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3.EL BUEN ORDEN EN LAS ASAMBLEAS
El hombre y la mujer ante el Señor.
Os alabo porque en todas las cosas os acordáis de mí y conserváis las tradiciones tal como os las he transmitido. (I Corintios 11, 2) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 11

III. COMPORTAMIENTO EN LAS ASAMBLEAS LITÚRGICAS (11,2-34).

Después de haber analizado el problema de la carne inmolada a los ídolos, con el fin de poner en claro una parte importante del comportamiento de los cristianos dentro de su medio ambiente pagano, la carta se orienta ahora de nuevo a los problemas internos de la comunidad. Son tres propiamente: 1º. El velo de las mujeres en las asambleas de la comunidad; 2º. La forma exacta y justa de celebrar la eucaristía; 3º. El orden justo de los dones o carismas del Espíritu (capítulos 12-14). Sin embargo, dado el alcance de la tercera de estas tres subsecciones, nosotros le dedicaremos una sección propia. Las tres se ocupan del orden justo, pero con ellas se pasa a tratar de cosas mucho más esenciales. No en las tres se refiere el Apóstol a preguntas expresas de la comunidad. Pero por el mismo conducto, o por otro parecido, supo Pablo que sobre estos puntos se había producido una diversidad de pareceres. Puede resultarnos extraño que, precisamente en estos contextos, el Apóstol se apoye en la tradición y obligue expresamente a la comunidad a seguirla (11,16-23; 14,37). De hecho, se empieza aquí invocando el tema de la tradición, acaso porque la comunidad, en su carta, había hecho una promesa general en estos mismos términos, de modo que Pablo ahora les toma en cierto modo por la palabra. No que con ello quisiera dar ya por totalmente resuelta la cuestión; ofrece copiosos planteamientos sobre los que reflexionar y discurrir; pero en ningún momento quisiera que olvidaran que en la Iglesia ni todo depende de las preferencias personales, ni todo puede estar sometido a discusiones interminables.

1. EL VELO DE LAS MUJERES (1Co/11/02-16).

a) Argumentos humanos y teológicos (11,2-6).

2 Os alabo, porque en todo os acordáis de mí y porque retenéis las tradiciones tal como os las he transmitido. 3 Pero quisiera que comprendierais esto: la cabeza de todo varón es Cristo, y la cabeza de Cristo es Dios. 4 Todo varón que ora o habla en nombre de Dios con la cabeza cubierta, deshonra su cabeza. 5 Toda mujer que ora o habla en nombre de Dios con la cabeza descubierta, deshonra su cabeza: viene a ser como si estuviera rapada; 6 realmente, si una mujer no se cubre, que se corte el cabello; pero si a una mujer le da vergüenza cortarse el cabello o raparse, entonces que se cubra.

Antes de pasar a responder a las preguntas concretas, Pablo quiere establecer un orden teológico básico. Manifiesta así, de nuevo, su madera de teólogo, que gusta siempre de partir de los principios supremos, aun en los casos en que se analizan cosas terrenas, como en la consulta concreta de si las mujeres deben llevar velo o no en las asambleas de la comunidad. «Orar» y «hablar en nombre de Dios» aluden a prácticas de las asambleas comunitarias. No había, pues, duda alguna sobre la posibilidad y la licitud de que en tales reuniones las mujeres hicieran uso de la palabra, lo mismo que los hombres. Pero evidentemente, esto no bastaba a ciertas mujeres. Querían, además, hablar con la cabeza descubierta, como los varones. De suyo, el hecho de poder hablar en la asamblea pública significaba ya un importante progreso respecto de las costumbres griegas y, sobre todo, judías. Era una consecuencia de aquella esencial igualdad de sexos, fundamentada en Cristo y varias veces afirmada por Pablo (Gal_3:28). Pero dado que en una ciudad como Corinto el principio «todo está permitido» corría el riesgo de ser mal interpretado, en el sentido de laxismo y aun de libertinaje, Pablo tuvo que frenar enérgicamente. La libertad cristiana no podía confundirse con el desenfreno moral. De haber sido así, el cristianismo se hubiera colocado bajo una falsa luz en el mundo de entonces. Pablo no quería en modo alguno desencadenar un movimiento peligroso. De aquí que trate de una manera relativamente exhaustiva una cuestión de suyo no tan importante. Para él no se trataba de una mera cuestión de modas, aunque no puede negarse que la sensibilidad respecto del problema aquí discutido ha sufrido grandes variaciones, según los pueblos y las épocas. En el judaísmo actual el hombre que entra en la sinagoga debe cubrir su cabeza con un velo. No era éste el caso en tiempos del Apóstol. Pablo tampoco pide a las mujeres que se cubran totalmente con el velo, al modo como se practicaba y se practica aún hoy día en los pueblos islámicos orientales. Lo que busca es que el judío sea realmente judío, y el griego, griego. Y lo que quiere impedir a toda costa es que se falsifique el Evangelio.

Pero ¿por qué deshonra el hombre su cabeza cuando habla con Dios o desde Dios con la cabeza cubierta? Se podría responder: simplemente porque así lo había establecido la costumbre y, en consecuencia, era lo que se hacía, del mismo modo que en nuestra sensibilidad actual la costumbre pide que el hombre se descubra al entrar en el templo. Incluso en algunos países en los que se permite a las mujeres aparecer en público con la cabeza descubierta, se había determinado que en la casa de Dios cubrieran con un velo sus cabellos. El ir en contra de esta norma de las costumbres se considera como una deshonra, que podríamos explicar como falta de respeto al lugar sagrado y, por tanto, también a la divinidad que se venera en él. Precisamente a la divinidad alude Pablo cuando dice: el hombre deshonra su cabeza.

La linea del pensamiento se inicia con una especie de «teología de la cabeza». «La cabeza del hombre es Cristo.» Advertimos aquí inmediatamente que, en la palabra «cabeza», se implican y entran en juego unas ideas y conceptos a los que ya no estamos habituados. Tenemos un concepto literalmente parecido y corriente entre nosotros, pero no podemos equipararlos: capitán, derivado de caput, cabeza. Ser cabeza significa indudablemente que se está «sobre» otra cosa, pero dentro de un cierto orden de común pertenencia. Pablo explicita con decisiva precisión, en el último eslabón de la cadena, el orden a que se refiere: la cabeza de Cristo es Dios. Aunque Cristo está colocado tan alto que «tiene un nombre sobre todo nombre y en su nombre se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y bajo la tierra», se da, con todo, un orden claro. Cristo ha recibido este nombre de Dios. Dios se lo ha dado. Y esto tiene plena vigencia aun admitiendo que con el nombre se designa una igualdad con Dios. Si bien lo dicho se aplica en primer término a Cristo como hombre, es válido también, desde otra perspectiva, respecto de la segunda Persona de la Trinidad. El Hijo tiene la misma esencia que el Padre, pero la tiene como recibida del Padre. Dios de Dios, luz de luz. El Padre sigue siendo el origen, también en la Trinidad, y sigue siendo asimismo el «Dios», simpliciter, en la revelación del Nuevo Testamento. Esto es importante para los restantes eslabones de la cadena comparativa. Ser cabeza incluye tanto la idea de superioridad como la de conjunto. Incluye, además, la idea de un contexto y conexión de vida y esencia que hace posible la vida, precisamente porque contiene un orden claro. El orden implica superioridad y subordinación. Pablo habla aquí dentro de la revelación y en el ámbito de la gracia. Si fuera del cristianismo puede darse una subordinación de la mujer al hombre que llegue a repercutir hasta en la moral cristiana, esta subordinación debe medirse, en todo caso, de acuerdo con el orden de la gracia de la revelación. Sólo desde aquí puede probarse que es una subordinación admisible que, aceptada en el orden de la gracia, es por sí misma manantial de gracia. Para alcanzar el orden de la gracia es preciso abrirse al espíritu de Jesús, que no ha venido a ser servido, sino a servir (lo que fue dicho, en primer término, a los discípulos, es decir, a unos varones).

Una vez que Pablo ha considerado las cosas desde arriba, se permite ahora prolongar el pensamiento en cierto modo hacia abajo, hasta abarcar el otro extremo. Quien no acierte a ver que la conducta de la mujer debe ser distinta de la del varón, debe llegar hasta las últimas consecuencias: que se corte los cabellos como los hombres, o que se rape incluso. No basta, como explicación de esta frase, aludir a la costumbre de los romanos; debe recordarse más bien la norma de ciertos países y culturas de rapar la cabeza como castigo infamante impuesto a las mujeres adúlteras. Pablo espera que, con esta observación sarcástica, se pondría freno a los ímpetus de libertad que tergiversaban este concepto.

b) Argumentos bíblicos (Gal_11:7-12).

7 El varón no debe cubrirse la cabeza, porque es imagen y gloria de Dios; la mujer, en cambio, es gloria del varón; 8 pues no es el varón el que viene de la mujer, sino la mujer del varón, 9 y no fue creado el varón por razón de la mujer, sino la mujer por razón del varón. 10 Por eso la mujer debe llevar sobre su cabeza la señal de sujeción, por razón de los ángeles. 11 Pero, a pesar de todo, ni mujer sin varón, ni varón sin mujer en el Señor; 12 pues si la mujer viene del varón, también es verdad que el varón viene mediante la mujer, y todas las cosas vienen de Dios.

Pablo reanuda el hilo de su pensamiento sobre el varón e intenta dar razones de por qué el hombre no debe cubrirse la cabeza. En él debe hacerse visible la imagen de Dios. También la mujer participa de esta dignidad, pero desde su referencia al hombre. Ella es la gloria del varón, cuando es lo que debe ser. A través de este orden de elementos se transparenta el relato de la creación, concretamente el llamado «segundo relato». En él se narra cómo la mujer fue creada para el hombre, idea en la que insisten más claramente aún los dos versículos siguientes. Esta afirmación irrita a muchos de los defensores de la igualdad de derechos de la mujer, y les parece insoportable. Pero mucho depende del modo de leer el texto. No se dice, desde luego, que el varón haya sido creado en razón de sí mismo. Si se planteara esta pregunta, la respuesta sería: el hombre ha sido creado para el mundo, para el mundo de las cosas y para su administración. La mujer ha sido creada para el varón, es decir, para los valores personales. De este modo, ambos sexos se complementan mutuamente. A este propósito es preciso añadir que indudablemente la mujer puede asumir también las tareas que antes se reservaban a los hombres: su presencia aumenta de continuo en las fábricas, laboratorios, universidades y parlamentos, mientras que nadie podría afirmar seriamente que el varón invada el campo de la mujer. En todo caso, la mujer debe disponer de tiempo y de energías para ser y para dar lo que ella, y sólo ella, puede ser y dar al varón, a la familia, a la cultura y al mundo.

Para comprender bien el versículo 10 se nos plantean dos problemas: ¿qué se entiende por la señal de sujeción que la mujer debe llevar en la cabeza? ¿Una señal de sujeción al hombre o acaso también una señal del dominio del hombre, tal como se entendía y practicaba, por ejemplo, en el derecho consuetudinario germánico, con el «caer bajo la cofia», es decir, una señal de ser mujer casada? Este orden de los sexos, que quería una clara distinción y discernimiento, sobre todo entre mujeres casadas y no casadas, no se justifica en el caso de una comunidad cristiana solamente desde una dimensión humana, sino también «por razón de los ángeles». Los ángeles forman parte del servicio litúrgico de la Iglesia -recordemos el canto del Sanctus- y son también, por tanto, guardianes de los órdenes queridos por Dios: «En presencia de los ángeles cantaré alabanzas» (Psa_137:2). Los dos versículos siguientes ofrecen un importante correctivo, expresado en el terreno formal mediante el claro y limitador «a pesar de todo», y en el terreno objetivo mediante el «en el Señor» puesto al final. Sea cual fuera el orden establecido en los diferentes países, en Cristo y en la Iglesia ambos sexos tienen no sólo los mismos derechos, por así decirlo, sino que están destinados a ser, el uno para el otro, algo mucho más importante. Ambos se deben mutuamente algo infinitamente superior. De suyo, y de acuerdo con el sentido literal del texto, lo que aquí se dice podría entenderse dentro de la esfera natural. Pero Pablo quiere expresamente que se le entienda en la esfera más elevada de la gracia. Si, pues, lleva adelante la anterior idea del relato de la creación, según el cual la mujer viene del hombre, también se podría referir a la encarnación del Hijo de Dios en María (cf. Gal_4:4) el hecho inverso de que también el hombre viene por la mujer. Debe observarse, a este propósito, que Pablo no dice «de la mujer», porque reserva el «de» preferentemente para referirse al poder creador absoluto de Dios, origen de todas las cosas. En todo caso, lo cierto es que Pablo no desea en modo alguno discutir a las mujeres su igualdad con el hombre «en el Señor». Lo que le interesa es preservarlas de la tentación de conquistar la dignidad del hombre a costa de perder la suya propia, como observa el Crisóstomo en este punto.

c) Apelación a los sentimientos naturales (Gal_11:13-15).

13 Juzgad por vosotros mismos: ¿Está bien que una mujer ore a Dios descubierta? 14 ¿No es la naturaleza misma la que nos enseña que para el varón es deshonra el cabello largo, 15 mientras que para la mujer es motivo de gloria? Realmente, la cabellera se le ha dado a modo de velo.

