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Un gran temor se apoderó de toda la Iglesia y de todos cuantos oyeron esto. (Hechos 5, 11) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 5

NUEVO ASPECTO DE LA COMUNIDAD (4,32-5,16).

b) Castigo de Ananías y Safira (Hch/05/01-11).

1 Cierto hombre llamado Ananías, con su mujer Safira, vendió un campo, 2 y se guardó parte de su precio, con el consentimiento de su mujer, y llevando sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles.

Con estos versículos se introduce una historia, que no solamente se pone como una sombra negra sobre la escena hasta ahora tan brillantemente delineada de la comunidad primitiva, sino que incluso hoy día nos parece extraña y nos impresiona a causa del castigo que se ejecuta. En la intención del narrador el relato forma parte (como conclusión dolorosa) de las dos porciones precedentes. Los versículos 4,32-35, en una declaración emotiva, han mostrado el aspecto general del heroico servicio fraterno en la entrega de la propiedad personal, y a continuación se colocó en 4,36s el ejemplo particularmente meritorio de José Bernabé. A continuación, los Hechos de los apóstoles se ven obligados a informar sobre una acción sombría que sucedió en el ámbito más íntimo de la primitiva Iglesia. El hecho de que san Lucas no omita este suceso, sino que lo declare abiertamente, nos robustece en la confianza de su exactitud y veracidad.

San Lucas no pretende pintar alegres colores en el cuadro de la historia y mostrarlos como sustraídos de la tierra. Sabe demasiado bien cómo la Iglesia queda a merced de las impugnaciones y extravíos humanos y cómo está puesta en la lucha de la gracia de Cristo con el poder siempre activo del mal. Así como al principio del libro se trata abiertamente de la sombría acción de Judas, así también ahora se muestra un delito, en el que personas que se habían agregado al grupo de los discípulos, perdieron su elección de forma parecida a Judas. También en estas personas desempeña un papel diabólico la codicia de dinero y da a Satán el poder de una ofensiva peligrosa contra el espíritu íntegro de la comunidad. ¿Cómo precave la Iglesia este peligro que surge? La intención particular del relato es realzar esta precaución de la Iglesia. En el relato se intenta poner de relieve el poder (que es actual en los apóstoles) del Señor que conoce y juzga.

3 Pedro le dijo: «Ananías, ¿por qué ha llenado Satán tu corazón impulsándote a engañar al Espíritu Santo y a guardarte una parte del precio del campo? 4 ¿No eras dueño para quedarte con él, y no podías disponer plenamente de él aun después de vendido? ¿Por qué te decidiste a hacer lo que has hecho? No has defraudado a los hombres, sino a Dios.» 5 Al oír Ananías estas palabras, cayó al suelo y expiró. Y un gran temor se apoderó de todos los oyentes. 6 Levantáronse, pues, los jóvenes, lo amortajaron y lo llevaron a enterrar.

Otra vez aparece Pedro en escena haciendo valer su autoridad. Se presenta a Pedro con el pleno poder de su cargo. Hasta ahora le vimos más como orador y pregonero responsable de la comunidad, y en el milagro del cojo de nacimiento reveló el poder medianero de curar que se le había dado. Ahora comparece ante nosotros en posesión de una ciencia superhumana y de un poder judicial, que decide sobre la vida y la muerte. ¿Podían ser delineadas todavía con más vigor la grandeza y el poder del oficio apostólico?

Notamos cuánto le importa a este relato hacer que se manifieste tan visiblemente como sea posible la presencia de Cristo Jesús en el Espíritu Santo, y mostrar la Iglesia en su santidad e integridad. En la frase: «No has defraudado a los hombres, sino a Dios», se nos aclara el ambiente en que vivía esta Iglesia. Los hombres de hoy día, que tendemos a ver también la Iglesia como otras manifestaciones de la historia según su acierto y oportunidad externas, ¿podemos comprender por completo y podemos afirmar la verdad expresada en esta frase de Pedro?

¿Con qué derecho puede el apóstol decir que Ananías ha defraudado a Dios? La primera frase nos da los motivos en que se funda este derecho: «Ananías, ¿por qué ha llenado Satán tu corazón impulsándote a engañar al Espíritu Santo y a guardarte una parte del precio del campo?» ¿En qué consistía el delito contra Dios? ¿En la suma defraudada y encubierta? Esta suma no debió ser demasiado grande. No, no era el dinero como tal. Ananías no estaba obligado a entregar el dinero, como tampoco estaba forzado a vender el campo. Esto se dice con toda claridad en la frase siguiente. Ya hemos observado esto, cuando antes nos preguntábamos cómo estaba organizada esta comunidad de bienes. Era un asunto que se decidía de una forma plenamente voluntaria.

Por tanto ¿en qué consistía la culpa? Lo sabemos y podríamos estremecernos de horror por este conocimiento. Fue la mentira, que pretendió hacer donación a la Iglesia de todo el importe de la venta. ¿Fue realmente tan grave esta mentira? Eso es lo que nos gustaría preguntar al vernos sorprendidos. La mentira tiene que haber sido más grave de lo que quizás podemos pensar. Con todo podemos adivinar la razón. ¿Quién es Pedro, qué es la comunidad, ante la que él se encuentra? La comunidad es la obra de Cristo Jesús, la obra del Espíritu Santo. Tal vez con este relato -si echamos una mirada retrospectiva a lo que hemos dicho hasta aquí- el misterio divino de esta Iglesia, que Cristo puso en el mundo, se nos acerca, y se nos aclara lo que rodea al Espíritu Santo, que sostiene y llena la Iglesia. Hasta ahora siempre se nos ha dicho con qué fruto y temor los que no pertenecían a la comunidad de los fieles miraban hacia ella, cómo se asombraban por los prodigios y señales con que se manifestaba visiblemente la presencia de Dios. Vimos cómo incluso el sanedrín retrocedió ante la fuerza del espíritu que actuaba en los apóstoles. Y la integridad y desinterés de esta comunidad incipiente ¿debía ahora ser herida en su propia solidaridad por la corrupción de la mentira y ser quebrantada en su germen?

No se trata de una acometida innocua de los hombres, sino del intento de Satán, que quería servirse de los percances humanos, como en la acción de Judas, para irrumpir en el círculo santificado de los redimidos. Así como Satán quiso herir la primera creación de Dios con la seducción de los primeros hombres, así también no sólo ha tentado al Hijo de Dios hecho hombre, sino también a los llamados por él para dar testimonio de Dios. Solamente si relacionamos el relato concreto con este contexto más profundo podremos comprender, estremecidos, el castigo inesperadamente duro que descarga sobre Ananías y su mujer Safira. Se trata del carácter sagrado de la comunidad de Cristo, de la inviolabilidad del Espíritu Santo, que representa el misterio de la vida de esta comunidad. Este Ananías, a quien sacaron muerto, nos recuerda el fin sombrío del que, inducido por Satán, creyó que podía traicionar a Cristo por treinta denarios, y se ha traicionado a sí mismo.

7 Aproximadamente a las tres horas entró su mujer, ignorante de lo que había sucedido. 8 Pedro le preguntó: «Dime si habéis vendido el campo en tanto.» Y ella le contestó: «Sí, en tanto.» 9 Y Pedro a ella: «¿Conque os pusisteis de acuerdo entre vosotros para tentar al Espíritu del Señor? Pues mira, a la puerta están llegando los que acaban de enterrar a tu marido y te llevarán a ti.» 10 Cayó, pues, al instante a los pies de él y expiró. Entrando los jóvenes, la encontraron muerta y la llevaron a enterrar junto a su marido.

No queremos fijarnos en el arte literario con que san Lucas expone los dos acontecimientos y los compara entre sí. Aquí nos interesa examinar nuevamente el mensaje religioso y su contenido teológico en orden a la salvación. La venida de la mujer da ocasión a Pedro para hacer que se patentice la profunda bajeza de la pretensión de los dos esposos. La mujer conocía el plan del encubrimiento y de la mentira. La mentira estaba convenida. Esto se ve por el hecho de que ella conocía el importe de la cantidad entregada. ¿Quién fue el promotor y el más culpable de los dos? No se dice. Sea como sea, se nos recuerda a nuestros primeros padres, que contravinieron al principio el mandamiento de Dios y sufrieron juntos el castigo. ¿Tenemos derecho a explicar con más pormenor esta comparación? La idea puede ser suficiente.

Causa extrañeza lo que se dice en el versículo 10: «Cayó, pues, al instante a los pies de él y expiró.» ¿Por qué causa extrañeza? Porque desde 4,32, se va repitiendo, a lo largo del relato, la expresión «a los pies de los apóstoles» se va repitiendo de un modo sorprendente y establece alguna relación entre los distintos pasajes en que aparece, al mismo tiempo que sugiere y evoca, en forma singular, la autoridad y el poder de los apóstoles. En 4,35 se nos dice con una descripción sintética que los miembros de la comunidad vendían sus tierras y sus casas, y el producto de la venta «lo ponían a los pies de los apóstoles». De José Bernabé se cuenta que también él «puso a los pies de los apóstoles» el dinero que cobró por el campo (4,37). Y con el mismo lenguaje figurado se dice también de Ananías que «puso a los pies de los apóstoles» la parte del importe que quería entregar. Por tanto, con esta expresión, en que se señala simbólicamente la posición señera y la autoridad de los apóstoles dentro de la comunidad y se relacionan entre sí los tres pasajes citados. ¿Es casual en el empleo de la expresión que ahora se diga de Safira que se desplomó muerta «a los pies» del apóstol Pedro? ¿O bien el autor quiso dar un sentido especial a la expresión? Esta difunta a los pies de Pedro ¿debe quizás ser una impresionante señal del poder que había sido transmitido a los apóstoles por Cristo, Señor de la comunidad?

11 Y un gran temor se apoderó de toda la Iglesia y de todos los que oyeron estas cosas.

Esta frase no solamente concluye el relato, sino que también nos descubre el peculiar significado del castigo del matrimonio culpable. El castigo que recayó sobre Ananías y Safira iba dirigido personalmente a ellos, por más que queramos contenernos en averiguar más de cerca el destino final ante Dios. Con su muerte debió ser eliminado y proscrito del ámbito santificado de la comunidad con una claridad estremecedora todo lo nocivo, sobre todo el veneno destructor de la mentira y de la hipocresía. Pero al mismo tiempo debió ser demostrado a todos los hombres, tanto a los miembros de la comunidad como a los que no lo eran, cómo el Señor vigilaba con inexorable rigidez por la pureza e integridad de sus «santos» (9,13). Por eso el «temor» que se apoderó de todos, debía favorecer la protección y la intangibilidad de la Iglesia, y conducir al saludable respeto profundo ante el misterio del Espíritu Santo, que le ha sido confiado. Este Espíritu es el que no solamente dirige y robustece la Iglesia contra toda persecución que provenga de fuera, sino que también la capacita para precaver las crisis que pueden surgir dentro de la comunidad a consecuencia de las continuas vicisitudes de las cosas humanas.

Con lo dicho también hemos rozado las objeciones, que se pueden hacer contra la veracidad de la historia de Ananías y Safira. Se cree que no se puede conciliar este castigo incomprensiblemente severo con el Evangelio de Jesús. Alguien podría escandalizarse de la ejecución tan dura del castigo, la cual no dejó ocasión a los culpables para el arrepentimiento y la expiación. Se hace referencia al amor que antes de la pascua manifestaba el Señor a los pecadores, como se perfila especialmente en el Evangelio según san Lucas. Por la sensación humana que se experimenta, se pregunta si el castigo tiene una relación tolerable con el delito. La índole de la narración ¿no lleva en sí el estilo de la leyenda, que ha surgido para realzar de la forma más gráfica posible la autoridad y el poder de los apóstoles? ¿Qué hay que decir a este respecto? Ha de estar lejos de nosotros querer defender a toda costa la historicidad de la narración. No hay que excluir la posibilidad de que los escritos del Nuevo Testamento también puedan servirse de fragmentos legendarios para orientar el mensaje de salvación. Sin embargo, mientras no existan objeciones terminantemente irrefutables, tenemos la obligación de retener la realidad histórica de lo que se declara, incluso cuando difícilmente puede encajar el contenido con nuestra manera de pensar.

