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Pasó tres días sin ver, y sin comer ni beber. (Hechos 9, 9) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 9

SAULO, CONVERSIÓN Y BAUTISMO

II. SAULO: VOCACIÓN Y PRIMERA ACTIVIDAD (9,1-30) Ya hemos indicado en la introducción que san Lucas en su manera de presentar la primitiva Iglesia ha delineado con especial atención el camino y la obra del hombre que con los nombres de Saulo o Pablo ha contribuido en una medida incomparable al desarrollo y configuración de esta Iglesia. En la composición de los Hechos de los apóstoles aparece en el campo visual cada vez con mayor claridad la imagen de Pablo, hasta que a partir del capítulo 13 domina casi exclusivamente la escena.

Conocemos, como ya dijimos, el lazo personal que unía a Lucas y a Pablo. Así lo atestiguan las cartas del apóstol. Las cartas de la cautividad, probablemente escritas en Roma, nos nombran a Lucas como fiel compañero del Apóstol (Col_4:14; Phm_1:24), y la segunda epístola a Timoteo denota esta proximidad con la frase emocionada: «Lucas es el único que está conmigo» (2Ti_4:11). Quien lea con atención los relatos de este libro en que se usa la primera personal del plural (2Ti_16:10 ss; 2Ti_20:5 ss), se entera por ellos que Lucas también ha acompañado desde lejos al Apóstol en las rutas misionales y en las demás estaciones de la cautividad. Todo esto lo hemos de considerar para ver que el autor de los Hechos de los apóstoles además de darnos informaciones objetivas nos muestra un vivo interés personal por Pablo.

Y por estas razones también hay que entender que se exponga tan detenidamente y con especial atención la historia única de la vocación de este hombre. También se muestra la importancia que se atribuye a esta vocación en el hecho de que la encontramos tres veces con profusión de pormenores en los Hechos de los apóstoles. En este pasaje se describe por primera vez la vocación con la manera de narrar propia del autor, pero encontramos una vez más el mismo contenido como relato propio del Apóstol en su discurso de defensa pronunciado delante del pueblo (2Ti_22:1 ss), y en su discurso ante el rey Agripa y el gobernador romano en Cesarea (2Ti_26:1 ss). Volveremos a hablar en cada caso de las diferencias que haya en la exposición particular.

A este propósito indiquemos también que Pablo habla repetidas veces del memorable acontecimiento de su vida y se acuerda de la gracia de su especial vocación. En la carta a los Romanos, y de una forma parecida en las otras epístolas, Pablo se presenta como «apóstol por llamamiento divino, elegido para el Evangelio de Dios» (Rom_1:1)74. Pablo piensa en la vocación, cuando dice: «Al último de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí. Yo soy el menor de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy» (1Co_15:8 ss).

Con igual emoción en la carta a los Gálatas (Gal_1:1 3 ss) habla de aquella hora inolvidable: «Habéis oído hablar, en efecto, de mi conducta, cuando yo militaba en el judaísmo: con qué encarnizamiento perseguía la Iglesia de Dios y pretendía destruirla... Pero cuando aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí, para que lo evangelizara entre los gentiles, yo no fui corriendo a consultar con la carne y la sangre; ni acudí a Jerusalén, a los apóstoles que me habían precedido; sino que me fui a Arabia y después volví nuevamente a Damasco». Y en la carta a los Efesios resplandece la hora de Damasco, cuando se dice: «A mí, el menor de todos los santos, se me ha dado esta gracia: anunciar en los gentiles la insondable riqueza de Cristo» (Eph_3:8). Y se podrían agregar muchas otras citas de las epístolas para llegar a saber con qué emoción Pablo recuerda aquella hora.

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74. Cf. 1Co_1:1; Gal_1:1, etc.

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1. LA LLAMADA DEL SEÑOR (Hch/09/01-09).

a) El perseguidor en camino (Gal_9:1-2).

1 Saulo, por su parte, todavía respirando amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se llegó al sumo sacerdote 2 y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de traerse presos a Jerusalén a todos los que encontrara adictos al Camino, hombres o mujeres.

El nombre de Saulo está de una forma significativa al principio de este relato. Conocemos la persona que tenía este nombre por la historia de Esteban (Gal_7:58; Gal_8:1.3). Más tarde se nos dirá que también se llamaba «Pablo» (Gal_13:9). Y a partir de aquel versículo, los Hechos de los apóstoles emplearán exclusivamente este segundo nombre. Mucho se ha reflexionado sobre tal cambio. Quizás se deba a la diversidad de fuentes utilizadas o quizá a que el Apóstol en el territorio misional no judío se sirvió de su segundo nombre, que como ciudadano romano seguramente tenía desde el nacimiento 75. Así pues, no cabe decir, como algunos han supuesto, que la conversión hizo de un Saulo un Pablo, pues, incluso después del bautismo, en los Hechos de los apóstoles se sigue empleando el nombre de Saulo hasta 13,9. Sabemos que en las cartas del Apóstol se usa exclusivamente el nombre de «Pablo». En el judaísmo de aquel tiempo se encontraba con frecuencia la práctica de tener dos nombres. También hay ejemplos de ello en el Nuevo Testamento. Recordemos a José Barsabás Justo (1,23).

Esta cuestión del nombre no parece tener gran importancia. Sin embargo también en esta cuestión se contribuye a comprender la situación de la Iglesia de aquel tiempo. En nuestro texto el nombre de Saulo inicia el relato, con lo cual parece que se quiera hacer resaltar este nombre. Esta colocación del nombre de Saulo tiene la intención de hacer que el lector esté atento a que la persecución de los cristianos, de la cual sólo se habló brevemente en 8,3, aún prosigue, y Saulo, con afán insaciable, se enfurece contra los cristianos. Con las narraciones de Felipe esta tribulación de la Iglesia había salido del campo visual.

También en otros pasajes tenemos noticia del fanatismo con que Saulo procedió contra los judíos que se habían hecho cristianos. En un posterior discurso delante del pueblo confiesa san Pablo: «Perseguí de muerte este Camino, aprisionando y encarcelando hombres y mujeres» (22,4). Y en el discurso ante Agripa leemos las siguientes paLabras de Pablo: «Yo, por mi parte, pensé que debía hacer todo lo posible contra el nombre de Jesús de Nazaret. Y lo hice en Jerusalén; y a muchos de los fieles encerré yo en la cárcel, con autorización que recibía de los príncipes de los sumos sacerdotes. Y cuando se los condenaba a muerte, yo daba mi voto contra ellos. Y por todas las sinagogas, muchas veces a fuerza de golpes, los obligaba a blasfemar y, enfurecido hasta el extremo, perseguía incluso en las ciudades extranjeras» (26,9 ss).

Saulo, pues, con poderes de la suprema autoridad judía, actuaba contra la Iglesia. No era una acción privada, sino una amplia tentativa de la autoridad judía para reprimir el desarrollo de la Iglesia. Saulo era emisario e instrumento. No durará mucho este estado de cosas. Dentro de poco, él mismo estará como prisionero y acusado por causa de Cristo ante este sanedrín, y tendrá que experimentar lo mismo que ahora los cristianos (22,30 ss). ¿Por qué Saulo perseguía a la Iglesia? La pregunta tiene que causarnos impresión. ¿Qué dice el mismo Pablo sobre este particular? «Yo soy fariseo, hijo de fariseos», exclamó en el proceso contra él en la asamblea del sanedrín (23,6). Y cuando estaba detenido, recordó al pueblo excitado: «Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, a los pies de Gamaliel, instruido cuidadosamente en la ley patria, lleno de celo por la causa de Dios como los sois todos vosotros hoy» (22,3). En la carta a los Gálatas Pablo llama la atención sobre su «conducta cuando militaba en el judaísmo» y confiesa que él entonces «perseguía la Iglesia de Dios». Pablo indica el siguiente motivo de esta su manera de proceder: «había prosperado en el judaísmo más que muchos compatriotas míos, siendo en extremo celoso de las tradiciones de mis padres» (Gal_1:14).

Saulo fue educado en el fariseísmo, se formó interiormente con una tradición de la ley guardada apasionadamente, se conmovió con el celo tumultuoso de la juventud, fue encandecido por la voluntad (propia del judío) de ser enviado, y así creyó que por vocación religiosa tenía que combatir el cristianismo como traición al judaísmo, hasta que consiguiera aniquilarlo. En la lucha de Saulo hay una tragedia, como se da con frecuencia, cuando el celo sinceramente sentido, pero obcecado, ya no es capaz de reconocer lo que es justo y lo que es injusto en el arrebato de la pasión fanática. En la primera epístola a Timoteo se nos recuerda esta lucha trágica de Saulo, cuando se dice: «Doy gracias al que me ha capacitado, Cristo Jesús, nuestro Señor, él me ha creído fiel, y me ha encomendado este servicio a mí, que fui antes blasfemo, perseguidor y ultrajador; pero fui tratado con misericordia, porque actué con ignorancia cuando aún no tenía fe. La gracia de nuestro Señor sobreabundó con la fe y con la caridad que hay en Cristo Jesús» (1Ti_1:12 ss).

La mirada del insaciable opresor se dirige a Damasco, la celebérrima metrópoli situada al este del Antilíbano. Una colonia judía numerosa vivía allí como en todas las capitales importantes del mundo de aquel tiempo. No sabemos cuándo arraigó el cristianismo en Damasco. Nuestro relato supone que allí había una comunidad cristiana. «Adictos al Camino» los llaman los Hechos de los apóstoles aquí y en otras partes76. «Camino» es una palabra (que también se encuentra fuera de la Biblia) para designar una doctrina, que señala la dirección de la manera de pensar y de la conducta del hombre. Hemos de suponer que -por concesión de la autoridad romana de ocupación- el sanedrín también podía ejercer funciones policíacas con los judíos que vivían fuera de Palestina, por tanto las podían ejercer sobre toda la provincia de Siria. Así pues, el sanedrín pudo autorizar a Saulo para detener también en Damasco a judíos que se habían hecho cristianos, y para que le acompañara un destacamento de la policía del templo. Saulo también tenía facultad del sanedrín para traer a Jerusalén a estos detenidos a fin de que fueran juzgados.

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75. Cf. 16,37; 22,25.

76. Cf. 13,10; 18,25, etc

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b) «¿Por qué me persigues?» (9,03-09).

3 Y sucedió que, mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, de repente lo envolvió una luz del cielo, 4 y, caído en tierra, oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» 5 Y dijo: «¿Quién eres, Señor?» Y él: «Soy Jesús, a quien tú persigues. 6 Pero levántate y entra en la ciudad y se te dirá lo que has de hacer.» 7 Los hombres que con él viajaban se habían quedado mudos; habían percibido la voz, pero sin ver a nadie. 8 Se levantó, pues, Saulo de la tierra, y aun con los ojos abiertos nada veía, y llevándolo de la mano, lo introdujeron en Damasco. 9 Estuvo tres días sin ver, y ni comía, ni bebía.

En este párrafo se conserva el recuerdo de una de las horas memorables de la historia del género humano. Solamente quiere ser un intento de reproducir el misterio que en sí es indescriptible. También nos podemos explicar por esta indescriptibilidad que en los tres relatos esta escena se nos presente con una exposición parcialmente distinta 77. La libertad y despreocupación literarias que con frecuencia se encuentran en san Lucas, también contribuyen a esta diversidad de exposiciones. San Lucas, como ya hemos visto, no pretende hacer una descripción particular escrupulosamente comparativa, sino comunicar los datos esenciales.

Se han dado diversas explicaciones de los sucesos que acaecieron cerca de Damasco. Es comprensible que una interpretación (orientada en un sentido puramente naturalista) del mundo y de la vida procure hacer inteligible lo que aconteció suponiendo que fue debido a causas y razones puramente naturales. Se creyó que se podía hacer responsable de la experiencia religiosa de Saulo a motivos biológicos y psicológicos. Incluso se han hecho esfuerzos por poner el caso en el terreno de lo mórbido y patológico.

¿Qué hay que decir sobre este asunto? Estamos evidentemente ante una realidad inexplicable. Y cualquier teología auténtica se guardará de sobrepasar los límites de lo que se impone racionalmente en una investigación estricta. En último término solamente podemos inclinarnos respetuosamente ante el misterio, cuya realidad en el suceso de Damasco está tan rigurosamente atestiguada, que no podemos dejar de ver la fuerza de este testimonio. Además de la repetida testificación de los Hechos de los apóstoles tenemos la declaración clara y terminante del protagonista del suceso de Damasco, la declaración del mismo Apóstol: «¿No he visto a Jesús nuestro Señor?», escribe san Pablo en la primera carta a los Corintios (1Co_9:1), y con esta pregunta recuerda claramente el encuentro con Cristo cerca de Damasco. Y en la misma epístola leemos la frase que ya hemos citado antes: «Al último de todos, como a un aborto, se me apareció a mí» (1Co_15:8), y aquí también vemos un recuerdo de la aparición que tuvo cerca de Damasco. Es significativo que este encuentro con el Señor lo equipare san Pablo con las apariciones de Jesús resucitado a sus apóstoles y discípulos, de las cuales ya ha hablado antes en el mismo capítulo (1Co_15:5 ss). Y una vez más aduciremos un texto de la carta a los Gálatas, que también nos recuerda aquella hora inolvidable y al mismo tiempo nos hace patente el sentido de la misma, cuando el Apóstol dice: «Pero cuando aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar su Hijo en mí, para que lo evangelizara entre los gentiles, yo no fui corriendo a consultar con la carne y con la sangre; ni acudí a Jerusalén, a los apóstoles que me habían precedido; sino que me fui a Arabia y después volví nuevamente a Damasco» (Gál 1.l5 ss). Por todas estas citas se pone en claro cuán convencido estaba el Apóstol de la verdad de lo que había presenciado, y cómo reconoció la obra de la gracia del Señor que le llamaba.

Detengámonos un poco en lo que sucedió. Damasco estaba a la vista. Era hacia mediodía, nos dicen los otros dos relatos (1Co_22:6; 1Co_26:13). «De repente lo envolvió una luz del cielo.» Esta luz, según 26,13, «superaba el resplandor del sol». Los acompañantes también sintieron los efectos de la aparición y todos cayeron en tierra (26,14). ¿Qué clase de luz fue? ¿Tenemos derecho de preguntarlo? ¿Nos es posible obtener una respuesta?

Sabemos por los Evangelios cómo la intervención del poder celestial se enlaza a menudo con una luz misteriosa. A los pastores de los campos de Belén «la gloria del Señor los envolvió en claridad» (Luk_2:9). Este fulgor celestial está atestiguado en la transfiguración de Jesús (Luk_9:29), en los ángeles de la resurrección (Luk_24:4), y los Hechos de los apóstoles nos narran que en la liberación de Pedro «se presentó un ángel del Señor, y una luz resplandeció en la celda» (Luk_12:7). Esta luz es una señal, un destello de aquella luz, que el lenguaje de la Biblia enlaza con la gloria invisible de Dios.

Una voz habla al que ha caído en tierra: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» En los relatos paralelos también se hallan estas palabras, y en 26,14 se observa a propósito que la voz empleaba la «lengua hebrea». Esto puede reconocerse en la forma del nombre: «Santo». EI Señor que se manifiesta, habla a Saulo en la lengua materna, que le era connatural a pesar de su origen helenista. ¿O es una señal de que el Señor glorificado quiso hablar en la lengua en que también hablaba en la tierra? ¿Quiso Jesús llamar a Saúl para que fuera su apóstol, en la misma lengua en que en otro tiempo había llamado a los doce?

Es Jesús quien así habla, Jesús resucitado y glorificado. Y Saulo vio su figura, así lo suponemos. En el discurso pronunciado ante Agripa se refieren las siguientes palabras de Jesús a Pablo: «Para esto me he aparecido a ti, para constituirte en servidor y testigo de lo que acabas de ver y de lo que aún te mostraré» (26,16). Y en el mismo discurso Pablo habla de la «visión celestial», con la cual no ha mantenido una actitud negativa (26,19). «¿No he visto a Jesús, nuestro Señor?», puede escribir el Apóstol a los Corintios recordando el suceso de Damasco (1Co_9:1). Así pues, para Saulo fue una contemplación real, una contemplación que con esta claridad sólo le fue concedida a él y no a sus compañeros. Estos fueron rodeados por una luz indefinible, «pero sin ver a nadie» (26,13). No pretendamos dar una explicación más detenida. Solamente podemos hacernos cargo y reflexionar respetuosamente sobre lo que los relatos nos hacen conocer.

