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Pero si alguno teme faltar a la conveniencia respecto de su doncella, por estar en la flor de la edad, y conviene actuar en consecuencia, haga lo que quiera: no peca, cásense. (I Corintios 7, 36) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 7

Parte tercera

RESPUESTA A DIVERSAS CONSULTAS DE LOS CORINTIOS 7,1-14,40

I. MATRIMONIO Y VIRGINIDAD (7,1-40).

Una de las preguntas que la comunidad corintia propuso al Apóstol debía decir, poco más o menos si a un cristiano le es lícito el matrimonio y la consumación matrimonial. Tenían ante los ojos el ejemplo del celibato de los apóstoles; sabían que el mismo Jesús había sido célibe; conocían asimismo la sentencia sobre los que renuncian al matrimonio por amor al reino de los cielos ( Mat_19:11 ss). De todo esto deducían que todos debían tender a este ideal. Por otra parte, había otros muchos que estimaban en poco los valores sexuales, lo que podía llevar, por el camino opuesto, a la laxitud moral Si lo sexual es sólo satisfacción del instinto, entonces el hombre, guiado por el espíritu, debería sentir vergüenza de ello. En esta problemática se daban, por tanto, cita una serie de elementos dispares, que Pablo debía tener en cuenta a la hora de formular su respuesta, para que no se diera el caso de que cada uno de los grupos viera confirmadas sus ideas con las palabras del Apóstol. Pablo no desecha radicalmente el celo que tiende a lo más alto; pero advierte que no pocos corren el peligro de confiar demasiado en sí mismos. No todos los que arrebatados por la onda del entusiasmo, se atreven a cosas grandes, pueden ya contarse entre aquellos a quienes se aplica la frase de Jesús: «Quien puede entender...» Pero tampoco puede despertar la impresión de que la vida de comunidad matrimonial sea sólo un mal tolerable. El camino del matrimonio será siempre mucho más preferible que el recurso a la prostitución. Quien quiera entender bien este capítulo, no puede olvidar la situación de hecho en que se encontraba la comunidad corintia.

Pablo no intenta exponer aquí una doctrina general sobre el matrimonio, sino sólo decir a los corintios, inmersos en un ambiente tan desequilibrado y peligroso, lo que necesitan saber. Por eso lo que aquí se dice del matrimonio es tan adusto que casi podríamos temblar. Hubiera sido mala cosa que la Biblia no tuviera otra cosa que decirnos a favor del matrimonio. Pero, en este caso, tampoco el matrimonio podría ser sacramento, signo de la gracia, que indica y produce la gracia. Tenemos aquí un nuevo ejemplo de cómo es preciso precaverse de desplazar afirmaciones de la Escritura de su situación concreta para aplicarlas a situaciones universales, sin base justa.

Pero tampoco con los principios antes expuestos se da Pablo por satisfecho. Desciende a muchas cuestiones concretas, parte para indicar los mandamientos obligatorios del Señor, parte para dar consejos según la mente y el espíritu del Señor, a los que añade recomendaciones e instrucciones con las que sale al paso de los peligros de esta comunidad misional, pero en las que también intenta, por todos los medios a su alcance, poner en claro todo cuanto el mundo debe al cristianismo. Una vez más causa maravilla el modo cómo Pablo sabe unir ambas cosas: anunciar la vocación del hombre que sobrepasa todo lo humano y, al mismo tiempo, hacer justicia a las realidades del hombre.

1. Lo MAS IMPORTANTE Y FUNDAMENTAL SOBRE EL MATRIMONIO (1Co/07/01-07).

a) Derecho y necesidad del matrimonio (7,1-2).

1 Acerca de lo que me escribisteis: bueno es para el hombre no tocar mujer. 2 Pero, por razón de la lujuria, que cada uno tenga su mujer, y cada mujer tenga su propio marido.

Pablo establece como punto de partida su confesión sobre la virginidad, en razón de las motivaciones antes citadas, que serán desarrolladas con mayor detalle en las líneas siguientes (7,7). Encontramos aquí descrito, con términos negativos, como continencia sexual lo que antes hemos llamado, por anticipación, virginidad. La frase está formulada de una manera general; lo que se dice, pues, del hombre, se aplica también, básicamente, al sexo femenino, aunque de hecho se habla sólo del varón que no toca mujer. En aquel tiempo no existía una denominación positiva para designar el estado propio de la virginidad o del celibato. El mismo Jesús sólo pudo expresar su sentencia con una formulación negativa (Mt l9,11s).

«Bueno» (kalon) indica aquí lo éticamente elevado, lo loable en sí, lo admisible por excelencia. A lo largo del capítulo Pablo irá ofreciendo razones más concretas en favor de esta alta estima de la virginidad y del celibato. Pero, al principio, se apresura a situar a los corintios en el sobrio suelo de la realidad de que no todos pueden soportar esta abstinencia. Y si no pueden llevar bien en su vida este ideal, entonces es preferible el matrimonio. Aunque el celibato sea superior, en sí, para muchos es mejor, en concreto, el matrimonio. Quien se niega a ello, cae más hondo. Quien vive en el matrimonio rectamente, gana por este camino su salvación (cf. 1Ti_2:15).

Las expresiones «cada uno» y «cada mujer» no se refieren a todos sin excepción, sino sólo a aquellos que no pueden ser excepción. Pero sí se dice sin excepción que cada uno tenga su mujer y cada mujer su propio marido. Se ponen así en claro dos propiedades fundamentales del matrimonio: la unidad y la indisolubilidad. Pablo deja en pie la tensión entre matrimonio y renuncia voluntaria al mismo. La expone incluso con más determinación de lo que los corintios quisieran. Por sí solo, el hombre se siente inclinado a posiciones unilaterales: o el matrimonio es bueno, y entonces es el camino acertado para todos, o no es bueno, y entonces deben renunciar todos a él. Nadie se atreve hoy a tomar en serio las consecuencias que de aquí se deducirían. Con todo, esta doctrina despierta hoy en muchos hombres no poca indignación. Se está a favor de la igualdad, muchas veces de la igualdad a cualquier precio. Pero el Apóstol, como Jesús, mantiene las diferencias. Más aún, insiste en ellas. Y se podría decir que el orden del reino de Dios se afirma en estas diferencias. En esta misma carta (capítulo 12) se volverá a tocar el tema con mayor detenimiento.

b) Igualdad de derechos y de deberes (7,3-4).

3 El marido pague el débito a la mujer, y lo mismo la mujer al marido. 4 La mujer no es dueña de su propio cuerpo, sino el marido; lo mismo que el marido no es dueño de su propio cuerpo, sino la mujer.

El Apóstol no se avergüenza de decir en palabras concretas qué significa tener mujer o marido y qué son el uno para el otro. La expresión con que sintetiza sus instrucciones es la de «débito», lo debido. De Pablo la expresión ha pasado al derecho matrimonial, a la moral matrimonial y al lenguaje cotidiano. Este débito constituye entre los cristianos, y entre todos los hombres, la esencia del matrimonio: la mutua entrega del derecho sobre el propio cuerpo. A este derecho corresponde una obligación en el otro consorte, y viceversa. Aquí radica precisamente el valor más importante de estos versículos, ya que, fuera de este pasaje, nunca se había proclamado tan expresamente en el mundo antiguo la igualdad del hombre y de la mujer en estas cuestiones matrimoniales. Y no podía serlo, en un mundo en el que prevalecía formal y prácticamente la poligamia, simultánea o sucesiva; se estaba muy lejos de esta igualdad en un ambiente cultural en el que sólo se reconocían y concedían al matrimonio monógamo meros derechos jurídicos.

En este pasaje sólo se habla de derechos (o, para decirlo más exactamente, sólo del poder de disponer), pero es claro que, en último término, este derecho debe fundamentarse en el amor, pues sólo en el amor puede ejercerse de una manera acorde con la dignidad humana. Sólo en el amor puede estar alguien dispuesto a dar a otro derechos sobre su propio cuerpo. Sólo amando puede alguien abandonarse a otro. Pero también aquí se sigue dando la tensión entre derecho y amor. Ambos valores deben incluirse, pero no coinciden necesariamente en este mundo. Y aquí se encuentra una de las más dolorosas experiencias de los hombres.

c) La continencia temporal por razones espirituales (7,5).