Reflexionemos sobre esta narración. Se nos cuenta con un esquema determinado, con una exposición muy arrebañada. No se pueden comprobar los pormenores del suceso. Nada podemos decir de lo que sucedió en el interior de los interesados. Pedro no ha infligido la muerte, solamente la ha previsto. Así por lo menos se puede conocer en las palabras que Pedro dirigió a Safira. ¿Se puede contraponer el castigo con la conducta de Jesús, ya que se trataba de proteger su comunidad? ¿No conoce también Jesús la dureza del castigo, cuando se trata de salvaguardar valores supremos? Léase la frase: «Os aseguro que habrá menos rigor para Sodoma en aquel día que para esta ciudad» (Luk_10:12). A los doctores de la ley les amenazó diciendo: «Para que se pida cuenta a esta generación de la sangre de todos los profetas» (Luk_11:50). Jesús dice hablando del escándalo: «Más le valdría que le colgaran al cuello una rueda de molino de las que mueven los asnos, y lo sumergieran en el fondo del mar» (Mat_18:6). Conocemos las severas sentencias del Hijo del hombre en el mensaje del Apocalipsis: «Voy a ti en seguida, y lucharé con ellos con la espada de mi boca.» Así amenaza el Hijo del hombre a los nicolaítas de la comunidad de Pérgamo (Rev_2:16), y a los seductores de la comunidad de Tiatira les conmina: «Y a los hijos de ella los mataré sin remisión, y conocerán todas las Iglesias que soy quien escudriña riñones y corazones. Y os daré a cada uno según sus obras» (Rev_2:23). ¿No tenemos aquí el mismo factor que también fue eficiente en el castigo de Ananías y Safira, cuando se quiso preservar la primera comunidad del Espíritu pernicioso?

c) Creciente prestigio de los apóstoles (Hch/05/12-16).

12 Por mano de los apóstoles se realizaban muchas señales y prodigios en el pueblo, y estaban todos unánimemente en el pórtico de Salomón. 13 De los demás, nadie se atrevía a mezclarse con ellos; pero el pueblo los tenía en gran estima. 14 Cada día se agregaban nuevos creyentes en el Señor, multitud de hombres y de mujeres, 15 hasta el extremo de sacar los enfermos a las plazas y ponerlos sobre lechos y camillas, para que, al paso de Pedro, siquiera su sombra cubriera a alguno de ellos. 16 Concurría también muchedumbre de gentes de los alrededores de Jerusalén llevando enfermos y atormentados por espíritus impuros, los cuales eran curados todos.

Un relato sumario, como los dos que ya vimos antes (Rev_2:42 ss; Rev_4:32 ss), dirige de nuevo la mirada a la comunidad, a su crecimiento y a su fuerza promotora. Y de nuevo vemos cómo la Iglesia se reúne alrededor de los apóstoles, de su testimonio y de su poder de curar. No en balde después del primer juicio oral de los apóstoles la comunidad ha pedido a Dios que alargue su «mano para que se hagan curaciones, señales y prodigios mediante el nombre de su santo siervo Jesús» (Rev_4:29).

Ya en la curación del cojo de nacimiento conocimos lo que significaba el don de la curación en el testimonio de los apóstoles, no solamente como servicio de amor al hombre enfermo, sino como prueba de que la fuerza curativa con que Jesús recorría las regiones, también continuaba actuando en su Iglesia. En lo más profundo de este poder curativo de los apóstoles se denota el misterio de vida de la resurrección de Jesús y la fuerza de la fe en el Señor glorificado y presente. No juzgaríamos imparcialmente el misterio, que aquí es eficiente, si pretendiéramos comprender los sucesos con consideraciones naturales. Es posible que las personas que colocaban sus enfermos en la calle y que esperaban la fuerza curativa de la sombra de Pedro, estuvieran llenos de ideas equivocadas y primitivas. Eso no quita nada del motivo real de las curaciones que tenían lugar. Recordemos cómo Pedro también en la curación del cojo de nacimiento tuvo que emplear el poder de su palabra para desviar al pueblo asombrado de una manera primitiva y mágica de pensar, y para conducirle a aquel, cuyo nombre ha obrado la curación colaborando con la fe en él. No juzguemos demasiado aprisa por nuestra suficiente formación científica y por el progreso de la medicina sobre esta sencillez creyente, que busca el tacto externo. También los habitantes de éfeso quedaron tan impresionados por las fuerzas curativas de Pablo, que aplicaban a los enfermos paños y ropa que el apóstol llevaba en su cuerpo, y los enfermos se curaban (19,11 ss). ¿No podemos también pensar en aquella mujer del Evangelio, que padecía flujo de sangre y que se dijo para si: «Como logre tocar siquiera sus vestidos, quedaré curada», y de la que el Evangelio atestigua que, «al instante, aquella fuente de sangre se le secó, y notó en sí misma que estaba curada de su enfermedad» (Mar_5:29 s)? Y más adelante dice san Marcos: «Y adondequiera que llegaba, aldeas, o ciudades, o caseríos, colocaban los enfermos en las plazas y le rogaban que les permitiese tocar siquiera el borde de su manto. Y cuantos lograban tocarlo, todos sanaban» (Mar_6:56).

En este contexto se nos presenta una escena memorable. La comunidad madre todavía se limitaba al espacio de la ciudad de Jerusalén. Todavía se reúne el grupo de los discípulos en el pórtico de Salomón, del cual ya hemos oído hablar (Mar_3:11). Todavía tienen la sensación de ser judíos. Sin embargo, hay una extraña tensión entre ellos y los otros judíos. Una mezcla de temor reservado y de honrada atención. Pero las curaciones milagrosas difundieron el llamamiento de los apóstoles e hicieron venir de todas partes, incluso del contorno de Jerusalén, los que buscaban la curación, de tal forma que es comprensible que el sanedrín no permaneciera a la expectativa por más tiempo, y de nuevo echara mano a los apóstoles.

4. OTRA VEZ ANTE EL SANEDRÍN (Mar_5:17-42).

a) Arresto y liberación de los apóstoles (Hch/05/17-24).

17 Entonces el sumo sacerdote y todos los suyos, los de la secta de los saduceos, se llenaron de ira, 18 y echaron mano a los apóstoles, y los pusieron en la cárcel pública. 19 Pero un ángel del Señor, durante la noche, abrió las puertas de la cárcel, los sacó y les dijo: 20 «Id, presentaos en el templo y hablad al pueblo todas estas palabras de vida.» 21a Oído esto, entraron en el templo muy de mañana y se pusieron a enseñar.

Este reiterado comportamiento de la autoridad del templo no necesita ninguna motivación especial en el contexto de la exposición precedente. Los apóstoles, soltados después del primer juicio oral con una severa prohibición de hablar (4,17 ss), aun reconociendo las autoridades judías, se sintieron más obligados con Dios que con los hombres (4,19). En el encargo de Jesús resucitado de dar testimonio los apóstoles vieron una obligación que venía de Dios.

Su propia conciencia les mandaba hablar de lo que habían experimentado como testigos auténticos de la revelación de Dios. «No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído» (4,20), habían dicho los apóstoles antes de marcharse del sanedrín.

Con estas palabras ya se podía prever la ulterior intervención de las autoridades judías. No podían soportar por más tiempo el creciente prestigio de los apóstoles y de su comunidad. Dice el texto que se llenaron de ira, y echaron mano a los apóstoles. En el proceso contra Jesús, en el que asimismo los sacerdotes saduceos instaron con el mayor empeño a que se condenara al acusado, se atestigua el mismo factor, cuando se dice: «Pues bien sabia él que se lo habían entregado por envidia» (Mat_27:18).

En este pasaje la palabra griega que aquí se traduce por «ira», también se podría traducir por «celo». Sin embargo el contexto solamente hace pensar en una «ira» auténtica Los saduceos como guardianes del templo se apoyaron en su responsabilidad cuando volvieron a proceder contra los apóstoles. Sin embargo, Caifás, el sumo sacerdote, en el proceso contra Jesús, también dio por pretexto la solicitud por el pueblo y el templo, como nos lo testifican las siguientes palabras de doble sentido: «Vosotros no entendéis nada; no os dais cuenta de que más os conviene que un solo hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación vaya a la ruina» (Joh_11:49 s). ¡Cuán prontamente el egoísmo y la hostilidad pueden cubrirse con la apariencia de verdadera solicitud, tanto en el pequeño como en el gran campo de acción de la vida!

De nuevo los apóstoles están en la cárcel. Puede haber sido el mismo local que en el primer arresto, aunque esta vez se designa como «cárcel pública». Esta vez los doce parecen haber sido alcanzados por la medida. El encargo del testimonio que les había sido confiado por Jesús resucitado, ahora se muestra para todos en toda su gravedad. Al día siguiente se les debía hacer el proceso. ¿Qué resultado tendrá? Tienen que contar con todo. Han de presentarse ante el mismo tribunal ante el que Jesús también estuvo y fue condenado a muerte.

El Señor resucitado les da una señal, que tanto va dirigida a ellos como a sus adversarios en el sanedrín. Dios denota su proximidad. «Un ángel del Señor» les saca de la cárcel. Esto sucede de una forma inexplicable. Todo podría parecer como una novela humorística, si no fueran tan serios los móviles que están en acción. El ángel les encarga hacer lo mismo por lo cual se les había detenido. Deben presentarse en el templo, y «hablar al pueblo todas estas palabras de vida».

¿Quién era este ángel del Señor? No lo sabemos. ¿Era el mismo Jesús resucitado? Así pensaron antiguos comentadores, como Cipriano. Además en el «ángel de Yahveh», ya nombrado en el Antiguo Testamento, los santos padres también vieron la segunda Persona divina. El texto del Nuevo Testamento no da mayores indicios para esta interpretación. Tendremos que pensar en uno de los ángeles de Dios, cuya existencia y gobierno es atestiguada desde las primeras páginas de la Biblia hasta las últimas. Son seres espirituales que cuando se encuentran con los hombres, pueden ser percibidos. Como criaturas de Dios con sus mensajeros y mediadores, pregoneros y ejecutores de su voluntad. Su presencia se sustrae a toda experiencia de orden natural, pero el testimonio de la Escritura es tan fuerte y terminante, que no tenemos ningún derecho a poner en duda la realidad de estos ayudantes y servidores de Dios.

En esta liberación de los apóstoles por medio de un ángel del Señor se nos recuerda aquel otro ángel, que liberó a Pedro de la cárcel de Herodes (12,7). En general los dos relatos están estrechamente enlazados entre sí. También tenemos que pensar en aquella liberación (de la que no debe darse una explicación natural) de Pablo y de Silas de la cárcel de Filipos (16,26 ss). También podemos volver a observar cómo los Hechos de los apóstoles procuran narrar sucesos semejantes de Pedro y de Pablo.

Según la concepción de la Biblia el mismo Dios interviene allí donde actúan los ángeles. En esta liberación prodigiosa los apóstoles también se daban cuenta de esta intervención divina. Y así obedecieron la orden del ángel, y se presentaron en el templo muy de mañana, para anunciar al pueblo estas palabras de vida. Con «estas palabras de vida» se alude a todo el mensaje de salvación de la gracia de Dios en Cristo Jesús, el testimonio especialmente de Jesús resucitado, que se «mostró vivo después de su pasión» (1,3) y que desde entonces se manifiesta con su poder vital en los sucesos de pentecostés y en las curaciones milagrosas de los apóstoles, y que a todos los que creen les da aquella vida que les hace participar de la vida propia de Dios.

¿No es este pasaje una escena conmovedora de la vida de estos hombres en medio del templo judío? Son un ejemplo de que Dios es más poderoso que el odio y la persecución de los hombres. También se puede considerar lo que significa que el templo judío tenga que ofrecer el escenario para el mensaje de la «vida». El nuevo pueblo de Dios hace uso de la palabra con una fuerza vital indestructible en aquel sitio cuyos guardianes se hacen sordos al llamamiento de Dios y procuran, impotentes, impedir con la violencia externa la germinación de la vida.

