Ver contexto

I.La Iglesia de Jerusalén
El grupo de los apóstoles.
Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que está próximo a Jerusalén, la distancia de un camino sabático. (Hechos 1, 12) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 1

ASCENSIÓN DE JESÚS

INTRODUCCIÓN. Los Hechos de los apóstoles es uno de los libros del Nuevo Testamento que se leen preferentemente. El que empieza a leer la Biblia con este libro puede comprender y orientarse sobre todos los escritos del Nuevo Testamento. Es fácil formarse una idea de su exposición, su género literario es diáfano, y lo que dice este libro nos hace ver de una forma intuitiva la obra salvífica de Dios en Jesucristo y en la Iglesia por él fundada.

¿Qué pretenden los Hechos de los apóstoles? El título puede engañar. Porque no se trata -como se podría esperar- del destino y de la obra personales de los distintos apóstoles. De los doce que consideramos como apóstoles en un sentido más estricto, solamente se dan los nombres (1,13) y la restauración de su número por medio de la elección de Matías (1,26). Sólo dos de ellos entran en escena, san Pedro y san Juan, e incluso entonces san Juan aparece como una figura concomitante al lado de san Pedro. Pero por otra parte también intervienen en la narración otras personas: los siete primeros colaboradores oficiales de los apóstoles (capítulos 6-8) y muy poco después de ellos san Bernabé y Saulo o Pablo. La parte del libro que es con mucha diferencia la más larga, está dedicada a este último, que por causa de su particular vocación obtuvo el título de apóstol.

¿Cómo entenderemos el titulo de este libro? En los manuscritos griegos más antiguos se dice Praxeis, y con esta palabra el título está en consonancia con otros semejantes de la literatura griega que no forma parte de la Biblia. Puede ser que este título fuera ya puesto en su obra por el autor, que estaba familiarizado con la cultura helenista. Se trata, pues, de «hechos», de «sucesos» o «acontecimientos». También se les ha dado el nombre de «actos», en latín acta. Estos «actos» tienen la característica común de que todos ellos están relacionados con los apóstoles. Se trata de unos «hechos» en que ellos han participado. Jerusalén y Roma son las dos ciudades entre las cuales se extiende el espacio donde se desarrollan estos hechos. Los primeros treinta años después de la ascensión de Jesús forman el marco temporal. No es una crónica que narre los hechos según un orden sucesivo, no es una notificación completa de lo que sucedió. Se colocan ante nuestra mirada distintas escenas, importantes acontecimientos que nos muestran el camino para entender la Iglesia. En situaciones tensas se revela cada vez mejor en una nueva visión de su misterio.

El misterio de esta Iglesia, tal como la ven los Hechos de los apóstoles, es Cristo, el Señor. No solamente está presente al principio con su mensaje y su promesa, sino que siempre se muestra de una forma actual en el Espíritu Santo. El mensaje del Pneuma hagion, el aliento vital y soplo creador de Dios, al mismo tiempo el «espíritu de Cristo» (Rom_8:9), es lo que especialmente quieren transmitir los Hechos de los apóstoles. Con fundamento se les ha también llamado el «Evangelio del Espíritu Santo». Este «Espíritu» es aquella fuerza que desde el principio se infunde en la Iglesia y la preserva de lo puramente humano, y se vuelve eficaz sobre todo en la hora del peligro. Este libro se esfuerza particularmente por mostrar que no obstante las hostilidades y persecuciones, que provienen de fuera, y a pesar de todas las crisis y amenazas, que proceden de dentro -más aún a través de ellas-, la Iglesia va creciendo y se fortalece. El gran encargo que se confía a los apóstoles de dar un testimonio que transforme el mundo, está íntimamente unido con la promesa de la «fuerza del Espíritu Santo que sobre vosotros vendrá» (Rom_1:8).

El autor muestra un interés afectuoso por la formación de la comunidad madre de Jerusalén y por el desarrollo de la Iglesia en la zona de Palestina y Siria. Pero muy pronto dedica por completo su atención al hombre por medio del cual la Iglesia fue conducida, con principios decisivos e iniciativas audaces, desde el principio judeocristiano y la estrechez aneja a tal principio, a la misión que transformaría el mundo. Este hombre fue Saulo (Pablo).

Esto no puede sorprendernos, porque el autor es el médico Lucas, de cuya íntima camaradería con san Pablo dan testimonio las cartas del Apóstol prisionero ( Col_4:14; Phm_1:24; 2Ti_4:11). Su colaboración empezó probablemente cuando san Pablo ejerció su ministerio en Antioquía, la patria de san Lucas según la tradición, y fundó allí la primera comunidad etnicocristiana (2Ti_11:25s). Así entendemos el interés sorprendente de los Hechos de los apóstoles por el rumbo y la obra del Apóstol de las gentes. Desde el capítulo 13 y más todavía desde el 22 en adelante el relato toma el cariz de una apología que procura presentar el gran trabajo misionero y, al mismo tiempo, la integridad, en los aspectos humano, jurídico y político de la persona Apóstol retenido en cautiverio.

¿Cuándo escribió san Lucas su obra? Para comprenderla, la pregunta no carece de importancia. ¿Qué nos dice el mismo libro? Siete capítulos (22-28) informan exclusivamente de las etapas de la instrucción de la causa del Apóstol, la cual dura unos cinco años. Se mencionan los dos últimos años en Roma solamente con pocas palabras. No nos enteramos de nada particular sobre ellos. No se encuentra ninguna palabra ni indicación sobre el desenlace del proceso relatado hasta aquí de una forma tan interesante. ¿No se podría incluso actualmente dar la razón a los que suponen que se escribió nuestro libro cuando aún se tenía que esperar la decisión del tribunal del César, al que había apelado el Apóstol? En el hombre de alta posición, a quien san Lucas dedicó su Evangelio (Luk_1:3) y a quien una vez más nombra explícitamente al principio de los Hechos de los apóstoles, o sea Teófilo, ¿no podía san Lucas ver al amigo de la causa del cristianismo, que también podía estar en condiciones de influir en el apresuramiento y en una solución favorable del juicio que se arrastra durante tanto tiempo? Si se admite esta suposición, el libro de los Hechos de los apóstoles -ésta fue la opinión que prevaleció durante mucho tiempo- se escribió probablemente a fines del año 63.

Con gusto nos adheriríamos a esta opinión, si no se opusieran objeciones (que han de ser tomadas en serio) de investigadores, que no consideran posible un origen tan temprano. Se guían por la convicción de que es imposible que el Evangelio de san Lucas, que precede a los Hechos de los apóstoles, fuera escrito antes de la destrucción de Jerusalén (año 70). Los testimonios externos de la tradición y las características internas del Evangelio parecen atestiguarlo. Si así se establece, los Hechos de los apóstoles sólo pudieron ser escritos después del año 70. Según la mayoría tuvieron su origen hacia el año 80. Si esta opinión fuera acertada, en nuestro libro se tendrían que juzgar muchas cosas, sobre todo el prolijo relato del proceso, con la visión que de ellas se tenía en los años posteriores. ¿Puede esto admitirse de una forma tan convincente como la suposición anterior de que el libro fue escrito todavía en vida del Apóstol?

Unas palabras más sobre la estructura y la disposición externa del libro. Se pueden ver e indicar diferentes motivos para la división del libro. La suposición de que los Hechos de los apóstoles son un díptico literario con una mitad sobre san Pedro y la otra mitad sobre san Pablo tiene de suyo correspondencias sorprendentes en las dos partes. Estas parece que están expuestas incluso conscientemente en la forma de exponer la imagen de los dos apóstoles. Sin embargo esta división podría no corresponder plenamente al contenido del libro. Por eso en nuestra explicación preferimos adoptar una división en tres partes, en la que cada una de ellas supera en extensión a la anterior. Después de las frases introductorias, que se refieren al tercer Evangelio y se apoyan en él (Luk_1:1-11), primero se pone ante nuestra mirada la formación de la Iglesia madre de Jerusalén (,42). Siguen inmediatamente en la segunda parte los relatos que hacen referencia a la formación interna y externa y al desarrollo de la Iglesia fuera de Jerusalén con la actuación de nuevos colaboradores (Luk_6:1-12, Luk_6:25). La tercera parte, que es la más larga (Luk_13:1-28, 31), nos muestra el camino de la Iglesia hacia la misión en el mundo que dirigirá el propio apóstol de los gentiles. El que contempla más de cerca este libro por parte de la técnica literaria puede reconocer esta división en tres partes como querida por el autor. Al principio de cada una de estas tres secciones se nombran los hombres importantes para lo referido en ella: en 1,13 encontramos los nombres (competentes para la comunidad madre) de los doce apóstoles (en conexión con 1,26); en 6,5, los nombres de los siete colaboradores, tan importantes para el ulterior desarrollo de la Iglesia, y en 13,1, los cinco nombres de los dirigentes en Antioquía, el punto de partida y el centro para misionar a los gentiles. En los números simbólicos doce, siete y cinco se puede ver un especial interés del autor. Difícilmente es casual, sino intención literaria, que se muestren siempre en acción solamente dos de las personas nombradas: en la primera sección Pedro y Juan; en la segunda Esteban y Felipe; en la tercera Bernabé y Saulo. También se puede aducir en favor de esta división en tres partes el esquema de desarrollo indicado en 1,8, cuando se dice: «Seréis testigos míos en Jerusalén, y en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» 2.

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2. La transmisión del texto de los Hechos de los apóstoles se ha efectuado en dos formas que muestran entre sí diferencias mayores de las que se dan en los otros libros del Nuevo Testamento, si sólo tenemos en cuenta los textos que hacen al caso. El hecho de que existan estas dos formas de transmisión ha hecho suponer que el mismo san Lucas ha efectuado una doble redacción. Sin embargo esta suposición es muy poco probable. Las variantes, que de hecho son numerosas, y las frecuentes interpolaciones al texto hoy día son reputadas como cambios secundarios, en los cuales quizás todavía se discute en particular cuál es la transmisión fidedigna. Sobre estas cuestiones cf. A. WIKENHAUSER, Introducción al Nuevo Testamento, Herder, Barcelona 2 1966, p. 238 ss; espec. 253-254.

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Parte primera

LA IGLESIA MADRE (JERUSALéN) 1,1-5,42

I. EN ESPERA DEL ESPÍRITU SANTO (1,1-26).

1. PROMESA E INSTRUCCIONES (1,1-11).

El que conoce el Evangelio de san Lucas y recuerda su úItimo capítulo, al leer los primeros once versículos de los Hechos de los apóstoles en seguida echa de ver que se refieren a lo que se dijo en Lc 24. Esta referencia no consiste en una mera repetición, sino en un libre enlace, con ello se destaca con mayor fuerza el propósito del autor.

El propósito del autor está encaminado a la venida del Espíritu Santo, de quien también se habla con ahinco en las últimas palabras de despedida del Señor, que se leen en el Evangelio (Luk_24:49). En estos versículos introductorios relacionados con las últimas palabras del Evangelio, el lector una vez más ha de darse cuenta de que la resurrección no solamente es el término glorioso de la vida de Jesús, sino que al mismo tiempo es el vivificante fundamento salvífico de la Iglesia. La «nueva criatura» (Gal_6:15; cf. Rom_6:4) recibe de este fundamento su realidad y significado. No hay por qué inquietarse si en esta introducción, que hace referencia a Lc 24, no todos los pormenores coinciden exactamente con lo que se dice en aquel capítulo del Evangelio. Lucas, sin dejar de mantener la «solidez» en la retransmisión del mensaje, se acredita como un narrador que describe los sucesos con libre naturalidad. Esto también se puede observar en los relatos paralelos de los Hechos de los apóstoles. Por ello no es necesario postular un lapso de tiempo considerable que hubiera permitido a Lucas enterarse de lo que esta introducción añade al relato del Evangelio o modifica en alguna de sus partes.

a) Mirada retrospectiva al Evangelio (Hch/01/01-03).

1 Escribí mi primer relato, oh Teófilo, acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó 2 hasta el día en que fue arrebatado a lo alto, después de haber dado a los apóstoles, que él se había elegido, instrucciones con referencia al Espíritu Santo.

Conocemos este primer relato o, como también se podría decir, este «primer libro» o sea el Evangelio de san Lucas, que nos es familiar a todos nosotros: Lo tendríamos que leer con atención, si aspiramos a entender más profundamente los Hechos de los apóstoles. Los dos libros no sólo coinciden en la forma literaria -pese a peculiaridades del Evangelio, debidas a las fuentes de información-, sino que también están en armonía en sus fines espirituales y teológicos.

El contenido del Evangelio se compendia en la frase: «lo que Jesús hizo y enseñó.» Es una formulación significativa, que dice mucho en favor de la primitiva tradición. Los hechos y las palabras desde un principio formaron parte de la historia de Jesucristo y, por tanto, de lo que declara el Evangelio. Acá y allá pudo haberse tenido interés, como muestran los modernos hallazgos de manuscritos, en reunir distintas sentencias de Jesús, y entonces en la total proclamación los hechos, por una necesidad interna, se refirieron a las palabras. Puesto que las palabras de Jesús debían significar la verdad y la salvación, también se tenía que decir lo que él era y lo que él hizo que se manifestara en sus acciones. Esto se patentiza de una forma muy intuitiva en el Evangelio según san Marcos, que se suele considerar como el más antiguo de los cuatro evangelios. En él se muestra claramente la primacía de los hechos ante las palabras. Y quien piense que en un principio se dedicaba toda la atención especialmente a la historia de la pasión, también ve en ello el interés de los primeros discípulos por lo que sucedió a Jesús. En este texto se antepone «lo que Jesús hizo» a lo que «enseñó». Ello podría ser una manifestación espontánea de cómo también para san Lucas las acciones del Señor forman parte del Evangelio. El marco indicado brevemente: «hasta el día en que fue arrebatado a lo alto» nos muestra asimismo cómo el evangelista san Lucas está obligado a guardar la limitación observada por la proclamación general del cristianismo primitivo. Volvemos a encontrar este marco en 1,21, y en el esquema fundamental de los cuatro Evangelios aparece claramente que el relato siempre empieza con Juan el Bautista y concluye con el mensaje del Señor glorificado. El hecho de que en el «primer relato» nada se dice de la historia de la infancia de Jesús contenida en el Evangelio de Lucas (Lc 1-2), no autoriza la conclusión de que el evangelista considerara que no tenía importancia. A lo más, sólo significa que no encajaba en el esquema del mensaje de salvación adoptado por la Iglesia primitiva.

El día en que Jesús fue arrebatado a lo alto tiene una característica importante para los Hechos de los apóstoles a causa de las instrucciones dadas a los apóstoles. Por primera vez se nombran los hombres a quienes alude el título del libro. No obtuvieron su oficio por propia decisión, el mismo Jesús «se los había elegido». El evangelista tiene necesidad de decirlo también aquí. En el evangelio nos enteramos de esta elección de los doce, «a los cuales dio el nombre de apóstoles» (Luk_6:12-16). Es significativo que el nombramiento de los apóstoles recaiga en los días del Señor anteriores a la pascua. La obra efectuada por los apóstoles está vinculada de una forma enteramente personal a Jesús en su vida terrena, así como a Jesús glorificado, a su palabra, a su poder y a sus instrucciones.

¿A qué clase de instrucciones se refiere nuestro texto? La expresión deja espacio para todo lo que Jesús transmitió a sus discípulos como testamento después de su resurrección. Si miramos la conexión de nuestro versículo con los siguientes, se suscita la idea de unas instrucciones muy determinadas. También las últimas palabras de Jesús resucitado en el Evangelio nos informan de estas instrucciones, cuando se dice: «Y voy a enviar sobre vosotros lo prometido por mi Padre. Vosotros, pues, permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto» (Luk_24:49). Esta fortaleza de lo alto es el Espíritu Santo. A él, pues, se refieren las instrucciones de Jesús, antes de ser «arrebatado a lo alto». También en este pasaje cabe la posibilidad de pensar en estas instrucciones y a entenderlas con referencia al Espíritu Santo. Es cierto que la gramática griega parece recomendar más la traducción de «por medio del (o en el) Espíritu Santo». De este modo se diría que Jesús dio sus instrucciones por estar lleno del Espíritu Santo, y esto daría un sentido favorable a la cristología de san Lucas. Y sin embargo, y a pesar de dificultades de orden gramatical, la otra interpretación parece ser más acertada por parte del texto global y de la referencia al Evangelio: el Espíritu Santo es el contenido y la causa de estas instrucciones dadas el día que el Señor fue arrebatado a lo alto. Los versículos siguientes lo aclaran.

3 También con numerosas pruebas se les mostró vivo después de su pasión, dejándose ver de ellos por espacio de cuarenta días y hablándoles del reino de Dios.

También este versículo remite a lo que se ha dicho en el Evangelio. El proceso contra Jesús, su cruz y su sepelio, resumidos en las palabras «su pasión» fueron superados y apareció su pleno sentido en su resurrección pascual. Es importante para el evangelista poderlo decir, porque la elección de los apóstoles y las instrucciones que les fueron dadas, logran su plena validez por el llamamiento y asistencia del que está verdaderamente vivo. «Vida» quiere decir mucho más que la vida precedente recuperada en la resurrección. La vida aquí está colmada y glorificada por la divina verdad, con la cual Jesús se mostró a los suyos.

El evangelista sabe hablar de numerosas pruebas. Ello supone más apariciones de las que habla el Evangelio (Lc 24). Se puede pensar en los relatos de los otros Evangelios, incluido el de san Juan. Pero sabemos que no se logra saber el número de las apariciones, sumándolas tal como se narran exteriormente. Esto difícilmente podría resultar satisfactorio, dada la índole propia de estos relatos. También san Pablo habría de ser tenido en cuenta con su serie memorable de apariciones de Jesús resucitado (1Co_15:3-7). Y su propio encuentro con el Señor glorificado -aunque tuviera lugar después de los «cuarenta días»- también es una de las apariciones (1Co_15:8s; 1Co_9:1). Porque también san Pablo hace hincapié en que le llamó Jesús resucitado para hacerlo apóstol (cf. Gal_1:1). Aunque no pueda ya rehacerse el curso efectivo de los acontecimientos posteriores a la pascua, nuestro versículo es uno de los muchos testimonios del Nuevo Testamento en favor del conocimiento verídico que tenía la primitiva Iglesia acerca de la realidad de Cristo resucitado, fundamento de todo el mensaje de salvación3.