Pablo apela también al sentimiento innato del buen gusto. «El buen gusto obliga, pero no es el mismo en todos los tiempos y en todos los lugares» (O. Karrer). ¿No es cosa digna de notarse que el arte griego muestre generalmente los cuerpos masculinos preferentemente desnudos y los femeninos casi nunca? Este detalle nos muestra qué era lo que la antigua Hélade tenía por decencia y buen gusto. Pablo pudo haber pensado también que la mujer que penetra en la asamblea de la comunidad atrae de todos modos la atención sobre sí y que precisamente en esta circunstancia hubiera sido inconveniente que su presencia corporal aumentara aún más la atención. El Apóstol quiere hacer notar y despertar el sentimiento natural, que constituye una buena medida del buen gusto y es una defensa de las cosas más esenciales. Y así, no vacila en confirmar su apelación aduciendo un concepto de la filosofía popular estoica, muy frecuente también entre nosotros, aunque poco usado en la época neotestamentaria: la naturaleza como maestra. Ya los padres de la Iglesia, como maestros y custodios de la moralidad, y más tarde también los filósofos y teólogos, hasta nuestros mismos días, han hecho un amplio uso de esta idea. También en este punto se ha podido comprobar que lo enseñado por la naturaleza no siempre se considera de una manera tan inmutable como a veces se pretende al invocar las leyes naturales. Pero no por eso ha perdido su valor esta fuente de conocimiento, sólo que hay que reconocer que también la naturaleza de los hombres, o su intelección de lo que forma parte de la naturaleza, está inmersa en la historicidad humana.

d) El respeto a la tradición eclesial (11,16).

16 No obstante, si a alguno le parece que debe seguir discutiendo, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las Iglesias de Dios.

Pablo ha debido pensar que, a pesar de sus argumentos, no ha vencido todas las resistencias. Ahora bien, una discusión interminable sobre estos temas no conduce a nada. Siempre se pueden buscar razones contra todo. Ha de tomarse una decisión en un sentido o en otro, aunque no todos la comprendan. En este caso Pablo cree que la solución viene ya dada por la costumbre general de las Iglesias de aquel tiempo. (La expresión «las Iglesias de Dios», en plural, es muy desacostumbrada. Es seguro que Pablo quiso aludir primeramente a la multitud de Iglesias = comunidades, y añadió luego la adición «de Dios» para dar fuerza a la frase.) Debía quedar bien claro para todos que en estas cosas no podía hacer cada cual lo que lo parecía. Así como en una familia no puede llevar cada uno su propio e independiente estilo de vida, así tampoco en la Iglesia de Dios. El pensamiento de Pablo, o, mejor dicho, su concepto de la Iglesia, tiene aquí un alcance plenamente universal. Por eso esta sección concluye tal como se había comenzado, con una alusión a las tradiciones, que no abarcan sólo enseñanzas dogmáticas, sino también aspectos disciplinares.

No sería bueno que, a propósito de esta catolicidad, conservada a lo largo de los tiempos, se abandonara el lector a una oposición interna, provocada acaso en su espíritu por nuestro texto. Nuestra exposición ha intentado superar algunas de las dificultades, pero es preciso exponer, para concluir, algunas reflexiones más.

Rectamente entendido, puede admitirse todavía hoy lo que Pablo defiende. Dice que, a pesar de la igualdad esencial de la naturaleza humana, siguen dándose diferencias fundamentales entre el hombre y la mujer. Son diferencias naturales, es decir, fundadas en la misma naturaleza, manifestadas por la misma apariencia y presencia exterior. En cuanto tales han sido queridas por el mismo Creador y el hombre debe aceptarlas en su dimensión ética. Las razones últimas de este orden se hunden en el misterio trinitario.

¿No hubiera sido mejor que la Iglesia se hubiera desentendido completamente de estos problemas referentes a las modas femeninas? ¿No hemos tenido que vivir y sufrir muchas veces la experiencia de ver cómo la Iglesia, navegando contra corriente, ha declarado inmoral alguna innovación y, después de haber puesto en la cuestión y desgastado en ella buena parte de su autoridad, admitir hoy como la cosa más natural lo ayer acremente combatido? ¿No debería la Iglesia haber aprendido esta lección de una vez para siempre? En una época tan dinámica y cambiante es verdaderamente una misión ingrata la que tiene la Iglesia, al verse precisada a defender posiciones que, un día u otro, deberán ser abandonadas. Misión ingrata, pero no falsa. ¿No deben los padres precaver a sus hijos contra el uso del alcohol, la nicotina y las tempranas relaciones sexuales, aunque los muchachos, a medida que crecen, se acercan al uso, al derecho, y a la libertad respecto de todas estas cosas? ¿Pueden los padres dejar correr las cosas desde el principio, so pretexto de que, al final de cuentas, sus hijos llegarán a usarlas tarde o temprano? Con esto no se justifica, por supuesto, todo cuanto la Iglesia ha hecho en el pasado, ni tampoco todo cuanto ahora se hace o se exige. Pablo se creería autorizado a afirmar -también en nuestros días- que no todo lo que hoy se hace es ya por eso bueno. Concedería, indudablemente, que, bajo unas circunstancias (climáticas, sociales o de cualquier otro tipo) diferentes, la cuestión debería afrontarse asimismo bajo una diferente perspectiva. Pero teniendo siempre en cuenta los mismos puntos de partida: la comunidad como un todo, tanto la eclesial como la social, y el respeto a los débiles, a los que se debe proteger contra los escándalos. También la argumentación bíblica debería ser considerada bajo una nueva perspectiva. No debería apoyarse casi tan exclusivamente en el segundo capítulo del Génesis, que narra la creación especial de la mujer a partir de Adán, sino más bien en el primero, que narra como simultánea la creación del hombre y de la mujer. En una época en la que -indudablemente bajo el influjo del cristianismo- se acentúa con más fuerza en todas partes el compañerismo en las relaciones humanas, es lícito buscar y hacer valer con más ahínco aquellos textos de la revelación que exponen los rasgos correspondientes. En este mismo sentido podía hacerse más eficaz el desarrollo de la doctrina trinitaria. Tanto el arrianismo como el islam reflejan claramente las correspondencias políticas y sociales, el primero exponiendo una idea trinitaria que desemboca en el subordinacionismo, el segundo dando una visión de Dios extremadamente monárquica; ambos de acuerdo con un sencillo principio: como en el cielo, así en la tierra; y en ambos a favor del rey, o del hombre a quien pertenece en exclusiva el poder. Pero también la camaradería debería reconocer sus límites, pues el hombre y la mujer son distintos desde la naturaleza y desde Dios. Los hombres deben ampliar sus posibilidades y determinar, en cada nuevo momento de la historia, sus diferencias. Pero estas diferencias no serán anuladas por ningún género de historicidad. También la historicidad más cambiante hallará sus sanos límites allí donde Dios los ha trazado a través de la naturaleza.



2. MODO ADECUADO DE CELEBRAR LA CENA DEL SEÑOR (11, 17-34).

a) Abusos introducidos (1Co/11/17-22).

17 Al haceros estas recomendaciones, no puedo alabaros; porque os reunís, no para provecho, sino para daño vuestro. 18 Efectivamente, oigo decir en primer lugar que, al congregaros en asamblea, se forman entre vosotros grupos aparte, y en parte lo creo. 19 Realmente, conviene que haya entre vosotros escisiones, para que se descubran entre vosotros los de probada virtud. 20 Así pues, cuando os congregáis en común, eso no es comer la cena del Señor; 21 pues cada cual se adelanta a comer su propia cena, y hay quien pasa hambre y hay quien se embriaga. 22 ¿Es que no tenéis casas para comer y beber? ¿O tenéis en tan poco las asambleas de Dios, que avergonzáis a los que no tienen? ¿Qué queréis que os diga? ¿Que os alabe? En esto no puedo alabaros.

El párrafo precedente se refería al problema del modo de vestir de las mujeres en la asamblea litúrgica, en el presente vuelve a reaparecer varias veces el concepto de asamblea. Se trata de la más antigua denominación cristiana de lo que nosotros llamamos celebración litúrgica. En esta diferencia de denominación aparece con entera claridad un notable cambio de acento. Se podría expresar este cambio en la fórmula hoy muy empleada: traslado del punto de gravedad de lo horizontal a lo vertical, El «congregarse en común» no se entendía sólo en el sentido de una reunión exterior o también, evidentemente, en una habitación lo más amplia posible de una casa privada. Se entendía asimismo en el sentido de un acuerdo íntimo de los reunidos, mientras que hoy, para nosotros, todo está ordenado, en el espacio, hacia adelante, y en el contenido hacia arriba. Sólo ahora, en nuestro más inmediato presente, comenzamos a experimentar, concebir y plantear de otra manera los espacios de las iglesias. Y esto demuestra que también la conciencia de las comunidades comienza a reorientarse.

Que tampoco una más fuerte acentuación de lo horizontal sea ya por sí sola una garantía de la realización de una auténtica imagen de la Iglesia es algo que el presente capítulo enseña de manera más que clara y expresiva. Su motivo se encuentra justamente en este nivel, es decir, en el fallo de la comunidad en lo referente a la fraternidad.

El Apóstol no podía decir nada peor sobre la situación evidentemente pésima a que se había llegado que afirmar que se veía en la precisión de tener que retirar la designación de «cena del Señor» a sus reuniones y celebraciones. En este calificativo encontramos la más antigua denominación de lo que posteriormente, y hoy en medida creciente, llamamos eucaristía. Con todo, para la época de nuestra carta debe hacerse una corrección, ya que este nombre designa toda la cena, que constaba de dos partes: el acto eucarístico y la comida de hermandad. Así pues, también la comida de hermandad es, a su modo, cena del Señor, está encuadrada en la presencia del Señor o debería estarlo. Porque a esto se refiere precisamente la reprensión del Apóstol, a que no era éste el caso. Se reúnen, pero allí no hay de hecho ninguna reunión; la reunión exterior sólo sirve para evidenciar que la comunidad está escindida. Es muy probable que se reúnan entre sí y se aparten de los demás aquellos mismos grupos o banderías contra las que Pablo se pronunció al principio de la carta 28

En cierto modo el Apóstol no se extraña de que en la comunidad aparezcan abusos tan funestos. Por la profecía sabe de las cosas que precederán al juicio. A través de este género de tentaciones «conviene» que se manifieste la sólida virtud de los cristianos auténticos. Es un serio «conviene», por el cual el Apóstol no se siente muy consolado, pero que le ayuda a soportar la prueba con resignación. En la posterior historia de la Iglesia se ha tenido que recordar muchas veces esta palabra. Pero nadie puede consolarse fácilmente con ella y dejar que siga habiendo divisiones. Tampoco lo hace así el Apóstol, sino que batalla por la unidad de la comunidad, de la Iglesia.

El versículo 21 nos transmite una idea detallada de lo que debemos entender por cena del Señor, tal como entonces se consideraba que debía ser. deduciéndolo de las corrupciones introducidas y reprendidas. Tenía el sentido de una comida festiva y fraternal, evidentemente celebrada por la noche, como siempre en el mundo antiguo. Para ello cada uno llevaba su parte, de acuerdo con su posición y sus posibilidades, pero de modo que todos lo repartían todo con todos. Como en toda comida digna de este nombre, todos debían quedar satisfechos, aunque se trataba de algo más que de la celebración de un abundante banquete. Debía ser expresión de la unión fraternAl en Cristo, y debía rebosar, por tanto, de la presencia del Señor.

Pero, tal como se practicaba en Corinto, ocurría que era la destrucción de esta imagen de la fraternidad y no merecía ya el nombre de cena del Señor. Es fácil imaginar cómo se llegó a esta desgraciada situación. En principio, los primeros en llegar a la reunión debían ser los ricos. Eran independientes, mientras que los empleados, jornaleros y esclavos tenían que atender antes a sus dueños. Aquellos que eran los primeros en llegar al lugar de la reunión, eran también los que llevaban las mejores cosas para repartir. Al principio el hecho pudo pasar acaso desapercibido, pero a la larga los resultados fueron deplorables. Cuando llegaban los pobres, hacía mucho ya que los ricos habían comenzado a repartir sus apetitosas viandas. Los pobres podían ver, cuando lograban hallar un sitio, y comenzaban a repartir sus míseros bienes, cómo, a su lado, ante su misma vista, tenían las ricas mesas y los rostros resplandecientes por el vino. Esto era irritante; y el Apóstol no intenta, en su advertencia, disimular esta irritación; intenta, por el contrario, hacer bien patente a estas gentes su absoluta falta de consideración y avergonzarles por su conducta.

Al portarse así, no sólo avergüenzan a los pobres, sino que desprecian a la Iglesia de Dios. En cuanto miembros de la comunidad no son estos individuos aislados o aquéllos; la falta de consideración que se tiene hacia los pobres hiere a la Esposa de Cristo. La Iglesia se siente afectada en cada uno de sus miembros, pero por misteriosas razones, de modo muy especial en los pobres.

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28. Pablo emplea aquí dos palabras para indicar esta división: «cisma» y «herejía», que nosotros hemos tradu- cido por «grupos aparte» y «escisiones». Aquellas dos palabras se han utilizado en la historia de la Iglesia y en el Derecho canónico para indicar separaciones o divisiones de muy diverso grado. En nuestra carta no están, por supuesto, tan precisamente matizadas. aunque, al parecer, también en ella la hairesis tiene un «acento más grave».

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b) La institución de la cena del Señor (1Co/11/23-25).

23 Yo he recibido del Señor una tradición que a mi vez os he transmitido, y es ésta: que el Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó pan 24 y recitando la acción de gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo para vosotros. Haced esto en memoria de mí. 25 Lo mismo hizo con el cáliz, después de haber cenado, diciendo: Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre. Cada vez que bebáis, haced esto en memoria de mí.

Una vez que Pablo ha pronunciado su más enérgica reprensión contra el modo de celebrar sus solemnidades los corintios, quiere mostrarles ahora positivamente en qué estilo, sentido y espíritu deben celebrar estas reuniones. Para ello, busca un apoyo en la misma institución de la cena del Señor. A tal fin, necesita sólo recordar el texto exacto de la liturgia de la institución, bien conocido de los corintios y recitado en cada solemnidad. De aquí deducirá luego todo lo demás. Propiamente hablando, en las palabras de Jesús y en el hecho que indican, se encierra todo.