21b Acudió el sumo sacerdote con los suyos y convocaron al sanedrín y a todo el consejo de ancianos de los hijos de Israel, y enviaron a la cárcel para que los trajeran. 22 Los guardianes que fueron allá no los encontraron en la cárcel. Y vueltos, informaron diciendo: 23 «Hemos hallado la cárcel cerrada con todo cuidado y a los centinelas en pie junto a las puertas, pero, al abrirlas, no hemos encontrado a nadie dentro.» 24 Cuando esto oyeron, tanto el jefe de la guardia del templo como los príncipes de los sacerdotes no acertaban a explicarse qué habría sido de ellos.

El autor de los Hechos gusta en su exposición mostrar siempre la impotencia y el desconcierto de los enemigos de la Iglesia. La escena que nos ofrece el texto no carece de un aspecto cómico. Seguros de su causa, los sumos sacerdotes, es decir, los hombres del grupo de sacerdotes saduceos, que ya tuvieron una parte decisiva en el arresto, convocan una sesión especial del sanedrín y esperan la llegada de los detenidos. Los guardias del templo escudriñan desconcertados las celdas exteriormente intactas de la cárcel, mientras que los arrestados están en el templo y anuncian el mensaje de la resurrección y de la vida al pueblo que escucha con atención. La sensación de poder de la alta autoridad se reemplaza por una situación molesta. ¿No les tenía que brotar el pensamiento de que aquí intervenía un poder más alto? El texto no revela nada sobre este particular. Pero los miembros del sanedrín que reflexionaban más profundamente ¿no tomaron más en serio la señal que se les ofrecía? El transcurso del proceso parece confirmarlo. ¿No era Gamaliel uno de los que esperaban la intervención de Dios? Sus palabras, que pronto escucharemos, parecen indicarlo.

b) Libertad de los apóstoles y progreso de la Iglesia (Hch/05/25-42).

25 Pero, en esto, se presentó uno anunciándoles: «Los hombres que metisteis en la cárcel andan sueltos por el templo, enseñando al pueblo.» 26 Fue entonces el jefe de la guardia con sus hombres y los condujeron, sin violencia, porque temían al pueblo, no fueran a apedrearles. 27 Los llevaron, pues, y los presentaron al sanedrín. El sumo sacerdote los interrogó diciendo: 28 «Os habíamos ordenado severamente que no enseñarais en este nombre, y resulta que habéis llenado Jerusalén con vuestras enseñanzas y queréis hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre.»

Los jefes judíos tienen que experimentar con una claridad creciente su importancia ante el poder vital de la comunidad de Jesús. Esto se les presenta ante la vista con una evidencia inesperada. En el primer encuentro judicial con Pedro y Juan la escena irrefutable del cojo de nacimiento curado les impedía proceder según sus verdaderas intenciones. Ahora la cárcel vacía les mostraba claramente cuán difícil es combatir contra el poder vital de un movimiento impulsado por el Espíritu Santo.

A los jefes judíos tuvo que producirles el efecto de un insoportable desafío de la conciencia de su poder la noticia de que los hombres que habían puesto en la cárcel estaban precisamente en el templo y allí anunciaban la doctrina por cuya causa se les quería procesar. Pero lo más grave para ellos es este pueblo que se reúne lleno de entusiasmo en torno de los apóstoles y escucha atentamente su predicación. El jefe de la guardia del templo con sus subordinados tuvo que experimentar cuán problemática había llegado a ser la autoridad de este sanedrín y de sus guardias con respecto a la Iglesia, cuando sin coacción ni violencia tuvieron que conducir a los apóstoles ante la asamblea del sanedrín, rodeados por la multitud del pueblo, que ya había estado dispuesta a apedrear a los que sostenían la suprema autoridad judía.

Los apóstoles están ante el sanedrín. Se presentan como hombres libres. Son libres, porque el mismo Dios los ha liberado por medio de su ángel. Son libres, porque el pueblo se colocó detrás de ellos. También aquí vemos el gobierno misterioso del Espíritu Santo. Porque sólo él puede dirigir las cosas de la vida de tal forma que los planes de Dios también se cumplan en la armonía externa de las causas. Los Hechos de los apóstoles siempre saben informar sobre tales situaciones.

Además de este temor al pueblo ¿temía también el sanedrín algo más? Raras veces suenan las palabras del sumo sacerdote. Su discurso ¿no rezuma temor y recelo? En primer lugar es una acusación. No podía ser de otra manera. El sumo sacerdote recuerda a los apóstoles la prohibición de «que no enseñarais en este nombre» (4,17s). De nuevo rehuye decir el nombre en torno del cual todo gira. ¿Es menosprecio de Jesús? ¿Es algún miedo? También se podría pensar en esto último. Porque en sus palabras se percibe una rara solicitud cuando habla de la sangre de este hombre. Alude a la sangre de Jesús. Aquella sangre que a su tiempo tomó sobre sí el pueblo extraviado en la condenación de Jesús por medio de Pilato, cuando con ofuscamiento y pasión gritó: «¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» (Mat_27:25). San Lucas no ha conservado esta frase en su Evangelio, pero la conocía, y por así decir la recupera en este pasaje cuando hace que el sumo sacerdote hable de ella.

29 Respondiendo Pedro y los apóstoles dijeron: «Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres. 30 El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros disteis muerte colgándolo de una cruz. 31 A éste lo ha exaltado Dios a su diestra como príncipe y salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de los pecados. 32 Testigos de estas cosas somos nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha concedido a los que le obedecen.» 33 Ellos, al oírlos, llenos de rabia, estaban resueltos a acabar con ellos.

La respuesta de los apóstoles a los reproches del sanedrín no es el lenguaje que usan los acusados. Antes bien se vuelve contra los acusadores con una confesión valiente. Obsérvese la sensible diferencia de su actitud en el primer juicio oral. Allí tampoco se puede notar ninguna sumisión temerosa. Pero no hay que pasar por alto una cierta reserva con respecto al supremo tribunal del pueblo. Esta vez los apóstoles ya no someten al juicio del sanedrín la decisión de si es justo obedecer a los hombres antes que a Dios. Su voz resuena claramente y sin ninguna reserva en la sala del tribunal: «Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres.»

No solamente Pedro lo dice así, aunque él es el que habla. Sino que el texto tiene cuidado en hacer constar: «Pedro y los apóstoles dijeron...» En ellos toda la Iglesia hace uso de la palabra. Pondérese el peso de estas palabras en esta situación. ¿Quién da a los apóstoles el derecho de hablar así, la facultad de considerar la orden del sanedrín como mandamiento humano, de no hacer caso de esta orden? ¿De dónde les viene la seguridad con que pueden distinguir en qué han de obedecer a Dios antes que a los hombres? Estas son cuestiones serias. Difícilmente se pueden solventar desde fuera con argumentos humanos. Concurren dos ámbitos de obligaciones: las leyes de la autoridad visible y terrena, y las leyes del Espíritu Santo. Este sanedrín como órgano del pueblo elegido por Dios podía atribuir a la voluntad divina su facultad de gobernar por medio de honorables tradiciones. Según la manera general de ver de los judíos estos hombres de Galilea eran sus súbditos. ¿No tenía, pues, derecho a reclamar una obediencia absoluta? Se podría pensar así. Y en el sanedrín probablemente muchos pensaban así, y por sus convicciones sinceras no podían pensar de otra manera.

Y sin embargo había llegado la hora en que se dieron a conocer una nueva ordenación, una ordenación que tenía que chocar con la suprema autoridad judía. El mensaje de Jesús y el testimonio sobre él después de los sucesos de pentecostés llamaba a los hombres para que tomasen la decisión de la fe. El sanedrín desoyó la llamada de la fe. El misterio de la salvación, que de parte de Dios se ofrecía a los hombres en Jesús de Nazaret, ya había sido rehusado en el proceso contra Jesús por la suprema instancia del pueblo judío. Y también ahora, cuando los discípulos de este Jesús, con su mensaje, intentan otra vez anunciar el camino de salvación de Cristo Jesús, tienen que tropezar de nuevo -desde un punto de vista humano- con la resistencia de los jefes judíos. Se denota una situación verdaderamente trágica. Siempre vendrá a ser un acontecimiento, en que el llamamiento viviente de Dios y el testimonio del Espíritu Santo dan con la ambición de poder de una tradición y organización rígidas, que no tienen intención ni son capaces de oir ni entender esta llamada. ésta era la situación en el sanedrín de Jerusalén, cuando Jesús estuvo ante él y fue condenado. Ahora de nuevo se da la misma situación, ya que el sanedrín reclama de los apóstoles una obediencia incondicional.

Los apóstoles ciertamente pudieron sentir la alternativa en que se les había puesto. Sin embargo, ya se han decidido. El encargo de Jesús resucitado se les ha confiado a ellos. El encargo del que se les ha mostrado vivo y se ha revelado en su misterio divino. El encargo del que les ha enviado al Espíritu Santo en el día de pentecostés, y desde entonces ha demostrado su fuerza con señales y prodigios. Como dijo Pedro con tono autoritativo en el primer juicio oral, ellos no podían dejar de decir lo que habían oído y visto (4,20). Los apóstoles están ante la suprema autoridad del pueblo judío. Tienen que dar respuesta. Lo hacen con la conciencia de lo que se les imputa. Su respuesta, tal como está en el relato de los Hechos de los apóstoles, comprende pocas palabras, pero en cada una de ellas se contiene una declaración trascendental. Esta respuesta es una confesión, confesión y testimonio, llamada y promesa. Una apelación promotora de la naciente Iglesia a la sinagoga recusante.

De nuevo penetra por el recinto, como primer y más importante testimonio, el mensaje que hasta ahora hemos percibido siempre como la confesión de los apóstoles. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús. La formulación de esta frase está bien pensada. «El Dios de nuestros padres», dice conscientemente el apóstol. No quiere hablar como un forastero, como si estuviera fuera de Israel. No, su Dios también es el Dios de estos hombres del sanedrín, y así es el Dios de sus padres, el Dios de Israel, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, como lo nombró Pedro ya en su discurso después de la curación del cojo de nacimiento (3,13). Con esta alusión al «Dios de nuestros padres», Pedro invoca en cierto modo, toda la historia de la revelación de este Dios como testimonio de su mensaje. «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús», así suena el testimonio ante los hombres del sanedrín, y éstos oyen este mensaje como la confesión convencida de hombres que están ciertos de lo que dicen. El apóstol recuerda con valentía la sentencia de muerte que el sanedrín ha dictado contra Jesús, cuando dice: «... a quien vosotros disteis muerte colgándolo de una cruz». ¿Por qué dice eso? ¿Pretende acusar de asesinato a los miembros del sanedrín? Ciertamente no lo pretende. Lo que quiere es dar testimonio. Quiere testificar la gloria con que el Dios de Israel, el Dios de los padres, ha exaltado a este Jesús a su diestra. Ya sabemos por las declaraciones de los Hechos de los apóstoles que se han hecho hasta aquí -y esto lo confirman todos los escritos del Nuevo Testamento-, cuán bien conocían los apóstoles la cruz y muerte de Jesús y cómo hablaban de ella con profundo respeto. Por encima de la pasión y muerte de Jesús los apóstoles contemplaban con una emoción todavía mayor la gloria que Jesús había recibido en su resurrección y ensalzamiento al lado de Dios.