5 No os neguéis uno a otro, a no ser de común acuerdo, por algún tiempo, para dedicaros a la oración. Pero volved de nuevo a vivir como antes, no sea que Satán os tiente por vuestra incontinencia.

Este versículo es acaso más sorprendente aún que los dos precedentes. Una vez más puede advertirse hasta qué extremos llegaba el celo de los casados de Corinto. Algunos de ellos renunciaban por propia iniciativa a la comunidad conyugal y daban por supuesto que el otro consorte podía hacer lo propio. Pablo admite esta continencia matrimonial bajo tres condiciones. Debe ser en razón de un bien espiritual; debe tomarse de mutuo acuerdo; debe ser limitada en el tiempo. Esto último se entiende desde la preocupación ante la posibilidad de que se presenten tentaciones demasiado fuertes para la otra partes cuya fortaleza espiritual y moral puede no marchar al unísono con la de su consorte. No se establecen límites concretos de duración de este tiempo mutuamente convenido. Era cuestión que debían aclarar los propios casados entre sí. Lo importante es que ya los matrimonios hayan reconocido por sí mismos cuán provechoso para la salvación y hasta cuán necesario les era una continencia temporal. El débito conyugal no puede convertirse en esclavitud, en costumbre degradante. La comunidad de vida debe ser fuerte también en lo espiritual, para tener libre para Dios y para la vida espiritual, junto con el espíritu, también el cuerpo.

En un pasado muy reciente se procuraba exponer con claridad a las mujeres casadas que la unión matrimonial no era ningún impedimento para la recepción de la eucaristía. Esto era verdadero y necesario. Pero el sentimiento del que dimanaba antiguamente este retraimiento y que, en realidad, fue practicado en todos los tiempos, no estaba tampoco totalmente descaminado.

Acaso sea ya tiempo de volver a recordar, de manera adecuada, aquello que el Apóstol recomienda aquí (refiriéndolo tal vez, en primera línea, a los hombres casados de nuestra época).

d) Matrimonio y virginidad: dos dones diferentes de la gracia (7,6-7).

6 Esto lo digo como concesión, no como mandato. 7 Yo quisiera que todos los hombres fueran como yo. Pero cada uno tiene recibido de Dios su propio don: unos de una manera y otros de otra.

Es hasta cierto punto difícil determinar si la diferencia que el Apóstol establece tan consciente y precavidamente entre concesión y mandato se refiere sólo al versículo 5 o alcanza también al 2. Ocurre aquí algo que se da otras muchas veces en Pablo: en primer término, el versículo cierra los precedentes, su contenido viene, por lo mismo, determinado por los anteriores. Pero, al mismo tiempo, nos lleva a los versículos siguientes, de modo que también está condicionado por estos últimos. Las dos mitades del versículo 7 responden, con gran exactitud, a las otras dos de los versículos 1 y 2 (cf. la presencia de las palabras «hombre» y «cada uno»). Sin embargo, la última sentencia supera con mucho lo dicho precedentemente. Mientras que en los primeros versículos el matrimonio casi aparecía únicamente como un mal necesario, aquí se le eleva a la dignidad de un carisma. Desde luego, en este pasaje no se debe tomar la expresión «carisma» en el mismo sentido absoluto que tiene más tarde, en el capítulo 12, pero ciertamente se trata de una expresión positiva. En cualquier caso, se le reconoce al matrimonio un elemento de gracia. Matrimonio y virginidad no son cosas que se puedan elegir o rechazar por propia iniciativa; para los dos estados se es elegido y llamado bajo la guía de Dios. Y aquí está, en definitiva, el fundamento del bien que hay en cualquiera de los dos estados. Pablo no allana en modo alguno el desnivel que hay entre ambos, que él mismo señaló al principio y sobre el que vuelve a insistir ahora a título enteramente personal; pero también aquí se somete el Apóstol a la disposición divina.

No se puede afirmar con seguridad que, a propósito del concepto de carisma, se haya pensado también, en este pasaje, en su función, dimensión y significado eclesial. Pero es mucho menos lícito aún querer prescindir directamente de este aspecto. Todo carisma es gracia no sólo para el individuo, sino también para la comunidad, para la Iglesia; la diversidad de carismas tiene su razón de ser última precisamente en este bien de la comunidad.

La correspondencia de contenido y, a veces, en parte, también de palabra de los versículos 2 y 7 -que enmarcan esta sección- le dan una unidad indiscutible.

2. CONSECUENCIAS CONCRETAS PARA LAS RELACIONES MATRIMONIALES (1Co/07/08-16).

a) Libertad y obligaciones (3,8-11).

8 Digo, pues, a los solteros y a las viudas: bueno es para ellos quedarse como yo. 9 Pero, si no se contienen, que se casen; preferible es casarse que quemarse. 10 Respecto de los que ya están casados hay un precepto, no mío, sino del Señor: que la mujer no se separe del marido -11 y si se separa, que quede sin casarse o que se reconcilie con el marido- y que el marido no despida a su mujer.

Para introducir el tema Pablo ha elegido a propósito la expresión más general: es bueno para el hombre. Ahora se dispone a aplicar a cada grupo concreto aquellas afirmaciones generales. Tiene presentes, una vez más, al hablar a los miembros de la comunidad cristiana, primero a los no casados y a los que han vuelto a quedar libres, y después a los casados. Repite su primera afirmación, según la cual es bueno en sí permanecer célibe, aunque, bajo determinadas circunstancias, es mejor casarse, es decir, cuando para alguien en concreto el celibato resulta demasiado oneroso. Por bueno que sea permanecer libre para el Señor, esta decisión y este estado carecen de sentido cuando en la práctica se convierte en una creciente insatisfacción, en una constante intranquilidad y en un permanente encadenamiento al deseo sexual. Pablo habla de este caso, lo mismo que antes se ha referido al peligro de incontinencia. Su razonamiento se puede aplicar también sensatamente -lo mismo que sus consejos- a la soledad espiritual, para la que no todos están capacitados y que, en ocasiones, puede atormentar mucho mas que el anhelo corporal. En este punto el Apóstol no debe ser mal interpretado, pasando al extremo opuesto, como si aquellos que quieren decidirse, o se han decidido ya en favor del celibato, no tuvieran que afrontar luchas, necesidades y tentaciones. Sea cual fuere la decisión a tomar, o tomada, una cosa es clara en la mente del Apóstol: la elección debe tomarse de acuerdo con lo que sea mejor para la salvación, no de acuerdo con ventajas o motivaciones caprichosas, humanas, mundanas o sociales.

Que Pablo dé por supuesta la preparación fundamental para esta decisión y aún su existencia de hecho en la comunidad corintia, parece deducirse de las líneas siguientes. Hubo personas casadas -evidentemente mujeres sobre todo- que, movidas por el deseo de perfección, querían disolver su matrimonio. El Apóstol les urge con el mandamiento de Jesús, tal como aparece en el Evangelio (Mat_5:23; Mat_19:9), del que Pablo tuvo conocimiento ya sea por tradición oral o por alguna colección de las sentencias del Señor, y que luego repitió y explicó con fidelidad. Si hasta ahora podía elegirse entre lo que es bueno en sí y lo que es mejor bajo determinadas circunstancias, aquí ya no hay lugar para la opción. Aquí tiene vigencia la inequívoca voluntad del Señor, y ciertamente no hay excepciones 16. El Apóstol conoce y reconoce una posible separación de los consortes. Pueden darse casos en los que no pueda exigirse el mantenimiento de la sociedad conyugal. En tales casos, Pablo declara lícita la «separación de mesa y lecho», pero no permite contraer un nuevo matrimonio. El vínculo matrimonial sigue existiendo, aunque haya dejado de existir la sociedad conyugal. Por eso la reconciliación es siempre posible, pero no las nuevas nupcias. Pablo ha dirigido estos principios primariamente a las mujeres casadas que sentían, o podían sentir, la tentación de liberarse de su vínculo matrimonial. El derecho griego y el romano les concedía esta posibilidad, mientras que en la legislación judaica el divorcio sólo podía partir del varón. Por eso se cita aquí la prohibición: el marido no despida a su mujer.