El contenido de estos versículos suele recibir el nombre de relato de la institución. El relato ha llegado hasta nosotros bajo esta forma redaccional de la carta paulina. Pero no es Pablo el autor de la fórmula, ya que el Apóstol se apoya expresamente en una tradición, a través de la cual llegó hasta él mismo y que él cuidó de transmitir escrupulosamente, tanto a la comunidad corintia como a las demás comunidades por él fundadas. Pablo no fue testigo de oído y vista de la última cena del Señor. Pero tampoco el relato de la cena transmitido por los tres sinópticos es un relato de testigos presenciales, sino más bien textos formados por la celebración del culto y para ella. En términos generales, la redacción paulina y la lucana tienen una íntima conexión entre sí, como la tienen, por su parte, la de Mateo y Marcos. De los cuatro textos citados, el de Pablo reviste particular importancia porque, en todo caso, su redacción escrita es la más antigua de todas.

Aparte de esto, el análisis minucioso de cada una de las palabras puede demostrar que este texto no procede del mismo Pablo, es decir, que confirma su apoyo en una tradición anterior. También es perfectamente claro que si la argumentación quería raer los abusos de los corintios. Lo que Pablo recuerda debía apoyarse en un terreno sólido, sobre el que no cupieran discusiones. ¿De dónde procede, pues, esta redacción textual? Sólo podemos dar una respuesta: de la tradición, como el mismo Pablo acentúa ¿No se apoya en el mismo Señor Jesús? La expresión «recibido del Señor» podría entenderse perfectamente en el sentido de una revelación directa de Jesús a Pablo. Pero la reciente investigación está de acuerdo en que Pablo no quería romper o saltar por encima de la cadena de la tradición, sino que más bien pretende afirmar que su origen se remonta al mismo Señor.

«La noche en que era entregado.» La antigua fórmula cultual, al igual que el actual canon romano, han considerado, pues, importantes las circunstancias y el momento del origen exacto de esta institución, del mismo modo que el credo ha conservado, por las mismas razones, en el centro de su pasaje de la pasión, el nombre de Poncio Pilato. El acto litúrgico que la Iglesia debe celebrar mientras dure su existencia tiene una exacta referencia histórica, la misma que nosotros expresamos con la sencilla expresión «la última cena». Pero la mención de la noche contiene, además, la sugerencia de un sentido simbólico: esta noche terrible, en la que la humanidad evidenció tanta maldad y cobardía, se ha convertido en el origen de una acción divina mediante la que toda obscuridad fue vencida y superada. Sobre todas las obscuras noches que irrumpirán sobre los discípulos de Jesús brilla ya el misterio de la victoria.

Esta noche recibe aquí una nueva determinación mediante la adición: «en que era entregado». La frase es mucho más expresiva que la otra: «en que padeció», aunque en esta última la pasión se ha llenado del mismo contenido. Es asimismo una traducción más exacta que la otra -también posible- «en que era traicionado», porque puede percibirse en ella una alusión al destino del siervo de Yahveh cantado por Isaías. Desde esta figura del siervo ha explicado el mismo Jesús, y después de él también la primitiva comunidad, su destino a la muerte. De suyo, Pablo sólo cita el formulario, pero confía en que los corintios sepan ver la contradicción que encierra respecto de su propia conducta, que consistía en reservar cada uno para sí lo que más le apetecía.

«Tomó pan y, recitando la acción de gracias, lo partió y dijo.» Las palabras son aquí muy rituales, estereotipadas, como las de una rúbrica litúrgica. Jesús cumple, también en su comportamiento exterior, un ceremonial veterotestamentario. Esto es importante a la hora de entender la recitación de acción de gracias. De acuerdo con su origen en el ritual judío, se trata aquí de la bendición de la mesa, que no se divide en una oración antes y otra acción de gracias después, sino que, al dar gracias a Dios por sus dones, consigue la bendición divina. Agradecer y bendecir eran una misma cosa. El delgado pan se partía a fin de dar a cada uno de los comensales una parte del mismo. Pero también aquí se puede rastrear el deseo del Apóstol de hacer comprender a los corintios cuán poco se compagina con esto su propia conducta, que no reparte nada.

«Esto es mi cuerpo para vosotros.» Estas palabras rompen el ritual. Son propísimas de Jesús. A diferencia de la forma, tan familiar para nosotros, de las palabras de la consagración de la oración eucarística romana, el «para vosotros» se yuxtapone inmediatamente al cuerpo, sin ningún verbo intermedio (entregado). Está bien claro lo que Jesús quiere decir con estas palabras: es el cuerpo que se entregará por ellos a la muerte muy pronto, en la terrible y tangible visión de la cruz, y ya ahora en el ocultamiento y en la significación del pan, partido en comida.

«Haced esto en memoria de mí.» Nos sorprende encontrar ya aquí, a continuación de las palabras sobre el pan, el mandato de la conmemoración. Nuestra liturgia (con Lucas) lo dice sólo una vez, después de las palabras sobre el cáliz, al final de todo el acto eucarístico. Cabe preguntar cuál de las dos formas debe considerarse más antigua: ¿ha duplicado Pablo el mandato de la conmemoración, lo había duplicado ya la tradición llegada hasta Pablo, o lo ha simplificado Lucas? La pregunta no tiene tanta importancia como algunos creen. Pero puede hacerse una observación que acaso ofrezca un aspecto esencial: el primer testigo de la época postapostólica que nos informa sobre la eucaristía, el mártir Justino, ha colocado el mandato de la conmemoración incluso antes: «Jesús tomó pan, y recitando la acción de gracias dijo: Haced esto en memoria de mí; éste es mi cuerpo... » En esta versión se puede comprobar con total claridad cómo el encargo de Jesús no se refiere en modo alguno al mero comer y beber, sino a toda la acción eucarística. Al principio no existía una conexión inmediata entre el pan y el vino, ya que entre el uno y el otro se celebraba la comida principal. Había que procurar, por tanto, que fueran entendidos como siendo ambos elementos constitutivos propios. Más tarde, cuando los dos actos se celebraron inmediatamente uno después de otro, bastaba con repetir una sola vez el mandato de la conmemoración. Más aún, no había ya ninguna necesidad de mencionar tal mandato, porque los textos mismos indicaban que se le estaba dando cumplimiento en aquel preciso instante. Y así, puede explicarse que en Marcos y Mateo no se encuentre una orden en este sentido.

MEMORIAL/QUE-ES: El concepto de memoria o conmemoración ha sido bien explicado por la investigación histórico-religiosa y por la ciencia veterotestamentaria de los últimos decenios. Ante todo, es algo más que un mero recuerdo (subjetivo). Es un hacer objetivo, una acción festiva, que hace presente una acción salvífica del pasado y, de este modo, posibilita de nuevo el camino de acceso a la salvación. Una acción y conmemoración de este tipo es bastante parecida a lo que más adelante se designa con la expresión «sacramento»: una acción visible y simbólica, que causa lo que representa. Y así, el pan y el vino son señales de la entrega de Jesús por sí mismo al sacrificio de la muerte y, a la vez, hacen presente, de misteriosa manera, este mismo sacrificio, y reparten sus frutos entre aquellos que cumplen el mandato de Jesús. Aunque también en Pablo faltan las adiciones «entregado», «derramada», las expresiones «para vosotros» y «alianza en mi sangre» -que sólo se utilizan en el lenguaje sacrificial- aseguran el carácter de sacrificio de la acción.

«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre.» Una correspondencia formal con las palabras sobre el pan hubiera dicho: «Esto es mi sangre.» Pero todas las redacciones que lo hacen así tienen dificultades estilísticas cuando quieren expresar, al mismo tiempo, la idea de alianza. La redacción paulina ha hecho de la alianza, y concretamente de la alianza nueva, el predicado principal de la frase, aunque también en las otras redacciones se vinculan entre sí, de un modo u otro, en razón del sentido, la sangre y la alianza. Las cuatro redacciones recuerdan aquí la conclusión del pacto del Sinaí (éx 24), lo toman, por tanto, como base y, al mismo tiempo, lo distinguen del nuevo pacto. Aunque no todas las redacciones nombran expresamente esta alianza nueva, la alusión queda ya determinada por el «mi» yuxtapuesto a «esta sangre». En todo caso, se encuentra aquí la justa razón de ser de que la tradición y la Iglesia designen esta alianza como aquel «pacto nuevo» que ya los profetas habían preanunciado como una novedad (Jer_31:31). Cuando la carta a los hebreos acentúa que sin derramamiento de sangre no hay alianza ni reconciliación, es preciso añadir la idea de que en la nueva alianza no es una sangre cualquiera la que consigue la expiación y cierra el abismo, sino que es el mismo Dios quien, en una última entrega, se da a sí mismo y aleja los pecados de aquellos que aceptan esta entrega. «Cada vez que bebáis.» Esta inclusión rompe el paralelismo del primer mandato de la conmemoración del pan. ¿Puede explicarse acaso como una inserción a cargo de Pablo, porque quiso más tarde proseguir su razonamiento a partir de ella? La liturgia romana la ha aceptado, aunque sin pretender referirla sólo al cáliz, sino a la totalidad; y así, ha remplazado el «bebáis» por el «hagáis». «Cuantas veces hiciereis esto, hacedlo en memoria de mí.» Pero, como suele ocurrir fácilmente con estas interconexiones, la idea se ha complicado hasta hacerse casi oscura.

c) Consecuencias morales (1Co/11/26-29).

26 Porque cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, estáis anunciando la muerte del Señor, hasta que él venga. 27 Por lo tanto, el que coma del pan o beba del cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. 28 Que cada uno se examine a sí mismo y así coma del pan y beba del cáliz; 29 porque el que come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condena.

Comer este pan, beber de este cáliz, no significa tan só1o entrar en contacto con Jesús -esto fue ya expresamente dicho en 10,16-; no se trata únicamente de la recepción de la comunión, sino que en el acto total de esta acción y conmemoración se hace presente, de manera singular, eficaz y válida la muerte del Señor. Acontece algo objetivo y transcendente. Pablo lo llama «anunciar». Anunciar tiene el sentido de proclamar. El anuncio del Evangelio expone las exigencias de esta proclamación. «Mediante esta afirmación, el acontecimiento ya ocurrido se hace presente, es decir, se abre a su presente y alcanza así su derecho y su vigencia respecto de cada situación externa correspondiente» (H. Schlier). La situación externa, el público presente en la celebración eucarística es la Iglesia, y concretamente la asamblea reunida. En la celebración eucarística alcanza siempre la muerte salvadora de Cristo un nuevo poder liberador sobre la comunidad. Al «hacer esto» en memoria del Señor, el Señor causa en ella la salvación contenida, le comunica el fruto redentor de su muerte.

El anuncio significa, pues, una especie de actualización y de fuerza activa, igual a la que nuestra teología formula para el sacramento en general y para la eucaristía como sacrificio sacramental en particular. Si este pasaje atribuye el anuncio a toda la comunidad, debe entenderse en el sentido de nuestras oraciones de la anamnesis de todas las liturgias orientales y occidentales, en las que se emplea el «nosotros». Toda la comunidad participa en lo que el celebrante dice: «Por eso nosotros, tus siervos, y tu pueblo santo, celebramos la memoria de tu Hijo... y te ofrecemos el sacrificio.» Esta doble expresión «celebrar la memoria... ofrecer el sacrificio», cada una de las cuales contiene, a su propia manera, la totalidad, responde, en razón del sentido, a las dos expresiones con que Pablo describe en estos versículos el misterio de la eucaristía: haced esto... para anunciar la muerte. Porque también este anuncio debe darse no tanto mediante unas palabras especiales, sino a lo largo de toda la acción que, por otra parte, no puede existir sin las palabras decisivas. «Hasta que él venga.» Esta pequeña adición tiene una gran importancia desde varios puntos de vista. Pablo ha insistido en la muerte de Jesús; el pan y el vino, en cuanto elementos del sacrificio, la contienen simbólicamente; la fiesta en que se come este pan y se bebe de este cáliz está referida a la noche de la muerte. Pero ahora debe poner en claro el otro aspecto: el que se da de nuevo en el pan y en el vino es el Viviente, el Resucitado, el que mostrará su fuerza y su majestad cuando venga. La celebración de la cena del Señor está distendida entre ambos polos. Entre la muerte que una vez padeció y su nueva manifestación en poder y gloria. Y contiene en sí algo de los dos. Aunque por un lado Pablo debe acentuar, frente al entusiasmo corintio, la memoria de la muerte, tampoco puede ni quiere dejar en la sombra el aspecto de la gloria.

A esto se añade un nuevo argumento, que le obliga a incluir este aspecto precisamente en atención a los corintios. Ellos se sienten ya como instalados en el reino (4,8), pero están en peligro de «no comprenderlo» aún. Aquí se encuentra una de las razones de aquella alegre opinión, llevada hasta el exceso en sus comidas comunitarias. Este «hasta que él venga» recuerda que el reino en gloria no ha venido todavía.

Y con ello llega Pablo al punto práctico crítico, al que ha tendido desde el principio al recordar la doctrina eucarística: despertar en la comunidad la conciencia del desacuerdo que se da entre su conducta y lo que es en sí la cena del Señor. Dicho de una manera total y rotunda la condena es: conducta indigna. Esta expresión ha sido ampliamente aplicada y explicada en la doctrina católica sobre los sacramentos. Pero tal aplicación no puede vincularse, sin más, a este pasaje, aunque la expresión haya sido tomada de él. Indigno significa aquí algo más genérico: inconveniente.

