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no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. (I Corintios 13, 6) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 13

2. EL MAYOR DE LOS DONES: EL AMOR (1Co/13/01-13).

El capítulo que ahora reclama nuestra atención ha recibido desde hace mucho tiempo su nombre propio: el himno al amor. Estos 13 versículos resisten la comparación con las más bellas piezas de la literatura universal, aunque su autor no se haya cuidado de este aspecto. Tal afirmación, justificada ya por la forma externa del pasaje, se refuerza si tenemos en cuenta lo acabado del tema, cerrado en sí mismo, independiente y propio. Pero sería erróneo pensar que ya por eso podría ponerse en duda su pertenencia a este contexto. Aunque la visión del amor ha elevado al Apóstol a altas cimas al dictar este pasaje de su carta, y su lenguaje ha cobrado vivo impulso bajo tal influencia, no ha perdido de vista ni en una sola línea su motivo y su finalidad de ofrecer a los corintios una auténtica escala de valores. Parece hablar desde una perspectiva personal: si yo...; parece hablar, asimismo, del amor en sí: el amor... Pero cada una de estas afirmaciones se endereza a un punto débil o vulnerable de sus destinatarios.

El tema del amor ha tenido cierta preparación previa. Ya una vez fue iluminado como por un relámpago al contraponerlo al «conocimiento». Frente a él, la gnosis -apreciada sobre todas las cosas por los corintios- aparecía como algo pequeño y sin contenido. Aquí se repetirá la idea en un marco más extenso.

Antes de pasar al análisis concreto, parece útil una introducción. Las obras artísticas merecen que aquel que quiera comprenderlas en su justo valor, se preocupe previamente por adquirir el conocimiento de sus líneas esenciales. Y así, comenzaremos por preguntarnos: ¿Qué amor se ensalza aquí? ¿Puede aceptarse que todo el mundo le conoce? ¿No es acaso el amor algo sobre lo que pueden darse las más diversas concepciones?

AGAPE/QUE-ES: Pablo ha utilizado la palabra ágape. De entre las palabras existentes en el griego de aquella época para expresar este concepto, era la más desusada de todas ellas (a diferencia, por ejemplo, de eros y philia). Así, pudo ser más fácilmente acuñada y configurada por la revelación cristiana. Si agrupamos las afirmaciones más importantes del Nuevo Testamento sobre la ágape, obtenemos esta imagen de conjunto: ágape es, en primer lugar, el comportamiento de Dios que se da libremente al hombre. Este amor se ha revelado al enviarnos Dios a su Hijo y al Espíritu. De este modo se ha hecho visible en Jesucristo y se nos ha participado por el Espíritu Santo. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos dio», dice la sentencia central sobre el amor (/Rm/05/05). El hombre no es, pues, sólo un receptor, un objeto del amor de Dios; es, además, capaz de amar. Que pueda serlo, no es, evidentemente, algo derivado de su naturaleza, sino que es don de la gracia. Pero gracia no significa que el hombre no pueda hacer nada en este ámbito. Existen ciertamente algunas clases de gracias que no se encuentran en la esfera de todos y de cada uno -y en este mismo contexto del capítulo 13 deberemos abordar este tema-, pero en el amor se trata de una gracia que, en esencia, forma parte del ser cristiano, de una virtud o gracia en la que, por otra parte, el hombre mismo puede cooperar en algo, y aun en mucho. Por todo esto, se le introduce aquí en calidad de «camino».

Es a todas luces evidente que el capítulo se agrupa en torno a tres ideas principales. Se trata de un solo himno. Pero, aun dentro de su unidad hímnica se puede dividir muy bien en tres estrofas, cuyo contenido es: a) sin amor hasta lo mejor es nada; b) el amor produce todos los bienes; c) el amor es ya ahora lo que será eternamente.

a) Sin amor, hasta lo mejor es nada (13,1-3).

1 Si hablo las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, soy como bronce que suena o como címbalo que retiñe. 2 Y si doy en limosnas todo lo que tengo, y entrego mi cuerpo a las llamas, pero no tenga amor, de nada me sirve. 3 Y si tengo el don de profecía, y conozco todos los misterios y todo el saber y si tengo tanta fe como para mover montañas, pero no tengo amor, nada soy.

El armazón formal de la primera estrofa viene constituido por tres frases condicionales. No son oraciones en modo irreal, introducidas por mero capricho. Pablo tiene muchos de los dones que enumera aquí. Y, ciertamente, los supera. Pero quiere llegar hasta el caso máximo, porque también entonces sigue siendo verdad lo que intenta decir en estas estrofas, ya que de este modo se comprobará con mayor fuerza que todo esto, comparado con el amor, no es nada. Todos los dones y maravillas mencionadas son grandes, pero tienen que doblegarse ante el amor. Observemos cuán importante es el hecho de que Pablo haya mantenido las tres frases en primera persona. Sólo así puede llegar a la formulación radical: nada soy. Esta formulación en primera persona está llena de tacto, en orden a ayudar a los demás a corregirse por sí mismos, en vez de decirles a la cara, áspera y crudamente: A vuestros grandes carismas no les doy yo la menor importancia, mientras os falte el amor. El hecho de comenzar por el don de lenguas obedece, por supuesto, a que justamente este don era tenido en sumo aprecio entre los corintios.

Cuando alguien está lleno de Dios y arrebatado por el Espíritu, se le puede y acaso se le debe desbordar no sólo el corazón, sino los labios. Aquellos de quienes el Espíritu se había posesionado buscaban decir lo inefable, o intentaban expresarlo con cánticos, se esforzaban por sacar de la palabra y de la inspiración lo máximo que el lenguaje podía dar de sí. Pero puede muy bien ocurrir que quien habla con tal ímpetu y arrebato, se esté expresando en realidad a sí mismo. Al poner en juego toda su persona, podría ser que intentara más complacerse a sí mismo que servir de provecho a los demás. Los testigos de procesos extáticos podrían sentirse movidos, bajo falsas maneras, a la curiosidad o a la envidia. En puridad, pues, y visto desde Dios, el don de lenguas puede, ser muy bien, algo vacío y sin contenido. Acaso Pablo haya sido impulsado a la drástica comparación «bronce que suena, címbalo que retiñe» debido al uso que en los cultos paganos se hacía de tales instrumentos, sobre todo porque en Corinto debió existir una floreciente industria de fabricación de los mismos.

En lo esencial, puede aplicarse a los demás carismas, que Pablo estima de suyo más que el don de lenguas, lo que aquí se dice de este último. La «profecía» no es tan sólo predicción del futuro, sino también, en cuanto palabra procedente de una inspiración, manifestación de las cosas ocultas del corazón, para despertar de un letargo o para consolar.

En el conocer «todos los misterios de Dios» no se piensa tanto en el contenido de una nueva revelación, cuanto en la intelección de sus interconexiones. A esta misma intelección se consagra la teología auténtica, que no aplica únicamente métodos históricos a la Sagrada Escritura, sino que descubre y rastrea «lo que Dios ha querido decir en ella». A esto se podría aplicar el nombre de conocimiento de fe. A partir de aquí pasa el Apóstol a otro aspecto de la fe a la que, recurriendo a una sentencia de Jesús (Mat_17:20) califica como «capaz de mover montañas». Pues bien, incluso una fe así, acreditada con milagros, sin amor sería nada. Por muy asombrosa que pueda parecernos la idea de que alguien posea tal fe sin tener amor, el sermón de la montaña nos enseña que es posible expulsar demonios en nombre de Jesús, y pertenecer al número de los que no conocen al Señor (Mat_7:23).