I/CUERPO-DE-CRISTO: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Esta pregunta tiene una profundidad misteriosa. Aquí se indica un misterio. El misterio del cuerpo de Cristo, como san Pablo lo procura mostrar en sus cartas. En esta voz que suena cerca de Damasco, se denota la íntima unión de la Iglesia con el Señor glorificado y enaltecido. Se tendría que leer la epístola a los Efesios y también la epístola a los Colosenses, para ver más de cerca este misterio. Leemos en la carta a los Efesios: «Iluminando los ojos de vuestro corazón para que sepáis... cuál (es) la extraordinaria grandeza de su poder con respecto a nosotros, los que creemos según la medida de la acción de su poderosa fuerza... Y lo puso todo debajo de sus pies, y a él lo dio, como cabeza sobre todas las cosas, a la Iglesia, que es precisamente su cuerpo, la plenitud del que lo lleva todo en todos» (Eph_1:18 ss). También los Evangelios nos dan a conocer la unidad vital del Señor con sus fieles. Se tiene que leer la plática de despedida de Jesús (Jn 13-17) para percibir el misterio. La metáfora (que tiene un profundo sentido) de la verdadera vid y de los sarmientos describe este misterio de una manera gráfica (Jn 15). También en los evangelios sinópticos se expone repetidas veces -aunque desde un distinto punto de vista- la unidad de Jesús y de los suyos. «Quien a vosotros escucha, a mí me escucha y quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia» (Luk_10:16). Y en el Evangelio de san Mateo leemos: «Todo lo que hicisteis con uno de estos hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mat_25:40). Si reflexionamos sobre todos estos textos, comprendemos el sentido de la pregunta: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» En los discípulos que Saulo persigue, persigue al Señor, que está presente en ellos y misteriosamente unido con ellos. «¿Quién eres, Señor?», replica Saulo. En los tres relatos de la conversión se formulan con los mismos términos la pregunta y la respuesta interrogativa. ¿Se han grabado las palabras de tal modo en el alma del Apóstol, que nunca las olvidó? Es muy natural suponerlo así. Tuvieron una importancia decisiva para Saulo. ¿Qué quiere Saulo, cuando contesta haciendo una pregunta? ¿Ha reconocido en seguida a Jesús? ¿O preguntó al que desconocía? No sabemos con seguridad si conoció personalmente a Jesús en su vida precedente. Para dilucidar esta cuestión, se podría recurrir a la declaración algo oscura de la segunda carta a los Corintios, cuando se dice: «Aunque hubiéramos conocido a Cristo por su condición puramente humana, ya no le conocemos así ahora» (2Co_5:16). Aunque Saulo ya hubiese conocido antes exteriormente a Jesús, sin embargo -en esta situación inesperada- sería comprensible la pregunta al Señor glorificado. En las apariciones de Jesús resucitado los apóstoles no siempre se daban cuenta de quién estaba delante de ellos. Fue una verdadera pregunta lo que dijo Saulo: «¿Quién eres, Señor?» ¿No es más bien una idea confusa de aquel en quien se ha infundido la gracia? Es posible que así sea. Y la respuesta que Saulo recibió parece confirmar lo que le ha impreso en el alma esta figura luminosa: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues.»

Nos gustaría mucho contemplar mejor el fondo del alma de Saulo. ¿Le encontró la visión de Damasco tan enteramente desprevenido, como parece? ¿No se había inquietado hasta entonces en lo más íntimo de su corazón, cuando perseguía a los cristianos, asistía a su ejecución, veía su fidelidad y su alegre testimonio? ¿Podía Saulo olvidar la escena de Esteban moribundo? Seguramente su recuerdo jamás se le borró. En el discurso al pueblo que Pablo pronunció cuando fue arrestado, hace notar cuán inextinguible y vivo permanecía en él el recuerdo de la muerte de Esteban. En este discurso Saulo informa de una visión posterior del Señor, que en vista del peligro que se cernía por parte de los judíos, le intimó que huyera de Jerusalén. Pablo recordó al Señor el tiempo en que él estaba de parte de los judíos y perseguía a los cristianos: «Cuando se derramaba la sangre de tu testigo Esteban, yo estaba presente y de acuerdo, mientras custodiaba las vestiduras de los que le mataban» (2Co_22:20). Así pues, Pablo tenía grabada una profunda impresión de lo que había presenciado, y conocía los pensamientos y móviles de los discípulos de Jesús y su fe en Jesús.

Y con todo tuvo que encontrar al mismo Señor, caer al suelo delante de él, quedar ciego durante tres días, para ver la verdad. Todo es obra de la gracia. él mismo lo sintió así durante el tiempo de su vida. En el pasaje que ya se ha aducido repetidas veces, Pablo expresa esta sensación, cuando teniendo ante sí de una forma perceptible el recuerdo de la hora de Damasco, dice: «Al último de todos, como un aborto, se me apareció también a mí. Yo soy el menor de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy» (1Co_15:8-10a).

Desde ahora este Jesús se hará dueño de Saulo. Como siervo de Cristo Jesús -así se nombra Saulo en sus epístolas- pertenece a su Kyrios, a su Señor, a cuyo servicio fue llamado. En adelante su vida es una obediencia sin igual. El que fue a Damasco con cartas credenciales del sumo sacerdote para traer presos a Jerusalén a los discípulos de Cristo, es conquistado por la prepotencia de Dios y, conducido de la mano de sus compañeros, recorre su camino como prisionero de Cristo, para seguir lo que la voz le ha ordenado: «Levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que has de hacer.» Todavía se pone más de relieve esta disposición en las adiciones del llamado texto occidental, cuando se dice: «Temblando y asombrado dijo Saulo: Señor, ¿qué quieres que haga?»78.

Así mismo tiene interés la información todavía más amplia de la tercera redacción, que forma parte del discurso del Apóstol ante el rey Agripa, y en la que se describe así la escena: «Yo dije: ¿Quién eres tú, Señor? Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte sobre tus pies; porque para esto me he aparecido a ti, para constituirte en servidor y testigo de lo que acabas de ver y de lo que aún te mostraré. Y te libraré de este pueblo y de las naciones a las cuales te voy a enviar a fin de que les abras los ojos y se conviertan de las tinieblas a la luz, y del dominio de Satán a Dios, y alcancen la remisión de sus pecados y la herencia entre los que han sido santificados por la fe en mí» (26,15-18). Esta gran desviación de nuestro primer relato no hay que atribuirlo solamente a la libertad literaria de san Lucas, sino que también se puede explicar como una exposición sintética del Apóstol, que en estos versículos resume todo lo que entonces le encargó Jesús resucitado.



2. CONVERSIÓN Y BAUTISMO (Hch/09/10-22).

a) Misión confiada a Ananías (9,10-12).

10 Había en Damasco un discípulo llamado Ananías al cual dijo el Señor en una visión: «Ananías» él respondió: «Heme aquí, Señor.» 12 Y el Señor a él: «Anda y ve a la calle que llaman Recta, y busca en la casa de Judas a un tal Saulo de Tarso, que está en oración» 12 y ha visto [en visión] a un hombre llamado Ananías que entraba y le imponía las manos para que recobrara la vista.

También este texto tiene importancia para comprender a la Iglesia, y en general la acción de Dios en los hombres. Se hace patente el misterio del gobierno de Dios. Cristo glorificado fue el primero en comenzar la obra de la vocación, pero ahora confía a su Iglesia la ulterior ejecución. ¿Quiere Dios con esta su manera de proceder que se ponga en claro cuán importante es la mediación humana en la obra salvífica de la Iglesia? Este Ananías de Damasco fue el mediador para Saulo, aunque sólo fuera el mediador para la incorporación del que ha sido llamado a la comunidad de la Iglesia mediante el bautismo y la imposición de las manos. El relato que tenemos ante nosotros está configurado al modo de las historias de conversiones referidas por san Lucas. Cuando vemos la conversión del centurión Cornelio, encontraremos pormenores parecidos. En el segundo relato (22,11 ss) encontramos esta escena libremente modificada, cuando se dice: «Pero como no veía a causa del resplandor de aquella luz, conducido de la mano por los que estaban conmigo, llegué hasta Damasco. Un tal Ananías, hombre piadoso según la ley, muy bien conceptuado por todos los habitantes judíos, vino a mí y, acercándose, me dijo: Hermano Saulo, recobra la vista. Y yo, en el mismo instante, la recobré y lo miré.»

En nuestro relato el suceso está descompuesto en sus distintas escenas. A Ananías se le dan órdenes precisas. Parece que ha estado ya bastante tiempo en Damasco. Lo mismo digamos de este desconocido Judas de «la calle que llaman Recta». No tenemos ningún indicio de las circunstancias particulares. Pero advertimos cómo la orden celestial desciende a pormenores para llevar a término la obra de la vocación. Por primera vez nos enteramos aquí del origen de Saulo, cuando se le designa como «Saulo de Tarso». Más tarde se confirmará este dato 79. Para Saulo ¿era Tarso más característico que Jerusalén, de donde él vino a Damasco? En la persona y en la obra del Apóstol sin duda tiene su significado que sea él oriundo de Tarso. También en esto quedan patentes los caminos de la gracia.

«Saulo de Tarso, que está en oración.» ¿Qué fin pretende esta observación? Da una ojeada discreta sobre la disposición psíquica del hombre conquistado por la gracia de Dios. Sin comer ni beber nada (9,9), sin poder ver nada con sus ojos corporales, permanece tres días en soledad y a oscuras para prepararse para lo que el Señor ha determinado para él. Es una escena conmovedora. Está en oración. Pablo también ha orado como judío. Sin duda también ha orado a Dios como perseguidor de los cristianos. ¿En qué consiste ahora su oración? No lo sabemos. Sin embargo, podemos adivinar que cuando Saulo ora, se lleva a cabo la maduración interna de un hombre, en cuya alma se ha grabado tan profundamente la figura resplandeciente que ha visto, que sólo puede balbucear suplicando a Dios que tenga piedad de él. Y pensamos con cuánta frecuencia y empeño hablará después en sus epístolas de la fuerza y necesidad de la oración. Saulo, en estos tres días de oscuridad, no careció de consuelo. Tuvo una visión. «Y ha visto a un hombre, llamado Ananías, que entraba y le imponía las manos para que recobrara la vista.» Este versículo resulta un poco raro dentro del contexto. No se ve ciertamente si este versículo todavía forma parte de las palabras que el Señor dirige a Ananias, o si es una noticia (que tiene consistencia por sí misma) complementaria del autor. Las dos soluciones son posibles. Si las palabras de este versículo las pronunció el Señor, se les podría dar el sentido de que Ananías debe animarse a ejecutar el encargo que le parece inconcebible, porque Saulo por medio de la visión ya está preparado para cumplir el encargo. Pero si se considera este versículo como una noticia dada por el autor, lo cual nos parece más probable, se daría a entender que ya en el momento de confiar el encargo a Ananías, Saulo fue preparado mediante una visión consoladora para lo que iba a ocurrir.

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79. En 9,30; 21 39; 22,3.

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b) Sentido de esta misión (Hch/09/13-16).

13 Respondió Ananías: «Señor, tengo oído de muchos sobre este hombre cuántos males ha causado a tus santos en Jerusalén. 14 Y aquí tiene autorización de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre.» 15 Pero el Señor le dijo: «Ve, porque éste es mi instrumento escogido, para ser portador de mi nombre ante los gentiles y los reyes, y ante los hijos de Israel; 16 porque yo le mostraré cuántas cosas deberá padecer por mi nombre.»

Ananías tiene la sensación de que le encargan algo inaudito. Con su objeción se realza mucho más la obra de la gracia que debe efectuarse según la voluntad de Dios. Lo que parece incomprensible para la manera humana de pensar puede producirse por el amor y por la providencia divinas, que gobiernan con libertad El Apóstol es llamado sin ningún mérito, más aún, contra todo lo que podría hacer alusión a mérito alguno. Quien es llevado, como Saulo, en brazos de la magnanimidad de la divina misericordia, también está llamado y capacitado para anunciar la voluntad salvadora de Dios con tanta integridad y con un tal temple de conquistador, cual sólo lo percibimos en el mensaje de las cartas de san Pablo. La reputación que le había precedido en Damasco, hizo temblar a los cristianos de esta ciudad. Así lo notamos en las palabras de Ananías. Se llama santos a los discípulos de Jesús. También en 9,32 se habla de «los santos que habitaban en Lida». Con bastante frecuencia encontramos esta palabra en las cartas del Apóstol. Nosotros, que a menudo solamente vemos nuestro cristianismo según la diferenciación externa y la ordenación puramente jurídica, ¿somos todavía capaces de comprender lo que significa que a los cristianos se los llame santos? Con esta palabra se expresa lo que es esencial en el cristiano. Esta santidad de los cristianos se funda en el misterio de Jesús y en el hecho de haber sido bautizados en nombre de aquel a quien se adhieren en el sacramento. Por eso Ananías los llama «los que invocan tu nombre», y al oír esta frase recordamos las palabras de Joel, que se citan en la información sobre el día de pentecostés: «Todo el que invoque el nombre de Señor será salvo» (Joe_2:21).

Ananías conoce la dignidad de ser cristiano, conoce el misterio que envuelve a los «santos». Conoce a Saulo, el peor enemigo. ¿Cómo debe Ananías interpretar la orden que se le da? Una tensión alarmante agita su alma. La tensión entre el cálculo humano y la imposibilidad de prever el gobierno divino. Es y será propio de nuestra manera de ser que pensemos y calculemos como lo hizo Ananías. Con gran dificultad nos abrimos paso hacia lo que Pablo -a pesar de tener conciencia de ser conducido personalmente- dice en la carta a los Romanos: «¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus decisiones y qué inexplorables sus caminos! Pues ¿quién conoció el pensamiento de Dios? ¿O quién llegó a ser su consejero? ¿O quién le dio algo, de antemano, de suerte que haya de darle recompensa por ello? (Rom_11:33 ss). El Señor informa a Ananías. Raras veces se habrá comunicado a una persona humana una notificación tan emocionante. «Este es mi instrumento escogido.» ¿Este Saulo? ¿El mismo que vino a Damasco «respirando amenazas y muerte»? ¿Qué clase de elección es ésta? Solamente podemos callar ante la libertad de Dios y la unicidad de su ser. «¡Pero hombre! ¿Y quién eres tú, para altercar con Dios?», dirá más tarde san Pablo en su epístola a los Romanos (Rom_9:20), y en sus cartas aludirá sin cesar a la elección que experimentó en sí mismo. Su mensaje de la gracia no es una teoría teológica, sino que lo ha vivido en sí mismo.

Saulo será «instrumento escogido». Así lo dice él en su carta a los Gálatas: «Cuando aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí, para que lo evangelizara entre los gentiles...» (Gal_1:15). No se elige a Saulo por causa de su persona, sino por causa de la salvación. Debe ser enviado del Señor. Debe ser testigo, como lo fueron los doce por encargo de Jesús resucitado (Gal_1:8). A los oyentes de la predicación de Saulo se les llama gentiles y reyes. Con estas palabras se alude a todo el mundo no judío, y sobre este particular los Hechos de los apóstoles nos informarán en seguida con datos concretos. Pero también los «hijos de Israel» percibirán el mensaje de Saulo, como san Lucas se esforzará por exponer de nuevo en todo su relato. Saulo llevará «mi nombre» ante todos ellos, es decir, Saulo transmitirá el mensaje de Cristo Jesús, que es un mensaje de salvación para todos los hombres, sin distinción de pueblo, ni de raza, ni de religión, que hayan tenido anteriormente.

En estas pocas palabras resplandece la obra universal de un solo hombre, la tarea en favor de la cual en adelante intervendrá Saulo con el mismo fervor con que hasta ahora ha perseguido a los que «invocan el nombre del Señor». El conocimiento de su misión universal permanecerá en él y no le dejará descansar, tal como lo vemos siempre en sus epístolas a manera de confesión conmovedora. Pablo alude a esta misión recibida en Damasco, cuando dice: «Pablo, esclavo de Jesucristo, apóstol por llamamiento divino, elegido para el Evangelio de Dios... de su Hijo... por quien hemos recibido la gracia del apostolado, para conseguir la gloria de su nombre, la obediencia a la fe entre todos los gentiles» (Rom_1:1 ss). En la misma carta declara Pablo: «Yo me debo tanto a griegos como a bárbaros, a sabios como a ignorantes...» (Rom_1:14). Y hacia la conclusión de la epístola Pablo apoya sus palabras apostólicas con «la gracia que Dios me concedió; la de ser un ministro de Cristo Jesús con respecto a los gentiles, ejerciendo una función sacerdotal en servicio del Evangelio de Dios, de modo que los gentiles sean ofrenda aceptable, santificada por el Espíritu Santo» (Rom l5,15s).