Hay un modo de tomar parte en esta cena que no conviene, que no está acorde con su contenido. Esta no conveniencia se convierte en culpa, porque en la cena el cuerpo y la sangre del Señor se dan en un estilo y en un espíritu muy concretos, y en este mismo espíritu y estilo deben ser recibidos. Quien no quiera atraer sobre sí esta culpa, debe examinar bien si quiere hacer realmente lo que hace. El que se prueba así, consigue la disposición requerida; puede, debe comulgar. Quien rehúsa o descuida esta prueba crítica de sí mismo, no escapa al juicio, que introduce dentro de sí, precisamente con esta comida, del mismo modo que quien ingiere un veneno, que aunque no cause la muerte instantánea, establece ya un hecho consumado.

Debemos, pues, ampliar y corregir nuestro concepto y nuestra práctica de la comunión desde las dos perspectivas dadas por el Apóstol. Lo que Pablo entiende por indigno es menos y es más de lo que nuestro uso lingüístico ha consagrado. El católico actual se contenta demasiado fácilmente con la idea de que no tiene conciencia de pecado mortal. En la mente del Apóstol es indigno recibir la comunión sin sentirse afectado por ella, sin abrirse, sin replantear el hecho de que el Señor se ha entregado por mí, por todos nosotros, a la muerte, y actualiza ahora y hace nuevamente presente su entrega. Aquel que se cierra a lo que aquí ahora se actualiza, aquel que toma parte sin participar, ofende al amor de Dios que está sacramentalmente presente y que se entrega. Al cerrarse, se embota y embota este don de Dios en él. Y esto es lo peor que podemos hacer frente a este don, pues ¿qué otra cosa nos queda que pueda abrirnos y liberarnos de la trampa de nuestro yo?

¿Respecto de qué norma debe probarse el hombre, el cristiano, llamado a tomar parte en la Iglesia en la cena del Señor? ¿Debe repasar el decálogo en cada participación? Por el contexto se ve claro desde dónde y en relación a qué debe hacerse esta comprobación personal: desde Cristo y en relación a la asamblea de los hermanos. ¿Estoy preparado para aceptar y recibir aquello que Jesús ha hecho por nosotros y para actualizarlo de nuevo en lo que ahora hacemos de tal modo que sea eficaz en nosotros? ¿Estoy dispuesto a subordinar mis propios deseos a las necesidades legítimas de los demás? ¿Estoy dispuesto a renunciar a mí mismo, para que se abra más espacio al amor en el mundo? ¿De qué sirve, en efecto, golpearse el pecho y doblar la rodilla ante el cuerpo del Señor, presente en el pan, si desprecio este cuerpo del Señor igualmente presente en la comunidad, y de modo particular en sus miembros más pequeños, cuando prescindo de ellos en mi actividad cotidiana, porque no tiene valor para mí llenarme de preocupaciones por su causa? Indudablemente, la palabra «cuerpo» (11,29), expresada sin más determinaciones, se refiere al cuerpo eucarístico del Señor, pero no se elimina la posibilidad de que se incluya también en ella el cuerpo de Cristo, que es la comunidad. Los corintios no han sabido verle en los pobres y en los pequeños, y ni siquiera en los miembros de la comunidad que se atenían a otros pastores.



d) Las consecuencias de los desacatos (/1Co/11/30-32).

30 Por eso hay entre vosotros gran número de enfermos y achacosos, y mueren bastantes. 31 Pero si nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos castigados. 32 Cuando el Señor nos juzga, nos corrige, para que no seamos condenados con el mundo.

Nos causa no poca maravilla ver cómo el Apóstol establece una relación tan directa entre la comunión indigna de muchos y ciertos hechos corporales. ¿No hemos aprendido a distinguir entre la esfera de lo sobrenatural, en la que actúan los sacramentos, y la esfera corpórea natural, para la que no podemos invocarlos? Cierto, esto es lo que hemos aprendido. Y había que aprenderlo. Pero acaso lo hayamos aprendido demasiado bien, si así puede decirse. Ya en pasajes anteriores de esta carta se presentó la ocasión de afirmar que la distinción tajante entre alma y cuerpo no responde a la verdadera realidad del hombre y que, por lo mismo, se ha acometido la tarea de reinterpretarla de nuevo. También desde la perspectiva de la fe hay mucho que decir a este respecto. Es indiscutible que las curaciones milagrosas de Jesús tenían mucho que ver con el reino de Dios que anunciaba. No comunicó al azar y porque sí a sus enviados este don de curaciones durante su actividad misionera. ¿No debe darnos que pensar el hecho de la reiterada frecuencia con que, al final de sus oraciones, la liturgia romana pide expresamente la salud de alma y cuerpo en favor de aquel que recibe los sacramentos? Hay aquí no sólo el testimonio de la fe de una época pasada, sino también un ofrecimiento para aquellos que reciben de nuevo este testimonio en la fe. No podemos, naturalmente, establecer un balance concreto. Si los milagros forman parte de la situación misional de una primitiva comunidad cristiana, también acaso habría que anotar en su balance negativo aquellos casos ejemplares que Dios pone y el Apóstol explica. Evidentemente, tampoco en la comunidad de Corinto murieron o enfermaron todos o sólo aquellos que se hicieron culpables de las recriminaciones del Apóstol, pues en este caso podía haberse ahorrado el discurso.

Acaso en el versículo 31: «...si nos examináramos a nosotros mismos», se contenga también este matiz, sugerido por la situación recientemente mencionada, de que no sólo se debe juzgar cada uno a sí mismo, sino que este juicio se puede y se debe ejercer en el seno de la comunidad, de modo corporativo y solidario. Dado que en los enfermos y en los que mueren se les manifiestan los pecados a los que están en vida, los miembros de la comunidad deben adoctrinarse entre sí a tiempo y señalarse el buen camino. Al juzgarse mutuamente en este ambiente de corresponsabilidad auténtica y de amor, se evitan unos a otros el juicio, más riguroso, de Dios. Pablo les ha hecho la grave reprensión de que habían descuidado este juicio (5,1-8). Será bueno recordárselo de nuevo en esta ocasión. Por los demás, estos versículos encierran una variada terminología para expresar el juicio, que ninguna traducción puede reflejar totalmente, ya que la lengua castellana no tiene tantos derivados de la raíz «juzgar» como tiene la lengua griega de la suya (krin). Así, el último versículo refleja la intención de mitigar la grave amenaza del juicio mediante la aplicación de un correctivo de Dios encaminado a nuestra conversión.

e) Ultimas instrucciones prácticas (1Co/11/33-34).

33 Por consiguiente, hermanos, cuando os congreguéis para comer, aguardaos unos a otros. 34 El que tenga hambre, que coma en su casa, para que así vuestra reunión no sea para condena. Lo demás ya lo dispondré cuando vaya.

Ahora, un cambio inesperado al final de todas las reflexiones y razonamientos que se habían hecho indispensables para poner en claro la mala conducta y dar a conocer, desde su núcleo más íntimo, el comportamiento correcto en la celebración de la cena del Señor. Ha llegado el momento de decir, de manera concisa: Aguardaos unos a otros. Cierto que Pablo había comenzado ya así este capítulo, con la abochornante descripción de aquella impaciencia, aquel no esperarse, como si algunos estuvieran hambrientos. A los que están en este caso les dice simple y llanamente que deben comer en su casa. El sentido de la cena del Señor exige una verdadera reunión de todos. Encontramos aquí de nuevo la expresión por dos veces. Y reunirse todos implica que se esperen unos a otros. Se trata de algo que entra dentro de la dimensión de la cena del Señor, que ellos habían menospreciado de manera tan fundamental y tan penosa.

Todo esto debe entenderse como norma inmediata. Las otras cosas las reserva para más tarde. No sabemos qué cosas fueron. ¿No se percibe aquí ya un preanuncio de la rápida decisión que adoptaría pronto la Iglesia, de romper este vínculo, de suyo tan hermoso, entre eucaristía y ágape o, por así decirlo, entre cena del Señor y cena de los hermanos? Comprendemos bien, a la vista de la experiencia de los corintios, cómo se llegó, sin remedio, a esta decisión. Pero la separación, que ya en el siglo II se había impuesto en todas partes, tiene también su contrapartida. Cierto que se evitaron así radicalmente las penosas amalgamas; se acentuó la conciencia de la santidad del banquete eucarístico; la mesa del Señor se distingue radicalmente de cualquier otra mesa, se hizo altar. En vez del pan aparecieron las hostias. La copa adquirió una forma especial, que ya no podía confundirse con una copa ordinaria (en atención a lo cual hemos creído oportuno evitar esta palabra, de suyo perfectamente posible, al traducir el texto solemne que Pablo nos ha transmitido). Pero, esta evolución unilateral acaba borrando toda semejanza entre la cena del Señor y una comida celebrada por los hombres, posible y necesaria en la práctica y plena de sentido comunitario. Se secaban asimismo las raíces de una intelección fructuosa de la eucaristía. Al establecer esta distinción, se alejaba, desde luego, todo riesgo de profanación de este banquete. Quedaba tan radicalmente alejado que ya no se podía dar ninguna vinculación, ningún parecido entre los que se reunían para celebrarla. El pecado de falta de consideración respecto de los demás participantes, que Pablo ataca aquí con tanta vehemencia, se ha introducido con mayor virulencia aún, desde la otra banda. Por eso debemos saludar con alegría el hecho de que los pasajes mencionados hayan provocado un movimiento de retorno. Actualmente orientamos la asamblea, en las nuevas iglesias, no sólo hacia adelante; al configurar el espacio procuramos también que los creyentes converjan entre sí, intentamos restituir al altar su carácter de mesa, nos atrevemos a dar de nuevo a las hostias forma de pan, ensayamos incluso los primeros pasos para introducir de nuevo la comunión del cáliz. Y lo que no podemos conseguir en las grandes parroquias, pretendemos hacerlo palpable en las comunidades más pequeñas, mediante ágapes vinculados a la eucaristía, o también mediante misas celebradas en casas particulares, que vuelven a permitirse en nuestros días.

Con estos cambios, fácilmente perceptibles en el estilo de nuestra celebración litúrgica, se refleja, a nivel más profundo, un cambio de acento en los dos centros de gravedad de la cena y del sacrificio. Los corintios habían dedicado atención exclusiva al carácter de cena, como comida festiva y fraternal de la comunidad, pero también como cena festiva escatológica del Señor. Para disculpa suya podemos pensar en lo que los Hechos de los apóstoles refieren sobre la celebración de la cena de la primitiva comunidad: «Tomaban juntos el alimento con alegría» (Act_2:46). Frente a esto, Pablo ha destacado enérgicamente el carácter de la cena como comida sacrificial. Después de haberse acentuado entre nosotros, al menos desde los tiempos de la contrarreforma, casi exclusivamente la doctrina del sacrificio, y de haberse expuesto este aspecto en las formas de la liturgia, intentamos ahora ensamblar ambas cosas. Sería muy interesante poder conseguir que el péndulo no siga oscilando de un extremo al otro, sino saber conquistar y mantener el centro de equilibrio.



Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)


50 (e) Los escrúpulos de los débiles (10,23-11,1). Tras haber abordado la actitud de los fuertes respecto a la carne sacrificada a los ídolos, directamente en 8,1-13 e indirecta(-)mente en 9,1-10,22, Pablo pasa en este mo(-)mento a analizar la postura de los débiles, que también presenta aspectos censurables. 23. Se critica de nuevo el lema corintio de 6,12, pero esta vez desde una perspectiva comunitaria. conveniente: Esto se explica con «edificar» (oikodomein), que se refiere principalmente a la edificación de la comunidad (véanse los caps. 12-14). 24. el otro: En este contexto denota a aquel del que instintivamente discrepo (Ba(-)rrett); se aplica igualmente a fuertes y débiles. 25. de todo: El pragmatismo absoluto de este consejo («quien no sabe no se duele») de(-)muestra hasta qué punto Pablo se había apar(-)tado del principio judío de que «una persona ignorante no puede ser santa» (m'Abot 2,6; cf. 4,13). 26. Esta cita de Sal 24,1 era utilizada por los judíos para justificar la bendición de los alimentos (véase E. Lohse, ZNW 47 [1956] 277-80), pero ciertamente no para legitimar su consumo indiscriminado. 27. si os invita un pagano: A la luz de la prohibición de 10,20-21, debe de ser a una comida en un domicilio par(-)ticular. 28-29a. Pablo pasa de repente a cen(-)trar su atención en el hecho de que sus pala(-)bras también serían leídas por los fuertes, de ahí que haga un inciso para recordarles que la norma de conducta enunciada en 8,13 sigue en vigor, en atención a quien os lo ha indicado: Lo mismo que en 8,11, Pablo hace hincapié en la persona (10,24), pero añade una referencia a la syneidésis (véase el comentario a 8,7), el término preferido de los corintios, pero que él tiene que matizar inmediatamente para evitar malentendidos. Comer tal carne resultaría pe(-)noso sólo para la conciencia de los débiles, a cuyo número pertenecía quien había hecho la indicación. 29b-30. Pablo pasa a la 1a pers. sg. como en 8,13 y habla desde la perspectiva de los fuertes que habían sido atacados por los débiles, ¿qué bien le hace a mi libertad ser juz(-)gada por la conciencia de otro?: Los débiles da(-)ban por sentado que los fuertes estaban ac(-)tuando también contra sus conciencias, y los difamaban públicamente (véase J. MurphyOConnor, RB 85 [1978] 555-56). A lo cual los fuertes respondían con la indignada pregunta: «¿Por qué se me culpa?». El hecho de que ben(-)dijeran su comida dando gracias a Dios indi(-)caba que actuaban de buena fe. Al adoptar la postura de los fuertes, Pablo censuraba la fal(-)ta de caridad de los débiles. 31. hacedlo todo para gloria de Dios: Nótese la exhortación con(-)clusiva paralela de 6,20; véase el comentario a 2,7. 32. sed intachables tanto para judíos como para gentiles: Como indica el versículo siguien(-)te, la comunidad tiene una responsabilidad misionera (14,3; Flp 2,14-16). Se debe poten(-)ciar positivamente la conversión, y no limitar(-)se a evitar poner obstáculos. 33. yo procuro complacer: Éste compendio de su postura mi(-)sionera (véase el comentario a 9,19-23) no contradice Gál 1,10 ni 1 Tes 2,4. 11,1. Cristo es el ideal de humanidad que todos los creyentes deben esforzarse por alcanzar; pero, dado que no pueden verlo, el comportamiento de Pablo debe reflejar «la vida de Jesús» (2 Cor 4,10). Ésta es la única hermenéutica auténtica. Este tema aparece en relación con todas y cada una de las comunidades que Pablo conoció perso(-)nalmente (1 Cor 4,16; Gál 4,12; Flp 3,17; 4,9; 1 Tes 1,6; 2,14).
(Véase la bibliografía, ® 41 supra. Betz, H. D., Nachfolge und Nachahmung Jesu Christi int Neuen Testament [BHT 37, Tubinga 1967], Cadbury, H. J., «The Macellum of Corinth», JBL 53 [1934] 134-41. De Boer, W. P., The Imitation ofPaul [Kampen 1962], Stanley, D. M., «Become Imitators of Me: The Pauline Conception of Apostolic Tradition», Bib 40 [1959] 859-77.)