En esta hora memorable Pedro muestra a Jesús de Nazaret a la diestra de Dios como príncipe y salvador, y así atestigua de él las más altas dignidades, que en el lenguaje del Antiguo Testamento solamente corresponde a Dios. Este «príncipe y salvador» ha sido exaltado por Dios, para traer a Israel la salvación que ella espera desde los profetas, y que incluye en sí la conversión y el perdón de los pecados. En las palabras de Pedro se puede ver una alusión de profundo sentido, como también la encontramos en Pablo. Cuando Pedro dice: «... a quien vosotros disteis muerte colgándolo de una cruz» (cf. 10,39), podría haber pensado en unas palabras del libro del Deuteronomio, en las que se dice: «Cuando un hombre cometiere delito de muerte, y sentenciado a morir fuese colgado en un patíbulo, no permanecerá colgado su cadáver en el madero, sino que dentro del mismo día será sepultado: porque es maldito de Dios el que está colgado del madero» (Deu_21:22 s). El apóstol Pablo ha hecho suyas estas palabras y con una interpretación teológica de la salvación las ha referido a la muerte de Jesús, cuando dice: «Cristo nos ha rescatado de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros» (Gal_3:13). La misma orientación se indica también en las palabras de Pedro, cuando describen la muerte de Jesús en la cruz con estas palabras del Deuteronomio. Lo que en primer lugar aparece como culpa de Israel y sobre todo del sanedrín, se ha convertido en la felix culpa, en la culpa dichosa, y, con esta visión profunda de fe, el recuerdo de la muerte de Jesús en la cruz se convierte espontáneamente en el llamamiento de la gracia al pueblo judío. Y así en las palabras del apóstol al sanedrín más que una acusación y un reproche, se hace una advertencia y una promesa. Dios da su Espíritu a todos los que le obedecen. Pero «obedecer» significa doblegarse a la oferta de Dios en la obra salvadora de Jesús, creer y confiar en él. Esta fe está asegurada por un doble testimonio, por el testimonio del apóstol y por el testimonio del Espíritu Santo. Por lo dicho hasta ahora conocemos el sentido de esta declaración.

En la respuesta de Pedro se describe con pocas palabras la acción salvadora de Dios. Tres veces se nombra a Dios en el texto: «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús... A éste lo ha exaltado Dios a su diestra como príncipe y salvador... El Espíritu Santo que Dios ha concedido a los que le obedecen...» Y en esta conciencia se funda la confesión introductoria: «Es preciso obedecer a Dios ante que a los hombres.» Así pues, en las palabras de los apóstoles se contiene una justificación y una llamada; una justificación del mensaje que anuncian en nombre de Jesús, una llamada a los hombres del sanedrín, con cuya inteligencia y disposición está unida de una forma decisiva la salvación de todo el pueblo.

¿Cómo acogen esta llamada? Perseveran en su obcecación. Todavía lo hacen más obstinadamente. Ellos, al oírlos, llenos de rabia, estaban resueltos a acabar con ellos. Rehúsan comprender a los apóstoles. Se repite lo que también tuvo que experimentar Jesús. Buscan un medio para desembarazarse de los molestos testigos y amonestadores. Lo hacen como guardianes de un orden que consideran como ordenación de Dios, aunque el testimonio revelado de aquel orden -como hasta ahora han expuesto los Hechos de los apóstoles- ha hecho ver la verdad de los hechos de salvación en Cristo Jesús, y el derecho de los apóstoles a proclamar su mensaje.

Este sanedrín nos ofrece una escena conmovedora. Actúan todas las pasiones y debilidades humanas, antes en la condenación de Jesús y ahora también en la persecución de sus apóstoles. ¿Podemos acusar y condenar? ¿Dónde está el principio y el límite de la culpa y de la responsabilidad? ¿Tenía que suceder todo como sucedió? ¿Estaba todo decretado por Dios? El apóstol san Pablo en la epístola a los romanos procuró dar respuesta a esta pregunta con una visión profunda de la historia de la salvación (Rom 9-11). Pero al final tiene que confesar humildemente: «¡Oh profundidad de la riqueza, y de la sabiduría, y de la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus decisiones, y qué inexplorables sus caminos!» (Rom_11:33).

34 Pero surgió en el seno del sanedrín un fariseo, llamado Gamaliel, doctor de la ley, estimado por todo el pueblo, el cual mandó que los hicieran salir por un momento, 35 y dijo: «Hombres de Israel, reflexionad qué vais a hacer con estos hombres. 36 Porque hace tiempo surgió Teudas, haciéndose pasar por un personaje, y se le unieron alrededor de cuatrocientos hombres. El fue muerto, y todos sus adeptos se dispersaron y fueron reducidos a la nada. 37 Después de él se levantó Judas de Galilea, en los días del censo, y arrastró gente detrás de sí; también este pereció, y todos sus adeptos se dispersaron.

Jesús resucitado vela por sus testigos. La obra de éstos todavía no está concluida. Todavía no había llegado su hora, se podría decir usando el lenguaje del Evangelio de san Juan (Joh_7:30; Joh_8:20). El Espíritu Santo también dirige las cosas en esta hora tan crítica para la Iglesia, como nos lo muestra la actuación del fariseo Gamaliel. Era un teólogo y doctor de la ley, que gozaba de gran prestigio. Así lo testifican también los escritos del judaísmo rabínico, que conservamos en el llamado Talmud. Para los Hechos de los apóstoles este hombre también tiene un especial interés, porque el apóstol san Pablo en una hora amenazadora se ha referido a él ante el pueblo judío irritado, cuando dijo: «Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, en la escuela de Gamaliel, instruido cuidadosamente en la ley patria, lleno de celo por la causa de Dios» (22,3). Se nos presenta a Gamaliel como fariseo. Se hace esta presentación con especial cuidado. Leyendo los Hechos de los apóstoles se recibe la impresión de que el grupo fariseo en Jerusalén no tomó contra los discípulos de Jesús una actitud tan hostil y fanática como los saduceos y la autoridad sacerdotal del templo. Léase el relato sobre el juicio oral de Pablo ante el sanedrín (23,1 ss). Incluso ante la enemistad del partido sacerdotal, Pablo pudo ganarse la simpatía de los fariseos y provocar en favor suyo una escisión en la suprema autoridad del judaísmo. Siempre se nos advierte que no podemos transferir la actitud hostil de grupos particulares a todo el pueblo judío.

¿Qué pensamientos e intenciones mueven a Gamaliel? Conoce el partido de los saduceos guiado por la ambición de poder externo. Ha presenciado su manera de proceder en el proceso contra Jesús. Porque es de suponer que Gamaliel también asistió a las funestas sesiones de dicho proceso. También pertenecían al sanedrín hombres como Nicodemo (Joh_3:1; Joh_7:50) y José de Arimatea (Joh_23:50 s). Gamaliel era muy consciente de la injusticia que se hizo a Jesús. Quiere evitar una nueva injusticia.

Se denota una profunda visión religiosa de la cosas en las palabras del escriba. Una observación e interpretación madura y atenta de las cosas y acontecimientos en la historia de su pueblo. Era un tiempo cargado de tensión para este pueblo. ¿Qué podía sentir un sincero investigador como Gamaliel? El dominio extranjero hacía muchas decenas de años que se había establecido en el país. El deseo de libertad e independencia hizo que la expectación mesiánica, que se arraigaba profundamente en los escritos sagrados, estallara apasionadamente en las tentativas de rebelión, de las que informa el historiador judío Flavio Josefo. Si leemos atentamente los Evangelios, también encontramos en ellos esta agitación política del judaísmo como fondo de la vida de Jesús. Sabemos cómo incluso los discípulos del Señor estuvieron dominados por las ideas de los movimientos mesiánicos que ardían sin llama en todo el pueblo.

Gamaliel cita dos ejemplos. Dejamos aparte la pregunta que hace la investigación exegética, a saber, cómo este relato puede conciliarse con los datos de Flavio Josefo. Se admite la posibilidad de que san Lucas al referir de un modo literario las palabras de Gamaliel haya ordenado los dos acontecimientos de una forma libre. Sin duda se trata de datos históricos atestiguados. El movimiento que ha suscitado Judas Galileo muestra también su supervivencia ya en tiempo de Jesús y más tarde en el partido de los llamados zelotas. Pero no se logró el éxito que prometían las tentativas de rebelión, las cuales indujeron a la potencia ocupante a tener todavía mayor vigilancia y severidad. En el Evangelio de san Lucas leemos un ejemplo de este resultado de las intentonas, cuando se informa de los «galileos cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ellos ofrecían» (Luk_13:1 ss).

38 »Y ahora yo os digo: dejad en paz a estos hombres y soltadlos. Porque, si fuese cosa de hombres, este plan o esta obra, se disolverá; 39a pero, si es cosa de Dios, no lograréis disolverlos; y no vayáis a encontraros con que estáis en lucha contra Dios.»

En estas palabras se da a conocer el motivo más profundo de la intervención de Gamaliel. éste sabe que Dios dirige la historia humana. La vista del camino por el que ha andado el pueblo judío, como lo atestiguan las Sagradas Escrituras, ha marcado su cuño en el juicio de Gamaliel. Los sucesos del tiempo pasado más reciente han profundizado los conocimientos y la experiencia de Gamaliel. ¿Qué pensaba éste de Jesús de Nazaret? Las palabras de Gamaliel no revelan nada sobre este particular. Conocía la muerte de Jesús. De eso no se puede dudar. ¿Sabía algo más? ¿No estaba también enterado de las cosas extraordinarias que acontecieron desde esta muerte, es decir, de los prodigios y señales? ¿No conocía el espíritu sincero de la comunidad? Seguramente estaba impresionado por la actuación de estos acusados, por su testimonio.

Gamaliel no se guía por mera prudencia ni por un cálculo de conveniencias, sino por el conocimiento de Dios, que -tal es probablemente su idea- podría estar activo en la obra de los apóstoles. No podemos descubrir los últimos conocimientos y consideraciones de este hombre, pero se tenía que agradecer a su perspicacia que el camino de la Iglesia fuera preservado de un peligro, que desde un punto de vista humano era mucho mayor de lo que nos parece. De nuevo se nos muestra que un poder superior gobierna esta Iglesia: el poder y el amor del Espíritu Santo.

39b Le hicieron caso. 40 Y llamando a los apóstoles, después de azotarlos les ordenaron que no volvieran a hablar en el nombre de Jesús, y los soltaron. 41 Ellos, pues, salían gozosos de la presencia del sanedrín, porque habían sido dignos de padecer afrentas por el nombre.

¡Cuánto puede un solo hombre, a quien se le ha concedido la sabiduría y prudencia y el poder de la voluntad sincera, desinteresada! Ante él se doblega la efervescente conmoción de los demás. Gamaliel conoce al sanedrín y consigue que suelten a los apóstoles. El Espíritu Santo se sirve del hombre, y dirige y guarda a la Iglesia. La leyenda dice que Gamaliel pronto se hizo cristiano. No sabemos nada con seguridad sobre ello. Difícilmente se puede suponer que profesara la fe en Cristo. Si la hubiera profesado, difícilmente tendría el gran prestigio que tiene en la tradición judía. Pero podemos suponer que en este memorable juicio oral pudieron recapacitar muchos que escucharon el testimonio de los apóstoles, y lo relacionaron con lo que irradiaba a los hombres la naciente Iglesia.

¿Qué significa la flagelación en el feliz desenlace de este peligroso proceso? El sanedrín los castigó y así conservó su aspecto de suprema autoridad. La flagelación tiene la apariencia de un castigo por no haber observado la prohibición de hablar. También Pablo tuvo que sufrir cinco veces la flagelación (2Co_11:24), que de ordinario constaba de treinta y nueve azotes, porque se temía sobrepasar el número de cuarenta. En el discurso de Jesús sobre el fin de los tiempos se dice: «Os entregarán a los tribunales del sanedrín, y seréis azotados en las sinagogas y tendréis que comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos» (Mar_13:9). Conocemos la flagelación de Jesús en la historia de la pasión. Pilato dijo a los judíos: «Le daré un escarmiento y lo pondré en libertad» (Luk_23:16). También en el Evangelio de san Juan (Joh_19:1) se atestigua que el gobernador romano con la flagelación quiso preservar a Jesús de la muerte en la cruz, aunque su intento resultó vano.

Los apóstoles abandonaron el sanedrín con ánimo gozoso. Era la alegría del hombre que está tan penetrado de fe en Cristo Jesús, que se siente feliz de compartir también con él la afrenta y la humillación. Su mirada pasa por alto la humillación y se detiene en aquel cuya grandeza les es conocida. La fe en la resurrección y en la glorificación del Señor más que una intuición intelectual era una fuerza vital que manaba del Espíritu Santo y hacía incierta toda experiencia terrena frente a la esperanza inextinguible que latía en sus corazones. San Pablo muestra la plenitud de esta esperanza, cuando en la carta a los Romanos escribe: «Nos gloriamos esperando la gloria de los hijos de Dios. Y no sólo esto, sino también en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce la paciencia; la paciencia, la virtud probada; la virtud probada la esperanza» (Rom_5:2 ss).