Una frase sorprendente se añade a estas palabras del Señor a Ananías: «Porque yo le mostraré cuántas cosas deberá padecer por mi nombre.» Desde la hora de Damasco en adelante el sufrimiento por Cristo forma parte del camino del Apóstol. Así nos lo atestiguan los Hechos de los apóstoles, así lo confiesan sus cartas de un modo que causa verdadera emoción. Aquí se indica una ley de los discípulos de Cristo que se opone a nuestro sentimiento puramente humano. Cristo padeció los sufrimientos de la pasión. Tuvo que padecerlos, como se dice abiertamente en el Evangelio. «¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera esas cosas para entrar en su gloria?», dice Jesús resucitado a los dos discípulos en el camino de Emaús (Luk_24:26).

Jesús ha asignado a sus discípulos esta ley del sufrimiento: «Quien no toma su cruz y sigue tras de mí, no es digno de mí» (Mat_10:38). Los discípulos son llamados bienaventurados, si los hombres los odian por causa del Hijo del hombre (Luk_6:22). Y los apóstoles «salían gozosos de la presencia del sanedrín, porque habían sido dignos de padecer afrentas por el Nombre» (Luk_5:41). El sufrimiento por causa de Cristo forma parte del testimonio en favor de Cristo. Pero la gracia de este testimonio fue concedida a Saulo en notable medida a lo largo de su carrera. De ello encontramos en sus cartas emotivas confesiones. Léase solamente aquel resumen conmovedor de la segunda epístola a los Corintios, en la cual no sin una cierta amargura se encara con sus adversarios diciendo: «¿Son servidores de Cristo? Lo diré como delirando: ¡Mucho más lo soy yo! Más, en trabajos; más, en cárceles; muchísimo más, en palizas y, frecuentemente, en peligros de muerte. De los judíos recibí cinco veces cuarenta azotes menos uno. Tres apaleado, una fui apedreado; tres, naufragué: pasé un día y una noche en medio del mar...» (2Co_11:23 ss). Se tendría que seguir leyendo y añadir otros pasajes para darse cuenta de la gravedad y del profundo sentido de esta frase con la que el Señor anuncia y apoya con razones la elección de su «instrumento». Sobre todo tendría que procurarse meditar también la profunda teología del sufrimiento, que se expresa en la carta a los Colosenses con las siguientes palabras: «Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y voy completando en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo en pro de su cuerpo, que es la Iglesia» (Col_1:24).

c) Curación y bautismo (Hch/09/17-19a).

17 Partió, pues, Ananías y entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: Hermano Saulo, el Señor, ese Jesús que se te apareció en el camino por el que venías, me ha enviado para que recobres la vista y seas henchido del Espíritu Santo. 18 Y al instante cayeron de sus ojos como unas escamas, recobró la vista y fue bautizado, 19a Tomó alimento y recuperó sus fuerzas.

Ananías cumple la orden del Señor. Lo hizo -así podemos suponerlo- maravillándose de los caminos de la gracia. Saulo durante tres días tuvo que esperar que llegara la hora (Col_9:9). ¿Qué pudo pasar en estos días en su alma? Sus ojos todavía no eran capaces de ver y no quiso comer ni beber. Pero los días estaban iluminados por una luz interior. «Saulo de Tarso, que está en oración», dijo el Señor a Ananías. Y lo que se indica en el versículo 12 nos deja adivinar que incluso en la oscuridad de estos días no estuvo sin consuelo. La visión le había dicho que alguien vendría para dar la lumbre a sus ojos.

Más tarde, en su carta a los Gálatas, Pablo impugnó que le hubiera sido comunicado o transmitido de algún modo por hombres el Evangelio que él proclamaba. Yo no fui corriendo a consultar con la carne y la sangre, dice el Apóstol, después de haber hablado antes claramente en el mismo versículo de la hora de Damasco (Gal_1:16). Nuestro relato no se opone a esta declaración de la epístola a los Gálatas. Lo que hizo Ananías no contradice el hecho de que el Apóstol sabe que ha sido llamado inmediatamente por Jesucristo y por Dios (Gal_1:1), y que recibió su Evangelio mediante una revelación personal (Gal_1:12). Ananías solamente debía ser medianero en la curación y bautismo de Saulo. También Saulo experimentó esta mediación, lo cual para nosotros es otra vez una señal del orden visible, al que Cristo ha vinculado la tarea salvadora de la Iglesia.

«Hermano Saulo», así se dirige Ananías al hasta entonces temido perseguidor de los cristianos. Ananías usa la forma hebrea del nombre, o sea, la forma que Saulo también oyó de labios del Señor cerca de Damasco. Ananías tiene cuidado en recordar al Señor que se apareció en el camino hacia Damasco. Todo esto era para Saulo una señal de que tenía ante sí a un mandatario del Señor, un hombre enterado, un iniciado. Ananías con su misión medianera puede traer a Saulo la curación de la ceguera y puede traerle el Espíritu Santo, como don del Señor. Y «recobró la vista». ¿Había sido real esta ceguera? Sin duda, aunque no está a nuestro alcance dar una explicación médica. Pero esta ceguera al mismo tiempo era un símbolo. Un símbolo de la noche precedente, en la que Saulo se movía. Ahora Saulo puede contemplar una nueva luz. Esta nueva visión también es una alegoría. A la luz de los ojos otra vez obtenida sobreviene la iluminación del espíritu, sobreviene aquella contemplación del misterio de Jesús, que nos dan a conocer las cartas de san Pablo de una manera inigualada. Pensemos en aquellas magníficas palabras de la segunda epístola a los Corintios: «Nosotros todos, con el rostro descubierto, reflejando como en un espejo la gloria del Señor, su imagen misma, nos vamos transfigurando de gloria en gloria, como por la acción del Señor, que es Espíritu» (2Co_3:18).

«Recobró la vista y fue bautizado.» El bautismo de Saulo fue el bautismo en el nombre de aquel a quien tres días antes Saulo aún perseguía «respirando amenazas y muerte». Ahora Saulo, confesando a Cristo en el bautismo, invocó el nombre, contra el cual él había pensado, como dijo ante la presencia de Agripa, «que debía hacer todo lo posible» (2Co_26:9). Un nuevo hombre surgió del agua. «Tomó alimento y recuperó sus fuerzas.» Eso no solamente puede decirse de su cuerpo. También se alude a las fuerzas del espíritu, porque desde entonces el Espíritu Santo se hizo cargo de él para siempre.

3. PRIMERAS ACTIVIDADES Y SUFRIMIENTOS (2Co_9:19b-30).

a) Predicación en Damasco (Hch/09/19b-22).

19b Estuvo con los discípulos en Damasco algunos días, 20 y en seguida predicaba en las sinagogas a Jesús, diciendo que éste era el Hijo de Dios. 21 y se maravillaban todos los que le escuchaban y decían: «Pero ¿no es éste el que maltrataba en Jerusalén a los que invocaban este nombre, y no había venido aquí expresamente a lo mismo, para llevárselos presos ante los sumos sacerdotes?» 22 Pero Saulo se sentía cada vez más fuerte y confundía a los judíos que habitaban en Damasco demostrándoles que aquél era el Mesías.

Ante nosotros tenemos al auténtico Pablo. Tal como lo conocemos por sus cartas. Un hombre de un afán insaciable de heroísmo, estimulado por la ardiente voluntad de hacer lo que ha reconocido como su tarea. Como perseguidor de la Iglesia no se cansaba de viajar. Así ahora el nuevo conocimiento que ha adquirido en el encuentro con el Señor exaltado, le impulsa incesantemente a emprender viajes para predicar a Cristo. Quien compare con este texto los datos que la epístola a los Gálatas da sobre el tiempo, puede descubrir muchas dificultades, si quiere armonizar ambos relatos. En la carta a los Gálatas nos enteramos de que el apóstol después de lo que le sucedió en Damasco, no fue corriendo a consultar con la carne y la sangre, ni acudió a Jerusalén, a los apóstoles que le habían precedido; sino que se fue a Arabia y después volvió nuevamente a Damasco (Gal_1:16s).

Al observar minucioso la dificultad no le parece tan grande como se cree con frecuencia. Como dice la carta, Pablo volvió nuevamente a Damasco, lo cual nos indica que antes de ir a Arabia, había estado en Damasco, por motivos relacionados con su vocación. San Lucas en su exposición compendiosa ha omitido la permanencia en Arabia, pero tampoco es seguro que la haya excluido. A san Lucas le importaba mostrar cómo Saulo pasó sin demora de ser perseguidor a ser pregonero. En Arabia, probablemente en los territorios situados al este de Damasco, Saulo también debió actuar como mensajero de la fe. Y lo hizo así, como también parece expresar nuestro texto, por la conciencia de haber sido nombrado inmediatamente por el Señor para su servicio.

Comprendemos la confusión y aturdimiento, que provocó su actuación en Damasco. Ellos sabían que Saulo había venido con facultades recibidas del sumo sacerdote. él quería y debía detener a todos los que «invocan tu nombre». Y ahora Saulo se presenta en las sinagogas y da testimonio en favor de este nombre.

«Jesús... era el Hijo de Dios.» «Jesús... era el Mesías.» Así habla Saulo a los judíos que escuchan aturdidos. ¿Comprendemos la confusión? Comprendemos que los judíos no tardarán mucho en alzarse indignados y en procurar precaver con los medios más extremos el peligro que les amenazaba. No fue la única vez que se mostró al Apóstol por parte de los judíos cuántas cosas debía padecer por el nombre de Cristo (Gal_9:16).

b) Huida de Damasco (Hch/09/23-25).

23 Pasados bastantes días, decidieron los judíos quitárselo de en medio. 24 Pero llegó su propósito a conocimiento de Saulo. Tenían incluso vigiladas las puertas día y noche para matarlo. 25 Tomáronlo, pues, sus discípulos una noche y lo bajaron por el muro, descolgándolo en una espuerta.

Aún estamos en la época judeocristiana de la Iglesia. Toda la resistencia con que tropieza la Iglesia, todas las persecuciones contra ella provienen de los judíos. Esto lo sabía Saulo demasiado bien. Ahora tiene que experimentar en sí mismo «cuantos males ha causado a tus santos» (Gal_9:13). Le amenaza lo mismo que ocurrió a Esteban. El que entonces guardaba los vestidos de los apedreadores, ahora tiene peligro de venir a ser su víctima. ¡Cuán a menudo los Hechos de los apóstoles en sus informes sobre la actuación del Apóstol tendrán que hablar de tales situaciones! Pero siempre estará en vigor lo que en la hora de Damasco el mismo Señor dijo a Saulo: «Yo te libraré de tu pueblo y de las naciones a las cuales te voy a enviar» (Gal_26:17).

«Llegó su propósito a conocimiento de Saulo.» Los «discípulos», es decir, los judeocristianos de Damasco, se encargan de la seguridad de Saulo. Por tanto los mismos a quienes Saulo había venido a detener a Damasco. Tiene lugar una escena memorable. Se podría designar como extravagancia de la historia, si no fuera todo tan conmovedor y serio. El antiguo perseguidor se debió dar cuenta, con toda claridad, de cuán miserablemente ha de terminar todo lo que emprenden los hombres, si se dirige contra los designios de Dios. En la oscuridad de la noche la espuerta baja oscilante por el muro de la ciudad de Damasco. Saulo se acuclilla en la espuerta. Acosado exterior e interiormente, emprende el camino de regreso, abandonado por la protección humana, pero entregado a la gracia del Señor, que le llamó y a quien se confiará de aquí en adelante. «Te basta mi gracia -le dirá después el Señor-; pues mi poder se manifiesta en la flaqueza» (2Co_12:9).

Esta huida por el muro no es un rasgo compasivo de una leyenda piadosa, como lo atestigua el Apóstol en la misma carta a los Corintios, cuando evoca el recuerdo imborrable de aquella huida diciendo: «En Damasco, el gobernador del rey Aretas tenía puestos guardias en la ciudad de Damasco para prenderme, y, por una ventana, a través del muro, fui descolgado metido en una cesta y escapé de sus manos» (2Co_11:32s). Esta narración se refiere inmediatamente después de las siguientes palabras: «Si hay que presumir, presumiré de mi debilidad. El Dios y Padre del Señor Jesús -el que es bendito por los siglos- sabe bien que no miento» (2Co_11:30s).



c) Encuentro con la comunidad madre (Hch/09/26-30).

26 Llegado a Jerusalén, intentaba juntarse a los discípulos; pero todos le temían, no creyendo que fuese discípulo. 27 Bernabé, sin embargo, lo tomó consigo, lo condujo a los apóstoles y les explicó de qué manera había visto en el camino al Señor, el cual le habló, y cómo en Damasco había actuado con valentía en el nombre de Jesús. 28 Desde entonces entraba y salía con ellos en Jerusalén actuando con valentía en el nombre del Señor. 29 Hablaba también y discutía con los helenistas, los cuales intentaban matarlo. 30 Enterados de esto los hermanos, lo condujeron a Cesarea y lo remitieron a Tarso.

Puede tener diferentes motivos que Saulo al huir de Damasco se dirigiera a Jerusalén. Al fin y al cabo lo decisivo era el deseo de ponerse en contacto con la comunidad madre y con sus jefes, los apóstoles. Había un riesgo personal en comparecer en Jerusalén, siendo así que los judíos de Damasco ya lo quisieron matar. Sabía las dificultades que le aguardaban por ambas partes: por parte de los cristianos a quienes él antes persiguió tan encarnizadamente, y por parte de los judíos que le tratarían como traidor y renegado. No obstante Saulo fue a Jerusalén. Lo hizo teniendo conciencia de su misión. Era el Señor quien le había llamado. Con todo a pesar de conocer muy bien el carácter inmediato de su vocación, no pasa por alto la coordinación con la colectividad de la Iglesia. Saulo tenía marcado de una forma perceptible el cuño de un tesón y de una responsabilidad de sí mismo, pero conoce el profundo sentido y el derecho no sólo en general de la Iglesia fundada por Cristo, sino también de su autoridad.

Esta situación de Saulo se expresa en esta su primera visita a Jerusalén. Y quien lea la carta a los Gálatas, lo llega a conocer todavía con mayor claridad. En esta epístola escribe san Pablo: «Posteriormente, pasados tres años, subí a Jerusalén para visitar a Cefas y me quedé quince días con él. Pero no vi a ningún apóstol; solamente vi a Santiago, hermano del Señor» (Gal_1:18s). La compaginación de los dos relatos crea dificultades. Se tiende a seguir en primer lugar lo que Pablo dice de sí mismo en la carta a los Gálatas, aunque se admite que Pablo expone con cierto ardor lo que le parece importante y decisivo para sus lectores.

Dejemos aparte la explicación exegética del problema -que también existe para las otras visitas a Jerusalén- y consideremos el hecho, a todas luces incontestable, de que el antiguo adversario y enemigo se esfuerza por sentir con los que dirigen la Iglesia. Pablo no procedió así como simple discípulo de Cristo, sino como mandatario, como representante del Señor, a cuyo servicio trabaja hace ya tres años desde su conversión. Porque suponemos que la estancia en Arabia, mencionada en la epístola a los Gálatas (Gal_1:17) se dedicó a la predicación, del mismo modo que los días que pasó en Damasco. No por ello hay que considerar disparatado el pensamiento de que Pablo fue a Arabia para retirarse a la soledad y prepararse interiormente para la tarea que se le había asignado. Pero no podemos imaginarnos que un hombre dotado de las aptitudes de Saulo viviera dedicado solamente a la meditación durante un periodo prolongado de tiempo. Incluso la carta a los Gálatas supone una actuación inmediata del que había recibido la vocación de apóstol, cuando se dice con respecto al tiempo de los tres primeros años: «Y era personalmente desconocido a las Iglesias cristianas de Judea. Allí solamente se oía decir: Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que entonces pretendía destruir» (Gal_1:22s).

Nuestro texto dice que Pablo en su primera visita a Jerusalén pretendía ponerse en contacto con los apóstoles: «Bernabé lo tomó consigo, lo condujo a los apóstoles y les explicó de qué manera vio en el camino al Señor, el cual le habló, y cómo en Damasco había actuado con valentía en el nombre de Jesús.» Y si añadimos un dato de la epístola a los Gálatas, o sea que Pablo quería visitar a Pedro, notamos con especial interés cómo este hombre (de cuya manera de ser era propia la disposición a la independencia y a la autodeterminación, y que en cierto modo encontró el camino hacia Cristo por sí solo) procuró incorporarse a la ordenación visible de la Iglesia. Y cuando Pablo en su carta hace resaltar adrede a Pedro, no se puede pasar por alto que Pablo se reconoce el rango especial de Pedro en la Iglesia y quiere acatarlo. Aunque esta misma epístola a los Gálatas nos cuente un episodio memorable de Antioquía, en el que Pablo se encaró audaz y abiertamente con Pedro, y le pidió explicaciones ( Gal_2:11 ss); sin embargo, esta actitud de Pablo no se contradice con el reconocimiento de la autoridad de Pedro. De aquí solamente deducimos la valentía con que se entrevistaban los hombres de la Iglesia, desembarazados de una distancia ceremoniosa y de una sumisión servil.