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16. Es ya conocida la dificultad que entraña la interpretación de la adición de Mat_5:32 : «excepto en caso de fornicación». La Iglesia católica no ha tenido nunca dudas sobre el modo de entender este testimonio bíblico y de imponerlo en la práctica. Puede apoyarse para ello en Mc 10.9 y en este pasaje de la carta que comentamos.

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b) Privilegio-paulino (Mat_7:12-16).

12 A los demás, digo yo, no el Señor: si un hermano tiene una mujer pagana y ella consiente en vivir con él, no la despida. 13 Y la mujer que tiene un marido pagano y éste consiente en vivir con ella, no lo despida, 14 pues el marido pagano queda ya santificado por su mujer, y la mujer pagana, por el marido creyente; de otra manera, vuestros hijos serían impuros, cuando en realidad son santos. 15 Pero si la parte pagana se separa, que se separe. En estos casos, ni el hermano ni la hermana están ligados a tal servidumbre; pues Dios os ha llamado a vivir en paz. 16 Y tú, mujer, ¿qué sabes si así salvarás al marido? O tú, marido, ¿qué sabes si así salvarás a la mujer?

El próximo caso que Pablo analiza es más difícil de explicar. Afectaba, indudablemente, a no pocos matrimonios de la comunidad corintia. No era de esperar que los dos cónyuges de matrimonios ya constituidos abrazaran a la vez el cristianismo. Conocemos bastantes ejemplos por los documentos y leyendas del primitivo cristianismo. Por lo demás, el caso no es privativo de esta época paleocristiana, porque vuelve a repetirse con ocasión de la cristianización de las tribus germánicas. Y, evidentemente, se sigue dando hoy por doquier en los países de misión. La conversión al cristianismo de uno de los consortes afecta al matrimonio más profundamente que si se incorpora a cualquier otro movimiento o asociación, ya que el cristianismo defiende una doctrina decisiva y absoluta sobre el matrimonio. Puede ocurrir que esta concepción del matrimonio, tan elevada y bella, pero también tan severa, que aporta consigo a la vida conyugal el consorte que entra en la comunidad cristiana, anime, y hasta incluso determine al consorte todavía pagano a entregarse también él a esta doctrina. Pero puede ocurrir asimismo lo contrario. Jesús no ha dicho nada sobre esta situación tan concreta. ¡Cómo podría haber tomado posición sobre todas y cada una de las situaciones del futuro! Para eso ha dotado a su Iglesia de su espíritu y su autoridad. Pertenece a la misión y a la gracia del ministerio apostólico resolver estos problemas según la mente de Jesús y con su autoridad.

¿Qué decide, pues, Pablo? Se pronuncia, en principio, por la continuidad de estos matrimonios. Y emplea una fórmula tan estricta como la aducida antes, como sentencia del Señor, sobre la prohibición general del divorcio. Lo repite dos veces, con palabras idénticas: para el varón cristiano que tiene una mujer infiel, y para la mujer cristiana que tiene un marido pagano. El hecho merece una atención especial, porque hasta entonces la decisión de abandonar al marido nunca había sido considerada como permitida a la mujer. Así, pues, también en esta prohibición del divorcio se expresa de la manera más enérgica la igualdad del hombre y de la mujer. La condición o presupuesto añadido de que el consorte infiel esté de acuerdo en mantener el matrimonio deja abierta una cierta posibilidad de la que Pablo se ocupará más adelante.

El Apóstol comienza por razonar esta determinación que a nosotros nos resulta extraña por más de un motivo. ¿Cómo puede el consorte fiel «santificar» al infiel? Probablemente algunos corintios habrían argumentado en sentido contrario: es ilícito, insoportable o inexigible que un santificado en Cristo lleve vida común con un infiel. ¿No había dicho el mismo Pablo, un poco antes, que una exigua cantidad de levadura corrompe toda la masa, es decir, la hace mala? Sí; pero precisamente allí había insistido también en que esta estricta separación debía llevarse a cabo contra los «que se llaman hermanos», no contra los paganos (5,6.10-13). Aquí el caso es distinto. El creyente está aquí unido con este infiel mediante un vínculo santificado por el Creador. Pablo no recurre en este pasaje expresamente al orden de la creación, en el que se fundamenta la santidad natural del matrimonio, pero su pensamiento se comprende mejor partiendo de esta posición. Y dado que acaba de dejar traslucir su conocimiento de la prohibición del divorcio promulgada por Jesús, se puede y aun se debe admitir que tiene en su mente la sentencia completa, con la que el Señor quiere volver a instaurar expresamente lo que «era al principio», según el relato de la creación.

Caen así por su base ciertos intentos de interpretación, que querrían hallar aquí un concepto mágico de «santidad», que sería transmitida mediante el contacto corporal. No se trata tampoco de la santificación recibida a través del bautismo, como participación íntima del Espíritu Santo de Dios. Pero, a través del consorte, ya plenamente santificado, el consorte pagano que quiere permanecer y vivir con él es de alguna manera introducido en la comunidad cristiana. Nada de aquel miedo que prefiere liberar a la parte creyente del frío del contacto con los incrédulos. Nada de aquel miedo que teme que la parte creyente pueda ser arrastrada a la caída. ¿No deberíamos hoy también nosotros sentir, aconsejar y decidir en este mismo sentido? Nos hemos convertido en hombres de poca fe frente a esta confianza en la gracia. No se afirma aquí una esperanza incondicional de ganar para la fe al consorte infiel. No hay cálculos, sino únicamente el convencimiento de la mayor fuerza de la realidad cristiana, que no es una fuerza humana, sino divina.

Para no ser mal interpretados queremos añadir, por lo demás, que Pablo no habla aquí de «matrimonios mixtos» en nuestro sentido moderno. Inducen a error las traducciones que ponen este título a la sección que comentamos.

Por matrimonios mixtos la Iglesia entiende los que se dan entre bautizados, uno de los cuales no pertenece a la comunidad católica. Este caso no podía darse todavía en Corinto. Pablo tampoco toma partido sobre el caso de si un cristiano puede contraer matrimonio con un infiel. Aquí habla expresamente sólo del caso de un matrimonio que se había contraído antes de que una de las partes abrazara el cristianismo.

Con confirmación, añade el Apóstol algo que provoca, más aún si cabe, nuestra sorpresa: la alusión a que los hijos de un matrimonio entre un creyente y un infiel no son impuros, sino «santos». Una vez más debemos preguntarnos: ¿en virtud de qué piensa el Apóstol que estos niños pueden considerarse santificados? Indudablemente, no en virtud del bautismo, porque aquí no se puede presuponer en modo alguno el bautismo de los niños. Esta santidad es, más bien una llamada al bautismo, una cierta referencia previa al bautismo. Pensemos, como punto de partida, que aquí se habla de los niños precisamente en el contexto del problema del matrimonio. Podría parecernos sorprendente que no se haya tocado antes este tema. Pero en esta alusión se les presenta como siendo obviamente parte del matrimonio y como participando también naturalmente de su santidad. Debemos concluir, por tanto, que se consideraba a estos niños como pertenecientes, de alguna manera, a la comunidad. Lo aquí dicho no puede ser, en modo alguno, un mero juego conceptual. Se trata más bien de un argumento evidente y claro para todos: si vosotros tratáis a vuestros hijos como algo ya perteneciente a la comunidad ¿cómo no podría pertenecer también a ella el otro consorte?

