Ver contexto
La propuesta le pareció bien a toda la asamblea y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito antioqueno; (Hechos 6, 5) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 6

Parte segunda

DESARROLLO DE LA IGLESIA: DE JERUSALéN A ANTIOQUÍA 6,1-12,25

ELECCIÓN DE LOS SIETE

Ya hemos intentado en la introducción exponer y apoyar con razones que en el cap. 6 empieza una nueva sección en la estructura de los Hechos de los apóstoles. Por eso la frase final del capítulo precedente nos produjo el efecto de una noticia concluyente, con la que se acabó el relato de la formación de la primera comunidad. Tuvimos ante nosotros el tiempo del principio. Es el tiempo en que los discípulos de Jesús vivían principalmente dentro del recinto de Jerusalén, guiados y atendidos por los doce apóstoles, cuyo jefe y portavoz era Pedro.

Empieza una nueva época. Crece el número de los creyentes. Con este número crece la responsabilidad y solicitud de los doce. Aparecen tensiones que humanamente son comprensibles. Los apóstoles precaven el peligro. Buscan ayudantes y colaboradores para el servicio de la comunidad. Así empieza una memorable evolución. La Iglesia penetra en el tiempo y en el espacio de la historia. En la misión que se confió a la Iglesia para «todos los pueblos» (Mat_28:19) y en su testimonio «hasta los confines de la tierra» (Mat_1:8) se funda que la Iglesia siga desarrollando su misión y su poder, y también comunique a otros su oficio, que viene de Cristo. Un organismo tal como lo presenta la Iglesia, lleva en sí los gérmenes del crecimiento a través de los siglos. Siempre se mostrará esta ley de la constante renovación, mientras exista la Iglesia entre los hombres y quiera servir a los hombres. Siete hombres se ponen junto a los doce. Son hombres a quienes se les ha encargado oficialmente una misión. Nos enteramos de su celo y de su prontitud para el mensaje de salvación. Cumplen su oficio con santo fervor. Impulsan a los hombres a decidirse. Surge la hostilidad y sobreviene la persecución. Es la primera persecución contra los cristianos, la cual reclama el primer martirio en el pleno sentido de la palabra y dispersa una gran parte de la comunidad por el país. Los dispersados actúan como testigos y pregoneros en todo el país. Este pensamiento une en un conjunto los distintos fragmentos de los capítulos 6-12, aunque procedan de distintas tradiciones. Desde Jerusalén, el primer punto central de la Iglesia judeocristiana, el mensaje recorre el país de los judíos en Palestina, y hace surgir en Antioquía de Siria un nuevo centro de misión al fundar la primera comunidad etnicocristiana.

I. LOS «SIETE» (Mat_6:1-8, 40).

1. ELECCIÓN Y ENCARGO (Hch/06/01-07).

1 Por aquellos días, habiendo aumentado el número de los discípulos, hubo murmuración de los helenistas contra los hebreos, porque eran desatendidas sus viudas en la asistencia cotidiana. 2 Convocaron, pues, los doce la asamblea de los discípulos y les dijeron: No está bien que nosotros abandonemos la palabra de Dios para servir a las mesas. 3 Hermanos, buscad de entre vosotros siete hombres de buena reputación, llenos de espíritu y de sabiduría, a los cuales pondremos al frente de este menester. 4 Nosotros, en cambio, nos consagraremos a la oración y al ministerio de la palabra.

El principio de una nueva sección se indica con el giro «por aquellos días» y por el hecho de designar a los fieles tal como no se les había designado hasta ahora, es decir, como «discípulos». También la imagen de la comunidad aparece más movida que hasta ahora, y con tensiones. Todavía estamos en la época inicial judeocristiana de la Iglesia. Esta todavía vive en estrecha solidaridad con el judaísmo no cristiano. Pero aparece muy claro en nuestro relato que la Iglesia al mismo tiempo reúne a los fieles por sí misma y los cuida. Porque la dificultad, de la que se habla, crece en el ámbito propio de la comunidad cristiana. Da motivo para ello el cuidado caritativo de los necesitados. Así tenemos que interpretar la expresión de la «asistencia cotidiana» en 6,1 y la alusión a las «viudas». Ya desde los días de Jesús la caridad forma parte de la obra de los discípulos, de la esencia y de la misión de la Iglesia. Porque el mandamiento fundamental del amor fraterno logra su expresión visible en la caridad. Pero el cumplimiento del encargo de la caridad tropezará de suyo con el egoísmo y la rivalidad de los hombres. ¿Dónde está la persona o la institución que no tienen que experimentar, con su leal saber y querer, que difícilmente se pueden apreciar en lo justo todos los deseos y expectativas? Los pobres pueden llegar a ser susceptibles y con facilidad pueden ser exigentes. Especialmente cuando el cálculo envidioso se une con la sensibilidad de grupos, que ya de suyo están entre sí en relaciones tensas.

Así parece haber sucedido en la comunidad de Jerusalén. Tenemos noticia de los helenistas y de los hebreos. Ambos grupos son israelitas. Pero el lenguaje y la forma de vida los diferencian. En fin de cuentas con la palabra «helenistas» se alude a los judíos que se formaron con una estrecha vinculación a la cultura helenística. Ya sea que procedieran de la diáspora judía diseminada por todo el mundo mediterráneo, ya sea que vivieran en aquellos territorios de Palestina o alrededor de Palestina en los cuales, desde la expansión de la cultura helenística bajo Alejandro Magno, predominaban la lengua griega y la manera de vivir de los griegos. Eran helenistas Bernabé, que, según 4,36, era natural de Chipre, y también Saulo o Pablo de Tarso de Cilicia, aunque la pertenencia a un grupo determinado no parece haberse regulado solamente por el lenguaje y el origen. Sin embargo, no sin razón la voz de Jesús habló a Saulo en el acontecimiento de Damasco «en lengua hebrea» (26,14).

Al fin y al cabo con la palabra hebreos se alude a los judíos del país que hablaban «hebreo», es decir (de acuerdo con la evolución de las cosas) arameo, y que probablemente al principio formaban el grupo principal en la comunidad judeocristiana de la Iglesia. Se tiene la impresión de que era propia de estos «hebreos» una vinculación más fuerte a la tradición judía, de tal forma que se les puede considerar como la dirección más conservadora ante la manera progresiva y sensible de los helenistas, que en breve tiempo fueron los que dirigían y determinaban en la comunidad. Para nosotros tales observaciones son instructivas en el cuadro de la Iglesia naciente. Nos muestran cómo la Iglesia está metida en las tensiones que resultan de las diferencias entre los hombres y entre los grupos humanos, y que impulsan siempre a la Iglesia a no arraigarse en la índole de un grupo y a no volverse rígida en ella.

Los apóstoles descubrieron la dificultad, pero también se dieron cuenta de las limitaciones de sus propias posibilidades. Parece que hasta entonces desempeñaron personalmente el servicio caritativo de cuidar de los pobres. Pero notaron, cada vez más, las tensiones a que se llegó, al realizar su propia misión, por el esfuerzo activo que requerían tales tareas. La verdadera y esencial misión de los apóstoles está descrita claramente en nuestro texto. «No está bien que nosotros abandonemos la palabra de Dios», dicen en primer lugar los apóstoles. Y poco después describen lo que es esencial de su vocación, cuando explican lo que van a hacer: «Nosotros, en cambio, nos consagraremos a la oración y al ministerio de la palabra.» Ciertamente no menosprecian las obras de caridad, pero conocen el distinto rango de las obligaciones, el sentido más indicado de la misión que recibieron del Señor resucitado.

La palabra de Dios les está confiada a ellos. Es una carga y responsabilidad santas. «Seréis testigos míos» (1,8): este testamento del Señor no es echado al olvido. «¡Y ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1Co_9:16). Y en la misma epístola hace ver hasta dónde llega esta prioridad de anunciar el Evangelio: «No me envió (Cristo) a bautizar, sino a evangelizar» (1Co_1:17). Del «ministerio de la palabra» forma parte, como tarea igualmente importante de los apóstoles, la oración. Con esta palabra no se alude solamente a la plegaria personal, como Jesús la ha vivido durante su vida mortal y la ha encarecido con insistencia a sus discípulos51, sino también y sobre todo al ministerio de la oración en la comunidad y con la comunidad. La proclamación de la palabra de Dios y la plegaria litúrgica están, pues, ante los apóstoles como la tarea esencial, y estimulan a desembarazarse de todo lo que podría oponerse al pleno cumplimiento de esta vocación suya.

En las palabras de los apóstoles se da una seria orientación, un orden para toda clase de servicios sacerdotales y eclesiásticos. ¡Cuán fácilmente se cubre lo que es esencial en este servicio y se tapa con cosas de segunda o de última categoría! Es cierto que cada una de las situaciones no es igual a las otras. No siempre será fácil ver y salvaguardar lo que es esencial, cuando nos instan las cuestiones y las exigencias de la vida de cada día, así como las opiniones y los proyectos. Eso también lo vemos en Pablo, cuando trabajaba haciendo «tiendas de campaña» (18,3), para ganarse la manutención para sí y para sus compañeros (20,33s). Y cuando habla de «lo que pesa sobre mí cada día» y de la «preocupación por todas las Iglesias» (2Co_11:28), también indica las múltiples cosas que podían preocuparle.

Cuando los apóstoles se esfuerzan por conseguir lo principal, no pasan por alto la realización de las obras de caridad. Quieren tener colaboradores y ayudantes. Ello era una conclusión de importancia decisiva. Juntamente con toda la comunidad dan cumplimiento al encargo. Los «doce» -aquí se tiene cuidado en nombrarlos así- conocen bien su cargo y el derecho, vinculado a este cargo, de guiar y decidir. Pero también saben que la comunidad es digna y responsable. Desde un principio procuran no causar en los demás la impresión que fácilmente se produce, como si la Iglesia sólo fuese de la incumbencia de los que están encargados de su dirección. La expresión en boga de la «Iglesia clericalizada» indica una evolución perniciosa, que la Iglesia siempre tiene que rehuir en la renovación de sí misma. Cuando los apóstoles requieren una especial aptitud en los que han de ser elegidos, les mueve aquella solicitud de la que está llena la Iglesia en todos los tiempos, cuando nombra a hombres escogidos entre los hombres para la obra del santo ministerio. Quien conoce las cartas a Timoteo y a Tito sobre las exigencias que se tienen con los aspirantes a cargos eclesiásticos, tanto si se trata de obispos y presbíteros o de diáconos52. El texto dice que los aspirantes han de tener «buena reputación», y con estas palabras el texto se refiere al prestigio y al buen nombre. Pero al mismo tiempo deben estar «llenos de espíritu y de sabiduría». El ministerio en beneficio de la Iglesia no solamente requiere inteligencia y talento naturales, sino aquella sabiduría que en lo más profundo fluye del misterio del Espíritu Santo.