Fue Bernabé quien medió en favor del recién venido de Damasco. Ya antes hemos tenido noticias de Bernabé (Gal_4:36s). Es uno de los personajes de la primitiva Iglesia, que suscitan especial interés. Ya dijimos que podemos opinar que Bernabé también tuvo un prestigio personal para Lucas. Bernabé pasó a ser el buen amigo de Saulo. En él vemos de qué forma tan significativa Dios en la ejecución de sus planes toma la relación de hombre a hombre. «¿Qué hubiese sido Pablo sin Bernabé?», podríamos preguntar, especialmente cuando veamos cómo Bernabé más tarde en Antioquía llama a Saulo (a quien casi se había olvidado) para un trabajo común (Gal_11:25s), y se lo lleva como compañero en el primer viaje misional de largo trayecto. Pudo ser doloroso para ambos amigos que cuando habían de salir para el segundo viaje misional (Gal_15:36 ss), no pudieran ponerse de acuerdo acerca de si debían llevar consigo a Juan Marcos, el primo de Bernabé, y que provisionalmente incluso emprendieran caminos distintos.

Saulo no pudo disfrutar mucho tiempo del trato con la comunidad madre. Las relaciones eran tirantes. El temperamento de Saulo era demasiado brusco y fogoso. Saulo creyó que tenía que ganarse la voluntad de sus antiguos amigos, los judíos helenistas, en favor de su mensaje. Estos mismos fueron quienes no pudieron soportar a Esteban. Amenazaron a Saulo con darle el mismo fin que a Esteban. Los «hermanos», es decir, los cristianos y entre ellos sobre todo los apóstoles, cuidaron de que Saulo quedara a salvo. Lo llevaron a la ciudad marítima de Cesarea, y allí lo embarcaron hacia Tarso, su ciudad natal. Saulo de nuevo está en fuga. De nuevo lo salvaron aquellos a quienes él antes había anunciado la muerte y la destrucción. Saulo de nuevo experimenta aquello a lo que aludía el Señor, cuando dijo a Ananías: «Yo le mostraré cuantas cosas deberá padecer por mi nombre.»

III. ACTUACIÓN DE PEDRO (,18).

1. EN LIDA Y JOPA (Hch/09/31-43).

a) Ojeada a la Iglesia (Gal_9:31).

31 La Iglesia, en tanto, gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria, edificándose y caminando en el temor del Señor, y crecía con la consolación del Espíritu Santo.

Saulo se retira del territorio de Palestina, en el que ha provocado tanta agitación. «Después fui a las regiones de Siria y de Cilicia», escribe en la carta a los Gálatas (Gal_1:21), sin indicar el motivo por el cual salió tan rápidamente de Jerusalén. No se sabe cómo transcurrieron los años siguientes. En primer lugar tuvo sosiego el que estaba agitado. Y también hubo sosiego en la nación judía. Se concede a la Iglesia un tiempo de paz. Se tiene cuidado en nombrar las tres regiones de Palestina. Observemos con atención cómo en este versículo la palabra «Iglesia» se refiere a toda la Iglesia, mientras que de ordinario en los Hechos de los apóstoles con la misma palabra (ekklesia) se designa una comunidad en particular. San Lucas, siguiendo su manera preferida de narrar, también aquí da una visión sintética de la situación de la Iglesia antes de empezar la historia particular. «Edificándose.» A la propagación externa sigue la consolidación y arraigamiento de la vida interna de la comunidad formada. Aún estamos en la etapa inicial de la Iglesia, en el tiempo en que se trabajaba en la misión dirigida a los judíos. Con todo, la evolución instaba por sí misma a que la proclamación apostólica atravesase la barrera e hiciese penetrar el mensaje en el ámbito no judío. Como pronto veremos, a Pedro en representación de toda la Iglesia se le mostrará y abrirá el camino para empezar la misión entre los gentiles. En todos los esfuerzos humanos de que nos informan los Hechos de los apóstoles, siempre es el Espíritu Santo el que llena y dirige a la Iglesia. Así también lo indica nuestro breve relato, cuando al final observa: «Y (la Iglesia) crecía con la consolación del Espíritu Santo.»

b) Curación de enfermos en Lida (Gal_9:32-35).

32 Pedro, que andaba por todas partes, llegó hasta los fieles que habitaban en Lida. 33 Encontró allí a un hombre llamado Eneas, que desde ocho años atrás yacía en una camilla, porque estaba paralítico. 34 Y le dijo Pedro: «Eneas, el Señor Jesús te va a curar; levántate y hazte tú mismo la cama.» Y al momento se levantó. 35 Y lo vieron todos los habitantes de Lida y Sarón, los cuales se convirtieron al Señor.

Siguen sin interrupción tres narraciones transcendentales, cuyo protagonista es Pedro. En ellas hay una perceptible gradación, de acuerdo con el asunto tratado y también con la envergadura del tema. Según la manera de exponer de san Lucas en estas tres narraciones se pueden ver correspondencias con similares acontecimientos en la actuación de Jesús y también con historias parecidas de Pablo. Sin embargo estas tres narraciones, a pesar de todas sus semejanzas literarias, tienen su propia significación y caracterizan claramente el aspecto y la ruta de la evolución de la Iglesia. También vemos en la persona de Pedro la autoridad de la comunidad jerosolimitana, cuyo prestigio se funda en los apóstoles. Aunque no se deba transferir sin más ni más a los primeros tiempos de la Iglesia el posterior estado de cosas, pero es difícil sustraerse a la impresión de que este viaje de Pedro «por todas partes» es presentado como una especie de visita pastoral que, al mismo tiempo, quiere también estar al servicio del trabajo misionero. El apóstol debió visitar varios lugares, pero por razones prácticas y literarias san Lucas escogió estas tres estaciones. El texto no dice nada sobre el motivo inmediato del viaje. Aunque se debiera suponer que también esta vez (como en 8,14) el apóstol fue enviado por la comunidad, esta suposición en nada perjudicaría el rango especial, que le otorgan claramente los apóstoles. Se puede notar que Pedro esta vez hace el viaje solo, sin que le acompañe Juan.

Se puede comparar, incluso en los pormenores, la curación del paralítico Eneas con el milagro que se obró en el cojo de nacimiento ante la «puerta del templo llamada Preciosa» (3,1 ss). Las dos historias coinciden en sus líneas esenciales. Pero tampoco hay que pasar por alto ciertas importantes diferencias, que se muestran especialmente en las palabras del apóstol al enfermo. En la curación del cojo de nacimiento, dijo Pedro: «En el nombre de Jesucristo de Nazaret, anda.» Esta vez Pedro sana al paralítico diciendo: «Eneas, el Señor Jesús te va a curar.» En estas palabras la persona humana todavía queda más postergada a segundo término con respecto a la fuerza curativa del Señor presente en el apóstol. Y de nuevo se pone el milagro como señal manifestadora al servicio del testimonio del mensaje de salvación en Cristo. En este acontecimiento los hombres experimentan la proximidad de un poder superior, y se percatan de la verdad de las palabras, que les anuncia el apóstol.

c) Resurrección de un muerto en Jopa (9,36-43)

Esta narración, dentro de su marco literario, forma parte de la historia de Pedro. Su rango, su prestigio, su poder de obrar milagros se hacen todavía más patentes que en la precedente curación del enfermo Eneas. La resurrección de un muerto no es simplemente explicable suponiendo (como las curaciones de enfermos) que obró una fuerza de sugestión. La resurrección queda fuera del dominio de toda capacidad humana Eso lo sabe Pedro. Su conducta recuerda al profeta Elías, que llevó al hijo muerto de la viuda de Sarepta a la habitación de arriba, y allí orando le hizo volver a la vida (lRe 17,17 ss). Y de Eliseo se nos relata un caso parecido (2Ki_4:32 ss). No hay que ignorar que en la forma de nuestra narración se muestra cierta semejanza con estos relatos del Antiguo Testamento. Con todo, este hecho no nos permite impugnar la verdad del milagro de Pedro, aunque sea posible que el suceso obtuviera su forma porque se tuviese la mirada puesta en estas narraciones del Antiguo Testamento o en otras historias de milagros.

36 En Jopa había una discípula de nombre Tabitá, que traducido significa «Gacela». Estaba llena de buenas obras y de limosnas que hacía. 37 Sucedió, pues, por aquellos días que enfermó y murió. Una vez lavada, la colocaron en la habitación de arriba. 38 Dada la proximidad entre Lida y Jopa, y habiendo oído los discípulos que Pedro estaba en aquella ciudad, le enviaron dos hombres con ese ruego: «No tardes en venir hasta nosotros.» 39 Pedro al punto se fue con ellos. Llegado, le hicieron subir a la habitación de arriba y se le presentaron todas las viudas, llorando y mostrándole las túnicas y mantos que les había hecho Gacela mientras estaba con ellas. 40 Pedro hizo salir fuera a todos. Luego, puesto de rodillas, oró y vuelto al cadáver, dijo: Tabitá, levántate. Ella abrió sus ojos y viendo a Pedro, se incorporó. 41 Dándole éste la mano, la levantó; llamó a los santos y a las viudas y se la presentó viva. 42 La cosa fue notoria en toda Jopa, y muchos creyeron en el Señor. 43 Y permaneció bastantes días en Jopa, en casa de un tal Simón, curtidor.

Pedro sabe que no tiene facultad para devolver la vida a los muertos por su propia virtud. Conoce, en cambio, la omnipotencia de Dios. Y de ella impetra el milagro orando de rodillas. Conociendo la proximidad eficiente de Dios puede decir: «Tabitá, levántate.» Aquí tampoco se nos concede hacer muchas explicaciones ni alegar muchas pruebas. De nuevo tenemos ante nosotros un misterio. Es el Señor, que está presente en su Iglesia. No sin razón el texto occidental, que es más extenso, ha dado a las palabras de Pedro la siguiente forma: «Levántate en el nombre de nuestro Señor Jesús.» Se nos recuerdan aquellas palabras que dijo Jesús a sus apóstoles en su plática de despedida: «De verdad os aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores las hará; porque yo voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre, eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (Joh_14:12s). Solamente teniendo en cuenta esta revelación podemos rendirnos a la verdad de la narración de un milagro como el nuestro contra cualesquiera objeciones.

En Tabitá se nos traza una de las figuras más nobles de mujer en los primeros tiempos de la Iglesia. «Estaba llena de buenas obras y de limosnas que hacía.» Las «túnicas y mantos» que había hecho para los pobres, nos muestran que Tabitá era una de aquellas mujeres que saben unir de una forma agradable la piedad y la disposición a prestar ayuda práctica. No hace al caso si hay que considerarla como «diaconisa» oficialmente reconocida, como por ejemplo la diaconisa Febe de la Iglesia de Céncreas (Rom_16:1), o si ejerció la actividad de su vida de forma enteramente personal. Por los escritos del Nuevo Testamento sabemos cuán estrechamente se enlaza con la formación de la Iglesia la figura de las mujeres que ayudan y atienden, tanto si pensamos en las mujeres que acompañaban a Jesús, como las describe con esmero san Lucas (Luk_8:2s), como si pensamos en las mujeres que se nombran en los Hechos de los apóstoles y en las cartas de san Pablo. Léase tan sólo el cap. 16 de la epístola a los Romanos, en que se habla de Febe, Priscila, María, Trifena, Trifosa, Pérsida, Julia, para ver con qué gratitud san Pablo nombra también a estas mujeres, para recordar su ejemplo y su servicio en la propagación del Evangelio. En la conclusión de esta historia se dice que Pedro permaneció bastantes días en Jopa, en casa de un tal Simón, curtidor. Se da esta noticia sobre todo por causa de la historia que sigue a continuación (Luk_10:6). Al mismo tiempo se patentiza también cuán afortunada fue la actuación del apóstol en Jopa, en lo cual de nuevo aparece la importancia del milagro como testimonio en favor del Evangelio. Puede haber también una especial intención en el hecho de que asimismo se nombre el oficio manual de Simón, que hospedaba en su casa a Pedro. Sabemos que la profesión de curtidor era considerada por los doctores de la ley como impura y que no era apreciada. El hecho de que Pedro residiera en casa de un curtidor puede ser una señal de que se siente libre de la estrechez farisaica, y así ya está preparado para la orden transcendental que ha de recibir en el relato siguiente.



Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



Saulo, camino de Damasco, 9:1-2.
1 Saulo, respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se llegó al sumo sacerdote, 2 pidiéndole cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si allí hallaba quienes siguiesen este camino, hombres o mujeres, los llevase atados a Jerusalén.

Hasta aquí apenas se había hablado de Saulo, sino incidentalmente (cf. 7:58; 8:1.3); ahora comienza a convertirse en el personaje central de las narraciones de los Hechos.
El relato, con ese respirando aún (v.1), enlaza con 8:3, en que Saulo había sido ya presentado como perseguidor de la Iglesia, pero cuya narración había sido interrumpida para dar lugar a la de los hechos de Felipe (8:4-40). Su estado de ánimo contra los cristianos sigue siendo el mismo de entonces, lo que parece insinuar que nos hallamos aún a poco tiempo de distancia de la muerte de Esteban. Extraña un poco el hecho de que acuda al sumo sacerdote pidiéndole cartas para actuar contra los cristianos de Damasco (v.1-2), pues ¿qué autoridad podía tener éste en una ciudad como Damasco, que estaba tan lejos de Jerusalén y en una región gobernada directamente por Roma?76 La respuesta no es difícil. Sabemos, en efecto, que el sanedrín tenía teóricamente jurisdicción, no sólo sobre los judíos de Palestina, sino sobre todos los judíos de la diáspora (cf. Deu_17:8-13), y Josefo nos cuenta que las autoridades romanas habían reconocido ese derecho 77. También el libro de los Macabeos nos cuenta que Roma concedió a los judíos el derecho de extradición (cf. 1Ma_15:21). Eso es lo que ahora pide Pablo. Esos judío-cristianos son transgresores de la Ley, verdaderos apóstatas religiosos, y, de no enmendarse, deben ser conducidos a Jerusalén para ser juzgados por el sanedrín. Aunque en este pasaje se habla sólo del sumo sacerdote (v.1), está claro que queda incluido todo el sanedrín, como por lo demás se dice expresamente en otro lugar de los Hechos (cf. 22:5; 26:12). Las penas que imponía el sanedrín podían ser varias, aunque no la pena de muerte, como ya explicamos al comentar 7:54-60.
El hecho de que las cartas vayan dirigidas a las sinagogas (v.2) indica que los cristianos de Damasco no formaban aún una comunidad distinta de las comunidades judías, sino que seguían frecuentando la sinagoga, cosa que, por lo demás, se dice casi explícitamente respecto de Ananías (cf. 22:12). La misión de Pablo consistía en desenmascarar a estos judíos peligrosos, y llevarlos atados a Jerusalén. Son llamados los del camino (v.2), término que reaparecerá en otros varios lugares de los Hechos (cf. 18:25-26; 19:9.23; 22:4; 24:14:22), aludiendo al estilo o modo de vida que caracterizaba a la nueva comunidad cristiana. Era éste un camino que conducía a la vida (cf. 5:20; 11:18; 13:48), dé la que Cristo es el principal lider (cf. 3:15).
No sabemos cuándo había comenzado a haber cristianos en Damasco. Algunos autores hablan de que quizás fuera a raíz de la dispersión con motivo de la muerte de Esteban (cf. 8:1; 11:19); pero es posible que la cosa sea ya más de antiguo, y que hayamos de remontarnos a los convertidos por Pedro en Pentecostés (cf. 2:5).

La conversión de Saulo, 9:3-9.
3 Estando ya cerca de Damasco, de repente se vio rodeado de una luz del cielo; 4 y cayendo a tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? 5 El contestó: ¿Quién eres, Señor? Y él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. 6 Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer. 7 Los hombres que le acompañaban estaban de pie atónitos oyendo la voz, pero sin ver a nadie 8 Saulo se levantó del suelo, y con los ojos abiertos nada veía. Lleváronle de la mano y le introdujeron en Damasco, 9 donde estuvo tres días sin ver y sin comer ni beber.