¿Podría darse en este argumento una posibilidad de aplicación en favor de los hijos de padres bautizados, que mueren sin recibir el bautismo? Tiempos atrás eran muchas las familias que se planteaban la angustiosa pregunta de la salvación eterna de sus hijos muertos sin este sacramento. Al disminuir la mortalidad infantil, el problema afecta ya a círculos más reducidos. Hoy nos debe atormentar, a este respecto, la preocupación por la salvación del infinito número de personas que mueren sin bautismo en otros puntos de la tierra. Acaso pudiéramos llegar a sentir confianza -partiendo del pensamiento del Apóstol- por la suerte de los niños de matrimonios cristianos. ¿Podríamos, en tal caso, y avanzando un paso más, extender más allá nuestra esperanza, apoyados en la presencia en el mundo, y por tanto, en beneficio de todos, de la Iglesia como «sacramento de la salvación»? Pablo pasa a examinar ahora el caso de que la parte infiel quiera divorciarse. él no puede o no quiere impedírselo. La palabra del Señor no le dice nada sobre este punto. Prolongar este matrimonio en situación de constantes discrepancias es, a la larga, imposible. Falta toda base. Ahora bien, si examinamos con luz clara este motivo veremos que no podemos sacar la consecuencia que Pablo establece aquí con su autoridad apostólica, a saber, que también el consorte cristiano queda libre. Dado que se trata de una excepción que va contra el principio estricto, esta regla ha recibido el nombre de «privilegio paulino». Es todavía hoy de aplicación frecuente en los territorios misionales y también se aplicará entre nosotros, en medida creciente, en el futuro, pues aumenta el número de no bautizados en los países de la cristiandad.

«Pues Dios os ha llamado a vivir, en paz.» La frase abarca mucho. La paz a que Dios nos ha llamado por la fe y el bautismo es, ante todo, la paz con él mismo, aquella paz que los ángeles proclamaron en el nacimiento del Salvador. Ahora bien, esta paz quiere y puede ser experimentada y vivida también horizontalmente. Los hombres redimidos deben conservarla en sus relaciones mutuas, deben esforzarse por conseguirla, y con mayor ahínco cuanto más unidos están a la fuente de la paz en Dios. ¿Quién puede tener, por tanto, más posibilidades que los cónyuges, cuya comunidad de vida es tan íntima? Pero, por otra parte ¿quién puede perturbar y destruir más cruelmente esta misma paz, si se sienten desgarrados entre sí en aquello que más profundamente podría unirlos? Pablo cuenta con la objeción de algunos cristianos escrupulosos y acaso incluso atormentados. ¿No habría que aguantar, para ganar a la otra parte para la fe? Allí donde hubiera una razonable esperanza, Pablo no se pronunciaría en contra. Pero frente a esta objeción podría subrayarse que normalmente la decisión de separarse del consorte pagano habría venido precedida por largos intentos de comprensión, de tal modo que, en la mayoría de los casos, y de acuerdo con los límites normales de la resistencia humana, no pueda ya contarse con la esperanza de un cambio de postura. Esto es precisamente lo que el Apóstol quiere decir cuando pregunta: «Tú... qué sabes si así salvarás al marido (o a la mujer)?» Desde luego, para Dios no hay nada imposible. Pero ignoramos lo que Dios quiere hacer y cuándo lo quiere hacer. Quiere la salvación de todos los hombres, pero esto no equivale a decir que quiera hacerlo por medio de nosotros. Construir un matrimonio sobre esta base sería temerario. Frente a esto, la decisión del Apóstol es prudente y suave. Y mantiene el equilibrio con su pensamiento precedente. Si aquella decisión era notablemente positiva y generosa, en su principio básico, ésta hace caer en la cuenta de las limitaciones. Se pone una vez más en claro que en aquella santificación, se trataba necesariamente de una realidad puesta por Dios, pues se le recuerdan al creyente los límites de sus propias posibilidades. Por ambas cosas debemos sentirnos agradecidos al Apóstol. Ambas están al servicio de nuestra paz.



3. LA VOCACIÓN CRISTIANA Y LAS ESTRUCTURAS DEL MUNDO (7,17-24).

a) Contribución al problema judío: la circuncisión (1Co/07/17-19).

17 Por lo demás, que cada uno viva según la condición que el Señor le asignó, cada cual como era cuando Dios le llamó. Esto es lo que prescribo en todas las Iglesias.

Súbitamente, las perspectivas se dilatan. En lo esencial, las instrucciones del Apóstol sobre los problemas matrimoniales decían: ¡Permaneced! Había expuesto una importante -pero estrictamente limitada- excepción. Por lo mismo, el Apóstol se siente ahora obligado a señalar con contornos precisos el principio general en toda su amplitud, declarando expresamente que quiere obligar con toda su autoridad a todas las comunidades al cumplimiento del mismo. Es preciso admitir que en este punto se siente acorde con todos los apóstoles y misioneros de la primitiva Iglesia. Se puede decir con seguridad: la Iglesia esperaba que todos sus convertidos permanecerían en el mismo estado en que estaban cuando fueron llamados a la fe. Una decisión difícil y transcendente, pero también acertada. El Apóstol no da aquí razones profundas en favor de la misma. En algún momento los apóstoles debieron dedicar acuciantes reflexiones a este problema; las decisiones que tomaron en el Concilio de Jerusalén son en un todo similares a las que aquí se dan: el que antes era judío, debe permanecer fiel a sus leyes, y al que antes era pagano debe dejársele en su libertad (cf. Act_15:1 ss).

Como razón se alude aquí a una disposición de Dios: si tu estado anterior era tal que en él pudo llegar a ti la llamada de la gracia divina; si era, por tanto, justo para Dios, puede ser también justo para ti en el futuro. El vestido que llevaba una muchacha cuando atrajo la primera mirada como elegida, nunca será ya menospreciado. Y, por idéntico motivo, también será precioso para el novio. Así, pues, deberá haber por parte de los llamados un tierno agradecimiento por la gracia de la vocación, que significa una liberación frente a todo lo terreno, como ya ha dicho Pablo en nuestra carta: todo es vuestro... Pero también se expresa aquí una postura que responde a la conocida sentencia del Señor: «Pagad lo del César al César, y lo de Dios a Dios» (Mat_22:21). Se da aquí una base importante respecto de un terreno diferente. Para la Iglesia no se trataba ahora de planificar toda la estructura social de su tiempo. Podría haberse dado este caso si la doctrina cristiana de la libertad se hubiera interpretado en el sentido de un principio social. Evidentemente, este proceso no podía aplicarse con carácter obligatorio a cada caso concreto. La regla debía servir como hilo conductor general, suponiendo siempre, por lo demás, que el trabajo, la ocupación o el negocio en el que se encontraba cada uno era, en sí, honrado.

La doble premisa presenta un paralelismo formal y objetivo en el que merece la pena observar cómo «Señor» y «Dios» son equivalentes e intercambiables, bien porque la misma llamada es atribuida tanto a Cristo como a Dios, bien porque en ambas ocasiones se piensa en Cristo, a quien aquí, excepcionalmente, se le llama Dios.

18 ¿Que uno fue llamado en estado de circuncisión? Que no deshaga su circuncisión. ¿Que otro ha sido llamado sin estar circuncidado? Que no se circuncide. 19 La circuncisión no es y la no circuncisión tampoco es nada; lo que vale es el cumplimiento de los mandamientos de Dios.

Pablo ilustra el principio precedente con dos ejemplos de máxima actualidad para los corintios. De acuerdo con todo cuanto sabemos de aquella comunidad, eran muy inclinados a sacar consecuencias radicales. De haber dejado Pablo espacio abierto a esta tendencia, del cristianismo hubiera surgido una subversión, un movimiento de base ciertamente religiosa, pero no por ello menos negadora de todos los límites, que hubiera dislocado todas las relaciones y hubiera perturbado el orden existente. En contra de esto alza Pablo un dique: su doctrina del «estado».

Esta palabra debe tomarse aquí en un sentido muy genérico, que puede referirse indistintamente a la situación ética, social, jurídica o económica. La primera situación concreta que Pablo define y delimita se refiere al pasado de los miembros de la comunidad, que procedían en parte del judaísmo y en parte del paganismo. Desde la perspectiva de una teología de la salvación era fundamental para la valoración existencial de la Iglesia el dato de que se componía de judíos y paganos. De judíos, para que se manifestara la continuidad de las promesas; de paganos, para que se revelara el alcance universal de la voluntad salvífica divina 17. Precisamente por ello el judío no tiene por qué avergonzarse de su origen; pero tampoco el pagano debe pensar que está obligado a pasar a través del rodeo del judaísmo. Se daba en aquel entonces una cierta inclinación y una pretendida necesidad hacia una u otra de estas dos posiciones en las comunidades misionadas por Pablo. En algunas ocasiones el Apóstol se vio precisado a combatir acremente el segundo de estos dos movimientos 18.