La comunidad debe elegir entre sus miembros a siete hombres. ¿Por qué precisamente siete? El número se ha convertido en un concepto. Eso lo vemos en 21,8 cuando se presenta a «Felipe el evangelista» como «uno de los siete». Así pues, el número siete tiene un significado parecido al número doce. En el mundo antiguo ambos números tenían un aspecto especial. En la Biblia vemos que los siete son un símbolo misterioso, empezando por la semana de siete días en la historia de la creación hasta las series entrelazadas de siete miembros en el Apocalipsis.

...............

51. Cf. Luk_11:5 ss; Luk_18:125.

52. Cf. 1Ti_3:1 ss; Tit_1:5 ss.

...............

5 Agradó la proposición a toda la asamblea, y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía.

La comunidad lleva a cabo la elección. Nada sabemos de la manera como se efectuó. La situación es distinta de la que había en la elección de Matías (Tit_1:15 ss). El relato da la impresión de que todo se haya realizado en una sola asamblea, aunque podemos suponer que, en vista de la tensión entre helenistas y hebreos, fueron necesarias algunas sesiones intermedias. San Lucas en su relato compendia lo que fue decisivo. Fueron acontecimientos memorables. Se hace valer cada vez más que la Iglesia como organización visible está incorporada a la vida de los hombres, y como tal también necesita una constitución ordenada.

Se ha observado con especial atención la serie de los siete nombres. Son exclusivamente nombres griegos. ¿Tiene importancia este dato? Sin duda. En la serie de los doce también se encuentran nombres griegos, como Andrés y Felipe, por lo cual también podemos pensar en Pedro, que pronto obtuvo este nombre griego en vez de la voz aramea «Cefas». La estrecha vinculación del judaísmo con la cultura helenística se denota en estos nombres griegos de los apóstoles, sin que por ello tengamos que llamar «helenistas» a los apóstoles que tienen nombres griegos. Pero el hecho de que los nombres de los siete elegidos por la comunidad todos ellos sean griegos, hace suponer que solamente se han elegido helenistas en atención a los judeocristianos helenistas para vencer más fácilmente la desavenencia en la comunidad. Se trataba de la unidad de la Iglesia, del tesoro que tiene una importancia decisiva para la obra a cuyo servicio está la Iglesia. Recuérdese que Jesús manifestó este deseo en la plática de despedida, como se lee en el Evangelio de san Juan (Joh_17:20 ss). Sabemos por la historia de la Iglesia cuánto ha perjudicado y continúa perjudicando a la obra de la Iglesia la división que muchas veces tuvo su origen en la obstinación e intransigencia.

Estos siete helenistas ¿debían estar al servicio de toda la comunidad? ¿O solamente se previó que cuidaran de la parte helenista? En los comentarios se hacen diversas suposiciones, pero todas ellas carecen de fundamento seguro en el texto. En cualquier caso por los relatos siguientes se puede claramente reconocer una cosa para el ulterior desarrollo de la Iglesia: el grupo helenista no solamente conservó su propio lugar en el marco de la comunidad, sino que también estuvo lleno de un Espíritu que impulsaba hacia delante, y que pronto provocó aquella tensión externa, que trajo como consecuencia la persecución de la Iglesia. Podemos recordar la noticia dada en 8,1, según la cual los apóstoles -y con ellos también la parte «hebrea» de la comunidad- en esta persecución no tuvieron que salir de Jerusalén.

Sobre los particulares destinos de estos siete tenemos en los Hechos de los apóstoles tan pocas noticias como de la historia personal de los doce apóstoles. Solamente de los dos nombrados al principio, de Esteban y Felipe, se informa a continuación más detenidamente. Es sorprendente que al que se nombra en último lugar, o sea Nicolás de Antioquía, se le designe como «prosélito». Así pues, procedía del paganismo, se había convertido a la religión judía, y luego se hizo cristiano. El hecho de que san Lucas nombre a propósito su patria, puede de nuevo fundarse -como ya lo sospechamos en los datos que se dieron sobre Bernabé (4,36s)- en el interés por Antioquía, su ciudad natal. Quizás este Nicolás era uno de los que en la persecución de los cristianos de Jerusalén llegaron «hasta Fenicia, Chipre y Antioquía», y en Antioquía con «algunos de Chipre y de Cirene» (11,19s) pusieron el fundamento de la comunidad etnicocristiana de aquella ciudad 53.

Una pregunta brota espontáneamente a la vista de los siete. ¿Qué posición ocuparon en la comunidad? ¿Qué cargo les correspondió? Si se piensa en el motivo que condujo a su elección, se podría solamente pensar en las obras de caridad, en el cuidado de los pobres mediante el servicio cotidiano. Pero cuando leemos su actuación efectiva, como se nos muestra en Esteban y Felipe, ya no oímos hablar de esta tarea que inicialmente les estaba reservada. Vemos a Esteban como celoso servidor de la palabra, que en esta actividad no se diferencia de los apóstoles. Su discurso ante el sanedrín, que leemos en el siguiente capítulo, es de igual condición que los testimonios de los sermones de Pedro y de los posteriores discursos de Pablo. Y lo que se cuenta de Felipe en el capítulo octavo, es igualmente una prueba de que las obras de caridad quedaron en segundo término detrás de la actuación de Felipe como mensajero de la fe. Aunque la donación del Espíritu fue efectuada por los apóstoles Pedro y Juan (8,14 ss), con todo a Felipe le están confiadas tareas importantes, que tiene que cumplir incluso por explícita orden divina (8, 26.29). También hay que observar que a Felipe en 21,8 se le designa expresamente como «evangelista», por tanto como mensajero de la fe.

Así pues, entre los oficios de la Iglesia que nos son conocidos por el Nuevo Testamento ¿cuál de ellos era propio de los siete? ¿Podemos preguntarlo así en general? ¿Podemos transferir sin el menor reparo al tiempo inicial el orden jerárquico estrictamente regulado de la posterior evolución? ¿Podemos transferirlo, aunque supongamos que este orden está contenido en los fundamentos y en el comienzo? Sabemos que en los escritos del Nuevo Testamento encontramos a obispos, presbíteros y diáconos. Todavía no se ha establecido unánimemente el sentido con que se usaba la palabra «obispo» (episkopos) y «presbítero» (presbyteros). Se menciona a los «diáconos» en la epístola a los Filipenses (Phi_1:1) y en la primera epístola a Timoteo (1Ti_3:8 ss). ¿Podemos designar a los siete como diáconos o como presbíteros? ¿No sería mejor que admitiéramos la unicidad de su locación, así como también vemos en su unicidad a los «doce», siempre que relacionamos su profesión con el cargo de obispo? No obstante si se quiere incluir a Esteban y a sus compañeros en un esquema determinado de organización, difícilmente se aprecia en lo justo su tarea, si se considera a los siete -como aconteció desde el tiempo de los santos padres- como los primeros diáconos de la Iglesia. En el texto se encuentran las palabras «ministerio» (diakonia) y «servir» (diakonein), pero no el título de «diácono» (diakonos). En el lenguaje bíblico con la palabra diakonia se entiende cualquier cargo, incluso el de apóstol.

Quizás lo mejor es ver en los «siete» a aquellos miembros de la Iglesia, que desempeñaban en ella un cargo, y a los que en el ulterior relato de los Hechos de los apóstoles se les da el título de presbyteroi. Algo más tarde, cuando menos lo esperamos, leemos este título, cuando se trata de dirigentes de la comunidad de Jerusalén ( 1Ti_11:30)54. En 15,2 ss sorprende que se nombre a los «presbíteros» juntamente con los «apóstoles», por tanto intervienen con éstos en la dirección de la Iglesia. Podemos decidirnos como prefiramos al incluir en una externa categoría determinada a estos primeros cristianos elegidos por la misma Iglesia para desempeñar un cargo. La noticia que nos da san Lucas, nos dice en cualquier caso como al crecer el número de los fieles también se organiza la Iglesia con una estructura que incluso es visible desde fuera.

...............

53. Ya en los primeros tiempos de la Iglesia se ha considerado a Nicolás de Antioquía como fundador de la secta de los «nicolaítas», a quienes se nombra en el Apocalipsis (2,6.15); sin embargo esto podría ser solamente una combinación a base del nombre.

54. Seguimos encontrando este título en 14,23; 15,2 ss, etc.

...............

6 A éstos presentaron delante de los apóstoles, quienes, después de haber orado, les impusieron las manos.

El texto griego tampoco es susceptible de una sola interpretación, pero se puede concluir que fueron los apóstoles quienes impusieron las manos a los elegidos por la comunidad. Porque los apóstoles dijeron antes de la elección: «Buscad de entre vosotros siete hombres... a los cuales pondremos al frente de este menester» (6,3). Aparece una ley de orden eclesiástico. Los apóstoles reciben de Cristo el Señor la misión y la autoridad, a partir de ellos continúan el encargo y el poder, que desde entonces se seguirán transmitiendo con una sucesión sin fin, hasta que la Iglesia reciba la última perfección del reino de Dios. La Iglesia, como dice san Pablo, está «edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo piedra angular Cristo Jesús, en el cual toda construcción bien ajustada crece hasta formar un templo santo en el Señor» (Eph_2:20).

Hay una ley fundamental que penetra todo el orden visible de la Iglesia, a saber, que la obra invisible del Espíritu Santo se conecta con las formas e instituciones externas, que se apoyan en la base de los apóstoles. Con esta ley no se debe encadenar el libre gobierno del Espíritu. Quien piensa en la vocación de san Pablo, cae en la cuenta de que la transferencia del cargo no está rígidamente vinculada a la regla de la transmisión de persona a persona; pero ya los primeros testimonios de la tradición nos muestran la solicitud de la Iglesia por hacer llegar los poderes eclesiásticos en una línea ininterrumpida hasta la misión apostólica.