Podría preguntarse ahora: allí donde se llevan a cabo las grandes obras del amor, no sólo grandes, sino realmente las más grandes de todas, ¿es necesaria la presencia del amor? Sí y no. Cierto, el amor lleva a estas obras, pero tales obras no son ya prueba infalible de un amor auténtico. Allí donde se dan estos hechos marcadamente heroicos del amor, es ciertamente difícil pensar al mismo tiempo en una ausencia de este amor. Se llega aquí, en consecuencia, a la cima crítica. Absolutamente hablando, podría aducirse como explicación que en estas obras, en las que el hombre parece y cree entregarse a los demás hombres, puede buscar su propia complacencia. Es estremecedor, pero posible: a través de las obras de la caridad puede el hombre sustraerse al amor.

b) El amor produce todos los bienes (Mat_13:4-7).

4 El amor es paciente, el amor es benigno; no tiene envidia; no presume ni se engríe; 5 no es indecoroso ni busca su interés; no se irrita ni lleva cuenta del mal; 6 no se alegra de la injusticia, sino que se goza con la verdad. 7 Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

¿Qué es, pues, el amor del que tan grandes cosas se dicen? A esta pregunta responde la segunda estrofa. Pero ¿qué respuesta da? Aquel que viene de las altas cimas de la primera estrofa, puede sentirse decepcionado por lo que se le dice en la segunda. No hay ya aquí nada de aquel gran aliento de las frases. Las expresiones se suceden simples, sin arte, enumerando quince características del amor. Pero existe una razón para que así sea, y quien llegue a percibirla, mudará su desilusión en ganancia y consuelo. El amor es... ¿Cómo ha llegado a saberlo el Apóstol? ¿Se ha limitado a reunir una serie de rasgos ideales? De ningún modo. Tiene ante los ojos un ejemplo del que ir copiando las líneas. Más exactamente, los ejemplos son dos, uno positivo y otro negativo. El positivo es la naturaleza de Jesucristo, en la que el amor de Dios se ha revelado al modo humano. El ejemplo negativo es el comportamiento de la comunidad corintia. Trazo a trazo pueden comprenderse, a partir de estos dos ejemplos, los rasgos concretos que siguen sobre el amor.

No queremos comentar las palabras una por una, sino más bien ofrecer algunas grandes perspectivas que nos permitan una visión sintética y en profundidad. La primera puntualización es que aquí se habla de cosas cotidianas, y concretamente tales que preservan de toda ilusión, para que nadie piense que, en poseyendo el amor, pudiera prescindir ya de estos hechos elementales y sencillos. Aquí no se hace nada con impetuosos sentimientos; hay que mantenerse firme, con sereno valor, para, por ejemplo, ser paciente, generoso y bueno, para no dejarse llevar por la amargura, para no sacar una y otra vez a la superficie el mal que se nos ha hecho y dárselo a entender a los demás, con palabras claras o con rostro resignado.

Considerando detenidamente los rasgos trazados se advierte pronto que aquí se trata, en realidad, de exigencias heroicas. Hemos dicho exigencias, pero debemos rectificar: porque estos módulos de conducta no aparecen como exigencias, sino que se dice simplemente: el amor hace esto y es así. Y si tienes un gran amor, no es gran cosa lo que haces. Tú mismo no le darás mucha importancia, ni ante los demás ni ante ti mismo. Que aquí, a lo largo de todo este comportamiento, se describe una conducta totalmente desacostumbrada, se confirma especialmente si observamos que una gran parte de estas descripciones aparecen en forma negativa: se dice por ocho veces lo que el amor no hace. Y esto responde al hecho de que las afirmaciones positivas describen simplemente lo que el hombre es desde su naturaleza, es decir, describen la conducta normal de los hombres. Para no comportarse así es menester una fuerza superior que le permita, por así decirlo, nadar contra corriente. A través de todo esto se percibe transparentemente lo que el Apóstol ve en los corintios...

De un estilo absolutamente diferente son las cuatro últimas afirmaciones. Afortunadamente ya no bastan las sentencias negativas para hablar del amor. Ahora se le presenta como la realidad más positiva que pueda darse, en todos los aspectos. El amor llena todas las posibilidades y todos los espacios del bien. Cuatro veces se repite el triunfal «todo». Si lo que aquí se dice no fuera amor, sería osadía interior o exagerada pretensión exterior. Sólo el amor puede alcanzar hasta las consecuencias que se desprenden de estas afirmaciones, de tal modo que ni siquiera se agota al conseguir que todo hombre sea lo que debería ser. El «todo» aquí afirmado por el Apóstol está tan sin defensa como aquel otro «hacerse todo para todos». Este «todo» necesita una interpretación benévola. Se dan, naturalmente, casos en los que el amor auténtico debe poner algo al descubierto, en los que el gran amor consiste precisamente en mantenerse firme y sin amargura en una justa norma. Es siempre inseparable de la verdad. Ama la paz, pero no a cualquier precio, porque esto iría en contra de la verdad. Dado que siempre espera, incluso cuando ha recibido ya múltiples desengaños, no puede ser nunca arrastrado, ni siquiera expuesto, a lo malo. Y todos nosotros estamos llamados a esto. Tampoco en este caso debemos olvidar que el Apóstol no habla en primera línea de nuestro amor, sino del amor en sí, que es precisamente el amor de Dios, y el nuestro en la medida en que el amor de Dios ha cobrado fuerza en nosotros.

En este contexto podríamos acaso abordar brevemente también el problema, para algunos indispensable, de qué género de amor es el que se celebra en este himno, si el amor a Dios o el amor al prójimo. A esto debe responderse que, en último término, aquí no se quiere distinguir porque, en realidad, no se puede. Ambos son, en definitiva, el mismo y único amor, aunque algunos rasgos concretos parezcan poderse aplicar sólo a Dios o sólo al prójimo.

c) El amor es ya ahora lo que será eternamente (Mat_13:8-13).

8 El amor nunca fenece. Si se trata del don de profecías, éstas acabarán; si de lenguas, cesaran; si de conocimiento, se acabará. 9 Porque imperfecto es nuestra saber e imperfecto nuestro don de profecía; 10 pero cuando venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará. 11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, sentía como niño, razonaba como niño. Cuando me hice hombre, acabé con las cosas de niño. 12 Porque ahora vemos, mediante un espejo, borrosamente; entonces, cara a cara. Ahora conozco imperfectamente; entonces conoceré cabalmente, con la perfección con que fui conocido. 13 Pero ahora quedan fe, esperanza, amor: estas tres virtudes. Y la mayor de ellas es el amor.

¿Qué otra cosa se puede decir del amor, después de haber dicho tantas y tan bellas? Lo hasta ahora expuesto podría formularse así: quien no tiene amor, no tiene nada; quien tiene amor, lo tiene todo. Pero este «todo» no se ha agotado todavía. Hasta aquí el amor ha sido descrito de una forma -no exclusiva, pero sí preponderantemente- vinculada al tiempo. La paciencia presupone que se está aún sometido a los vaivenes de la vida; el celo surge allí donde cabe el temor de perder total o parcialmente al amado. Allí donde el amor no lleva en cuenta el mal, es que el mal existe; sobrellevarlo todo con paciencia sólo es posible donde hay algo difícil que soportar. ¿Está, pues, el amor vinculado a la figura de este mundo? ¿Puede ejercitarse el amor, o puede al menos manifestarse en su total grandeza sólo sobre el telón de fondo de un mundo no salvado? Y entonces ¿dejará de existir cuando se complete la redención, cuando el mundo quede renovado?