La conversión de Saulo, narrada concisamente aquí por San Lucas, es uno de los acontecimientos capitales en la historia del cristianismo. La Iglesia le dedica una fiesta especial el día 25 de enero. El famoso perseguidor, a quien se aparece directamente Jesús, queda convertido en apóstol, de la misma categoría que los que habían visto y seguido al Señor en su vida pública (cf. 1Co_9:1; 1Co_15:5-10; Gal_1:1).
Además del presente relato, San Lucas nos ofrece otras dos veces la narración del hecho, puesta en boca de Pablo (cf. 22:6-11; 26:12-19), con ligeras diferencias. También se describe este hecho al principio de la carta a los Gálatas (cf. Gal_1:12-17).
No pocos autores, más que de conversión, prefieren hablar de vocación, encuadrando el caso de Pablo en la línea de las vocaciones proféticas de los grandes personajes bíblicos, particularmente Jeremías, con cuya vocación por Dios el caso de Pablo ofrece no pocos paralelos 78. Nos parece bien. El mismo Pablo lo entiende así (cf. Gal_1:15-16).
Esta conversión o vocación de Pablo es presentada por Lucas con bastante detalle. ¿Qué pensar de la historicidad de estos relatos ? Es éste un punto actualmente muy discutido, al que necesitamos referirnos antes de pasar a la exégesis. La opinión de los críticos acatólicos apenas deja nada en pie. Serían relatos muy elaborados por Lucas con fines apologéticos 79. También algunos autores católicos, sin que pongan en duda la realidad de la intervención divina cambiando totalmente a Pablo, atribuyen mucho a la obra literaria de Lucas e insisten en que la verdadera realidad de los hechos nunca podremos reconstruirla. El modo como los presenta Lucas, narrando tres veces el mismo acontecimiento, cada vez con menos extensión, pero creciendo en intensidad, indica que se trata de un artificio literario. Lo que en realidad Lucas trata de inculcar en los lectores es la legitimidad de la misión de Pablo entre los gentiles, que va acentuándose de la primera a la tercera narración; de ahí esa serie de intervenciones divinas que intercala; la manera como están presentados los hechos ha de atribuirse al genio literario de Lucas y a su intención teológica 80. Se supone, pues, una gran libertad histórica en el modo de proceder de Lucas. Es lo que también supone P. Gachter, distinguiendo entre visión y vocación como actos cronológicamente distanciados, no obstante que en los relatos de Lucas aparezcan como simultáneos. Lo más probable, dice Gachter, es que en la visión de Damasco, que cambió totalmente el rumbo de Pablo, éste no recibiera ninguna misión determinada, que le convirtiera en apóstol de los gentiles, sino que aquello no fue sino el punto de partida. La conciencia de estar destinado al apostolado entre los gentiles le habría venido más tarde, durante sus misiones entre los judíos de la diáspora 81.
¿Qué decir a todo esto ? ¿Hay base para todas estas suposiciones ? Cierto que para una recta interpretación de los textos de Lucas es necesario que nos preguntemos sobre su intención al componer el relato, y que esa intención o finalidad por lo demás, no siempre fácil de descubrir ha podido influir en ciertas expresiones y adaptaciones. Pero, como ya expusimos en la introducción general al libro, a base siempre de que no queden sustancialmente desfigurados los hechos, que Lucas, por su proximidad a los acontecimientos, tenía posibilidades de conocer. Creemos que existe un grave peligro de que pasemos demasiado fácilmente del orden literario al orden histórico, fiados en anomalías del texto más o menos reales, que pueden tener otra explicación. Considerar como simples procedimientos literarios de Lucas lo que en realidad viene a ser una depero ante el rechazo de los judíos (v.19) quedan solos los gentiles (v.21); finalmente, en el tercero ya no se habla sino de envío a los gentiles (v.17). formación de la historia, nos parece bastante arbitrario, al menos en la condición actual de los conocimientos sobre el carácter literario del libro de los Hechos.
Después de estos preliminares, vengamos ya al relato de Lucas. El hecho tuvo lugar probablemente en el año 36, catorce años antes del concilio de Jerusalén 83. Saulo y sus acompañantes estaban ya cerca de Damasco (cf. 22:6). Era hacia el mediodía (cf. 22:6; 26:13). De repente una luz fulgurante los envuelve y caen a tierra (cf. 9:4; 22:7; 26:14). Es de creer, aunque el texto bíblico explícitamente no lo dice, que el viaje lo hacían a caballo, no a pie, y, por tanto, la caída hubo de ser más violenta y aparatosa. Surge entonces el impresionante diálogo entre Jesús y Saulo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?.. ¿Quién eres, Señor? (cf. 9:4-6; 22, 7-10; 26:14-18). Parece, a juzgar por la frase de Jesús duro es para ti pelear contra el aguijón (cf. 26:14), que, en un primer momento, Pablo trató de resistir a la gracia, como caballo que se encabrita ante el pinchazo84, pero pronto fue vencido y hubo de exclamar: ¿Qué he de hacer, Señor? (cf. 22:10; 26:19). Sin duda, este modo de proceder del Señor en su conversión influyó grandemente en él, para que luego en sus cartas insistiera tanto en que la justificación no es efecto de nuestro esfuerzo o de las obras de la Ley, sino puro beneficio de Dios (cf. Rom_3:24; 1Co_15:10; Gal_2:16; 1Ti_1:12-16; Tit_3:5-7). También la pregunta ¿Por qué me persigues? debió de hacerle pensar en alguna misteriosa compenetración entre Cristo y sus fieles, que le impulsará a formular la maravillosa concepción del Cuerpo místico, otro de los rasgos salientes de su teología (cf. 1Co_12:12-30; Efe_1:22-23; Col_1:18).
No parece caber duda que San Pablo en esta ocasión vio realmente a Jesucristo en su humanidad gloriosa. Aunque el texto bíblico no lo dice nunca de modo explícito, claramente lo deja entender, cuando contrapone a Saulo y a sus acompañantes, diciendo que éstos oyeron la voz, pero no vieron a nadie (cf. 9:7), y en 26:16 se dice expresamente: para esto me he aparecido a ti.Por lo demás, el mismo Pablo, aludiendo sin duda a esta visión, dirá más tarde a los Corintios: ¿No soy apóstol? ¿No he visto a Jesús, Señor nuestro? (1Co_9:1); y algo más adelante: Apareció a Cefas, luego a los Doce.. últimamente, como a un aborto, se me apareció también a mí (1Co_15:5-9). Y nótese que esas apariciones a los apóstoles eran reales y objetivas (cf. 1:3; 10:41), luego también la de Pablo, cosa, además, que exige el contexto, pues si es que algo valían esas apariciones para probar la resurrección de Cristo, es únicamente en la hipótesis de que éste se apareciera con su cuerpo real y verdadero. No creemos que haya base para reducir la misión de Pablo simplemente a una experiencia interna, conforme sostienen algunos autores 85.
Nada tiene, pues, de extraño que, terminada la visión, Pablo quedara como anonadado, sin ganas ni para comer (cf. 9:9), atento sólo a pensar y rumiar sobre lo acaecido, que trastornaba totalmente el rumbo de su vida. El estado de ceguera (cf. 9:8) contribuía a aumentar más todavía esta su tensión de espíritu. Sólo después del encuentro con Ananías, pasados tres días, habiendo vuelto a tomar alimento, de nuevo cobra fuerzas (v.19). Estas abstenciones de comer y beber han sido siempre frecuentes en personas místicas, y Pablo parece que fue una de ellas, a juzgar por algunos testimonios de sus cartas (cf. 20:22-23; 22:17-21; 2Co_12:2-9).
Aludimos antes a pequeñas diferencias en los relatos de la conversión de Saulo, y conviene que ahora las especifiquemos. Es la primera que, según una de las narraciones, los compañeros de Saulo oyen la voz pero no ven a nadie (cf. 9:7), mientras que, según otra de esas narraciones, no la oyen pero ven la luz (cf. 22:9). Asimismo, según una de las narraciones, esos compañeros estaban de pie atónitos (cf. 9:7), mientras que, según otra, caen todos por tierra (cf. 26:14). Añádase que, en una de las narraciones, es Dios quien comunica directamente a Saulo el futuro de la actividad a que le destina (cf. 26:16-18), mientras que, en las otras dos, la comunicación se hace a Ananías y, sólo a través de él, a Saulo (cf. 9:15-16; 22:14-15).
Evidentemente, nada de todo esto es incompatible con la historicidad de los relatos; al contrario, estas ligeras diferencias reflejan los diferentes auditorios y son más bien garantía de historicidad. Pablo no tenía por qué, en su discurso ante Festo y Agripa, tercera de las narraciones (26:16-18), hacer mención de Ananías; lo que importaba era destacar que había habido revelación de Dios, pero el que esa revelación hubiera sido hecha directamente o mediante algún enviado era cosa que en nada cambiaba el hecho ni afectaba a su argumentación. En cuanto a si los compañeros de Saulo oyeron (9:7) o no oyeron (22:9) la voz de Jesús, téngase en cuenta que la palabra oír (Üêïýåéí) puede tomarse en el sentido simplemente de oír, o sea, percibir el sonido material, y también en el de entender, o sea, captar el significado (cf. 1Co_14:2). Parece que los compañeros de Saulo oyeron la voz (1Co_9:7); pero, al contrario que éste, no entienden su significado (1Co_22:9), del mismo modo que vieron la luz (1Co_22:9), pero no distinguen allí ningún personaje (9?)· Quizá podamos ver insinuada esta diferencia de significado en la misma construcción gramatical, pues mientras en 9:7 oír está construido con genitivo (..ôçò öùíÞæ), en 22:9 está con acusativo (.ôçí öùíÞí). Y, en fin, por lo que toca a si cayeron a tierra, parece que ciertamente cayeron todos en un primer momento (26:14); pero, en un segundo momento de la escena, cuando Pablo, mucho más afectado, seguía todavía en tierra, los compañeros estaban ya de pie (9:7). Por lo demás, ese estaban de pie atónitos (åßóôÞêåéóáí Ýíåïß) podría también traducirse (úóôçìé = åéìß) por habían quedado atónitos, en cuyo caso desaparece la dificultad. Hagamos todavía una observación. Eso de caer en tierra era algo como inherente a los que recibían una visión divina (cf. Eze_1:28; Eze_43:3; Dan_8:17) y, como ya antes dijimos, en nada cambiaría la historicidad del relato, aunque por lo que toca a esos pequeños detalles se tratase de simple relleno literario.

Saulo y Anemias,Dan_9:10-19.
10 Había en Damasco un discípulo, de nombre Ananías, a quien dijo el Señor en visión: ¡Ananías! El contestó: Heme aquí, Señor. 11 Y el Señor a él: Levántate y vete a la calle llamada Recta, y busca en casa de Judas a Saulo de Tarso, que está orando; 12 y vio en visión a un hombre llamado Ananías, que entraba y le imponía las manos para que recobrase la vista. 13 Y contestó Ananías: Señor, he oído a muchos de este hombre cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén, 14 y que viene aquí con poder de los príncipes de los sacerdotes para prender a cuantos invocan tu nombre. 15 Pero el Señor le dijo: Ve, porque es éste para mí vaso de elección, para que lleve mi nombre ante las naciones y los reyes y los hijos de Israel. 16 Yo le mostraré cuánto habrá de padecer por mi nombre. 17 Fue Ananías y entró en la casa, e imponiéndole las manos, le dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino que traías, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo. 18 Al punto se le cayeron de los ojos unas como escamas, y recobró la vista y levantándose fue bautizado; 19 después tomó alimento y se repuso.

Llegado Saulo a Damasco, adonde han tenido que llevarle conducido de la mano (cf. 9:8; 22:11), se hospeda en la casa de un tal Judas (v.11), personaje del que nada sabemos, y que muy bien pudiera ser el dueño de la posada donde acostumbraban a parar los judíos que pasaban por la ciudad. Esta casa estaba en la calle llamada Recta (v.11), calle conocidísima, que atravesaba por completo la ciudad de este a oeste, y de la que se conserva todavía el trazado en la actual Damasco.
Mientras Saulo seguía a la espera (cf. 9:6; 22:10) en casa de Judas, el Señor se aparece a Ananías y le ordena que vaya a visitarle (v.11). Tampoco de Ananías sabemos gran cosa. Desde luego, debía ser uno de los cristianos más notables de Damasco, quizás el jefe de la comunidad. Estaba perfectamente enterado de la actividad persecutoria de Saulo, así como del motivo de su venida a Damasco (cf. v.13-14), aunque parece que nada sabía de lo que le había acontecido en el camino. Su fe cristiana no era obstáculo para que siguiese observando fielmente la Ley mosaica y fuese muy estimado de sus correligionarios (cf. 22:12). La aparición del Señor (v.10) debió ser en sueños, como solían ser de ordinario (cf. 16:9-10; 18:9; 27:23), y en ella el Señor le da a conocer cuál era el papel que tenía destinado a Saulo (cf. 9:15-16; 22:14-15). Toda la tercera parte del libro de los Hechos (13:1-28:31), narrando las actividades apostólicas de Pablo, es el mejor comentario a estas palabras del Señor a Ananías. El elemento nuevo de este programa es que Saulo tendrá que predicar sobre todo a los gentiles: ante las naciones y los reyes y los hijos de Israel (cf. 9:15; 26:17-18). El mismo se designará más tarde como Apóstol de los Gentiles (cf. Rom_1:5; Rom_11:13; Gal_2:7-8), aunque tampoco olvidará nunca a sus compatriotas los judíos (cf. 17:2; 18:4; 19:9; Rom_11:14). Con el término reyes se alude, sin duda, no sólo al rey Agripa (cf. 26:2), sino también a otros magistrados romanos con los que Pablo se encontrará a lo largo del relato que va a seguir (cf. 13:7; 18:12; 24:10; 25:6). Es posible que Lucas, al poner determinadas palabras en boca del Señor, esté bajo el influjo de ciertos textos profetices (cf. Jer_1:10) e incluso bajo el influjo de la realidad, tal como sabía habían sucedido las cosas en Pablo.
En el encuentro con Saulo, Ananías da a entender que conoce perfectamente lo que a aquél había acaecido en el camino y cómo había quedado ciego (v.17), lo cual parece suponer que también esto se lo reveló el Señor en la aparición, aunque el relato de Lucas no lo haga notar de modo explícito 86. Su misión para con Saulo es doble: .. recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo (v.17); doble es también la acción que realiza sobre él: imposición de manos (v.17) y bautismo (v.18). Esto último no se dice de modo explícito que fuese realizado por Ananías; pero claramente se deja entender, puesto que ningún otro miembro de la comunidad cristiana aparece ahí en escena, ni el texto bíblico da pie para suponer que el bautismo tuvo lugar, no durante la visita de Ananías, sino más tarde. Ese bautismo era necesario, como dirá el mismo Ananías, para que Saulo lavase sus pecados (22:16).
Un punto queda oscuro, y es si esa efusión del Espíritu Santo sobre Saulo fue algo que precedió al bautismo, como parece suponerse en los v.17-18, o más bien fue posterior al bautismo, como parece exigir la naturaleza de la cosa e incluso puede verse insinuado en el v.12, al señalar como finalidad de la imposición de manos únicamente la recuperación de la vista87. No nos atrevemos a responder categóricamente a este punto. Más natural parece lo segundo (cf. 8:16); sin embargo, ciertamente no fue así en el caso de Gornelio (cf. 10:44-48). Quizás también en el caso de Saulo haya que poner una excepción.
Queremos aludir a una última cuestión. Por primera vez en los Hechos se designa aquí a los cristianos con el apelativo santos (v.13), denominación que se hará bastante corriente en la Iglesia primitiva (cf. 9:32.41; 26:10; Rom_12:13; Rom_15:26; Rom_16:2; 1Co_16:1; 2Co_8:4; Flp_4:21; Gol 1:4). Dios es el Santo por excelencia (cf. Isa_6:3), y de esa santidad participan, según se repite frecuentemente en el Antiguo Testamento, aquellos que se acercan a él o le están especialmente consagrados (cf. Exo_19:6; Lev_11:44-45; Lev_19:2; Lev_20:26; Lev_21:6-8). Parece que la idea primera del término santidad, como indica la raíz de la voz semítica qodex (qds = cortar, separar), es la de separación o trascendencia sobre todo lo común y profano; a esta idea va unida la de pureza o ausencia de todo pecado. Con mucha razón, pues, es aplicado este término a los cristianos, nuevo pueblo santo que sustituye al antiguo Israel (cf. 1Pe_2:9), sobre los que visiblemente desciende el Espíritu Santo (cf. 2:17-38; 4:31; 8:15), quedando separados del resto de los hombres y pasando por medio del bautismo a una especie de consagración a Dios, libres de su pasado profano y culpable.