Con la oración y la imposición de manos los apóstoles encargan a los siete elegidos por la comunidad el ministerio en favor de la Iglesia. ¿Podemos ver en ello la administración del sacramento del orden? O bien ¿retenemos este planteamiento del problema y nos contentamos con hacer constar que sin duda los que así fueron encargados se sintieron con poder y autoridad para ejercer su ministerio? La imposición de las manos es una forma primitiva de comunicar una fuerza y poder especiales. Moisés hubo de imponer las manos sobre Josué (Num_27:18). Se hace notar la decisión tomada por Dios: «Y le darás tus órdenes públicamente, y una parte de tu autoridad, a fin de que le obedezca toda la congregación de los hijos de Israel» (Num_27:20).

El Deuteronomio relaciona con esta imposición de manos la posesión del espíritu de que gozaba Josué, cuando dice: «Y Josué, hijo de Nun, estaba lleno de espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos» (Deu_34:9). También los maestros de las escuelas rabínicas se servían de la imposición de manos para transmitir el poder al discípulo. Pero sobre todo por el Evangelio conocemos el poder misterioso de las manos de Jesús, cuando el príncipe de la sinagoga, Jairo, ruega al Señor por su hija: «Mi hijita se está muriendo: ven a imponer tus manos sobre ella, para que sane y viva» (Mar_5:23). Siempre se informa de esta mano curativa del Señor, la cual el ora extendía, ora imponía, o con ella tan sólo tocaba a los enfermos para conjurar el poder de la enfermedad. Jesús también se servía de otros signos expresivos, aunque también tenía facultad para curar con una sola palabra.

Los Hechos de los apóstoles nos dan testimonio de la imposición de las manos, sobre todo en la curación de los enfermos 55, pero también en la concesión del Espíritu 56 y, como en este pasaje, en la misión y transferencia de un cargo 57. No solamente se veía un símbolo externo en este empleo de las manos, sino que a este uso se vinculaba también la fe de que por medio de este signo externo de acuerdo con la naturaleza corpórea-espiritual del hombre también se comunica la invisible fuerza del Espíritu. No sin razón se dice en este pasaje que los apóstoles impusieron las manos a los siete después de haber orado, y así los introdujeron en la tarea asignada a los siete y al mismo tiempo los proveyeron para que pudieran desempeñar su tarea. Con tales apreciaciones nos ponemos en contacto con el misterioso orden sacramental, con el orden en que se denota según el modelo y voluntad de Cristo la índole visible e invisible de la Iglesia, como lo vemos de una forma ejemplar y fundamental en la administración del bautismo.

7 La palabra de Dios se propagaba, y el número de discípulos se multiplicaba extraordinariamente en Jerusalén, e incluso una gran muchedumbre de sacerdotes abrazaban la fe.

Antes de presentar escenas particulares de la actuación de los siete, san Lucas resume de nuevo en un relato sumario, de acuerdo con su modo de exponer, la escena de la Iglesia, y otra vez caracteriza su ulterior avance viCtorioso. Con el nombramiento de los siete se vence de nuevo, bajo la dirección del Espíritu Santo, una situación recelosa de la Iglesia, y queda libre el camino para un desarrollo potente y pacífico.

Con especial interés se advierte que entre los recién convertidos también había muchos sacerdotes judíos. Jesús ya había tenido partidarios entre los dirigentes del pueblo, por lo cual el evangelista tuvo que observar: «Por causa de los fariseos, no lo confesaban, para no ser echados de la sinagoga. Es que amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios» (Joh_12:42 s). Podemos suponer que los sacerdotes que se habían hecho cristianos aún seguían desempeñando su oficio en los diferentes servicios del templo. Aunque la comunidad de Jesús estaba estrictamente ligada a la sinagoga, la gradual incorporación de sacerdotes hacía visible, con claridad creciente, el desarrollo autónomo de la Iglesia.

...............

552Ki_5:12; 2Ki_9:12; 2Ki_28:8.

562Ki_8:17 ss; 2Ki_19:6.

57. Cf. 13,3; 14,23.

.................

2. ESTEBAN (6,8-8,3).

a) Inspirada actividad y persecución (Hch/06/08-14).

8 Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo. 9 Pero surgieron algunos de la sinagoga llamada de los libretos, de los cireneos y alejandrinos, y de los oriundos de Cilicia y de Asia, que disputaban con Esteban 10 y no eran capaces de hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba.

Así como el apóstol Pedro estuvo y actuó en la comunidad que hasta entonces se había ido formando, así ahora, de entre el grupo de los siete, Esteban pasa al primer término de la narración, y los informes que de él se dan nos recuerdan en muchos aspectos la figura del apóstol. Así como se hacen resaltar los «prodigios y señales» de los apóstoles (2,43, 5,12), así se realzan también los de Esteban y más tarde los de Felipe (8,6). Poseía gracia y poder, y con estas palabras se describe la abundancia de los dones del Espíritu, con los cuales la primera Iglesia podía acreditarse de ser la obra de salvación promovida por Dios. Pero además de este testimonio de los «prodigios y señales» también se utilizó la palabra llena de Espíritu, con que Esteban se dirigió a aquellos grupos del judaísmo, a quienes al fin y al cabo hasta entonces no se les había hablado de una forma tan inmediata: a los judíos helenistas. Ya vimos antes representados en la comunidad al grupo helenista, y de este grupo salieron las quejas por el abandono de sus viudas. Pero desde que junto a los doce apóstoles se colocaron helenistas con especiales atribuciones, parece que se haya iniciado un intercambio de ideas muy animado dentro de los grupos helenistas.

La organización regional de estos grupos y sus actos de culto en sinagogas propias ya muestran exteriormente que dichos grupos no eran de la misma clase que el hebraísmo nacional. La existencia de los helenistas también la conocemos por testimonios no contenidos en la Biblia. La diferencia de lenguaje era una razón importante de esta propia vida religiosa, pero el pensamiento teológico también parece haber tenido un cuño especial. El encuentro con la ideología y la cultura helenísticas sin duda ha hecho que estos hombres fueran más susceptibles y también tuvieran más emociones espirituales que los «hebreos» nacionales. Esto también lo percibimos en las controversias que el helenista Esteban hubo de tener con ellos.

Pero con esta noticia también se indica una etapa especial de la evolución de la Iglesia. Se inicia la discusión teológica del mensaje cristiano de salvación. Por el testimonio de los apóstoles, por la proclamación de la conformidad de los acontecimientos de la salvación con la Escritura crece en el encuentro más íntimo con el helenismo el esfuerzo por profundizar más en el misterio de la revelación de Cristo y por insertarlo en los más amplios contextos de la historia de la salvación. Un ejemplo de ello nos lo da el gran discurso de Esteban ante el sanedrín en el capítulo siguiente. Pero los Hechos de los apóstoles de nuevo indican con especial energía la verdadera fuerza de la primera Iglesia, cuando hablan de la victoria de la sabiduría y del espíritu con que Esteban anuncia y apoya con razones la verdad del mensaje de Cristo.

11 Entonces sobornaron a unos hombres que dijeron: «Le hemos oído proferir palabras injuriosas contra Moisés y contra Dios.» 12 Excitaron, pues, al pueblo, a los ancianos y a los escribas, y echándose sobre él, lo prendieron y lo condujeron al sanedrín. 13 Presentaron testigos falsos para decir: «Este hombre no cesa de proferir dicterios contra este lugar santo y contra la ley; 14 porque le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar y cambiará las costumbres que nos transmitió Moisés.»

El fanatismo y la obstinación religiosas emplean el arma maligna del odio personal y de la calumnia personal. Lo que se emprendió contra Esteban es la repetición de lo que Jesús tuvo que experimentar en la lucha contra el judaísmo petrificado en la tradición externa. De no ser así ¿qué móviles bajos y erróneos pudieron juntarse en estos hombres que al sentir su impotencia espiritual emplearon los medios más primitivos de lucha y -lejos de cualquier disposición para hacer pesquisas- solamente persiguieron el fin de hacer que enmudeciera el que anunciaba la verdad? Conocemos el recurso de los falsos testigos por el proceso contra Jesús, según lo refieren san Marcos y san Mateo 58. Sorprende que san Lucas en su relato del proceso no haga mención de los falsos testigos (Luk_22:66). En esto vemos un signo de su estilo literario, que evita en la medida de lo posible mencionar dos veces sucesos semejantes y parecidos. Hay que suponer que san Lucas conoció la actuación de falsos testigos en el juicio contra Jesús por el Evangelio de san Marcos, que con toda probabilidad le sirvió de fuente de información. Por eso tiene importancia para san Lucas poder en adelante informar de un comportamiento similar en el procedimiento contra Esteban.

Se atribuyen a Esteban palabras injuriosas contra Moisés y contra Dios. Según la tradición judía Moisés es el padre de la ley. Por el Evangelio sabemos cómo también se imputaba a Jesús el delito contra la ley. Toda la lucha de los escribas contra Jesús está sostenida por esta acusación. Se tiene que leer el sermón de la montaña según san Mateo (Mt 5-7) para ver la posición que Jesús tomaba con respecto a la ley judía. Reprobó el rígido dominio de la letra y de la forma externa, y procuró hacer visible la verdadera intención del espíritu. Sabemos cómo se pronunció en el sanedrín la sentencia de muerte contra Jesús por haber blasfemado contra Dios.

En esta narración sobre Esteban se nos recuerda este modelo y en ello reconocemos la intención del autor de mostrar con la mayor claridad posible la correspondencia entre ambos acontecimientos. Esteban está ante el sanedrín. La precedente campaña difamatoria que había sido urdida contra él, debe lograr ahora la confirmación de la sentencia judicial. Dos acusaciones se distinguen en lo que se imputa a Esteban. Se le reprocha un doble delito contra la religión judía. Uno de los reproches es el desaire ante la ley y contra la ordenación mosaica, y el otro es el menosprecio del templo. ¿En qué declaraciones podían apoyarse estas acusaciones? ¿Tenían motivo para una tal afirmación?

Cuando leemos el siguiente discurso, podemos deducir que efectivamente los temas de «Moisés» y del «templo» deben haber tenido un lugar importante en la actuación de Esteban. Pero la injusticia de la acusación consistía en que ésta, con el anquilosamiento de las ideas y tradiciones, de ningún modo se esforzaba por examinar las declaraciones del acusado en su interna verdad y legitimación, así como tampoco se supo hacerlo en el proceso contra Jesús. Aquí radica la perdición y la tragedia de los jefes de un pueblo que estaba llamado a procurar a la humanidad la salvación en Cristo Jesús. ¿No ha llegado siempre la historia del espíritu a tales situaciones? ¿Quién puede enumerar todos los sacrificios que fueron exigidos por la angostura espiritual, la rigidez y reserva fanáticas? ¿No es la historia de la Iglesia una constante repetición de lo que le sucedió a Esteban? ¿No estuvo a veces incluso la misma Iglesia en peligro de desempeñar el papel del sanedrín? Con qué rapidez puede surgir un conflicto entre la misión de la Iglesia de ser guardiana y defensora de la tradición, y su actitud abierta, con la que se enfrenta a la reclamación progresiva de la vida. La verdad sólo puede vivir donde el Espíritu Santo de Dios mueve y dirige a los hombres.