A estas preguntas responde la tercera estrofa, y es una respuesta enorme, inmensa. Por su estructura, su ritmo y, en parte, también por las secciones comparativas a que vuelve a recurrirse, se parece a la primera estrofa, sólo que todo lo lleva más adelante. Sus seis versículos son tan extensos como las dos estrofas anteriores juntas. El arco se tensa ya desde la primera frase: «El amor nunca fenece», hasta la última: «Ahora quedan... el amor.» El amor es, pues, brevemente dicho, el contenido de la vida eterna. Quien tiene el amor, tiene la vida eterna. Más; aquel que tiene este amor, tan enraizado en el tiempo, tiene también aquello que permanece más allá de toda figura del tiempo, en radical diferencia con todos los dones y capacidades que parecen participar ahora de la vida divina y eterna. Pablo vuelve a referirse aquí de nuevo a aquellos carismas tan supervalorados por los corintios: todos ellos se quedarán en el camino. Son ciertamente manifestaciones del Espíritu, que es el principio del mundo futuro, pero manifestaciones dentro de las posibilidades de este mundo. No sólo el don de lenguas, sino todo lenguaje inspirado por el Espíritu es -de acuerdo con una expresión muy exacta- «imperfecto», «parcial». No es pequeño, ni en razón de su origen ni en razón de su importancia para nosotros; pero su razón de ser sólo dura hasta tanto no conozcamos, no contemplemos, no poseamos la totalidad. Lo imperfecto, lo parcial, lo incompleto, son adjetivos que califican nuestra existencia humana. El niño aprende las letras (o acaso figuras de palabras); aprende luego a juntarlas y puede así primero deletrear y luego leer de corrido. Ha logrado la meta. Pero ¿qué significa esto? La meta es siempre sólo un comienzo. Ahora puede leer libros, muchos libros. Y cuanto más ha leído un hombre, más claramente advierte que no puede leer todo cuanto merece la pena ser leído. Apenas puede llegar a informarse de la literatura de una lengua; no hablemos ya de todas las literaturas de todas las lenguas. Cuanto más instruido es, mejor sabe cuán poco sabe.

Pero, sin querer, nos hemos adelantado al Apóstol. Pablo utiliza ahora la imagen de la distinción entre la capacidad de conocimiento y comprensión de un niño y la de un hombre maduro. Todos sabemos que hemos de empezar como niños, pero nadie puede pretender mantenerse en este estadio. La infancia debe ser superada, debe ser desplazada por la madurez. ¿No querrá decir aquí el Apóstol a los corintios que su comportamiento y los valores sobre los que se basa su conducta llevan en sí algo de infantilidad, de inmadurez?

En el tránsito del niño al adulto todo cambia. Puede afirmarse esto; pero también debe añadirse que hay algo que siempre permanece. También el niño piensa, también el niño forma juicios y los expresa en su propio lenguaje. Algo parecido, pero más claro y asombroso, ocurre en el tránsito del estadio actual al estadio de plenitud; junto a lo que cambia, o mejor, en aquello mismo que cambia, hay algo permanente. Y así se dice: «Ahora vemos... pero entonces...» También la fe es ya, por tanto, visión, como lo es aquel otro conocimiento de Dios que llamamos natural, pues en las obras de Dios contemplamos, con la luz de la razón natural, algo de la divinidad (Rom_1:18-20). También esto es una manera de ver. Cierto, una manera imperfecta. Una manera que a veces da felicidad y otras, las más, tormento. Pues donde ayer pensaba haber visto los trazos de una guía sabia y buena, puedo verme mañana ante el muro infranqueable, que me hace sentir inseguridad frente al sentido de la naturaleza y de la historia.

Y ¿no ocurre algo parecido en la fe? A veces nos da luz y otras nos sentimos solos y abandonados ante el misterio acuciante, como frente a un paisaje misterioso, que aparece bajo la clara luz del sol ante nosotros, que podemos contemplar delante de nosotros y a nuestra espalda, pero que, un instante después, queda de tal modo sumergido en la niebla que ya el viajero ni siquiera sabe dónde está su frente y dónde su espalda. Pablo no considera aquí estas experiencias extremas, aunque de él procede la contraposición: «por fe caminamos, no por realidad vista» (2Co_5:7). Aquí dice sólo que vemos borrosamente, como a través de un espejo. Acudimos al espejo para ver aquello que no podemos contemplar directamente (contemplar su propio rostro es algo que no entra aquí en consideración). Recurrir al espejo -por muy artístico que éste sea- no pasará de ser un sustitutivo; sobre todo cuando los espejos no habían alcanzado la perfección técnica actual y había que contar, por consiguiente, con deformaciones y zonas deficientes. En tales casos, aquel que mira debe intentar reconstruir una imagen completa, pero la visión parece más un ejercicio adivinatorio. Carece de aquella evidencia que cierra la puerta a toda ulterior pregunta. En la traslación o transmisión de la imagen se pierden matices insustituibles, o que sólo con mucho esfuerzo se pueden recomponer.

«Cara a cara»: esto anhelamos los hombres entre nosotros y, sobre todo, esto anhelamos respecto de Dios. Aquella inmediatez que ya hemos podido experimentar entre los hombres y que ha podido darnos la felicidad, no la hemos podido experimentar aún en Dios; pero será posible experimentarla «entonces». Al llegar a este «entonces», Pablo permite incluso que el conocimiento aparezca bajo una forma gramatical activa por nuestra parte, cosa que había evitado en 8,3. De hecho, aquí se siente muy interesado por la reciprocidad del conocimiento mutuo de Dios y del hombre. Evidentemente, no pretende colocar a Dios y al hombre en la misma escala, pero es claro que conocer y ser conocido pueden mantener entre sí una honda y densa referencia, de tal suerte que se correspondan conocer y ser conocido, en la medida en que es humanamente posible.

El Apóstol hace que nuestros ojos, fijos en aquel «entonces», en aquel más allá, dirijan la mirada hacia el presente. Vuelve ahora su atención sobre la fe, la esperanza y el amor. Poseer estos tres dones es, en todo caso, más importante que poseer el don de lenguas, el de profecía o de profundo conocimiento. Los tres son, en razón de su esencia, algo más que cosas imperfectas. Tienen un acceso más directo a Dios, una participación inmediata en Dios. Son, con toda la simplicidad que a cada creyente compete, virtudes divinas, de tal modo referidas a Dios que el hombre sólo puede ejercitarlas con la ayuda de la gracia divina, o dicho de otra forma: de tal modo dadas por Dios que, mediante ellas, participa el creyente de la apertura de Dios.