Por espacio de cuarenta días Jesús se apareció a sus apóstoles. En los Hechos encontramos este dato no solamente aquí. Después se habla de «muchos días» no determinados de una forma más concreta (Gal_13:31). En el Evangelio según san Lucas se narran las apariciones de Cristo resucitado, de tal forma que se podría pensar que todo -incluso la ascensión a los cielos- ha sucedido en un día (Lc 24). En san Juan los encuentros posteriores a la pascua se reparten en un espacio de tiempo de más de una semana. También en 1Co_15:5-7 se supone un tiempo más largo. Si san Lucas en este pasaje -de acuerdo con su manera de exponer ejercitada también en otras ocasiones- aclara la información de Lc 24 con el dato de los «cuarenta días», no estamos por eso forzados a ver en este dato un interés meramente simbólico. Es cierto que el número cuarenta con frecuencia se emplea en la Biblia para caracterizar un espacio de tiempo especialmente importante, como en el diluvio (Gen_8:6), en el encuentro de Moisés con Dios (Exo_24:18) y en el ayuno del primero (Exo_34:28), en la peregrinación de Elías al monte de Dios (lRe 19,8), en la estancia de Jesús durante cuarenta días en el desierto (Luk_4:2; Mat_4:2). Pero con respecto a nuestro versículo la numeración de «cuarenta días» también podría estar determinada por el pensamiento en la fiesta de pentecostés, que recae 50 días después de pascua. Porque con la fiesta de pentecostés está enlazado el acontecimiento (trascendental para los Hechos de los apóstoles), la venida del Espíritu Santo. De este suceso se dice que tendrá lugar «dentro de no muchos días» (Mat_1:5). Con todo, también se puede haber recomendado el número cuarenta, como número memorable transmitido, para caracterizar los días posteriores a la pascua, que fueron decisivos y provechosos para la revelación y la inteligencia del misterio de Cristo.

Porque en estos encuentros con el Señor resucitado se hablaba del reino de Dios. Con esto se indica que Jesús hacía revelaciones esenciales, comunicaba profundos conocimientos del mensaje y de su obra propia, trataba del perfeccionamiento de la fe de los discípulos y de su preparación para dar el testimonio que les estaba reservado (Mat_1:8). Dirigiendo una mirada retrospectiva al Evangelio se pueden ver ejemplos de un tal diálogo del «reino de Dios» en la conversación de Jesús con los discípulos de Emaús (Luk_24:13-31) o en los discursos resumidos del Señor resucitado (Luk_24:44-49). Ante todo es interesante que Jesús a los apóstoles «les abrió la mente para que entendieran las Escrituras» (Luk_24:45). La interpretación del Antiguo Testamento con respecto a Cristo y desde Cristo encontró su principio en estas experiencias y consideraciones posteriores a la pascua 4. En particular formaron parte sin duda de este diálogo «del reino de Dios» las palabras que se refieren al Espíritu Santo, como también denotan los versículos siguientes.

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3. A este propósito se debería leer todo el capitulo 15 de la primera carta a los Corintios. 4. Cf. Joh_2:22; Joh_12:16.

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b) Las instrucciones de Jesús resucitado (Hch/01/04-08).

4 Y en el curso de una comida, les ordenó que no salieran de Jerusalén, sino que esperaran la promesa del Padre «de la que me habéis oído hablar; 5 porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en Espíritu Santo dentro de no muchos días».

La escena indicada tiene lugar el día de la ascensión. Se describen más en particular las importantes instrucciones de 1,2. En el Evangelio se dan las mismas instrucciones con palabras algo distintas: «Yo voy a enviar sobre vosotros lo prometido por mi Padre. Vosotros, pues, permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto» (Luk_24:49). No nos molesta que el mismo evangelista nos produzca las mismas palabras del Señor con una redacción libre. La Iglesia primitiva no estuvo apegada con recelo a la letra. Lo que le interesaba era el sentido de la tradición. Según el texto aducido esta última reunión con los apóstoles fue una comida comunitaria. También según otros informes Jesús resucitado ha comido delante de sus discípulos y con ellos 5. Ya en su actividad anterior a la pascua Jesús repetidas veces había comunicado, en una comida, especiales revelaciones y consignas6. Pensemos en la última cena antes de la pasión con las recomendaciones e instrucciones dadas en ella por Jesús. La Iglesia primitiva en sus celebraciones eucarísticas en forma de comida también ha conmemorado y mantenido en forma viva la comida comunitaria con el Señor resucitado (Luk_2:46).

Es peculiar de san Lucas la orden de quedarse en Jerusalén. San Lucas también tiene conocimiento de una relación con Galilea (Luk_24:6), pero falta en él toda alusión a un encuentro en Galilea posterior a la pascua, encuentro que es particularmente significativo para los otros evangelistas7. Esta limitación a Jerusalén tiene que verse en relación con el concepto que san Lucas tenía de la importancia de Jerusalén en la historia de la salvación, como ya se hace patente en el Evangelio8. En las profecías del Antiguo Testamento que enlazan con Jerusalén la salvación mesiánica y el especial don salvífico del Espíritu Santo, se puede ver un motivo para esta preferencia de san Lucas por Jerusalén 9. San Lucas sabe que Jerusalén será el punto de partida para la misión universal en el mundo, y por eso le interesa mostrar el camino del Evangelio desde Jerusalén hasta Roma 10.

Los apóstoles han de esperar la promesa del Padre. El contexto pone en claro que con estas palabras se alude al Espíritu Santo. Hacia él apuntan insistentemente todas las demás palabras. El Espíritu Santo es el gran objetivo de Cristo resucitado. Es la «promesa del Padre». Sobre todo por el Evangelio según san Juan conocemos la designación de Dios como «el Padre» absolutamente sin ninguna palabra relativa más circunstanciada 11. ¿Hasta qué punto el Espíritu Santo es la «promesa del Padre»? Se puede pensar en las palabras proféticas del Antiguo Testamento, en las que Dios ha prometido el Espíritu como don de salvación del tiempo mesiánico 12. Jesús en su plática de despedida habló del Espíritu que el Padre enviaría13. De la oración de súplica Jesús había dicho que el «Padre que está en los cielos dará Espíritu Santo a los que le piden» (Luk_11:13). Por tanto, ya antes de la pascua, los apóstoles habían oído hablar de esta «promesa del Padre» por labios de Jesús.

Sorprende que Jesús se apropie las palabras del Bautista sobre la venida del bautismo del Espíritu (Luk_3:16). Juan Bautista había señalado al Mesías como más fuerte: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy yo digno de desatarle la correa de las sandalias; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Luk_3:16) 14. La comunicación de las palabras del Bautista también quiere indicar una correspondencia entre la recepción del Espíritu, que el mismo Jesús experimentó al ser bautizado por Juan, y el bautismo del Espíritu que es inminente para los apóstoles y por medio del cual se deben preparar para su ministerio.

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5. Luk_24:30.41s; Mar_16:14; Joh_21:9-13; Act_10:41.

6. Cf. Luk_7:36-50; Luk_10:38-42; Luk_11:39-52; Mat_9:10-13.

7. Cf. Mar_16:17; Mat_28:7.16-20; Joh_21:1 ss.

8. Luk_9:51; Luk_15:22-33 ss; Luk_18:31; Luk_19:28-41 ss.

9. Cf. Isa_2:1 ss; Isa_44:3; Eze_11:19; Eze_36:26s; Joe_3:1 ss; Zec_12:10; Zec_13:1.

10. Cf. Luk_24:17; Act_1:8; Act_23:11; Act_28:14.

11. Esta designación es poco usada en los Evangelios sinópticos: Mar_13:32; Luk_9:26; Luk_10:22; cf. Act_1:7.

12. Cf. Isa_44:3; Eze_11:19; Eze_36:26s; Joe_3:1 ss; Act_2:17 ss; Zec_12:10; Zec_13:1.

13. Cf. Joh_14:15 ss; Joh_14:26; Joh_15:26. 14. En 11,16 Pedro llama la atención sobre la misma palabra como «palabra del Señor». Cuando Jesús aduce la palabra de su precursor, como si hubiese sido dicha por él, se puede pensar como según el Evangelio de san Mateo se pone al pie de la letra en labios de Jesús (Mat_4:17) la llamada del Bautista a la conversión (Mat_3:2).

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6 Los reunidos le preguntaban: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?» 7 él les dijo: «No os corresponde a vosotros saber los tiempos o momentos que el Padre ha fijado por su propia autoridad.»

Difícilmente puede admitirse que se trate de una nueva escena. Se alude a la última reunión (Mat_1:4). Según los datos que siguen, hemos de pensar en el monte de los Olivos como lugar donde se pronunciaron estas palabras de despedida (Mat_1:9.12). Están estrechamente enlazadas en el orden del tiempo con la «ascensión a los cielos». Es verdad que en Luk_24:50 parece que se interponga un cambio de lugar entre las palabras de despedida del Señor y su partida. La cuestión carece de importancia; pero, con todo, nos gustaría disponer de una descripción tan fiel como fuera posible.

La pregunta de los discípulos es significativa. En ella aparece una imagen del Mesías que se apoya en la indigencia política, nacional y religiosa de un pueblo oprimido durante siglos. El sueño de una grandeza pasada y una libertad perdida, y las imágenes prometedoras en los vaticinios mesiánicos de los profetas hicieron surgir esperanzas que tenían que inflamarse en contacto con Jesús. Por el Evangelio conocemos la constante resistencia opuesta por él a todas las exigencias y expectaciones de esta manera tan difundida de pensar de los judíos. Ya en la narración de las tentaciones aparece otra concepción del Mesías (Luk_4:5-8). Incluso para justificar a los apóstoles y su pregunta sobre el restablecimiento del reino de Israel podrían citarse las palabras del ángel Gabriel, que en la anunciación dijo a María: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará por los siglos en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin» (Luk_1:32s).

Dada la manera de pensar de los apóstoles ¿no era muy natural que hicieran esta pregunta? Porque ¿qué otra cosa podía significar para ellos la orden de quedarse en Jerusalén y de esperar el bautismo del Espíritu, sino que entonces llegaba el tiempo final, anunciado por los profetas, con sus grandes dones destinados a la salvación? ¿No es ya Jesús resucitado una señal de que ha empezado la nueva era? Jesús en su respuesta no presta atención a la idea del Mesías, pero sí a la pregunta sobre «ahora».

Esta respuesta es significativa. En ella se alude a un deseo ardiente de la primitiva Iglesia. La expectación del tiempo final, que se imaginaban como la inmediata e inminente «restauración de todas las cosas» (3,21), excitaba los ánimos de los hombres. ¿No hay en el Evangelio palabras de Jesús, que debían nutrir la fe en la proximidad de su gloriosa venida (Mar_9:1; Luk_21:32)? ¿No habla san Pablo, en sus cartas, con palabras que muestran que también él estaba hechizado por la expectación de la próxima venida del Señor (1Th_4:15)? Aunque en la respuesta de Jesús no se da ninguna información inmediata sobre la pregunta de los apóstoles, sin embargo se contiene en ella una instrucción importante para toda clase de preguntas sobre el acontecimiento final de la historia de la salvación. Esta instrucción también la encontramos en las palabras del Señor: «En cuanto al día aquel o la hora, nadie lo sabe, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre» (Mar_13:32). Ante la parusía del Señor que se retrasaba cada vez más claramente, la Iglesia primitiva tenía que humillarse con el reconocimiento respetuoso de la exclusiva competencia y de la ilimitada libertad de la resolución divina. Y sin embargo a la Iglesia primitiva se le dio la orden de esperar vigilante la venida del Señor.

8 »Sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que sobre vosotros vendrá, y seréis testigos míos en Jerusalén, y en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra.»

En este versículo queda patente la finalidad que pretenden los Hechos de los apóstoles. Se muestra el campo de un trabajo universal a los apóstoles, que en su pregunta pensaban en el restablecimiento del «reino a Israel». En tres etapas se desarrolla el espacio: el trabajo de los apóstoles empieza en Jerusalén, enteramente de acuerdo con la importancia histórica de esta capital del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento; «Judea y Samaría» caracterizan el desarrollo: se sobrepasa la estrechez de Israel en el camino del Evangelio «hasta los confines de la tierra». Este camino se pone de relieve en las tres partes (en que se nota un constante progreso) de los Hechos de los apóstoles. En estas últimas palabras del Señor se hace perceptible el llamamiento de Dios a todo el mundo para que obtenga su salvación. Se recordará la consigna dada al siervo del Señor en el libro de Isaías, donde se dice: «Poco es que tú me sirvas para restaurar las tribus de Jacob, y convertir los despreciados restos de Israel: mira que yo te he destinado para ser luz de las naciones, a fin de que mi acción salvadora llegue hasta los últimos términos de la tierra» (Isa_49:6). Los apóstoles, como testigos de Jesús, debían transmitir a los hombres el mensaje de Cristo. En la palabra «testigos» se compendia todo lo que los apóstoles tienen que hacer en el nombre y por orden del Señor. Los apóstoles han de desear lo que Jesús deseó, han de revelar lo que Jesús reveló. Al mismo tiempo se indica algo importante en este encargo de ser testigos. No solamente les será posible transmitir las enseñanzas e instrucciones recibidas de Jesús. Este mismo Jesús vendrá a ser el contenido del testimonio de los apóstoles: la actividad de Jesús, su muerte, su resurrección y ensalzamiento. Es una ley interna de la historia de la salvación que el Cristo anunciante se convertiría en el Cristo anunciado. Aquí no hay una falsificación del Evangelio, sino un desarrollo substancial. En los relatos de los Hechos de los apóstoles siempre veremos a los apóstoles conscientes de su misión de ser testigos.

En este versículo tiene una importancia decisiva que los apóstoles hayan de dar su testimonio con la fuerza que recibirán cuando el Espíritu Santo venga sobre ellos. Esta promesa no hay que abstraerla de lo que les encarga. Este es el sentido del bautismo en Espíritu, que los apóstoles han de recibir «dentro de no muchos días». No han de andar como meros hombres por el camino del testimonio; él mismo, el Señor estará con ellos. Ciertamente también tendrán gran importancia la experiencia personal de los apóstoles y los sucesos que ellos han presenciado personalmente. En 1,21 ésta es condición que se exige para la elección del nuevo apóstol. Sin embargo la promesa de la «fuerza» del Espíritu no está sin motivo delante de la frase que se refiere al testimonio. Está en armonía con la frase del evangelio: «Permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto» (Luk_24:49).

En la plática de despedida, que nos refiere san Juan, se dice: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la verdad, que proviene del Padre, él dará testimonio de mí, y vosotros también daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo» (Joh_15:26s). Es muy natural que se compare este versículo (que determina el camino y la historia de la Iglesia) con lo que nos dicen los otros escritos del Nuevo Testamento. Ya hemos notado la coincidencia con las palabras de Jesús en el Evangelio de san Lucas. Las diferencias de redacción y orden que vemos entre los Hechos de los apóstoles y este Evangelio nos muestran que los evangelistas no intentaban dar una comunicación literal exacta, sino anunciar lo que es esencial en el mensaje.

Esto aún lo vemos más claro cuando en el Evangelio según san Mateo leemos el encargo de misionar ( Mat_28:16-20). En san Mateo la última instrucción del Señor se traslada a una montaña de Galilea, pero el pensamiento y la finalidad de las palabras de Jesús coinciden, a pesar de todas las diferencias de redacción, con lo que también se dice en el texto de los Hechos de los apóstoles. La promesa de la fuerza del Espíritu también la encontramos en san Mateo, cuando el Señor dice: «Mirad: yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mat_28:20). La comparación de estos dos textos nos da un ejemplo instructivo de cómo en la proclamación apostólica las palabras de Jesús fueron transmitidas y divulgadas con una contextura e interpretación libres 15.

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15. Una lectura de Mar_16:15s también nos muestra lo mismo. Y en las palabras de Joh_17:18s y 20,21 ss, con las que Jesús envía a sus apóstoles, percibimos el mismo deseo de Jesús. Incluso Pablo parece querer recordar conscientemente el mismo encargo del Kyrios Jesucristo, cuando dice de él: «Por quien hemos recibido la gracia del apostolado, para conseguir, a gloria por la virtud de su nombre, la obediencia a la fe entre todos los gentiles» (Rom_1:15).

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c) Ascensión y segunda venida de Jesús (Hch/01/09-11).

9 Y dicho esto, a la vista de ellos fue elevado, y una nube lo ocultó a sus ojos.

Este versículo da a conocer un acontecimiento trascendental. Solemos llamarlo la «ascensión del Señor a los cielos». Se describe como un suceso perceptible. También en el Evangelio se habla de ella con esta claridad, aunque con pormenores distintos (Luk_24:50s). Los demás testimonios del Nuevo Testamento se comportan a este respecto con reserva 16,

¿Cómo entiende san Lucas la ascensión de Jesús a los cielos? ¿Es un acontecimiento que tiene validez por sí mismo, que se coloca junto a la resurrección y la complementa y corona? La fiesta de la ascensión de Jesús a los cielos, comprobable desde el siglo cuarto, ha contribuido a dar al acontecimiento un tenor propio. Sin embargo el que lo examina más de cerca, en todos los relatos encontrará que la ascensión a los cielos está íntimamente vinculada con el misterio de la resurrección. Eso también lo sabe san Lucas. El que lee la conversación que refiere este evangelista y que mantuvo Jesús resucitado con los dos discípulos de Emaús (y que sólo se puede comprender como revelación del Señor glorificado y ensalzado), lee la frase terminante: «¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todas estas cosas y entrase así en su gloria?» (Luk_24:26). Las palabras y las instrucciones de Jesús resucitado en Luk_24:44-49 y especialmente en los Hechos de los apóstoles (Luk_1:1-8), son también solamente inteligibles si proceden de labios del Señor ensalzado y del Kyrios provisto de un poder sobrenatural.

Este ensalzamiento debía demostrarse y ser atestiguado a los apóstoles con las apariciones de Cristo resucitado. La fe de los apóstoles, así como su testificación, debían ser robustecidas y profundizadas con dichas apariciones. El acontecimiento de la ascensión a los cielos también es únicamente una manifestación del Señor ensalzado. La ascensión adquiere en san Lucas una especial importancia, porque concluye la serie de apariciones postpascuales de Jesús a sus apóstoles, y por medio de la visible elevación al cielo habilita el camino para el testimonio de los apóstoles y para el nacimiento de la Iglesia de una forma que para ellos era alegórica. De suyo podría unirse esta perceptible apoteosis de Jesús en su subida al cielo con cualquiera de las apariciones de Cristo resucitado. Pero mediante el enlace con la última aparición y las últimas grandes instrucciones esta apoteosis adquirió un especial sentido revelante, como una señal expresiva de la gloria y del poder (que se fundan en la pasión y resurrección) del Señor, quien en adelante actúa invisiblemente en su comunidad y sobre todo en sus apóstoles. Porque ahora empieza el tiempo de la Iglesia, que será sellada con la venida del Espíritu. Mediante los encuentros de Jesús con sus apóstoles los cuarenta días después de pascua, la Iglesia ha recibido revelaciones y órdenes decisivas y vitales. Al mismo tiempo el camino de la Iglesia se ha puesto en profunda relación con el camino y la obra de Jesús durante su vida en la tierra. Si así entendemos la ascensión de Jesús a los cielos, tenemos derecho a celebrar reiteradamente, en la conmemoración litúrgica de este triunfo del Salvador, el misterio de la resurrección y a percibir con los ojos de la fe la imagen de Jesucristo recibido en la gloria de Dios.