42 Y no cesaban de enseñar y anunciar el Evangelio de Cristo Jesús, todos los días, en el templo y por las casas.

Con esta frase concluye de una forma patente la primera serie de relatos de los Hechos de los apóstoles. Se trataba de la comunidad madre de Jerusalén, de su principio y de su camino saturado de Espíritu, de su florecimiento y desarrollo dentro de las leyes judías, también de su lucha y su victoria ante las amenazas provenientes de fuera y de dentro. Los apóstoles sin turbarse llevan el testimonio a los hombres, no solamente en el recinto del templo, sino también en las casas. Y parece que después de las primeras infructuosas tentativas de opresión se dejó en paz a los apóstoles durante algún tiempo, como puede deducirse de una noticia que se da en 8,1.

«Y no cesaban de enseñar... todos los días, en el templo y por las casas.» En estas palabras se contiene un profundo sentido. En ellas se indican el sentido y la intención de la Iglesia. En las escenas que hemos visto hasta ahora hemos presenciado los primeros días. Los apóstoles todavía enseñan en el templo y en las casas de esta ciudad marcada de una forma única por la historia de la salvación. Pero el campo de la Iglesia pronto se extenderá y ampliará. Se desborda más allá de la estrechez externa e interna. Abarcará «Judea y Samaría», y pronto se formará en Siria un importante centro, desde el que se abrirán y prepararán los caminos hacia la misión «hasta los confines de la tierra» (1,8). Las fronteras exteriores pueden modificarse, el mundo externo puede cambiarse, pero siempre podrá decirse de la Iglesia lo que aquí se dice de los apóstoles de la comunidad madre: «Y no cesaban de enseñar y anunciar el Evangelio de Cristo Jesús, todos los días, en el templo y por las casas.»



Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



El caso de Ananías y Safira, 5:1-11.
1 Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira, su mujer, vendió una posesión 2 y retuvo una parte del precio, siendo sabedora de ello también la mujer, y llevó el resto a depositarlo a los pies de los apóstoles. 3 Díjole Pedro: Ananías, ¿por qué se ha apoderado Satanás de tu corazón, moviéndote a engañar al Espíritu Santo, reteniendo una parte del precio del campo? 4 ¿Acaso sin venderlo no lo tenías para ti, y vendido no quedaba a tu disposición el precio? ¿Por qué has hecho tal cosa? No has mentido a los hombres, sino a Dios. 5 Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Se apoderó de cuantos lo supieron un temor grande. 6 Luego se levantaron los jóvenes y envolviéndole le llevaron y le dieron sepultura. 7 Pasadas como tres horas entró la mujer, ignorante de lo sucedido, 8 y Pedro le dirigió la palabra: Dime si habéis vendido en tanto el campo. Dijo ella: Sí, en tanto; 9 y Pedro a ella: ¿Por qué os habéis concertado en tentar al Espíritu Santo ? Mira, los pies de los que han sepultado a tu marido están ya a la puerta, y ésos te llevarán a ti. 10 Cayó al instante a sus pies y expiró. Entrando los jóvenes, la hallaron muerta y la sacaron, dándole sepultura con su marido. 11 Gran temor se apoderó de toda la iglesia y de cuantos oían tales cosas.

Este relato de lo acaecido a Ananías y Safira es, sin duda, impresionante. Constituye, además, una prueba de que, incluso en la edad de oro de la Iglesia había algunas sombras. Nueva confirmación la tenemos poco después en las murmuraciones de los helenistas contra los hebreos (cf. 6:1). El grave castigo impuesto a los dos esposos debía contribuir a acrecentar el respeto debido a la Iglesia y a mantener la disciplina, ambas cosas muy necesarias en una comunidad incipiente. Podemos admitir, como interpretan algunos Santos Padres, que fue un castigo temporal, a fin de librarles de la pena eterna (cf. 1Co_5:5; 1Co_11:32).
El pecado de estos dos esposos no estaba en que vendieran o no vendieran el campo, ni en que, una vez vendido, retuvieran o no retuvieran una parte del precio. Todo eso estaban en perfecta libertad para poder hacerlo (v.4). Su pecado estaba en que, una vez vendido, llevaron cierta parte (ìÝñïò ôé) a los apóstoles (v.2), dando a entender explícita o implícitamente que aquélla era la ganancia total (cf, v.8), y que hacían como había hecho Bernabé (cf. 4:37) y tantos otros (cf. 4:34). Era, pues, una mentira (v.3-4); mentira que, más que de avaricia, procedía probablemente de hipocresía y vanagloria, para no ser menos que tantos otros cristianos que se expropiaban íntegramente de sus bienes. En otras palabras, querían pasar por generosos y a la vez quedarse con una parte del dinero. Desde luego no es el mismo caso que el de Acán, apropiándose objetos dados al anatema y severamente castigado (cf. Jos_7:1-26), no obstante la referencia que a este caso suelen hacer los críticos.
San Pedro les echa en cara su pecado con expresiones muy duras, que ya desde antiguo han llamado la atención: engañar al Espíritu Santo (v.3), tentarle (v.9), mentir a Dios (v.4). Algunos Santos Padres, a vista de estas expresiones, creen que Ananías había hecho voto de entregar a la Iglesia todos sus bienes, y, al retener ahora parte del precio, se hacía culpable no sólo de mentira, sino también de sacrilegio. Pero no hay indicios de tal voto; más aún, a ello parece oponerse el que, como dice Pedro, Ananías era libre de hacer esa entrega (v.4). Probablemente, lo que con esas expresiones se quiere significar es que tratar de engañar a los apóstoles equivalía a tratar de engañar al Espíritu Santo, verdadero principio rector de la Iglesia, bajo cuyo influjo y dirección estaban actuando ellos (cf. 1:8; , 2:4.33.38; 4:8.31). Y nótese, de paso, la equivalencia que hace Pedro entre mentir al Espíritu Santo, tratando de engañarle (v.3) y mentir a Dios (v.4), claro testimonio de la divinidad del Espíritu Santo.
San Lucas termina de narrar esta escena, diciendo que un gran temor se apoderó de toda la iglesia y de cuantos oían tales cosas (v.11). Por primera vez encontramos en los Hechos el término iglesia para designar la comunidad cristiana, término que, en adelante, se hará frecuentísimo, sea en su sentido universal (cf. 8:3; 9:31; 20, 28), sea en sentido de iglesia local (cf. 8:1; 11:22; 13:1; 14:27; 15:41)· El empleo de este término, por lo demás, lo ponen ya los Evangelios en boca de Jesucristo (cf. Mat_16:18; Mat_18:17), aunque sería muy difícil concretar qué término arameo usaría el Señor 51.
Es muy probable que la razón de esta preferencia de la comunidad cristiana primitiva por el término iglesia, con preferencia a cualquier otro, haya sido para proclamarse, incluso en el nombre, como la comunidad mesiánica. En efecto, es éste un término que los LXX usan con mucha frecuencia, traducción del hebreo qahal, al referirse a la asamblea de Yahvé. A veces la traducción no es åêêëçóßá, sino óõíáãùãÞ (cf. Núm 16:3; Deu_5:22); pero ciertamente hay preferencia por ekklesia, particularmente en aquellos pasajes en que se alude a la comunidad o asamblea de Israel con cierto aire religioso y solemne (cf. 1Cr_2:8; Neh_8:2), y más todavía cuando se hace referencia a la comunidad del desierto (cf. Deu_4:10; Deu_9:10; Deu_23:2; ; ps 22:26).
La preferencia de los LXX por ekklesia quizá esté motivada, aparte la razón de asonancia (qahal-ekklesia), por la etimología misma de la palabra (ek-kaleo) que sugiere la idea de convocación por parte de Dios; y eso era, en efecto, el Qehal Yahve: un pueblo convocado por Dios como instrumento de sus bendiciones. Los judío-cristianos helenistas, educados en la lectura de los LXX, habrían escogido para autodesignarse el término ekklesia, con preferencia a cualquier otro, a fin de proclamarse, incluso en el nombre, como la comunidad mesiánica o pueblo de Dios escatológico; tanto más que, en la mentalidad judía de entonces, la comunidad mesiánica era esperada como una reproducción de la asamblea del desierto (cf. 2Ma_2:7-8; Isa_40:3-5; Ose_2:16; Eco_36:13), y el mismo Pablo habla de los acontecimientos en esa comunidad del desierto como tipo de las realidades cristianas (cf. 1Co_10:1-11). También Esteban recoge en su discurso el término ekklesia al referirse a la asamblea del desierto (cf. 7:38), precisamente mientras está haciendo un paralelo entre Moisés y Cristo, rechazados ambos por su pueblo, y ambos también constituidos por Dios jefes y salvadores 52.

Numerosos milagros de los apóstoles y continuo. aumento de fieles, 5:12-16
12 Eran muchos los milagros y prodigios que se realizaban en el pueblo por mano de los apóstoles. Estando todos reunidos en el pórtico de Salomón, 13 nadie de los otros se atrevía a unirse a ellos, pero el pueblo los tenía en gran estima. 14 Crecían más y más los creyentes, en gran muchedumbre de hombres y mujeres, 15 hasta el punto de sacar a las calles los enfermos y ponerlos en los lechos y camillas, para que, llegando Pedro, siquiera su sombra los cubriese; 16 y la muchedumbre concurría de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados por los espíritus impuros, y todos eran curados.

Nueva descripción sumaria de la vida de la comunidad, de forma parecida a como ya se había hecho en 2:42-47 y 4:32-35.
Un verdadero derroche de milagros, si es lícito hablar así, el que aquí deja entender la narración de San Lucas que hacían los apóstoles (v.1a.15). Buena respuesta a la oración que en este sentido habían hecho al Señor (cf. 4:30). Es natural que el número de fieles creciese más y más (v.14) y que la fama saliese muy pronto fuera de Jerusalén (v.16), dando sin duda ocasión a que la Iglesia comenzase a extenderse por Judea.
Esos otros que no se atrevían a unirse a los apóstoles (v.13) serían los ciudadanos de cierta posición, que se mantenían apartados por miedo al sanedrín (cf. 4:17-18; 5:28), en contraste con la masa del pueblo, que abiertamente se mostraba bien dispuesta (cf. v.13). Las reuniones solían tenerse en el pórtico de Salomón (v.12), lugar preferido para reuniones públicas de carácter religioso, y donde ya Pedro, a raíz de la curación del rengo de nacimiento, había tenido el discurso que motivó su primer arresto por parte del sanedrín (cf. 3:11).

Los apóstoles, nuevamente arrestados, comparecen ante el sanedrín, 5:17-33.
17 Con esto levantándose el sumo sacerdote y todos los suyos, de la secta de los saduceos, llenos de envidia, 18 echaron mano a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. 19 Pero el ángel del Señor les abrió de noche las puertas de la prisión, y sacándolos les dijo: 20 Id, presentaos en el templo y predicad al pueblo todas estas palabras de vida. 21 Ellos obedecieron; y entrando al amanecer en el templo, enseñaban. Entretanto, llegado el sumo sacerdote con los suyos, convocó el sanedrín, es decir, todo el senado de los hijos de Israel, y enviaron a la prisión para que se los llevasen. 22 Llegados los alguaciles, no los hallaron en la prisión. Volvieron y se lo hicieron saber, 23 diciendo: La prisión estaba cerrada y bien asegurada y los guardias en sus puertas; pero abriendo, no encontramos dentro a nadie. 24 Cuando el oficial del templo y los pontífices oyeron tales palabras, se quedaron sorprendidos, pensando qué habría sido de ellos. 25 En esto llegó uno que les comunicó: Los hombres esos que habéis metido en la prisión están en el templo enseñando al pueblo. 26 Entonces fue el oficial con sus alguaciles y los condujo, pero sin hacerles fuerza, porque temían que el pueblo los apedrease. 27 Conducidos, los presentó en medio del sanedrín. Dirigiéndoles la palabra el sumo sacerdote, les dijo: 28 Solemnemente os hemos ordenado que no enseñaseis sobre este nombre, y habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina y queréis traer sobre nosotros la sangre de ese hombre. 29 Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres. 30 El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros habéis dado muerte suspendiéndole de un madero. 31 Pues a ése le ha levantado Dios a su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel penitencia y la remisión de los pecados. 32 Nosotros somos testigos de esto, y lo es también el Espíritu Santo que Dios otorgó a los que le obedecen. 33 Oyendo esto, rabiaban de ira y trataban de quitarlos de delante.

