanto a la conciencia», es decir, no hay perdón efectivo de los pecados. La primera tienda tiene además un sentido más amplio. A diferencia del «lugar santísimo», figura del cielo, simboliza la tierra. Por esta razón «el camino que conduce al lugar santísimo» (celestial) no puede hacerse patente definitivamente hasta que la creación terrestre haya cedido el puesto al nuevo mundo venidero 38. Finalmente, en esta parte de la carta, tan difícil y repleta de referencias, ocupa también un puesto importante la contraposición entre lo interior y lo exterior, entre la conciencia y la carne. Como no tardaremos en oír más explícitamente, la conciencia sólo puede hallar reposo en el verdadero «lugar santísimo» de Dios: allí es donde tiene su propio lugar. En cambio, la «carne» está en marcada relación con la primera tienda y con sus estatutos, que se cifran en prescripciones alimentarias y en diferentes abluciones. Así pues, no se introduce ninguna idea extraña en el texto al asociar la existencia de la primera tienda con la existencia del cuerpo carnal. Por consiguiente, el «camino que conduce al lugar santísimo» no quedará patente a los que sirven a Dios sino una vez que haya transcurrido el tiempo terrestre de su cuerpo carnal. Desde luego, tal consideración presupone que ha sido ya inaugurado el camino a través del velo (cf. 10,20) y que ha comenzado ya el «tiempo de la recta ordenación»

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37. Análogo sentido tiene en los Evangelios la frase «entrar en el reino de Dios» Cf. también Eph_2:18; Eph_3:12; el «acceso» al Padre. Finalmente, el Evangelio de san Juan llama a Jesús mismo el «camino» (Joh_14:4-6). 38. Cf. Hab_12:27

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5. EL MINISTERIO SACERDOTAL DE CRISTO EN EL CIELO (/Hb/09/11-14).

11 En cambio, Cristo se ha presentado como sumo sacerdote de los bienes verdaderos: a través de un tabernáculo más grande y más perfecto, no de hechura humana, es decir, no de este mundo creado, 12 y no por medio de sangre de machos cabríos ni de becerros, sino de la suya propia, entró en el lugar santísimo de una vez para siempre, consiguiendo eterna redención. 13 Porque, si la sangre de machos cabríos y de toros, y el rociar con las cenizas de una becerra, santifica a los impuros, devolviéndoles la pureza externa, 14 ¡cuánto más la sangre de Cristo, el cual, en virtud del espíritu eterno, se ofreció a Dios como sacrificio sin mancha, purificará nuestra conciencia de las obras muertas, para que rindamos culto al Dios viviente!

Ahora comienza la exposición del antitipo de la ordenación cultual carnal del Antiguo Testamento. Con la persona de Cristo se produce un cambio completo de sacerdocio y de ley (7,12). Hay que suponer también que incluso el teatro de su ministerio de sumo sacerdote es otro desde un principio.

Desde el punto de vista del historiador, Jesús vivió en la tierra, murió en la cruz y luego -según la creencia de sus adeptos- subió al cielo. Si suponemos este esquema empírico en la explicación de nuestro texto, entonces la carta a los Hebreos verá la muerte de Jesús en la cruz como un hecho que tuvo lugar fuera del santuario celestial y que sólo tenía por objeto proporcionar la sangre necesaria para entrar en el cielo. En realidad muchos comentaristas de nuestra carta han pensado que Cristo sólo fue constituido sacerdote en el cielo y que allí ofrece constantemente a Dios su sangre derramada en la cruz. Nosotros creemos que tal interpretación no tiene debidamente en cuenta el significado de la muerte de Cristo ni la argumentación de la carta. Hagámonos de nuevo presentes brevemente las anteriores aserciones sobre el ministerio sacerdotal de Jesús: Nuestro sumo sacerdote ha atravesado los cielos (4,14); se ha ofrecido de una vez para siempre (7,27); se ha sentado a la diestra del trono de la Majestad (8,1); es ministro del santuario y del verdadero tabernáculo erigido por el Señor y no por hombres (8,2); en la tierra no hubiera podido siquiera ser sacerdote (8,4). Hay también otros pasajes que suenan como si sólo en el cielo hubiera sido nombrado sumo sacerdote (5,10; 6,20). Por otra parte la interpretación tipológica del ritual de la fiesta de la expiación de Lev 16 sólo permite sacar la conclusión de que Jesús, ya en su calidad de sumo sacerdote, se ofreció en la cruz y atravesó los cielos hasta llegar al trono de Dios. La idea de que la pasión y muerte de Jesús no fueran todavía una oblación sacerdotal es absurda y se ve repetidas veces refutada por ulteriores aserciones (9,26. 28; 10,5-14).

También del pasaje que estamos examinando resulta que Cristo «se ha presentado como sumo sacerdote». Salta a la vista que el autor no quiere hablar sólo de la ascensión al cielo, sino que quiere interpretar teológicamente la entera existencia de Jesús. En contraposición con los ritos exteriores del Antiguo Testamento, el sacerdocio de Jesús aporta las realidades, los bienes verdaderos (cf. 10, 1) 39. En concreto se piensa en las promesas «mejores» de la nueva alianza (8,6), en el perdón de los pecados y en la definitiva comunión con Dios. Jesús puede proporcionarnos estos bienes por el hecho de ejercer un excelente ministerio sacerdotal, que no se efectúa en el ámbito del tabernáculo terrestre, figurativo, sino en «un tabernáculo más grande y más perfecto, no de hechura humana, es decir, no de este mundo creado». Transferir el marco cultual de Lev 16 -el hecho propio del sumo sacerdote, de atravesar la primera tienda, y entrar en el lugar santísimo- a la persona y a la obra de Jesús lleva a dificultades de interpretación casi insolubles. Que Jesús, con su muerte, entró en el verdadero lugar santísimo de Dios, parece ser claro, y en esta idea se insiste también en lo sucesivo (9,24); 10,12.20). Ahora bien, ¿qué entiende el autor por el tabernáculo o tienda que forma parte del santuario celestial y que atravesó el sumo sacerdote Cristo? Como en la explicación de un símil, tenemos que mantener separadas la imagen y la cosa. A la representación figurada de un espacio procedente de Lev 16, no ha de responder necesariamente por parte de Cristo un sector sagrado configurado de una manera o de otra. Es por tanto un error pensar en las «regiones inferiores del cielo» o en tales o cuales «ámbitos suprasensibles». Con la imagen atrevida, que a nosotros se nos hace extraña, de «un tabernáculo... no de hechura humana, es decir, no de este mundo creado» se quiere más bien calificar teológicamente la entera manifestación histórica de Cristo. Aquello para que no podía servir la tienda anterior de la antigua alianza, a saber, para ser la base de la entrada en el verdadero lugar santísimo del cielo, se indica ahora con el «tabernáculo más grande y más perfecto» de la vida de Jesús 40.

Tampoco Cristo podía entrar «sin llevar sangre que ofrecer» en el «lugar santísimo» (Lev_9:7). Pero su muerte, como sacrificio cruento, causó expiación eterna, puede purificar a la humanidad de todos los pecados pasados, presentes y futuros. Sin duda alguna la sangre de Cristo purificó nuestra conciencia de todas las obras muertas cometidas antes del bautismo. Si, además de esto, piensa también la carta en un perdón de los pecados que graban la conciencia de los cristianos y son un impedimento para su capacidad cultual, es cosa que no se puede deducir con seguridad de nuestro pasaje. Sin embargo, no se debe establecer una separación tan rigurosa entre los dos puntos de vista. La certeza de que con el bautismo se ha fijado un nuevo comienzo, de que se ha conferido al creyente la capacidad de servir al Dios viviente, entraña también la seguridad de que la sangre de Cristo puede siempre lavarnos y purificarnos de todo lo que día tras día se va acumulando en nosotros en punto a «obras muertas». La expresión hace pensar en la prescripción del Antiguo Testamento, según la cual el contacto con un cadáver volvía al hombre impuro ritualmente (Num_19:11-22). El muerto con cuyo contacto nos mancillamos somos nosotros mismos.

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39.«Verdaderos», no «venideros» o «futuros» que sería atenuación.

40.Así explicaron ya este texto oscuro muchos padres de la lglesia.

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6. LA MUERTE DEL TESTADOR (9/15-17).

15 Por eso, él es mediador de una nueva alianza, para que, habiendo intervenido una muerte para redención de las transgresiones cometidas durante la primera alianza, los que han sido llamados reciban la promesa de la herencia eterna. 16 Cuando se trata de un testamento, tiene que constar la muerte del testador; 17 porque un testamento sólo es efectivo en caso de muerte, ya que nunca entra en vigor mientras vive el testador.

Las imágenes y comparaciones se van sucediendo con gran rapidez. Cuando todavía tenemos ante los ojos el escenario del gran día de la expiación, vuelve de nuevo la carta al concepto de la nueva alianza. Pero inmediatamente se ve interrumpido el curso de las ideas con una consideración jurídica. Diatheke puede designar en griego tanto la institución religiosa de la alianza como un testamento corriente. Este doble significado lo utiliza hábilmente el autor para probar que la nueva alianza sólo alcanzó su eficacia con la muerte de Cristo. Como no se entra en posesión de una herencia sino después de la muerte del que ha otorgado el testamento, así también hubo de morir Cristo para que pudiéramos entrar en posesión de su herencia prometida.