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16. La noticia que se da en Mar_16:19s es un fragmento de la conclusión de san Marcos, la cual difícilmente podemos tener por original, y probablemente depende de nuestro relato de san Lucas.

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10 Estaban ellos mirando atentamente al cielo mientras se iba, y de pronto se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, 11 que les dijeron: «Hombres de Galilea, ¿qué hacéis ahí parados mirando al cielo? Este mismo Jesús que os ha sido arrebatado al cielo volverá de la misma manera que le habéis visto irse al cielo.»

No hay que separar de lo que se declara en la Biblia, y en particular en el Evangelio, las figuras celestiales que para abreviar llamamos «ángeles». Se presentan como medianeros e intérpretes de la acción de Dios. Aunque determinados rasgos de su imagen sean imputables al espíritu de la época, no resultaría fiel a la intención del evangelista negar, en nombre de un pensamiento progresivo, la existencia y acción de los ángeles. El evangelista les asigna una tarea importante. Sus palabras se dirigen a los discípulos que miran al cielo. Se tiene que ver su mirada en relación con todas las preguntas y esperanzas, con las que seguían a Jesús antes de la pascua. En los Evangelios siempre notamos la tensión en la que tenía que ponerse el pensamiento y la expectativa tan auténticamente humanas de los apóstoles a la vista de la actitud completamente distinta de Jesús. Esta tensión se nos aclara en el relato sobre los dos discípulos de Emaús. Y al mismo tiempo éstos, así como los apóstoles, que tienen la mirada fija en la nube de la ascensión a los cielos, son símbolo del hombre que desde el terrenal desamparo de su fe y atosigado por un cúmulo de preguntas busca el camino de Cristo.

¿Cuál es la revelación de que se enteran por los hombres celestiales? Consiste en la frase: Este mismo Jesús... volverá. La fe en la segunda venida del Señor pertenece de manera inalienable al mensaje del Evangelio. Así es como esta fe se manifiesta también en las cartas de san Pablo y en todo el testimonio del Nuevo Testamento. Las palabras de despedida de Jesús (1,8) ahora se coronan con una revelación transcendental. Los apóstoles que preguntaron por el restablecimiento del reino de Israel, ahora reciben una respuesta consoladora. Porque cuando vuelva el que ahora les ha dejado, vendrá «del cielo», en el que ha entrado, y eso significa que entonces el reino de Dios obtendrá su última perfección. Al lector atento, la «ascensión de Jesús a los cielos» no es propiamente lo que más interesa en el relato. Solamente se habla de la ascensión para abrir los ojos hacia el Señor que ha de volver del cielo. Empieza el tiempo de la Iglesia. Ella conoce al Señor resucitado y ensalzado, sabe que ella está peregrinando y que, después de sus tribulaciones y necesidades, se encontrará con el Señor de la gloria.

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2. EXPECTACIÓN SUPLICANTE (Hch/01/12-14).

12 Volviéronse entonces a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que sólo dista de Jerusalén lo que se puede andar en sábado.

En este versículo se nos da una noticia suplementaria, que nos nombra por primera vez el escenario de las últimas palabras de Jesús y de su «ascensión» El monte de los Olivos por su inmediata proximidad a Jerusalén y al templo ya desempeña un importante papel en la expectativa judía de la salvación. El Evangelio da informes sobre interesantes escenas de la vida de Jesús, que están vinculadas con este monte. Desde él, Jesús pronunció su discurso sobre el castigo de Jerusalén y sobre el fin del mundo (Mar_13:3). Citemos unas palabras de este discurso: «Entonces verán al Hijo del hombre venir entre nubes con gran poderío y majestad» (Mar_13:26). Estas palabras también las recuerdan los dos ángeles de la ascensión a los cielos. Desde el monte de los Olivos Jesús empezó su misteriosa entrada en Jerusalén (Luk_19:29) y lloró al divisar la ciudad (Luk_19:41). En el huerto de Getsemaní Jesús entró en agonía antes de su pasión, como nos lo describe san Lucas de una forma muy emotiva (Luk_22:39 ss). Tiene un sentido, considerado por los Hechos de los apóstoles con especial atención, el hecho de que descendiera de este monte a Jerusalén el pequeño grupo de personas, que estaban destinadas a llevar el testimonio de Cristo a través de los ámbitos de la tierra y de los siglos de la historia.

Era un camino corto. ¿Se debe tan sólo a la afición por los datos exactos que se calcule la distancia de la ciudad por «lo que se puede andar en sábado»? No es probable que con esta noticia se quiera indicar que la ascensión a los cielos tuvo lugar un sábado. Este pequeño trayecto, que aproximadamente mide un kilómetro ha llegado a tener una importancia decisiva para el camino de la Iglesia. Fue recorrido para obedecer la orden expresa del Señor (Luk_1:4). La Iglesia debía empezar en Jerusalén. Esta Jerusalén, símbolo del pueblo elegido por Dios, también seguirá siendo la imagen simbólica del nuevo pueblo de Dios, incluso cuando en su desarrollo la historia ya no presente tan visiblemente como al principio a Jerusalén como centro efectivo de la cristiandad.

13 Entraron y subieron a la habitación donde solían parar Pedro, y Juan, y Santiago, y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo, y Simón el Zelota, y Judas de Santiago.

No sabemos nada con seguridad sobre esta «habitación». Resulta muy natural que se piense en un lugar que ya era familiar a los discípulos desde los días en que permanecían con Jesús en Jerusalén. Se puede suponer que allí celebraron con su Maestro la memorable última cena. De acuerdo con la instrucción del Señor, Pedro y Juan probablemente habían preparado allí la pascua (Luk_22:8 ss). Por tanto los mismos que están al principio de la lista de los apóstoles. Si así lo consideramos, también hay en esta habitación un simbolismo de la relación histórica entre el tiempo de la Iglesia, que es anterior a la pascua y el que es posterior. En el Evangelio se dice que los apóstoles después de regresar del sitio donde habían presenciado la ascensión a los cielos, «estaban continuamente en el templo» (Luk_24:53). Esta noticia no contradice la suposición de que el aposento (que incluso en el ulterior desarrollo de la comunidad jerosolimitana probablemente servía de punto de reunión) 17 formaba parte de una casa particular fuera del templo. También puede pensarse en los pasajes de la Sagrada Escritura en que se nombra una habitación superior como sitio para orar piadosamente y recibir especiales revelaciones 18. A Pedro recogido en oración se le reveló en una terraza la misión a los paganos (Luk_10:9 ss).

Tiene un sentido profundo que san Lucas enumere los nombres de los apóstoles, aunque ya haya dado en su Evangelio la lista de los mismos (Luk_6:14 ss). Antes de la pascua los apóstoles formaban el séquito particular de Jesús, pero de aquí en adelante se presentan como los hombres a quienes Jesús resucitado ha dado plenos poderes y les ha confiado una misión, y en cuyas manos ha sido puesta la obra salvífica de la Iglesia. Así aparece desde un principio la forma externa y la ordenación de la Iglesia, cuya esencia es invisible y que sólo puede ser interpretada como obra del Espíritu Santo.

Si se compara esta lista con las precedentes, se pueden observar pequeñas diferencias, pero sobre todo la preeminente posición de Juan junto a Pedro. Esta posición corresponde a lo que también nos declara el Evangelio sobre la solidaridad entre los dos 19, y a lo que de ellos nos atestiguan los Hechos de los apóstoles 20. Falta el duodécimo de los apóstoles; la circunstancia de ser sólo once pide la elección de Matías (1,15 ss).

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17. Cf. 2,1.46; 12,12 ss.

18. 1Ki_17:19 ss; 2Ki_4:10s; 2Ki_4:33; Dan_6:10s; cf. también Mat_6:6; Mat_24:26; Luk_12:3.

19. Luk_22:8; cf. Joh_13:23 ss; Joh_18:15; Joh_20:2 ss,Joh_21:20 ss.

202Ki_3:1 ss; 2Ki_4:13; 2Ki_8:14.

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14 Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y con los hermanos de éste.

La comunidad orante. Los Hechos de los apóstoles nos la ponen siempre ante nuestra mirada 21. En ella, el modelo y las instrucciones del Señor se nos muestran eficaces. Jesús ha asegurado que el Padre escuchará la oración hecha «en mi nombre» (Joh_16:23s). Las cartas de san Pablo también atestiguan con ahínco el poder de la oración comunitaria 22. Es característico de san Lucas que además de los apóstoles nombre las mujeres como miembros de la comunidad orante. Ya en su Evangelio san Lucas ha prestado especial atención a las mujeres que rodeaban a Jesús 23. El mensaje de salvación de la nueva alianza vence prejuicios heredados. San Pablo, aunque guarde mucha reserva, que se explica por la mentalidad de su tiempo, sin embargo también es testigo de una nueva valoración de la mujer 24. Los Hechos de los ap6stoles muestran todavía con mayor frecuencia la vocación y la actividad de la mujer 25.

María, la madre de Jesús, es nombrada aparte, lo cual podría corresponder a la atención que san Lucas en su Evangelio, especialmente en la historia de la infancia, ha prestado a la Madre del Señor 26. En nuestro pasaje solamente se la menciona en la información sobre la Iglesia naciente. María formaba parte del grupo que había de presenciar los siguientes sucesos de pentecostés. Se cita su nombre entre las otras mujeres, cuando empieza la Iglesia. Ya entonces se indica la especial posición de la Madre de Jesús en el nuevo pueblo de Dios.

Pero los datos particulares que las narraciones evangélicas de la pasión dan acerca de las mujeres allí nombradas, podría indicarse que los hermanos de Jesús no son hermanos en el sentido más estricto en que nosotros solemos usar el término. Por la manera general de hablar que se usa en la Biblia y que se basa en la jurisprudencia de la familia en oriente, se puede mostrar cómo el concepto de «hermano» y «hermana» puede designar todos los grados y clases de relaciones de parentesco 27. Tenemos un buen motivo para ver, en los «hermanos» que aquí se nombran, parientes de Jesús que ya antes de la pascua se habían declarado discípulos suyos. ¿Había de ser imposible que los parientes de Jesús fueran llamados como apóstoles? Los lazos naturales de la sangre y de la familia no son motivo ni de un privilegio ni de un obstáculo para la vocación a ser discípulos de Jesús ni tampoco para ser «hermanos» en la unión íntima de la fe.

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21. Cf. 1,24 ss; 2,42; 4,24 ss; 12,5.12; 13,2 20 36

22. Rom_1:9s; Rom_8:26s; 1Co_11:2 ss; 1Co_14:12 ss; 2Co_1:11; 2Co_9:14; E£ 3,14 ssi 5,18 ss; 6,18 ss; Phm_1:3 ss; Col_1:3.9; ITes 1,2s.

23. Cf. 1,5.24.41 ss; 2,36; 4,38s; 7,12 s; 7,36 ss;8,2s;8,40 ss; 10,38 ssi 23,27 ss; 23,49.55; 24,1 ss; 24,10.

24. Cf. 1Co_11:11s; 1Co_7:13 ss; Eph_5:12 ss y las mujeres a quienes san Pablo saluda en Rom_16:1 ss.

252Ki_12:12s; 2Ki_17:4.12.34; especialmente 18,2.8.26.

26. Cf. Lc 1-2; 8,19 ss; 11,27s; a diferencia de Joh_19:25 ss, Lucas no nombra aparte a María entre las mujeres que estaban junto a la cruz de Jesús.

27. No tiene interés para nuestro texto que apoyemos con más razones lo antedicho. Tampoco se debería seguir precipitadamente la tesis hoy día tan divulgada, según la cual los «hermanos» de Jesús solamente llegaron a creer en Jesús con las apariciones de Jesús resucitado (1Co_15:6), y luego pronto consiguieron una posición de primer orden en la primitiva Iglesia. En Joh_7:5 no se declara que todos sus «hermanos» hayan rehusado creer en Jesús. Para esta cuestión tampoco se debería reivindicar con exceso los textos de Mar_3:21.31. Acerca de toda la cuestión cf. sobre todo J. SCHMID, Los «hermanos» de Jesús, en El Evangelio según san Marcos, Herder, Barcelona 1967, p. 126-128.

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3. LA RESTAURACIÓN DEL GRUPO DE LOS DOCE (1,15-26).

Una doble finalidad impulsa el relato. Una de ellas se refiere al apóstol traidor y pretende iluminar con la fe y superar interiormente esta tenebrosa caída que conmovió profundamente a la primera comunidad. La segunda y la propia finalidad va dirigida a restaurar el orden perturbado por Judas mediante el nombramiento de un nuevo apóstol. Para comprender esta preocupación hay que notar que Jesús con la elección de los doce apóstoles había establecido un orden básico para el pueblo de Dios de la nueva alianza. La Iglesia debía estar edificada «sobre el fundamento de los apóstoles y profetas» (Eph_2:20), como lo ponen de relieve en la exposición del Apocalipsis de san Juan las «doce puertas» y las «doce bases» de la nueva Jerusalén que desciende del cielo (Rev_21:12 ss). La mutua relación de la antigua alianza con su estructura de doce tribus (Rev_26:7) y de la nueva alianza se simboliza con este número doce. En el juicio final, los doce han de estar sentados en doce tronos y juzgar a las doce tribus de Israel (Luk_22:28 ss; Mat_19:27 ss). El número de doce apóstoles tenía, pues, que aparecer a la comunidad primitiva como una disposición esencial para la Iglesia incipiente. Al mismo tiempo esta disposición era especialmente importante con respecto a la recepción del Espíritu que habían de esperar.

a) Mirada retrospectiva al traidor (Hch/01/15-17).

15 En aquellos días se levantó Pedro en medio de los hermanos -era un grupo de personas en total como de ciento veinte y dijo: 16 «Hermanos, era preciso que se cumpliera la frase de la Escritura que el Espíritu Santo por boca de David predijo acerca de Judas, convertido en guía de los que prendieron a Jesús. 17 él pertenecía a nuestro grupo y le había correspondido su puesto en este ministerio.

Pedro no sin razón es el primero en la lista de los apóstoles (Mat_1:13). Lo mismo sucede en las enumeraciones de apóstoles de los Evangelios. Desde el principio es considerado como el dirigente entre los doce. Según declaran unánimemente los Evangelios, este privilegio tiene su origen en la expresa vocación dada por Jesús. Esto también se supone en los Hechos de los apóstoles, cuando se presenta a Pedro como el presidente y director de la comunidad 28. En él precisamente, se muestra la forma de la Iglesia que está jurídicamente determinada y que tiene su origen en Jesús. San Lucas explica el aspecto exterior de esta Iglesia incluso con noticias estadísticas, de las cuales aquí tenemos la primera, que nos dice que se habían reunido unas «ciento veinte» personas 29. Parece que solamente se habían reunido los hombres. En este número que representa el décuplo de doce, ¿hay una relación con los doce apóstoles? En el tratamiento de hermanos, que reproduce la costumbre judía, se denota en el nuevo sentido de la palabra la unión de los fieles en Cristo Jesús, que también llamó «hermanos» a sus discípulos ( Mat_28:10).

San Pablo da la profunda razón de este tratamiento, cuando ve a los cristianos como predestinados por Dios para «reproducir la imagen de su Hijo, para que éste fuera el primogénito entre muchos hermanos» ( Rom_8:29). Así es como hay que entender que los Hechos de los apóstoles ya se haga referencia aquí a un grupo de «hermanos» 30. Las primeras palabras en esta asamblea memorable tratan de la traición de Judas. En eso percibimos cuán dolorosamente pesaban estos sucesos sobre la joven Iglesia. Esto ya lo sabemos por los Evangelios, aunque éstos, solamente con pocas palabras, mencionan la acción de Judas en la historia de la pasión. San Juan es quien se esfuerza por dar una explicación psicológica de esta acción inconcebible 31. Tres veces -prescindimos de la indicación que se hace al enumerar los apóstoles (Rom_6:16)- habla san Lucas de dicha acción en el Evangelio (Luk_22:3 ss.21 ss.47). En nuestro texto se intenta interpretar el suceso mediante la Escritura. Porque en las palabras de Pedro se patentizan la pregunta y la respuesta de la Iglesia primitiva. Aquí tenemos un ejemplo de cómo esta Iglesia se esfuerza por hacer evidente y comprensible la propia experiencia a la luz de la revelación del Antiguo Testamento. Jesús resucitado ya había dicho que tenía «que cumplirse todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos» (Luk_24:44). Y en la narración sobre los discípulos de Emaús se dice: «Comenzando por Moisés, y continuando por todos los profetas, les fue interpretando todos los pasajes de la Escritura referentes a él» (Luk_24:27).

Fue un proceso fundamental, porque la Iglesia empezó a ver y a comprender los sucesos salvíficos en Cristo de acuerdo con la Sagrada Escritura. Aún encontraremos muchas veces en los Hechos de los apóstoles ejemplos de este modo de ver de la Iglesia. Ya en el judaísmo y en la forma como sus rabinos interpretaban la Escritura, estaba exteriormente preformada la manera como la Iglesia primitiva entendía la Escritura. Los comentarios de la comunidad de Qumrán ofrecen especialmente ejemplos concretos de esta actualización y aplicación de la Escritura del Antiguo Testamento. Así pues, la proclamación del mensaje cristiano -especialmente en el encuentro misional con el judaísmo- quería ver este mensaje y el anuncio de su obra salvífica en las profecías del Antiguo Testamento, y con la ayuda de estas profecías quería poner en claro el mensaje.

Con el concepto de profecías se iba con frecuencia muy lejos para nuestra mentalidad actual. Además de los escritos propiamente proféticos se interpretaron también especialmente los salmos con una visión cristológica. Esto lo vemos en nuestro discurso de Pedro. Porque las palabras de la Escritura que se indican son dos pasajes de los salmos, que han sido yuxtapuestos y se ha supuesto un vínculo entre ellos (1,20). David, a quien se atribuyen los salmos, forma parte de la serie de los profetas 32. Pero por medio de él habla el «Espíritu Santo». Según la concepción teológica de aquel tiempo las palabras de la Escritura son trasladadas desde el sentido literal a un plano superior, y desde allí son conducidas de acuerdo con la intención del comentarista a un nuevo sentido. La exégesis actual no nos permite admitir esta manera de explicar la Escritura. Pero ello no debe impedirnos que pensemos con atención en tales consideraciones de la Iglesia primitiva, para compenetrarse de la amplitud y profundidad de su visión creyente del misterio de Cristo. Nos impresiona el profundo deseo de la primera comunidad de ver y presentar en la historia de la salud la conexión entre las revelaciones antiguas y las nuevas, entre las vaticinadas y las cumplidas 33.

No se necesita ninguna motivación expresa para precaverse de falsas consecuencias, cuando Pedro dice que en Judas tenían que cumplirse las palabras de la Escritura. El sentido de esta afirmación no es que Judas tuvo que hacer la traición porque estaba predicho. Además la alusión a la Escritura no se refiere inmediatamente a la traición, sino (en el sentido de 1,20) a la situación que surgió por la traición y a la necesidad de elegir un apóstol. El cumplimiento del vaticinio no anula la responsabilidad personal de las personas sobre las que recae la predicción.