...............

58. Mar_14:56 ss; Mat_26:59 ss.

...............

b) Esteban ante el sanedrín (,53).

15 Y fija la vista en él, todos los que estaban sentados en el sanedrín vieron su rostro como el rostro de un ángel.

Es una escena cautivadora. Esteban está en medio del supremo tribunal judío. Sobre él recaen las acusaciones más graves que podían hacerse contra un judío. Una multitud azuzada le ha arrastrado ante este tribunal. Ante el tribunal que había condenado a Jesús y ante el que estuvieron no hace mucho los apóstoles y fueron castigados con azotes. ¿Qué pretenden los hombres de este tribunal? La mayor parte de ellos abrigan sentimientos hostiles. Y todos ellos están atónitos ante el acusado. Un fulgor resplandece en su rostro. Vieron su rostro como el rostro de un ángel. ¿Fue realmente así? O bien ¿interesa al autor del relato poner desde un principio al héroe de la narración a la luz de lo prodigioso? Conocemos el carácter exagerado de las piadosas leyendas, que tienden a sacar un suceso, en cuanto sea posible, del ambiente usual de la vida cotidiana y producir así en el lector asombro y admiración.

No tenemos ningún motivo apremiante para dudar de la verdad de lo que se declara en el texto. Sin embargo podemos suponer que el joven Saulo también presenció la escena o por lo menos la pudo llegar a conocer como fidedigna, y Lucas recibió por medio de él información verídica. ¿Por qué no había de ser posible que un hombre como Esteban, tan saturado del misterio del Espíritu divino fuese iluminado por una luz inusitada, que reflejase el esplendor brillante de Dios? ¿No descendió también el día de pentecostés un fuego que impresionó visiblemente a los fieles (2,3)? ¿Y no apareció también en la transfiguración de Jesús un indescriptible resplandor (Luk_9:29)? ¿Y no tenemos derecho a imaginarnos a Jesús resucitado con el fulgor de una luz sobrenatural, aunque él lo pudiera reprimir cuando le conviniera? ¿No fue Saulo cerca de Damasco envuelto por un resplandor, desde el cual le habló el Señor? 59.

Este rostro resplandeciente de Esteban pareció ser una señal. Una señal para este sanedrín, pero también una señal para la Iglesia amenazada, que en su tribulación tenía necesidad de tales signos. Quizás entonces el joven Saulo -aunque aún seguía el camino de la persecución- ya fue inducido a las ideas conmovedoras con las que en la segunda carta a los Corintios (2Co_3:7 ss) describe la excelencia del ministerio apostólico? Esteban recuerda a Moisés, cuyo «servicio... fue glorioso, de suerte que los hijos de Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, a causa de la gloria de su rostro» (cf. Exo_34:29 ss). Sin embargo, san Pablo cuando habla del ministerio apostólico del Nuevo Testamento, dice que «lo que entonces fue glorificado, no quedó glorificado a este respecto, comparado con esta gloria tan extraordinaria. Y si lo que era perecedero se manifestó mediante gloria, ¡con cuánta más razón se manifestará en gloria lo que es permanente!» (2Co_3:10 s).

...............

592Ki_9:3; 2Ki_22:6; 2Ki_26:13.



Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



Elección de los siete diáconos, 6:1-7.
1 Por aquellos días, habiendo crecido el número de los discípulos, se produjo una murmuración de los helenistas contra los hebreos, porque las viudas de aquéllos eran mal atendidas en el servicio cotidiano. 2 Los doce, convocando a la muchedumbre de los discípulos, dijeron: No es razonable que nosotros abandonemos el ministerio de la palabra de Dios para servir a las mesas. 3 Elegid, hermanos, de entre vosotros a siete varones, estimados de todos, llenos de espíritu y de sabiduría, a los que constituyamos sobre este ministerio, 4 pues nosotros debemos atender a la oración y al ministerio de la palabra. 5 Fue bien recibida la propuesta por toda la muchedumbre, y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolas, prosélito antioqueno; 6 los cuales fueron presentados a los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos. 7 La palabra de Dios fructificaba, y se multiplicaba grandemente el número de los discípulos en Jerusalén, y numerosa muchedumbre de sacerdotes se sometía a la fe.

Ha pasado ya, evidentemente, algún tiempo desde los acontecimientos narrados en el capítulo anterior. Es probable que para las narraciones que ahora comienzan San Lucas se haya valido de fuentes conservadas en Antioquía, procedentes de los cristianos helenistas llegados allí a raíz de la persecución suscitada contra ellos cuando la lapidación de San Esteban (cf. 8:1; 11:19). Desde luego, estas narraciones, relativas a la institución de los diáconos y a San Esteban, se desenvuelven con puntos de vista más universalistas que las narraciones de los anteriores capítulos, en que el horizonte estaba limitado a Jerusalén y al templo. La unión con lo anterior se hace con la frase genérica: Por aquellos días.. (v.1).
El incidente aquí narrado indica que, dentro mismo de la Iglesia, se habían ido formando dos grupos, no siempre en perfecta inteligencia entre sí: el de los palestinenses o hebreos y el de los helenistas. Ello no era nuevo, pues también dentro del judaismo los helenistas, judíos nacidos en tierra extranjera, cuya lengua habitual era el griego, eran tenidos por los de Palestina, cuya lengua habitual era el arameo, en menos estima que los nacidos en la Tierra Santa, existiendo entre ellos cierto distanciamiento y como división 59. A lo que parece, esa misma manera de ver seguían teniendo muchos dentro de la Iglesia, en la que, ya desde un principio, entraron no sólo judíos palestinenses, sino también judíos helenistas o de la diáspora, con residencia o de paso en Jerusalén (cf. 2:8-11.41). Y una consecuencia fue que en el servicio cotidiano, es decir, en la distribución de los medios ordinarios de sustento que cada día se hacía a los indigentes (cf. 2:45; 4:35), las viudas de los helenistas (en Oriente las viudas, faltas de la protección del varón, quedaban en situación muy difícil) 60 no eran suficientemente atendidas (v.1).
La queja de los helenistas, a juzgar por el proceder consiguiente de los apóstoles (v.2-s), parece que tenía serio fundamento. Algunos han querido deducir del texto bíblico que los encargados de esa distribución eran los mismos apóstoles, pues tratan de disculparse diciendo que no pueden descuidar la predicación por atender a esos menesteres materiales (v.a), y que, al no poder hacerlo ellos bien, conviene buscar otra solución (v.3). Pero tal deducción va más allá de lo que exige el texto. En él no se dice que los apóstoles, dadas sus otras ocupaciones, deban dejar ese servicio, sino que no pueden asumirlo. Más bien se supone que el servicio lo venían desempeñando otros, que serían los responsables de la negligencia en cuestión; y esos otros, contra los que iban dirigidas las quejas de los helenistas, eran hebreos (v.1), es decir, judíos nacidos en Palestina. Una variante del códice Beza lo dice aún más expresamente: las viudas de aquéllos, en el servicio de los hebreos, eran mal atendidas. (v.1). El oficio que para sí reservan los apóstoles en las reuniones de la comunidad es dirigir las oraciones y tener la catcquesis (v.4; cf. 2:42).
La propuesta hecha por los apóstoles de que la comunidad misma elija siete de sus miembros para ponerlos al frente de ese servicio, tiene cierto parecido con lo hecho por Moisés buscando también colaboradores para su trabajo (cf. Exo_18:13-26) y fue muy bien recibida (v.5). Con razón se ha hecho notar el método democrático, pero al mismo tiempo jerárquico, de la elección: elegid de entre vosotros. a los que constituyamos (v.3). Y, en efecto, los siete elegidos por la multitud son constituidos en su cargo por los apóstoles, cuando éstos, orando, les impusieron las manos (v.6). No sabemos con certeza el porqué del número siete. Se han intentado dar muchas explicaciones. Desde luego, siete era un número sagrado para los judíos (cf. Gen_21:28; Exo_37:32; Isa_11:2; Rev_1:4), y quizá no sea necesario buscar otras razones.
Los siete llevan nombres griegos, y de uno expresamente se dice que era prosélito de Antioquía (v.5), es decir, pagano de nacimiento, pero incorporado luego al judaismo por haber abrazado la religión judía y aceptado la circuncisión. Es probable que también los otros seis, dados sus nombres, pertenecieran al grupo de los helenistas, que fue el grupo que había presentado las quejas. Con todo, el argumento no es seguro, pues tenemos el caso incluso de algunos apóstoles, como Andrés y Felipe, con nombres griegos, y, sin embargo, eran nativos de Palestina. Del primero, Esteban, San Lucas habla luego ampliamente (cf. 6:8-8:2); también habla de Felipe (cf. 8:5.26.40; 21:8). De los otros cinco no vuelve a hablar, y nada sabemos. Algunos Santos Padres, como San Jerónimo y San Agustín, dicen que Nicolás, el prosélito de Antioquía, fue el fundador de la secta de los nicolaítas (cf. Rev_2:6.15); pero otros, como Clemente Alejandrino y Eusebio, niegan que tenga fundamento tal afirmación, motivada probablemente por la identidad de nombre.
El rito por el que fueron constituidos en su oficio por los apóstoles fue la oración y la imposición de manos (v.6). Por primera vez hablan aquí los Hechos de una verdadera ordenación litúrgica. El rito de la imposición de manos puede tener otros significados (cf. 8:17-18; 13:3; 28:8), pero puede tener también el de cierta consagración en orden a una función pública en la Iglesia, como vemos ser el caso en algunos pasajes de las pastorales (cf. 1Ti_4:14; 1Ti_5:22; 2Ti_1:6), y como, atendido el contexto, creemos ser aquí. Ni hemos de restringir esa función a la meramente material de distribución de socorros o servir a las mesas (v.1-2), sino que ha de extenderse bastante más. De hecho, el mismo San Lucas nos presenta poco después a Esteban y a Felipe como entregados al ministerio de la palabra (cf. 6:10; 8:5; 21:8). El hecho mismo de que los apóstoles les confieran el cargo por la imposición de manos unida a la oración (v.6) induce a pensar que no se trataba sólo de una función administrativa, sino de algo más elevado y espiritual. La queja de los helenistas (v.1) habría sido ocasión de que los apóstoles, al mismo tiempo que pensaban en poner remedio a aquella necesidad concreta de tipo administrativo, pensasen en algo más completo y permanente, la institución de los diáconos, que fuesen sus auxiliares en la celebración de los divinos misterios y en la predicación del Evangelio.
Es verdad que el texto de los Hechos no emplea el término diácono, como vemos que lo emplea San Pablo (cf. Flp_1:1; 1Ti_3:8-13), sino sólo el de diaconia (servicio) y diaconein (v.1-2); pero eso puede ser debido a que estamos precisamente en los comienzos y todavía el término diácono no tenía el sentido técnico que adquirirá más tarde. Mas, aunque falte el término, los siete ejecutan las mismas funciones que los diáconos de las epístolas de San Pablo, y la importancia que San Lucas atribuye al incidente de la queja de los helenistas da la impresión de que se daba cuenta que estaba describiendo el origen del cargo. Por lo demás, los Padres y escritores antiguos han visto siempre en estos siete la institución de los diáconos, hasta el punto de que, a mediados aún del siglo ðé, en Roma y otras partes, el número de diáconos estaba limitado a siete, en recuerdo sin duda de éstos, que se consideraban los primeros 61.
Ni a esto se opone el que, antes ya de estos siete, hubiese habido en la comunidad de Jerusalén diáconos hebreos, encargados del reparto de socorros a las personas necesitadas. El texto bíblico parece suponer más bien que los había, y sería de la actuación de esos diáconos hebreos de lo que se quejan precisamente los helenistas. Mas esos diáconos hebreos, o mejor, esos encargados de la diaconia cotidiana (v.1), tendrían exclusivamente la función y el reparto de las ayudas materiales, y la queja de los helenistas habría sido la ocasión de que los apóstoles pensaran en la institución más completa y permanente. Esta institución en Jerusalén con los siete, y de ahí se habría el tendidcarso, a otras comunidades, pues San Pablo habla de diáct Esteban (cía de Filipos (Flp_1:1), y en las pastorales se da como regularmente establecido en todas las iglesias hermanas (v 3:8-13).
Al no posee una determinada asignación para la diaconia o servicio de las mesas en aquellas circunstancias concretas, pero no al diaconado eclesiástico de que habla Pablo; es cierto que luego Esteban y Felipe aparecen dedicados al ministerio de la palabra, pero esto no sería porque hubiesen recibido en esa ocasión tal ministerio, sino porque ya lo tenían antes. Otros, como P. Gáchter, van al extremo opuesto, y no sólo afirman que fue designación para un ministerio permanente en la Iglesia, sino que añaden que ese ministerio no fue el diaconado, sino un ministerio de mucha más amplitud, que abarcaba todo lo relativo a la cura de almas dentro del grupo helenista, tarea idéntica a la que vemos que desempeñan en la iglesia de Efeso los llamados obispos (cf. Hec_20:28). Añade Gáchter que probablemente entonces, o poco más tarde, habrían sido elegidos también siete hebreos, con las mismas funciones y prerrogativas respecto del grupo palestinense que los anteriores respecto del grupo helenista. Estos siete hebreos serían los que luego aparecen de improviso en la Iglesia de Jerusalén con el nombre de presbíteros (cf. 11:30) 62.
Desde luego, esta interpretación de Gáchter es posible, pero creemos que hay que suplir muchas cosas. En cuanto a la opinión de Wikenhauser, parece quedar excluida, al menos en la intención de Lucas, por la solemnidad misma de esa imposición de manos unida a la oración (v.6).
Como final de la narración, San Lucas, igual que en capítulos anteriores (cf. 2:41.47; 4:4; 5:14), vuelve a señalar los continuos progresos de la Iglesia (v.7). Esta vez, además, nos da el dato concreto de que entre los convertidos había numerosa muchedumbre de sacerdotes. Probablemente estos sacerdotes pertenecían a la clase modesta, del tipo de Zacarías (cf. Luc_1:5), y no a las grandes familias sacerdotales, todas del partido de los saduceos, enemigos encarnizados del naciente cristianismo (cf. 4:1; 5:17). Por lo demás, su adhesión a la fe cristiana no impedía que siguieran ejerciendo sus funciones sacerdotales, al igual que los simples fieles e incluso los apóstoles seguían asistiendo a los actos de culto en el templo (cf. 2:46; 3:1; 21:20-26), pues entre judaismo y cristianismo no se había producido aún la ruptura.