La argumentación parece impecable, y sin embargo todavía quedan puntos que dan que pensar. En primer lugar se llama a Cristo «mediador» de la nueva alianza, mientras que en la motivación jurídica aparece como el testador que ha otorgado el testamento. En este contexto no se habla de Dios, y sin embargo sólo sería plenamente concluyente la argumentación si se dijera que Dios había muerto, para que así fuéramos herederos de sus promesas. Nosotros nos inclinamos a rechazar como absurdo el pensamiento de que Dios pueda morir. Y, sin embargo, ¿no está precisamente en ello la absurdidad, la locura de la cruz? En efecto, ¿para qué, pues, se hizo Dios hombre sino «para destruir por la muerte al que tenía el dominio de la muerte» (Num_2:14)? No asoma la distinción corriente de que Jesús murió como hombre, pero no como Hijo de Dios. En todo caso, según la carta muere Jesús, el mismo que había otorgado el gran testamento de Dios.

Hay todavía que añadir lo siguiente: la muerte del testador tiene efecto y vigor permanentes. No es un hecho pasajero que fuera anulado, por ejemplo, por los acontecimientos pascuales. Por el contrario, la entera teología cultual de la carta apunta a presentar la muerte sacrificial de Cristo en la cruz como un acontecimiento que perdura eternamente y es constantemente causante de salvación 41.

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41. Este parece ser también uno de los motivos por los cuales la resurrección de Jesús apenas si desempeña algún papel en la carta a los Hebreos (sólo 13,20).

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7. LA SANGRE DE LA ALIANZA (9/18-22).

18 Así resulta que ni siquiera la primera alianza fue promulgada sin efusión de sangre. 19 Porque, cuando Moisés hubo leído a todo el pueblo el conjunto de las prescripciones legales, tomando la sangre de los becerros y macAos cabríos, juntamente con agua, lana escarlata e hisopo, roció incluso el libro, como igualmente a todo el pueblo, 20 diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que Dios ha ordenado para vosotros» (Exo_24:8). 21 Y de la misma manera roció con sangre el tabernáculo y todos los objetos del culto. 22 Y es con sangre como casi todas las cosas se purifican según la ley; y sin efusión de sangre, no hay perdón.

Las consideraciones de derecho sucesorio eran sólo un eslabón de una larga cadena de argumentación. El autor quiere convencer a sus lectores u oyentes de que la nueva alianza con sus promesas mejores sólo podía entrar en vigor con la muerte de Cristo. Tal argumentación nos parece a nosotros superflua, ya que admitimos como más que obvia la muerte de Jesús en la cruz. Pero ¿no habría podido Dios perdonarnos los pecados aun sin el sacrificio de su Hijo? ¿Por qué tenía absolutamente que derramarse la sangre? Si el Antiguo Testamento gustaba de exigir ritos cruentos para la expiación, ¿por qué en la nueva alianza no bastaba con la palabra de gracia: «Vete en paz. Tus pecados te son perdonados»? Además, en la época del Nuevo Testamento se observa una aversión muy extendida contra los sacrificios cruentos, una «espiritualización de los conceptos cultuales», como se dice. Particularmente en Egipto, donde debió de recibir su formación intelectual el autor de nuestra carta, estaban mal vistos los sacrificios de animales, y también los judíos alejandrinos se esforzaban por dar a las respectivas prescripciones de su ley un sentido más espiritual por medio de la alegoría. Es posible que los destinatarios de la carta sintieran también análoga aversión a los ritos sangrientos de expiación. Nosotros lo ignoramos. Más que una reconstrucción, apenas ya posible, de los presupuestos psicológicos de la carta, tiene importancia para nosotros que lleguemos a comprender mejor la necesidad de la muerte de Jesús. Para ello puede aprovecharnos en gran manera el modelo veterotestamentario de la conclusión de la alianza en el Sinaí. Llama la atención que el autor describa con una cierta prolijidad el hecho veterotestamentario, mientras que en la aplicación a la nueva alianza se muestra muy parco y vuelve pronto al escenario del gran día de la expiación. ¿Podemos suponer que él -como con frecuencia sucede también a buenos oradores- no logra dominar completamente la abundancia de sus pensamientos y asociaciones, que quería trazar líneas que de repente se quiebran o continúan en otra dirección? Así podemos sin duda preguntarnos si la descripción del culto de la palabra en el Sinaí, con el curioso aditamento, no contenido en el relato del éxodo (Exo_24:3-8) de que «incluso el libro» fue rociado con sangre, no encierra un sentido cristiano actual. Quizá quisiera el autor insinuar que también la palabra del Evangelio debe entenderse en función de la cruz y que toda promesa es vana si no se escribe con sangre. Partiendo de aquí habría que considerar si la muerte de Cristo en la cruz no fue una consecuencia necesaria de su predicación de la gracia que perdona. En este caso la muerte sangrienta en la cruz no representaría un hecho aislado, en cierto modo casual y absurdo, sino que estaría indisolublemente ligado con la predicación misma de Jesús42. Sea de ello lo que fuere, no deberíamos contentarnos con respuestas convencionales -ni siquiera de nuestra carta- cuando se trata de explicarnos la muerte de Jesús.

Efecto curioso hace también el hecho de que la carta hable de la conclusión de la alianza del Sinaí con unas fórmulas que recuerdan claramente las palabras de la Cena en Mar_14:24, y en cambio ni aquí ni en ningún otro pasaje de la carta se establezca expresamente la conexión, que habría sido tan obvia, con la celebración de la eucaristía. Esto no debería impedirnos a nosotros pensar también en el banquete del Señor, en el que se conmemora y se gusta esa sangre de la alianza que fue derramada para el perdón de los pecados.

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42. Si no, ¿cómo sabríamos que la muerte de Jesús en la cruz era un sacrificio expiatorio por los pecados de la humanidad, si Jesús, durante su vida, no se hubiese interesado por los pecadores y no les hubiese prometido el perdón de Dios.

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8. EL SACRIFICIO MEJOR Y ÚNICO (9/23-28).

23 Era, pues, necesario que las figuras de las realidades celestiales fueran purificada con estos procedimientos. Pero los realidades celestiales mismas requieren sacrificios mejores que éstos. 24 Pues no entró Cristo en un santuario de hechura humana, imagen del auténtico, sino en el propio cielo, para aparecer ahora en la presencia de Dios en favor nuestro. «Ni tiene que ofrecerse muchas veces, como el sumo sacerdote, que entra, año tras año, en el lugar santísimo con sangre ajena; 25 pues, en tal caso, habría tenido que padecer muchas veces desde la creación del mundo. Pero, en realidad, ha sido ahora, al final de los tiempos, cuando se ha manifestado de una vez para siempre, a fin de abolir el pecado con su propio sacrificio. 27 Y así como para los hombres está establecido el morir una sola vez, y, tras esto, el juicio, 28 así también Cristo, ofrecido una sola vez para quitar los pecados de muchos, aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, a los que lo aguardaban, para darles la salvación.

Según todos los autores del Nuevo Testamento, entre la antigua alianza y la nueva hay una relación de correspondencia querida por Dios. Naturalmente, es sabido que en Cristo se cumplieron las profecías del Antiguo Testamento mejor, más perfectamente y a veces también de distinta manera de como quizá lo habían concebido los mismos profetas. Pero sólo el autor de la carta a los Hebreos redujo como a una fórmula filosófica la relación entre la antigua alianza y la nueva. El esquema alejandrino de lo celestial y arquetípico y de lo terrestre y figurativo le ofreció la posibilidad de determinar exactamente la esencia y el «lugar» de la revelación habida en Cristo. Todos los acontecimientos, bienes e instituciones de la nueva alianza pertenecen a la esfera de las cosas «celestiales», que necesitan ser purificadas por «sacrificios mejores». Aunque el autor -por influencia de los modelos del Antiguo Testamento- usa el plural, sin embargo, sólo piensa en el sacrificio único e irrepetible de Jesús en la cruz. Mediante este sacrificio sangriento, que facilitó el acceso al verdadero lugar santísimo de Dios, fueron purificadas las cosas celestiales, los espacios y objetos cultuales de la nueva alianza o, en otras palabras, fueron puestos en condiciones de honrar a Dios real y eficazmente (cf. 9,4). No debemos perder nunca de vista que nuestra carta no entiende nunca por cosas celestiales sectores lejanos, apocalípticos, sino algo que nos afecta directamente, por ejemplo, nuestra conciencia, que por la sangre de Cristo puede ser purificada del pecado. Así entendió ya san Juan Crisóstomo la aserción chocante a primera vista sobre la purificación de las cosas celestiales: «¿Qué entiende él por cosas celestiales? ¿Acaso el cielo? ¿O los ángeles? Nada de eso, sino lo que es nuestro» (PG 63,12S).