Pedro designa a Judas como el «guía de los que prendieron a Jesús». Aquí se trasluce el recuerdo personal del apóstol. En los cuatro Evangelios esta captura está relacionada con Jud_1:34. En el relato resulta emocionante la observación: «él pertenecía a nuestro grupo y le había correspondido su puesto en este ministerio.» Judas «pertenecía» al «grupo» de los doce, y aquí se indica la elección incomparable, la unicidad de una vocación. El número doce y su sentido salvador resplandece en esta frase y por lo tanto también, aunque no se diga expresamente, la urgencia de restablecerlo.

En las palabras «su puesto en este ministerio» se describe la pertenencia a los doce en su pleno significado.

Ministerio significa «servicio» y se refiere al oficio de apóstol. Es característico del testimonio de la Iglesia primitiva que al tratar de oficios haga resaltar siempre la vocación al servicio 35. En nuestro texto el panorama también incluye la grandeza y excelsitud de lo que Judas poseyó. Probablemente desde el mismo punto de vista, Jesús, según el Evangelio de san Juan, enlaza con el vaticinio de la traición las siguientes palabras: «El que recibe al que yo envíe, a mí me recibe, y el que a mí me recibe, recibe al que me envió» (Joh_13:20).

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28. Cf. 2,14 ss; 2,38s; 3,1 ss; 4,8 ss; 5,3 ss; 5,29; 8,14 ss; 8,20; 9,32 ss; 10,1 ss; 11,2 ss; 15,7 ss.

29. Cf.2,41; 4,4.

30. Cf. 11,1.29; 14,2; 15,1.23.36; 16.2; 17,10 2Ki_14:18, 2Ki_14:18; 2Ki_21:17. En otras designaciones teológicamente signifi- dativas de los «cristianos» (2Ki_11:26) encontramos en nuestro libro los nombres de «creyentes» (2Ki_5:14), «discípulos» (2Ki_6:1; 2Ki_9:1.25.26.38; 2Ki_11:26.29; 2Ki_13:52; 2Ki_14:21; 2Ki_16:1; 2Ki_18:27; 2Ki_20:1; 2Ki_21:16), «fieles» (2Ki_9:13.32.41)

31. Cf. Joh_6:64 ss; Joh_12:4 ss; Joh_13:2.11.16 ss; Joh_18:2.5.

32. Cf. especialmente 2,30; y además 2,25 ss; 2,34s; 4,25 ss.

33. Esta manera de concebir es muy familiar al lector del Evangelio de san Mateo, que entre todos los Vena- gelios es el que más se acerca a la interpretación judeorrabínica de la Sagrada Escritura. En los primeros fragmentos de los Hch aparece esta manera de interpretar la Biblia, lo cual puede indicar que en ellos se manifiesta una más antigua tradición judeocristiana.

34. Mar_14:43 ss; Luk_22:47s; Mat_26:47 ss; Joh_18:2s; Joh_18:5.

35. Cf. 6,4; 20,24; Rom_11:13; 1Co_12:5; 2Co_3:85, etc.

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b) Fin del traidor (Hch/01/18-19).

18 »Pero adquirió un campo con el precio de la traición y, habiendo caído de cabeza, reventó y se le salieron todas las entrañas. 19 La cosa fue tan notoria para todos los habitantes de Jerusalén, que se le llamó a la finca aquella, en su propia lengua, "Hacéldama", que quiere decir "campo de sangre".

En primer lugar preguntamos: ¿De qué modo está esta noticia en el discurso de Pedro, en el que está englobada? Aunque a primera vista parezca ser muy natural que se entienda esta noticia como comunicación de Pedro que habla a la asamblea, muchas cosas resultan dudosas en esta noticia. Sin embargo tenemos que suponer que los presentes sabían lo que había ocurrido. No es probable que sea conforme con la realidad que Pedro usando la palabra «Hacéldama» se refiera en Jerusalén a la «lengua propia» de los habitantes de esta ciudad, y traduzca dicha palabra al griego, siendo así que todos, incluso como galileos, estaban familiarizados con el dialecto arameo. Por tanto es mejor considerar esta notificación sobre el fin del traidor como noticia incidental (intercalada por el autor en el discurso de Pedro) que el autor tuvo que añadir para que los lectores de los Hechos de los apóstoles comprendieran el contexto. Porque san Lucas en su Evangelio no había notificado nada sobre el destino del traidor. Si se conciben estos versículos como una nota literaria, se juntan por sí solos más estrechamente los versículos 1,16 y 1,20, y por tanto la alusión y la cita de los dos textos de la Escritura.

La narración del fin del traidor parece proceder de una tradición distinta de la que da a conocer san Mateo (Mat_27:3 ss). Sin embargo ambos relatos quieren decir que Judas tuvo un triste fin, y que el nombre «Hacéldama» -según la tradición situado en el valle de Hinnom, en las afueras de Jerusalén- permaneció como una advertencia del fin del apóstol «traidor» (Luk_6:16).

c) Elección de un nuevo apóstol (Hch/01/20-26).

20 »Ahora bien, escrito está en el libro de los salmos: Que se vuelva un desierto su morada, y no haya quien habite en ella (Psa_68:26). Y también: Que su cargo lo reciba otro (Psa_108:8).

A estas dos citas de los Salmos se alude con las palabras: «para que se cumpliera la frase de la Escritura» (Psa_1:16). En estas citas, Pedro ve predicha la situación motivada por el traidor: el sitio que ha quedado vacío en el grupo de los apóstoles, y la necesidad de nombrar otro apóstol para que ocupe este lugar. El que lee las dos citas y las compara con el texto del Antiguo Testamento, no solamente se da cuenta de que se les ha dado otro sentido, sino también del hecho que se ha cambiado el texto original del primer pasaje para que pudiera ser aplicado a la situación del Nuevo Testamento. El texto original dice así: «Queden sus casas devastadas, y no haya quien habite más sus tiendas.» La Iglesia guiada por el Espíritu se sentía autorizada para introducir tales cambios y nuevos sentidos en el texto del Antiguo Testamento, cuando basándose en el acontecimiento salvífico del Nuevo Testamento todo lo refería a Cristo. Recordamos lo que se ha dicho hace poco. El apóstol san Pablo, cuyas epístolas contienen numerosos ejemplos de interpretación bíblica de esta índole, explica esta modalidad cuando dice: «Todo lo que se escribió previamente, para nuestra enseñanza se escribió a fin de que, por la constancia y por el consuelo que nos dan las Escrituras, mantengamos la esperanza» (Rom_15:4). San Pablo habla del «velo» que cubre el Antiguo Testamento y debajo del cual Cristo está oculto (2Co_3:13.16).

En la primera cita de los salmos se podría ver una indicación al «campo de sangre» no frecuentado por los hombres, sin embargo la metáfora parece referirse más propiamente al lugar (destinado al oficio de apóstol) que ha quedado vacío a causa de Judas. No se puede interpretar la segunda parte de la cita como si este lugar ya no pueda ser ocupado de nuevo. Solamente se trata de hacer lo más expresivo posible en la continuación de la metáfora el estado de abandono del sitio, para notificar sin demora en la segunda cita de los salmos la urgencia del nuevo nombramiento.

21 »Conviene, pues, que de entre los hombres que nos han acompañado todo el tiempo en que anduvo el Señor Jesús entre nosotros, 22 a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue arrebatado, uno de éstos sea constituido con nosotros testigo de su resurrección.»

La comunidad está convencida de la necesidad del nombramiento de un nuevo apóstol. El grupo de los doce de nuevo tiene que estar completo. La cita del salmo debe fortalecer este convencimiento. Son significativas las condiciones que se exigen al que hay que elegir. Debe ser «testigo» en el sentido de la última orden del Señor. En particular debe ser testigo de la resurrección. Este es el hecho decisivo de la salvación. De ella dice san Pablo: «Si Cristo no ha sido resucitado, vacía es entonces nuestra proclamación, y vacía también nuestra fe» ( 1Co_15:14). Pero quien quiere dar testimonio de la resurrección, también ha de estar familiarizado por experiencia personal con lo que precede a la resurrección, o sea con el tiempo en que el Señor Jesús estuvo con los hombres como el Salvador acreditado por Dios. Se considera el bautismo de Juan como el principio de este tiempo. Dicho bautismo es más que un término externo. Es la primera revelación del misterio que rodea a Jesús (Luk_3:21s). Entre ella y la resurrección tiene lugar la actuación salvadora del Señor. Es la actuación narrada en el Evangelio. Cuanto refieren los cuatro Evangelios está comprendido entre estos dos hechos. A quien ha de hacerse cargo válidamente del oficio de apóstol, se le exige que pueda atestiguar sobre dicha actuación. Desde un principio la Iglesia estuvo atenta a que su testimonio fuera fidedigno y seguro.

23 Y presentaron a dos: José, de apellido Barsabás, por sobrenombre Justo, y Matías. 24 y puestos en oración dijeron: «Tú, Señor, conocedor de los corazones de todos, indícanos a quién de estos dos has elegido 25 para ocupar el puesto de este ministerio y apostolado, del cual desertó Judas para irse al lugar que le correspondía.» 26 Les echaron suertes, y cayó la suerte sobre Matías, que fue agregado a los once apóstoles.

El relato nos da sintomáticos golpes de vista sobre la manera de ser de la Iglesia. Nos muestra la cooperación de la actividad humana con la acción divina, que en último término es la única decisiva. Dos candidatos son presentados a una elección más restringida. Se supone que también otros hubiesen podido cumplir las condiciones puestas por Pedro. Por la Escritura no llegamos a saber nada en particular de los dos. Se podría pensar que el primer candidato (con los tres nombres que parecen indicar un rango superior) haya tenido una mayor probabilidad. Sin embargo fue elegido el segundo, del cual sólo sabemos el simple nombre, es decir, Matías.

La Iglesia sabe del gobierno divino. Deja en manos de Dios la decisión. La suerte ha de dar a conocer la voluntad de Dios. Debido al culto del templo, para la Iglesia era santa la costumbre de hacer hablar a Dios mediante la decisión de la suerte. En la plegaria que aquí tenemos ante nosotros como primera oración de la Iglesia, ésta denota la fe en el gobierno divino: ¿Se dirige la oración a Dios o de una forma especial a Cristo? El texto original permite ambas soluciones. Además, del tratamiento de «Señor» está también en favor de una oración a Cristo la súplica de que el Señor quiera indicar a quién ha «elegido». Ya al principio de este libro se dice que Jesús «había elegido» a los apóstoles (1,2). Pero quien lee las palabras de Pedro en Act_15:7 podría sentirse inclinado a considerar nuestra oración como dirigida a Dios según el modo de orar del Antiguo Testamento. Esto también podría sugerirlo la oración comunitaria (Act_4:24 ss). En la plegaria que como todas las oraciones litúrgicas está compuesta de un reconocimiento y de la súplica que en él se funda, se revela la fe en que Dios ya ha hecho su elección, y en que puede manifestar esta su elección en lo que decida la suerte.

Una vez más aparece en la oración la grandeza y la responsabilidad del oficio de apóstol, de nuevo caracterizado como diakonia, como servicio o ministerio. Y una vez más se hace visible la sombría acción de Judas, cuando de él se dice que desertó del puesto que le estaba reservado «para irse al lugar que le correspondía». «EI hijo del hombre sigue su camino conforme a lo que está determinado; pero ¡ay de ese hombre por quien va a ser entregado!» (Luk_22:22).

La suerte ha decidido. La tablilla que llevaba el nombre de «Matías» fue la primera que saltó fuera al sacudir la vasija. La comunidad lo toma como señal de la voluntad divina. De nuevo está completo el grupo de los doce. Doce apóstoles se mantienen dispuestos a recibir la fuerza del Espíritu prometido y a marcharse para dar el testimonio que les ha sido encargado.



Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



Introducción, 1:1-11.

Prólogo, 1:1-3.
1 En el primer libro, ¡oh Teófilo!, traté de todo lo que Jesús hizo y enseñó, 2 hasta el día en que fue levantado al cielo, una vez que, movido por el Espíritu Santo, dio sus instrucciones a los apóstoles que se había elegido; 3 a los cuales, después de su pasión, se dio a ver en muchas ocasiones, apareciéndoseles durante cuarenta días y habiéndoles del reino de Dios.

Como hizo cuando el Evangelio, también ahora antepone San Lucas un breve prólogo a su libro, aludiendo a la obra anterior 21, y recordando la dedicación a Teófilo, personaje del que no sabemos nada en concreto, pero que, en contra de la opinión de Orígenes, juzgamos con San Juan Crisóstomo sea persona real, no imaginaria, al estilo de Filetea ( - alma amiga de Dios) de que habla San Francisco de Sales. El título de êñáôÞóôå (óptimo, excelentísimo) con que es designado en Lev_1:3, título que solía darse a gobernadores, procónsules, etc., v.gr., a Félix y a Festo, procuradores de Judea (cf. 23:26; 26:25), parece indicar que sería persona constituida en autoridad. Está claro, sin embargo, dado el carácter de la obra, que San Lucas, aunque se dirige a Teófilo, no intenta redactar un escrito privado, sino que piensa en otros muchos cristianos que se encontraban en condiciones más o menos parecidas a las de Teófilo. Esta práctica de dedicar una obra a algún personaje insigne era entonces frecuente. Casi por las mismas fechas, Josefo dedicará sus Antigüedades judaicas (1:8) y su Contra Apión (1:1) a un tal Epafrodito.
Gramaticalmente, la construcción del prólogo es bastante intrincada. Ese en el primer libro traté de.. parece estar pidiendo un ahora voy a tratar de.. Es la construcción normal que encontramos en los historiadores griegos, quienes, además, suelen unir ambas partes mediante las conocidas partículas. äå. También Lucas usa la partícula ìåí para la primera parte: ôïí ìåí ðñþôïí ëüãïí. pero falta la segunda, acompañada del habitual äå, como todos esperaríamos. Esto ha dado lugar a una infinidad de conjeturas, afirmando, como hace, v.gr., Loisy, que en la obra principal de Lucas teníamos el período completo con el acostumbrado ìåí. äå, pero un redactor posterior, que mutiló y retocó los Hechos con carácter tendencioso, dándole ese fondo de sobrenaturalismo que hoy tienen, suprimió la segunda parte con su correspondiente äå, en la que se anunciaba el sumario de las cosas a tratar, quedando así truncada la estructura armoniosa de todo el prólogo 22. Naturalmente, esto no pasa de pura imaginación. La realidad es que en Lucas, como, por lo demás, no es raro en la época helenística, encontramos no pocas veces el ìåí solitario, es decir, sin el correspondiente äå (cf. 3:21; 23:22; 26:9; 27:21). Y en cuanto a la cuestión de fondo, nada obligaba a Lucas, como hay también ejemplos en otros autores contemporáneos, a añadir, después de la alusión a lo tratado en su primer libro, el sumario de lo que se iba a tratar en el siguiente. Por lo demás, aunque no de manera directa, en realidad ya queda indicado en los v.3-8, particularmente en este último, en que se nos da claramente el tema que se desarrollará en el libro.
Es de notar la expresión con que Lucas caracteriza la narración evangélica: lo que Jesús hizo y enseñó, como indicando que Jesús, a la predicación, hizo preceder el ejemplo de su vida, y que la narración evangélica, más que a la información histórica, está destinada a nuestra edificación. En griego se dice: comenzó a hacer y a enseñar, frase que muchos interpretan como si Lucas con ese comenzó quisiera indicar que el ministerio público de Jesús 110 era sino el principio de su obra, cuya continuación va a narrar ahora él en los Hechos. Es decir, dan pleno valor al verbo comenzar. Ello es posible, pues de hecho la obra de los apóstoles es presentada como continuación y complemento de la de Jesús (cf. 1:8; 9:15); sin embargo, también es posible, como sucede frecuentemente en el griego helenístico y en los evangelios (cf. Mat_12:1; Mat_16:22; Luc_3:8; Luc_14:9; Luc_19:45), que el verbo comenzó se emplee pleonástica-mente y venga a ser equivalente a se dio a.., pudiendo traducirse: hizo y enseñó.
También es de notar la mención que Lucas hace del Espíritu Santo, al referirse a las instrucciones que Jesús da a los apóstoles durante esos cuarenta días 23 que median entre la resurrección y la ascensión, y en que se les aparece repetidas veces (v.3; cf. Luc_24:38-43; Jua_20:27; Jua_21:9-13). Son días de enorme trascendencia para la historia de la Iglesia, las postreras consignas del capitán antes de lanzar sus soldados a la conquista del mundo. De estos días, en que les hablaba del reino de Dios, arrancan, sin duda, muchas tradiciones en torno a los sacramentos y a otros puntos dogmáticos que la Iglesia ha considerado siempre como inviolables, aunque no se hayan transmitido por escrito.
Si Lucas habla de que Jesús da esas instrucciones y consignas movido por el Espíritu Santo, no hace sino continuar la norma que sigue en el evangelio, donde muestra un empeño especial en hacer resaltar la intervención del Espíritu Santo cuando la concepción de Jesús (Luc_1:15.35.41.67), cuando la presentación en el templo (Luc_2:25-27), cuando sus actuaciones de la vida pública (Luc_4:1-14-18; Luc_10:21; Luc_11:13). Es obvio, pues, que también ahora, al dar Jesús sus instrucciones a los que han de continuar su obra, lo haga movido por el Espíritu Santo. Algunos interpretan ese inciso como refiriéndose a la frase siguiente, es decir, a la elección de los apóstoles; y San Lucas trataría de hacer resaltar cómo los apóstoles, cuyas actuaciones bajo la evidente acción del Espíritu Santo va a describir en su obra, habían sido ya elegidos con intervención de ese mismo Espíritu. El texto griego (Ü÷ñé f¡s çìÝñáò ÝíôåéëÜìåíïò ôïÀò ïðôïóôüëïéò äéá ðíåýìáôïò áãßïõ ïõò ÝîåëÝîáôï Üí-åëÞìö3ç) nada tendría que oponer gramaticalmente a esta interpretación, que es posible, igual que la anterior. Y hasta pudiera ser que San Lucas se refiera a las dos cosas, instrucciones y elección, hechas ambas por Jesús movido por el Espíritu Santo.

Últimos días de Jesucristo en la tierra,Luc_1:4-8.
4 Y comiendo con ellos, les mandó no apartarse de Jerusalén, sino esperar la promesa del Padre, que de mí habéis escuchado; 5 porque Juan bautizó en agua, pero vosotros, pasados no muchos días, seréis bautizados en el Espíritu Santo. 6 Ellos, pues, estando reunidos, le preguntaban: Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el reino de Israel? 7 El les dijo: No os toca a vosotros conocer los tiempos ni los momentos que el Padre ha fijado en virtud de su poder soberano; 8 pero recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra.