Los rápidos progresos de la Iglesia (v.14), y la estima que ante el pueblo iban adquiriendo los apóstoles (v.13), provocan una fuerte reacción por parte del sanedrín, que tratará de impedir por todos los medios la difusión del naciente cristianismo.
La orden parte de los saduceos, y entre ellos el sumo sacerdote (v.17), es decir, de los mismos que iban también a la cabeza cuando el primer arresto (cf. 4:1.6), como ya hicimos resaltar al comentar ese pasaje. Los meten en la cárcel (v.18), en espera de poder convocar el sanedrín, que es el que debía tomar las oportunas decisiones. Exactamente igual que habían hecho la primera vez (cf. 4:3.5)· Pero, durante la noche, el ángel del Señor saca fuera a los apóstoles, sin que los centinelas advirtieran nada anormal (cf. v.19.23). Una liberación análoga, aunque narrada con más detalle, tendrá lugar con San Pedro más adelante (cf. 12:6-10)53.
Todavía estaba amaneciendo y ya se hallaban otra vez predicando en los pórticos del templo (v.21). A esa misma hora, poco más o menos, se reunía también el sanedrín para deliberar sobre el asunto (v.21). Ni debe extrañar que lo hicieran tan de madrugada; lo mismo había sucedido cuando el proceso de Jesús (cf. Luc_22:66). Y es que en Oriente la actividad diaria comienza muy temprano. La sorpresa de los sanedritas debió de ser extraordinaria, al enterarse de que los apóstoles ya no estaban en la cárcel (v.22-25). Con suma cautela, para no alborotar al pueblo, los trae ante el sanedrín el oficial del templo (v.26), el mismo que había intervenido ya también cuando el primer arresto (cf. 4:1), y, sin aludir para nada a la huida milagrosa, sobre cuyo asunto preferían, sin duda, el silencio, se les acusa de desobedecer la orden de no predicar en el nombre de Jesús y de que con su predicación estaban intentando traer sobre ellos la sangre de ese hombre (v.28). La orden ya nos era conocida (cf. 4:17-18), pero esta última acusación aparece aquí por primera vez. Lo que el sumo sacerdote parece querer decir es que Jesús fue condenado en nombre de la Ley, y tratar de presentarlo ahora como inocente y a las autoridades judías como culpables (cf. 2:23; 3:13-15; 1:4-10) era excitar al pueblo contra esas autoridades, con peligro de desórdenes públicos e incluso con peligro de la intervención violenta de Roma. Idéntico razonamiento se había hecho ya en vida de Jesús cuando se trataba de condenarle a muerte, y precisamente por Caifas, el mismo que lo hace también ahora (cf. Jua_11:47-50). Sin pretenderlo, estaba confesando la tremenda realidad de aquel grito que durante la pasión de Jesús dirigieron los judíos a Pilato: Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos (Mat_27:25).
La respuesta de los apóstoles se da por boca de Pedro (cf. 1:15; 2:14; 3:12; 4:6; 5:3.15). Valientemente les vuelve a decir que ellos son los culpables de la muerte de Jesús (v.30), a quien Dios resucitó de entre los muertos, constituyéndole príncipe y salvador de Israel54, y que seguirán predicando en su nombre, pues es preciso obedecer a Dios antes que a los seres humanos (v.2Q; cf. 4:19). Añade, además, que, junto con ellos, también el Espíritu Santo da testimonio de Jesús (v.32), testimonio que aparece manifiesto en la extraordinaria profusión con que ha sido derramado sobre los fieles, señal evidente de aprobación de la doctrina que ellos predican (cf. 1:8; 2:4.33; 4:6.31; 5:3).
Era de presumir la reacción que tales respuestas producirían en el sanedrín. San Lucas dice que rabiaban de ira y trataban de quitarlos de delante (v.33; cf. 7:54).

Intervención de Gamaliel, 5:34-42.
34 Pero levantándose en el sanedrín un fariseo, de nombre Gamaliel, doctor de la Ley, muy estimado de todo el pueblo, mandó sacar a los apóstoles por un momento y dijo: 35 Varones israelitas, mirad bien lo que vais a hacer con estos hombres. 36 Días pasados se levantó Teudas, diciendo que él era alguien, y se le allegaron como unos cuatrocientos hombres. Fue muerto, y todos cuantos le seguían se disolvieron, quedando reducidos a nada. 37 Después se levantó Judas el Galileo, en los días del empadronamiento, y arrastró al pueblo en pos de sí; mas pereciendo él también, cuantos le seguían se dispersaron. 38 Ahora os digo: Dejad a estos hombres, dejadlos; porque si esto es consejo u obra de hombres, se disolverá; 39 pero si viene de Dios, no podréis disolverlo, y quizá algún día os halléis con que habéis hecho la guerra a Dios. Se dejaron persuadir; 40 e introduciendo luego a los apóstoles, después de azotados, les conminaron que no hablasen en el nombre de Jesús y los despidieron. 41 Ellos se fueron contentos de la presencia del sanedrín, porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús: 42 y en el templo y en las casas no cesaban todo el día de enseñar y anunciar a Cristo Jesús.

La violenta reacción del sanedrín fue calmada por Gamaliel, personaje de gran autoridad, del que hablan con elogio los escritos rabínicos posteriores 55. Fue maestro de San Pablo (cf. 22:3), y era considerado como el representante más autorizado de la escuela de Hi-llel, más benigna y comprensiva en la interpretación de la Ley que la otra escuela, entonces también en boga, la escuela de Shammai. Antiguas tradiciones cristianas hablan de que más tarde se convirtió al cristianismo 56; pero es difícil de creer, pues, si así fuera, difícilmente se explicaría la manera elogiosa con que de él habla el Talmud.
Su intervención, más que en simpatía por los cristianos, de la cual no consta, parece inspirada en un sentimiento de imparcialidad y de prudencia, muy de acuerdo con su carácter tolerante y pronto a favorecer las corrientes populares, y de acuerdo también con la actitud general del partido fariseo, mucho menos hostil al naciente cristianismo que el partido de los saduceos, como ya hicimos notar más arriba al comentar 4, i. Apoyándose en la experiencia histórica, propone su dilema: o los apóstoles son unos embaucadores ordinarios, y entonces podemos estar seguros que nada conseguirán, como nada consiguieron Teudas y Judas el Galileo, o realmente son portadores de una misión divina, en cuyo caso no sólo es inútil, sino que sería impío oponernos a ellos ^.38-39). Admite, pues, la posibilidad de que el movimiento cristiano provenga de Dios; ello demuestra en Gamaliel una gran amplitud de miras, que ciertamente faltaba en muchos otros componentes del sanedrín.
Ante ese razonamiento de Gamaliel, el sanedrín, sin duda con la esperanza de que pronto caería todo en el olvido, se contentó con volver a intimar la orden dada ya anteriormente: decir a los apóstoles que no hablasen más en el nombre de Jesús (v.40). Pero antes, con una lógica difícil de entender, se les hace azotar (v.40). La misma lógica con que había procedido Pilato en el proceso de Jesús, al declarar que no hallaba en él delito alguno, por lo que, después de azotado, le soltará (cf. Luc_23:14-16). Esta flagelación se aplicaba con bastante frecuencia entre los judíos, y San Pablo dice haberla recibido cinco veces (cf. 2Co_11:24). Estaban permitidos hasta 40 azotes, pero los rabinos los habían limitado a 39 para evitar el riesgo de sobrepasar el límite permitido (cf. Deu_25:3).
La conducta de los Apóstoles después de esos azotes y esa conminación del sanedrín, está indicada en los v.41-42: contentos de haber sido dignos de padecer por Jesús, no cesaban de anunciarle por todas partes. De esta alegría en las persecuciones se habla con frecuencia en el Nuevo Testamento (cf. Mat_5:10-12; Lev_6:22-23; Rom_5:3-5; 2Co_8:2; Flp_1:29; Col_1:24; 1Te_1:6; Heb_10:32-36; Stg_1:2.12; 1Pe_1:6); y, en cuanto a lo de anunciar a Jesús, será conveniente recordar que ése es y seguirá siendo el tema fundamental, y como centro de gravedad, de la predicación apostólica. Hay en esto una visible diferencia con la predicación de Jesús. La predicación de Jesús, tal como se refleja en los Evangelios (cf. Mat_4:17; Mat_5:20; Mar_1:15; Mar_10:14; Lev_11:20; Lev_16:16; Jua_3:5), había tenido como centro de gravedad el reino de Dios; ahora la predicación de los apóstoles, sin que por eso se omitan las alusiones al reino (cf. Hec_1:3; Hec_8:12; Hec_14:22; Hec_19:8; Hec_20:25; Hec_28:23.31), ha pasado ese centro de gravedad a la persona misma de Jesucristo. Y es que, a partir de la muerte y resurrección de Jesucristo, ya no es concebible el reino de Dios sin referencia a la persona de Jesucristo, a través del cual Dios ejerce ahora su reinado (cf. 4:11-12; 13:32-39; Flp_2:9-11; 1Co_15:22-28).
Referente a las insurrecciones de Teudas y de Judas el Galileo, a que alude Gamaliel (v.36-37), conviene advertir que son también mencionadas por Josefo, pero no siempre hay coincidencia de fechas, y ello ha dado motivo a algunos críticos para afirmar que el discurso de Gamaliel es pura invención del autor de los Hechos, quien habría caído en el anacronismo de anticipar en más de cua- , renta años el episodio de Teudas, que por los años 33-36, tiempo en que se supone hablaba Gamaliel, ni siquiera habría tenido lugar. En efecto, según los Hechos, lo de Teudas es anterior a lo de Judas Galileo (v.36-37), mientras que, según Josefo, la insurrección de Teudas tuvo lugar el año 45 de la era cristiana, siendo procurador Cuspío Fado (3.44-46), y la de Judas Galileo habría tenido lugar el año 6-7 de nuestra era, a raíz del censo hecho en Judea por el legado de Siria P. Sulpicio Quirino, al ser depuesto Arquelao y comenzar la serie de procuradores, el primero de los cuales fue Coponio, que en esos momentos actuaba ya junto con Quirino 57.
No hay dificultad de conciliación por lo que se refiere a Judas el Galileo. También los Hechos hablan de que fue en los días del empadronamiento (v.37). Fue éste un censo muy movido, que motivó muchas revueltas. La rebelión fue sofocada con no poco trabajo, y los secuaces de Judas, aunque dispersados (v.37), continuaron trabajando en la oscuridad, dando origen al partido de los zelotes, que tanto dio que hacer a los romanos, y cuyo desenlace fue la destrucción de Jerusalén el año 70. Mayor dificultad hay por lo que se refiere a Teudas. Hemos de reconocer que con los datos que actualmente poseemos la conciliación con Josefo no es fácil. Lo más probable es que no se trate del mismo personaje, y que el Teudas de tiempos anteriores a Judas Galileo, a que alude Gamaliel, no tenga nada que ver con el Teudas de tiempos del procurador Fado, a que alude Josefo. El nombre de Teudas era bastante corriente entre los judíos, y nada tendría de extraño que, entre los numerosos agitadores que turbaron la paz de Palestina a la muerte de Herodes, hubiera algún Teudas, que sería el aludido por Gamaliel. Josefo da el nombre de varios de estos agitadores 58, y aunque explícitamente no nombra a ningún Teudas, bien pudiera ser, como creen algunos autores, que el nombre èåõäÜò, forma abreviada de Èåüäùñïò, no sea sino la traducción al griego del hebreo Matías, nombre que sí da Josefo. Pero, sea de esto lo que fuere, una cosa juzgamos cierta, y es que, en caso de verdadero desacuerdo entre Lucas y Josefo, todas las presunciones están a favor de Lucas, siempre cuidadosísimo en sus datos, al contrario de Flavio Josefo, compilador bastante distraído, en el que se hallan numerosas contradicciones, incluso entre sus propios escritos (Ricciotti), y que. por error, habría colocado después de la muerte de Herodes Agripa (44 p.C.) un episodio que habría tenido lugar después de la muerte de Herodes el Grande (4 a.C.).