En este pasaje, con su exhortación restablece el equilibrio. Para los antiguos judíos lo que les obligaba, en cuanto judíos, y lo que los señalaba ante los demás como tales, particularmente en los baños públicos, era la circuncisión. Hubo incluso un tiempo en el que procuraron, mediante operaciones quirúrgicas, hacer desaparecer las huellas corporales de este rito. Ante Dios tanto da una cosa como la otra, dice Pablo. Cada uno debe aceptar lo que la Providencia ha destinado para él antes de recibir la llamada al cristianismo, que es lo único decisivo. A las demás cosas no se les debe dar importancia alguna, pues sería ofender a Dios y obscurecer la nueva creación que Dios ha realizado en él (Gal_6:15). Cuando Pablo afirma que lo único importante es observar los mandamientos de Dios, piensan algunos que esta formulación es muy apaulina. Indudablemente, resulta muy digno de ser tenido en cuenta este hecho de que también Pablo -dicho sea con todos los permisos- sea capaz de predicar tan católicamente. Podría acaso traslucirse aquí la sentencia de un catecismo protocristiano, consignada sin duda por escrito y llegada hasta nosotros en la liturgia bautismal: «Si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos.»

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17. Cf. Rom_15:5 9.

18. Contra este peligro se endereza la polémica de la carta a los Gálatas.

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b) Contribución al problema social: la esclavitud (1Co/07/20-24).

20 Quédese cada uno en la condición en la que recibió el llamamiento. 21 ¿Lo recibiste siendo esclavo? No te preocupes; y aunque pudieras obtener la libertad, aprovecha más bien tu condición de esclavo. 22 Pues el esclavo que recibió el llamamiento en el Señor, es liberto del Señor, e igualmente, el libre que recibió el llamamiento, es esclavo de Cristo. 23 Habéis sido comprados a precio: no os hagáis esclavos de hombres. 24 Cada uno, hermanos, permanezca ante Dios en la condición en que recibió el llamamiento.

ESCLAVITUD/PABLO: Más formalmente, más ahincadamente aún repite Pablo, al comienzo del segundo ejemplo, a mitad de toda esta perícopa, algo cuyo contenido se había dicho ya en el versículo 17. Se da un cierto progreso en el hecho de que, en vez del giro «según la condición que el Señor le asignó», aquí se dice con mayor énfasis: «en la condición en la que recibió el llamamiento». Ahora bien, ¿qué quiere decir aquí condición? No el acto de la gracia divina, sino el puesto o la situación social en la que el hombre se encontraba cuando fue llamado a la fe y a la Iglesia. Esta situación -Pablo se referirá a renglón seguido más de lleno al estado de esclavitud- tiene algo que ver con la llamada divina. Dios ha tenido en cuenta -y, por tanto, hasta cierto punto, ha querido- esta situación. Dado que más adelante ya no hubo esclavos, se aplicó el principio a las circunstancias existentes en cada época.

El segundo ejemplo de que se sirve Pablo para explicar su principio tenía para los Estados antiguos y para el orden social vigente un alcance mucho mayor: ¡los esclavos! Aquí se advierte, con mayor precisión que en 1,26-28 (donde se hablaba de los elementos componentes de la comunidad) que también los esclavos habían entrado a formar parte de ella.

En la administración doméstica, en el comercio y en el trabajo, eran mucho más numerosos los esclavos que los hombres libres. Si hubieran interpretado mal el mensaje de la libertad, acaso el Estado se hubiera visto en la absoluta precisión de someter por la fuerza a los cristianos. Pablo no sólo afirma en general: los esclavos deben seguir siendo lo que eran, sino que añade además: aun en el caso de que alguien tuviera la oportunidad de hacerse libre, debe considerar como ganancia mayor el ser esclavo. Tuvo que ser enorme la sensación de dicha de estos hombres sometidos a la esclavitud al ser aceptados como ciudadanos de pleno derecho en la comunidad cristiana y verse tratados como hermanos y hermanas por los hombres libres, para poder aceptar esta sentencia. Tuvo que ser inmensa su disposición de ánimo para aceptar los supremos valores del seguimiento de Jesús en obediencia y entrega de sí mismo.

Debieron darse casos en los que tanto los esclavos como sus dueños abrazaron el cristianismo. En esta circunstancia ideal era más fácil llevar a la práctica la fraternidad. En los otros casos, el hecho era más difícil, ya fuera condicionada esta dificultad por la situación de esclavitud, por la falta de cristianismo de los esclavos, o por la de su dueño. La carta a Filemón nos permite comprobar cómo cuando el señor y el esclavo se habían convertido al cristianismo quedaba totalmente renovada la relación entre ambos. El esclavo Onésimo había huido de su dueño. En algún punto se encontró con Pablo, se convirtió al cristianismo y el Apóstol le devolvió a su señor, no sin darle una carta de recomendación muy cordial, que es precisamente nuestra carta a Filemón. Con ella se le preparaba el camino para ser bien recibido y se le sugería incluso a Filemón, de una manera delicada, que concediera la libertad a Onésimo, que ahora ya es liberto del Señor.

También a los hombres libres -y, dado el caso, a los poseedores de esclavos- se les dice algo acorde con esta doctrina. Si el libre se entiende bien en la fe, es un esclavo de Cristo. No puede hacer lo que le plazca ni consigo mismo ni con las cosas que le pertenecen. Con mucha más razón deben tratar según el sentir de Cristo a un esclavo, que es imagen y semejanza de Dios.

Aunque también aquí el consejo es permanecer, esto no equivale a decir que todo deba permanecer según el modelo antiguo. La verdad es que lo antiguo queda radicalmente transformado. La levadura del Evangelio fermenta la masa. A primera vista todo parece quedar igual, pero en el fondo todo se transforma desde dentro. Esto puede expresarse en la paradoja: el esclavo es ahora libre (en Cristo), y el libre, esclavo (de Cristo). La emancipación se conseguía muchas veces mediante el pago del rescate. Esta idea, no explícitamente expresada, lleva al Apóstol a un nuevo giro, que se aplica tanto a los libres como a los esclavos. Todos ellos han sido comprados a un alto precio (cf. 6,20). El Apóstol piensa en la entrega de Jesús. No deben, pues, destruir esta libertad. Sería de nuevo esclavo de los hombres aquel que olvidara la libertad y superioridad conseguida en Cristo respecto de las diferencias sociales, o nacionales. O de cualquiera otra clase, y tomara otra vez en serio, al modo antiguo, tales gradaciones. Lo que es válido para Dios debe ser válido también para nosotros. En este sentido se repite por tercera vez -ya para concluir- el principio: permanecer en la condición en que se recibió el llamamiento. Esta doctrina no ha llevado en modo alguno -como pudiera creerse en principio- a perpetuar la esclavitud. Su abolición ha exigido tiempo, ciertamente, y en algunos lugares sin duda demasiado tiempo. Pero la doctrina de Pablo conducía inexorablemente a este resultado. Tampoco el Apóstol ha proclamado como principio general la igualdad de derechos de la mujer, para la que todavía no estaba madurada la sociedad de entonces. Pero sus enseñanzas prácticas sobre la convivencia matrimonial contenían ya de hecho esta igualdad, y sólo se necesitaba tiempo para extraer poco a poco de su núcleo íntimo la relación mutua y total de ambos sexos.