Es normal que Jesús, después de su resurrección, aparezca a sus apóstoles en el curso de una comida y coma con ellos (cf. Mar_16:14; Luc_24:30.43; Jua_21:9-13; Hec_10:41). De esa manera, la prueba de que estaba realmente resucitado era más clara. En una de estas apariciones, al final ya de los cuarenta días que median entre resurrección y ascensión, les da un aviso importante: que no se ausenten de Jerusalén hasta después que reciban el Espíritu Santo. Quería el Señor que esta ciudad, centro de la teocracia judía, fuera también el lugar donde se inaugurara oficialmente la Iglesia, adquiriendo así un hondo significado para los cristianos (cf. Gal_4:25-26; Rev_3:12; Rev_21:2-22). Jerusalén será la iglesia-madre, y de ahí, una vez recibido el Espíritu Santo, partirán los apóstoles para anunciar el reino de Dios en el resto de Palestina y hasta los extremos de la tierra (cf. 1:8). Es probable que Lucas, para hacer resaltar esa idea, haya omitido en su evangelio la referencia a las apariciones en Galilea (cf. Luc_24:6-7 = Mat_16:7).
Llama al Espíritu Santo promesa del Padre, pues repetidas veces había sido prometido en el Antiguo Testamento para los tiempos mesiánicos (Isa_44:3; Eze_36:26-27; Joe_2:28-32), como luego hará notar San Pedro en su discurso del día de Pentecostés, dando razón del hecho (cf. 2:16). También Jesús lo había prometido varias veces a lo largo de su vida pública para después de que él se marchara (cf. Luc_24:49; Jua_14:16; Jua_16:7). Ni se contenta con decir que recibirán el Espíritu Santo, sino que, haciendo referencia a una frase del Bautista (cf. Luc_3:16), dice que serán bautizados en él, es decir, como sumergidos en el torrente de sus gracias y de sus dones 24. Evidentemente alude con ello a la gran efusión de Pentecostés (cf. 11:16), que luego se describirá con detalle (cf. 2:1-4).
La pregunta de los apóstoles de si iba, por fin, a restablecer el reino de Israel no está claro si fue hecha en la misma reunión a que se alude en el v.4, o más bien en otra reunión distinta. Quizá sea más probable esto último, pues la reunión del v.4 parece que fue en Jerusalén y estando en casa, mientras que ésta del v.6 parece que tuvo lugar en el monte de los Olivos, cerca de Betania (cf. v.9-12; Luc_24:50). Con todo, la cosa no es clara, pues la frase dicho esto del v.9, narrando a renglón seguido la ascensión, no exige necesariamente que ésta hubiera de tener lugar en el mismo sitio donde comenzó la reunión. Pudo muy bien suceder que la reunión comenzara en Jerusalén y luego salieran todos juntos de la ciudad por el camino de Betania, llegando hasta la cumbre del monte Olívete, donde habría tenido lugar la ascensión. La distancia no era larga, sino el camino de un sábado (Luc_1:12), es decir, unos dos mil codos, que era lo que, según la enseñanza de los rabinos, podían caminar los israelitas sin violar el descanso sagrado del sábado. En total, pues, poco menos de un kilómetro, si se entiende el codo vulgar (= 0:450 m.), o poco más de un kilómetro, si se entiende el codo mayor o regio (= 0:525 m.). La misma pregunta de si era ahora cuando iba a restablecer el reino de Israel, parece estar sugerida por la anterior promesa del Señor de que, pasados pocos días, serían bautizados en el Espíritu Santo.
Hay autores, particularmente entre los que suponen un solo volumen original que incluía tercer evangelio y Hechos, que dicen ser este v.6 el que recoge el hilo de la narración interrumpida en Lev_24:49. Mas sea de eso lo que fuere, es interesante hacer notar cómo los discípulos, después de varios años de convivencia con el Maestro, seguían aún ilusionados con una restauración temporal de la realeza davídica, con dominio de Israel sobre los otros pueblos. Así interpretaban lo dicho por los profetas sobre el reino mesiánico (cf. Isa_11:12; Isa_14:2; Isa_49:23; Eze_11:17; Ose_3:5; Amo_9:11-15; Sal_2:8; Sal_110:2-5), a pesar de que ya Jesús, en varias ocasiones, les había declarado la naturaleza espiritual de ese reino (cf. Mat_16:21-28; Mat_20:26-28; Luc_17:20-21; Luc_18:31-34; Jua_18:36). No renegaban con ello de su fe en Jesús, antes, al contrario, viéndole ahora resucitado y triunfante, se sentían más confiados y unidos a él; pero tenían aún muy metida esa concepción político-mesiánica, que tantas veces se deja traslucir en los Evangelios (cf. Mat_20:21; Luc_24:21; Jua_6:15) y que obligaba a Jesús a usar de suma prudencia al manifestar su carácter de Mesías, a fin de no provocar levantamientos peligrosos que obstaculizasen su misión (cf. Mat_13:13; Mat_16:20; Mar_3:11-12; Mar_9:9). Sólo la luz del Espíritu Santo acabará de corregir estos prejuicios judaicos de los apóstoles, dándoles a conocer la verdadera naturaleza del Evangelio. De momento, Jesús no cree oportuno volver a insistir sobre el particular, y se contenta con responder a la cuestión cronológica, diciéndoles que el pleno establecimiento del reino mesiánico, de cuya naturaleza él ahora nada especifica, es de la sola competencia del Padre, que es quien ha fijado los diversos tiempos y momentos de preparación (cf. 17:30; Rom_3:26; 1Pe_1:11), inauguración (Mar_1:15; Gal_4:4; 1Ti_2:6), desarrollo (Mat_13:30; Rom_11:25; Rom_13:11; 2Co_6:2; 1Te_5:1-11) y consumación definitiva (Mat_24:36; Mat_25:31-46; Rom_2:5-11; 1Co_1:7-8; 2Te_1:6-10). En tal ignorancia, lo que a ellos toca, una vez recibida la fuerza procedente del Espíritu Santo, es trabajar por ese restablecimiento, presentándose como testigos de los hechos y enseñanzas de Jesús, primero en Jerusalén, luego en toda la Palestina y, finalmente, en medio de la gentilidad.
Tal es la consigna dada por Cristo a su Iglesia con palabras que son todo un programa: recibiréis la virtud del Espíritu Santo y seréis mis testigos.., lo que viene a significar que la Iglesia es concebida como una realización jerárquico-carismastica, que descansa en el principio del envío. El testimonio de esos testigos será testimonio del Espíritu Santo (cf. 2:4; 4:31; 5:32; 15:28). Es un mandato y una promesa. Al reino de Israel, limitado a Palestina, opone Jesús la universalidad de su Iglesia y de su reino, predicha ya por los profetas (cf. Sal_87:1-7; Isa_2:2-4; Isa_45:14; Isa_60:6-14; Jer_16:19-21, Sof_3:9-10; Zac_8:20-23) y repetidamente afirmada por él (cf. Mat_8:11; Mat_24:14; Mat_28:19; Luc_24:47).

La ascensión,Luc_1:9-11.
9 Dicho esto y viéndole ellos, se elevó, y una nube le ocultó a sus ojos. 10 Mientras estaban mirando al cielo, fija la vista en El, que se iba, dos varones con hábitos blancos se les pusieron delante, 11 y les dijeron: Varones galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que ha sido llevado de entre vosotros al cielo vendrá así, como le habéis visto ir al cielo.

Narra aquí San Lucas, con preciosos detalles, el hecho trascendental de la ascensión de Jesús al cielo. Ya lo había narrado también en su evangelio, aunque más concisamente (cf. Luc_24:50-52). Lo mismo hizo San Marcos (Mar_16:19). San Mateo y San Juan lo dan por supuesto, aunque explícitamente nada dicen (cf. Mat_28:16-20; Jua_21:25).
Parece que la acción fue más bien lenta, pues los apóstoles están mirando al cielo mientras se iba. Evidentemente, se trata de una descripción según las apariencias físicas, sin intención alguna de orden científico-astronómico. Es el cielo atmosférico, que puede contemplar cualquier espectador, y está fuera de propósito querer ver ahí alusión a alguno de los cielos de la cosmografía hebrea o de la cosmografía helenística (cf. 2Co_12:2). Los dos personajes con hábitos blancos son dos ángeles en forma humana, igual que los que aparecieron a las mujeres junto al sepulcro vacío de Jesús (Luc_24:4; Jua_20:12).
En cuanto a la nube, ya en el Antiguo Testamento una nube reverencial acompañaba casi siempre las teofanías (cf. Exo_13:21-22; Exo_16:10; Exo_19:9; Lev_16:2; Sal_97:2; Isa_19:1; Eze_1:4). También en el Nuevo Testamento aparece la nube cuando la transfiguración de Jesús (Luc_9:34-35). El profeta Daniel habla de que el Hijo del Hombre vendrá sobre las nubes a establecer el reino mesiánico (Dan_7:13-14), pasaje al que hace alusión Jesucristo aplicándolo a sí mismo (cf. Mat_24:30; Mat_26:64). Es obvio, pues, que, al entrar Jesucristo ahora en su gloria, una vez cumplida su misión terrestre, aparezca también la nube, símbolo de la presencia y majestad divinas. Los dos personajes de hábito blanco, de modo semejante a lo ocurrido en la escena de la resurrección (cf. Luc_24:4), anuncian a los apóstoles que Jesús reaparecerá de nuevo de la misma manera que lo ven ahora desaparecer, sólo que a la inversa, pues ahora desaparece subiendo y entonces reaparecerá descendiendo. Alusión, sin duda, al retorno glorioso de Jesús en la parusía, que desde ese momento constituye la suprema expectativa de la primera generación cristiana, y cuya esperanza los alentaba y sostenía en sus trabajos (cf. 3:20-21; 1Te_4:16-18; 2Pe_3:8-14).
Es claro que, teológicamente hablando, Jesús ha entrado en la Vida desde el momento mismo de la Resurrección, sin que haya de hacerse esa espera de cuarenta días hasta la Ascensión. Lo que se trata de indicar es que Jesús, aunque viviera ya en el mundo futuro escatológico, todavía se manifestaba en este mundo nuestro, a fin de instruir y animar a sus fieles 25.




I. La Iglesia en Jerusalén, 1:12-8:3.

El grupo de los apóstoles, 1:12-14.
12 Entonces se volvieron del monte llamado de los Olivos a Jerusalén, que dista de allí el camino de un sábado. 13 Cuando hubieron llegado, subieron al aposento superior, en donde solían morar Pedro y Juan; Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo y Simón el Zelotes y Judas de Santiago. 14 Todos éstos perseveraban unánimes en la oración, con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y con los hermanos de éste.

Estos versículos permiten dar una ojeada fugaz al embrión de la primitiva Iglesia. Los apóstoles, desaparecido de entre ellos el Maestro, vuelven del Monte de los Olivos a Jerusalén, perseverando unánimes en la oración (v.14; cf. 2:46; 4:24; 5:12), en espera de la promesa del Espíritu Santo hecha por Jesús.
A los apóstoles acompañaban algunas mujeres, que no se nombran, a excepción de la madre de Jesús, pero bien seguro son de aquellas que habían acompañado al Señor en su ministerio de Galilea (cf. Luc_8:2-3), Y aparecen luego también cuando la pasión y resurrección (cf. Mat_27:56; Le 23:55-24:10). Y aún hay un tercer grupo, los hermanos de Jesús. De ellos se habla también en el Evangelio, e incluso se nos da el nombre de cuatro: Santiago, José, Simón y Judas (cf. Mat_13:55-56; Mar_6:3). Entonces se habían mostrado hostiles a las enseñanzas de Jesús (Mar_3:21-32; Jua_7:5), pero se ve que, posteriormente, al menos algunos de ellos, habían cambiado de actitud. Parece que, junto con los apóstoles, gozaron de gran autoridad en la primitiva Iglesia, a juzgar por aquella expresión de San Pablo, cuando trata de defender ante los corintios su modo de proceder en la predicación del Evangelio: ¿No tenemos derecho a llevar en nuestras peregrinaciones una hermana, igual que los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas? (1Co_9:5). Entre estos hermanos del Señor destacará sobre todo Santiago, al que Pablo visita después de convertido en su primera subida a Jerusalén (Gal_1:19), y es, sin duda, el mismo que aparece en los Hechos como jefe de la iglesia jerosolimitana (cf. 12:17; 15:13; Mat_21:18; Gal_2:9-12). La opinión tradicional es que este Santiago, hermano del Señor y autor de la carta que lleva su nombre, es Santiago de Alfeo, llamado también Santiago el Menor, que aparece en las listas de los apóstoles (cf. Mat_10:2-4; Me 3:16-19; Luc_6:14-16; Hec_1:13). Sin embargo, aunque es la opinión más fundada (cf. Gal_1:19), pruebas apodícticas no las hay, y son bastantes los autores que se inclinan a la negativa.
En cuanto a la expresión hermanos de Jesús 26, a nadie debe extrañar, no obstante no ser hijos de María, pues en hebreo y arameo no hay un término especial para designar a los primos y primas, y se les llama en general hermanos y hermanas, sea cual fuere el grado de parentesco (cf. Gen_13:8; Gen_14:16; Gen_29:15; Lev_10:4; Num_16:10; 1Cr_23:22).
No es fácil saber si ese aposento superior donde ahora se reúnen los apóstoles en espera de la venida del Espíritu Santo es el mismo lugar donde fue instituida la eucaristía. El término que aquí emplea San Lucas (õôôåñùïí) es distinto del empleado entonces (ccváycaov: cf. Mar_14:15; Lev_22:12). Sin embargo, la significación de los dos términos viene a ser idéntica, designando la parte alta de la casa, lugar de privilegio en las casas judías (cf. 4 Rev_4:10), más o menos espacioso, según la riqueza del propietario. En el caso de la eucaristía expresamente se dice que era grande, y en este caso se supone también que era grande, pues luego se habla de que se reúnen ahí unas 120 personas (cf. 1:15). Además, parece claro que San Lucas alude a ese lugar como a algo ya conocido y donde se reunían los apóstoles habitualmente. Incluso es probable que se trate de la misma casa de María, la madre de Juan Marcos, en la que más adelante vemos se reúnen los cristianos (cf. 12:12).

Elección de Matías, 1:15-26.
15 En aquellos días se levantó Pedro en medio de los hermanos, que eran en conjunto unos ciento veinte, y dijo: 16 hermanos, era preciso que se cumpliese la Escritura, que por boca de David había predicho el Espíritu Santo acerca de Judas, que fue guía de los que tomaron preso a Jesús, 17 y era contado entre nosotros, habiendo tenido parte en este ministerio, 18 Este, pues, adquirió un campo con el precio de su iniquidad; y, precipitándose, reventó y todas sus entrañas se derramaron; 19 y fue público a todos los habitantes de Jerusalén, tanto que el campo se llamó en su lengua Hacéldama, que quiere decir Campo de Sangre. 20 Pues está escrito en el libro de los Salmos: Quede desierta su morada y no haya quien habite en ella y otro se alce con su cargo. 21 Ahora, pues, conviene que de todos los varones que nos han acompañado todo el tiempo en que vivió entre nosotros el Señor Jesús, 22 a partir del bautismo de Juan, hasta el día en que fue tomado de entre nosotros, uno de ellos sea testigo con nosotros de su resurrección. 23 Fueron presentados dos, José, por sobrenombre Barsaba, llamado Justo, y Matías. 24 Orando dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra a cuál de estos dos escoges 25 para ocupar el lugar de este ministerio y el apostolado de que rechazo Judas para irse a su lugar. 26 Echaron suertes sobre ellos, y cayó la suerte sobre Matías, que quedó agregado a los once apóstoles.