51 (C) Problemas en las asambleas li(-)túrgicas (11,2-14,40). A diferencia de la pre(-)gunta concerniente a los dones espirituales (12,1), las dos cuestiones abordadas en 11,2-34 no se planteaban en la carta corintia (7,1). Pertenecen al tipo de información que Pablo recibió oralmente (1,11; ® 9 supra). Pablo, sin embargo, alude a la carta en 11,2 (véase Hurd, Origins 68). Los corintios tal vez concluyeran su examen relativo a las carnes sacrificadas a los ídolos diciendo: «Recordamos todo lo que nos dijiste y mantenemos las tradiciones tal como tú nos las transmitiste. En particular nos reunimos para la oración y la celebración de la eucaristía». Esta sería una explicación ingeniosa de la transición; pero, dado que aca(-)baba de hablar sobre las celebraciones socia(-)les en que participaban paganos (10,14-22.27), tal vez Pablo decidiera simplemente tratar en este punto las celebraciones sociales dentro de la comunidad cristiana.
52 (a) La indumentaria en las asambleas litúrgicas (11,2-16). Las tentativas de W. O. Walker (JBL 94 [1975] 94-110) y G. W. Trompf (CBQ 42 [ 1980] 196-215) de demostrar que esta sección no procede de la pluma de Pablo no re(-)sultan convincentes (véase J. Murphy-OConnor, JBL 95 [1976] 615-21; CBQ 48 [1986] 87-90). El modo en que se arreglaban el cabello ciertos hombres, y posiblemente algunas muje(-)res, indicaba tendencias homosexuales. La res(-)puesta de Pablo es subrayar la importancia de la diferencia entre los sexos (para más detalles sobre todos estos puntos, véase J. MurphyOConnor, CBQ 42 [1980] 482-500).
53 3. cabeza: El gr. kephalé no connota nunca autoridad ni superioridad (por el con(-)trario, S. Bedale, JTS 5 [1954] 211-15); «fuen(-)te» (LSJ 945) es el único significado adecuado en este caso, la fuente del nuevo ser de toda per(-)sona es Cristo: Pablo evoca el papel de Cristo (véase el comentario a 1,30; 4,15) en la nueva creación (2 Cor 5,17). El contexto global del pensamiento de Pablo exige que anér se en(-)tienda genéricamente (véase A. Oepke, TDNT 1.360-62). la fuente del ser de toda mujer es el varón: Véase el comentario al v. 8. la fuente del ser de Cristo es Dios: Para Pablo, Cristo es el enviado (Gál 4,4-5; Rom 8,3) con vistas a una misión salvífica (1 Tes 1,10; Gál 2,20; Rom 8,29.32); se trata de su ser como Salvador. 4. ora: En voz alta y en público, posiblemente con un papel de liderazgo, profetiza: Ministe(-)rio de la palabra (14,3.22.31) derivado de un profundo conocimiento de los misterios de Dios (13,2) basado en las Escrituras (véase C. Perrot, LumVie 115 [1973] 25-39). teniendo al(-)go colgando de la cabeza: Como en el v. 14, se hace referencia al cabello largo, que los homo(-)sexuales varones dejaban crecer para que se pudiera arreglar de manera muy elaborada (véase Filón, De spec. leg. 3.36). se deshonra a sí mismo: Kephalé en este caso significa la per(-)sona entera (véase H. Schlier, TDNT 3.674). 5. La estructura paralela indica que los términos comunes tienen el mismo significado que en el v. 4. con la cabeza descubierta: Su cabello no está arreglado correctamente (véase el comen(-)tario al v. 15). como si tuviera rapada la cabeza: Tiene aspecto varonil. Pablo tiene que pasar a explicarse. 6. pues si una mujer está descubier(-)ta, que se rape: En una mujer, un cabello de(-)sordenado era poco femenino sólo en un sen(-)tido muy genérico. No connotaba sexualidad desviada, como ocurría con el cabello largo en el varón, pero Pablo pone los dos casos en pa(-)ralelo. Si una mujer no quiere ocuparse de su cabello, también puede irse al otro extremo y aparecer como un hombre, cuyo cabello nor(-)malmente corto se afeitaba a veces para cier(-)tas festividades (véase Apuleyo, Metamorfosis 11.10).
54 7-10. El primer argumento de Pablo contra la práctica corintia se basa en la inten(-)ción divina tal como se pone de manifiesto en Gn 2; el modo diverso de crearlos demuestra que Dios quería que hombres y mujeres fueran diferentes. 7. un varón no debe cubrirse la ca(-)beza: Resultaría poco masculino. La conclu(-)sión paralela relativa a la mujer aparece en el v. 10. él es la imagen y gloria de Dios: Puesto que la humanidad perdió la gloria de Dios con la caída en el pecado (véase el comentario a 2,7), Pablo está invocando aquí el estado prís(-)tino de la humanidad, la mujer es la gloria del varón: En la tradición judía, con la que Pablo estaba perfectamente familiarizado, la mujer era también la imagen (Gn 1,27; véase J. Jervell, Imago Dei [FRLANT 76, Gotinga 1960]) y gloria de Dios (ApMo 20,1-2). Pero en el pre(-)sente contexto Pablo no podía decir tal cosa. Tenía que encontrar una fórmula que subraya(-)se la diferencia entre los sexos, y la idea de que la mujer diera gloria al varón (véase A. Feuillet, RB 81 [1974] 161-82) estaba justificada por Gn 2,18, texto al que hace referencia en el v. 9. Según Gn 2,21-23, la mujer fue hecha a partir de una costilla del hombre, mientras que el hombre fue hecho del polvo de la tierra (Gn 2,7). Pablo quiere dar a entender que, si Dios hubiera querido que hombres y mujeres fueran indistinguibles, los habría creado de la misma manera. 10. la mujer debe tener una au(-)toridad sobre su cabeza: La formulación de Pa(-)blo está tan condensada, que el significado só(-)lo se puede deducir del contexto. Exousian echein sólo puede significar ejercicio de auto(-)ridad, y Pablo da por supuesto que algunas mujeres desempeñan un papel dirigente en la comunidad (v. 5). Goza de esta autoridad pre(-)cisamente en cuanto mujer, y por tanto debe destacar su sexo mediante su peinado, por ra(-)zón de los ángeles: Para no escandalizar a los enviados de otras Iglesias. El mismo uso en Gál 4,14; Lc 7,24; 9,52; compárese Gál 1,8. 11-12. La base del argumento de Pablo en los vv. 7-10 era el relato de la creación, que los judíos utilizaban para demostrar que la mujer era in(-)ferior al varón (Josefo, Apion. 2.24 § 201; véa(-)se J. B. Segall, JJS 30 [1979] 121-37). En este momento Pablo rechaza de plano tal interpre(-)tación. 11 .la mujer no es de otra condición que el varón: En la comunidad cristiana, la mujer no es ni un ápice inferior al varón (véase J. Kürzinger, BZ 22 [1978] 270-75). 12. todo pro(-)viene de Dios: El hecho de que la mujer sea la fuente del varón (compárese el v. 3b) es tam(-)bién una manifestación de la intención divina e invalida la interpretación judía de Gn 2,21-23 (véase Filón, Quaest. Gen. 1.16).
55 13-15. El segundo argumento de Pa(-)blo se basa en la canonización de la conven(-)ción habitual, que a menudo pasa por ser ley natural. 14. el pelo largo es una afrenta: Es sig(-)no de homosexualidad. 15. el pelo largo le ha sido dado a modo de velo: Pinturas del s. I re(-)presentan a mujeres de pelo largo y con tren(-)zas ciñendo la cabeza (véase E. Pottier, M. Albert y E. Saglio, «Coma», Dict. des antiquités grecques et romaines [París, 1887] 1361.1368-70). 16. El argumento final de Pablo es la práctica de las demás Iglesias. Podía estar se(-)guro de que todas estaban de acuerdo en que los hombres debían parecer hombres, y las mujeres, mujeres.
(Adinolfi, M., «II velo della donna e la rilettura paolina di 1 Cor 11:2-16», RivB 23 [1975] 94-110. Boucher, M., «Some Unexplored Parallels to 1 Cor 11:11-12 and Gal 3:28», CBQ 31 [1969] 50-58. Mar(-)tin, W. J., «1 Cor 11,2-16: An Interpretaron», Apostolic Historiy and the Gospel [Fest. F. F. Bruce, ed. W. W. Gasque et al., Exeter 1970] 231-41. Meier, J. P., «On the Veiling of Hermeneutics (1 Cor 11:2-16)», CBQ 40 [1978] 212-26. Padgett, A., «Paul on Women in the Church: The Contradiction of Coiffure in 1 Cor 11:2-16», JSNT 20 [1984] 69-86. Pagels, E,, «Paul on Women: A Response to Recent Discussion», JAAR 42 [1974] 538-49. Scroggs, R,, «Paul and the Eschatological Woman», JAAR 40 [1972] 283-303: «Paul and the Eschatological Woman: Revisited», JAAR 42 [1974] 532-37.)
56 (b) La eucaristía (11,17-34). Pablo pa(-)sa a otro problema de los actos comunitarios cristianos (® 51 supra). Lo esencial de su reac(-)ción estriba en que no puede haber eucaristía en una comunidad cuyos miembros no se aman unos a otros. 17. al tiempo que insisto en esto: La transición, bastante poco elegante, mira en esta frase hacia atrás, al v. 16, mien(-)tras que el resto mira hacia delante, a lo que viene después. 18. hay entre vosotros divisio(-)nes: Pablo ha sido informado de la situación, cabe imaginar que por los de Cloe (1,11). Las divisiones tienen en este caso (vv. 21-22) un origen diferente que los partidos de 1,12. en parte lo creo: Acepta de mala gana la informa(-)ción. 19. tiene que haber disensiones: Esto no es simple resignación ante lo inevitable, sino la expresión de una necesidad escatológica (nótese el uso de dei en 15,25.53), que aquí de(-)sempeña la función de una advertencia. La conducta de los cristianos deficientes realza el comportamiento de los auténticos creyentes, y así facilita el juicio de Dios. 20. no es posible comer la cena del Señor: Aun cuando se digan las palabras rituales (vv. 24-25), la falta de amor (vv. 21-22) significaba que en realidad no había eucaristía. 21. La comida se celebraba en una casa particular (Rom 16,23) cuyas ha(-)bitaciones eran demasiado pequeñas para al(-)bergar a la comunidad entera en una sola sa(-)la. La división así impuesta tal vez se viera exacerbada por la costumbre romana de clasi(-)ficar a los huéspedes por posición social y de dar poco o nada a los considerados inferiores (véase J. Murphy-OConnor, St. Pauls Corinth 153-61). cada uno come su propia cena antes que el resto: Sólo los miembros más acaudala(-)dos de la comunidad podían permitirse llegar pronto, y éstos se ocupaban exclusivamente de la satisfacción de sus propios deseos, uno pa(-)sa hambre: Los miembros más pobres de la co(-)munidad tal vez trabajaran todo el día sin co(-)mer. 22. ¿no tenéis casas para comer y beber?: Si lo único que les interesaba era comer y be(-)ber, mejor era que se quedaran en casa y no se dieran a la farsa de una comida común, los que no tienen: Muchos creyentes corintios eran pobres (1,26), y la humillación de la de(-)pendencia se veía agravada por una desaten(-)ción desdeñosa.
57 23. Pablo se presenta como un eslabón de la cadena de tradición que se remonta has(-)ta Jesús, cuya autoridad sigue estando presen(-)te en la Iglesia. 24-25. La versión que da Pablo de las palabras de la institución es muy cerca(-)na a la de Lucas (22,15-20), pero no depende de ésta. El apóstol introdujo pequeñas modifi(-)caciones en un texto que ya había experimen(-)tado una elaboración litúrgica (véase EWJ). Sobre el significado de la eucaristía, ® Teo(-)logía paulina, 82:128-32. 25. En contraste con Lucas, que habla de anamnesis sólo a propósi(-)to del pan (22,19), Pablo recoge también una exhortación (de la que tal vez sea responsable) a propósito de la copa. El significado de la fór(-)mula «Haced esto en memoria mía» ha dado lugar a muchas discusiones (véase F. Chenderlin, «Do This as My Memorial» [An Bib 99, Roma 1982]), pero su sentido en este contexto está determinado por el v. 26, que es el co(-)mentario de Pablo destinado a enfrentar a los corintios con el significado existencial de la eucaristía. 26. anunciáis la muerte del Señor: La muerte de Jesús, que es un acto de amor (Gál 2,20), se proclama existencialmente (2 Cor 4,10-11) en y mediante la comida y la be(-)bida compartidas (10,16). El auténtico recuer(-)do es imitación de Cristo (11,1), por la cual el amor salvífico de Dios (Rom 8,39) se hace pre(-)sente eficazmente en el mundo. Desde esta perspectiva está claro por qué el comporta(-)miento de los corintios (v. 21) hacía imposible una auténtica eucaristía (v. 20). hasta que ven(-)ga: Hasta que Cristo vuelva con gloria (15,23).
58 27. Pablo pasa ahora a aplicar este modo de entender la eucaristía a la situación en Corinto. quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente: Pablo tiene en mente la falta de mutua solicitud amorosa manifes(-)tada por los corintios (v. 21). El gen. tou kyriou se aplica, evidentemente, tanto al pan como a la copa, será reo del cuerpo y de la sangre del Se(-)ñor: Si los participantes en la comida eucarís(-)tica no están unidos en el amor (v. 26), se in(-)cluyen a sí mismos en el número de los que mataron a Jesús (Dt 19,10; cf. Heb 6,4-6; 10,29). 28. De ahí la importancia del examen de conciencia que conduce a la reconciliación (Mt 5,23-24) previa a la participación en la eu(-)caristía. 29. discernir el cuerpo: Éste es el cri(-)terio por el cual los creyentes deben juzgarse a sí mismos. Deben evaluar la autenticidad de sus relaciones con los demás miembros del cuerpo de Cristo, un tema ya conocido para los corintios (6,15) y mencionado en 10,17. 30. enfermos y débiles: Sobre el trasfondo judío de la asociación de pecado y enfermedad (Mc 2,1-12; Jn 9,1-2), Pablo interpreta una epidemia en Corinto como castigo divino, gran número: Muchos (hikanoi, véase BAGD 374) habían muerto, y muchos se habían visto debilitados. 31. si nos hiciésemos la debida autocrítica: Co(-)rregirse a sí mismos es el único modo de pre(-)venir el castigo divino. 32. al ser juzgados por el Señor somos corregidos: La aceptación de experiencias desagradables como advertencias educativas es un acicate para evitar el tipo de conducta que merece condena, junto con el mundo: El egoísmo manifestado por algunos corintios era típico del comportamiento de «los que se pierden» (1,18). 33. esperaos unos a otros: Éste es un modo práctico de «discernir el cuerpo» (v. 29) y evitar el egoísmo que des(-)truye la comunión que debiera caracterizar la eucaristía. 34a. Si se considera en combina(-)ción con el v. 22, esto parece un arreglo des(-)tinado a amortiguar el efecto de las diferen(-)cias sociales en la vida de la comunidad. Los ricos podían darse gusto en casa, pero en la comida eucarística debían limitarse a las vian(-)das comunes. 34b. las demás cosas: Pablo es(-)taba descontento con otros aspectos de las asambleas litúrgicas, pero eran cuestiones me(-)nores y podían esperar hasta que él llegara.
(Kasemann, E., «The Pauline Doctrine of the Lord's Supper», ENTT 108-35. Klauck, H.-J., Herrenmahl und hellenistischer Kult [NTAbh 15, Münster 1982]. Léon-Dufour, X., Lc partage du pain eucharistique selon le Nouveau Testament [París 1982], Murphy-OConnor, J., «Eucharist and Community in 1 Cor», Worship 50 [1976] 370-85; 51 [1977] 56-69. Theissen, G., Social Setting 145-74.)

Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



El velo de las mujeres en los actos de culto, 11:1-16.
1 Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo, 2 Os alabo de que en todo os acordéis de mí y retengáis las tradiciones que yo os he transmitido. 3 Pues bien, quiero que sepáis que la cabeza de todo varón es Cristo, y la cabeza de la mujer, el varón, y la cabeza de Cristo, Dios. 4 Todo varón que ora o profetiza velada la cabeza, deshonra su cabeza. 5 Y toda mujer que ora o profetiza descubierta la cabeza, deshonra su cabeza; es como si se rapara. 6 Si una mujer no se cubre, que se rape. Y si es indecoroso para una mujer cortarse el pelo o raparse, que se vele. 7 El varón no debe cubrir la cabeza, porque es imagen y gloria de Dios; mas la mujer es gloria del varón, 8 pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón; 9 ni fue creado el varón para la mujer, sino la mujer para el varón. 10 Debe, pues, llevar la mujer la señal de la sujeción por respeto a los ángeles. 11 Pero ni la mujer sin el varón, ni el varón sin la mujer en el Señor. 12 Porque así como la mujer procede del varón, así también el varón viene a la existencia por la mujer, y todo viene de Dios. 13 Sed vosotros jueces: ¿Es decoroso que ore a Dios descubierta la mujer? 14 ¿Y no os enseña la misma naturaleza que el varón se afrenta si deja crecer su cabellera, 15 mientras que la mujer se honra dejándola crecer? Es que el cabello le ha sido dado por velo. 16 Si a pesar de esto, alguno gusta de disputar, nosotros no tenemos tal costumbre, ni tampoco las iglesias de Dios.

Empieza aquí San Pablo a tocar un tema nuevo, el de las reuniones o asambleas litúrgicas. Parece que también en esto se daban en la iglesia de Corinto varios abusos, de que el Apóstol tratará con bastante detalle a lo largo de cuatro íntegros capítulos (11-14). Primeramente, la costumbre de asistir las mujeres a las asambleas litúrgicas con la cabeza descubierta. Tal es el tema de la presente historia (v.2-16) 179. Es probable que el Apóstol se enterara de esto por algún pasaje del escrito que los corintios le dirigieron (cf. 7:1; 8:1), como parece insinuar el v.2, que reproduciría en forma de elogio las seguridades que los corintios le prometían en su escrito. El término tradiciones (?????????? ), que ahí se emplea, era ya clásico entre los fariseos (cf. Mat_15:2; Mar_7:3-13; Hec_6:14), y pasó también al cristianismo para designar las enseñanzas de la catequesis primitiva, que comprendía no sólo verdades de índole dogmática o moral (cf. 15:3; 2Te_2:15; 2Ti_2:2), sino también normas referentes a los actos de culto, como en este caso. Se ve que comenzaban a ir formando código los primeros elementos de la liturgia cristiana, rodeados ya de gran veneración (cf. v.16).
El Apóstol, después de esa alabanza preliminar para mejor ganar a sus lectores, entra de lleno en materia, censurando la costumbre introducida en Corinto de que las mujeres asistan a las reuniones litúrgicas con la cabeza descubierta (v.3-16). La cuestión no parecía tener de suyo importancia, pero San Pablo, apelando a la costumbre de las demás iglesias (v.16), no quiere que los corintios introduzcan novedades. Razona su prescripción de esta manera: la subordinación jerárquica establecida por Dios que comienza en el Padre, como primer principio, sigue en Jesucristo, como único mediador, continúa en el hombre, como encargado de proseguir la obra de Cristo, y termina en la mujer, sometida al varón (v.3) debe aparecer en todos nuestros actos; ahora bien, si el hombre asistiese a los actos de culto con la cabeza cubierta o la mujer con la cabeza descubierta, deshonrarían su cabeza, es decir, no aparecería esta subordinación jerárquica establecida por Dios (v.4-5). Es de notar que aquí San Pablo juega un poco con la palabra cabeza (?????? ), que en griego, y también en español, puede tener dos sentidos: el ordinario o propio (cabeza del cuerpo) y el figurado o moral (cabeza de una sociedad o entidad). Guando dice que deshonrarían su cabeza, parece que entiende el término cabeza sobre todo en el segundo de los sentidos; el hombre deshonraría su cabeza, es decir, a Cristo (cf. v.3), del que parece querer esconderse, en lugar de reflejar su gloria a cara descubierta (cf. 2Co_3:18), y la mujer deshonraría su cabeza, es decir, a su marido (cf. v.3), pues se presenta cual si fuera su igual. Lo que el Apóstol añade en el v.6, invitando a las mujeres que no quieran cubrirse, a que se rapen, es una fina ironía, parecida a la de Gal_5:12, como diciendo: ya que no quieren cubrirse, que vayan hasta el final y se rapen, quitando lo que les queda.
Tal es el principal razonamiento que aquí propone el Apóstol. Con lo que añade a continuación (v.7-15) no intenta sino reforzar esto mismo. Primeramente, valiéndose de la narración bíblica del Génesis, en la que el hombre aparece creado directamente por Dios, imagen y reflejo de su gloria (Gen_1:27), mientras que la mujer aparece creada a través del hombre (Gen_2:22), imagen y reflejo de la gloria del hombre (v.7-9). Debe, pues, llevar la cabeza cubierta, y esto por respeto a los ángeles (v.10). Esta última frase, bastante enigmática, ha dado lugar a muchas interpretaciones 18°. Lo más probable es que el término ángeles se tome en su sentido ordinario, con referencia a los ángeles buenos, presentados como guardianes del orden en las asambleas cristianas, que se ofenderían por la violación del orden jerárquico establecido por Dios (cf. Rev_8:3-4
Sigue luego una especie de paréntesis (v. 11-12), en que el Apóstol parece que trata de atenuar algo lo anterior, afirmando que hombre y mujer son seres complementarios, dependientes el uno del otro e incompletos el uno sin el otro. En otros lugares afirmará que en el plano sobrenatural de la gracia y de la redención ambos son iguales ante Dios, que no sabe de diferencias (cf. 12:13; Rom_8:14-17; Gal_3:28; Gol 3:11). Enseguida vuelve al hilo de su argumentación (v.13-15), pretendiendo sacar un nuevo argumento de la naturaleza misma de las cosas, tal como entonces eran vistas por la sociedad greco-romana, que consideraba poco honroso para el hombre una cabellera demasiado cuidada, mientras que para la mujer era como su complemento natural.
Y con esto llega a la conclusión. Parece que el mismo Apóstol se daba cuenta de que su argumentación no había sido lo suficientemente sólida como para acabar con las discusiones, y por eso añade: Si alguno gusta de discutir, sepa que nosotros no tenemos tal costumbre, ni tampoco las iglesias de Dios (v.16). Es el argumento definitivo. No quiere que se introduzcan novedades 181. No está claro a qué iglesias de Dios aluda, en contraposición a nosotros. Hay algunos autores que interpretan el nosotros con referencia a Tarso, la patria de Pablo, donde las mujeres iban cubiertas; las iglesias de Dios serían todas las iglesias cristianas en general, dentro y fuera de Palestina. Parece más probable, sin embargo, que el nosotros aluda a las iglesias fundadas por Pablo, y las iglesias de Dios sean las iglesias de Jerusalén y de Judea, de donde arrancó el cristianismo (cf. v.2; 2Co_9:12-15; Gal_1:22-24). Es interesante advertir cómo también aquí en Corinto, donde los críticos gustan de hablar de organización carismática, es Pablo quien organiza la comunidad en función de lo que él mismo ha recibido (cf. 11:2.16.23; 14:34)·

La celebración de la cena eucarística, 11:17-34.
17 Y ya que trato de recomendaciones, no puedo alabar que vuestras reuniones sean no para bien, sino para daño vuestro. 18 Pues primeramente oigo que, al reuniros, hay entre vosotros cismas, y en parte lo creo, 19 pues es preciso que entre vosotros haya disensiones, a fin de que se destaquen los de probada virtud entre vosotros. 20 Y cuando os reunís no es para comer la cena del Señor, 21 porque cada uno se adelanta a tomar su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro está ebrio. 22 Pero ¿es que no tenéis casas para comer y beber? ¿O en tan poco tenéis la iglesia de Dios y así avergonzáis a los que no tienen? ¿Qué voy a deciros? ¿Os alabaré? En esto no puedo alabaros.23 Porque yo he recibido del Señor lo que os he transmitido, que el Señor Jesús, en la noche en que fue entregado, tomó el pan, 24 y después de dar gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en memoria mía. 25 Y asimismo, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: Este cáliz es el nuevo Testamento en mi sangre: cuantas veces lo bebáis, haced esto en memoria mía. 26 Pues cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que El venga. 27 Así, pues, quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. 28 Examínese, pues el hombre a sí mismo y entonces coma del pan y beba del cáliz; 29 pues el que sin discernir come y bebe el cuerpo del Señor, se come y bebe su propia condenación. 30 Por esto hay entre vosotros muchos flacos y débiles, y muchos dormidos. 31 Si nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos condenados. 32 Mas con sus castigos nos corrige el Señor para no ser condenados con el mundo. 33 En resumen, hermanos míos, que cuando os juntéis para comer, os esperéis unos a otros. 34 Si alguno tiene hambre, que coma en su casa, que no os reunáis para vuestra condenación. Lo demás lo dispondré cuando vaya.