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



37
(d) Casos individuales (4,36-5,11). 36. José... Bernabé: Su origen chipriota parece su(-)gerir que pertenecería al grupo de los «hele(-)nistas» (6,1); pero cf. Hengel, Acts 101-02. Lu(-)cas, en todo caso, cuenta con su pertenencia a la comunidad primitiva para establecer en és(-)ta la dependencia de Pablo (9,27; 11,25-26). 37. vendió un campo: Difícilmente se recorda(-)ría este hecho si todos hubieran estado obliga(-)dos a hacer lo mismo.
La escalofriante historia de Ananías y Safira (5,1-11) es el único ejemplo neotestamentario de «milagros punitivos por violación de nor(-)mas» (G. Theissen, The Miracle Stories of the Early Christian Tradition [Filadelfia 1983] 109). Se trata de milagros que refuerzan los decretos divinos, bien mediante la salvación extraordi(-)naria de quien los observa o el misterioso cas(-)tigo de quien los viola. En este caso, como en la mayoría de ejemplos judíos del género castigo, la orden divina es reforzada como una cuestión de vida o muerte. La culpa de Ananías consiste en negar la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia mintiéndole (w. 3.8; Schneider, Apg. 1. 372) y poniéndose, de este modo, al servicio de la intolerable oposición de Satanás al testi(-)monio del Espíritu que se expresa en el volun(-)tario compartir los bienes por los creyentes (Weiser, Apg. 146-47). Las inconsistencias del texto, como la naturaleza del pecado (retención de una parte o mentira) o cómo el v. 7 puede se(-)guir convincentemente al v. 5, pueden tener su origen en las expansiones posteriores de un an(-)tiguo relato cristiano palestinense (A. Weiser, TGl 69 [1979] 151-57). Las analogías que cier(-)tos autores establecen con Qumrán, sugiriendo que la pareja deseaba entrar en el círculo de los perfecti, a quienes se les exigía una renuncia to(-)tal a los bienes, no son nada convincentes (cf. Haenchen, Acts 241). 2. y se quedó: La utiliza(-)ción del extraño vb. nosphizo sugiere que el tex(-)to se elaboró bajo la influencia del pecado y el castigo de Acán (Jos 7,1 LXX), que puede pro(-)ceder de alguien que lo adornó posteriormente interpretándolo como un acto pecaminoso. 3. Satanás: Su entrada en la escena apostólica y la oposición que realiza contra el Espíritu divino se desarrolla en paralelo a su intervención en la vida de Jesús (Lc 4,1-2). La simetría intensifica la contribución de este extraño episodio a la historia lucana (Weiser, Apg. 146). 4. La protes(-)ta de Pedro puede proceder de la pluma de Lucas, con la que subraya que la venta de pro(-)piedades y la renuncia a los ingresos eran es(-)trictamente voluntarias; de aquí que la práctica generalizada (4,34) fuese una señal del fervor del Espíritu en la Iglesia primitiva (Schneider, Apg. 1.375). En cualquier caso, este versículo localiza, conclusivamente, el pecado en la men(-)tira. 5. temor: Requisito estilístico con el que se concluía un relato original de «milagro por vio(-)lación de normas». 6. Este versículo permite añadir el episodio de Safira, que se elabora de acuerdo con los w. 1-5. 11. toda la Iglesia: Es la primera vez que aparece en Hechos el término bíblico ekklésia como referencia a la asamblea local de creyentes (cf. 8,1; 9,31; - Teología pau(-)lina, 82:133).

(Derrett, J. D. M., Studies in the New Testament [Leiden 1977] 1.193-201. Lake, K., Beginnings 5.140-
51. Menoud, P., «La mort d'Ananias et de Saphira», Aux sources de la tradition chrétienne [Fest. M. Goguel, Neuchátel 1950] 146-54. Noorda, S., Les Actes [ed. J. Kremer] 475-83. Weiser, A., «Das Gottesurteil über Hananias und Saphira», TGl 69 [1979] 148-58.)

38 (e) Tercer sumario principal (5,12-16). Este pasaje trata de los «signos y prodigios» realizados por los apóstoles (cf. 2,43) y parte del terrible episodio de Ananías. Los vv. 12-13 realizan la conexión con lo que precede: el v. 12 con la oración de 4,29-30, y el v. 13 con el «temor» provocado por el destino de los que cometieron el fraude (v. 11). Los vv. 14-16 nos invitan a la comparación con el sumario de Mc 6,35-36, que el evangelio lucano no repro(-)duce, tal vez porque el autor quería situarlo en este contexto. 12. por mano de los apóstoles: Los milagros anteriores realizados por Pedro (3,1-11; 5,1-11) se generalizan como una prác(-)tica habitual de todos los apóstoles. 13. los de(-)más no se atrevían a juntarse con ellos: La «at(-)mósfera del temor reverencial» que los envolvía (v. 11) mantenía alejados a los de fue(-)ra (Roloff, Apg. 98); pero se trata solamente de un contrapunto a la «incorporación» a sus fi(-)las que Dios iba obrando (v. 14). Se mantiene la disposición positiva del «pueblo». 14-15. Las dos afirmaciones, expansión de las ñlas de creyentes y lucha por la curación, se conectan mediante la conjunción consecutiva hóste, que subordina la última a la primera. Se rechaza drásticamente cualquier implicación mágica de la sombra de Pedro (cf. P. van der Horst, NTS 23 [1976-77] 204-12). Su poder se debe a la fe en el Kyrios viviente (Dietrich, Petrusbild 238-39). La expresión kan he skia, «al menos su sombra», atribuye a ésta la misma función que la orla del manto de Jesús (Mc 6,55-56) y los pañuelos de Pablo (19,11-12).

39 (f) La segunda persecución (5,17-42). Esta secuencia ilustra el gusto de Lucas por el emparejamiento simétrico de pasajes, espe(-)cialmente con la intención de aumentar y re(-)basar los elementos del primero mediante el segundo («paralelismo climático»; cf. Flender, St. Luke [? 24 supra] 25-27). El segundo pro(-)ceso ante el sanedrín es paralelo al primero (4,1-22), pero aparecen elementos recurrentes que se intensifican dramáticamente: (1) los hostiles saduceos (v. 17) están ahora en fuerte contraste con los compasivos fariseos (v. 34); (2) se acentúa expresamente la irresistible vo(-)luntad divina que dirige la predicación (vv. 29.38-39), ilustrada mediante la fuga milagro(-)sa (vv. 19-20); (3) Las acusaciones y resolución final del sanedrín se intensifican: de los, rela(-)tivamente, tranquilos interrogatorio y adver(-)tencia de 4,7-21 se pasa a las airadas acusa(-)ciones (v. 28), al deseo de condenar a muerte a los predicadores (v. 33) y a la intimidación con azotes (v. 40), que caracterizan este proceso; (4) los predicadores arrinconados son ahora todos los apóstoles (w. 18.29.40), no solamen(-)te Pedro o Juan. Este ejercicio de paralelismo literario con el objetivo de la intensificación muestra que la duplicación del proceso no de(-)riva de una duplicidad de fuentes, y mucho menos de dos hechos históricos diferentes, sino de la propia elaboración de Lucas, que, de este modo, coloca su información fragmen(-)taria en un contexto historiográfico: la predi(-)cación del Evangelio, bajo el control directo de Dios, crecía muchísimo más, en paralelo, y precisamente gracias, al crecimiento de la opo(-)sición (Weiser, Apg. 155).

40 19-20. La fuga milagrosa, que no se mencionará en lo que se dice posteriormente, debe de haber sido sintetizada y transportada a este contexto desde la tradición sobre Pedro que aparece en 12,6-17 (cf. 16,25-34). 25. Su verosimilitud se sacrifica por el efecto dramá(-)tico: ¡El sanedrín debe enterarse por «alguien» de que sus prisioneros están predicando al «pueblo» en el templo! La Palabra sigue con Israel (ho laos), v el favor popular sigue con los predicadores (w. 26.13). 28. habéis llenado Jerusalén con vuestras enseñanzas: La acusa(-)ción expresa claramente la inevitabilidad histórico-salvífica (cf. comentario sobre 1,4); de aquí la réplica de Pedro. 29-32. El segundo discurso que Pedro dirige al sanedrín ilustra Lc 21,13 (cf. Mc 13,9): el status confessionis es la oportunidad para dar «testimonio» (v. 32). 29. hay que obedecer a Dios: Más estrecha(-)mente que en 4,19, este imperativo de Pedro evoca el de Sócrates (Platón, Apol. 29d). 30. colgándolo de un madero'. Clara alusión a Dt 21,22 (cf. 10,39; 2,23; Gál 3,13). El recurso de Pablo a la maldición del cuerpo expuesto tenía como objetivo manifestar el medio de salva(-)ción en oposición a la ley, mientras que para Lucas se trata de argumentar con la misma ley la magnitud del vergonzoso acto del pueblo al «poner sus violentas manos» sobre su salvador (Wilckens, Missionsreden 126; Rese, Motive 116). 31 .Jefe y Salvador: Estas funciones se explican mediante la oración sustantivada tou dounai, «dar», etc., que, bajo la perspectiva de 2,23-24, debe tener a Cristo como sujeto. 32. Sobre la combinación formada por el «testimonio» de los apóstoles y el Espíritu Santo, cf. Lc 12,12 y el comentario sobre 1,8.

4133-40. La intervención de Gamaliel. Por lo menos está históricamente fundamenta(-)da la posición de Gamaliel I -«el anciano», des(-)cendiente del gran Hillel-, que seguramente fue un estudioso judío de gran fama en Jerusa(-)lén durante los años 25-50 d.C. (IDB 2.351). El escaso material de su enseñanza que se con(-)serva lo catalogaría como fariseo (Str-B 2.636-39) , y es perfectamente admisible que este in(-)fluyente rabí interviniese a favor de una secta respetuosa con la ley, cuyo entusiasmo apoca(-)líptico compartiría en contra de los saduceos (cf. 23,6-9; Sing., Wachsen 127-28). 34. doctor de la ley. Esta presentación contribuye a la te(-)sis lucana de la «continuidad». El hecho de que un discípulo de Gamaliel, Pablo, se convirtiese en un violento enemigo del evangelio (22,3-5) se comprende como una aberración (26,9-14), no como una consecuencia natural del celo por la ley. 36-37. Los precedentes de Teudas y Ju(-)das el galileo pueden ser anacrónicos (Be(-)ginnings 4.60-62; Dibelius, Studies 186-87), pe(-)ro su intención es clara: con la muerte de estos líderes murieron también sus movimientos, pero éste no es el caso del movimiento de Je(-)sús. 38. esta empresa o esta obra: La analogía con los otros brevísimos períodos en los que se había intentado reunificar al pueblo (v. 37) nos sugiere que debemos entender la «obra» en el sentido de la reunificación de Israel, que se es(-)taba realizando con la misión de los apóstoles (cf. comentarios sobre 1,15.21; 2,14.36). 39. si procede de Dios: El desplazamiento desde una condición hipotética (v. 38) a una condición real implica la conclusión: el auténtico funda(-)dor y unificador de la Iglesia apostólica es Dios (Lohfink, Sammlung 86-87). luchar contra Dios: theomachoi, «luchadores contra Dios», es una palabra inventada por Eurípides (Bachae 45), que procede de la formación helenista de Lu(-)cas; denota con exactitud lo que constante(-)mente ha sido la población de Jerusalén (cf. 7,51). 41-42. Los apóstoles emergen como mo(-)delo de confesión valiente en medio de la per(-)secución (cf. Lc 6,22-23; 12,4-12), uno de los motivos de composición que dirige toda esta sección.