Esteban, conducido ante el sanedrín, 6:8-15.
8 Estean, lleno de gracia y de virtud, hacía prodigios y señales grandes en el pueblo. 9 Se levantaron algunos de la sinagoga fundada de los libertos, cirenenses y alejandrinos y disputar con Esteban, 10 sin poder resistir a la espíritu con que hablaba 11 Entonces sobornaron a los que dijesen: Nosotros hemos oído a éste proferio blasfemas contra Moisés y contra Dios.12 Y conmociono el pueblo a los ancianos y escribas, y llegando le arrestaron y le llevaron ante el sanedrín. 13 Presentaron testigo. Se decían: Este hombre no cesa de proferir palabras contra el lugar santo y contra la Ley; 14 y nosotros le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar y mudará las costumbres que nos dio Moisés. 15 Fijando los ojos en él todos los que estaban sentados en el sanedrín, vieron su rostro como el rostro de un ángel.

Comienza el choque entre judaísmo y cristianismo. Hasta ahora ha habido, es cierto, persecuciones contra los apóstoles, pero era cosa del sanedrín, que no quería que hablasen en nombre de Jesús (cf. 4:1-3; 5:28); el pueblo, por el contrario, los aplaudía y tenía en gran estima (cf. 5:13.26). Y es que Pedro y los apóstoles exigían, sí, la fe en Jesús, pero seguían observando fielmente el mosaísmo (cf. 2:38; 3:1; 10:14; n i-3); ahora, en cambio, el grupo de los helenistas, cuyo portavoz podemos ver en Esteban, parece moverse con más libertad, y los judíos comienzan a darse cuenta que peligra su situación de privilegio. No sólo matarán a Esteban (cf. 7:54-58), sino que desencadenarán una persecución contra la Iglesia, persecución que, a lo que parece, iba dirigida contra los helenistas, no contra los palestinenses, que pueden permanecer libremente en Jerusalén (cf. 8:1-3). Ese grupo de los helenistas será el que en Antioquía comience a predicar también a los gentiles y a admitirlos en la Iglesia (cf. 11:20-21), y dos helenistas, Bernabé y Saulo, serán luego, a pesar de la oposición que encuentran (cf. 15:1-2), los principales promotores de dicho movimiento (cf. 11:22-26; 13:3; 15:12).
No se dice sobre qué versaban concretamente las disputas con Esteban; lo que sí se dice es que los que disputaban con él eran sobre todo judíos helenistas, pues pertenecían a la sinagoga llamada de los libertos, cirenenses.. (v.9). Alude aquí San Lucas a sinagogas que tenían en Jerusalén los judíos de la diáspora y que les servían de punto de reunión, según los diversos lugares de origen. No está claro de cuántas sinagogas se trata. Probablemente son tres: la de los libertos, de procedencia romana, descendientes de aquellos prisioneros judíos que Pompeyo llevó a Roma como esclavos en el año 63 a. G., y que luego habían conseguido su libertad; la de los cirenenses y alejandrinos, provenientes de las florecientes colonias judías de Cirenaica y Egipto; y la de los de Gilicia y Asia, provincias romanas del Asia Menor, que albergaban numerosos judíos llegados allí atraídos por el comercio. También pudiera ser, sin embargo, que se aluda a una sola sinagoga, la llamada de los libertos, y a ella estarían agregados los cuatro grupos nacionales que se mencionan; o incluso que se trate de cinco sinagogas distintas. Entre los de Cilicia estaría, sin duda, Saulo, natural de Tarso, a quien luego vemos presente cuando la lapidación de Esteban (cf. 7:58).
Esos judíos helenistas reaccionan violentamente contra la predicación de Esteban, probablemente antiguo compañero de sinagoga; pues, aunque de su vida anterior nada sabemos, la índole de su discurso y la manera de citar la Escritura dan la impresión de una formación alejandrina, que recuerda a Filón. Al no poder vencerle, recurren a falsos acusadores, a fin de excitar al pueblo, que hasta entonces se había mantenido favorable a los apóstoles (v. 10-12).
Las acusaciones contra él son muy graves, imputándole el haber proferido palabras contra el templo y contra la Ley (v. 11-14), dos cosas que son la base del nacionalismo judío, que luego se alegarán también contra San Pablo (cf. 21:28) y, en parte, habían sido ya alegadas contra Jesucristo (cf. Mar_14:58). Se trata de testigos falsos y, por tanto, no sabemos cuáles serían en realidad los términos empleados por Esteban en su predicación; sin embargo, como permite suponer la índole del discurso que luego pronunciará en su defensa (cf. 7:1-53), parece que no todo era invención. Fuesen cuales fuesen los términos empleados, a buen seguro que su predicación dejaba traslucir, como lo deja traslucir su discurso, que el Mesías Jesús había implantado una nueva accionoespiritual y que el templo de Jerusalén y la Ley de Moisés debían dejar paso a un templo más espiritual y a una ley más universal. únicamente que sus acusadores desfiguraban y exageraban las cosas a fin de impresionar más al pueblo, como si Esteban afirmase simplemente que Jesús había venido para destruir materialmente el templo y abolir la Ley de Moisés.
Como es obvio, la impresión producida en la muchedumbre fue muy fuerte. Ninguna acusación más a propósito para unir a todos los judíos, dirigentes y pueblo, en un frente común contra Esteban. Por eso, todos ya unidos, se lanzan sobre él y le llevan ante el sanedrín (v.12), cuyos miembros rectores, dados sus viejos recelos contra el cristianismo (cf. 4:17-18; 5:28-40), se alegrarían, sin duda, de que, por fin, también el pueblo comenzase a oponerse a la nueva doctrina. Entre tanto, Esteban, según dice San Lucas, estaba como transfigurado por la alegría de padecer persecución por el nombre de Jesús. Eso parece querer significar la expresión como el rostro de un ángel (v.15). Se trata, sin duda, de una especie de transfiguración (cf. Exo_34:29-35; Mat_17:2), probablemente en relación con la visión de la gloria de Dios, de que se habla en 7:55-56. Incluso es probable, bajo el punto de vista literario, que este v.15 estuviera unido a los v.55-56, cuya narración quedó interrumpida para dar lugar a la inserción del discurso, que procedía de otra fuente.