Una nota distintiva del orden celestial y arquetípico es la unicidad e irrepetibilidad del hecho que lo funda, mientras que en el ámbito de lo terrestre y figurativo pueden verificarse una y otra vez los mismos procesos. Del significado del «de una vez para siempre» volverá a hablarse todavía más por extenso en el capítulo 10. Aquí nos limitaremos a llamar la atención acerca de una frase que parece una trivialidad y, sin embargo, tiene profundo sentido en el contexto: «Y así como para los hombres está establecido el morir una sola vez, y, tras esto, el juicio...» (v. 27). Que todos tenemos que morir una vez no es por cierto nada nuevo; pero que este morir nuestro tenga lugar de manera tan única, irrepetible y definitiva como el sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz, es cosa que da que pensar. La concordancia en lo formal podía y debía llevar a una asimilación objetiva y material a la muerte de Cristo. Entonces no tenemos ya que temer el juicio, temor que no pueden evitar los que se han desligado de la cruz de Cristo (cf. 10,26-31).



Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



El santuario y los sacrificios mosaicos, 9:1-14.
1 Y la primera alianza tenía su ceremonial y su santuario terrestre. 2 Fue construido un tabernáculo, y en él una primera estancia, en que estaban el candelabro y la mesa y los panes de la proposición. Esta estancia se llamaba el Santo. 3 Después del segundo velo, otra estancia del tabernáculo, que se llamaba el Santo de los Santos, 4 en el que estaba el altar de oro de los perfumes y el arca de la alianza, cubierta toda ella de oro, y en ella un vaso de oro que contenía el maná, la vara de Aarón, que había reverdecido, y las tablas de la alianza. 5 Encima del arca estaban los querubines de la gloria, que cubrían el propiciatorio. De todo lo cual nada hay que decir en particular. 6 Dispuestas así las cosas, en la primera estancia del tabernáculo entran cada día los sacerdotes, desempeñando sus ministerios; 7 pero en la segunda, una sola vez en el año entra el pontífice solo, no sin sangre, que ofrece en expiación de sus ignorancias y las del pueblo. 8 Quería mostrar con esto el Espíritu Santo que aún no estaba expedito el camino del santuario, mientras el primer tabernáculo subsistiese. 9 Era esto figura que miraba al tiempo presente, conforme al cual se ofrecen oblaciones y sacrificios, que no tienen eficacia para hacer perfecto en la conciencia al que ministra, 10 tratándose sólo de preceptos carnales, sobre alimentos, bebidas y diferentes lavatorios, establecidos hasta el tiempo de la sustitución. 11 Pero Cristo, constituido Pontífice de los bienes futuros, a través del tabernáculo mejor y más perfecto, no hecho por manos de hombres, esto es, no de esta creación, 12 entró de una vez para siempre en el santuario, no por la sangre de los machos cabríos y de los becerros, sino por su propia sangre, habiendo obtenido una redención eterna. 13 Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros y la aspersión de la ceniza de la vaca santifica a los inmundos y les da la limpieza de la carne, 14 ¡cuánto más la sangre de Cristo, que en virtud de un espíritu eterno a sí mismo se ofreció inmaculado a Dios, limpiará nuestra conciencia de las obras muertas, para servir al Dios vivo!

Dos partes, perfectamente definidas, tiene el presente historia. Se refiere la primera al santuario y a los sacrificios mosaicos, impotentes para procurar la verdadera pureza interior (v.1-10); la segunda, en contraste con la primera, se refiere a Cristo y a la eficacia infinita de su sacrificio (v. 11-14).
La breve descripción del santuario mosaico, conque el autor comienza su exposición (v.1-5), está apoyada en datos suministrados en diversos lugares por el mismo Pentateuco. Se trataba de un santuario que constaba, aparte del vestíbulo, de dos salas o estancias: una primera, llamada Santo, en la que se hallaba el candelabro de los siete brazos, la mesa de los panes de la proposición y el altar de oro de los perfumes (cf. Exo_25:23-40; Exo_30:1-10; Lev_24:5-9); y otra segunda, llamada Santo de los Santos o Santísimo, en que estaba el arca de la alianza, cubierta con una plancha de oro llamada propiciatorio o kapporeth, conteniendo restos del maná, la vara de Aarón y las tablas de la Ley (cf. Ex 16:33-34; 25:10-21; 31:18; Num_17:25-26; Deu_10:2-5)435· Entre el vestíbulo y la primera estancia o Santo había un velo de separación (cf. Exo_26:36-37); otro segundo velo separaba el Santo del Santísimo (cf. Exo_26:31-33), y así lo llama el autor de la carta a los Hebreos (v.3), a pesar de que no ha hablado del primero. Este santuario mosaico es denominado terrestre (v.1), sin duda en contraposición al santuario del cielo, mucho más perfecto, donde ejerce sus funciones sacerdotales Jesucristo (cf. ? . 11-12; Exo_8:1-5). Llama un poco la atención que se haga la referencia al santuario mosaico del desierto y no al templo de Salomón o a la última reconstrucción por Herodes, con lo que la argumentación parecería ofrecer más actualidad. Quizás ello sea debido a que, de este modo, la argumentación resulta más bíblica, con apoyo directo en el Pentateuco, pudiendo hablar también del arca de la alianza, que en el templo de Zorobabel y de Herodes ya no existía 436.
Después de la descripción del santuario, el autor indica sumariamente cuáles eran los ritos o funciones sacerdotales que se practicaban en una y otra de las dos estancias (v.6-7). Respecto de la primera estancia o Santo, dice que allí entraban cada día los sacerdotes para desempeñar sus ministerios (v.6); eran estos ministerios los de ofrecer mañana y tarde el incienso sobre el altar de los perfumes, velar para que estuvieran encendidas las lámparas del candelabro y renovar semanalmente los panes de la proposición (cf. Exo_30:7-8; Lev_24:1-8; Luc_1:8-11). En cambio, respecto de la segunda estancia, dice que no entraba más que el sumo sacerdote, y solamente una vez en el año, no sin sangre, que ofrece en expiación de sus ignorancias y de las del pueblo (v.7). Claramente se alude aquí a los solemnes sacrificios del día del Kippur, cuyo ceremonial se describe minuciosamente en Lev_16:1-34.
Viene ahora (v.8-10) la interpretación alegórica o de sentido profundo que el autor da a todos esos ritos. No fue cosa del azar el que el culto mosaico estuviera así organizado, con esa severa limitación para entrar en el Santísimo o segunda estancia del santuario; con ello quería el Espíritu Santo mostrar (v.8) que, mientras subsistiese esa primera estancia y no desapareciese el velo que cortaba celosamente el paso a la segunda, el camino al verdadero santuario, que es el cielo (cf. v.24; Lev_8:2), donde podremos gozar de intimidad con Dios, no estaba aún expedito. Era menester que ese velo se rasgase, como de hecho se rasgó en la muerte de Cristo (cf. Mat_27:51). Tal separación entre la primera y la segunda estancia era una figura (???????? ) para el tiempo presente (v.9), es decir, una como especie de parábola en acción que estaba indicando a los judíos la imposibilidad de llegar hasta la intimidad con Dios en la antigua alianza 437. Indirectamente les indicaba también lo imperfecto e ineficaz de sus oblaciones y sacrificios, que no eran capaces de romper esa barrera para llegar hasta Dios, dado que no conseguían santificar interiormente (v.8); las mismas prescripciones de la Ley eran más bien carnales, sobre alimentos y abluciones (cf. Lev_11:1-47; Lev_15:5-31; Num_6:2-4; Num_19:1-9) que no daban sino pureza legal, establecidas con carácter transitorio, en espera de ser sustituidas (v.10). Tenemos aquí la misma idea, aunque bajo distinta perspectiva, que en Gal_3:23-25, al afirmar que llegada la fe, no estamos ya bajo el pedagogo. Si la Ley, provocando y aumentando pecados, hacía sentir al hombre su impotencia y orientaba hacia la fe, también el continuo repetirse de sacrificios expiatorios suscitaba la conciencia de pecado y orientaba hacia un sacrificio más perfecto (cf. 10:1-4).
Terminado lo relativo a los sacrificios mosaicos, el autor pasa a hablar (v. 11-14) del sacrificio de Cristo. El panorama cambia totalmente. Con terminología inspirada en el santuario y sacrificios mosaicos, a la que ahora hay que atribuir mucho de metafórico, hace una síntesis maravillosa de la obra de Cristo, nuestro sumo sacerdote, haciendo resaltar la inmensa superioridad del valor de su sacrificio sobre los sacrificios levíticos. Se habla de bienes futuros (v.11), que son los bienes mesiánicos (cf. 8:6), y de tabernáculo mejor y más perfecto (v.11), que es el del cielo, del que el mosaico no era sino sombra y figura (cf. 8:1-5). Lo mismo que el sumo sacerdote judío, atravesando el Santo o primera estancia, entraba en el Santísimo o segunda estancia, avalado por sangre de animales (cf. v.7), así Cristo, atravesando los cielos (v.11)438, entra en el verdadero santuario donde mora Dios, avalado por su propia sangre (v.12).
Y esta entrada de Cristo no se repite cada año, como la del sumo sacerdote judío, sino que se hizo de una vez para siempre, habiéndonos obtenido con esa sola vez una redención eterna (v.1a). Tratando de explicar el porqué de esa redención eterna, suficiente para salvar a todos los hombres de todos los tiempos, el autor (v.13-14) establece comparación entre la sangre de animales y la sangre de Cristo, y dice: si aquélla era capaz de santificar a los inmundos obteniéndoles una limpieza carnal, liberando de toda mancha ante la Ley, ¿no será la sangre de Cristo, inmolado por nosotros en la cruz, mucho más capaz de producir limpieza interior, llegando hasta lo más íntimo de la conciencia y purificando de todo pecado? Es el argumento que suele llamarse de minore ad maius. Claro que, buscando una estricta lógica, alguno podría argüir que se trata de órdenes distintos: antes, de pureza externa y legal; ahora, de pureza interior y espiritual. El argumento sería claro, si también antes se tratase de pureza interior, aunque fuese sólo muy imperfectamente. Parece que el autor, más que fijarse en la distancia entre los efectos (pureza legal-pureza interior), piensa en la distancia entre las víctimas (animales irracionales-Cristo), distancia infinita) que hace válida su argumentación439.