¿A qué se debe que el Apóstol mencione aquí, tan sorprendentemente, «estas tres virtudes» juntas? Propiamente, habríamos esperado que se hablara sólo del amor. Toda la argumentación tendía a demostrar la grandeza del amor. La respuesta puede estar, en parte, en el mismo hecho de agrupar tan acentuadamente «estas tres». Ya de antes se conocían como vinculadas entre sí y se había llegado a acuñar una fórmula en este sentido. En su primera carta describe Pablo el estado de gracia de la comunidad de Tesalónica, al principio mismo de la carta, con estos tres nombres. Por lo demás, todavía no habían llegado a constituir una fórmula invariable. Se citan en distinto orden en algunos otros pasajes, por ejemplo: fe, amor, esperanza (1Th_1:3). El orden formulado en nuestro pasaje pasó a ser normativo para el futuro. Al final de la segunda estrofa se ha hecho luz sobre la relación existente entre estas tres virtudes: el amor cree, el amor espera. Abre la marcha la fe, en el sentido de que por la fe se abre el hombre a Dios y al don de Dios. Pero una vez que se ha introducido el amor, se convierte en madre de todas las virtudes, también de la fe. En último término, se apoyan unas en otras. Y, en este sentido, se puede decir que también la fe y la esperanza permanecen. No permanecen como fe y como esperanza. La fe, en efecto, será sustituida por la visión, y la esperanza por el cumplimiento. Pero, de alguna manera, la fe contempla ya lo que cree y la esperanza posee ya lo que espera, mientras que el conocimiento y el poder de milagros no permanecerán bajo ninguna modalidad. Y aunque la forma de la fe y de la esperanza se cambiarán, de tal modo que ya no se las llamará fe y esperanza, su sustancia permanece33.

La forma del amor, en cambio, no se mudará. El amor es tan realmente lo auténtico y definitivo que no necesita ser transformado en otra cosa. El amor es ya, simpliciter, lo perfecto. Lo es porque y en cuanto que es aquello que el Apóstol ha venido entendiendo a lo largo de todo el capítulo: la realización, dada por la gracia, del amor de Dios.

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33. La interpretación que aquí ofrecemos del versículo 13 no es la única posible; pero, después de mucho estudio, opino que es la exacta. Cualquier explicación que se intente debe poner en claro qué es lo que significan, en este contexto el «pero ahora» y el «quedan». ¿Encierra este «quedan» una significación de eternidad, de modo que el «pero ahora» deba tomarse en un sentido temporal, como si dijera: para el tiempo de ahora quedan estas tres? Pero en este caso, ¿en qué consiste la contraposición con los carismas, que han sido dados justamente para este tiempo y que «entonces», en el más allá, serán superfluos, por no decir imposibles? Parece, pues, mejor entender el «pero ahora» en un sentido lógico adversativo, para distinguirlos precisamente de los carismas, que no «quedan». Esto puede aplicarse sin dificultad al amor, que permanece. Pero ¿qué decir de la fe y de la esperanza? Es preciso adoptar una decisión, y, en mi opinión, debemos afirmar que también estas dos virtudes quedan. Permanecen, aunque no en todo el sentido, no en el sentido estricto que han recibido en la teología posterior. Pero sí quedan en un sentido bíblico, más pleno y original, que nuestra explicación condensa en una breve fórmula: permanecen en su substancia. Los partidarios de esta interpretación se encuentran principalmente entre los comentaristas franceses, no sólo católicos, como F.B. Allo (1934), sino también protestantes, como J. Héring (1949). La misma opinión sigue la acreditada Biblia de Jerusalén (1961). Recientemente ha prestado un gran peso a esta interpretación en Alemania Urs von Balthasar, al situar en sus grandes contextos historico-teológicos las posiciones más o menos conscientemente tomadas de antemano en esta cuestión: la creciente incidencia del concepto intelectual greco- escolástico de la fe por un lado y el bíblico y más genérico por otro. En nuestros días volvemos a reconquistar una visión más clara de este sentido bíblico. La terna de fe, esperanza y caridad es la explanación de una fundamental postura veterotestamentaria, en la que, en última instancia, los aspectos de la guarda de la alianza quedan indiferenciados y pueden recibir otros nombres, tales como «conocer», «fidelidad», claros conceptos que no deben entenderse desde la división griega de las virtudes, sino desde la realidad veterotestamentaria de la alianza, en la que estas actitudes se implican mutuamente. Si, pues, se refiere la fe al entendimiento y la esperanza a la voluntad, entonces ambas se quedan en el nivel de lo provisional. Es indudable que Pablo conoce también la modalidad terrena provisional de la fe, y sabe contraponerla a la contemplación, y la modalidad parecida en la esperanza, que contrapone a la posesión; pero lo entiende todo desde la antigua y fundamental concepción bíblica, desde la estructura dialógica, que no queda abolida, sino cumplida en la plenitud. URS VON BALTHASAR se apoya para su tesis en dos trabajos franceses, de los cuales uno es un pequeño estudio filológico y el otro demuestra que esta explicación se encuentra ya en los más antiguos intérpretes, hasta Ireneo y Orígenes (Sponsa Verbi, 1960, pp. 45-79).