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



42 (III) El camino de la misión fuera de Jerusalén (6,1-15,35).
(A) Los helenistas y su mensaje (6,1-8,40).
(a) El encargo a los siete (6,1-7). Tras el idealizado retrato de la comunidad apostólica que Lucas nos ha pintado, no estamos prepa(-)rados para el conflicto que irrumpe ahora; re(-)sulta evidente que el material de su fuente es(-)tá arrugando la suave superficie de su cuadro historicista (Hengel, Between Jesús [? 43 infra, 3-4; Weiser, Apg. 168; J. Lienhard, CBQ 37 [1975] 231). Los «helenistas», que se nos pre(-)sentan repentinamente sin una introducción específica, como una entidad separada de los «hebreos», son los que tienen la clave del avance del joven cristianismo más allá de las fronteras de la patria palestinense (cf. 11,19-21; E. Grásser, TRu 42 [1977] 23). En este da(-)to, el relato lucano se adecúa a los hechos his(-)tóricos. Sin embargo, a causa del carácter lineal de su argumentación, no responde a las cuestiones sobre cómo surgió esta otra enti(-)dad y cómo se constituyó su liderazgo, que in(-)cluye a dos de los principales actores de Lu(-)cas. Parece que el conflicto, sobre e] que tan pocos detalles se nos dan aquí, no se debió al nombramiento de nuevos líderes, sino que, más bien, fue el resultado de una división que ya existía en la Iglesia de Jerusalén entre una parte dirigida por los Doce y otra que estaba dirigida por otros personajes que se mencio(-)nan ahora por primera vez (v. 5). Las rasgos del relato, es decir, la subordinación de los re(-)cién llegados a los Doce, la obtención de un ministerio inferior como el servicio a las me(-)sas (v. 2) mediante la imposición de manos de los apóstoles (v. 6), son probablemente el re(-)sultado de la redacción lucana (Schneider, Apg. 1.421; N. Walter, NTS 29 [1983] 372-73). Otros datos, como la discordia y los siete nom(-)bres, que, quizá, están en la base de los vv. 5-6, proceden de un relato que se hallaba en una fuente no recuperable. Ante la chocante dife(-)rencia que existe entre el servicio de mesa asignado a los siete en este contexto y el «mi(-)nisterio de la palabra» característicamente apostólico que ejercen Esteban y Felipe en el relato de sus respectivas misiones (6,8-8,40), resulta muy probable que fuese Lucas quien uniese el relato del encargo como intro(-)ducción a la secuencia de Esteban y Felipe, co(-)locando así, desde el principio, a los dos mi(-)sioneros «helenistas» en una adecuada subor(-)dinación a los doce apóstoles (J. Lienhard, CBQ 37 [1975] 230; U. Borse, BibLeb 14 [1973] 189).

431. helenistas contra los hebreos: La me(-)jor explicación de estos grupos es también la más simple (véase el excelente estudio de M. Hengel [Between Jesús 4-11], Se trata de los diferentes grupos lingüísticos del judaismo jerosolimitano, uno que hablaba arameo pa(-)lestinense y otro, formado por inmigrantes venidos de la diáspora que se habían estable(-)cido en Jerusalén (cf. 2,5), que sólo hablaba griego. La existencia de varias sinagogas grecoparlantes en la Jerusalén del s. I está atesti(-)guada por las inscripciones de aquella época (p.ej., la famosa inscripción de Teodocio, ibid. 17, 148 n. 119; cf.. R. Hestrin et. al., lnscriptions Reveal [Jerusalén 21973] § 182); el celo por las instituciones ancestrales que animaba a los inmigrantes que regresaban a su «hogar patrio» probablemente convirtió a muchos de ellos en radicales defensores de la ley mosaica, tal como se describe a Saulo (9,1-2), dispues(-)tos a defender con toda la fuerza sus tradicio(-)nes en las discusiones con Esteban (v. 9) y, posteriormente, con Saulo (9,29). Sólo así po(-)demos armonizar el uso del término «helenis(-)tas» en este contexto con su otra única apari(-)ción neotestamentaria en 9,29. Es preferible que no añadamos ninguna connotación teoló(-)gica al sentido de la palabra (O. Cullmann), ni tampoco le atribuyamos la connotación peyo(-)rativa de sincretismo (M. Simón) o de práctica libertina (W. Schmithals, Apg. 65). En su sen(-)tido estrictamente lingüístico, el término «he(-)lenistas» puede incluir a judíos y cristianos de toda una ciudad, más que designar exclusiva(-)mente a una facción cristiana agitada por asuntos relativos al evangelio y la misión, el suministro cotidiano: Probablemente, se refie(-)re más al diario esfuerzo de supervivencia de la desapegada y entusiasta comunidad cristia(-)na (cf. 4,34-37; 11,29; 12,25; así opinan Hengel y Roloff) que a un programa de asistencia des(-)tinado a la sociedad judía en general (así N. Walter, NTS 29 [1983] 379-82; cf. Haenchen, Acts 261-62). Fácilmente podemos imaginar(-)nos por qué las viudas inmigrantes tenían es(-)peciales dificultades económicas, y por qué podrían «ser pasadas por alto» en la distribu(-)ción de los alimentos realizada por el contin(-)gente nativo. 2. servir las mesas: La expresión diakonein trapezais connota, posiblemente, el esfuerzo de toda la comunidad por ayudar a los necesitados. No se utiliza el sustantivo diakonos, aunque Lucas pueda estar pensando en este primitivo e importante ministerio (Flp 1, 2; 1 Tim 3,8.12). De hecho, a los siete no se les presentará posteriormente en Hechos rea(-)lizando esta función, así que está justificado que no se les llame «diáconos» en nuestro tex(-)to. 2-6. La secuencia del encargo se ajusta a un modelo del AT (cf. Gn 41,29-43; Éx 18,13-26; Dt que podría'na'oev sido vaveaY\7/adopw la Ríen te de Lucas (cf. Richard, Acts 6,1-8,4 269-74; E. Plümacher, TRu 49 [1984] 140). Es el resultado de una reflexión posterior sobre el acontecimiento, no el ritual de una ordenación apostólica. 3. siete hombres: Al parecer, se les llegó a designar como «los siete» (21,8); su nú(-)mero puede reflejar la institución del consejo de la ciudad (Dt 16,18; Str-B 2.641). 4. al servi(-)cio de la palabra: A diferencia del «servicio de mesa», ésta es, sin embargo, la actividad «apos(-)tólica» en la que encontraremos comprometi(-)dos a Esteban (v. 10) y a Felipe, «el evangelista» (21,8), en el desarrollo del relato lucano. 5-6. Los siete nombres, con Esteban a la cabeza, son todos griegos y están ampliamente docu(-)mentados en fuentes helenistas. Estos corrobo(-)ran nuestra explicación del trasfondo de este grupo, les impusieron las manos: Con este ritual judío se expresaba tanto la transferencia de una función como la concesión de poderes (cf. Nm 27,18-23); es una práctica eclesiástica de tiempos de Lucas (1 Tim 4,14; 5,22; 2 Tim 1,6) que se retrotrae al relato del comienzo de la Iglesia (cf. también 13,2-3; [14,23]; cf. J. Coppens, Les Actes [ed. J. Kremer] 405-38). Para Lucas expresa gráficamente la subordinación de este liderazgo helenista, originalmente inde(-)pendiente, a los apóstoles elegidos por Jesús. 7. iba creciendo: La noticia sobre el «crecimiento» concluye el episodio (cf. 2,47), contribuyendo al impulso del relato. Los «sacerdotes» consti(-)tuyen un ejemplo concreto que no se desarrolla posteriormente.

(Bihler, K., Die Stephanusgeschichte im Zusammenhangder Apostelgeschichte [MTS 1/16, Múnich 1963], Boi se, U., «Der Rahmen-text im Umkreis der Stephanusgeschichte», BibLeb 14 [1973] 187-204. Cadburv, H., en Beginnings 5.59-74. Cullmann, O., «Von Jesús zum Stephanuskreis...», Jesús und Pau(-)lus [Fest. W. G. Kümmel, ed. E. E. Ellis y E. Grasser, Gotinga 1975] 44-56; Grasser, E., TRu 42 [1977] 17-25. Hengel, M., Between Jesús and Paul [Filadelfia 1983] 1-29; Acts 71-80. Lienhard, J., «Acts 6,1-6: A Redactional View», CBQ 37 [1975] 228-36. Richard, E., Acts 6,1-8,4 [SBLDS 41, Missoula 1978], Simón, M., St. Stcphen and the Hellenists in the Primitive Church [Londres 1958] 1-19. Walter, N., «Apg. 6.1 und die Anfange der Urgemeinde in Jerusalem», NTS 29 [1983] 370-93. Wilson, Gentiles 129-53.)

44 (b) El testimonio de Esteban (6,8-8,3). El relato sobre Esteban que comienza en 6,8-15 prosigue en 7,55-8,3; probablemente, el extenso discurso es una inserción posterior que se ubicó en medio de la historia (Dibelius, Studies 168). El relato, que, por lo menos en parte, Lucas recibió de su fuente, fluctúa en su presentación de los hechos entre el proceso ju(-)dicial y él linchamiento, debido, probablemen(-)te, a que Lucas aumentó el texto de su fuente con los datos de un proceso antedi sanedrín con el objetivo de configurar la muerte del protomártir con la de Jesús (Conzelmann, Apg. 51 Schneider Apg. 1.433-34). El parale(-)lismo entre los dos «martirios» es típicamente lucano; algunos elementos del relato sinóptico de la pasión que se omiten en Lc 22-23 se tras(-)ladan a este contexto del proceso contra Este(-)ban (p.ej., vv. 13-14 = Mc 14,57-58). La incorporación de la pasión de Jesús en la de Esteban incluye la presencia de los testigos falsos, la pregunta del sumo sacerdote, la vi(-)sión del «Hijo del hombre» (7,56) y las oracio(-)nes del moribundo (7,59-60; cf. Richard, Acts 6,1-8,4 281-301). Al mismo tiempo, la escenifi(-)cación del proceso ante el sanedrín convierte el martirio de Esteban en el clímax de la serie de persecuciones que se nos habían contado anteriormente en Hechos: la primera terminó en simples amenazas (4,17.21); la segunda, con azotes (5,40) y la determinación de acabar con ellos (5,33), que es lo que ahora, final(-)mente, se cumple (Haenchen, Acts 273-74).