Podemos atenernos, pues, a las dos cosas: a lo que Pablo enseña y recomienda aquí, y a lo que, como creyentes, defendemos hoy y por cuya adquisición debemos combatir. La instrucción del Apóstol está dirigida a una situación muy concreta de la nueva comunidad cristiana y a una concreta mentalidad de la sociedad antigua. Tenemos todos los motivos para admitir que sus instrucciones eran las únicas adecuadas a aquel tiempo y momento. Pero para nosotros ambas cosas han cambiado: la situación de fe de la comunidad cristiana y la concepción comunitaria del hombre. La fe y el estado cristiano no se experimentan ya hoy como una novedad; la concepción social del mundo, por el contrario, ha evolucionado en una medida y con una amplitud tal como nunca había acontecido hasta ahora. Allí hubo que frenar la dinámica de la fe para no falsificarla en su repercusión social. Pero ahora hay que dejarla libre, para que la fe y el cristianismo no se queden al margen de la historia. Entonces un abandono precipitado y sin distinciones del estado en que cada uno realmente estaba, en el que cada uno había configurado sus experiencias, hubiera significado un desarraigo. En vez de dar testimonio misional y creyente de aquella novedad decisiva dentro del ámbito existente, se hubiera desplazado a otro campo la dinámica de la fe y la libertad que esta fe entrañaba hubiera sido mal usada socialmente. Hoy, una permanencia indiscriminada podría significar desidia e inadvertencia frente a los signos de los tiempos, desobediencia frente a la llamada del Señor, que quiere que demos testimonio de la fe en un mundo en transformación. El que llega a un país extraño debe aprender la lengua del país, ya sólo para poder llevar una vida humana, y mucho más si debe desempeñar un cargo misional. ésta es exactamente nuestra situación. No se trata, hablando en puridad, de que hayamos desembarcado en un país extraño, sino que los países extraños se han expandido, han irrumpido en nuestro entorno. Y la lengua que tenemos que aprender no consiste ya en palabras, sino en un pensar, actuar y decidir de nuevo cuño.

No debemos vacilar, por tanto, ante el hecho de que en este punto no podamos seguir al pie de la letra el consejo del Apóstol. Ante situaciones nuevas él mismo adoptó con frecuencia posturas nuevas, de las que hoy podemos pensar que fueron acertadas. Con la misma confianza en la guía del Espíritu Santo y con idéntica obediencia frente a la misión de Jesucristo deberemos atrevernos nosotros hoy a tomar nuestras propias decisiones. También en el ámbito de la nueva decisión volverán a darse situaciones en las que puedan aplicarse literalmente las enseñanzas que aquí imparte el Apóstol. Nosotros no podemos cambiar a voluntad las condiciones de nuestra vida en el mundo. Pero podemos consolarnos con la idea de que hemos sido elegidos, llamados y agraciados precisamente en este estado y en el cual y a través del cual podemos realizar nuestra vocación e incluso nuestra dinámica misionera.

4. EL CELIBATO VOLUNTARIO (7,25-35).

a) Recomendación del celibato (1Co/07/25-28).

25 Con respecto a los no casados, no tengo precepto alguno del Señor, sino que doy mi parecer como digno de fe que soy por le misericordia del Señor. 26 Así pues, opino que esto es bueno por la necesidad presente; quiero decir, que es bueno al hombre permanecer así. 27 ¿Estás ligado a mujer? No busques la separación. ¿Estás libre de mujer? No busques mujer. 28 No obstante, si te casas, no pecas; y si una doncella se casa, tampoco peca; aunque, por otra parte, estos tales tendrán su tribulación en la carne, que yo, desde luego, os la quisiera ahorrar.

Esta nueva proposición vuelve a repetir, con una formulación clara, la problemática de todo el capítulo, pero limitándola a un aspecto, el relativo a la virginidad. Una parte de las consultas de los corintios debía decir, poco más o menos: ¿No sería mejor que no casáramos a nuestras hijas solteras? Semejante idea ¿no parece estar de acuerdo con la recién mencionada enseñanza general del Apóstol: permanecer en la condición en que cada uno ha sido llamado? Pero esta enseñanza no puede aplicarse así, sin más, a nuestra problemática. La soltería no es de suyo un estado destinado a mantenerse inalterable. Es más bien un estado de transición, destinado a ceder el puesto al matrimonio, del mismo modo que la flor cede el puesto al fruto.

Ahora bien, Pablo tiene en muy alta estima el estado de virginidad abrazado y mantenido por amor al reino de los cielos. No existe ningún mandato sobre el tema, cosa que hubiera decidido la cuestión ya de antemano. Pablo comienza por anteponer esta constatación negativa. También los corintios deberían haber aprendido a distinguir entre lo que se debe creer y practicar incondicionalmente, de modo que no pueda haber discusión alguna sobre ello, y las verdades y recomendaciones que no obligan tan absolutamente, aunque tampoco están, de suyo, a nuestra entera libertad y voluntad. La doctrina católica ha formulado esta realidad con la distinción entre precepto y consejo. Así, en la cuestión que nos ocupa, Pablo expone su opinión, y fundamenta su consejo en que, en virtud de su mandato misional y de su tarea, merece crédito. Lo que aquí tiene que añadir a la recomendación fundamental de la virginidad, ya expuesta en la primera sentencia de este capítulo, enderezada a ambos sexos, se contiene en la frase «por la necesidad presente». No es fácil precisar si se piensa aquí en la urgencia escatológica que el Apóstol se imaginaba ya próxima, o si más bien la expresión se refiere -como en la tribulación siguiente (7s28)- a la situación siempre presente de la Iglesia, colocada en un mundo alejado de Dios. La forma en futuro: «estos tales tendrán su tribulación» no define la duda en favor de un significado indiscutiblemente escatológico; puede referirse a aquellos que se casan y que están, por tanto, más expuestos a los ataques del mundo hostil, debido a sus vínculos familiares. En cualquier caso, es seguro que en toda situación persecutoria hay siempre algo escatológico, y que en la época final y propia de la escatología este consejo tendrá la más absoluta actualidad y vigencia.

Lo que se añade a continuación de estas dos sentencias tan cuidadosamente expuestas y gramaticalmente algo prolijas es, en razón de esto mismo, más decisivo y apremiante. Se comienza por repetir o proseguir el consejo general de que cada cual permanezca en su propio estado, soltero el soltero, casado el casado. La segunda frase aclara inmediatamente que no se trata de un precepto obligatorio, sino que ahora y siempre es lícito y permitido contraer matrimonio. Lo más notable y asombroso, por no decir lo más extraño, es la observación de que el Apóstol querría evitar a los corintios su tribulación en la carne. No se piensa aquí en los evidentes cuidados del nacimiento y educación de los hijos. Tampoco se refiere la frase al pensar y decir de ciertas madres, que quieren evitar a sus hijos una vida que sólo puede vivirse bajo constantes amenazas. El Apóstol debió contemplar con mirada profética pruebas desgarradoras mucho más concretas. Podríamos pensar acaso en los ejemplos de las historias de los mártires, como la madre de los hermanos macabeos y otras de la era cristiana. Quizás este pensamiento, aquí sólo levemente aflorado, sea reasumido y aclarado en un pasaje posterior (7,32-35).



b) El espíritu de celibato o virginidad (1Co/07/29-31).

29 Lo que digo, hermanos, es esto: que el tiempo es breve. Por lo demás, que los que tienen mujer sean como si no la tuvieran; 30 los que lloran, como si no lloraran; los que se alegran, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran; 31 los que usan del mundo, como si no disfrutaran de él; porque la apariencia de este mundo pasa.