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter V.

After that Ananias and Sapphira his wife for their hypocrisie at Peters rebuke had fallen downe dead, 12 and that the rest of the Apostles had wrought many miracles, 14 to the increase of the faith: 17 The Apostles are againe imprisoned, 19 But deliuered by an Angel bidding them to preach openly to all: 21 When, after their teaching accordingly in the temple, 29 and before the Councill, 33 they are in danger to be killed, through the aduise of Gamaliel, a great councellour among the Iewes, they be kept aliue, 40 and are but beaten: for which they glorifie God, and cease no day from preaching.

[Lying to God.]

1 But a certaine man named Ananias, with Sapphira his wife, solde a possession,
2 And kept backe part of the price, his wife also being priuy to it, and brought a certaine part, and layd it at the Apostles feete.
3 But Peter said, Ananias, Why hath Satan filled thine heart [ Or, to deceiue.] to lie to the holy Ghost, and to keepe backe part of the price of the land?
4 Whiles it remained, was it not thine owne? and after it was sold, was it not in thine owne power? why hast thou conceiued this thing in thine heart? thou hast not lied vnto men, but vnto God.
5 And Ananias hearing these words, fell downe, and gaue vp the ghost: and great feare came on all them that heard these things.
6 And the yong men arose, wound him vp, and caried him out, and buried him.
7 And it was about the space of three houres after, when his wife, not knowing what was done, came in.
8 And Peter answered vnto her, Tell me whether ye sold the land for so much. And she saide, Yea, for so much.
9 Then Peter saide vnto her, How is it that ye haue agreed together, to tempt the Spirit of the Lord? behold, the feete of them which haue buried thy husband, are at the doore, and shall cary thee out.
10 Then fell she downe straightway at his feete, and yeelded vp the ghost: And the yong men came in, and found her dead, and carying her forth, buried her by her husband.
11 And great feare came vpon all the Church, and vpon as many as heard these things.
12 And by the hands of the Apostles, were many signes and wonders wrought among the people. (And they were all with one accord in Solomons porch.
13 And of the rest durst no man ioyne himselfe to them: But the people magnified them.
14 And beleeuers were the more added to the Lord, multitudes both of men and women.)
15 Insomuch yt they brought foorth the sicke [ Or, in euery streete.] into the streetes, and layed

[To obey God, rather then men.]

them on beds and couches, that at the least the shadow of Peter passing by, might ouershadow some of them.
16 There came also a multitude out of the cities round about vnto Hierusalem, bringing sicke folkes, and them which were vexed with vncleane spirits: and they were healed euery one.
17 Then the high Priest rose vp, and al they that were with him, (which is the sect of the Sadduces) and were filled with [ Or, enuie.] indignation,
18 And laid their hands on the Apostles, & put them in the common prison.
19 But the Angel of the Lord by night opened the prison doores, and brought them foorth, and said,
20 Goe, stand and speake in the Temple to the people all the words of this life.
21 And when they heard that, they entred into the Temple early in the morning, & taught: but the high Priest came, and they that were with him, and called the Councill together, and all the Senate of the children of Israel, and sent to the prison to haue them brought.
22 But when the officers came, and found them not in the prison, they returned, and told,
23 Saying, The prison truely found we shut with all safety, and the keepers standing without before the doores, but when we had opened, we found no man within.
24 Now when the high Priest, and the captaine of the Temple, and the chiefe Priests heard these things, they doubted of them wherunto this would grow.
25 Then came one, and told them, saying, Behold, the men whom ye put in prison, are standing in the Temple, and teaching the people.
26 Then went the captaine with the officers, and brought them without violence: (For they feared the people, lest they should haue bene stoned.)
27 And when they had brought them, they set them before the Councill, and the high Priest asked them,
28 Saying, [ Act_4:18 .] Did not wee straitly command you, that you should not teach in this Name? And behold, yee haue filled Hierusalem with your doctrine, and intend to bring this mans blood vpon vs.
29 Then Peter, and the other Apostles answered, and saide, Wee

[To obey God, rather then men.]

ought to obey God rather then men.
30 The God of our fathers raised vp Iesus, whom yee slew and hanged on a tree.
31 Him hath God exalted with his right hand to bee a Prince and a Sauiour, for to giue repentance to Israel, and forgiuenesse of sinnes.
32 And we are his witnesses of these things, and so is also the holy Ghost, whom God hath giuen to them that obey him.
33 When they heard that, they were cut to the heart, and tooke counsell to slay them.
34 Then stood there vp one in the Councill, a Pharisee, named Gamaliel, a doctour of Law, had in reputation among all the people, and commanded to put the Apostles forth a litle space,
35 And said vnto them, Yee men of Israel, take heed to your selues, what ye intend to doe as touching these men.
36 For before these dayes rose vp Theudas, boasting himselfe to be some body, to whom a number of men, about foure hundred, ioyned themselues: who was slaine, and all, as many as [ Or, beleeued.] obeied him, were scattered, & brought to nought.
37 After this man rose vp Iudas of Galilee, in the dayes of the taxing, and drew away much people after him: hee also perished, and all, euen as many as obeyed him, were dispersed.
38 And now I say vnto you, refraine from these men, and let them alone: for if this counsell or this worke be of men, it will come to nought.
39 But if it be of God, ye cannot ouerthrow it, lest haply yee be found euen to fight against God.
40 And to him they agreed: and when they had called the Apostles, and beaten them, they commanded that they should not speake in the Name of Iesus, and let them goe.
41 And they departed from the presence of the Councill, reioycing that they were counted worthy to suffer shame for his Name.
42 And dayly in the Temple, and in euery house, they ceased not to teach and preach Iesus Christ.

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Luc_1:12+

NOTAS

5:11 Este término, tomado del AT, ver Hch_7:38, para designar la comunidad mesiánica, Mat_16:18+, ha adquirido con el desarrollo cristiano un significado cada vez más amplio: primero, la Iglesia-madre de Jerusalén, Hch_8:1; Hch_11:22, etc. ; luego las iglesias particulares de Judea, Gál_1:22; 1Ts_2:14; ver Hch_9:31, y de la Gentilidad, Hch_13:1; Hch_14:23; Hch_15:41; Hch_16:5; Rom_16:1; Rom_16:4; 1Co_1:2+, etc. ; Stg_5:14; 3Jn_1:9; Apo_1:4; Apo_2:1, etc. , sus «asambleas», 1Co_11:18; 1Co_14:23, 1Co_14:34, etc. , ver Hch_19:32, y sus locales, Rom_16:5; Col_4:15; Flm_1:2; finalmente la Iglesia en su unidad teológica, Hch_20:28; 1Co_10:32; 1Co_12:28, etc. , su personalidad de Cuerpo y de Esposa de Cristo, Col_1:18+; Efe_5:23-32, y su plenitud cósmica, Efe_1:23+.

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Luc_1:12+

NOTAS

5:11 Este término, tomado del AT, ver Hch_7:38, para designar la comunidad mesiánica, Mat_16:18+, ha adquirido con el desarrollo cristiano un significado cada vez más amplio: primero, la Iglesia-madre de Jerusalén, Hch_8:1; Hch_11:22, etc. ; luego las iglesias particulares de Judea, Gál_1:22; 1Ts_2:14; ver Hch_9:31, y de la Gentilidad, Hch_13:1; Hch_14:23; Hch_15:41; Hch_16:5; Rom_16:1; Rom_16:4; 1Co_1:2+, etc. ; Stg_5:14; 3Jn_1:9; Apo_1:4; Apo_2:1, etc. , sus «asambleas», 1Co_11:18; 1Co_14:23, 1Co_14:34, etc. , ver Hch_19:32, y sus locales, Rom_16:5; Col_4:15; Flm_1:2; finalmente la Iglesia en su unidad teológica, Hch_20:28; 1Co_10:32; 1Co_12:28, etc. , su personalidad de Cuerpo y de Esposa de Cristo, Col_1:18+; Efe_5:23-32, y su plenitud cósmica, Efe_1:23+.

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



1-11. Este relato, que parece estar inspirado en Jos_7:1, hace ver que la puesta de bienes en común ( Jos_2:44-45; Jos_4:34-37) no era obligatoria para todos los creyentes. La severidad del castigo infligido a los culpables es una señal y una advertencia para el resto de los fieles: engañar a la comunidad del Señor equivale a mentir a Dios y a su Espíritu.

20. "Lo que se refiere a esta nueva Vida" es el mensaje de salvación que conduce a la Vida eterna. Ver Jua_3:16, Jua_3:36; Jua_5:24; Jua_6:40, Jua_6:54; Jua_10:10.

34. "Gamaliel" fue el maestro de Pablo. Ver 22. 3.

36-37. No se conocen con certeza las fechas de las rebeliones de "Teudas" y "Judas de Galilea", que también son mencionadas por el historiador judío Flavio Josefo.

6 1. Los "helenistas" eran judíos de habla griega, que habían vivido fuera de Palestina y tenían en Jerusalén sinagogas propias, donde se leía la Biblia en griego. Los "hebreos", en cambio, eran los judíos nativos de Palestina.

9. "Los Libertos" eran, probablemente, descendientes de los judíos conducidos a Roma por Pompeyo en el año 63 a. C. y vendidos como esclavos. Muchos de ellos fueron liberados más tarde.

13-14. Las mismas falsas acusaciones lanzadas contra Jesús lo son ahora contra Esteban, y también son parecidos los resultados de ambos procesos. Ver Mat_26:59-66.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



El desdichado segundo ejemplo de venta de posesiones fue el de un matrimonio, el de Ananías y Safira. 4 Que su pecado no fue el de guardarse el dinero, sino la mentira, resulta claro por las preguntas de Pedro. 8 A partir de la conducta de Safira también parece que la mentira era algo que habían planeado juntos de antemano.

11 La severidad del juicio sobre la pareja nos resulta tan perturbadora como lo fue para sus contemporáneos (5). No parece que el juicio haya sido de Pedro o de la iglesia en primera instancia, sino de Dios. (Cuando Pedro pronunció un juicio más tarde, hizo la oferta del arrepentimiento; ver 8:20-22.) Es crucial notar que no se trata de que Dios demanda nuestros recursos materiales y que ellos estén en orden, sino más bien que Dios odia la hipocresía de cualquier tipo, cuánto más la que es deliberada y diseñada para tentar al Espíritu del Señor (9).

Lucas no hace una propaganda de una iglesia ideal y sin defectos. Había necesidades en la iglesia (2:44, 45), y aunque se resolvían por una comunidad que compartía (4:34), aun el acto de compartir no carecía de problemas (6:1).

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Ananías y Safira. Este episodio puede resultar sorprendente porque no corresponde a las sensibilidades de hoy. ¿No hay una desproporción entre la falta y el castigo? Lucas narra el acontecimiento muchos años después de que ocurriera y es probable que, para entonces, la imaginación popular hubiera agrandado y dramatizado los hechos. De todas formas, así los cuenta Lucas. A veces merece la pena contar una historia terrible para amonestar y poner en guardia a la comunidad. Es interesante observar el por qué de un castigo tan excepcional; fue un problema de dinero, mentira y corrupción. Verdaderamente, aquellos discípulos de Jesús se tomaban en serio su compromiso cristiano.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

El lector no puede dejar de sorprenderse al leer las funestas consecuencias que tuvo ese pecado en quienes lo cometieron. De todas formas, en el centro de la falta (cfr vv. 4.9) no está sólo la avaricia, sino, sobre todo, el intento de engañar a Dios que actúa en la Iglesia. El castigo de Dios contra Ananías y Safira se produjo -dice San Efrén- «no sólo porque hicieron un robo y lo escondieron, sino porque no temieron, y quisieron engañar a aquellos en quienes moraba el Espíritu Santo que todo lo conoce» (Com. in Act. in loc.). El castigo refleja una comprensible severidad en un momento fundacional lleno de auxilio divino y de especial responsabilidad.


iNT-CEVALLOS+ Interlineal Académico Del Nuevo Testamento Por Cevallos, Juan Carlos

[I ἀκούοντας I] que oían.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 5.12 Pórtico de Salomón: Véase Jn 10.23.