La sangre de Cristo
sello de la nueva alianza, 9:15-22.
15 Por esto es el mediador de una nueva alianza, a fin de que por su muerte, para redención de las transgresiones cometidas bajo la primera alianza, reciban los que han sido llamados las promesas de la herencia eterna. 16 Porque donde hay testamento es preciso que intervenga la muerte del testador. 17 El testamento es valedero por la muerte, pues nunca el testamento es firme mientras vive el testador. 18 Por donde ni siquiera la primera alianza fue otorgada sin sangre; 19 porque Moisés, habiendo leído al pueblo todos los preceptos de la Ley, tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua y lana teñida de grana e hisopo, rocio el libro y a todo el pueblo, 20 diciendo: Esta es la sangre de la alianza que Dios ha contraído con vosotros. 21 Y el mismo tabernáculo y los vasos del culto los rocio del mismo modo con sangre, 22 y, según la Ley, casi todas las cosas han de ser purificadas con sangre, y no hay remisión sin efusión de sangre.

Se habló antes del sacrificio de Cristo y cómo, por el derramamiento de su propia sangre, nos obtuvo una redención eterna, cosa que no habían podido hacer los sacrificios levíticos (cf. v.12-14). Ahora se añade (v.15) que, debido precisamente a ese sacrificio de su propia vida, conque nos purificó de nuestros pecados para servir al Dios vivo (v.14), Cristo se convierte (por esto, v.15) en el mediador de una nueva alianza, muy superior a la antigua. De esta nueva alianza y de sus mejores promesas ya se habló anteriormente (cf. 8:6-13); pero aquí se insiste en un nuevo aspecto: el de su relación con la muerte de Cristo. Se afirma concretamente que era necesaria la muerte de Cristo para redención de las transgresiones de la antigua alianza y establecimiento de la nueva. El que se haga referencia únicamente a transgresiones de la antigua alianza no quiere decir que el autor restrinja la eficacia de la muerte de Cristo a las culpas cometidas bajo el régimen de la antigua economía. Esa eficacia es universal, para todos los hombres y para todos los pecados, como el mismo autor da claramente a entender en otros lugares (1:3; 2:17; 9:26; 10:12-18; cf. 1Jn_2:2). Simplemente quiere hacer resaltar la impotencia de la antigua alianza, con sus ritos y sus sacrificios, para redimir de la culpa; algo parecido a lo que dice Pablo cuando habla de la Ley mosaica (cf. Rom_5:20; Rom_8:3; Gal_3:19).
La vinculación entre muerte de Cristo y nueva alianza queda ya suficientemente expresada en el v.15. Pero hacía falta probar esa afirmación. Es lo que se hace en los v. 16-22, alegando dos razones: una de carácter general, a base de principios (v. 16-17); otra de carácter histórico, a base de lo acaecido con ocasión de la primera alianza (v. 18-22). La primera razón, en un primer momento, desconcierta no poco, pues se pasa de la noción de alianza o pacto a la noción de testamento o última voluntad. Ello es tanto más fácil al autor, como ya hicimos notar en la introducción, cuanto que el término griego 5?? 3??? puede tener el doble significado de alianza y de testamento. Para que el procedimiento sea lícito sólo hace falta que, de hecho, la nueva alianza que Dios establecía con la humanidad fuera también testamento. Y eso el autor de la carta, en su argumentación de los v. 16-17, lo da por supuesto. Y, en efecto, Cristo no es sólo mediador de una nueva alianza, como lo fue Moisés, sino que es autor y causa de esos bienes de la nueva alianza (cf. 2:10; 5:9), bienes de los que nosotros entramos a participar gracias precisamente a la muerte de Cristo.
En cuanto a la segunda razón (v. 18-22), más que a título de prueba, parece que el autor la da a título de símbolo y confirmación. Símbolo, en cuanto que esa sangre, derramada para sancionar la antigua alianza, estaba como preanunciando, aunque sólo fuese tenuemente, lo que sucedería en la nueva, a la que servía de preparación; confirmación, en cuanto que, si incluso para una alianza tan imperfecta como la mosaica fue necesaria la efusión de sangre, ¿cuánto más no lo iba a ser para establecer la alianza nueva, mucho más perfecta? Es de notar que algunos de los detalles ceremoniales aquí mencionados (v. 19-20) para la inauguración de la antigua alianza, como el degüello de machos cabríos y el empleo del hisopo, no están en la narración de Exo_24:1-8, donde se nos cuenta el hecho. Parece que el autor los tomó, bien de tradiciones orales, bien de lo que en la misma Biblia se ordenaba para otras purificaciones (cf. Lev_14:49-52; Lev_16:15). También es de notar que esa aspersión del tabernáculo, a que se alude en el v.21, no tuvo lugar cuando la inauguración de la alianza (no existía aún el tabernáculo), sino bastante más tarde (cf. Exo_40:9-11; Lev_8:10-15). La explicación de este aparente anacronismo parece ha de buscarse en que el autor quiso dar una visión sintética de la antigua alianza y de su culto, compendiándolo todo ya en la inauguración.
La afirmación final de que no hay remisión sin efusión de sangre (v.22), ha dado lugar a muchas discusiones. La misma Sagrada Escritura habla de remisión de pecados por la contrición y la limosna, sin hacer alusión alguna a la necesidad de sacrificios con derramamiento de sangre (cf. Tob_12:9; Eze_18:21-22; Dan_4:24; Pro_16:6). Con todo, era un hecho que en la religión mosaica casi todas las purificaciones habían de hacerse a base de derramamiento de sangre; así, para la purificación del altar (cf. Lev_8:15; Lev_16:18-19), de los sacerdotes (cf. Lev_8:30), de los levitas (cf. Num_8:12-15), del pueblo (cf. Lev_9:15-18), de la mujer que había dado a luz (cf. Lev_12:7), etc. Incluso en otras religiones, fuera de Israel, se daba gran importancia a los sacrificios con derramamiento de sangre. Y es que para los antiguos, principalmente entre los semitas, la sangre era la portadora de la vida y lo más noble que podíamos ofrecer a Dios (cf. Lev_17:11; Hec_15:29). Dada, pues, esa universalidad de expiar con sangre, el autor de la carta deduce el principio general de que sin efusión de sangre no hay remisión, muy en consonancia con el pensamiento general veterotestamentario que ha visto en la sangre el medio dado por Dios para conseguir la liberación del pecado. Por lo demás, y a ello parece se apunta, la sentencia es absolutamente válida con vistas a la sangre de Cristo, cuya muerte se acaba de afirmar que es necesaria incluso para redimir de las transgresiones cometidas bajo la antigua alianza (v.15; cf. Rom_3:25; Rom_7:13-25; Gal_3:13).

Eficacia eterna del sacrificio único de Cristo,Gal_9:23-28.
23 Era, pues, necesario que las figuras de las realidades celestes fuesen purificadas de ese modo, pero las realidades mismas celestes habían de serlo con más excelentes sacrificios; 24 que no entró Cristo en un santuario hecho por mano de hombres, figura del verdadero, sino en el mismo cielo, para comparecer ahora en la presencia de Dios a favor nuestro· 25 Ni para ofrecerse muchas veces, a la manera que el pontífice entra cada año en el santuario en sangre ajena; 26 de otra manera sería preciso que padeciera muchas veces desde la creación del mundo. Pero ahora una sola vez en la plenitud de los siglos se manifestó para destruir el pecado por el sacrificio de sí mismo. 27 y asi como a los hombres les está establecido morir una vez, y después de esto el juicio, 28 así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para tomar sobre sí los pecados de todos, por segunda vez aparecerá, sin pecado, a los que le esperan para recibir la salud.