(i) Misión y proceso (6,8-7,1). 8. lleno de gra(-)cia y de poder: La presentación de este modéli(-)co portador del Espíritu (cf. v. 5), acreditado por sus milagros (2,22.43) y la posesión del ca(-)risma de la predicación persuasiva (v. 10), es un punto en el que la fuente de Lucas irrumpe con una importante información sobre Esteban y su movimiento. La combinación entre el entu(-)siasmo del Espíritu en que vivían y la influencia de las enseñanzas de Jesús explican la dura crí(-)tica contra las instituciones judías que citan aquellos que acusan a Esteban (vv. 11.13). «El factor decisivo es la interpretación, inspirada por el Espíritu, del mensaje de Jesús en el nue(-)vo contexto de lengua griega» (Hengel, Between Jesús 24). 9. Sobre las sinagogas helenistas de Jerusalén (también 24,12), cf. comentario a 6,1. 12-14. A diferencia de las genéricas acusacio(-)nes que los judíos lanzaban contra Pablo (21,21.28), las dirigidas contra Esteban inclu(-)yen puntos específicos que, sin duda, su grupo enseñaba. Lucas, protector de su tesis de la continuidad, califica a sus acusadores de «testi(-)gos falsos», pero lo sustancial del v. 14 (cf. Mc 14,58; Hch 7,48) no tiene por qué ser solamen(-)te el resultado de su configuración con el rela(-)to de la pasión, pues también puede confirmar la recepción del logion sobre el templo por es(-)píritus similares dispuestos a poner en cuestión la centralización del culto judío (cf. 7,48; 17,24; Roloff, Apg. 113; y en contra, G. Schneider, en Les Actes [ed. J. Kremer] 239-40). 15. como el rostro de un ángel: La «transfiguración» de Es(-)teban (cf. Lc 9,29) es un preludio de su visión (7,55-56); su discurso rompe estratégicamente la integridad formal de la secuencia (cf. Ri(-)chard, Acts 6,1-8,4 [? 43 supra] 298-99).

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



Esteban delante del Sanedrín: el fin de una era

Por lo común la gente se sorprende al saber que el discurso más largo de los muchos que aparecen en Hech. no es el de Pablo, ni aun el de Pedro, sino el de Esteban. Estos capítulos son un punto clave en la historia de la iglesia primitiva. Hasta este momento , aunque había habido oposición a la expansión del evangelio, había sido motivada por los celos y por un sentido del orden público. El judaísmo y el cristianismo no eran considerados como religiones separadas, pues los cristianos seguían yendo al templo y nunca predicaban que la gente debía dejar atrás su judaísmo, sino más bien que tenían que aceptar a Jesús como el cumplimiento de todo lo que la ley y los profetas señalaban.

Este estado de cosas cambia drásticamente con la historia de Esteban. Falsos testigos declararon que el mensaje de Esteban atacaba al templo y la ley de Moisés. El discurso de Esteban muestra que estas acusaciones eran a la vez verdaderas y falsas. El largo relato de la historia primitiva de Israel, irrelevante a primera vista, tenía la intención de mostrar que antes Dios tenía una prolongada y viviente relación con su pueblo, al margen de la ley de Moisés y el templo. Gente como José y Moisés, con quienes Dios profundizó la relación, enfrentaron los celos y el rechazo de su propio pueblo. La ley y el tabernáculo/templo eran expresiones de esta relación más que su esencia. Si se piensa del judaísmo de ese modo como una continua relación de Dios con su pueblo, entonces el cristianismo es su continuación. Pero si se piensa del judaísmo sólo en términos del templo y la ley, entonces el cristianismo está en conflicto con él, porque declara que, por medio del Mesías, Dios ha llevado más adelante esa relación.

Cuando comenzó la historia, los creyentes eran considerados como judíos y gran número de personas de Jerusalén, incluso sacerdotes, estaban llegando a ser creyentes (6:7). Al final de la historia los judíos se oponían a los cristianos, no sólo cuando éstos tenían éxito o causaban disturbios, sino porque eran cristianos (8:1-3). Del mismo modo, sin embargo, debe decirse que, cuando Esteban habló del rechazo de Jesús, como Pedro (2:23, 24; 3:14, 15; 4:10, 11; 5:30, 31), no trataba primariamente de enfocar la forma en que Dios había invertido el juicio humano sobre Jesús. Esteban estaba echando la culpa a los líderes judíos en una forma más directa. Este triste episodio marca el fin de una era.

1 Los judíos helenistas y hebreos al parecer eran dos grupos culturales dentro de la sociedad cristiana (y judía). Debemos presumir que los discípulos y otros judíos nativos de Palestina hablaban arameo (un idioma relacionado con el heb.) como su primer idioma, si bien, mientras que muchos de los que se convirtieron de entre los visitantes en Pentecostés, p. ej., pueden ser considerados judíos griegos o helenistas y su lenguaje básico era el gr. Ambos grupos eran judíos.

Surgió una disputa sobre la distribución diaria de alimentos. Aunque Lucas ya ha mencionado la forma en que los cristianos compartían entre sí (2:44-47; 4:32-35), sólo aquí tenemos una visión de la escala y regularidad de este ministerio.

2-4 El contraste entre la oración y el ministerio de la palabra por un lado, y el servir a las mesas por el otro, no debe leerse como si un ministerio fuese inferior al otro. En muchas culturas modernas la frase servir a las mesas trae a la mente a los mozos o empleados de un restaurante. Esta imagen es errónea en varios sentidos. Por un lado es el dueño de casa el que tiene la tarea de distribuir la comida (como lo hizo Jesús en la última cena tomando, bendiciendo, rompiendo y repartiendo; Luc. 22:19; cf. 9:16 y 24:30). Además, la palabra que se usa aquí para mesa tiene dos significados especiales: la mesa para comer y también la de los cambiadores de dinero (Mar. 11:15; la misma palabra se usa en el sentido de banco en Luc. 19:23). De modo que puede decirse que una paráfrasis valedera de servir a la mesa es sentarse en el escritorio del administrador. Aunque el pasaje (en algunas versiones menciona los alimentos, la distribución bien puede haber sido en forma de dinero para comida y ciertamente en 4:35-37 era dinero lo que recibían los apóstoles para esta ayuda. Esa interpretación también se adecua mejor a los dones requeridos para los siete: tanto como ser llenos del Espíritu, necesitarían sabiduría para cumplir su función.

Por supuesto, no se trata de que los apóstoles evitaron todo lo que tuviera que ver con la administración o las necesidades físicas, ni que los siete se hicieron a un lado en la oración o el ministerio de la palabra. De hecho, las historias que Lucas nos da sobre Esteban y Felipe se relacionan con el ministerio de la palabra y no con la comida o las finanzas.

8-10 Esteban, uno de los siete, provocó la oposición entre los judíos helenistas no creyentes en la sinagoga llamada de los Libertos, haciendo señales y maravillas. Se menciona Cilicia como una de las provincias de las cuales provenían sus miembros. Tarso, la ciudad natal de Pablo, estaba en Cilicia y quizá él tuvo que ver algo con la sinagoga y su antagonismo. Su oposición fue infructuosa hasta que sobornaron a algunos para que dieran falso testimonio contra Esteban, exagerando sin duda aspectos de lo que realmente Esteban dijo al punto que podían considerarse palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios. 13, 14 El testimonio de los falsos testigos es similar al del juicio de Jesús (Mar. 14:58). Las acusaciones se referían al templo y la ley.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Los siete diáconos. Con este capítulo comienza otra parte del libro de los Hechos en la que aparece un nuevo grupo en la Iglesia de Jerusalén: «los helenistas». La comunidad ha sido quizás idealizada por Lucas en los capítulos precedentes. En realidad, tenía problemas y no pequeños. No podía ser menos, porque se trataba de una comunidad muy compleja. La formaban dos grupos de diversa lengua, mentalidad, cultura y posición social. La división no podía tardar en llegar. Y llegó. Al narrar el episodio, Lucas, hombre conciliador, no hace más que insinuar el conflicto. Era demasiado conocido por todos y no merecía la pena insistir. El interés de Lucas está en presentar la solución pacífica a que se llegó sin que se rompiera la unidad de la comunidad y los frutos tan importantes que un grave conflicto eclesial bien resuelto puede producir. ¡Todo un ejemplo para nuestra Iglesia de hoy!
Ésta era la situación de aquella Iglesia de Jerusalén: por una parte, está el grupo cristiano de lengua aramea y cultura hebrea, grupo de la mayoría, del que forman parte los apóstoles. Sus costumbres y sus prácticas, algunas de ellas discriminatorias, son puramente judías. Un bagaje del que aún no habían sabido desprenderse, aun después de abrazar la fe, porque lo consideraban parte integrante del mensaje cristiano. En términos de hoy diríamos que formaban el ala tradicional y conservadora de aquella Iglesia. Por otra parte, está el grupo cristiano «helenista». El término «helenista», en general, designa a los judíos que habían nacido y vivido fuera de Palestina, en la «diáspora», en contacto sobre todo con la cultura griega, cuya lengua habían adoptado. Un buen número de ellos residía en Jerusalén donde tenían sus propias sinagogas, como grupo aparte. De talante más universal, formaban el ala avanzada, abierta y crítica del judaísmo. Un cierto número de estos judíos helenistas se hizo cristiano y, al convertirse, se afirmó más en ellos su crítica del judaísmo tradicional, sus costumbres, prácticas discriminatorias y prejuicios de los que aún no se había liberado el grupo conservador cristiano.
Son los recién convertidos «helenistas» los que provocan el conflicto dentro y fuera de la comunidad cristiana de Jerusalén. Hacia adentro, el problema aparentemente parece trivial y sin mayor importancia. Se quejan de la discriminación que sufren las viudas de su grupo a la hora del reparto de la comida. En realidad, el problema era mucho más de fondo como se verá después. Esta queja provoca una reunión general. Los doce apóstoles proponen una solución que es aceptada por todos: la elección de siete servidores o diáconos helenistas -todos tienen nombres griegos- para que atendieran a las necesidades materiales de las viudas, porque los apóstoles tenían un ministerio más importante que hacer, como predicar la Palabra de Dios.
Uno de los siete, de nombre Nicolás, era de origen pagano aunque simpatizante -prosélito- judío, natural de Antioquía. La situación de estos «simpatizantes» era muy incómoda. Querían ser judíos de pleno derecho pero no podían. Cuestión racial. Ahí estaba la Ley para impedírselo. Eran tolerados por una parte y discriminados por otra. No podían acudir al templo; no podían sentarse a comer con los judíos de raza, etc. Eran impuros, o sea, ciudadanos de segunda categoría. Cuando estos «simpatizantes» se hacían cristianos, la discriminación continuaba en el seno de la misma comunidad cristiana. ¿Se sentaban a la mesa, como iguales, junto a los cristianos de origen judío para celebrar la eucaristía?
Lucas habla como si la solución hubiera sido inmediata y fácil. Podemos imaginarnos lo que se calla, es decir, la discusión quizás acalorada, el diálogo, el discernimiento, el ceder de unos y de otros y, sobre todo, el clima de oración en que la polémica se resolvió. Con la imposición de las manos, los apóstoles transmiten a los siete elegidos el encargo y la gracia de Dios para cumplirlo. La imposición de las manos en la cultura bíblica venía a significar la comunicación del espíritu del que impone las manos sobre quien le son impuestas. Así se le confiere una misión y un ministerio. Había nacido lo que hoy llamaríamos una «Iglesia local» con su lengua, su cultura y sus líderes nativos.
Lucas nos transmite dos mensajes. Primero: que la unidad de la Iglesia que estaba naciendo no se rompió ante un grave conflicto, sino que como fruto de la unidad surgió la diversidad. Segundo: que el Espíritu Santo no es monopolio de ningún grupo cristiano ni de la jerarquía eclesiástica sin más, sino que actúa donde quiere. De hecho, comenzó a actuar de un modo sorprendente y maravilloso en aquella comunidad local de helenistas cristianos, empujando la Palabra más allá de las fronteras de la cultura y del pueblo judío. Esto se produjo por el problema «hacia fuera» que provocaron los jóvenes helenistas capitaneados por Esteban y del que se va a ocupar a continuación el narrador. De momento, el incidente queda resuelto y Lucas apostilla que la Palabra o el Mensaje (personificado) se difundía y que crecía mucho el número de los discípulos.