Tenemos aquí la primera intervención de Pedro, quien, en consonancia con lo predicho por el Señor (cf. Mat_16:13-19; Luc_22:32; Jua_21:15-17). Lo mismo sucede en los siguientes capítulos de los Hechos, hasta el 15 inclusive (cf. 2:14.37; 3:5-12; 4:8; 5:3.29; 8:20; 9:32; 10:5-48; 11:4; 12:3; 15:7); posteriormente, San Lucas ya no vuelve a hablar de él, pues restringe su narración a las actividades de Pablo.
La expresión en aquellos días (v.15) es una fórmula vaga y, más o menos estereotipada (cf. 6:1; 11:27), que suple la falta de precisiones cronológicas.
Es curiosa esa necesidad, que en su discurso parece suponer Pedro, de tener que completar el número doce, buscando sustituto de Judas. Se trataría de una necesidad de orden simbólico, al igual que habían sido doce los patriarcas del Israel de la carne (cf. Rom_9:8; Gal_6:16). Serán ellos, los Doce, los que nos engendren para Cristo y constituyan los cimientos del nuevo pueblo de Dios.
Funda la necesidad de esa sustitución en que ya está predicha en la Escritura, y cita los Sal_69:26 y 109:8, fundiendo las dos citas en una. Creen algunos que se trata de textos directamente mesiánicos, alusivos a Judas, que entrega al divino Maestro. Parece, sin embargo, a poco que nos fijemos en el conjunto del salmo, que esos salmos no son directamente mesiánicos, sino que el salmista se refiere, en general, al justo perseguido, concretado muchas veces en la persona del mismo salmista, quejándose ante Yahvé de los males que por defender su causa sufre de parte de los impíos, y pidiendo para éstos el merecido castigo. En los versículos de referencia pide que el impío sea quitado del mundo y quede desierta su casa, pasando a otro su cargo. San Pedro hace la aplicación a Judas, que entregó al Señor. No se trataría, sin embargo, de mera acomodación, sino que, al igual que en otras citas de estos mismos salmos (cf. Jua_2:17; Jua_15:25; Rom_11:9-10; Rom_15:3), tendríamos ahí un caso característico de sentido plenior. Esas palabras del salmo, no en la intención expresada del salmista, pero sí en la de Dios, iban hasta los tiempos del Mesías, el justo por excelencia, y con ellas trataba Dios de ir esbozando el gran misterio de la pasión del Mesías, que luego, a través de Isaías, en los capítulos del siervo de Yahvé, nos anunciara ya directamente 27. Sabido es que, en los planes de Dios, cual se manifiestan en el Antiguo Testamento, el pueblo judío y su historia no tienen otra razón de ser sino servir de preparación para la época de plenitud (cf. Mat_5:17; 1Co_10:1-11; Gal_3:14; Col_2:17). Los judíos, atentos sólo a la letra de la Escritura, no se dan cuenta de esta verdad (cf. 2Co_3:13-18); no así los apóstoles, una vez glorificado el Señor (cf. Luc_24:45; Jua_12:16).
La condición que pone San Pedro es que el que haya de ser elegido tiene que haber sido testigo ocular de la predicación y hechos de Jesús a lo largo de toda su vida pública (v.21-22). Los apóstoles iban a ser los pilares del nuevo edificio (cf. Efe_2:20), y convenía que fueran testigos de visu. De los dos presentados nada sabemos en concreto. Eusebio afirma 28 que eran del número de los 72 discípulos (Luc_10:1-24), cosa que parece muy probable, dado que habían de ser testigos oculares de la vida del Maestro. A nuestra mentalidad resulta un poco chocante el método de las suertes para la elección, pero tengamos en cuenta que era un método de uso muy frecuente en el Antiguo Testamento (cf. Lev_16:8-9; Num_26:55; Jos_7:14; 1Sa_10:20; 1Cr_25:8), en conformidad con aquello que se dice en los Proverbios: En el seno se echan las suertes, pero es Dios quien da la decisión (Pro_16:33). Piensan los apóstoles que la elección de un nuevo apóstol debía ser hecha de manera inmediata por el mismo Jesucristo y, acompañando la oración, juzgan oportuno ese método para que diera a conocer su voluntad.
No es fácil concretar el sentido de la expresión aplicada a Judas, de que prevaricó para irse a su lugar (v.25). Generalmente se interpreta como un eufemismo para indicar el infierno (cf. Mat_26:24; Luc_16:28); pero muy bien pudiera aludir simplemente a la nueva posición que él escogió, saliendo del apostolado, es decir, el lugar de traidor, con sus notorias consecuencias, el suicidio inclusive, predichas ya en la Escritura.
En cuanto a la alusión que se hace a su muerte, diciendo que adquirió un campo.. y precipitándose reventó.. (v. 18-19), Parece difícilmente armonizable con lo que dice San Mateo de que Judas se ahorcó y son los sacerdotes quienes adquieren el campo para sepultura de peregrinos (Mat_27:3-8). Para la mayoría de los exegetas modernos se trata de dos relatos independientes el uno del otro, que circulaban en tradiciones orales y que coinciden en lo sustancial, pero no en pequeños detalles. Sin embargo, otros autores, particularmente los antiguos, creen que ambos relatos se pueden armonizar y reconstruyen así la escena: los sacerdotes adquieren el campo con dinero de Judas, al que, por tanto, en cierto sentido, puede atribuirse su adquisición, y sería en ese campo donde habría sido enterrado Judas, el cual habría ido ahí a ahorcarse, como refiere Mateo, pero en el acto de ahorcarse se habría roto la cuerda o la rama a que estaba atada, cayendo el infeliz de cabeza y reventando por medio.
Una tradición antigua coloca este lugar de la muerte de Judas en el valle de Ge-Hinnom o de la Gehenna, al sur de Jerusalén. No está claro si estos dos versículos alusivos a la muerte de Judas forman parte del discurso de Pedro o son un inciso explicatorio de Lucas. Más bien parece esto último, pues interrumpen el discurso y, hablando a un auditorio perfectamente conocedor del hecho, bastaba una simple alusión y no tenía Pedro por qué detenerse en dar tan detallados pormenores. Además, puesto que hablaba en arameo, no tiene sentido eso de se llamó en su lengua Hacéldama, que quiere decir campo de sangre. En cambio, todo se explica perfectamente si, parecido a como hace en otras ocasiones (cf. 9:12; Luc_23:51), es Lucas quien inserta esas noticias para ilustrar a sus lectores no pa-lestinenses, ignorantes del hecho y de las lenguas semitas. En cuanto al nombre Hacéldama, Lucas parece derivarlo de la sangre de Judas, mientras que Mateo parece que lo deriva del precio con que se compró el campo, que fue la sangre de nuestro Señor. Quizás eran corrientes ambas etimologías.


Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



13 (I) Introducción al tiempo de la Iglesia (1,1-26). Todo el cap. 1 constituye una introducción al libro, puesto que fragua la co(-)nexión entre el tiempo de Jesús y el tiempo de la Iglesia, que es la razón fundamental por la que el opus lucano se divide en dos partes. La perspectiva dominante de la continuidad entre los dos períodos se pone de manifiesto en la misma estructura de este pasaje, que pasa di(-)rectamente de la referencia al primer volumen (vv. 1-2) a la narración del segundo (v. 3), sin introducimos al conjunto de los contenidos de éste que los w. 1-2 nos hacen prever. Si hubie(-)ra estructurado este prólogo mecánicamente de acuerdo con su forma, es decir, con unos sucesivos resúmenes de ambos libros (cf. P. van der Horst, ZNW 74 [1983] 17-18), Lucas hubiera dado la impresión de que estaba con(-)tándonos historias y épocas independientes, cuando lo que pretendía era mostrar que la primera fluye directa y coherentemente hacia la segunda. Así que el relato de Hechos co(-)mienza directamente en medio de la retros(-)pección sobre el relato de Jesús, sin ninguna introducción formal. El programa de Hechos puede aparecer, en el mejor de los casos sólo indirectamente, en el testamento final del Ky(-)rios exaltado a los cielos (vv. 7-8), que es el pa(-)saje sobre el que recáe el peso principal de la sección (Pesch, «Anfang» [? 17 infra] 9).
El eje que une los períodos es, ciertamente, la secuencia formada por la pascua y la ascen(-)sión, cuya repetición en los vv. 3-14 resume y al mismo tiempo modifica el contenido de Lc 24,36-53, que ahora se presenta con los mati(-)ces más propios de un comienzo que de una conclusión. El hecho de que Lucas y Hechos coincidan, en parte, en el relato de la pascua, confirma que no son dos libros independien(-)tes que cuentan historias diferentes, sino que se trata de dos entregas, estrechamente conec(-)tadas, de una única historia (Dómer, Heil 94-95). El paralelismo con Lc 24 nos garantiza que la cesura de esta primera sección no apa(-)rece hasta después del v. 14 (Schneider, Apg.1. 187; Weiser, Apg. 46-47), pues los w. 12-14 son un resumen de Lc 24,52-53. Al dividir el primer capítulo en dos partes, vv. 1-14 y vv. 15-16, nos damos cuenta de que estas dos seccio(-)nes presentan los dos pasos que son necesa(-)rios para incorporar el tiempo de la Iglesia en la más amplia trayectoria de la historia de la salvación: (1) preparación de los testigos y encargo de Cristo, que está a punto de partir; (2) su despliegue como comunidad sagrada, formalmente acreditada, reunida en torno al círculo reconstituido de los doce «testigos de su resurrección» (v. 22).

14 (A) Encargo a los testigos y Ascen(-)sión de Jesús (1,1-14).
(a) Prólogo (1,1-8). 1. primer libro: La partícula men, al comienzo de la primera ora(-)ción, hace que el lector espere el correlativo de, que, posteriormente, introdujera los nue(-)vos contenidos del libro. Sin embargo, el he(-)cho de que no se produzca no es una anoma(-)lía sintáctica (cf. el aislado men en 3,21; 4,16; 27,21; 28,22); en ocasiones, a los prólogos se(-)cundarios les falta la correspondiente infor(-)mación del contenido sobre lo que sigue tras el resumen de lo que se había contado hasta ese momento (cf. Josefo, Ant. 8.1.1 § 1-2; 13.1.1 § 1-2; Cadbury, The Making 198-99). La recapitulación del evangelio desde el punto de vista de su intento de exhaustividad (peri pantón) nos recuerda la presentación que ha(-)ce el evangelista de su proyecto en Lc 1,3 (parékolouthékoti anothen pasin). La totalidad del ministerio de Jesús, sus palabras y hechos, constituye el fundamento necesario y el punto de referencia de la gran misión que Hechos contará. Este dato ya nos sugiere que será ne(-)cesario prestar atención a los paralelos entre los dos libros y sus personajes principales pa(-)ra entender la argumentación desarrollada por el autor, comenzó a hacer y enseñar: En vis(-)ta del énfasis que da Lucas al «comienzo» de la obra de Jesús, al que remite su relato y sus fuentes (Lc 1,2-3; 3,23; 23,5; Hch 1,22; 10,37), el verbo érxato, «comenzó», no es un mero ple(-)onasmo (Schneider, Apg. 1.19), sino que su(-)braya tanto el ministerio de Jesús en cuanto «comienzo» de la obra que va a continuar tras su ascensión (Marshall, Acts 56), como el he(-)cho de que su primer relato ha cubierto total(-)mente su materia «desde el comienzo» (Begin(-)nings 4.3). Este segundo sentido haría que esta recapitulación incluyera el término a. quo y el término ad quem entre los que Lucas enmarca el ministerio de Jesús, concretamente, su bau(-)tismo y su ascensión (Pesch, «Anfang» [?17 infra] 21; Roloff, Apg. 19). 2. los apóstoles que había elegido: El vb. exelexato evoca Lc 6,13, la elección de los Doce para ser nombrados «apóstoles», pero también se refiere claramen(-)te a Lc 24,44-49, donde el círculo más amplio de los «once y los que con ellos estaban» (24,33) recibió la instrucción final del Señor resucitado. Experimentamos aquí la intrigan(-)te alternancia del énfasis lucano que recae ora en el grupo más amplio de los testigos de la pascua (Lc 24,9.33; Hch 1,14-15; 2,1), ora en los Doce como «testigos fundamentales de su resurrección» (Hch 1,2.13.21-26; cf. Lohfink, Sammlung 64-67; Dómer, Heil 134). La asocia(-)ción concéntrica de los Doce y del cuerpo más amplio de discípulos, comenzada en Lc 6,17, no es en ningún momento interrumpida en la secuencia entre los acontecimientos de la pas(-)cua y pentecostés, pues representa una especie de anteproyecto de la Iglesia y certifica su li(-)naje directo con Israel (Lc 22,30). fue llevado: A la minoritaria tradición de manuscritos del texto «occidental» contra anelémphthe, como también a la mayoritaria contra Lc 24,51b (? Lucas, 43:198), le preocupaba la elimina(-)ción de las fechas aparentemente conflictivas de la ascensión (Benoit, Jesús [? 17 infra] 1.237-40). Dado que el ptc. enteilamenos se re(-)fiere a Lc 24,44-49, anelémphthe se refiere, ciertamente, a la Ascensión de Jesús (Lc 24,50-53) , al igual que su ptc. en el v. 11. Cf. el mis(-)mo vb. aplicado a la Ascensión corporal en los LXX: 2 Re 2,9; 1 Mac 2,58; Eclo 48,9; 49,14. Como en el v. 22, aquí sirve para definir el lí(-)mite del tiempo de Jesús según el cálculo lu(-)cano (cf. Dupont, Études 477-80).
15 3. vivo tras su pasión: En el punto en el que precisamente esperaríamos el progra(-)ma de este libro, nos encontramos con una oración, relativamente independiente, que prosigue la recapitulación del primer libro. El término «vivo» evoca las palabras del ángel en la tumba (Lc 24,5.23), y se convertirá en una expresión concisa del kerigma pascual en 25,19 (cf. Rom 14,9). Para la expresión com(-)pleta, cf. 9,41. El uso del infinitivo paschein con la connotación de la experiencia completa de la pasión y muerte de Jesús es característi(-)camente lucano (Lc 22,15; 24,26.46; Hch 3,18; 17,3; 26,23). Pero cf. Heb 9,26; 13,12; 1 Pe 3,18. con muchas pruebas convincentes: Todo el peso de las «pruebas» no debería recaer en las demostraciones físicas que hallamos en el relato pascual (Lc 24,39-43; no obstante Loh(-)fink, Himmelfahrt [-«17 infra] 152-53; Dónner, Heil 112). La articulación de los ptc. «apareciéndoseles» y «hablándoles» refleja la estruc(-)tura de los dos relatos de aparición de Lc 24, en donde las palabras del Resucitado rescatan a los discípulos de la absoluta perplejidad que les había producido su aparición física (24,25-27.44-49; cf. Dillon, Eye-Witnesses [?17 infra] 198-99). durante cuarenta días: El número tie(-)ne claramente un significado simbólico, tanto si Lucas lo recogió de una tradición ya exis(-)tente relativa a la duración de las apariciones (Haenchen, Acts 174; Pesch, «Anfang» [? 17 infra] 10.14), como si lo inventó él mismo (Lohfink, Himmelfahrt [? 17 infra] 176-86; Weiser, Apg. 49-50). Este período se entiende como un tiempo suficiente para la prepara(-)ción de los testigos (13,31); los LXX nos ofre(-)cen los antecedentes de este período redonde(-)ado de preparación, p.ej., Éx 24,18; 34,28 (Moisés); 1 Re 19,8 (Elías); Nm 13,25; 14,34. Cf. también 4 Esd 14,2; 2ApBar 76. Más próximo a este dato se encuentra el período de la tentación de Jesús, que precedió a su primera predicación (Lc 4,2.14-15), aunque el evange(-)lio no acentúa su aspecto preparatorio. El «reino de Dios» es un tema constante en la predicación de Jesús (Lc 4,43; 8,1; 9,11; 16,16), de los setenta y dos (Lc 10,9.11) y, posteriormente, de Pablo (Hch 19,8; 20,25; 28,23). Por consiguiente, tanto esta expresión como también la mención de los «40 días» realzan la tesis lucana de la continuidad directa que exis(-)te entre los dos tiempos del mismo mensaje salvífico (Dómer, Heil 113). En el v. 5 («dentro de pocos días») se sugiere una relación entre estos 40 días y los 50 días de pentecostés. 4. mientras estaba comiendo con ellos'. Este senti(-)do del vb. synalizo está garantizado por Lc 24,43 y Hch 10,41 (synephagomen). El número singular y el ptc. presente (de la raíz hals, «sal») que encontramos aquí desaprueba el significado alterno de «reunirse» (BAGD 791). no salgáis de Jerusalén: cf. Lc 24,29. Jerusalén es el símbolo espacial de la continuidad entre el tiempo de Jesús y el de la Iglesia, al igual que los Doce y el permanente grupo de testi(-)gos de la pascua que se encontraban en torno a ellos personifican también esa continuidad. Al omitir la huida de los discípulos del lado de Jesús (Mc 14,50-52) y las disposiciones para las apariciones en Galilea (Mc 16,7; cf. Lc 24,7), Lucas convirtió a Jerusalén en el esce(-)nario de toda la secuencia transcurrida entre la pasión y pentecostés, y en el lugar estable de Jos principales portadores de la tradición, los Doce (cf. 2,43 Z.v.; 5,16.28; 8,14; 16,4), que per(-)manecerán allí incluso cuando la persecución disperse al resto de la comunidad (8,1). El ca(-)rácter central que Jerusalén tiene en la histo(-)ria lucana expresa la continuidad entre Israel y la Iglesia, con una particular referencia al papel histórico que la ciudad había jugado en el asesinato de los profetas (Lc 13,33-35; 18,31 [Mc 10,33]; Hch 13,27-28), lo que la converti(-)rá en el primer lugar de reunión del recluta(-)miento evangélico de los pecadores arrepenti(-)dos (Lc 24,27; Hch 2,36-41; 3,17-21), así como en lugar clave para el inicio de la misión cris(-)tiana fertilizada y unlversalizada por las suce(-)sivas persecuciones (cf. Lohfink, Himmelfahrt [?17 infra] 264-65, citando Is 2,3; Dillon, EyeWitnesses [? 17 infra] 214-15). Sobre las varia(-)ciones en la escritura gr. del nombre de la ciu(-)dad -bien con la transcripción del nombre sagrado de Ierousalém, o con la forma helenizada Hierosolyma, favorecida por autores pro(-)fanos gr. (posiblemente inspirada aquí, y en el v. 6, por el estilo formal del prólogo)-, cf. J. Je(-)remías, ZNW 65 (1974) 273-76; I. de la Potterie, RSR 69 (1981) 57-70. la promesa del Padre: Completa y modifica Lc 24,49. El cumpli(-)miento de la «promesa» (epangelia; cf. Gál 3,14; Ef 1,13) se anunciará en 2,33, como con(-)clusión del discurso que comenzó con su fun(-)damento en la profecía del AT (Jl 3,1-5/2,17-21). La misma «promesa» fue transformada en «logion» de Jesús en Lc 11,13. que oísteis: La indicación no explícita de la transforma(-)ción del discurso indirecto en directo es una técnica de composición. Cf. Lc 5,14; Hch 14,22; 17,3; 23,22; 25,5, y los paralelos hele(-)nistas en J. van der Horst, ZNW 74 (1983) 19-20. Los lectores han olvidado ya el esperado programa explícito del libro, pero, impercepti(-)blemente, se les está preparando para la pre(-)sentación indirecta del programa en los w. 6-8. 5. La «promesa» se expresa con el «logion» característico del Bautista en Mc 1,8 (cf. 11,16), que se actualiza mediante la adición de la frase «dentro de pocos días». La analogía entre el baño ritual del Bautista y la efusión del Espíritu Santo sobre los discípulos de Je(-)sús va desde el sentido literal del vb. («sumer(-)gir») al metafórico («dotar plenamente»), mo(-)dificando también el sentido de los dativos instrumentales (por lo cual, con lo cual). La conjunción del bautismo de agua y la efusión del Espíritu (cf. Ez 36,25-26; Jn 7,37-39) vol(-)verá a aparecer en 2,38; 8,14-16; 10,47-48; 19,5-6. El recurso a la profecía de Juan Bau(-)tista en conexión con Pentecostés, tanto aquí como en 11,16, demuestra precisamente su cumplimiento y hace de Juan Bautista el he(-)raldo de la Iglesia como también del Mesías.