Comentario de Santo Toms de Aquino


Lección 2: 1Co 13,4-6
Por la caridad muestra que en todas las obras liega a su plenitud la virtud.4. La caridad es sufrida, es dulce y bienhechora; la caridad no tiene envidia, no obra precipitada ni temerariamente, no se ensoberbece,5. no es ambiciosa, no busca sus intereses, no se irrita, no piensa mal,6. no se huelga de la injusticia; complacese, si, en la verdad;7. a todo se acomoda, cree todo el bien del prójimo, toda lo espera, y lo soporta todo.Luego de haber mostrado la necesidad tan precisa de la caridad, que sin ella no es suficiente para salvarse ningun don espiritual, demuestra ahora el Apóstol que es tan útil y eficaz virtud, que por ella las obras todas se lográn en su oficio; dos de las cuales, como norma general, antepone, y luego añade otras mas en especial que por la caridad se colman. Acerca de lo primero, puesto que toda virtud consiste en que, al obrar uno, en lo prospero y lo adverso, todo vaya nivelado con el fiel de la razón, dice: "la caridad es sufrida", esto es, hace que la adversidad se soporte con paciencia. En efecto, cuando alguien ama a otro, por su amor le tolera facilmente cualquier contrariedad. Y de manera semejante, quien ama a Dios, por su amor soporta cualquier adversidad. De donde lo del Cantar (8,7): "muchas aguas no pueden apagar el amor, ni los rios lo pueden anegar". La paciencia perfecciona la obra (Santiago 1,4)."Cuanto al obrar buenas obras, añade: "benigna es"; cual si dijera buena igneidad; porque, así como el fuego, ignis, al derretir una cosa, la hace fluida y licuable, lo propio de la caridad es hacer que el hombre no retenga para si solo sus bienes, sino los comparta con otros, según lo de los Proverbios: "derramense fuera tus fuentes, en las calles tus arroyos" (5,16); y esto hace la caridad. De ahí que diga San Juan: "quien tiene bienes de este mundo, y viendo a su hermano en necesidad, cierra las entranas para no apiadarse de él, ¿como es posible que resida en él la caridad de Dios?" (1Jn 3,17). Por lo cual exhorta en Efesios 4,32, a ser "unos con otros benignos y misericordiosos", ya que "el espi" ritu de la sabiduría es dulce y benigno" (Sg 1,6).Propone a continuación, al decir: "no tiene envidia", las obras de virtud que hace la caridad en especial; y puesto que la virtud estriba, como en dos polos, en mal no hacer y obrar el bien, según el Salmista: Huye del mal y haz el bien (36,27); e Is 1,16-17: cesad de obrar mal, aprended a hacer el bien, demuestra, en primer lugar, como hace la caridad que se evite todo mal y practique todo bien. Empero eficazmente solo al prójimo y a si puede hacer el hombre mal, no a Dios, según aquello de Job: "si pecares, ¿qué daño le haras?... A un hombre, semejante a ti, es a quien danara tu impiedad" (35,8). Así que muestra, primero, como por la caridad evitase lo que es malo contra el prójimo; en segundo lugar como se evitan los males por los que alguna persona se desordena en si misma.O afectivo o efectivo puede ser lo que es malo contra el prójimo, según que por el afecto, de manera principal, o si no por el efecto, se deje uno guiar, como cuando por la envidia se duele del bien ajeno, tristeza que en linea recta se opone a la caridad, que tiene la propiedad de que, como a si se ama, así el hombre ame a su prójimo (Lv 19). Por tanto, a la caridad le es aneja propiedad el gozarse en el bien ajeno, como en el propio se goza un hombre. De donde se sigue que no caben en un saco ia envidia y la caridad; que es lo que aquí dice: "la caridad no es celosa", esto es, no tiene envidia, pues hace guardarse de ella. De ahí lo del Salmo 36,1: "no envidies a los que obrán iniquidad", y lo de los Proverbios: "no envidie tu corazón a los pecadores" (23,17). Cuanto al efecto, añade: "no obra precipitada ni temerariamente", esto es, perversamente contra alguno; ya que ninguno obra injustamente contra aquel a quien ama como a sí mismo (Is 1,16).Los males, por los cuales uno se desordena en si mismo, y que hace evitar la caridad, los indica al decir: "la caridad no se hincha"; y primero, en orden a las pasiones; segundo, respecto de la elección.La pasión desordenada que excluye la caridad, la primera, es la soberbia, que es el apetito desordenado de la propia excelencia, y es cuando a uno no le basta mantenerse en aquel grado en que Dios lo ha puesto; por lo cual dice el Eclesiastico que "ahí donde el hombre cesa de ser obediente a Dios, ahí la soberbia empieza". Y apostatar acontece cuando el hombre se rehusa a estar sujeto a la regla de la ordenación divina, lo cual es contra la caridad, por la que Dios es amado por sobre todas las cosas. Hinchado vanamente de su prudencia carnal, no estando unido con la cabeza, etc. (Col 2,18-19). Con acierto se compara a la hinchazon la soberbia, pues no es maciza grandeza, sino solo de apariencia, la de aquello que esta hinchado. Ni mas ni menos créense grandes los soberbios, siendo así que de grandeza, la solida y verdadera -y ésta no puede existir sin la ordenación divina-, no les alcanza el caudal. De estos "hinchados de orgullo -dice la Sabiduría- Dios hara que, sin que osen abrir su boca, revienten por medio" (4,19).La hija primogénita de la soberbia es la ambición, por la que uno procura echarles el pie delante a los otros; por tanto, también la excluye la caridad que antes elige ser servidora del prójimo, según lo dice a los Salatas: "sed siervos unos de otros por la caridad o el amor espiritual" (5,13). Por eso añade: "no es ambiciosa", esto es, hace que el hombre evite la ambición: "no pidas al Señor ser guia de los demás, ni al rey puesto honorifico" (Si 7,4).La codicia es la segunda desordenada pasión que excluye la caridad, como lo demuestra, al decir: "no busca sus intereses", se entiende exclusivamente, esto es, no teniendo en cuenta el bien de los otros; porque el que los ama, como se ama a si mismo, tanta cuenta tiene del bien de los otros, como del suyo propio. De ahí loque dijo arriba: "no buscando ni útilidad particular, sino la de los demás, a fin de que se salven" (1Co 10,33); bien al contrario de lo que dijo en Filipenses 2,21: "todos a caza de sus intereses, no de los de Jesucristo". Puede también entenderse "no busca sus intereses" en el sentido de que no demanda lo que le ha sido robado, conviene a saber, en juicio, y armando escandalo; pues, mas que de su dinero, se preocupa de la salvación del prójimo, según lo de Filipenses: "no es que desee yo dadivas, sino lo que deseo es el provecho considerable, que resultara de ello a cuenta vuestra" (4,17). Y que haya así de entenderse quedo arriba declarado.La tercera pasión, cuyo desorden excluye la caridad, es la ira, como lo muestra diciendo: "no se irrita" y esto es, no se enciende en ira; porque la ira es un apetito desordenado de venganza, venganza que así tomada, o mas de lo razonable, se opone a la caridad, de la que es mas propio perdonar al ofensor, según lo de Col 3,13: "perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro". Y Santiago 1,20: La ira del hombre no se compadece con la justicia de Dios.Por la caridad también -y esto lo muestra al decir: "no piensa mal"- excluyese el desorden en la eLección que, como se dice en las Éticas, "es un apetito de lo preaconsejado". Porque entonces un hombre peca, no a impulso de la pasión, sino mas bien de elección, cuando por la razón aconsejado, su afecto se ve provocado al mal. Así que la caridad lo primero que excluye es la perversión del consejo; por lo cual dice: "no piensa mal", esto es, no da lugar a pensar de qué modo pueda alguno llevar a efecto lo malo. "¡Ay de vosotros, que no pensáis sino en cosas vanas, y maquináis allá en vuestros lechos perversos designios!" (Mi 2,1). Apartad de mis ojos la malignidad de vuestros pensamientos. (Is 1,16). O digamos: no piensa mal, porque no le permite al hombre que piense mal de su prójimo, por sospechas y juicios temerarios. ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? (Mt 9,4).Lo segundo que excluye la caridad -que por eso dice: "no se huelga de la injusticia"- es el afecto desordenado a lo malo; porque el que peca, de apasionado que esta, por cierto remordimiento y pesar comete el pecado; mas el que peca por elección, o a sabiendas de que peca, por el mismo caso gozase de que peca, según lo de los Proverbios: "se gozan en el mal que han hecho y hacen gala de su maldad" (II,14). Pero esto lo estorba la caridad, a quien, por ser el amor del sumo bien, le repugna todo pecado. O digamos: no se huelga de la injusticia, cometida por el prójimo, antes bien de ella se duele, por cuanto se opone a la salud de los prójimos, que es blanco de su deseo. Y no sea que cuando yo vaya me humille de nuevo Dios entre vosotros y tenga que llorar a muchos de los que antes pecaron (2Co 12,21).Lo dicho, cuanto a lo malo; cuanto a obrar también lo bueno, muestra como, al decir, por el contrario: "complacese, si... ", y primero, en orden al prójimo, de dos modos: 19 gozándose de sus bienes: "complacese, si, en la verdad", del prójimo: o en la vida, o en la doctrina, o en la justicia del prójimo, porque amale a él, como se ama a si mismo. Grande ha sido mi gozo con la venida de los hermanos y el testimonio que dan de tu piedad como que sigues el camino de la verdad (3 Juan 3); T soportando, cual conviene, sus achaques y flaquezas - "a todo hace buena cara", esto es, los defectos ajenos, o cualquiera adversidad, lleva con serenidad. Debemos soportar las flaquezas de los menos firmes (Rm 15,1). Comportad las cargas unos de otros, y con eso cumpliréis la ley de Cristo (Ga 6,2), esto es, la de la caridad.Lo segundo, en orden a Dios -"todo lo cree"-, lo cual acaece por medio, principalmente, de las virtudes que a Dios tienen por objeto, y son, demás de la caridad, las otras dos teologales, conviene a saber, la fe y la esperanza. De la fe dice: "todo lo cree", se entiende, lo que procede de Dios. Creyó Abraham, a Dios, y repútesele por justicia (Gen 15,6). Mas quien da crédito a cuanto la gente dice, según el Eclesiástico, "es de corazón liviano" (19,4). De la esperanza dice: "todo lo espera", esto es, lo que Dios promete: Los que teméis al Señor esperad en El (Si 2,9). Y porque, con la demora, no padezca menoscabo la esperanza, añade: "todo lo lleva en paciencia", espera pacientemente que, aunque diferido, Dios cumpla lo prometido, como lo dice Habacuc: "si tardare, espéralo" (Hab. 2,3). Cobre aliento tu corazón, y espera con paciencia al Señor (Sal 26,14).

Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



Himno a la caridad, 13:1-13.
1 Si hablando lenguas de hombres y de ángeles, no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalos que retiñe. 2 Y si teniendo el don de profecía, y conociendo los misterios todos, y toda la ciencia, y tanta fe que trasladase los montes, no tengo caridad, no soy nada. 3 Y si repartiere toda mi hacienda y entregare mi cuerpo al fuego; no teniendo caridad, nada me aprovecha. 4 La caridad es paciente, es benigna; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; 5 no es descortés, no es interesada, no se irrita, no toma en cuenta el mal; 6 no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; 7 todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. 8 La caridad no pasa jamás; las profecías tienen su fin, las lenguas cesarán, la ciencia se desvanecerá. 9 Al presente, nuestro conocimiento es imperfecto y lo mismo la profecía; 10 cuando llegue el fin desaparecerá eso que es imperfecto. n Cuando yo era niño hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; 12 cuando llegué a ser hombre dejé como inútiles las cosas de niño. Ahora vemos por un espejo de modo confuso; entonces veremos cara a cara. Al presente conozco sólo en parte; entonces conoceré como soy conocido. 13 Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza, la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad.

No exageramos al decir que es ésta una de las páginas más bellas de toda la Sagrada Escritura. No sólo por su contenido, sino incluso por su forma literaria, en estilo rápido y lleno de vida: un verdadero himno a la caridad. La caridad de que aquí habla el Apóstol, aunque parece mirar sobre todo al prójimo (cf. v.4-7), no es ese amor o simpatía que nace a veces espontáneamente en nosotros, buscando el bien de otros hombres, sino un amor que trasciende todo lo creado y se remonta hasta le Creador. Tiene su raíz en Dios, que fue quien nos amó primero (cf. Rom_5:5-8; Rom_8:32-39; 2Co_5:18-21; Efe_1:4-5; 24~7)> a cuyo amor trata de corresponder (cf. 1Jn_4:7-21). En ese arranque de amor a Dios, como no puede ser menos, van incluidos también todos los hombres a quienes El tanto ha amado, sin distinción de razas ni simpatías naturales, hasta el punto de que el amor a Dios y el amor al prójimo no son sino dos manifestaciones de una misma caridad. Por eso el Apóstol aquí, propiamente, no distingue y en la descripción de las cualidades de la caridad se fija en el amor al prójimo (v.4-7); pero luego, al final, une la caridad con la fe y la esperanza y dice que, al contrario que éstas, la caridad no pasará jamás, sino que se prolongará en un perpetuo abrazo de estrecha unión con Dios (v.8-13).
Tres partes podemos distinguir, bajo el aspecto doctrinal, en este elogio que aquí hace San Pablo de la caridad. Vamos a hacer un breve comentario a cada una de ellas 183.
Primeramente alude el Apóstol a la necesidad que tenemos de la caridad y a su absoluta superioridad sobre todos los carismas (v.1-3). En estilo difícilmente superable, cargado de lirismo, dice que ni el don de lenguas, ni el de profecía, ni los de sabiduría o ciencia, ni la fe que hace milagros, ni las obras de beneficencia con todos su heroísmos (cf. 12:8-10), nos aprovecharán nada si no tenemos caridad. Todos esos carismas pueden de suyo ser concedidos también a pecadores, y, por tanto, si están separados de la hermandad, de nada nos valdrán a nosotros en orden a conseguir la vida eterna. Es de notar la expresión lenguas de ángeles, especie de hipérbole para indicar que ningún don de lenguas, ni aun el más sublime y elevado que pudiéramos imaginar, vale nada sin la caridad 184. En cuanto a la expresión bronce que suena o címbalo que retiñe, es posible que el Apóstol piense en aquellos bronces e instrumentos sonoros de que se servían los adivinos y pitonisas en los templos idolátricos durante sus adivinaciones, en las que había mucho ruido, pero nada positivo. Lo que dice en el v.3 de repartir toda la hacienda y entregar al cuerpo al fuego, no teniendo caridad, resulta a primera vista un poco extraño, pues no se concibe el martirio sin caridad. Por eso muchos autores interpretan esto en sentido de hipótesis irreal, igual que en Gal_1:8-9, como diciendo: dado, y no concedido, que alguno, sin tener caridad, se hiciera quemar por la fe, este acto sumamente heroico de nada le valdría. Otros, sin embargo, creen que el Apóstol presenta el caso como una hipótesis posible. Los griegos, en efecto, conocían perfectamente el caso de ciertos faquires venidos de la India a los que llamaban gimnosofistas, que practicaban la autocremación 185.
Después de este canto a la necesidad de la caridad, viene la segunda parte del himno, en que se describen las propiedades o características de la caridad que constituyen su belleza moral (v. 4-7). El Apóstol indica quince de estas propiedades, distribuidas en la siguiente forma: dos de carácter general (v.4a), siete más particulares presentadas de modo negativo (v.4b-5), una antítesis relacionando la caridad con la justicia y la verdad (v.6), y cuatro también particulares presentadas de modo positivo (v.7). La mayoría de los términos con que designa esas propiedades son ya, de por sí, suficientemente claros; con todo, damos la lista completa, añadiendo entre paréntesis una breve explicación: paciente (en trabajos y contratiempos), benigna (atrayente por su suavidad, o también útil, pues la palabra griega ?????????? admite las dos interpretaciones), no envidiosa (ante el bien y triunfos del prójimo), no jactanciosa (evitando hablar y obrar arrogantemente), no se hincha (evitando incluso el pensar alto de sí mismo), no descortés (miramiento con el prójimo), no interesada (sin buscar la propia utilidad), no se irrita (si las cosas no salen a su gusto), no toma en cuenta el mal (lo contrario del espíritu de venganza), no se alegra de la injusticia (que otros cometan, aunque ello traiga alguna ventaja momentánea), se complace en la verdad (participa de la alegría que siente Dios y todos los hombres buenos cuando las cosas van por el recto camino), todo lo excusa (tapa cuanto puede de los defectos del prójimo), todo lo cree (tendencia a suponer en todos recta intención), todo lo espera (no desconfía de las cosas y de las promesas que se le hacen), todo lo tolera (si fallan esas esperanzas y surgen contratiempos, todo lo soporta pacientemente). En verdad, puede muy bien decirse que la caridad resume en sí todas las demás virtudes, que no son sino modalidades diversas de una misma caridad (cf. Rom_13:8-10; Gal_5:14.22).
Y viene la tercera parte del himno, la más solemne y emotiva. En ella canta el Apóstol la duración por siempre de la caridad: todo pasa, los carismas de profecía, lenguas, ciencia. pasarán; incluso la fe y la esperanza pasarán, pues ante la visión y posesión de Dios quedarán sin objeto; sólo la caridad permanecerá eternamente, gozándose de la unión directa y estrecha con el objeto amado (v.8-13). Para mejor aclarar la diferencia entre el estadio presente, en que necesitamos de los carismas y de la fe y la esperanza, y el estadio futuro, en que sólo quedará la caridad, San Pablo se vale de algunas comparaciones. Dice que al presente nuestro conocimiento de Dios es imperfecto., como niños., vemos por un espejo, de modo confuso (lit. en enigma)., sólo en parte.; mas después desaparecerá eso que es imperfecto., dejaremos el pensar y razonar como niños., veremos cara a cara., conoceremos como somos conocidos. En otros lugares habla también de este nuestro conocimiento actual de Dios a través de los atributos divinos reflejados en las criaturas (cf. Rom_1:19-20; Act 14^11^24-29). Dicho conocimiento es imperfecto, por deducción analógica; sólo en el cielo conoceremos con visión intuitiva y clara, sin necesidad de espejos intermediarios. Se ha disputado mucho sobre en qué sentido sea confuso el conocimiento por espejo, si éste refleja claramente el objeto. Desde luego, ver una persona y objeto en un espejo es siempre visión indirecta y parcial; pero, además, tengamos en cuenta que en los espejos antiguos, consistentes únicamente en una placa de metal pulimentado, la imagen había de resultar necesariamente borrosa. Incluso es posible piense en que el espejo da la vuelta a la imagen en torno a sí misma, de modo que la izquierda se convierte en derecha y la derecha en izquierda, con lo que nunca ofrece una copia idéntica, sino análoga a la realidad. Lo de que conoceremos como somos conocidos, alude a que conoceremos a Dios a la manera como somos conocidos por El, es decir, con conocimiento inmediato y directo, aunque no, de parte nuestra, comprehensivo.
En el v.13 vuelve a recalcar la idea del principio, o sea, la superioridad de la caridad. Esa mención conjunta de las tres virtudes teologales, que constituyen como el eje de toda la vida cristiana mientras nos hallemos de camino por este mundo, es frecuentísima en San Pablo (cf. Rom_5:1-5; Gal_5:5-6; Efe_1:15-18; Efe_4:2-5; Col_1:4-5; 1Te_1:3; 1Te_5:8; Tit_2:2; Heb_6:10-12; Heb_10:22-24). Por lo demás, ya en el v.7 Pablo había hecho referencia a la íntima relación existente entre estas tres virtudes: el amor cree., espera.