Son ideas que, al menos en gran parte, han sido ya expresadas anteriormente. En primer lugar (v.23-24), la idea de contraponer el santuario mosaico al santuario verdadero, que es el del cielo, donde entró Cristo para ejercer sus funciones de sacerdote (cf. 4:14; 7:25; 8:1-5; 9:11-12). Sin embargo, ahora se añade un matiz nuevo, que origina no pequeña dificultad. Se afirma, en efecto, que, si el santuario mosaico y sus ritos de culto hubieron de ser purificados con sangre, con mucha más razón lo habrá de ser el santuario del cielo, del que el mosaico no era sino figura. ¿Es que también en el cielo había cosas que purificar? Evidentemente no; al menos si tomamos esa palabra en su sentido obvio. Parece que lo que se quiere afirmar es que, para entrar en el santuario del cielo, que estaba cerrado a los hombres (cf. v.8), Cristo hubo de derramar su sangre; sin el derramamiento de esa sangre no podía comenzar el culto del santuario del cielo. El término, pues, purificación vendría a equivaler a consagración o inauguración; tanto más que se trata de purificación de cosas, no de personas, que son las que tienen pecados.
Otra idea es la de que Cristo bastó con que ofreciera su sacrificio una sola vez, no como el sumo sacerdote judío que había de hacerlo cada año (v.25-26). La idea había sido ya también propuesta anteriormente (cf. v.7.12). Aquí, sin embargo, se añaden algunas consideraciones nuevas. Si por hipótesis, apunta el autor, la eficacia expiatoria del sacrificio de Cristo hubiese sido limitada, habría tenido que entregar su vida no una vez, sino tantas cuantas los pecados de la humanidad superaran esa eficacia, a comenzar desde el principio del mundo; y sabemos que Cristo sólo una vez, en la plenitud de los tiempos, se ha manifestado para abolir el pecado por su sacrificio (v.26; cf. Gal_4:4). Y tratando de recalcar todavía más que la muerte de Cristo no debía suceder más que una vez, establece la siguiente comparación: al igual que los hombres sólo mueren una vez, y después el juicio, así también Cristo sólo entregó su vida una vez, y después la segunda venida, aunque no para ser juzgado, como los seres humanos, sino para juzgar (v.27-28; cf. 6:2; 1Te_4:16-17; 2Te_1:9-10). Es de notar (v.28), por lo que se refiere al pecado, el contraste entre la primera y la segunda venida de Cristo. Hablando de la primera se dice que tomó sobre sí los pecados de todos (cf. Rom_8:3; 2Co_5:21; Gal_3:13), mientras que, hablando de la segunda, se dice que aparecerá sin pecado, es decir, libre ya de esa carga expiatoria por el pecado, vencidos todos los enemigos, resplandeciente de gloria, de la que hará partícipes a sus fieles (cf. Flp_3:20-21). O quizás mejor: libre y fuera del alcance que el pecado tenía para tentarle, pues no se hallará ya en carne mortal.

Comentario de Santo Toms de Aquino


Lección 3: Hebreos 9,11-14
Descríbese la entrada del Sumo Sacerdote en el Sancta Sanctorum, por ser figura de Cristo, y se hace la aplicación a Cristo.11 Mas sobreviniendo Cristo pontífice, que nos había de alcanzar los bienes venideros por medio de un tabernáculo más excelente y más perfecto, no hecho a mano, esto es, no de fábrica o formación semejante a la nuestra;12 y presentándose no con sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino con la sangre propia, entró una sola vez para siempre en el santuario del cielo, habiendo obtenido una eterna redención del género humano.13 Porque si la sangre de los machos cabríos, y de los toros, y la ceniza de la ternera sacrificada, esparcida sobre los inmundos, los santifica en orden a la purificación legal de la carne,14 ¿cuánto más la sangre de Cristo, quien por impulso del Espíritu Santo se ofreció a Sí mismo inmaculado a Dios, limpiará nuestras conciencias de las obras muertas de los pecados, para que tributemos un verdadero culto al Dios vivoDionos arriba el Apóstol la significación de lo que pertenecía al Antiguo Testamento y al primer tabernáculo; aquí pone las condiciones de lo que al segundo, que representaba al Nuevo; acerca de lo cual nos da dicha significación y prueba cierta cosa que había supuesto. Es de saber que, considerado lo sobredicho, dijéronse 5 cosas del segundo tabernáculo, es a saber:1) ¿quién entraba? Sólo el pontífice;2) ¿a dónde entraba? A un sitio de tanta dignidad que se llamaba Sancta Sanctorum;3) ¿cómo entraba? Llevando sangre;4) ¿cuándo entraba? Una vez al año;5) ¿a qué fin entraba? Para expiar ios pecados. Aquí explica el Apóstol esas 5 cosas, y primero ¿quiénes el que entra?, que es Cristo, pues el pontífice es el príncipe de los sacerdotes, y ese tal es Cristo (1Pe 5; He 4). Mas todo pontífice es dispensador de algún testamento; y en todo testamento hay que considerar dos cosas, es a saber, sus promesas y sus enseñanzas. Los bienes prometidos en el Antiguo Testamento eran temporales (Is 1); luego aquel pontífice lo era de bienes temporales; mas Cristo, de bienes celestiales (Mt 5); así que es "pontífice de bienes futuros", ya que por su pontificado entramos en posesión de los bienes futuros (Sal 64).Asimismo en el Antiguo Testamento se dispensaban en sombras y figuras las cosas; mas Cristo, las que por ellas se figuraban, espirituales (Lc XI). De modo que por bienes futuros pueden entenderse o ios bienes celestiales, y esto respecto del Nuevo Testamento; o los bienes espirituales, respecto del Antiguo, que era figura de ellos.Este pontífice no es negligente, sino aparejado está para acudir a quien lo necesite; porque el pontífice es medianero entre Dios y el pueblo, y Cristo es medianero (1Tim 2; Dt. 5); por cuya razón El está siempre presente delante del Padre para interceder por nosotros (He 7; Rm 8). Asístenos también para ayudarnos (Sal XV; Hch. Vil). Queda, pues, claro quién entraba.Muestra, en segundo lugar, la dignidad del tabernáculo interior, al decir "por uno más excelente", y la condición, porque "y más perfecto", puesto que no será suplantado por otro. "Tus olos verán a Jerusalén, ciudad opulenta, tabernáculo que nunca más podrá mudarse de lugar" (Is 65), y éste es el tabernáculo de la gloria celestial (Sal XIV); que se llama tabernáculo, porque es lugar de peregrinos; pues no se debe por razón de naturaleza, mas dásenos por liberalidad de gracia. "Y reposará mi pueblo en hermosa mansión de paz, y en tabernáculos de seguridad, y en el descanso de la opulencia" (Is 32,18). Así que tiene un espacio capaz y más que sobrado, por la inmensa multitud de bienes que encierra y que se designa en la predicha autoridad: "y reposará" (Is 32; Bar. 3).La expresión "per amplius" se lee o de modo que forme una dicción "peramplius", o de manera que per sea preposición, como lo expresa más claramente el griego. Si del primer modo, el texto se construye así: "sobreviniendo Cristo, pontífice de los bienes futuros, entró en el Sancta Sanctorum, quiero decir, en un tabernáculo más excelente". Si del segundo, entonces se construye así: Cristo entró en el Sancta o Santuario por un tabernáculo amplio, esto es, más espacioso y perfecto; y aun más perfecto, porque ahí cesará toda imperfección (iCo 13). Asimismo, de condición muy diferente, porque aquél fue hecho por mano de hombre, mas éste no, siendo por mano de Dios (Ex. XV; 2Co 5); "porque tenía puesta ia mira en aquella ciudad de sólidos fundamentos", cuyo arquitecto y fundador es el mismo Dios (He 11,10).Por eso dice: "no hecho a mano, esto es, no de fábrica o formación semejante a ia nuestra"; porque no está hecho a mano, como el antiguo, ni pertenece a esta creación, esto es, a los bienes sensibles creados, sino a los espirituales. O por tabernáculo puede entenderse el cuerpo de Cristo, con que dio batalla al diablo (Sal 18); que tiene espacio de sobra, porque en El habita corporalmente la plenitud de la divinidad (Col 1). Asimismo es la flor y nata de la perfección, porque hemos visto su gloria, gloria cual el Unigénito debía recibir del Padre, lleno de gracia y de verdad. (Jn 1) Otrosí, no hecho a mano, pues no por obra de varón (Dn. 2).Muestra, en tercer lugar, ¿cómo entraba?: no sin llevar sangre; pero aquél con sangre de becerros y machos cabríos (Lv. 16); Cristo, en cambio, no de esa manera, esto es, con sangre ajena, y por eso dice: "no con sangre de becerros y machos, sino con la propia sangre", que para nuestra salvación derramó en la cruz. "Esta es mi sangre, que será el sello del nuevo testamento, la cual será derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26,28). Y dice en plural "de becerros y machos cabríos", no porque fuesen muchos de golpe, mas porque en diferentes años muchas veces entraba. Cristo es significado por el macho cabrío por semejanza con la carne pecadora; asimismo por el novillo, por su fuerza, y porque se sirve de los dos testamentos como de dos cuernos (Hab. 3).En cuarto lugar, ¿cuándo entraba? Una vez al año. Cristo, empero, todo el tiempo, que es, como si dijéramos, un año: "entró una vez sola para siempre en el santuario del cielo", y una vez también derramó su sangre (1Pe 3; Rm 6). Entró también una vez, porque, una vez entrado, de asiento allí se ha quedado; por eso dice que entró una vez sola para siempre en el santuario del cielo.En quinto lugar, ¿a qué fin entró? Para ofrecerse por las ignorancias del pueblo no por las suyas, que no las tenía; y para eso está la sangre de Cristo, de más valor que la otra, ya que por ella "se obtuvo una eterna redención del género humano"; como si dijera: hemos sido redimidos por esta sangre, y para siempre, porque es de valor infinito (He X; Salmo CX). Esta palabra "inventa": hallada, puede referirse o bien al deseo que Dios tenía de nuestra salvación (Jb. 23; Ex. 18), o bien al deseo de los Santos Padres de ser redimidos, mas nadie halló un modo tan proporcionado para ello como Cristo; por eso señaladamente dice: "hallada": inventa.Al decir luego: "pues si la sangre...", prueba una de las cosas que había supuesto, es a saber, esto último: "habiendo obtenido una eterna redención"; como si dijera: dicho queda que por su propia sangre hizo una eterna redención, con lo cual manifiesta su mayor eficacia. Que así es, lo demuestra con una autoridad tomada de la menor, porque si la sangre de unos brutos animales lograba lo que es menos, la sangre de Cristo podrá lograr lo que es más. Así que primero pone el antecedente, luego el consecuente: "cuánto más la sangre de Cristo".Acerca de lo primero, es de saber que en la antigua ley había dos especies de purificación: una, que se hacía el día de la expiación -de la cual habla el Lev. XVI-, y de la cual ya se dijo que al parecer estaba directamente enderezada a limpiar del pecado. Otra iba contra la irregularidad de la ley, de la cual se dice en Num XIX que ordenó el Señor a Eleazar tomar de mano de Moisés una vaca bermeja, de edad perfecta» sin tacha, no sometida al yugo, que, sacándola fuera del campamento, la inmolase delante del pueblo, y mojando el dedo en su sangre, hiciese 7 aspersiones hacia las puertas del Tabernáculo; que después la quemase toda entera, es a saber, piel y carnes, sangre y estiércol; asimismo el palo de cedro, el hisopo y la grana dos veces teñida; hecho lo cual, un hombre limpio recogía las cenizas y las echaba, fuera del campamento, en lugar limpísimo. De estas cenizas tomaban para echarlas en agua y hacer como una especie de lejía, con la que el hombre que estuviese inmundo, es a saber, que hubiese tocado un cadáver, era rociado con el hisopo el día tercero y el séptimo, y así quedaba limpio, y no podía quedarlo de otro modo.Así lo dice el Apóstol. Cuanto a lo primero: "porque si la sangre de los machos cabríos o de los toros". Cuanto a lo segundo: "y la ceniza de la ternera sacrificada, esparcida sobre los inmundos, los santifica, no dándoles gracia, sino en orden a la purificación legal de la carne", esto es, quitándoles la irregularidad contraída, pues con eso se veían impedidos del culto divino, como inmundos, con un estorbo carnal, no que quitasen los pecados, como dice San Agustín, mas porque por virtud de esa aspersión, una que otra vez quedaban limpios de la lepra corporal; por eso dice: "para dear limpia la carne".Pone a continuación el consecuente: "cuánto más la sangre de Cristo", como si dijera: si la sangre y la ceniza pueden esto, ¿qué no podrá la sangre de Cristo? Cierto que mucho más. Y pone el Apóstol 3 cosas que demuestran la eficacia de la sangre de Cristo:a) ¿quién es aquel cuya sangre es aquélla? a saber, es Cristo; de donde es claro que su sangre limpia (Mt 1);b) ¿por qué Cristo derramó su sangre? porque a esto lo movió e impulsó el Espíritu Santo, esto es, el amor de Dios y del prójimo (Is 59); y el Espíritu Santo limpia (Is 4); por eso dice: "el cual por impulso del Espíritu Santo se ofreció a Sí mismo" (Ep 5);c) la calidad de la víctima, inmaculada (Ex. 12; Sir 34). Mas ¿por ventura un sacerdote inmundo podrá limpiar? Respondo: si obrase por virtud propia, ciertamente que no; mas obra por virtud de la sangre de Cristo, que es como la causa primera; lo cual no hiciese si El no fuese inmaculado. Pero es de saber que la sangre de aquellos animales limpiaba solamente de la mancha exterior, es a saber, del contacto de un muerto; mas la sangre de Cristo deja por dentro limpia la conciencia, lo cual se hace por medio de la fe (Hch XV), es a saber, en cuanto hace creer que todos los que a Cristo se unen por medio de su sangre se limpian. Luego ésta limpia la conciencia.Asimismo aquella sangre limpiaba del contacto de un muerto, mas ésta de las obras muertas, es a saber, los pecados, que quitan a Dios del alma, cuya vida consiste en la unión de la caridad. Otrosí, la limpieza de aquélla era para poder acercarse a un culto envuelto en figuras, mas la sangre de Cristo para rendirle a Dios un obsequio espiritual (Sal C). Por eso dice: "para que tributemos un verdadero culto al Dios vivo".Dios también es vida (Jn 14; Dt. 32). Es, pues, conveniente que el que le sirve esté vivo; por lo cual dice: vivo; porque también, como dice Sir X: cual es el juez o presidente del pueblo, tales son sus ministros. Así que quien quiera servir a Dios, como El se merece, debe estar vivo como El lo está. Toda esta cuidadosa exposición de la Glosa está fundada en otra de San Agustín sobre (el libro de) los Números.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