16 6-8. El diálogo que hallamos en estos versículos constituye el centro de gravedad del prólogo. En ellos se plantea la siguiente cues(-)tión: ¿Qué ocurrirá en este nuevo período? La respuesta será el programa del nuevo libro, que se perfila en el esquema geográfico del v. 8b (Haenchen, Acts 145-46; Pesch, «Anfang» [? 17 infra] 27). El núcleo del v. 7 procede de la tradición cristiana sobre la imposibilidad de concretar la fecha del último día (Mc 13,32; 1 Tes 5,1), y el v. 8, de nuevo, forma parte de la referencia cruzada al relato pascual (Lc 24,48-49). La forma del diálogo, con una cuestión adaptada a la respuesta y al posterior progra(-)ma del libro (v. 8), muestra que estos versícu(-)los son una creación propia de Lucas que no se refieren a ninguna tradición subyacente (Lohfink, Himmelfahrt [? 17 infra] 154-58; Weiser, Apg. 51-52). 6. La adaptación de la pre(-)gunta de los discípulos a la respuesta de Jesús se extiende a las tres fases de la respuesta co(-)rrectora como también a los presupuestos temporales, personales y espaciales de la pre(-)gunta (Dómer, Heil 115-17). Así, la pregunta sobre el tiempo del gran restablecimiento que(-)da descalificada (v. 7); la pregunta sobre lo que hará el Señor se responde en los términos de lo que harán sus «testigos» guiados bajo la acción del Espíritu (v. 8a); y la pregunta por el restablecimiento del reino en Israel se refunde en la perspectiva de su misión «hasta los con(-)fines de la tierra» (b. 8b). Ciertamente, el re(-)traso de la parusía forma parte de la preocu(-)pación (Conzelmann, TSL 175-96), pero no resulta correcto aislarla de las otros dos. Los que estaban reunidos: El círculo de los testigos parece ampliarse más allá de los once elegidos (v. 2) hasta la galería más extensa (Lc 24,33), de la que serán elegidos los doce apóstoles (w. 21-22). en este momento: La expresión «este momento» debe referirse a la frase «dentro de pocos días» que se encuentra en el v. 5. Se tra(-)ta del tiempo que comenzará en pentecostés; así que la pregunta se dirige al sentido de ese nuevo período, que será denominado «los últimos días» en 2,17 (Pesch, «Anfang» [? 17 infra] 28-29). El objetivo de este cambio no pa(-)rece ser, por tanto, la desescatologización del tiempo de la Iglesia (Lohfink, Himmelfahrt [? 17 infra] 260-61) restablecer el reino de Is(-)rael: cf. Jr 33,7; Sal 14,7; 85,2; Os 6,11; Eclo 48,10. Apokathistanó, «restablecer», relaciona esta expectación con la «restauración de todas las cosas» de 3,21; de aquí que no puedan se(-)pararse (no obstante Maddox, Purpose 106-08). Para Lucas, la realización de «la espe(-)ranza de Israel», a la que Pablo también se consagrará (28,20), implica el acceso de los gentiles (15,14-19), y, por tanto, todo el proce(-)so de «los últimos días» (Lohfink, Sammlung 79). 7. tiempos o momentos: Las dos palabras gr. (cf. 1 Tes 5,1) denotan, respectivamente, la duración temporal y sus momentos oportu(-)nos, que están bajo el dominio de Dios y más allá de la investigación humana. Esta combi(-)nación de las perspectivas temporales será posteriormente desplegada en 3,20-21, con un argumento casi paralelo a 1,6-11. 8. pero voso(-)tros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo: La estructura ouch-alla, «no... sino que», de los w. 7-8, centra la cuestión en la tarea de los dis(-)cípulos, no en la localización de la parusía; así que es inexacto hablar del Espíritu como Ersatz («sustitución») de la parusía, o afirmar, contra 2,17, que dejará de ser la «fuerza del tiempo final» (no obstante Conzelmann, Apg. 27; correctamente Schneider, Apg. 1.202). La comparación de este «bautismo» del Espíritu con el rito de Juan Bautista (v. 5) muestra que se trata del equipamiento para la labor de «los últimos días», no de una mera inmunización contra el juicio (Kremer, Pfingsbericht [? 17 infra] 186). seréis mis testigos: El contenido completo de su testimonio se indicó en Lc 24,46-48, el relato evangélico donde se formu(-)la este compromiso. En él se incluye todo el testimonio cristológico de las Escrituras, con el, todavía futuro, elemento de la misión uni(-)versal en nombre de Jesús, que excluye toda interpretación del «testigo» como mero «com(-)probante de hechos» (no obstante Lohfink, Himmelfahrt [?17 infra] 267-70; Kránkl, Jesús 167-75). El testimonio implica una representa(-)ción personal de Jesús de más amplio alcance, mediante la reconstrucción del «camino» de su vida (cf. 10,39; 13,31), especialmente su culminación en lucha mortal contra los diri(-)gentes de este mundo (Dómer, Heil 135-36; Di(-)llon, Eye-Witnesses [? 17 infra] 215-17). El he(-)cho de que la función del testigo sólo sea posi(-)ble con la donación de la fuerza del Espíritu justifica que se no se le mencione antes de Lc 24,48-49, e implica lo que claramente dirá 5,32: el «testigo» comparte la embajada del Se(-)ñor resucitado con el Espíritu Santo ante los hostiles tribunales del mundo (cf. Lc 12,12). Jerusalén... hasta los confines de la tierra: Este panorama diseña, efectivamente, el movi(-)miento narrativo de Hechos, en el caso de que Roma, la capital imperial, pueda calificarse como «el confín de la tierra». Esta frase anti(-)cipa 13,47 con su cita de Is 49,6 (LXX) y su anuncio programático de la misión paulina a los gentiles. Roma, la capital del mundo paga(-)no y destino geográfico del relato lucano, está situada en el «confín de la tierra», en el senti(-)do religioso expresado en los versos paralelos de Is 49,6 (cf. Dupont, Salvation 17-19).

17(b) La ascensión (1,9-14). El debate so(-)bre si Lucas recogió el dato de una ascensión visible de una tradición cristiana ya existente (así opinan Haenchen, Conzelmann, Schnei(-)der; R. Pesch, «Anfang» 16-19) o no (Lohfink, Himmelfahrt 208-10.244.276; Kremer, Weiser) debe regirse por el reconocimiento de la dife(-)rencia que existe entre el antiguo kerigma de la exaltación de Cristo al cielo (Flp 2,9-11; Rom 8,34) y la interpretación que se hizo pos(-)teriormente en términos de un traslado corpo(-)ral (Lohfink, Himmelfahrt 74-79). A esta últi(-)ma concepción pertenece la forma literaria cuyos numerosos componentes están repre(-)sentados en Lc 24,49-53 y Hch 1,9-12: el testa(-)mento del que parte, el escenario terrestre, la nube transportadora y la presencia de los án(-)geles que interpretan el acontecimiento. Este pasaje suena con el eco verbal directo de los relatos de la ascensión de Elías en 2 Re 2,9-13 y Eclo 48,9.12, y, conjuntamente con los pasa(-)jes del tercer evangelio que muestran paralelos con Elías, manifiesta la deuda que Lucas tenía con los grupos cristianos que celebraban el ministerio terreno de Jesús como clímax de la pintoresca tradición israelita de la profecía ca(-)rismática. Otras posibles huellas de la historia de la tradición de la ascensión se encuentran en Ef 4,8-10; 1 Tim 3,16; Jn 20,17; Berna 15,9. 9. cuando ellos miraban: Ésta es la primera de las cinco referencias que se hace a la visión de los testigos en sólo los w. 9-11. Lucas de(-)fiende la historicidad y visibilidad de la ascensión de Jesús y también la importancia de un elemento esencial del testimonio apostólico (v. 22; Lohfink, Himmelfahrt 269-70); pero el he(-)cho de que se necesite la interpretación de los ángeles (como en Lc 24,4-7; cf. 24,25-27.44.49) nos confirma que la ascensión no se concibe como un acontecimiento que sucede total(-)mente «dentro de la historia» y que resulta accesible y comprensible en los términos establecidos por sus testigos. 10. dos hombres: Esta forma de referirse a los ángeles (cf. 10, 22.30), junto con la secuencia formada por el reproche y la explicación en su mensaje, sitúa este pasaje en estrecho paralelismo con Lc 24,4-9 (cf. Mc 16,5-8), sugiriéndonos fuer(-)temente su origen redaccional (Lohfink, Himmelfahrt 195-98; Dónner, Heil 120). Cf. también los «dos hombres» y «la nube» en la escena de la transfiguración (9,30.34 [cf. Mc 9,4.7]). El Jesús transfigurado, asistido por el Elías que en otro tiempo había sido elevado (¿y, posiblemente, también Moisés?), era ya entonces una prefiguración del Cristo ascen(-)dente: el último de los profetas en la definiti(-)va apoteosis. 11. vendrá del mismo modo: El punto de comparación parece ser el transpor(-)te mediante una nube, que iba a ser también el vehículo del Hijo del hombre en su venida (compárese el singular «nube» [Lc 21,27] con el pl. en Mc 13,26; Dn 7,13-14). La correspon(-)dencia entre la ascensión de Jesús y su paru(-)sía sugiere que estos acontecimientos se cir(-)cunscriben al período que ya está empezando y que acaba de programarse en el v. 8 (de aquí el reproche que hacen los ángeles). «La ascen(-)sión se convierte en la prefiguración de la pa(-)rusía», y así la conclusión del tiempo de Jesús anticipa la del tiempo de la Iglesia (Lohfink, Himmelfahrt 262). La opinión según la cual la ascensión comienza un período caracterizado por la ausencia de Jesús (3,21), dando lugar a una «cristología de ausencia» en Hechos, que justifica la sustitución mediadora de su pre(-)sencia (así C. F. D. Moule, StLA 179-80); Bovon, Luc 144-45), parece infravalorar la efecti(-)va praesentia Christi que Lucas subrayará al contar la actividad de sus testigos (cf. Kránkl, Jesús 177-86; R. F. OToole, Bib 62 [1981] 471-98). 12. el monte llamado de los Olivos: Este lugar y la Betania de Lc 24,50 estaban conti(-)guos, y según la geografía lucana son inter(-)cambiables. La importancia que el monte de los Olivos tenía en la escatología judía (cf. Zac 14,4) explica que se mencione posteriormente tras la evocación de la parusía en el v. 11. la distancia de un camino sabático: E.d., una ex(-)tensión insignificante (ca. 800 m). Como en Lc 24,13, esta geografía relacional da la im(-)presión de que no se produce un cambio real de lugar. Jerusalén sigue siendo el escenario de todos los acontecimientos pascuales (Cadbury, The Making 248; Lohfink, Himmelfahrt 207). 13. De acuerdo con el modelo de alter(-)nancia ya percibido en el v. 2, se vuelve a in(-)troducir a los Doce, pero sólo en cuanto parte del grupo más amplio que se despliega en tor(-)no a ellos (vv. 14.15). La lista de los nombres es igual que la de Lc 6,14-16 (cf. Mc 3,16-19), excepto la ausencia de Judas y la diferencia en el orden. Encontramos en primer lugar a los tres apóstoles sobre los que se hablará en He(-)chos: Pedro, Juan (3,1-11; 4,13.19; 8,14; 12,2) y Santiago (12,2). 14. La primera sección del capítulo concluye con un sumario breve que presenta, de forma idealizada, una vida co(-)munitaria en armonía y oración (cf. Lc 24,53; -?Lucas, 43:198). Homothymadon, «unáni(-)mes», es un estribillo que se repite en los su(-)marios (2,46; 4,24; 5,12). El grupo más amplio en torno a los Once recuerda Lc 23,49; 24,9-10.33. Ya oímos hablar de la madre y los her(-)manos de Jesús en Lc 8,19-21, pero no volve(-)remos a oír nada más de ellos en el resto de Hechos, con excepción de Santiago, que no se identificará con el hermano de Jesús (cf. Gál 1,19). En la espera del don del Espíritu Santo, la oración de esta asamblea plenaria ejemplifi(-)ca eficazmente lo que Jesús dice en Lc 11,13 (cf. Mt 7,11; cf. Schneider, Apg. 1.207-08).

(Benoit, P., Jesús and the Gospel [Nueva York 1973] 1.209-53. Brown, S., PerspLA 99-111. Dillon, R., From Eye-Witnesses to Ministers of the Word [An(-)Bib 82, Roma 1978] 157-225. Dómer, Heil 94-122. Fitzmyer, J. A., «The Ascensión of Christ and Pentecost», TS 45 [1984] 409-40. Grásser, E., TRu 42 [1977] 1-6. Kremer, J., Pfingstbericht und Pfingstgeschehen [SBS 63/4, Stuttgart 1973] 179-90. Lake, K., Beginnings 5.1-7.16-22. Lohfink, G., Die Himmel(-)fahrt Jesu [SANT 26, Múnich 1971], Pesch, R., «Der Anfang des Apostelgeschichte», EKKNT Vorarbeiten 3 [Zúrich 1971] 9-35. Van der Horst, P, «Hellenistic Parallels to the Acts... 1,1-26», ZNW 74 [1983] 17-26. Van Stempvoort, P., «The Interpretation of the As(-)censión in Luke and Acts», NTS 5 [1958-59] 30-42. Wilson, Gentiles 88-107; «The Ascensión», ZNW 59 [1968] 269-81.)
18(B) El restablecimiento de los Doce (1,15-26). Esta perícopa está formada por dos componentes que se encuentran hábilmente relacionados: una tradición sobre la muerte de Judas (w. 18-20), cuyas variantes encontra(-)mos en Mt 27,3-30 y en un fragmento de Papías citado por Apolinar de Laodicea (SQE 470), y el relato de la elección de su sucesor dentro del círculo de los Doce (vv. 23-26). La comparación con Mateo y Papías muestra que estos dos elementos no estaban relacionados antes de que Lucas escribiera su obra (no obs(-)tante M. Wilcox, NTS 19 [1972-73] 452; cf. Holz, Untersuchungen, 46; Weiser, Apg. 64-65). El nexo entre las dos tradiciones se realiza me(-)diante dos citas del Salterio en el v. 20, que, anunciadas en el v. 16, fueron retrasadas para actualizar la historia trágica de Judas. El dis(-)curso de Pedro (vv. 16-22) realiza la fusión de las dos historias, ofreciéndonos el primer ejemplo de un discurso de Hechos en sentido estricto. El aviso al lector se encuentra en los w. 21-22, en donde se presenta la teología lu(-)cana del apostolado. 15. aquellos días: El epi(-)sodio se ubica sutilmente entre la ascensión y pentecostés con la intención de resaltar la con(-)tinuidad entre los períodos delimitados por esos acontecimientos. Cf. la misma informa(-)ción temporal en otras escenas de elección (Lc 6,12; Hch 6,1). se levantó Pedro: El ptc. anastas, un pleonasmo al estilo de los LXX, indica frecuentemente que va a comenzar un discur(-)so (13,16; 15,7; cf. statheis, 2,14). El rápido ac(-)ceso de Pedro al liderazgo se relaciona con el mandato de Jesús en Lc 22,32 (cf. Dietrich, Petrusbild [? 19 infra] 173-74). juntos: La frase epi to auto, «en el mismo lugar», «unidos», for(-)ma parte del tejido de expresiones miméticas de los LXX que aparecen en este versículo, en(-)tre las que se incluyen también anastas, en mesQ, y onoma con el significado de persona. ciento veinte: Este número no parece ser arbi(-)trario, considerando que lo que estaba en jue(-)go es el restablecimiento del número doce. Aunque Lucas no haya pensado en los «jefes de diez» del antiguo Israel (Éx 18,12; 1 Mac 3,55), esta estructura décupla de la asamblea apostólica en torno a sus líderes recuerda la relación de los Doce con el círculo más amplio de los discípulos cuando fueron elegidos (Lc 6,17). Lucas pretende demostrar la continui(-)dad con las doce tribus (Lohfink, Sammlung 72; E. Grásser, TRu 42 [1977] 8-9) precisa(-)mente en el instante en el que Pedro, «con los once» (2,14), se dirige a «toda la casa de Is(-)rael» (2,36). 16. hermanos: Se resalta el carác(-)ter de la asamblea como fraternidad, en cuan(-)to se trata de una referencia cruzada a Lc 23,22. El vocativo andres con sustantivos en plural colocados en aposición es una caracte(-)rística estilística de los discursos de Hechos. tenía que cumplirse la Escritura: El término dei, «es necesario», combina en Lucas el senti(-)do gr. de una necesidad inexorable con la con(-)vicción bíblica de un Dios personal que, irre(-)sistible e incondicionalmente, controla los acontecimientos. La mención de David como autor y el imperfecto edei se refieren al salmo del v. 20a (69,26), no al del v. 20b (109,8), cuyo cumplimiento aún no se había realizado (Du(-)pont, Études 318-19). Tras el paréntesis del v. 17, se narran en los w. 18-19 los aconteci(-)mientos que cumplieron el Sal 69,26. Pero es(-)te versículo del salmo no puede quedarse ais(-)lado en cuanto profecía de David, pues daría la impresión de que nunca podría proveerse el lugar vacante; de aquí que se complemente con (kai) el Sal 109,8, que genera una nueva necesidad no expresada por edei. Esto exige el rápido dei oun del v. 21, que forja una relación entre edei (v. 16) y dei (v. 21), emparejando la combinación de textos del v. 20 y fusionando en la perícopa los episodios de Judas y Matías (Dómer, Heil 126). Todos estos elementos po(-)nen de manifiesto que se está siguiendo un plan de composición, no empalmando arbitra(-)riamente una serie de tradiciones (Dupont, Études 315). 17. era uno de los nuestros: cf. Lc 22,3 (Mc 14,10). La conjunción hoti tiene sen(-)tido causal, que apoya la aplicación de la Escritura de David a Judas y su propiedad, mientras que la auténtica cita se pospone fa(-)voreciendo un nuevo acercamiento a Judas y su tragedia. 18. cayendo de cabeza: No hay que buscar un extraño significado para preñes. En Papías encontramos el término/? res the is, «hin(-)chado» (cf. 28,6); pero esta versión desarrolla desorbitadamente el repugnante modo en que murió el traidor. Por supuesto, lo que encon(-)tramos en el fondo de todas las versiones es la opinión popular del terrible final que encuen(-)tran aquellas personas que han vivido de for(-)ma infame. Cf. 12,33; 2 Mac 9,7-12; Sab 4,19 (!); Eclo 10,9-18; Josefo, Ant. 17.6.5 § 168-70 (Herodes); Bell. 7.11.14 § 451-53; Beginnings 5.29-38; Benoit, Jesús 1.193-95. 19. en su pro(-)pia lengua: ¿Necesitamos algún dato más para demostrar que Pedro estaba más bien infor(-)mando a los lectores de Lucas que a sus pro(-)pios destinatarios? akeldama: El término gr. es una transliteración del nombre ar. haqél-déma (? Mateo, 42:158), cuya etiología se basa, en este caso, en la muerte de Judas dentro de su propiedad, no en su compra con el dinero de la traición (Mt). Se trata de la «sangre» del traidor; en Mateo, en cambio, se refiere a la sangre del traicionado. 20. El texto del primer salmo se encuentra entre las maldiciones que el justo sufriente del Sal 69 lanza contra sus enemigos; este salmo influirá además en la tradición de la pasión (vinagre). La tradición prelucana había cambiado las frases para adaptarlo a un solo enemigo y a la propiedad comprada (TM: «su recinto quede hecho un desierto, en sus [pl.] tiendas no haya quien ha(-)bite»), bien con ayuda de la versión de los LXX (Haenchen, Acts 161) o sin ella (E. Nellessen, BZ 19 [1975] 215-16). su cargo: El Sal 109,8 (LXX) ofrecía el argumento de Escritu(-)ra que justificaba la sustitución de Judas en el apostolado (episkopé). Este texto podría haber estado relacionado con una tradición original sobre Matías, al igual que su pareja lo estaba con la de Judas (E. Nellessen, BZ 19 [1975] 217); o bien fue Lucas quien lo añadió como un ductus que llevaba desde el destino de Ju(-)das hasta el ascenso de Matías (Schneider, Apg. 1.214-15).