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)


61 (e) El amor, el don más grande (13,1-13). A primera vista, el cap. 13 parece romper la conexión entre los caps. 12 y 14. De ahí que haya sido considerado: (a) una interpolación no paulina (E. L. Titus, JBR 27 [1959] 299-302); (b) una parte mal colocada de una de las car(-)tas combinadas en 1 Cor (W. Schenk, ZNW 60 [1969] 219-43); (c) un texto compuesto con otro motivo e insertado aquí por Pablo (Ba(-)rrett, Conzelmann). Las dos primeras hipótesis carecen de fundamento. La tercera se reco(-)mienda por la calidad del escrito (Weiss) y el uso de la forma literaria helenística «alabanza de la virtud más grande» (cf. U. Schmid, Die Primael der Werte im Griechischen von Homer bis Paulus [Wiesbaden 1964]), que se introdujo en la tradición sapiencial judía (p.ej., Sab 7,22-8,1; 1 Esd 4,34-40). No obstante, los vínculos con el contexto inmediato y con la situación co(-)rintia son tan específicos, que prácticamente imponen la conclusión de que el cap. 13 fue es(-)crito para ocupar el puesto que ocupa en 1 Cor.
62 1-3. Las tres afirmaciones están cons(-)truidas según el mismo modelo. En cada caso, la prótasis condicional contiene una alusión a un carisma mencionado en el cap. 12, a saber, lenguas (v. 1 = 12,28), profecía (v. 2 = 12,10.28), conocimiento (v. 2 = 12,28), fe (v. 2 = 12,9), asistencia (v. 3 = 12,28). Se da una progresión desde el don más bajo, las lenguas (14,6-12), hasta los actos de suprema entrega beneficio(-)sos para los demás, pasando por los dones intelectuales y la fe capaz de obrar milagros. 2. nada soy: Sólo amando existe auténtica(-)mente el cristiano (1,30). 3. entregara a las lla(-)mas: La lectura kauthésomaí se debe preferir a kauchésómai (R. Kieffer, NTS 22 [1975-76] 95-97). Tras la entrega de las posesiones, sólo se conserva la del cuerpo. Morir quemado se con(-)sideraba la más horrible de las muertes. 4-7. En lugar de definir el amor, Pablo lo personifi(-)ca. Los 15 vb. suponen a otra persona y fueron escogidos para poner de relieve las virtudes descuidadas por los corintios. Los fuertes no eran «pacientes y bondadosos» (8,1-13). Los ascetas sexuales tendían a «buscar su interés» (7,1-40). La comunidad «se alegraba de la in(-)justicia» (5,1-8). 8-13. Pablo contrasta el pre(-)sente («ahora»), en que los corintios sobrestiman los dones espirituales, con el futuro («en(-)tonces»), en que darán importancia suprema a las virtudes esenciales de la fe, la esperanza y el amor (véase E. Miguens, CBQ 37 [1975] 76-97). 10. cuando venga la madurez, quedará su(-)primida la inmadurez: El versículo siguiente recomienda esta interpretación del contraste to teleion to ek merous. Pablo consideraba in(-)fantiles a los corintios (3,1; 14,20) y deseaba que fueran «maduros» (14,20). 12. veremos ca(-)ra a cara: La metáfora no dice más que epignosomai, «conoceré realmente», y en el AT se usa para expresar la calidad del conocimiento que Moisés tiene de Dios (Éx 33,11; Nm 12,8; Dt 34,10) en esta vida presente. No hay referencia alguna a la visión beatífica, como he sido co(-)nocido: Véanse 8,3; Gál 4,9; Rom 8,29. 13. La fe y la esperanza son incompatibles con la vi(-)sión beatífica, pero, junto con el amor, son esenciales en la vida cristiana (1 Tes 1,3; 2 Tes 1,3-4; Col 1,4-5).
(Kieffer, R., Lc primal de lamour [LD 85, París 1975] . Sanders, J. T., «1 Cor 13: Its Interpretation since the First World War», Int 20 [1966] 159-87. Spicq, C., Agape dans le Nouveau Testament, II [Ebib, París 1959] 53-120.)