Predicación de Saulo en Damasco, 9:19-25.
19 Pasó algunos días con los discípulos de Damasco, 20 y luego se dio a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios; 21 y cuantos le oían quedaban fuera de sí, diciendo: ¿No es éste el que en Jerusalén perseguía a cuantos invocaban este nombre, y que a esto venía aquí, para llevarlos atados a los sumos sacerdotes? 22 Pero Saulo cobraba cada día más fuerzas y confundía a los judíos de Damasco, demostrando que éste es el Mesías. 23 Pasados bastantes días, resolvieron los judíos matarle; 24 pero su resolución fue conocida de Saulo. Día y noche guardaban las puertas para darle muerte; 25 pero los discípulos, tomándole de noche, lo bajaron por la muralla, descolgándole en una espuerta.

Así es Saulo. La misma fogosidad que antes había empleado para perseguir a la Iglesia emplea ahora, una vez convertido, para defenderla. No es extraño que los judíos de Damasco estuviesen llenos de estupor (v.20-21) y tratasen de acabar con él (v.23).
Esta estancia de Saulo en Damasco, no obstante que la narración de los Hechos la presenta de una manera continua (v. 10-25), parece que tuvo dos etapas, y entre una y otra hay que colocar la ida a la Arabia, de que se habla en la carta a los Calatas (Gal_1:17). Tenía que rehacer su espíritu a la luz de su nueva fe y de las revelaciones que el Señor le iba comunicando (cf. 26:16), y para eso nada mejor que algún tiempo de retiro en la solitaria Arabia 88. No sabemos cuánto tiempo permaneció en ese retiro de Arabia, pero sí que desde ahí volvió de nuevo a Damasco (Gal_1:17), y que todo incluido primera estancia en Damasco, retiro en Arabia, segunda estancia en Damasco forma un total de tres años (cf. v.25-26; Gal_1:18). La ida a la Arabia habrá que colocarla entre los v.21 y 22, y así queda explicada esa aparente contradicción en que parece incurrir San Lucas al hablar de pocos días (v.18) y de bastantes días (v.23), refiriéndose a la estancia de Saulo en Damasco.
El tema de la predicación de Saulo era que Jesús es el Hijo de Dios (v.20) y que es el Mesías (v.22). La expresión hijo de Dios, aplicada a Jesús, sólo vuelve a aparecer otra vez en los Hechos (Gal_13:33), pues aunque se lee también en Hec_8:37, probabilísimamente ese texto no es auténtico, como ya en su lugar hicimos notar. Todo da la impresión de que fue un título cristológico, muy poco corriente en las primitivas comunidades cristianas. Sostienen algunos críticos, como Bultmann y Dibelius, que este título comenzó a ser atribuido a Cristo bajo el influjo del helenismo, donde era frecuente hablar de hijos de los dioses; sin embargo, todos los indicios están a favor de que tal título le fue dado a Jesús ya durante su vida terrena, dado el modo como se expresan los Evangelios (cf. Mat_3:17; Mat_4:3; Mat_14:33; Mat_16:16; Mat_17:5; Mat_26:63; Mat_27:40; Mc é,éé; 3,éé; Mat_5:7; Mat_9:7; Mat_15:39; Lev_4:41; Lev_9:35; Lev_22:70; Jua_1:49; Jua_10:36; Jua_17:1; Jua_20:31). De suyo, el título no connota necesariamente la divinidad (cf. Exo_4:22; Jer_3:19; Deu_32:8; Sal_89:7; Job_1:6), y ha de ser el contexto el que nos indique hasta dónde debemos llevar esa filiación. Evidentemente, hay muchos casos en que el título Hijo de Dios, aplicado a Jesucristo, tiene claramente sentido divino (cf. Mat_28:19; Jua_1:1; Gal_4:4-6; Col_1:13-17; Heb_1:2-8); pero hay otros que pueden ser explicados simplemente en sentido de filiación moral, resultante de una elección divina que establece relaciones de particular intimidad entre Dios y su creatura (cf. Mat_4:3; Mar_3:11; Mar_15:39), al estilo de lo que sucede cuando el título era aplicado al pueblo de Israel o a los-ángeles en el Antiguo Testamento. Por lo que hace a los dos pasajes de los Hechos (Mar_9:20; Mar_13:33), es imposible precisar el alcance que se pretende dar al significado de la expresión; probablemente ahí el título de Hijo de Dios es considerado simplemente como título más o menos equivalente al de Mesías, con referencia a su exaltación como rey universal de las naciones. De hecho, ése fue el tema normal de la predicación de Pablo ante auditorio judío (cf. 17:3; 18:5; 26:23), lo mismo que había sido también el de Pedro (cf. 2:36; 3:18; 4:26).
La estratagema de su fuga de Damasco (v.24-25) nos la cuenta también el mismo San Pablo en su segunda carta a los Corintios (2Co_11:32-33). La cosa no era difícil. Aun hoy hay en Damasco casas adosadas a los muros de la ciudad, cuyas ventanas dan al exterior. Extraña un poco la mención del etnarca de Aretas, tratando de capturar a Pablo (2Co_11:32), pues la narración de los Hechos habla simplemente de los judíos (v.23-24). Sin embargo, está claro que una cosa no se opone a la otra, pues es lógico que los judíos trataran de lograr y lograran el apoyo del etnarca. Más difícil es explicar el porqué de la presencia de ese representante de Aretas en Damasco, ciudad sujeta al dominio romano desde tiempos de Pompeyo, a mediados del siglo I a. C. Algunos creen que se trata simplemente de un delegado o representante de Aretas para defender los intereses de los nabateos residentes en Damasco; pero, en tal caso, ¿cómo, sin protesta de las autoridades romanas, un extraño iba a atribuirse tales poderes, atreviéndose a poner guardia a las puertas de la ciudad? Por eso, juzgamos más probable que en esas fechas Damasco estuviera realmente bajo el poder de Aretas y no bajo las autoridades romanas 89. De hecho, se han encontrado monedas de Damasco con la efigie de Augusto (31 a. C.-I4 d. C.), de Tiberio (14-37), Nerón (54-68), Vespasiano (69-79), etc., pero no se han encontrado con la efigie de Calígula (37-41) ni de Claudio (41-54). Ello parece ser indicio de que entre los años 37-54 Damasco no estuvo bajo el dominio de los romanos. Lo más probable es que hubiera sido cedida espontáneamente a Aretas por Calígula, precisamente para hacer una política contraria a la de Tiberio, como sabemos que hizo en otros casos. De ser esto así, nos encontramos con un dato importantísimo para la cronología de San Pablo, pues la fuga de Damasco habrá que colocarla entre los años 37 (muerte de Tiberio) al 40 (muerte de Aretas).

Visita de Saulo a Jerusalén y regreso a Tarso,2Co_9:26-30.
26 Llegado que hubo a Jerusalén, quiso unirse a los discípulos, pero todos le temían, no creyendo que fuese discípulo. 27 Tomóle entonces Bernabé y le condujo a los apóstoles, a quienes contó cómo en el camino había visto al Señor, que le había hablado, y cómo en Damasco había predicado valientemente el nombre de Jesús. 28 Estaba con ellos, yendo y viniendo dentro de Jerusalén, predicando con valor el nombre del Señor, 29 y hablando y disputando con los helenistas, que intentaron quitarle la vida, 30 pero sabiendo esto los hermanos, le llevaron a Cesárea y de allí le enviaron a Tarso.

Es la primera vez que Saulo sube a Jerusalén después de su conversión. El motivo de esta visita, como dice el mismo San Pablo, fue para conocer (éóôïñçóáé) a Pedro, con quien permaneció quince días (Gal_1:18). De los demás apóstoles sólo vio a Santiago, el hermano del Señor (Gal_1:19).
No parece que le fue fácil llegar en seguida hasta los apóstoles, pues, dadas sus anteriores actividades persecutorias, había recelos sobre su conversión (y.26). Aunque habían pasado ya tres años (cf. Gal_1:18), y la noticia de su conversión había, sin duda, llegado a Jerusalén, la información debía ser escasa e incontrolada, debido quizás a la guerra entre Aretas y Herodes Antipas, que habría interrumpido las comunicaciones. Fue Bernabé, a quien Pablo había hecho partícipe de sus confidencias, quien le sirvió de intermediario, conduciéndole a los apóstoles (v.27). No sabemos si serían conocidos ya de antes. Ello es posible, pues Bernabé era natural de Chipre (cf. 4:36), isla que estaba en constante comunicación con Tarso, la patria de Saulo. De todos modos, se hicieron grandes amigos, y juntos trabajarán en Antioquía (11:22-30) y en el primer viaje apostólico de Pablo (13:1-14:28); se separarán al comienzo del segundo viaje apostólico (15:36-40), pero no por eso se romperá la amistad (cf. 1Co_9:6; Col_4:10). El que se diga que le condujo a los apóstoles (v.27) no se opone a la afirmación de Pablo de haber visto solamente a Pedro y a Santiago (Gal_1:18-19), sino que Lucas esquematiza las cosas nombrando a los apóstoles en general.
Disipados los recelos merced a la valiosa intervención de Bernabé, Saulo comienza, a moverse libremente predicando el nombre del Señor y discutiendo con los helenistas (v.28-29). Probablemente muchos de estos helenistas 90 eran los mismos que habían discutido' ya antes con Esteban (cf. 6:9-10), del que Saulo toma ahora sobre sí la obra.
La reacción de los helenistas fue la de tratar de acabar con él (v.29), lo mismo que habían hecho con Esteban; pero los fieles le aconsejan salir de Jerusalén, conduciéndole hasta Cesárea, y de allí, probablemente por mar, lo envían a Tarso, su patria (v.30). Es probable que esta determinación fuese tomada no sólo para evitar el peligro que amenazaba la vida de Pablo, sino pensando también en que su presencia en Jerusalén podía dar origen a otra persecución como la que había seguido a la predicación de Esteban (cf. 8:1), y quedar turbada la paz de que entonces gozaba la Iglesia (cf. í.31). Además, fue durante este tiempo cuando tuvo lugar la visión del Señor, en que se le ordenaba dirigir su predicación hacia los gentiles (cf. 22:17-21), lo que indudablemente también apresuró su partida. De las actividades de Pablo en Tarso nada sabemos. Parece que permaneció allí unos cuatro o cinco años, y que es durante esa época cuando recorrió las regiones de Siria y de Gilicia (Gal_1:21), es de creer que con fines misionales (cf. 15:41). De Tarso le irá a sacar Bernabé para que le ayude en la evangelización de Antioquía (cf. 11:25).

Correrías apostólicas de Pedro, 9:31-43.
31 Por toda Judea, Galilea y Samaría, la Iglesia gozaba de paz y se fortalecía y andaba en el temor del Señor, llena de los consuelos del Espíritu Santo. 32 Acaeció que, yendo Pedro por todas partes, vino también a los santos que vivían en Lida. 33 Allí encontró a un hombre llamado Eneas, que estaba paralítico desde hacía ocho años, echado en una camilla. 34 Díjole Pedro: Eneas, Jesucristo te sana; levántate y toma la camilla. Y al punto se levantó. 35 Visto lo cual, todos los habitantes de Lida y de la llanura de Sarón se convirtieron al Señor. 36 Había en Joppe una discípula llamada Tabita, que quiere decir Dorcas. Era rica en buenas obras y en limosnas. 37 Sucedió, pues, en aquellos días que, enfermando, murió, y lavada, la colocaron en el piso alto de la casa. 38 Está Joppe próximo a Licia; y sabiendo los discípulos que se hallaba allí Pedro, le enviaron dos hombres con este ruego: No tardes en venir a nosotros. 39 Se levantó Pedro, se fue con ellos y luego le condujeron a la sala donde estaba y le rodearon todas las viudas, que lloraban, mostrando las túnicas y mantos que en vida les hacía Dorcas. 40 Pedro los hizo salir fuera a todos, y puesto de rodillas, oró; luego, vuelto al cadáver, dijo: Tabita, levántate. Abrió los ojos, y viendo a Pedro, se sentó. 41 En seguida le dio éste la mano y la levantó, y llamando a los santos y a las viudas, se la presentó viva. 42 Se hizo esto público por tocio Joppe y muchos creyeron en el Señor. 43 Pedro permaneció bastantes días en Joppe, en casa de Simón el curtidor.

Terminado lo relativo a la conversión y primeras actividades de Saulo (9:1-30), vuelve San Lucas a ocuparse de las actividades de Pedro, a quien en capítulos anteriores ha ido dejando siempre en Jerusalén (cf. 5:42; 8:1.14.25). Como pórtico a sus narraciones presenta una hermosa vista global de la situación de la Iglesia, gozando de paz y llena de los consuelos del Espíritu Santo (v.31). Se habla no sólo de Judea y Samaría, sino también de Galilea, lo que indica que también en esa región había ya comunidades cristianas, aunque nada se haya dicho anteriormente de cómo y cuándo fueran fundadas 91. Esta paz de que goza la Iglesia quizás haya de atribuirse, al menos en gran parte, a las circunstancias políticas de aquellos momentos. En efecto, parece que nos hallamos entre los años 39-40, precisamente cuando Calígula, en sus ansias de divinización, trataba de que se colocase una estatua suya en el templo de Jerusalén, cosa que tenía totalmente preocupados a los judíos y a la que se oponían por todos los medios 92, sin dejarles tiempo para ocuparse de los cristianos.
Aprovechando este período de paz, Pedro va por todas partes visitando a los fieles (v.32). Nótese el término santos con que éstos son designados, y que ya explicamos al comentar 9:13. Entre los lugares visitados se habla de Lida, ciudad situada en la llanura de Sarón, a unos 50 kilómetros de Jerusalén y 15 del Mediterráneo, donde cura a un paralítico (v.32-35). Se habla también de Joppe, la actual Jafa, puerto importante a unos 18 kilómetros al norte de Lida, en que resucita a una mujer llamada Tabita (v.36). Había sido Tabita 93 rica en buenas obras y en limosnas (v.37), cuya muerte lloraban desconsoladamente las viudas de la localidad (v.39). Es chocante la expresión los santos y las viudas (v.40), pues es evidente que también las viudas debían contarse entre los santos; parece que son mencionadas aparte, debido a que ellas tenían un motivo especial de desconsuelo. No creemos que formasen ya entonces, como parece que acaeció más tarde, una institución o especie de orden religiosa dentro de la Iglesia (cf. 1Ti_5:9-10), sino que se trataba simplemente de viudas que habían quedado desamparadas con la muerte del marido, y recibían limosnas de Tabita (cf. 6:1).
Durante su estancia en Joppe, Pedro se hospeda en casa de un tal Simón, de oficio curtidor (v.43). Este oficio, aunque no prohibido, era considerado por los judíos como impuro a causa del continuo contacto con cuerpos muertos (cf. Lev_11:39). A pesar de ello, Pedro se hospeda en esa casa. Parece que San Lucas, al consignar este hecho, trata de prepararnos para el episodio del capítulo siguiente, en que Pedro habrá de ir aún mucho más lejos contra los prejuicios judíos.