Denuncia aquí San Pablo otro abuso en las asambleas litúrgicas de los corintios, más grave que el del velo de las mujeres. Resulta que cuando se reunían para comer la cena del Señor (v.20), no se contentaban con la celebración simplemente de los misterios eucarísticos, sino que añadían una comida en común, en la que no sólo se faltaba a la caridad con la formación de grupos entre sí separados, sino por muchos también a la moderación (v. 18-22.33-34). Sabe de esos abusos porque se lo han dicho y de ellos va a tratar primeramente (v.18), lo que parece indicar que luego piensa tratar de otros (Cf. 12:1).
Tal proceder es duramente censurado por el Apóstol. Les dice que eso no se lo puede alabar (v.17 y 22; cf. v.2), y que, al obrar de ese modo, las reuniones llamadas a servirles de provecho espiritual, se convierten en perjudiciales (v.17). ¿Es que no tenéis casas, añade, para allí poder comer y beber? Si alguno tiene hambre, que coma en su casa antes de ir a la asamblea, y así todo procederá luego dignamente (v.22 y 34). Lo de es preciso que haya disensiones (v.19), parece presentarse como una cita profética, aunque explícitamente nada se diga. Lo más probable es que se trate de un agrafon del Señor (cf. Hec_20:35), como ya interpretaba San Justino y otros autores antiguos.
Como razón fundamental de su absoluta disconformidad con ese proceder de los corintios, aduce el Apóstol la naturaleza misma de la cena eucarística tal como la instituyó el Señor (v.23-26). Esta referencia a la eucaristía que aquí hace el Apóstol es para nosotros un testimonio histórico de valor extraordinario, como ya expusimos ampliamente en la introducción a esta carta. También explicamos allí las principales enseñanzas que aquí nos da Pablo sobre la eucaristía.
Hecha esa referencia a la institución de la eucaristía, el Apóstol saca las consecuencias para el caso concreto de los corintios (v.27-32). Les habla primeramente de la gran responsabilidad de quienes se acercan a participar de la eucaristía sin las disposiciones convenientes, no haciendo de hecho distinción entre el cuerpo de Cristo y una comida ordinaria, con lo que convierten en pan de muerte lo que es de suyo pan de vida (v.27-29). Por eso, añade, entre vosotros, corintios, dada vuestra forma irreverente de celebrar la eucaristía, han sido muchos heridos con enfermedades e incluso con la muerte; son castigos que Dios os envía con valor medicinal, a fin de no tener luego que ser condenados en el último día junto con el mundo (v.30-32; cf. 6:2). Es un caso análogo al del incestuoso, más arriba aludido (cf. 5:5). Cuando el Apóstol afirma que, si recibimos dignamente la eucaristía, no atraeremos sobre nosotros esos castigos (v.31), esto no ha de entenderse como si la eucaristía dignamente recibida inmunizase a los fieles de toda enfermedad y de la muerte; quiere decir sencillamente que, a veces, determinados males físicos son castigos de un mal moral (cf. 10:10; Hec_12:23; Jua_5:4 Tal entonces entre los corintios. Los enfermos y duelos recientes serían ya señal de castigo divino.
La conclusión final la resume el Apóstol en los v.33-34: Que en esas reuniones se esperen hasta juntarse todos, y, si alguno tiene hambre, que coma antes en casa; lo demás ya lo arreglará cuando vaya.

Comentario de Santo Toms de Aquino


Lección 1: 1Co 11,1-3
Exhortalos en genera! a que lo imiten, y por algunas semejanzas los dispone a la Eucaristía.1. Sed, pues, imitadores míos, así como yo lo soy de Crista.2. Yo, por mi parte, os alabo, hermanos, de que en todas cosas os acordáis de mi; y de que guardáis mis instrucciones, conforme os lo tengo enseñado.3. Mas quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo hombre, como el hombre es cabeza de la muJer Y Dios lo es de Cristo.En el capitulo anterior quitoles el Apóstol a los fieles el estorbo contrario al Sacramento de la Eucaristia, conviene a saber, la participación en la mesa de los ídolos; en este capitulo les da instrucciones acerca del Sacramento mismo, primero en general, como amonestandolos, antes de embarcarse en el asunto mismo. Así que primero la admonición y en qué disposición se hallaban los Corintios respecto de ella. Acerca de lo primero es de considerar que el orden que piden las cosas es que en la escala de los seres los inferiores imiten a los superiores según su posibilidad. De ahí que también al agente natural, como a superior, se le asemeje el paciente. Pero el principio primordial de toda la procesión de cosas es el Hijo de Dios, según aquello de San Juan: "todas las cosas fueron hechas por El"; por cuya razón es el ejemplar primordial, que imitan todas las creaturas, como a perfecta y verdadera imagen del Padre, como se dice en Colosenses: "el cual es imagen del Dios invisible, engendrado antes que toda creatura, pues por El fueron creadas todas las cosas". Y si es ejemplar, lo es de modo especial de las gracias espirituales, que dan realce y esplendor a las creaturas espirituales, según lo del Salmo CIX: "en esplendor de santidad, antes del lucero, como al rocio, te engendré"; es a saber, porque fue engendrado, antes de toda creatura por la gracia esplendorosa, con los esplendores de todos los santos que tenía ejemplarmente en si. Y como este ejemplar de Dios primero estaba muy alejado de nosotros (Ecc!. 2), por eso quiso hacerse hombre para dar a los hombres un dechado que imitar. De ahí lo que dice San Agustín: que esta libre de aviesa y perversa condición el que pone su estudio y afición en los dichos y hechos de aquel hombre en quien se nos ofrece por dechado y modelo de vida el Hijo de Dios. Y así como el dechado de su divinidad los primeros que lo imitan son los angeles, y secundariamente las demás criaturas, como dice Dionisio; así el dechado de su humanidad proponeseles para que lo imiten, principalmente a los prelados de la 1glesia, como a superiores. De ahí que diga el Señor a los apostoles: "os he dado ejemplo, para que como Yo lo hice lo hagáis vosotros" (Jn 13). Pero en segundo lugar los prelados mismos que a ejemplo de Cristo han tomado el molde son propuestos por dechado de vida a los subditos, según aquello de Pedro: "siendo verdaderamente dechados de la grey" (1Pe 5 2Ts1Pe 3). Por eso señaladamente dice: os he dicho que no deis motivo de ofensa a nadie, lo cual podéis seguramente hacer si observáis lo que digo: "sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo". Y lo imitaba, primero en la devoción de la mente. "Vivo yo; mas ya no yo, sino que Cristo es el que vive en mi" (Ga 2).Segundo, en el desvelo solicito de mirar por los subditos. "Pues aun cuando yo haya de derramar mi sangre a manera de libación sobre el sacrificio y victima de vuestra fe, me gozo y me congratulo con todos vosotros" (Fil 2), así como Cristo se ofrecio a Si mismo por nosotros, como Tercero, en soportar la Pasión. "llevando siempre la mortificación de Jesús en nuestro cuerpo" (i1Co 4;Ga 6).Pero hay que notar que no dice simplemente: "sed mis imitadores, sino que añade: así como yo lo soy de Cristo"; porque los subditos no han de imitar en todo a sus prelados, sino solo en aquellas cosas en las que ellos imitan a Cristo, que es el dechado indeficiente de santidad.-"Yo, por mi parte, os alabo, hermanos". 1ndica la disposición en que se hallaban los Corintios respecto de la admonición antecedente. Acerca de lo cual es de considerar que los subditos siguen a sus prelados de dos maneras, en dichos y hechos. En hechos, cuando los subditos imitan los ejemplos de sus prelados (Stg. 5). En dichos, cuando obedecen sus ordenes (Pr 3); en lo cual flaqueaban los Corintios, mayormente en la multitud de la turba; por cuya razón, al dirigirse a ellos, les dice el Apóstol: "os alabo, hermanos; como si dijera: en lo que debiáis mostraros dignos de alabanza, mas no lo hacéis, de que en todas cosas os acordáis de mi", como si fueráis a imitar mis ejemplos; pues no es posible imitar los ejemplos de aquellos de quienes no nos acordamos. De ahí que diga en Hebreos: "acordaos de vuestros prelados, los cuales os han predicado la palabra de Dios, cuya fe habéis de imitar, considerando el fin dichoso de su vida" (He 13).Por lo que hace a los dichos añade: "y de que guardáis mis instrucciones, conforme os lo tengo enseñado"; como si dijera: guardáis en su observancia el mismo tenor que os señalé; lo cual dice porque se habían apartado de la observancia de sus ordenes (Jn XV). Mas, al parecer, este modo de hablar no se compadece con la verdad de la Sagrada Escritura, que no sufre ni pizca de falsedad, según aquello de los Proverbios: "justos son todos mis discursos; no hay en ellos cosa torcida ni perversa" (Pr 8,8). A esto se responde que la ironía es una de las figuras de dicción en las que, en lo concerniente a la verdad, no se atiende al sentido de las palabras, sino a la intención del que las profiere, y según se valga para expresarla, o de lo contrario de lo que ellas suenan, o de una semejanza o comparación, si es lo primero sera ironia, si lo segundo sera metafora.-"Mas quiero que sepais...". Se embarca en el tema que les va a tratar es a saber, el Sacramento de la Eucaristia; acerca del cual redarguye sus errores sobre el rito de este Sacramento, demuestra su dignidad, ensénales el rito conveniente. Tres son los errores que redarguye:1) Tocante al vestido de las mujeres, que acudian como no debian, esto es, con la cabeza descubierta, sin velo, a la celebración de los sagrados misterios;2) en lo concerniente a sus juntas o asambleas, porque al juntarse en la 1glesia había contiendas y parcialidades;3) cuanto al comer, que ya comidos acercabanse a comulgar.Antecedente a la admonición, cierta enseñanza pone delante, que al propio tiempo es introducción y del aviso da la razón. Fundase en triple comparación: de Dios al hombre, del hombre al hombre, de Dios a Cristo. De Dios al hombre, según aquello: dije que en mis preceptos me lleváis la contraria; mas para que veáis cuan sin razón lo hacéis, "quiero que sepais, como requisito indispensable (Is 5), que Cristo es la cabeza de todo hombre"; lo cual se dice por semejanza con la cabeza natural en la que hay 4 cosas que considerar:1*) la perfección, ya que teniendo los otros miembros solo un sentido, esto es, el tacto, la cabeza los tiene todos. Por modo semejante, en los otros hombres, en cada uno solo una gracia (1Co 12); mas todas ellas, el mar de gracias, en Cristo hombre; pues Dios no le ha dado su Espíritu con medida (Jn 3,34).2- el lugar mas alto; porque, así como en el hombre la cabeza esta sobre todos los miembros, así también Cristo no solo esta por encima de todos los hombres, sino de todos los angeles (Ep 1).3*) el influjo; porque, así como de la cabeza se deriva en todos los miembros, en cierto modo, el sentido y el movimiento; así, de la cabeza Cristo el sentido espiritual y el movimiento en los demás miembros de la 1glesia, según aquello: "de la cual todo el cuerpo, alimentado y organizado por medio de los nervios y junturas, va creciendo con el aumento que es de Dios" (Col 2,19).4- la conformidad de ella para con los otros miembros, según lo pide la naturaleza; y del mismo modo entre Cristo y los otros hombres (Fil 2).En la segunda comparación, de hombre a hombre, según el texto: "el hombre es cabeza de la mujer", cuanto a las 4 prerrogativas:a) el varón es mas perfecto que la mujer, en alma y cuerpo; ya que en el cuerpo -dice Aristoteles- la hembra es un varón por ocasión; y en cuanto al alma es de mas vigor el de quien dice el Eclesiastés: "de entre mil hombres he hallado uno, mas de mujeres ninguna hallé" (7,29).b) el varón por naturaleza aventajase a la mujer (Ep 5).c) influye, gobernandola, en la mujer (Gn 3).d) macho y hembra en naturaleza conformes son (Gn 2).En la tercera comparación, de Dios a Cristo, según el texto: "Dios es cabeza de Cristo", hay que advertir que este nombre, Cristo, se refiere a la persona predicada por razón de la naturaleza humana; y así, el nombre Dios no se refiere solo a la persona del Padre, sino a toda la Trinidad, de la cual, como de mas perfecta, derivanse en la naturaleza de Cristo todos los bienes, y a la cual queda sujeta la humanidad de Cristo.Puede entenderse también de modo que este nombre Cristo suponga la antedicha persona por razón de la naturaleza divina; y así el nombre Dios se referira solo a la persona del Padre, por la cual se llama cabeza del Hijo, no ciertamente por mayor perfección, o por alguna suposición, mas solo cuanto al origen y según la conformidad de la naturaleza, conforme al Salmo 2: "el Señor me dijo: Tu eres mi Hijo, hoy te he engendrado".Pueden también tomarse estas cosas en sentido mistico, según que en el alma hay una especie de matrimonio espiritual, en que la sensualidad se compara a la hembra, y al varón la razón, por la que ha de gobernarse la sensualidad; de ahí que se llame su cabeza. A no ser que digamos que a la mujer se compara la razón inferior, que no entiende sino en cosas temporales; y al varón la superior, que se dedica a la contemplación de las cosas eternas, y se llama cabeza de la inferior; porque las cosas temporales han de disponerse a tenor de las razónes eternas, según el Éxodo: "mira bien y hazlo según el diseno que se te ha propuesto en el monte" (25,40). Y llamase Cristo cabeza del varón, porque sola la razón según su parte superior mantiénese a Dios unida.

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter XI.