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Himno al amor cristiano. Lo que en el cuerpo realiza y anima la funcionalidad orgánica, en la Iglesia lo realiza el super-carisma que es el amor. Al llegar aquí, la retórica de Pablo se vuelve lírica para cantar al amor. Puede compararse con la enseñanza del sermón de la cena -especialmente Jua_15:12-17- y la primera carta de Juan. A los términos griegos corrientes de «eros» o «philia» ha preferido Pablo uno menos frecuente, «ágape», pues canta al amor que el Espíritu de Dios, de Cristo, infunde en el cristiano y la cristiana (cfr. Rom_5:5). Aunque en alguna de sus manifestaciones coincida con las de otros amores humanos, el origen y finalidad del «ágape» trasciende y supera a todos.
El termino griego «ágape» se ha venido traduciendo por «caridad». Esta palabra hoy día está desprestigiada, ha perdido en nuestras lenguas actuales toda la fuerza que tenía en la experiencia en la vida de Pablo. Hoy «caridad» o «hacer caridad» para mucha gente significa dar una limosna o ayuda esporádica al necesitado sin que necesariamente comprometa a la persona en lo más profundo de su ser. Para el Apóstol, por el contrario, la «caridad» lo es todo y sin «caridad» toda la vida cristiana se reduce a hipocresía.
¿Cómo explicar este amor? Dejando aparte toda definición, Pablo se lanza a una apasionada descalificación y relativización de todo don o cualidad humana, esfuerzo, renuncia y sacrificio que no esté inspirado por el amor-caridad (1-3). Después, baja al detalle y nos dice cómo se comporta una persona que ama (4-7), para terminar afirmando que, al final, cuando nos encontremos con Dios cara a cara, la fe y la esperanza habrán cumplido su cometido y ya solo el amor permanecerá para siempre. No debemos olvidar el contexto polémico de la carta donde Pablo inserta este magnífico canto al amor, es decir, el contexto del «cuerpo de Cristo», formado por todos los creyentes de la comunidad de Corinto donde se había insinuado la división y la discriminación. Sólo el amor a Cristo y a su cuerpo, inseparables ya, es capaz de crear la comunidad. Como decía san Juan de la Cruz: «en el último día seremos examinados de amor».

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter XIII.

1 All giftes, 2.3 how excellent soeuer, are nothing worth without charitie. 4 The praises therof, and 13 prelation before hope & faith.
1 Though I speake with the tongues of men & of Angels, and haue not charity, I am become as sounding brasse or a tinkling cymbal.
2 And though I haue the gift of prophesie, and vnderstand all mysteries and all knowledge: and though I haue all faith, so that I could remooue mountaines, and haue no charitie, I am nothing.
3 And though I bestowe all my goods to feede the poore, and though I giue my body to bee burned, and haue not charitie, it profiteth me nothing.
4 Charitie suffereth long, and is kinde: charitie enuieth not: charitie [ Or, is not rash.] vaunteth not it selfe, is not puffed vp,
5 Doeth not behaue it selfe vnseemly, seeketh not her owne, is not easily prouoked, thinketh no euill,
6 Reioyceth not in iniquitie, but reioyceth [ Or, with the trueth.] in the trueth:
7 Beareth all things, beleeueth all things, hopeth all things, endureth all things.

[Of prophecying, strange tongues, and interpretation.]

8 Charitie neuer faileth: but whether there be prophesies, they shall faile; whether there bee tongues, they shall cease; whether there bee knowledge, it shall vanish away.
9 For we know in part, and we prophesie in part.
10 But when that which is perfect is come, then that which is in part, shalbe done away.
11 When I was a childe, I spake as a childe, I vnderstood as a childe, I [ Or, reasoned.] thought as a childe: but when I became a man, I put away childish things.
12 For now we see through a glasse, [ Greek: in a riddle.] darkely: but then face to face: now I know in part, but then shall I know euen as also I am knowen.
13 And now abideth faith, hope, charitie, these three, but the greatest of these is charitie.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



Dones ejercidos en el contexto de relaciones donde existe un compromiso

1 La ausencia de amor en el ejercicio de los dones arruina a la persona que habla lenguas (o idiomas) de hombres y de ángeles. Vengo a ser, lit. me he convertido en algo tan hueco como el sonido de un bronce o un címbalo (platillo). 2 El don de profecía por medio del cual se comprende toda la verdad, y el conocimiento, y la fe que mueve problemas grandes como montañas hacen que el ministro de ese don sea nada si no tiene amor. 3 Si la generosidad fluye en abundancia hasta el punto de entregarse a sí mismo y hasta se rinde la vida a las llamas, no se gana nada si no hay amor. La falta de amor en el ministerio significa que he sido cambiado para peor: Me he vuelto hueco, no soy nada, y de nada me sirve, determina claramente cuál debe ser la motivación para el ministerio. El amor de ninguna manera debe estar ausente.

4-7 La presencia del amor afirma a otros y supera los aspectos destructivos de nuestro carácter. La paciencia, la bondad y la verdad importan. Así como el evitar aquellos pecados mencionados en los Diez Mandamientos que tratan de las relaciones con otros seres humanos nutre las relaciones, también lo hace el amor. Se evitan la envidia, la ostentación, la arrogancia, la ira y el mal. El amor provee tanto la estabilidad como la consistencia en la que palpita la vida.

8-13 El futuro del amor está garantizado. 9 En esta existencia transitoria, nuestro conocimiento imperfecto se refleja en lo que profetizamos. 10 Cuando llegue la perfección en el cielo, lo imperfecto desaparecerá. 12 Los reflejos imperfectos serán reemplazados por la verdadera percepción: los espejos imperfectos distorsionaban la correcta reflexión del rostro que en ellos se miraba. El conocimiento parcial dará lugar al conocimiento pleno, así como somos plenamente conocidos por Dios. 13 Sólo se reconoce permanencia a la fe, la esperanza (el futuro nos viene de manos de un Dios que no nos fallará) y al amor. El amor tiene el lugar principal, por las razones que se señalan claramente en los vv. 1-7.

Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)



Quince propiedades de la caridad, distribuidas en esta forma; dos propiedades más generales, expuestas en forma positiva (1Co_13:4); siete cualidades más particulares, presentadas en forma negativa (1Co_13:4-5); una antítesis, que pone de relieve la relación de la caridad con la justicia y la verdad (1Co_13:6); por fin, cuatro manifestaciones de su eficacia universal.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

Este himno a la caridad es una de las más bellas páginas de San Pablo. Bajo tres aspectos canta la trascendencia del amor: superioridad y necesidad absoluta de este don (v. 13): características y manifestaciones concretas (vv. 4-7); permanencia eterna de la caridad (vv. 8-13).

La caridad es mayor que todos los demás dones de Dios: cada uno de ellos es concedido en orden a que alcancemos la perfección y la bienaventuranza definitiva; la caridad, en cambio, es la misma bienaventuranza. «La caridad, que es amor de Dios, no desaparece sino que aumenta; cuanto más perfectamente se conoce a Dios, más perfectamente se le ama» (S. Tomás de Aquino, Sup. epist. ad 1 Cor. in loc.).


Torres Amat (1825)



[7] A fin de ganar para Jesucristo a todos los hombres, insiste Pablo en que la caridad o el amor inspira y exige la paciencia.

[10] Viendo a Dios claramente ya no se necesita el uso de los dones.

[12] No será alguna imagen de Dios la que veré en el cielo, sino que le veré cara a cara, directamente, y no por medio de figuras, aunque no llegaré a comprender sus infinitas perfecciones.

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*12:31b-13:13 Este texto muestra tal elevación lírica que parece justificado calificar el pasaje de «Himno de la caridad», cuya fuente de inspiración última es el amor de Dios manifestado en Jesucristo.

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Pro_10:12

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Pro_10:12

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 13.3 Para tener de qué enorgullecerme: Algunos mss. dicen para ser quemado.

[2] 13.12 1 Jn 3.2.

Biblia Peshitta en Español (Holman, 2015)

a 2Ts 2:12

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



3. "A las llamas": otros manuscritos dicen "para tener de qué gloriarme".

Biblia Latinoamericana (San Pablo, 1995)



[=] *2Cor 13:8