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



53 (B) El perseguidor se convierte en perseguido (9,1-31).
(a) La conversión de Saulo (9,1-19a). La conversión del peregrino etiópico ha vuelto a exponer, simbólicamente, la finalidad de la misión, y Lucas se dirige después a uno de sus más importantes hitos, la conversión de aquel terrible enemigo que iba a convertirse en el mayor misionero, y, por tanto, en el héroe de los restantes capítulos del libro. La conversión de Saulo, junto con la de la familia de Cornelio se encuentra en el centro de la historia de Hechos; cada uno de estos acontecimientos tiene una gran importancia, tal y como de(-)muestra el doble «retelling» posterior de cada protagonista. La historia de Saulo se cuenta una segunda y una tercera vez en los discursos en los que presenta su autodefensa (22,3-21; 26,2-23), y la variación de géneros sobre el mismo acontecimiento nos proporciona una extraordinaria oportunidad para calibrar los intereses redaccionales de Lucas en contraste con su fuente. Recordando que los discursos son instrumentos que el autor utiliza para sus objetivos historiográficos (? 7 supra), busca(-)remos, en primer lugar, el relato prelucano so(-)bre Saulo en su primer «telling», mientras que sus «replays» en los discursos nos indicarán, probablemente, la reescritura que hizo Lucas del relato bajo sus propios puntos de vista (Ló(-)ning, Saulustradition [? 54 infra] 18-19; C. W. Hedrick, JBL 100 [1981] 427-28).
En el cap. 9 se nos cuenta la historia de una conversión, no de una vocación. No se da en(-)cargo alguno al perseguidor que ha quedado ciego, sino que sólo encontramos una progno(-)sis de su futuro como confesor cristiano per(-)seguido (vv. 15-16) que se comunica al repre(-)sentante de la iglesia local, Ananías, quien lo cura y lo bautiza. En contra de esta presenta(-)ción, las versiones en el discurso disminuyen el papel del intermediario hasta que desapare(-)ce totalmente (26,13-18), e introducen la voca(-)ción de Saulo como testigo del Señor resucita(-)do en el acontecimiento de la conversión, así que Ananías le comunica su mandato en 22,14-16, y, posteriormente, la recibe directa(-)mente de Cristo en 26,15-18. En esta tercera narración, por tanto, coinciden plenamente la conversión y la vocación; podemos identificar esta fusión como expresión del interés lucano en la reescritura del relato (Burchard, Der drei(-)zehnte Zeuge [? 54 infra] 120-21; Lóning, Saulustradition [-« 54 infra] 109-13). Muchos de los detalles que varían entre las tres versio(-)nes están al servicio de este interés, como la supresión de la legendaria secuencia cegueracuración, las diferencias entre los efectos sen(-)soriales de la aparición y la eliminación final del bautismo de Saulo (v. 18; 22,16). Otras variaciones son meramente literarias, como, p.ej., las repeticiones habituales lucanas (H. J. Cadbury, en StLA 88-97).
El primer relato de la experiencia de Da(-)masco, que es donde con más claridad se ma(-)nifiesta la tradición sobre Saulo, es demasia(-)do complejo para que derive de un único género. Comparte algunas características de la epifanía punitiva que refrena al enemigo de la religión (p.ej., Heliodoro, 2 Mac 3,27-29), de las leyendas sobre las conversiones conta(-)das por los propagandistas judíos (/o.sAs 14) y del diálogo epifánico del AT (Gn 31,11-13; Gn 46,2-3; cf. Weiser, Apg. 217-19). Además, un aspecto que comparten las conversiones de Saulo y Cornelio es la «doble visión», en la que tanto el convertido como quien lo inicia se unen mediante visiones que remiten una a otra, una característica que aparece antes en la literatura helenista que en la literatura ju(-)día sobre el AT (Lohfink, Conversión [? 54 in(-)fra] 76). El estrecho paralelismo entre las acciones de Hch 9 y Hch 10 -visión del con(-)vertido, visión de la persona vacilante que de(-)be iniciarlo, encuentro, bautismo del conver(-)tido y recepción del Espíritu Santosugiere que Lucas asimiló las dos historias hasta el punto de que tanto la previa misión a los gen(-)tiles como la primera conversión de un gentil pudieran estar situadas una al lado de la otra como centro fundamental de su composición.

54 1. que seguía amenazando de muerte: Conexión redaccional con 8,3 y con la primera aparición de Saulo en el relato. 2. cartas para las sinagogas de Damasco: Esta autoridad del sumo sacerdote sobre las comunidades de la diáspora no puede documentarse con los testi(-)monios que normalmente se aducen: 1 Mac 15,15-21; Josefo, Ant. 14.10.2 § 190-91; Bell. 1.24.2 § 474. Los propios testimonios que ofre(-)ce Pablo sobre su persecución de las Iglesias (1 Cor 15,9; Gál 1,13-14,23; Flp 3,6) pueden cru(-)zarse con la tradición que utiliza Lucas sobre Saulo (cf. v. 21). 3-4. En el género del relato original sobre Saulo, la luz de la aparición era un arma cegadora contra el perseguidor, no un medio de revelación (Lóning, Saulustradition 95-96). 4. ¿por qué me persigues?: El reproche es idéntico en las tres versiones (22,7; 26,14). Es el mismo Señor quien es perseguido en sus dis(-)cípulos (v. 5), una idea que es característica de estos pasajes, pero que está en conformidad con una teoría de la misión dirigida por el Christus praesens (cf. comentario sobre 2,4.33; R. F. OToole, Bib 62 [1981] 490-91). 5. ¿quién eres, Señor?: La contrapregunta de Pablo mani(-)fiesta que la luz deslumbrante no tiene una fun(-)ción revelatoria. Su persecución era la conse(-)cuencia del error de no reconocer al Kyrios viviente como su víctima (cf. 3,17). 8-9. La des(-)cripción del perseguidor atemorizado, comple(-)tamente inmovilizado y convertido en peniten(-)te compungido, pertenece al pathos del relato original de aparición. 11. calle recta: Una cono(-)cida calle porticada de Damasco da colorido lo(-)cal a la tradición de Saulo, al igual que Ananías y el propietario de la casa, Judas. 13. Es proba(-)ble que Ananías obedeciese inmediatamente en el relato original, y así el v. 12 conduciría direc(-)tamente al v. 17 (Lóning, Saulustradition 27-28). La protesta de Ananías, que contiene una típica retrospectiva lucana (a 8,3; 9,1-2), sigue con dificultad a los w. 11-12, y la noticia tran(-)quilizadora del v. 15 reduplica la del v. 11. Así que los vv. 13-16 pertenecen, por tanto, a una ampliación redaccional del antiguo relato, en la que los vv. 13-14 permiten la inserción de los importantísimos vv. 15-16. 15-16. Estos versícu(-)los contienen el principal comentario que ha(-)ce Lucas sobre el acontecimiento de Damasco, aunque no sean completamente una creación suya (cf. Burchard, Der dreizehnte Zeuge 123; Radl, Paulus 69-81). Para tranquilizar al dubi(-)tativo Ananías, el Resucitado traza, metafórica e indirectamente, el programa futuro de Saulo, que será llevado adelante en Hechos punto por punto (Conzelmann, Apg. 66). 15. mi elegido: Lit. «vasija de elección», un hebraísmo, gen. en lugar del adj. (BDF 165). Cf. Rom 9,22-23, don(-)de el símil del alfarero utiliza el término «va(-)sijas» en el sentido de objetos de la ira o la mi(-)sericordia divinas (Burchard, Der dreizehnte Zeuge 101). La expresión es ingeniosamente ge(-)nérica, dado que, mediante la «intensificación» lucana, tiene que desplegarse gradualmente a través de otros relatos (22,14-15; 26,16; Loh(-)fink, Conversión 94). para llevar mi nombre: Esta frase, que habitualmente se malinterpreta como una referencia a los viajes misioneros, significa solamente la confesión pública del nombre ante (prep. enopion) los gentiles y los judíos. El infinitivo conector expresa una fina(-)lidad, de aquí que traduzcamos «elegido para confesar», lo que contribuye a concretar la si(-)tuación de la acusación pública ante determi(-)nados grupos, tal como nos mostrarán los caps. 22-26. 16. cuánto tendrá que padecer por mi nombre: La inicial conjunción gar hace de esta indispensable aplicación de la pasión mesiánica a Saulo el principal corolario de su elección como confesor. No se anuncia la obra misione(-)ra de Pablo, sino la terrible experiencia que su(-)frirá ante los tribunales del mundo y que fue profetizada para todos los discípulos de Jesús en Lc 21,12-19. La protesta de Ananías se alivia así con ironía: el terrible perseguidor se va a convertir en aquel que será terriblemente per(-)seguido (Burchard, Der dreizehnte Zeuge 103). 17. Jesús, el que se te ha aparecido: La termino(-)logía de las apariciones pascuales (ophtheis soi; cf. 1 Cor 15,8) apenas se ajusta a lo que previa(-)mente se nos ha contado, pero tendrá una gran prominencia en las adaptaciones discursivas que Lucas hace de este relato (22,14; 26,16). 18-19. El antiguo relato terminaba con la curación y bautismo de Saulo, sin especificación alguna sobre su misión como «testigo» (22,15; 26,16); aun así, éste será el principal papel que repre(-)sentará inmediatamente en Damasco (v. 20). En cuanto a su bautismo, que no se menciona en las cartas, cf. R. Fuller, en Ixs Actes [ed. J. Kremer] 503-08).

(Burchard, C., Der dreizehnte Zeuge [Gotinga 1970] 51-136. Hedrick, C. W., «Pauls Conversion/Call», JBL 100 [1981] 415-32. Léon-Dufour, X., «LApparition du ressuscité á Paul», Resurrexit [ed. E. Dahnis, Roma 1976] 266-94. Lóning, K., Die Saulustradition in der Apostelgeschichte [Münster 1973]. Lohfink, G., The Conversión of St. Paul [Chicago 1976]. Steck, O., «Formgeschichtliche Bemerkungen zur Darstellung des Damaskusgeschehens in der Apostelgeschichte», ZNW 67 [1976] 20-28. Stolle, V., Der Zeuge ais Angeklagter [Stuttgart 1973] 155-212.)
55 (b) Predicación y peligro de Saulo en Damasco (9,19b-25). Esta perícopa y la de los w. 26-31 tienen la misma estructura, pues tan(-)to la predicación de Saulo en Damasco como en Jerusalén se encuentran con el rechazo de los judíos y la amenaza contra su vida, lo que le obliga a salir huyendo precipitadamente de las dos ciudades. Las evocaciones de Gál 1,13-14 en los vv. 20-21, y de 2 Cor 11,32-33 en el v. 25, no proceden del uso de estas cartas, sino de la «leyenda paulina», que ya se estaba de(-)sarrollando tanto en Damasco como en Jeru(-)salén (cf. Gál 1,23-24), y que fue incrementán(-)dose hasta llegar a Hechos (H. Schenke, NTS 21 [1974-75] 511-12). La diferencia principal con el propio relato que Pablo hace sobre su período inicial se encuentra en la omisión de su estancia en Arabia (Gál 1,17), que aproxima temporalmente la conversión y la primera vi(-)sita a Jerusalén (v. 23) mucho más que los «tres años» de los que nos informa Gál 1,18. 20. el Hijo de Dios: La extrañeza de la utiliza(-)ción de este título en Hechos (13,33) conñrma que Lucas depende en este punto de la tradi(-)ción paulina (Gál 1,16), como también en el término «encarnizadamente» (porthésas, v. 21; Gál 1,13.23). 23-25. Las severas consecuencias de la elección de Saulo anunciadas por el Se(-)ñor resucitado (v. 16) comienzan a verificarse rápidamente con su predicación. En 2 Cor 11, 32 fue el representante en Damasco del rey nabateo Aretas, quien provocó la precipitada huida de Saulo. Nuestro relato refleja, proba(-)blemente, el sistemático punto de vista de Lucas, según el cual los judíos fueron los prin(-)cipales enemigos de su misión, desde el princi(-)pio hasta el final (cf. 28,25-28; pero cf. Hengel, Acts 85).

56 (c) Confrontación de Saulo en Jerusa(-)lén (9,26-31). 26. todos le temían: La descon(-)fianza hacia su discipulado difícilmente podría seguir manteniéndose tres años después (Gál 1,18). Lucas puede estar enmascarando su dis(-)conformidad con el teólogo antinomista con el temor, ya anacrónico, ante aquel que, en otro tiempo, había sido tan violento (Hengel, Acts 86). 27. Bernabé: El papel que se le atribuye no tiene por qué ser una invención de Lucas, sino que podría proceder de la anticipación del compañerismo posterior entre ambos que se encontraba en su fuente. 29. helenistas: Se re(-)fiere claramente a los tradicionalistas que per(-)tenecían al grupo de los judíos que habían emi(-)grado a Jerusalén (cf. comentario sobre 6,1). 31. paz: Como sumario conclusivo de los vv. 1-31, esta afirmación atribuye la paz de las Igle(-)sias de Palestina ¡al cambio operado en la ca(-)rrera de Saulo!

57 (C) Misión de Pedro (9,32-11,18).
(a) Milagros en Lida y Jope (Jafa) (9,32-43). Tras la espectacular actividad de Felipe, el he(-)lenista, y la conversión del héroe de la misión hacia el mundo, todo está ya preparado para la fase conclusiva de la historia lucana, la misión a los gentiles. Pero, según el esquema lucano, ésta debe ser inaugurada por Pedro, no por Pa(-)blo, y en esta perspectiva se encuentran los dos milagros que centran nuestra atención sobre apóstol líder como preludio a la memorable conversión de Cornelio. Los milagros, especialmente el segundo, evocan proezas similares de Jesús (Lc 5,24-26; 8,49-56; cf. N. Neirynck, en Les Actes [ed. J. Kremer] 182-88), contribuyen(-)do de este modo al sentido de continuidad en(-)tre el maestro y el apóstol que ayudará a inte(-)grar la conversión de los gentiles en el plan cristocéntrico de la historia. 32. Lida: Forma gr. de Lod, una ciudad que se hallaba en la an(-)tigua carretera de Jope, a unos 40 km al nor(-)oeste de Jerusalén. La comarca había sido ya evangelizada, y la curación de Eneas se con(-)servaría en la tradición local. 34. te cura: Una vez más, el único que cura es el Christus praesens, no Pedro (cf. 3,6.16; 4,10.30). 36-43. El relato de la resurrección tiene sus modelos en el AT (1 Re 17,17-24; 2 Re 4,32-37), y expresa la continuidad que existe sobre esta acción tau(-)matúrgica suprema, que parte de Elías, pasa por Jesús y llega hasta Pablo (29,9-12). 36. Jo(-)pe: Yapó, Jafa, una antigua ciudad portuaria ca. 19 km hacia el noroeste de Lod. La Iglesia de San Pedro, que se levanta espectacularmente sobre un acantilado al sur de las playas de la actual Tel Aviv, conmemora la estancia del apóstol en Jope. Tabita: Dorcás (= gacela), la traducción del nombre ar., junto con los prés(-)tamos de los LXX (3 Re 17,17.19; 4 Re 4,33.35), indican que se trata de un relato judeocristiano transmitido por cristianos helenizados. 40. echó a todos fuera: Compárese Mc 5,40 con Lc 8,51. Tabita, levántate: cf. talitha koumfi] (Mc 5,41). 41. él la presentó viva: cf. 1,3. 43. con un tal Simón, un curtidor: El escenario está ya pre(-)parado para el trascendental acontecimiento que sigue (10,6).

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



Saulo de Tarso en el camino a Damasco

Aunque hasta ahora hemos visto poco sobre él, puede argüirse que Pablo (o Saulo) es el personaje humano más importante en Hech. Desde la mitad del cap. 12 hasta el fin del libro, el narrador pone el centro de atención en Pablo y sus viajes casi exclusivamente. La historia de cómo este hombre llegó a unirse a los cristianos se relata con cierto detalle nada menos que tres veces (caps. 9, 22 y 26). En este capítulo, el narrador es el autor. En los otros, es Pablo mismo el que lo relata en el contexto de discursos, aunque el narrador podría haber dicho fácilmente: Y entonces Pablo les contó sobre su experiencia en el camino de Damasco, antes que volver a repetirla. La historia probablemente fue repetida por la importancia que Lucas atribuye al hecho. Sin embargo, cada reiteración agrega algo más del cuadro completo.

A veces se argumenta que conversión implica el rechazo de todo un sistema de creencias para abrazar otro. Saulo no había sido llamado tanto a dejar el judaísmo como a aceptar a Jesús como cumplimiento de todo lo que había creído. Además, debe decirse que la historia tiene mucho en común con el llamado de un profeta a una misión específica. Usado en un sentido no técnico, no puede haber verdadera objeción al término conversión aplicado a un cambio de mente, corazón y acción tan fundamental y radical como el que experimentó aquel hombre. Pero haremos bien en recordar el sentido positivo de llamamiento en este importante episodio de la vida de Pablo.

1 Saulo (el nombre heb. de Pablo, 13:9) y su actitud hacia los cristianos se ha mencionado previamente en 7:58-8:3. 2 Las cartas para las sinagogas en Damasco probablemente eran cartas de presentación y de lo que podríamos llamar extradición (ver los paralelos en 22:5 y 26:12). Una carta con un propósito similar se ha preservado en los Apócrifos: Si algunos malhechores han huido hasta ustedes desde su país, entréguenlos al sumo sacerdote Simón, de modo que él pueda castigarlos de acuerdo con la ley (1 Macabeos 15:21). Muchas congregaciones judías no hubieran tenido sentimientos tan negativos sobre los cristianos, y estas cartas del sumo sacerdote habrían destacado la oposición judía al cristianismo así como habrían indicado la autoridad de Pablo de llevar preso a cualquiera de estos malhechores (ver 28:21, 22, donde los líderes judíos de Roma sabían que deberían tener aversión a los cristianos pero que no tenían cartas de Judea diciendo por qué). Fue sólo después del episodio de Esteban que los líderes judíos actuaron contra ellos simplemente por ser cristianos. El Camino era un nombre primitivo para la comunidad cristiana.

3-9 Pablo experimentó una intensa luz desde el cielo ... y oyó una voz. Los autores del NT no tienen objeciones para registrar sueños o visiones que sólo habían sido captados por un individuo, pero Lucas procuró que sus lectores comprendieran que se había tratado de un hecho verificable. De algún modo estaba dirigido exclusivamente a Pablo, pero sus acompañantes oían la voz aun cuando no veían a nadie. La reiteración de la historia en 26:12-14 implica que también pudieron ver la luz. Sin embargo, sólo Pablo quedó enceguecido y su condición fue más que un ofuscamiento temporal por causa de algún resplandor común, dado que quedó ciego por tres días, y en el v. 18 se nos dice que en su curación algo como escamas cayó de sus ojos (ver también 22:11-13).