El logro de Cristo en su muerte y exaltación

Luego de la primera parte del capítulo, podría decirse que esta sección es sobre el santuario celestial y sus reglamentos del culto. Jesucristo es el sumo sacerdote que ascendió al lugar santísimo en la esfera celestial (v. 11). Por medio de la sangre que derramó en la cruz, logró eterna redención para aquellos que descansan en él. Ahora mismo, eso significa que nuestras conciencias pueden ser limpiadas de la contaminación del pecado y que podemos adorar en forma aceptable y servir al Dios vivo (vv. 12-14). En última instancia, el sacrificio de Cristo hizo posible que los que han sido llamados reciban la promesa de la herencia eterna (v. 15). De ese modo, el derramamiento de su sangre inaugura el nuevo pacto con su promesa de un perdón de los pecados de una vez para siempre (vv. 16-23). Entró a los cielos para presentarse ahora delante de Dios a nuestro favor (9:24, 25), habiendo solucionado el problema del pecado mediante el sacrificio de sí mismo (v. 26). Cuando vuelva del santuario celestial, traerá la plena experiencia de la salvación a los que le esperan (vv. 27, 28). De ese modo, con la aplicación de varios conceptos y figuras del AT, este pasaje tiene mucho para enseñarnos sobre los beneficios de la obra salvadora de Jesús por nosotros, ahora y en el futuro.

11, 12 Con la aparición de Cristo como sumo sacerdote de los bienes que han venido, ¡todo lo que fue presagiado por el AT ha llegado a ser una realidad! El autor explica esto primero mostrando más precisamente cómo Cristo cumplió el papel del sumo sacerdote en el día anual de la expiación (cf. 7:26, 27; 9:7; Lev. 16:1-19). Los sumos sacerdotes pasaron a través de la tienda exterior al lugar santísimo. Allí rociaron el altar de la expiación con la sangre de animales sacrificados fuera del tabernáculo e intercedieron por el pueblo. Por el otro lado, Jesús pasó a través del más amplio y perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación. Su ministerio sacerdotal abre el camino para el santuario celestial o sea el cielo mismo (v. 24; cf. 8:1, 2). Después de haber sido crucificado como sacrificio por nuestros pecados, ascendió y ha traspasado los cielos (4:14) para sentarse a la diestra de Dios e interceder por nosotros (7:25). No entró en la presencia celestial de Dios por medio de la sangre de machos cabríos ni de becerros, sino mediante su propia sangre. Y como su sacrificio fue tan perfecto, entró al lugar santísimo una vez para siempre: su crucifixión y exaltación celestial no necesitan ser repetidos. Ciertamente, ha obtenido eterna redención. La palabra redención sugiere la liberación al precio de su vida. Una expresión similar en 9:15 reitera la idea de dejar en libertad por un precio, y de acuerdo con el contexto es claro que esta liberación es del juicio y la culpa producida por el pecado. De modo que la eterna redención es otra forma de hablar sobre el ofrecimiento de perdón de una vez para siempre prometido en Jer. 31:34, y que sigue en pie.

13, 14 Bosquejando las consecuencias prácticas de la muerte de Cristo, el autor compara el efecto de ofrecer sangre de animales o rociar la ceniza de la vaquilla (cf. Núm. 19). Estos rituales eran para el beneficio de aquellos que eran ceremonialmente impuros, para santificarlos para la purificación del cuerpo. Aquellos que eran impuros podrían ser restaurados a la comunión con Dios en el sentido de que se hacían capaces de participar nuevamente en el culto de la comunidad. La verdad fundamental de que la sangre purifica y santifica, aun cuando sea sólo en un plano ceremonial, aporta la base para el argumento que sigue comenzando con cuánto más. La sangre de Cristo es una forma de hablar de su muerte como sacrificio por los pecados. Esto era eficaz en forma única porque se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios. Una vez más el autor alude a la vida de perfecta obediencia al Padre de parte de Jesús, que culminó en la cruz (cf. 5:7-9; 7:26, 27; 10:10). Cuando dice que fue mediante el Espíritu eterno muy probablemente se refiere al poder del Espíritu Santo manteniendo y sosteniendo (cf. Isa. 42:1), aunque algunos consideran que se refiere a su propio espíritu, echando luz sobre el aspecto interior o espiritual de su sacrificio. La sangre de Cristo es suficientemente poderosa como para limpiar nuestras conciencias de las obras muertas. Dios requiere arrepentimiento de tales actos (6:1, lit. Obras muertas), los pecados que contaminan la conciencia y traen su juicio. Pero aquellos que se arrepienten necesitan ser limpiados de tal contaminación y eso sólo puede hacerlo la muerte de Cristo (cf. 9:9 con 9:14). El propósito de la limpieza en el AT era que el pueblo pudiera ser consagrado a Dios nuevamente para servirle. La promesa del nuevo pacto sobre un corazón renovado, basada en un perdón definitivo de los pecados (Jer. 31:33, 34), encuentra eco en el v. 14. Sólo la limpieza provista por Cristo puede liberarnos para servir al Dios vivo de la manera que fue predicha por Jeremías. La naturaleza de tal servicio o culto (gr. latreuein) será estudiada en relación con 12:28.