1921. La elección de Matías, uno de los que nos acompañaron: G. Klein, cuya opinión se ha citado frecuentemente, caracterizó los w. 21-22 como la «Carta Magna del apostola(-)do de los doce» (Die Zwólf Apostel [FRLANT 59, Gotinga 1961] 204) y atribuyó casi toda la concepción clásica de apóstol a la invención de Lucas (Haenchen, Acts 124-25), asumiendo que su principal preocupación era definir la fuente de la autoridad y la tradición en la Igle(-)sia. Aunque Pablo no podría haber reivindica(-)do el status de apóstol si la norma de Lucas hubiese tenido vigencia en su época, Lucas no fue quien inició la restricción a los compa(-)ñeros terrenos de Jesús (cf. Mc 3,14; 6,7.30; Mt 10,2; Ap 21,14), ni tampoco se opone de forma contundente a la pretensión de Pablo (cf. 14,4.14). Su objetivo es distinto. Lo que quería era demostrar, mediante el apostolado de los Doce, la exacta continuidad entre las pretensiones de Jesús y las de la Iglesia sobre «toda la casa de Israel» (2,36; cf. vv. 2.15 su(-)pra; Lohñnk, Sammlung 77-84). Las «entradas y salidas» de Jesús con los Doce implicaba el fatídico camino hacia Jerusalén como marco de «todo cuanto hizo en el territorio de los ju(-)díos» (10,39), siguiendo la ley que rigió el des(-)tino de todos los profetas de Israel (Lc 13,33-35 [cf. Mt 23,37-39]). Ésta es la razón por la que aquellos que «caminaron con él desde Ga(-)lilea hasta Jerusalén» sean cualificados como «sus testigos ante el pueblo» (13,31, ¡discurso de Pablo!), llamándoles al arrepentimiento (10,41-43) y asumiendo el riesgo de su oposi(-)ción asesina contra todos los profetas (7,51 - 52). 22. comenzando desde: La delimitación del ministerio terreno de Jesús remite, de for(-)ma sintética, a los w. 1-5. testigo de su resu(-)rrección: El paralelismo con 13,31 sugiere que podríamos sopesar esta frase con la de «testi(-)gos ante el pueblo» que encontramos allí. El requisito lucano para ser un martys pascual (cf. 1 Cor 15,15), vgr., haber contemplado to(-)talmente las obras terrenas de Jesús, indica que, ante todo, no se trata de un testimonio ocular de la resurrección como factum, sino de una confirmación de la identidad entre el Cristo resucitado y el Jesús terreno (Roloff, Apg. 33-34; Schneider, Apg. 1.225), mediante una abierta reconstrucción de la misión al «pueblo» de Israel realizada por Jesús (Dómer, Heil 135-36). El «testimonio» como encarna(-)ción del Christus praesens resucitado hace po(-)sible la aplicación posterior del término a Es(-)teban (22,20) y Pablo (22,15; 26,16), acusados por los judíos. 23. No volvemos a escuchar más el nombre de los candidatos en ninguna otra parte del NT. La detallada información sobre José Barsabás (tradición palestinense) burla al lector, que esperaba su elección (!). 24-25. La oración, como la de 4,24-30, reviste el argumento del autor con expresiones vene(-)rables, tales como «que conoces todos los co(-)razones» (cf. 15,8; Beginnings 4.15). el puesto: El matiz local acentúa el irónico contrapunto entre el oficio que Judas dejó vacante y el fu(-)nesto «territorio» que adquirió en su lugar. este ministerio y apostolado: El kai es epexegético y evoca el vocabulario del v. 17. Sin em(-)bargo, el apostolado como diakonia (1 Cor 12,5.28; Ef 4,11-12) no se considera todavía un oficio eclesiástico. El «servicio» fundamental de los Doce es la «reunificación de Israel», que Jesús había iniciado y que estaba simbolizado, proféticamente, por su propio número (Loh(-)fink, Sammlung 79). 26. echaron suertes: No se trataba de una elección mediante votación, pues «es Dios quien elige» mediante sorteo (Haenchen, Acts 162). Cf. esta antigua institu(-)ción en Lv 16,7-10; G. Lohfink, BZ 19 (1975) 247-49. con los once apóstoles: El anacronismo resulta evidente al leer 1 Cor 15,5-8.

(Benoit, Jesús, 1.189-207. Dietrich, W., Das Petrusbild der lukanischen Schriften [Stuttgart 1972] 166-94. Dómer, Heil 122-38. Dupont, Études 309-20. Holtz, Untersuchungen 43-48. Lake, K., Beginnings 5.22-30. Nellesen, E., «Tradition und Schrift in der Perikope von der Erwáhlung des Mattias», BZ 19 [1975] 205-18. Zeugnis für Jesús und das Wort [Bonn 1976] 128-78. Wilcox, M., «The Judas-Tradition in Acts 1,15-26», NTS 19 [1972-73] 438-52.)

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter I.

[The Ascension of Christ.]

1 Christ preparing his Apostles to the beholding of his ascension, gathereth them together into the mount Oliuet, commandeth them to expect in Hierusalem the sending downe of the holy Ghost, promiseth after fewe dayes to send it: by vertue whereof they should be witnesses vnto him euen to the vtmost parts of the earth. 9 After his ascension they are warned by two Angels to depart, and to set their mindes vpon his second comming. 12 They accordingly returne, and giuing themselues to prayer, chuse Matthias Apostle in the place of Iudas.
1 The former treatise haue I made, O Theophilus, of al that Iesus began both to doe and teach,
2 Untill the day in which hee was taken vp, after that he through the holy Ghost had giuen commaundements vnto the Apostles, whom he had chosen.
3 To whom also he shewed himselfe aliue after his passion, by many infallible proofes, being seene of them fourty dayes, and speaking of the things perteining to the kingdome of God:
4 And [ Or, eating together with them.] being assembled together with them, commanded them that they should not depart from Hierusalem, but wait for the promise of the Father, [ Luk_24:49 .] which, saith he, ye haue heard of me.
5 [ Mat_3:11 .] For Iohn truely baptized with water, but ye shall be baptized with the holy Ghost, not many dayes hence.
6 When they therefore were come together, they asked of him, saying, Lord, wilt thou at this time restore againe the kingdome to Israel?
7 And he said vnto them, It is not for you to knowe the times or the seasons,

[The Ascension of Christ.]

which the Father hath put in his owne power.
8 [ Act_2:1 .] But ye shall receiue [ Or, the power of the holy Ghost comming vpon you.] power after that the holy Ghost is come vpon you, and ye shall be witnesses vnto me, both in Hierusalem, and in all Iudea, and in Samaria, and vnto the vttermost part of the earth.
9 [ Luk_24:51 .] And when hee had spoken these things, while they beheld, hee was taken vp, and a cloud receiued him out of their sight.
10 And while they looked stedfastly toward heauen, as he went vp, behold, two men stood by them in white apparell,
11 Which also said, Yee men of Galililee, why stand yee gazing vp into heauen? This same Iesus, which is taken vp from you into heauen, shall so come, in like maner as yee haue seene him goe into heauen.
12 Then returned they vnto Hierusalem, from the mount called Oliuet, which is from Hierusalem a Sabbath dayes iourney.
13 And when they were come in, they went vp into an vpper roome, where abode both Peter & Iames, & Iohn, and Andrew, Philip, and Thomas, Bartholomew, and Matthew, Iames the sonne of Alpheus, and Simon Zelotes, and Iudas the brother of Iames.
14 These all continued with one accord in prayer and supplication, with the women, and Mary the mother of Iesus, and with his brethen.
15 And in those dayes Peter stood vp in the mids of the disciples, and said, (The number of names together were about an hundred and twentie)
16 Men and brethren, This Scripture must needs haue beene fulfilled, [ Psa_41:9 .] which the holy Ghost by the mouth of Dauid spake before concerning Iudas, which was guide to them yt took Iesus.

[Matthias chosen.]

17 For hee was numbred with vs, and had obtained part of this ministerie.
18 [ Mat_27:7 .] Now this man purchased a field with the reward of iniquity, and falling headlong, he burst asunder in the mids, and all his bowels gushed out.
19 And it was knowen vnto all the dwellers at Hierusalem, insomuch as that field is called in their proper tongue, Aceldama, that is to say, The field of blood.
20 [ Psa_69:26 .] For it is written in the booke of Psalmes, Let his habitation be desolate, and let no man dwell therein: [ Psa_109:7 .] And his [ Or, office: or, charge.] Bishopricke let another take.
21 Wherefore of these men which haue companied with vs all the time that the Lord Iesus went in and out among vs,
22 Beginning from the baptisme of Iohn, vnto that same day that he was taken vp from vs, must one be ordained to be a witnesse with vs of his resurrection.
23 And they appointed two, Ioseph called Barsabas, who was surnamed Iustus, and Matthias.
24 And they prayed, and said, Thou Lord, which knowest the hearts of all men, shew whether of these two thou hast chosen,
25 That hee may take part of this ministerie and Apostleship, from which Iudas by transgression fell, that hee might goe to his owne place.
26 And they gaue foorth their lots, and the lot fell vpon Matthias, and hee was numbred with the eleuen Apostles.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



Compleción de los doce en Jerusalén

12 La frase camino de un sábado es una expresión de distancia más que una especificación del día en que tuvieron lugar los hechos. Por supuesto, los judíos querían ser cuidadosos de no hacer trabajo alguno los sábados y caminar una distancia larga era considerado como tal. La expresión significa, pues, una corta distancia a pie y probablemente era menos de un km. y medio.

13 La lista de los discípulos es idéntica a la de Luc. 6:13-16, con la obvia omisión de Judas Iscariote. 14 La presencia de las mujeres y la familia del Señor eran importantes para Lucas. Los once y las mujeres habían seguido los hechos del Evangelio, pero la familia de Jesús había mostrado menos entusiasmo (Mar. 3:21-35; Luc. 8:1-21; ver también Luc. 23:49; 24:10). Los hermanos de Jesús incluían a Jacobo que, según Pablo, había visto al Cristo resucitado (1 Cor. 15:7), y que llegaría a ser una figura importante en la iglesia en el período cubierto por Hech.

15 La cantidad de ciento veinte personas es más que sólo un número redondo. Era el número más pequeño en la tradición judía para que un pueblo tuviera su propio consejo. Había una tradición de que cada juez gobernaría o representaría por lo menos a diez miembros. Puede ser, por lo tanto, que Lucas está sugiriendo que la joven iglesia ya era una comunidad por derecho propio y que eso requería que hubiera un duodécimo líder.

18, 19 La RVA pone estos versículos entre paréntesis, como otras versiones, indicando que probablemente no deben considerarse parte del discurso de Pedro sino más bien como un comentario expli cativo de Lucas. La historia narrada concuerda en lo básico con el único registro evangélico del hecho (Mat. 27:3-5). Los detalles que parecen ser una variante pueden ser reconciliados si los dos relatos se leen juntos de esta manera: después de rechazar el dinero, los sacerdotes compraron el campo en nombre de Judas y a su favor, y fue allí donde él se ahorcó. Su cuerpo ya no estaba colgando en el momento en que fue descubierto, sino que había caído al suelo donde se reventó por medio.

20-22 El discurso mismo continúa con dos citas del Sal. 69:25 y 109:8. Sin embargo, el uso de las Escrituras era sólo una de las razones para reemplazar a Judas. Aun al margen de las especulaciones ya hechas sobre el v. 15, la razón, en primer lugar, para tener doce casi sin duda fue porque había doce tribus en Israel (ver p. ej. Luc. 22:30) y el ser testigo a todo Israel es un tema muy importante en estos primeros capítulos de Hech.

Las calificaciones que se dan aquí para acompañar a los discípulos eran que se tratara de alguien que ha estado con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, lo que tiene sentido si se trataba de alguien que debía ser testigo. Pablo mismo consideraba que su propio testimonio, en algún sentido, era inferior porque se había unido al movimiento relativamente tarde (1 Cor. 15:5-8). Es interesante que Pedro aquí señala que todo el tiempo comenzaba con el bautismo de Juan, dado que no fue sino después de ese tiempo que Jesús comenzó a llamar a los discípulos para que le siguieran (sobre Juan el Bautista ver también Hech. 10:37; 13:16-25; 18:24-19:10).

26 El uso de suertes para tomar una decisión de esa importancia es extraña para nosotros, pero hay dos cosas importantes que deben recordarse. Primera, que esto ocurrió antes del don del Espíritu Santo y que, para estos judíos, Prov. 16:33 parecería apoyar tal forma de someter en oración el proceso de decisiones a la voluntad de Dios. Segunda, echar suertes fue algo hecho después que los discípulos se habían esforzado en especificar las calificaciones y en identificar a los candidatos más calificados. En otras palabras, la suerte no fue usada para decidir entre los ciento veinte, sino entre dos candidatos de una lista corta con iguales calificaciones. La iglesia también tomó algunas decisiones muy importantes juntando a las partes correspondientes y teniendo una reunión (ver cap. 15). No se vuelve a oír sobre Matías.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Primer informe sobre la comunidad de Jerusalén. Éste es el primero de los sumarios o resúmenes que Lucas presenta en los Hechos. Son como paradas narrativas entre los diversos episodios de su libro. Conectan con lo anteriormente narrado y nos dan las claves de interpretación de lo que a continuación nos va a contar. Lucas nos presenta aquí el núcleo original de la Iglesia constituida por tres grupos: los once, las mujeres y la familia de Jesús. Lo mismo que al inicio de su evangelio, sitúa en un lugar destacado a María. Dice escuetamente que estaba allí. Es fácil imaginarse, sin embargo, lo que debió suponer su presencia en medio de aquellos discípulos que todavía dudaban ante la misión encomendada por Jesús. Al finalizar el Concilio Vaticano II en 1965, el papa Pablo VI proclamó a María como «Madre de la Iglesia». Es así como nos la presenta Lucas. Ella no podía estar ausente cuando la Iglesia estaba a punto de nacer. En este núcleo original de la Iglesia estaban también las mujeres que siguieron a Jesús desde el principio de su vida pública. El libro de los Hechos nos va a demostrar que no había, en el primer grupo de discípulos, absolutamente ninguna discriminación entre hombres y mujeres ante las responsabilidades de llevar adelante la misión de Jesús. La discriminación, contra la que seguimos luchando en nuestros días, vino después y no tuvo nada que ver con el Evangelio.
Con este primer informe comienza la segunda etapa de preparación para la venida del Espíritu y va a estar dedicada a la oración. Durará nueve días. El lugar de reunión de aquel pequeño grupo era el piso superior de la casa donde estaban alojados. Allí perseveraban «íntimamente unidos» en la oración. La expresión «íntimamente unidos» es preferida por Lucas para destacar la unidad de la comunidad en la oración, en su manera de pensar y en su forma de actuar (cfr. 2,46; 4,24; 5,12; 8,6). Ya, desde aquí, nos señala algunas de las características fundamentales a las que toda comunidad cristiana debe aspirar.

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



1. "Teófilo": ver nota Luc_1:3.

5. "Bautizados en el Espíritu Santo": esa expresión designa figurativamente la efusión del Espíritu en Pentecostés.

6. Los Apóstoles, que compartían algunas esperanzas mesiánicas demasiado terrenas, pensaban que el Mesías iba a restablecer de inmediato la dinastía davídica y la gloria temporal de Israel. Ver Mat_20:20-21.

12. El descanso sabático permitía recorrer en sábado la distancia de un kilómetro aproximadamente.

13. "Zelote": ver nota Luc_6:15.

14. "Hermanos": ver nota Mat_12:46.

16-19. Ver Mat_27:3-8.

20. Sal_69:26; Sal_109:8.

26. "Echaron suertes": este recurso era frecuente en el Pueblo judío para conocer la voluntad de Dios. Ver Jos_7:14; 1Sa_14:41-42; Luc_1:8-9.

Biblia Latinoamericana (San Pablo, 1995)



[.] He aquí a la primera comunidad en oración, un grupo de ciento veinte personas (15), en el que los apóstoles ocupan un lugar aparte. Las mujeres que aquí se mencionan son, en primer lugar, las del grupo que había venido con Jesús a Jerusalén (Lc 23,55). Lucas dio a María el primer lugar al comienzo del Evangelio, pues en ella el Espíritu cumplió su obra, y aquí se la debía mencionar cuando el Espíritu hiciera nacer a la Iglesia. Seguramente María jugó un papel decisivo durante esos días en que los apóstoles trataban de repensar todo lo que habían visto y aprendido de Jesús, pues sólo ella podía hablarles de la Anunciación y de muchas cosas de la vida privada de Jesús, ayudándoles así a entrar en el misterio de su personalidad divina. Pero de todo esto Lucas no dice nada. María ahora desaparece. A diferencia de los hermanos de Jesús que aspiraban al poder en la Iglesia, ella no es más que una presencia orante.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

En la descripción del grupo de discípulos anterior a la venida del Espíritu Santo hay dos notas que señala expresamente el autor: la vida de oración y la presencia de María.

«Es una anotación insistente en el relato de la vida de los primeros seguidores de Cristo: todos, animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en la oración (Hch 1,14) (...).

La oración era entonces, como hoy, la única arma, el medio más poderoso para vencer en las batallas de la lucha interior» (S. Josemaría Escrivá, Hom. 2. 242).

La Tradición, al contemplar y meditar este cuadro, ha concluido que en él aparece la maternidad que la Virgen ejerce sobre toda la Iglesia, tanto en su origen como en su desarrollo.


Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

— monte de los Olivos: Ver nota a Mat 21:1.

— en sábado: La interpretación que los judíos hacían de la ley de Moisés autorizaba a recorrer en sábado sólo una distancia algo inferior a un kilómetro.

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*1 El primer capítulo marca el paso entre los dos libros de la obra lucana: un breve prólogo resume los contenidos del evangelio, recordando las apariciones del Resucitado, especialmente la última; además se narra la elección de Matías para completar el grupo de los doce apóstoles, testigos cualificados de Jesús.

Nueva Versión Internacional (SBI, 1999)

[b] situado … ciudad. Lit. que está cerca de Jerusalén, camino de un *sábado (es decir, lo que la ley permitía caminar en el día de reposo).

Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)



EL CAMINO DE SÁBADO: era la distancia máxima que se permitía a los judíos recorrer en día de sábado, algo más de un kilómetro.

iNT-CEVALLOS+ Interlineal Académico Del Nuevo Testamento Por Cevallos, Juan Carlos

[I τοῦ καλουμένου I] llamado.

Biblia Peshitta en Español (Holman, 2015)

a Luc 24:47

Biblia Textual IV (Sociedad Bíblica Iberoamericana, 1999)

camino de un sábado... Menos de tres kilómetros. Distancia limitada para recorrer en el sábado.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 1.13 Cf. Lc 6.14-16 y paralelos.

[2] 1.20 Sal 69.25.

[3] 1.20 Sal 109.8.

Nuevo Testamento México (Centro Bíblico Hispano Americano, 1992)

Camino de un sábado, dos mil codos, algo más de un kilómetro.

Jünemann (1992)


12 c. El que se podía andar en sábado = unos cinco estadios.


Nueva Traducción Viviente (Tyndale House, 2009)

En griego trayecto de un día de descanso.

Torres Amat (1825)



[4] Jn 14, 16-26.

[16] 40, 10.

[20] Sal 69 (68), 26; 109 (108), 8.

Reina Valera (Sociedades Bíblicas Unidas, 1960)

* Aquí equivale a sábado.