El Apóstol dirige una vez más su mirada, más allá de las preguntas inmediatas, hacia lo que tiene validez universal. Establece, a título de introducción, un hecho del que se deriva todo lo que sigue. Y lo dice con expresión tan solemne que se estaría tentado a traducir: «A este propósito declaro...» Debe considerarse como continuación y explicación de su aserto de que el tiempo es breve la frase final de esta pequeña perícopa: «porque la apariencia de este mundo pasa». Aquí sólo cabe pensar en el fin del mundo, ya inminente. Ahora bien ¿mantiene esta frase su vigencia, después de que el mundo se ha prolongado durante veinte siglos? Tenemos que delimitar entre opinión personal del Apóstol, lo que daba por seguro en la cuestión del término del juicio, y aquellas afirmaciones que, independientemente de esta opinión, y rebasándola, tenían valor permanente para la Iglesia. Lo mismo puede decirse respecto de las enseñanzas de Jesús. Y, en realidad ¿no se debe aplicar por doquiera a todas las palabras de la Escritura? Estas palabras han sido pronunciadas, en efecto, con unos determinados presupuestos y dentro de una situación determinada, aunque conservan, no obstante, validez para otros tiempos y otras circunstancias. No siempre es fácil distinguir entre el valor permanente y el valor circunstancial de origen. ésta es precisamente la tarea de la interpretación, para la que se nos ha prometido la asistencia del Espíritu Santo. Sigue siendo válido que, desde la primera venida del Hijo del hombre, el mundo se encuentra bajo otros signos. En apariencia, sigue deslizándose como antes, pero su realidad profunda es distinta. Se halla situado en el tiempo intermedio entre la primera y la segunda venida del Señor, como atenazado entre ambas. Algo así expresa la frase que nosotros traducimos un poco simplificadamente: «el tiempo es breve». También las situaciones de que ahora se habla están de algún modo como atenazadas entre estas dos pequeñas frases tan plenas de contenido.

¿Qué quiere decir: los que tienen mujer como si no la tuvieran? No puede afirmar lo contrario de lo que el Apóstol ha expuesto a los casados, al comienzo, como norma de conducta de su vida en común, es decir, no puede significar la renuncia a la comunidad matrimonial, ni tampoco un comportamiento que no se cuida para nada del consorte. Quiere decir que no deben estar tan sometidos a sus relaciones conyugales que ya no puedan vivir sin ellas. Debe crearse un espacio de libertad, que ciertamente no aparece aquí por vez primera; aquel consejo a la renuncia temporal, tras mutuo acuerdo, a la convivencia corporal, para dedicarse a la oración, señalaba ya en esta misma dirección. Aquí se formula el mismo principio, sólo que de una manera más básica y fundamental. Consigue así una mayor aplicabilidad, aunque a costa, desde luego, de la precisión para los casos concretos. Debe tenerse bien en cuenta de qué está hablando el Apóstol. Después de haber dado instrucciones concretas para casos bien determinados, quiere formular, de manera válida para todos, algo que puede aplicarse a todo género de circunstancias y situaciones. En cierto sentido, a casados y solteros deben aplicarse normas completamente distintas. Pero Pablo no puede detenerse aquí. Le interesa llegar a lo último y fundamental, a lo auténticamente cristiano, a lo que debe llevarse a cabo en toda circunstancia, a lo que hace visible y perceptible, por encima de todas las situaciones concretas, el elemento nuevo del ser cristiano.

Arrancando del tema del matrimonio, pasa Pablo a disertar sobre esta actitud, para él tan importante. Pero es conveniente que la ilustre con nuevos ejemplos. ¿O sigue anclado todavía en el ámbito de lo matrimonial cuando habla de los que lloran? ¿Se refiere acaso a aquellos cuya preocupación radica precisamente en que se les ha negado una plenitud anhelada? ¿A aquellos cuyo llanto es tanto más amargo cuanto que a casi nadie pueden exponer este anhelo y esta necesidad? En realidad, si Pablo arranca de este tema para hablar de los que lloran, es seguro que quiere incluir en este grupo a todos cuantos, por la razón que fuere, sienten siempre en sí las angustias de la existencia humana. A nadie prohíbe las lágrimas, y él mismo confiesa haberlas derramado en diversas ocasiones (Rom_12:15; Phi_3:8). Pero tampoco prohíbe a los felices, a los dichosos, su alegría. Ambas cosas son humanas. Pablo está muy lejos del ideal estoico de la impasibilidad del alma. Y muy cerca de las bienaventuranzas del sermón de la montaña. éstas, aunque menos dialécticamente formuladas, mantienen, en la dualidad de las situaciones descritas y de la salvación que se les promete, una tensión entre presente y futuro, una invitación a superar el presente de tal modo que se permita la entrada -en la fe y en la esperanza- en el futuro prometido.

«Los que compran» nos recuerda que Corinto era una ciudad mercantil, en la que era imprescindible, también para los cristianos, el espíritu comercial, el afán de ganancia y el valor del riesgo. Pablo no se lo prohíbe; pero, como cristianos, no sólo deben evitar las prácticas injustas, sino que deben mantener además, frente a este campo de actividad, una libertad difícil de describir detalladamente, pero activa y eficaz por doquier. La frase que emplea en la última linea: los que usan el mundo, puede referirse a todo cuanto abarca la vida ciudadana, con su refinada cultura, y también a las múltiples relaciones, tan importantes en todos los terrenos.

En tiempos de nuestros abuelos, los artesanos bebían una copa para cultivar sus relaciones con el cliente. Las cosas son hoy mucho más complicadas y difíciles, y también mucho más arriesgadas, ¿Puede maravillarse un cristiano de que no le salgan bien los negocios? ¿No debería ver más bien en ello una disposición de la Providencia, que le proporciona un pequeño distanciamiento para que pueda adquirir conciencia de que «sólo una cosa es necesaria»? La actividad presente sólo tiene sentido dentro de este corto espacio temporal. Aquel que vive en la perspectiva del Señor que viene de nuevo, aquel que se ha situado en el reino de Dios, no tiene por qué aferrarse o complacerse en ningún bien o valor de este mundo que pasa.

Todo lo dicho apuntaba hacia una dirección que apartaba un tanto de aquel mundo y que era necesaria en aquel momento. Pero también nosotros podemos preguntarnos ahora si, dadas las actuales circunstancias, no podríamos y aun no deberíamos cambiar de rumbo. ¿No podría darse que los cristianos hayan tomado poco en serio las realidades terrenas? ¿Que no se hayan comprometido lo suficiente, no en lo tocante a sus propias ganancias, sino con las necesidades de sus conciudadanos? ¿Que hayan trabajado lo suficiente para asegurar la subsistencia de su familia, pero no lo bastante para ayudar a los pueblos subdesarrollados? En todo caso, el Concilio nos ha enseñado que no podemos limitarnos a encogernos de hombros ante las necesidades del mundo, sino que, por amor al reino de los cielos, debemos procurar servir, con fuerza y fidelidad, al progreso humano, correctamente entendido 19.

Es bien cierto que hoy asoma de nuevo en el horizonte el peligro opuesto. La alta estima, la casi santificación de las realidades terrenas, podría llevar a una simple y lisa mundanización. Ante la alta valoración del matrimonio, parece desvanecerse el sentido de la virginidad voluntaria; ante la alta valoración de la libertad, el sentido de la obediencia voluntaria; ante el amplio contacto con los bienes del mundo, el sentido de la pobreza voluntaria. Es indiscutible que la intención de estos versículos coincide plenamente con los consejos evangélicos, es decir, con lo que la tradición espiritual ha llamado el espíritu de los consejos evangélicos. Desde siempre se ha sabido que no todos pueden estar llamados a vivir en su sentido radical y literal la pobreza, y la castidad; pero también se ha sabido que todos han de tenerlas en algún grado, ya que a todos se dirigen las bienaventuranzas del sermón de la montaña. De aquí debe partirse para determinar el alCance de estos versículos, que, por un lado, son menos que preceptos, pero, por otro, son mucho más.

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19. El concilio Vaticano II ha empleado de hecho esta palabra varias veces, dándole un sentido positivo, especialmente en la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, por ejemplo en los artículos 36.44.72. Pero tampoco pasa en silencio la tentación de una falsa fe en el progreso y procura poner en claro las relaciones entre el progreso terreno y el reino de Dios: artículos 37 y 39.

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c) Por qué es mejor el estado de virginidad (1Co/07/32-35).

32 Lo que yo pretendo es que estéis libres de cuidados. El soltero se cuida de las cosas del Señor: de cómo agradar al Señor. 33 En cambio, el casado se cuida de las cosas del mundo: de cómo agradar a su mujer, 34 y anda dividido. Igualmente, la mujer no casada, lo mismo que la doncella, se cuida de las cosas del Señor, para ser santa en cuerpo y alma; la casada, en cambio, se cuida de las cosas del mundo: de cómo agradar a su marido. 35 Y esto lo digo mirando a vuestro provecho, no para tenderos un lazo, sino para una digna y solícita dedicación al Señor.