15 El vínculo entre la obra de Jesús como sumo sacerdote y el cumplimiento de la profecía de Jeremías recibe un mayor análisis. Por medio de su muerte Cristo es mediador del nuevo pacto (cf. 8:6; 12:24). Primero, murió para redimirlos de las transgresiones bajo el primer pacto. Como se ha notado en relación con el v. 12, su muerte es el precio de la liberación del juicio y la culpa producidos por el pecado (cf. Jer. 31:34). El interés está puesto en la redención de aquellos que pecaron bajo el primer pacto, como fue prometido en Jer. 31:31, 32. Ciertamente, el sacrificio de Jesús tiene efectos retroactivos y es válido para todos aquellos que confiaron en Dios para el perdón de sus pecados en el antiguo Israel (cf. 11:40). Pero también sabemos que, por la gracia de Dios, probó la muerte por todos (2:9), y puede salvar a todos los que por medio de él se acercan a Dios (7:25). En segundo lugar, sobre la base de su muerte, los que han sido llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna. Así como el antiguo pacto prometió la tierra de Canaán como herencia al pueblo de Dios, el pacto inaugurado por Cristo abre el camino a una herencia eterna. Esta es el equivalente del mundo venidero (2:5), la Jerusalén celestial (12:22), el reposo para el pueblo de Dios (4:9) y otras descripciones similares de nuestro destino como cristianos. Jesús ha abierto el camino a su herencia por nosotros actuando sobre el pecado que nos impedía acercarnos a Dios.

16-22 La idea de una herencia lleva al autor a un juego de palabras. El término gr. diatheke se usa en primer lugar en el sentido legal de un testamento (vv. 16, 17). En los asuntos humanos comunes, para que el testamento de una persona sea válido, es necesario que se presente constancia de la muerte del testador. La misma palabra se usa para referirse al pacto que Dios hizo con Israel en el tiempo de Moisés (vv. 18-20). No había necesidad de que el autor del testamento muriera en este caso, pero ni aun el primer testamento fue inaugurado sin sangre. El autor dirige la atención a la ceremonia mencionada en Exo. 24:1-8, cuando Moisés roció el altar y al pueblo con sangre de los sacrificios y los exhortó a que obedecieran todo lo que Dios había mandado. De ese modo, la relación con el Señor fue sellada y confirmada con la sangre del pacto, y la posición de santificación nacional pudo ser proclamada. Heb. agrega otros detalles de los rituales de limpieza del AT para indicar las diferentes maneras en las cuales la sangre fue usada para la purificación bajo el primer pacto (v. 21). Esto lleva a una observación final (según la ley casi todo es purificado con sangre) y un principio fundamental (sin derramamiento de sangre no hay perdón). Aunque la sangre se usaba para la limpieza ceremonial (v. 13), estos rituales apuntaban a las necesidades más profundas del pueblo de Dios para la liberación del poder y del castigo del pecado.

23, 24 Las figuras de las cosas celestiales, o sea el tabernáculo y todo lo que se usaba en sus ceremonias, tenían que ser purificadas con sangre del sacrificio. El santuario de Israel fue hecho de manos y sólo figura del verdadero, el cual está en el cielo mismo (v. 24; cf. 8:5). Cuando el autor dice que las mismas cosas celestiales necesitaban ser purificadas con sacrificios mejores que éstos, difícilmente quiere decir que el cielo está contaminado con el pecado humano, ¡pues de ser así Dios tendría que haberlo dejado! Sin embargo, puede estar sugiriendo que el sacrificio de Cristo tuvo un significado cósmico, removiendo una barrera a la comuni ón con Dios que existía en el nivel de la realidad última y no sólo en los corazones humanos. El simple mensaje que se encuentra detrás de la figura que el autor emplea del tabernáculo y del día de expiación es que Jesús entró en el cielo mismo, para presentarse ahora delante de Dios a nuestro favor (cf. 7:25). El hace posible para nosotros el acceso a Dios ahora y en la eternidad.

25-28 Los sacrificios mejores mencionados en el v. 23 de hecho son la ofrenda única de Jesucristo. Su sacrificio no necesita ser repetido muchas veces, como era el caso con los sumos sacerdotes en su ritual cada año. Es un error sugerir que su sacrificio necesita ser presentado continuamente al Padre, ya sea en el cielo o en la tierra, Jesús no tuvo que padecer muchas veces desde la fundación del mundo: su ofrenda de sí mismo es suficiente y definitiva para toda la historia pasada, presente y futura. En los vv. 26 y 28 el autor usa la expresión una vez para siempre (cf. 7:27; 9:12; 10:10) para subrayar la naturaleza decisiva y completa de la obra de Jesús como sumo sacerdote. De hecho, su aparición señala la consumación de los siglos, el tiempo del cumplimiento o los últimos días (cf. 1:2). El propósito de su venida era para quitar el pecado mediante el sacrificio de sí mismo (v. 26). Dicho de otro modo, fue para quitar los pecados de muchos (v. 28; lit. para llevar los pecados de muchos, como Besson o BA; cf. Isa. 53:12). De ese modo, ha habido una solución final al problema del pecado por la acción de Jesús en un punto de la historia humana, y esto da un significado solemne al presente. Hay una horrenda expectativa de juicio para aquellos que rechazan al Hijo de Dios y su sacrificio (10:26-31). Pero para los que confían en él y esperan ansiosamente su segunda venida, existe la perspectiva de salvación, o sea el rescate del juicio y el gozo de la promesa de la herencia eterna (v. 15).

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter IX.

1 The description of the rites and bloody sacrifices of the Law, 11 farre inferiour to the dignitie and perfection of the blood and sacrifice of Christ.
1 Then verily the first Couenant had also [ Or, ceremonies.] ordinances of diuine Seruice, and a worldly Sanctuary.
2 For there was a Tabernacle made, the first, wherein was the Candlesticke, and the Table, and the Shewbread, which is called [ Or, holy.] the Sanctuarie.
3 And after the second vaile, the Tabernacle which is called ye Holiest of all:
4 Which had the golden Censor, and the Arke of the Couenant ouerlayed round about with gold, wherein was the Golden pot that had Manna, and Aarons rod that budded, and the Tables of the Couenant.
5 And ouer it the Cherubims of glory shadowing the Mercyseat; of which we cannot now speake particularly.
6 Now when these things were thus ordained, the Priestes went alwayes into the first Tabernacle, accomplishing the seruice of God.
7 But into the second went the high Priest alone once euery yeere, not without blood, which he offered for himselfe, and for the errors of the people.
8 The holy Ghost this signifying, that the way into the Holiest of all, was not yet made manifest, while as the first Tabernacle was yet standing:
9 Which was a figure for the time then present, in which were offred both gifts and sacrifices, that could not make him that did the seruice perfect, as pertayning to the conscience,
10 Which stood onely in meates and drinkes, and diuers washings, and [ Or, rites, or ceremonies.] carnall ordinances imposed on them vntill the time of reformation.
11 But Christ being come an high Priest of good things to come, by a greater and more perfect Tabernacle, not made with hands, that is to say, not of this building:
12 Neither by the blood of Goats and Calues: but by his owne blood hee entred in once into the Holy place, hauing

[The force of Christes death.]

obtained eternall redemption for vs.
13 For if the blood of Bulls, and of goats, and the ashes of an heifer sprinkling the vncleane, sanctifieth to the purifying of the flesh:
14 How much more shall the blood of Christ, who through the eternal Spirit, offered himselfe without [ Or, fault.] spot to God, purge your conscience from dead workes, to serue the liuing God?
15 And for this cause hee is the Mediatour of the New Testament, that by meanes of death, for the redemption of the transgressions that were vnder the first Testament, they which are called, might receiue the promise of eternall inheritance.
16 For where a Testament is, there must also of necessitie [ Or, bee brought in.] bee the death of the Testatour.
17 For a Testament is of force after men are dead: otherwise it is of no strength at all whilest the Testatour liueth.
18 Whereupon, neither the first Testament was [ Or, purified.] dedicated without blood.
19 For when Moses had spoken euery precept to all the people according to the Law, he tooke the blood of Calues and of Goates, with water and [ Or, purple.] scarlet wooll, and hysope, and sprinckled both the booke and all the people,
20 Saying, This is the blood of the Testament which God hath enioyned vnto you.
21 Moreouer, hee sprinkled with blood both the Tabernacle, and all the vessels of the Ministery.
22 And almost all things are by the Law purged with blood: and without shedding of blood is no remission.
23 It was therefore necessary that the patterns of things in the heauens should bee purified with these, but the heauenly things themselues with better sacrifices then these.
24 For Christ is not entred into the Holy places made with handes, which are the figures of the true, but into heauen it selfe, now to appeare in the presence of God for vs.
25 Nor yet that he should offer himselfe often, as the high Priest entreth into the Holy place, euery yeere with blood of others:
26 For then must hee often haue suffered since the foundation of the world: but now once in the end of the world,