1 He reprooueth them, because in holy assemblies, 4 their men prayed with their heads couered, and 6 women with their heads vncouered, 17 and because generally their meetings were not for the better but for the worse, as 21 namely in profaning with their owne feasts the Lords Supper. 25 Lastly, he calleth them to the first institution thereof.
1 Be yee followers of mee, euen as I also am of Christ.
2 Now I prayse you, brethren, that you remember me in all things, and keepe the [ Or, traditions.] ordinances, as I deliuered them to you.
3 But I would haue you knowe, that the head of euery man is Christ: and the head of the woman is the man, and the head of Christ is God.
4 Euery man praying or prophecying, hauing his head couered, dishonoureth his head.
5 But euery woman that prayeth or prophesieth with her head vncouered, dishonoureth her head: for that is euen all one as if she were shauen.
6 For if the woman be not couered, let her also bee shorne: but if it bee a shame for a woman to be shorne or shauen, let her be couered.
7 For a man in deede ought not to couer his head, forasmuch as hee is the

[Christs Supper.]

image and glory of God: but the woman is the glory of the man.
8 For the man is not of the woman: but the woman of the man.
9 Neither was the man created for the woman: but the woman for the man.
10 For this cause ought the woman to haue power [ That is, a couering, in signe that she is vnder the power of her husband.] on her head, because of the Angels.
11 Neuerthelesse, neither is the man without the woman, neither the woman without the man in the Lord.
12 For as the woman is of the man: euen so is the man also by the woman; but all things of God.
13 Iudge in your selues, is it comely that a woman pray vnto God vncouered?
14 Doeth not euen nature it selfe teach you, that if a man haue long haire, it is a shame vnto him?
15 But if a woman haue long haire, it is a glory to her: for her haire is giuen her for a [ Or, vaile.] couering.
16 But if any man seeme to be contentious, we haue no such custome, neither the Churches of God.
17 Now in this that I declare vnto you, I praise you not, that you come together not for the better, but for the worse.
18 For first of all when yee come together in the Church, I heare that there be [ Or, schismes.] diuisions among you, and I partly beleeue it.
19 For there must bee also [ Or, sects.] heresies among you, that they which are approued may be made manifest among you.
20 When yee come together therefore into one place, this is [ Or, ye cannot eate.] not to eate the Lords Supper.
21 For in eating, euery one taketh before other, his owne supper: and one is hungry, and an other is drunken.
22 What, haue ye not houses to eate and to drinke in? Or despise yee the Church of God, and shame [ Or, them that are poore.] them that haue not? What shall I say to you? shall I praise you in this? I prayse you not.
23 For I haue receiued of the Lord that which also I deliuered vnto you, that the Lord Iesus, the same night in which he was betrayed, tooke bread:
24 [ Mat_26:16 Mar_14:22 ; Luk_22:19 .] And when he had giuen thanks, he brake it, and sayd, Take, eate, this is my body, which is broken for you: this doe [ Or, for a remebrance.] in remembrance of mee.

[Spirituall gifts.]

25 After the same manner also hee tooke the cup when he had supped, saying, This cup is the new Testament in my blood: this do ye, as oft as ye drinke it, in remembrance of me.
26 For as often as ye eate this bread, and drinke this cup, [ Or, shew yee.] yee doe shew the Lords death till he come.
27 Wherefore, whosoeuer shall eate this bread, and drinke this cup of the Lord vnworthily, shall be guilty of the body and blood of the Lord.
28 But let a man examine himselfe, and so let him eate of that bread, and drinke of that cup.
29 For hee that eateth and drinketh vnworthily, eateth and drinketh [ Or, iudgement.] damnation to himselfe, not discerning the Lords body.
30 For this cause many are weake and sickly among you, and many sleepe.
31 For if we would iudge our selues, we should not be iudged.
32 But when we are iudged, we are chastened of the Lord, that wee should not be condemned with the world.
33 Wherefore my brethren, when ye come together to eate, tary one for another.
34 And if any man hunger, let him eate at home, that ye come not together vnto [ Or iudgement.] condemnation. And the rest wil I set in order, when I come.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



Sobre cubrirse la cabeza durante la adoración

2 Pablo elogia a la congregación por observar las tradiciones que les había transmitido en días pasados. Es interesante que los temas que surgen son aquellos que Pablo no había tratado mientras estaba allí. No es una reflexión sobre que él haya sido competente o no, sino más bien sobre los cambios que se habían producido luego de que él partiera de Corinto. Lo que Pablo decreta es parte de la tradición apostólica que es obligatoria para la congregación (v. 16). 3 El desea que los corintios comprendan que Cristo es la cabeza de todo hombre (más probable esposo) y que el esposo es la cabeza de la mujer (más probable esposa, dada la ambigüedad de estas palabras en gr.). Era la costumbre pagana de los sacerdotes de un culto, que habían salido de la elite de la sociedad, distinguirse de los demás adoradores orando y presentando sacrificios con sus cabezas cubiertas. ¿Sería que algunos de entre la minoría de los cristianos que pertenecían a la casta social privilegiada deseaban atraer la atención hacia su posición orando y profetizando con la cabeza cubierta? El que lo hace afrenta su cabeza, es decir, a Cristo, que es su cabeza (cf. v. 3). Esta afrenta consistiría en el atraer la atención hacia su posición secular, cuando Cristo es aquel a quien tiene que dirigirse toda la atención cuando uno ora.

5 Toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta afrenta su cabeza, es decir, a su esposo. Es como si se hubiera rapado. La ley romana que se aplicaba en la colonia de Corinto establecía que la mujer que afrenta a su esposo, cometiendo adulterio, debe raparse la cabeza. 6 Si una esposa no se cubre la cabeza es considerada, por implicación, como alguien que se niega a reconocer su relación con su esposo, es decir, su estado civil. Que la esposa no se cubriera la cabeza en público era una ofensa. 7 El hombre está exento de cubrirse la cabeza, dado que él es la imagen y la gloria de Dios (Gén. 1:27a). La esposa es gloria de su esposo (Prov 12:4).8 Este fue el orden en que el hombre y la mujer fueron creados, según Gén. 9 En Gén. 2:20b-23, la esposa fue creada para el esposo, y no el esposo para la esposa. 10 Por esta razón, y también por causa de los ángeles (cf. Mat. 18:10), la esposa debe tener esta señal de autoridad sobre su cabeza. 11 En el Señor, Pablo enseña el carácter mutuo de la pertenencia, como en 7:4. 12 Explica esto en términos de que la mujer viene del hombre, y el hombre de la mujer. Pero Pablo afirma que todo proviene de Dios. 13 Como en 10:15, convoca a la congregación para que juzguen por sí mismos. ¿Es apropiado [en este caso] que la mujer ore a Dios con la cabeza descubierta? 14 En el siglo I se creía que la naturaleza determinaba los temas culturales. Sin duda, Pablo también argumenta esto sobre la enseñanza del AT, en la que se insistía sobre la polaridad de los sexos. Un hombre con el cabello largo era una ofensa. Algunas veces se ha argumentado que hay estatuas de hombres de la antigüedad con el cabello largo, pero así se representaba a los dioses, no a los hombres. 15 El cabello largo en la mujer era considerado como su gloria, y los autores antiguos mencionan la atención que se prestaba al cabello de la mujer como su preciada gloria. 16 Pablo concluye diciendo que si alguno desea contender con esta tradición apostólica debe tener en cuenta que ni Pablo ni las iglesias de Dios siguen otra práctica.

Nota. Debe recordarse que un problema en particular era que la reunión cristiana, la eklesia, tenía su contrapartida secular en el organismo que gobernaba la ciudad. Esa reunión se realizaba normalmente en un teatro. ¿Qué sucedería cuando una reunión cristiana, eklesia, se realizaba en una casa particular, donde la autoridad era una mujer, y en la que ella no se cubría la cabeza? Aunque este es un punto de controversia entre los comentadores, el tema parece no ser respecto de hombres y mujeres en sí, sino respecto de esposo y esposa; esta es una traducción legítima de ambos términos. También ayuda a entender la declaración sobre quién es cabeza (cf. Ef. 5:22-33, donde se utilizan las mismas palabras). Debe destacarse, además, que no sólo los hombres oraban y profetizaban en la iglesia apostólica; las mujeres tenían una función legítima en la adoración. Si se desea más información sobre la profecía en la iglesia, ver el comentario sobre 14:1-25.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

El velo de las mujeres. He aquí un problema que nos resulta culturalmente lejano. En la antigüedad, tanto entre los judíos como en el mundo griego, la mujer llevaba pañuelo en la cabeza como signo de pudor. Según Núm_5:18, se priva de dicho pañuelo a la mujer sospechosa de adulterio. ¿Por qué algunas mujeres cristianas de Corinto tomaron la iniciativa de quitarse el velo en las reuniones y asambleas religiosas? Con toda probabilidad fue la nueva libertad de que estaban gozando en las comunidades cristianas de entonces y que el mismo Pablo favorecía y animaba lo que llevó a aquellas mujeres a efectuar este gesto de desafío a las costumbres establecidas. De hecho, las mujeres de las comunidades de Pablo tenían mucha más libertad y protagonismo que nuestras mujeres en las asambleas cristianas de hoy. Dirigían la oración, predicaban, profetizaban y enseñaban. Eran líderes reconocidas y respetadas. Algo totalmente nuevo e inaudito para las costumbres de entonces, incluso para nuestros días. Las cartas del Apóstol están salpicadas de nombres de mujeres líderes y colaboradoras de primera línea en su apostolado.
¿Quisieron expresar, quitándose el velo, su igualdad con los hombres que dirigían la oración y profetizaban a cabeza descubierta? ¿Fueron, quizás, demasiado lejos provocando así la reacción de los elementos conservadores de la comunidad? Así pensaba Pablo y por tanto critica el gesto. Otra cosa son los argumentos de antropología (14) y de Escritura que invoca el Apóstol para reforzar su rechazo, apuntando a la dependencia de la mujer con respecto al hombre y por tanto a cierta inferioridad del sexo femenino. Aquí Pablo se muestra como lo que era: un hombre de su tiempo, influido por corrientes machistas de interpretación bíblica, muy en boga en ámbitos judíos de entonces y que hoy ciertamente están fuera de lugar. Lo curioso es que «el Pablo cristiano» no parece estar muy convencido de sus propios argumentos, por eso echa marcha atrás en mitad de su reflexión: «Si bien, para el Señor, no hay mujer sin varón ni varón sin mujer» (11) y que, al fin y al cabo, «si la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer y ambos proceden de Dios» (12). Queden, pues, estas opiniones del Apóstol con respecto a la mujer como testimonio de la tensión entre la cultura tradicional y la novedad evangélica en que se debatía la Iglesia primitiva, sin excluir al mismo Apóstol. Una tensión que sigue hoy día y que seguirá hasta que la completa igualdad de derechos y oportunidades del hombre y la mujer sea una realidad no sólo en la sociedad, sino también en la Iglesia.

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



2. Las "tradiciones" son la enseñanza y la fe que los corintios recibieron al convertirse. Ver 15. 1-8; 2Te_2:15.

10. Se trata de los "ángeles" que, según las ideas judías, presidían la asamblea cultual.

13-16. El mismo Apóstol percibe la debilidad de su argumentación y concluye la discusión autoritariamente, apelando a la práctica de las Iglesias de Judea.

23-25. Ver Exo_24:4-8; Mat_26:26-29; Mar_14:22-25; Luc_22:14-20; 1Co_10:16-17. Este es el testimonio más antiguo referente a la Cena del Señor.

34. No se ve claro si el Apóstol corrige los abusos de los corintios, o bien, reprueba la misma comida que precedía a la celebración de la Eucaristía.

Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)



Al prescribir San Pablo que las mujeres asistan a las reuniones litúrgicas con velo en la cabeza, razona su prescripción de esta manera: por una parte, la mujer, sometida al varón por ordenación divina, debe mostrar siempre esta sumisión; por otra parte, el cubrir la cabeza con velo era considerado como señal de la potestad del varón sobre la mujer, tanto que el velo mismo recibió el nombre de «potestad». A esta razón fundamental añade otras dos:
1) el respeto debido a los ángeles, celadores de la subordinación jerárquica establecida por Dios entre el varón y la mujer;
2) el hecho mismo que la naturaleza ha poblado la cabeza de la mujer con más abundante cabellera; a lo cual agrega el motivo estético-moral: que la larga cabellera al varón le afemina; a la mujer, en cambio, la hermosea y ennoblece.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

San Pablo, que en otros lugares subrayó la esencial igualdad en Cristo de varón y mujer -«ya no hay diferencia entre judío y griego, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer, porque todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús» (Ga 3,28)- trata ahora de la cuestión del velo de la mujer en las reuniones litúrgicas. Era un problema no relevante, pero objeto de discusión entre los corintios (v. 16). El Apóstol contesta según las costumbres judías de su tiempo, conforme a las «tradiciones» (v. 2) que les había transmitido. Es posible que vislumbrara bajo el problema del velo cuestiones más profundas que el simple atuendo. En cualquier caso, la conducta externa es manifestación de las disposiciones interiores.


Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] 1Ts_2:13+; 1Ts_4:1-2; 2Ts_2:15; 1Co_15:1-3

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] 1Ts_2:13+; 1Ts_4:1-2; 2Ts_2:15; 1Co_15:1-3

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*11:2-34 La alabanza a los corintios abre otra sección de la carta, que aborda sucesivamente dos problemas surgidos en el marco de las asambleas comunitarias: el velo de las mujeres (1Co 11:2-16) y la insolidaridad entre los que participaban en la Eucaristía (1Co 11:17-34).

Torres Amat (1825)



[3] En cuanto a la naturaleza humana.

[5] Hech 21, 9.

[9] Gen 2, 23.

[10] Que asisten al sacrificio.

[16] De que las mujeres asistan descubiertas al templo.

[20] La memoria del convite eucarístico, que celebró con los apóstoles la víspera de su pasión.

[28] Hallando pura su conciencia.

[30] Castigo por recibir sin dignidad el cuerpo del Señor.

[34] No le basta la cena frugal que hacen los demás, o no puede por motivo justo esperar tanto.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 11.2 Cf. 1 Co 11.23; 15.1-3; 2 Ts 2.15; 3.6.

[2] 11.7 Cf. Gn 1.26-27.

[3] 11.8-9 Gn 2.18-23.

[4] 11.20-22 Los cristianos se reunían en un "ágape" o cena común, y como parte de ella celebraban la Cena del Señor o Eucaristía.

[5] 11.25 Ex 24.6-8; Jer 31.31-34.

Greek Bible (Septuagint Alt. Versions + SBLGNT Apparatus)

ὑμᾶς WH Treg NA28 ] + ἀδελφοί RP

Biblia Textual IV (Sociedad Bíblica Iberoamericana, 1999)

os alabo... M↓ añaden hermanos.

Nueva Versión Internacional (SBI, 1999)

[a] enseñanzas. Alt. tradiciones.

Biblia Latinoamericana (San Pablo, 1995)



[=] *2Tes 2:15