10-16 Sólo en el relato de la historia de la conversión en este capítulo se menciona la comprensible duda inicial de Ananías, aunque él también es mencionado en 22:12-16. Desde el mismo momento de la comisión de Pablo, su tarea ante los gentiles se hace clara para él y para Ananías de distintas maneras (ver también 22:21 y 26:17), así como que le sería necesario padecer por el nombre de Cristo.

17-19 El hecho de que Ananías pusiera sus manos sobre Pablo fue un gesto que expresaba reconocimiento y confirmación de la aceptación de Dios y de una unidad cristiana como lo fue el saludo: Saulo, hermano. En su caso, la imposición de manos y la aceptación de Dios estaban ligados con su curación, su recepción del Espíritu Santo y su bautismo y aun con la interrupción de su ayuno. Todo esto ocurrió a la vez. Quizá sea significativo que tuvieron lugar independientemente de los apóstoles de Jerusalén (ver sobre 9:26, 27).

20-25 Es interesante que, a pesar del orden del v. 15 (los gentiles, los reyes y los hijos de Israel), Pablo fue antes de todo a predicar en las sinagogas. Ese fue el patrón a lo largo de su carrera misionera: a los judíos primero y luego a los gentiles (ver 13:46). Aunque la predicación de Pablo se fortalecía aún más ... , confundía a los judíos más que convencerlos. Pasados muchos días, los judíos consultaron entre sí para matarle. Su huida en una canasta parece que él la recordaba más como algo indecoroso y cobarde que como cualquier aventura emocionante y llamativa (2 Cor. 11:30-33).

26-30 Aunque para la época en que Pablo fue a Jerusalén había sido cristiano por un tiempo, los apóstoles, al igual que Ananías antes que ellos, sintieron que aquello era difícil de creer. Sólo cuando Bernabé (el Hijo de Consolación, o aliento), a quien habíamos encontrado antes en 4:36, se responsabilizó por él, los discípulos estuvieron dispuestos a aceptar al ex perseguidor de la iglesia. Pablo entonces entraba y salía libremente por unos 15 días (ver Gál. 1:18, 19). Aunque permaneció con Pedro, no se encontró con los demás discípulos, pero pasó mucho tiempo con los helenistas (ver en 6:2) con quienes también habrá trabajado Bernabé que era de Chipre, y quizá en la misma sinagoga de los Libertos mencionada en relación con Esteban (6:9). Como ocurrió en Damasco, los opositores de Pablo pronto procuraban matarle y por su propia protección los hermanos lo mandaron lejos a su propio país, de donde Bernabé lo traería de vuelta según 11:25.

31 Con esta pausa en la persecución, Lucas también pone fin a esta historia con un resumen general. Por supuesto, como resultado de todo lo que ha descrito hasta entonces, la compañía de los creyentes había crecido desde un pequeño grupo en un aposento alto hasta ser la iglesia ... por toda Judea, Galilea y Samaria.

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter IX.

1 Saul going towards Damascus, 4 is striken downe to the earth, 10 is called to the Apostleship, 18 and is baptized by Ananias, 20 He preacheth Christ boldly. 23 The Iewes lay wait to kil him: 29 So doe the Grecians, but hee escapeth both. 31 The Church hauing rest, Peter healeth Æneas of the palsie, 36 and restoreth Tabitha to life.
1 And Saul yet breathing out threatnings & slaughter against the disciples of the Lord, went vnto the high Priest,
2 And desired of him letters to Damascus, to the Synagogues, that if hee found any of this way, whether they were men or women, hee might bring them bound vnto Hierusalem.
3 And as he iourneyed he came neere Damascus, and suddenly there shined round about him a light from heauen.
4 And he fel to the earth, and heard a voice saying vnto him, Saul, Saul, why persecutest thou me?
5 And he said, Who art thou Lord? And the Lord said, I am Iesus whom thou persecutest: It is hard for thee to kicke against the prickes.
6 And he trembling and astonished, said, Lord, what wilt thou haue mee to doe? And the Lord said vnto him, Arise, and goe into the citie, and it shall

[The conuersion of Saul.]

be told thee what thou must doe.
7 And the men which iourneyed with him, stood speechlesse, hearing a voice, but seeing no man.
8 And Saul arose from the earth, and when his eyes were opened, he saw no man: but they led him by the hand, and brought him into Damascus.
9 And he was three dayes without sight, and neither did eate, nor drinke.
10 And there was a certaine disciple at Damascus, named Ananias, and to him said the Lord in a vision, Ananias. And he said, Behold, I am here, Lord.
11 And the Lord said vnto him, Arise, and goe into the street, which is called Straight, and inquire in the house of Iudas, for one called Saul of Tarsus: for behold, he prayeth,
12 And hath seene in a vision a man named Ananias, comming in, and putting his hand on him, that he might receiue his sight.
13 Then Ananias answered, Lord, I haue heard by many of this man, how much euill hee hath done to thy Saints at Hierusalem:
14 And here he hath authoritic from the chiefe Priests, to binde all that call on thy Name.
15 But the Lord said vnto him, Goe thy way: for hee is a chosen vessell vnto me, to beare my Name before the Gentiles, and Kings, and the children of Israel.
16 For I will shew him how great things hee must suffer for my Names sake.
17 And Ananias went his way, and entred into the house, and putting his hands on him, said, Brother Saul, the Lord (euen Iesus that appeared vnto thee in the way as thou camest) hath sent me, that thou mightest receiue thy sight, and be filled with the holy Ghost.
18 And immediatly there fell from his eyes as it had bene scales, and he receiued sight forthwith, and arose, and was baptized.
19 And when hee had receiued meat, he was strengthened. Then was Saul certaine dayes with the disciples which were at Damascus.
20 And straightway hee preached Christ in the Synagogues, that hee is the Sonne of God.
21 But all that heard him, were amazed, and said, Is not this he that destroyed

[Aeneas healed.]

them which called on this Name in Hierusalem, and came hither for that intent that he might bring them bound vnto the chiefe Priests?
22 But Saul increased the more in strength, and confounded the Iewes which dwelt at Damascus, proouing that this is very Christ.
23 And after that many dayes were fulfilled, the Iewes tooke counsel to kill him.
24 [ 2Co_11:32 .] But their laying awaite was knowen of Saul: and they watched the gates day and night to kill him.
25 Then the disciples tooke him by night, and let him downe by the wall in a basket.
26 And when Saul was come to Hierusalem, he assayed to ioyne himselfe to the disciples, but they were all afraid of him, and beleeued not that he was a disciple.
27 But Barnabas tooke him, and brought him to the Apostles, and declared vnto them how hee had seene the Lord in the way, and that hee had spoken to him, and how hee had preached boldly at Damascus in the Name of Iesus.
28 And he was with them comming in, and going out at Hierusalem.
29 And he spake boldly in the Name of the Lord Iesus, and disputed against the Grecians: but they went about to slay him.
30 Which when the brethren knewe, they brought him downe to Cesarea, and sent him foorth to Tarsus.
31 Then had the Churches rest thorowout all Iudea, and Galilee, and Samaria, and were edified, and walking in the feare of the Lord, and in the comfort of the holy Ghost, were multiplied.
32 And it came to passe, as Peter passed thorowout all quarters, he came downe also to the Saints, which dwelt at Lydda.
33 And there he found a certaine man named Aeneas, which had kept his bed eight yeeres, and was sicke of the palsie.
34 And Peter said vnto him, Aeneas, Iesus Christ maketh thee whole: arise, and make thy bed. And he arose immediately.
35 And all that dwelt at Lydda, and Saron, saw him, and turned to the Lord.
36 Now there was at Ioppa a

[Tabitha raised.]

certain disciple, named Tabitha, which by interpretation is called Dorcas: This woman was full of good works, and almes deeds, which she did.
37 And it came to passe in those dayes that she was sicke, and died: whome when they had washed, they laid her in an vpper chamber.
38 And forasmuch as Lydda was nigh to Ioppa, and the disciples had heard that Peter was there, they sent vnto him two men, desiring him that he would not [ Or, be grieued.] delay to come to them.
39 Then Peter arose and went with them: when he was come, they brought him into the vpper chamber: And all the widowes stood by him weeping, and shewing the coats and garments which Dorcas made, while shee was with them.
40 But Peter put them all forth, and kneeled downe, and prayed, and turning him to the body, said, Tabitha, arise. And she opened her eyes, and when she saw Peter, she sate vp.
41 And he gaue her his hand, and lift her vp: and when hee had called the Saints & widowes, presented her aliue.
42 And it was knowen thorowout all Ioppa, and many beleeued in the Lord.
43 And it came to passe, that he taried many dayes in Ioppa, with one Simon a Tanner.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Conversión de Pablo. La frase «camino de Damasco» ha sido aceptada ya en todas nuestras lenguas modernas para designar un cambio espectacular ocurrido en la vida de cualquier persona. La conversión de Pablo es de las más significativas de toda la historia de la Iglesia, tanto por la transformación radical de este hombre como por las consecuencias que desencadenó. Lucas menciona tres veces la conversión de Pablo en el presente libro (9,1-22; 22,3-16; 26,9-18). El mismo Pablo nunca describe el acontecimiento, simplemente lo afirma (cfr. 1Co_9:1; 1Co_15:8; Gál_1:1.11s). Con toda seguridad, su conversión era contada y recontada en todas las comunidades cristianas del tiempo de Lucas, quien describe el acontecimiento muchos años después de la muerte de Pablo en Roma. Como siempre, el narrador recoge recuerdos, datos y detalles, y después compone y embellece su historia procurando el máximo efecto para transmitir su enseñanza. El primer escenario de su narración ocurre en el «camino». El perseguidor se encuentra cara a cara con Jesús. Para describir esta escena, Lucas utiliza las imágenes bíblicas, tan frecuentes en el Antiguo Testamento, de las intervenciones espectaculares de Dios: se abre el cielo, brilla una gran luz, se oye una voz potente, los presentes caen derribados por tierra (cfr. Dan_10:5-19). Sigue un diálogo fascinante: «¿Quién eres, Señor?». La voz se identifica: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (5). Confusión y aturdimiento de Saulo de Tarso, quien ciego, vencido y derrotado, es conducido de la mano a Damasco.
Cambio de escena: mientras tanto, en la ciudad, Jesús pone en movimiento a la comunidad cristiana que esperaba atemorizada la llegada del perseguidor. Los acontecimientos se suceden aumentando su intensidad dramática: encuentro de Saulo con la comunidad en la persona de Ananías, quien le comunica la misión a la que está destinado. Saulo acepta la misión, recobra la vista, es bautizado y recupera las fuerzas. De nuevo, un cambio de escena: Saulo es presentado ahora en las sinagogas de Damasco afirmando que Jesús es el Mesías. Sigue un complot para matarlo. Pablo -ya no es más Saulo, sino Pablo- se entera y huye de Damasco, de noche, descolgado muro abajo.
He aquí la narración de Lucas. ¿Se pueden decir tantas cosas, tan bellamente y con tanta economía de palabras? En el centro de la narración sucede el encuentro de Pablo con Jesús vivo y resucitado que lo interpela, lo llama y espera una respuesta. Pablo la da en el seno de la comunidad de hermanos y hermanas. A la respuesta sigue la transformación. Pablo se sentirá ya hasta su muerte fascinado por Jesús, por Él vivirá y sufrirá siendo su testigo en medio de hombres y mujeres de razas, religiones y culturas diferentes. Esta vida y pasión de Pablo, siguiendo las huellas de su Señor, ocupará de aquí en adelante la mayor parte del libro de los Hechos.

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



1. La conversión de Pablo tuvo lugar hacia el año 36 y es uno de los hechos más importantes en la historia de la Iglesia primitiva. Por eso se lo narra en dos ocasiones más (22. 4-21; 26. 9-18). Las tres narraciones concuerdan en el fondo, aunque presentan algunas diferencias de detalle. Ver Gal_1:13-17; 1Co_9:1; 1Co_15:8.

2. En hebreo, la palabra "camino" se emplea para designar el estilo de vida o la norma de conducta. ( Sal_1:1; Sal_119:1; Mat_22:16). Aquí significa el modo de obrar propio de los cristianos, que para servir a Dios, siguen el "Camino" trazado por Jesús. Ver 18. 25-26; 19. 9, 23; 22. 4; 24. 14, 22.

13. "Santos": así se designa frecuentemente a los cristianos, los cuales, por su unión con Cristo, forman el Pueblo elegido por Dios y consagrado a él. Ver 1Pe_2:9-10.

15. Ver Jer_1:10.

23. "Al cabo de un tiempo": en Gal_1:17-18, Pablo dice que permaneció en Arabia durante tres años.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Reina-Valera 1995 Notes:



[1] 9.1 Saulo: llamado Pablo a partir de Hch 13.9 (véase Hch 7.58 nota l ).

[2] 9.2 Cartas: del Concilio o Sanedrín en Jerusalén.

[3] 9.2 De este Camino: nombre dado al movimiento cristiano, con el significado de manera de proceder y de vivir ; cf. el uso frecuente de camino en Sal y Pr; cf. también Hch 19.9,23; 22.4; 24.14,22 y Jn 14.6.

[4] 9.4 Cf. Mt 10.40; 25.40,45.

[5] 9.5 Respecto a la imagen del aguijón, véase Hch 26.14 nota h.

[6] 9.5-6 En diversos ms. no aparece el siguiente texto: desde dura cosa (v. 5b) hasta El Señor le dijo: (v. 6).

[7] 9.11 La calle que se llama Derecha era, y todavía es, una calle importante de Damasco.

[8] 9.11 Tarso: Véase Hch 11.25 nota l.

[9] 9.15 De los gentiles: Hch 22.21; Ro 1.5; Gl 1.16. A Pablo se le conoce como el "apóstol de los gentiles", o sea de los no judíos. Cf. Ro 11.13.

[10] 9.16 2 Co 11.23-28.

[11] 9.17 Poniendo sobre él las manos: Véase Hch 6.6 n.

[12] 9.22 Saulo les demostraba esto por medio de las Escrituras (cf. Hch 17.2-3; nótese también 18.28).

[13] 9.23-25 2 Co 11.32-33.

[14] 9.26-30 Según Gl 1.17-19, Pablo no fue a Jerusalén sino después de tres años; al parecer, se dirigió primero a Arabia (o Nabatea; véase 2 Co 11.32-33 n.) y volvió después a Damasco, pero no es posible precisar el orden de los sucesos.

[15] 9.29 Los griegos: lit. los helenistas ; véase Hch 6.1 nota c.

[16] 9.30 Hermanos: Véase Hch 1.16 nota o.

[17] 9.31 Las iglesias tenían: otros ms. dicen: la iglesia tenía.

[18] 9.36 El nombre arameo Tabita, que en griego se traduce por Dorcas, significa gacela.

[19] 9.40 Cf. Mc 5.40-41.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

Desde el mismo momento de su vocación, en la primera aparición a Saulo, Cristo le hizo patente la identificación entre Él y los cristianos. Es una realidad que formulará más tarde el Apóstol, al hablar en sus epístolas del Cuerpo Místico de Cristo (cfr Col 1,18; Ef 1,22s.). Ésta es la idea que resaltan algunos Padres en sus comentarios: Jesús «no dice: ¿por qué persigues a mis miembros?, sino ¿por qué me persigues?, porque Él mismo todavía padece afrentas en su Cuerpo, que es la Iglesia» (S. Beda, Sup. Act. exp. in loc.).


Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)



Tres relaciones de la conversión de Saulo nos ha conservado el libro de los Hechos: la primera, escrita por Lucas; las otras dos (Hch_22:3-16; Hch_26:9-18), puestas en boca del mismo Pablo.

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*8:1b-11:30 El relato narra ahora el testimonio dado fuera de Jerusalén, y continúa ofreciendo las premisas para el testimonio a los gentiles, que ocupará la segunda parte de Hechos: conversión de Saulo, solución al problema teológico del contacto con los gentiles, y la Iglesia de Antioquía.

Torres Amat (1825)



[7] Hech 22, 10.

[23] Pablo estuvo en Arabia tres años, volvió a Damasco y continuó predicando la fe de Jesucristo. Gal 1, 17.

[27] Gal 1, 17-18.

iNT-CEVALLOS+ Interlineal Académico Del Nuevo Testamento Por Cevallos, Juan Carlos

[I ἦν I] estuvo

[I μὴ βλέπων I] sin ver.

Biblia Textual IV (Sociedad Bíblica Iberoamericana, 1999)

estuvo... Lit. estaba;
sin ver... Lit. no viendo.