[The force of Christes death.]

hath he appeared to put away sinne by the sacrifice of himselfe.
27 And as it is appointed vnto men once to die, but after this the Iudgement:
28 So Christ was once offered to beare the sinnes of many, & vnto them that looke for him shall hee appeare the second time without sinne, vnto saluation.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

El sacrificio de Cristo. Para explicar la nueva alianza, el predicador continúa la comparación con la antigua, que giraba en torno al santuario y a los sacrificios que allí se realizaban. La minuciosa descripción sigue Éx 25-26; habla de dos tiendas de campaña o recintos adyacentes con sus respectivas cortinas de separación y todos los utensilios sagrados del culto que se encontraban dentro. Afirma que «no hace falta explicarlo ahora en detalle» (5), pues todo ello era de sobras conocido por los destinatarios de la carta. El primer recinto sólo era accesible a los sacerdotes, quienes ofrecían allí los sacrificios ordinarios. En el segundo recinto o «lugar santísimo» de la presencia de Dios sólo podía entrar el sumo sacerdote una vez al año para ofrecer el sacrificio de expiación por los pecados del pueblo y por los suyos.
Al predicador le interesa resaltar dos aspectos. En primer lugar, que la misma estructura y disposición física del santuario con sus dos recintos, además del estatuto que regulaba su acceso -especialmente al lugar santísimo-, no eran una forma de que el pueblo accediera libremente a la presencia de Dios, sino una barrera y un impedimento casi infranqueables. En segundo lugar, que en la necesaria repetición de los sacrificios que se ofrecían en el santuario estaba la prueba de su ineficacia y carácter provisorio. En resumen: el Templo, el sacerdocio, los sacrificios, las prescripciones del culto, todo era temporal, tenía un valor relativo como «disposiciones humanas válidas hasta el momento en que Dios cambie las cosas» (10), es decir, la nueva alianza inaugurada por Jesús.
El predicador llega ahora al punto culminante de su exposición, presentando a Jesús como «sumo sacerdote de los bienes futuros» (11), en contraste con todo lo anterior. Y así, la tienda o el Templo, el lugar de la presencia y del encuentro definitivo con Dios, es el propio cuerpo de Jesús muerto y resucitado (cfr. Jua_2:19-21), no hecho «a mano, es decir, no de este mundo creado» (11). El nuevo santuario es el cielo «a donde entró de una vez para siempre» llevando «su propia sangre» y logrando así nuestro «rescate definitivo» (12). Con estas expresiones densas y dramáticas, el predicador presenta la muerte y resurrección de Jesús como el único y definitivo sacerdocio que inaugura, consuma y establece la nueva alianza de la humanidad con Dios.
Es probable que los destinatarios de la carta, acostumbrados a la terminología que usa el predicador, comprendieran todo el alcance de palabras claves como «sangre», «rescate» o «santuario celeste». Los lectores de hoy necesitamos más explicaciones. En la sangre se concentra toda la vida de Jesús de Nazaret como don del amor y de la compasión de Dios por todos nosotros, que culminó en su muerte en la cruz. Con la bella imagen bíblica del santuario celeste, del que hablará de nuevo más adelante, el predicador se refiere a la resurrección, inseparable de su muerte. Una muerte-resurección que nos hace participar a nosotros de la misma vida de Dios. Y este misterio de amor que nos libra de la muerte y del pecado viene expresado en la palabra «rescate». Esta nueva alianza que establece Jesucristo con su muerte y resurrección es también un testamento o herencia a favor de la humanidad, afirma el predicador aludiendo al otro significado de la palabra alianza.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

Los términos «alianza» y «testamento» de los vv. 15-17 traducen la misma palabra griega diatheké. Esta palabra, que literalmente significa «disposición», era la que utilizaron las traducciones al griego del Antiguo Testamento para designar la Alianza en el Sinaí. El autor de la carta utiliza estos dos sentidos -pacto y disposición final (testamento)- para enseñar que la muerte de Cristo en la cruz era un verdadero sacrificio de Alianza, como lo fue el del Sinaí (vv. 18-22; cfr Ex 24,3-8). Enseña también que la muerte de Cristo es la última disposición de Dios: otorgar a los hombres la herencia del cielo (vv. 23-28).

«¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre? Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor. (...) El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro el tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada» (S. Juan Crisóstomo, Catech. ad illum. 3,16).

Los vv. 27-28 contemplan también tres verdades fundamentales de la fe cristiana acerca de los novísimos: 1) el decreto inmutable de la muerte; 2) la existencia de un juicio que sigue inmediatamente a ella, y 3) la segunda venida gloriosa de Cristo. «La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino» (CCE 1013).

La expresión «sin relación ya con el pecado» (v. 28) quiere decir que ya no tendrá que reparar el pecado ni sufrir por él como víctima.


Biblia Peshitta en Español (Holman, 2015)

a Efe 5:2; Heb 7:27; Heb 9:28; Heb 10:10; Heb 10:12;b Rom 13:5; Heb 10:2; Heb 10:22; 1Pe 2:19; 1Pe 3:21; 2Pe 3:1

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



5. Ver Exo_25:1 7-22

7. Ver Lev_16:2-9

11-12. «Una Morada más exceíente y perfecta que la antigua»: esta expreslón aIude probablemente al Cuerpo resucítado de Cnsto renovado y glorIficado gracias a su SacrificIo redentor. que penetró de una vez para siempre en ei «Santuario» celestial.

15-17. Este pasaje juega con el doble sentido de una palabra griega que significa a la vez «alianza» y «testamento». Por una parte, la muerte de Cristo era necesaria para que entrara en vigencia su «Testamento», es decir, 1a última voluntad de Dios con respecto a los hombres. Por otra parte, la Nueva «Alianza», lo mismo que la Antigua, debía sellarse con un sacrificio cruento.

20. Exo_24:8

28. Isa_53:12

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] 2Co_13:13+ [2Co_13:14]; 1Pe_1:18-19; Heb_10:10+

[2] Heb_6:1+

[3] Heb_12:28; Rom_1:9+

NOTAS

9:14 Var.: «Espíritu Santo». Ver Rom_1:4+.

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] 2Co_13:13+ [2Co_13:14]; 1Pe_1:18-19; Heb_10:10+

[2] Heb_6:1+

[3] Heb_12:28; Rom_1:9+

NOTAS

9:14 Var.: «Espíritu Santo». Ver Rom_1:4+.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 9.2 Ex 26.1-37.

[2] 9.2 Ex 25.31-40.

[3] 9.2 Ex 25.23-30.

[4] 9.3 Ex 26.31-33.

[5] 9.4 Ex 30.1-6; 40.26-27.

[6] 9.4 Ex 25.10-16.

[7] 9.4 Ex 16.33.

[8] 9.4 Nm 17.8-10.

[9] 9.4 Ex 25.16; Dt 10.3-5.

[10] 9.5 Ex 25.18.

[11] 9.5 Ex 25.18-22.

[12] 9.6 Nm 18.2-6.

[13] 9.7 Lv 16.

[14] 9.10 Cf. Lv 11; 15; Nm 19.

[15] 9.13 Lv 16.15-16.

[16] 9.13 Nm 19.9,17-19.

[17] 9.15 Alianza y testamento traducen una sola palabra griega, la cual significa ambas cosas.

[8] 9.19-20 Ex 12.22; Lv 14.4-6; Nm 19.6,18.

[9] 9.20 La sangre que confirma la alianza: Ex 24.6-8; Heb 10.29; 13.20; cf. Mt 26.28 y paralelos.

[20] 9.21 Ex 29.12; Lv 8.15,19.

[21] 9.22 Cf. Lv 17.11.

[22] 9.28 Is 53.12; 1 P 2.24.

Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

Heb 10:19; 1Pe 1:18-19; 1Jn 1:7.

Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)



EL ESPÍRITU ETERNO es el Espíritu Santo, según algunos: otros lo interpretan de la naturaleza divina de Cristo; frase misteriosa parecida a la de Rom_1:4 (Espíritu de santidad).

|| OBRAS MUERTAS son los pecados.

Greek Bible (Septuagint Alt. Versions + SBLGNT Apparatus)

ἡμῶν WH NA28 ] ὑμῶν Treg RP

Biblia Textual IV (Sociedad Bíblica Iberoamericana, 1999)

nuestras... TR: vuestras;
servir... Gr. latreúo.

Biblia Latinoamericana (San Pablo, 1995)



[=] *1Pe 1:19 *1Jn 1:7 *Rom 10:12 *1Cor 1:2

Nueva Traducción Viviente (Tyndale House, 2009)

En griego de obras muertas.

Torres Amat (1825)



[2] Ex 16, 1; 36, 8.

[11] Su precioso cuerpo.