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter VI.

1 The Apostles desirous to haue the poore regarded for their bodily sustenance, as also carefull themselues to dispense the word of God, the foode of the soule: 3 Appoint the office of Deaconship to seuen chosen men. 5 Of whom, Steuen a man full of faith, & of the holy Ghost, is one. 12 Who is taken of those, whom he confounded in disputing, 13 and after falsely accused of blasphemie against the law and the temple.

[Seuen Deacons.]

1 And in those dayes when the number of the Disciples was multiplied, there arose a murmuring of the Grecians against the Hebrewes, because their widowes were neglected in the daily ministration.
2 Then the twelue called the multitude of the disciples vnto them, and said, It is not reason that we should leaue the word of God, and serue tables.
3 Wherefore brethren, looke ye out among you seuen men of honest report, full of the holy Ghost, and wisedome, whom we may appoint ouer this businesse.
4 But we will giue our selues continually to prayer, and to the ministerie of the word.
5 And the saying pleased the whole multitude: and they chose Steuen, a man full of faith and of the holy Ghost, and Philip, and Prochorus, and Nicanor, and Timon, and Permenas, and Nicolas a proselyte of Antioch.
6 Whom they set before the Apostles: and when they had praied, they layd their hands on them.
7 And the word of God encreased, and the number of the Disciples multiplied in Hierusalem greatly, and a great company of the Priests were obedient to the faith.
8 And Steuen full of faith and power, did great wonders and miracles among the people.
9 Then there arose certaine of the Synagogue, which is called the Synagogue of the Libertines, and Cyrenians, and Alexandrians, and of them of Cilicia, and of Asia, disputing with Steuen.
10 And they were not able to resist the wisedome and the spirit by which he spake.
11 Then they suborned men which said, We haue heard him speake blasphemous words against Moses, and against God.
12 And they stirred vp the people, and the Elders, and the Scribes, and

[Steuen accused.]

came vpon him, and caught him, and brought him to the Councell,
13 And set vp false witnesses, which said, This man ceaseth not to speake blasphemous words against this holy place, and the Law.
14 For we haue heard him say, that this Iesus of Nazareth shall destroy this place, & shall change the [ Or, rites.] Customes which Moses deliuered vs.
15 And all that sate in the Councell, looking stedfastly on him, saw his face as it had bene the face of an Angel.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

En el comienzo de la sección se presentan dos grupos de discípulos, distinguidos según el estrato del que procedían antes de su conversión: helenistas y hebreos. Los helenistas eran judíos que habían nacido y vivido un tiempo fuera de Palestina. Hablaban griego y utilizaban sinagogas propias en las que se leían versiones griegas de la Sagrada Escritura. Poseían cierta cultura griega, a la que los hebreos no eran del todo ajenos. Los hebreos eran judíos nacidos en Palestina, que hablaban arameo y usaban la Biblia hebrea en el culto sinagogal. Esta distinción de grupos según su procedencia pervivió lógicamente durante un tiempo en la comunidad cristiana, pero no debe hablarse de división, y menos aun de oposición entre dos facciones del cristianismo primitivo.

El capítulo narra la institución por los Apóstoles de «los Siete», que es el segundo grupo definido de discípulos -el primero está formado por «los Doce»-, al que se encomienda un ministerio en la Iglesia. Lucas empleará la palabra diaconía (servicio), pero no llama «diáconos» a los siete discípulos elegidos para «servir las mesas» (v. 2). Los escritores antiguos tampoco relacionan con los Siete a los diáconos -en sentido técnico posterior- que, junto a presbíteros y obispos, constituirán pronto en la Iglesia el orden jerárquico. No sabemos, por lo tanto, con seguridad, si el ministerio diaconal, tal como lo conocemos, deriva directamente de «los Siete». No debe descartarse, sin embargo, la posibilidad de que el ministerio aquí descrito haya contribuido a la institución del diaconado propiamente dicho.


Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

— prosélito: Ver notas a Hch 2:11 y Mat 23:15.

— Antioquía: Ciudad muy importante, hasta el punto de ser considerada la tercera ciudad del Imperio, después de Roma y Alejandría. Estaba situada a orillas del río Orontes y era la capital de la provincia romana de Siria. Tuvo un singular protagonismo en la historia de la primera Iglesia cristiana (ver Hch 11:19-30; Hch 13:1; Hch 14:26; Hch 15:3; Hch 15:22; Hch 15:30-35; Hch 18:22-23).

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


NOTAS

6:5 Lucas no da el nombre de «diáconos» a los siete elegidos, aunque se repite la palabra «servicio» ( diakonía ), ver Flp_1:1+; Tit_1:5+. -Todos los elegidos llevan nombre griego; el último es un prosélito, ver Hch_2:11+. Con esto, el grupo de los cristianos helenistas recibe una organización aparte del grupo hebreo. Es posible que detrás de la diferencia señalada en el v. Hch_6:1 se oculte un desacuerdo más profundo entre hebreos y helenistas, quizá a propósito de la política misionera.

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


NOTAS

6:5 Lucas no da el nombre de «diáconos» a los siete elegidos, aunque se repite la palabra «servicio» ( diakonía ), ver Flp_1:1+; Tit_1:5+. -Todos los elegidos llevan nombre griego; el último es un prosélito, ver Hch_2:11+. Con esto, el grupo de los cristianos helenistas recibe una organización aparte del grupo hebreo. Es posible que detrás de la diferencia señalada en el v. Hch_6:1 se oculte un desacuerdo más profundo entre hebreos y helenistas, quizá a propósito de la política misionera.

Biblia Latinoamericana (San Pablo, 1995)



[o] Llenos de fe y Espíritu Santo. Habíamos escrito ya en el vers. 3: llenos del Espíritu y de sabiduría, para respetar las costumbres de nuestro lenguaje. Pero el texto dice en dos lugares: llenos de "fe y de espíritu", lleno de "espíritu y de sabiduría". Nuestro lenguaje religioso nos desvía un poco: sabiendo que el Espíritu es persona divina, queremos conservarle su capital y que no se tome un poco o mucho de El. Decimos que es "persona" divina, porque carecemos de una expresión mejor, pero es también muy verdadero que el Espíritu es la energía divina, y se dice bien: lleno de vigor. Nada sabemos de esos siete, excepto de Esteban y de Felipe. Como el Apocalipsis habla de los nicolaitas en Ap 2,6, algunos pensaron con demasiada prisa que debían de ser los imitadores de ese Nicolas desconocido. En la Iglesia latina se le atribuyó también el casamiento de los sacerdotes.

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



1. Los "helenistas" eran judíos de habla griega, que habían vivido fuera de Palestina y tenían en Jerusalén sinagogas propias, donde se leía la Biblia en griego. Los "hebreos", en cambio, eran los judíos nativos de Palestina.

9. "Los Libertos" eran, probablemente, descendientes de los judíos conducidos a Roma por Pompeyo en el año 63 a. C. y vendidos como esclavos. Muchos de ellos fueron liberados más tarde.

13-14. Las mismas falsas acusaciones lanzadas contra Jesús lo son ahora contra Esteban, y también son parecidos los resultados de ambos procesos. Ver Mat_26:59-66.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 6.1-7 Tradicionalmente, estos siete han sido llamados diáconos. Sin embargo, las actividades de Esteban y de Felipe sobrepasaron las funciones asociadas con este oficio.

[2] 6.5 Esteban: cf. Hch 6.8--7.60. Felipe: Cf. Hch 8.4-13,26-40; 21.8-9.

[3] 6.5 Antioquía: de Siria; véase Hch 11.19 n.

[4] 6.6 Impusieron las manos: Cf. Nm 27.23; 1 Ti 4.14.

[5] 6.9 Esclavos Libertados: esclavos judíos a quienes se había concedido la libertad.

Biblia Peshitta en Español (Holman, 2015)

a Hch 6:8; Hch 11:19

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*6-7 Capítulos dedicados a los judeocristianos helenistas, un grupo oriundo de la diáspora, misionero y simpatizante del mundo de los gentiles. Serán ellos los que comiencen la evangelización de estos últimos.

Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)



NICOLAO, PROSÉLITO ANTIOQUENO: era gentil de origen, pero incorporado al judaísmo con la circuncisión. No es cierto que fuese el fundador de la secta de los nicolaítas, de que habla San Juan en el Apocalipsis.

Greek Bible (Septuagint Alt. Versions + SBLGNT Apparatus)

πλήρης NA28 RP ] πλήρη WH Treg

Torres Amat (1825)



[10] Mat 10, 20.