Después de la perícopa 7,29-31, dotada de unidad propia, prosigue el Apóstol las ideas antes expuestas sobre lo bueno y lo mejor. La relación entre ambos pasajes se advierte claramente por el deseo reiteradamente expresado por el Apóstol. El elemento nuevo de esta perícopa, que tiene una unidad parecida a la precedente, está en los cuidados, de los que se habla cinco veces. Aparecen bajo una doble valoración. Al principio se estiman tan negativamente como en el sermón de la montaña: se consideran como una postura prohibida a los cristianos. Es un cuidarse de las cosas del mundo; se trata, pues, de un cuidado típicamente mundanal. Pero hay otro cuidado: el de las cosas del Señor. Y ocurre que la persona casada se ve dividida entre ambos. Junto a los cuidados -de un lado por las cosas del Señor, de otro por las cosas del mundo- aparece otra palabra determinante: agradar -allí al Señor, aquí a la mujer, o, respectivamente, al marido-, tal como se dice en la parábola de Jesús: «Me acabo de casar y por eso no puedo ir» (Luk_14:20). En este agradar se contiene toda la reserva, el tiempo, las orientaciones y preocupaciones que el matrimonio lleva consigo. El casado se ve en la precisión, por así decirlo, de servir a dos señores. No deberían ser dos señores distintos cuando ambos consortes quieren pertenecer enteramente al Señor. Pero aquí entran en juego muchos elementos. La regla no es que ambos esposos piensen únicamente en lo que es del Señor, o en prepararse mutuamente para el Señor, en considerarse y tratarse el uno al otro como un préstamo del Señor. Pablo no considera aquí este caso. En este pasaje se muestra reservado o escéptico, porque tiene en cuenta una norma mucho más elevada, a la que le impulsa su celo por el Señor. Vuelve a refrenarse de inmediato, precisamente -cosa muy digna de notarse- en el versículo final. Pero no puede por menos de desear de todo corazón que se entreguen total y enteramente, sin división y sin turbación, al Señor.

Frente a los cuidados, negativamente valorados, por las cosas del mundo, están los cuidados por las cosas del Señor. Podríamos preguntar cuál es la contrapartida del estar dividido. Y la respuesta sería: el indiviso pertenecer al Señor. Pero en el texto no aparece. ¿Acaso sí está, pero bajo una forma algo diferente? Parece que, de hecho, la frase: «para ser santa en cuerpo y alma» ofrece exactamente esta correspondencia. No que los casados no puedan y no deban ser santos. Pero el Apóstol busca aquí una expresión para indicar una pertenencia especial y exclusiva al Señor, un ser y estar determinado por él. Y lo ha expresado con estas palabras. También en el último versículo, que cae un poco fuera de la continuidad, por otra parte uniforme, del paralelismo, se aprecia básicamente el esfuerzo por expresar este aspecto positivo.

Pablo no presta atención a otro grupo: al de aquellos muchos que desearían casarse, pero no llegan al matrimonio. ¿Es que no se daba este caso en su tiempo? Al principio del versículo 34 podría pensarse que Pablo tiene presente este grupo, cuando junto a las vírgenes menciona a las mujeres no casadas. Pero o bien se refiere a las viudas, o bien a las mujeres que en su anterior vida pagana mantenían relaciones no legítimas. En todo caso, en lo ya dicho hay elementos que proporcionan ayuda a estos célibes involuntarios, con tal de que consigan adquirir en la fe una visión de su forzosa privación del matrimonio como llamada positiva a las cosas del Señor. «Se cuida de las cosas del Señor» es presentado como un hecho evidente. Hay aquí una invitación y una exigencia: la de ser capaz de reconocer y abrazar esta llamada positiva.

5. INSTRUCCIONES PARA DOS GRUPOS ESPECIALES (Luk_7:36-40).

a) A los padres que tienen hijas núbiles (1Co/07/36-38).

36 Pero si alguno piensa que falta a la conveniencia respecto de su doncella, porque se le pasa la flor de la edad, y es conveniente hacerlo así, haga lo que desea; no peca; cásense. 37 Por el contrario, si uno está firme en su corazón, con entera libertad, y tiene poder sobre su voluntad, y ha resuelto en su corazón guardar así a su doncella, hará bien. 38 De modo que el que casa a su doncella hace bien, y el que no la casa, hará todavía mejor.

En el fondo, todo está ya dicho, y de diversas maneras. Pero aquel que piensa no sólo como legislador o como maestro, sino como padre y educador, no cree excederse cuando, en gracia de la seguridad, aplica los principios generales, en los que ya se contiene todo, a todos aquellos casos concretos que pueden tener utilidad práctica para sus encomendados. Ya se había hablado de las doncellas y de las mujeres no casadas. Entre estas últimas se cuentan también las viudas, de las que se volverá a hablar más tarde. Por lo que hace a las doncellas, la decisión no está, o no del todo y no siempre, en su propia mano. De aquí esta palabra dirigida a los que responden por ellas. La línea básica de lo que aquí dice Pablo viene trazada ya desde mucho antes. En sus determinaciones concretas, la línea de exposición del pensamiento nos parece extrañamente dura, molesta o incómoda, acaso porque no conocemos bien las circunstancias o el tono de la pregunta. La clave para la recta intelección está en el sistema patriarcal familiar.

«Su doncella»: la frase va dirigida o bien al padre, o al tutor, o acaso también al tío o al hermano mayor, es decir, a aquel a quien incumbe la preocupación por la hija en edad núbil, y los preparativos para su matrimonio, según derecho y costumbre. Si alguno de estos opina que la costumbre le obliga a casar a la muchacha, debe hacer lo que cree que no puede dejar de hacer. Y no peca por ello. Pero si tiene el coraje suficiente para decidir según su propio criterio, puede hacer aquello que, a lo largo de todo el capítulo, Pablo ha declarado ser mejor: conservarla enteramente para el Señor.

El consentimiento de la muchacha es algo que se da por sabido y evidente, del mismo modo que durante la edad media los padres casaban a sus hijos o los entregaban al convento. Para nuestra sensibilidad moderna se comete aquí una injusticia estridente. Pero lo que hoy parece así, no lo era en otras circunstancias. Pablo ha contribuido mucho a la igualdad de derechos de la mujer. Lo que nos dice en este pasaje se atiene simplemente a las circunstancias de su tiempo. La decisión a tomar sobre una hija casadera no se valoraba de acuerdo con la sensibilidad o los deseos de la interesada, sino de acuerdo con las costumbres sociales, que incluso hoy día siguen desempeñando su papel. Así como Pablo no quiso subvertir radicalmente el estatuto de los esclavos, tampoco quiso hacerlo con el régimen familiar20.

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20. La interpretación que damos en el texto no deja de tener sus dificultades. En primer lugar, no era de esperar que, refiriéndose al padre o al tutor, se hablara de «su doncella». El plural «cásense» introduce inesperadamente en escena un novio o prometido. Y ¿es realmente digna de alabanza esta inconmovible firmeza del padre (o tutor)? Puede darse una serie de buenas razones en favor de una explicación enteramente distinta de las circunstancias que aquí se presuponen. Se hablaría, según esto, de una especie de matrimonio espiritual. Dos jóvenes habrían prometido pertenecerse mutuamente y vivir en estado de virginidad. Pablo no condenaría de antemano esta conducta o situación de hecho; pero sí aconsejaría insistentemente que se casen en el caso de que él (o ella, o ambos) no fueran ya dueños de sus impulsos. La expresión «la flor de su edad» puede entenderse muy bien en este sentido, aplicada al varón. Pero aunque en esta interpretación pueden entenderse, sin forzarlas, algunas expresiones, en último término vuelve a reaparecer una dificultad no pequeña: porque en primer lugar dice: «cásense», y luego dice: «el que casa a su doncella». Lo cierto es que durante algún tiempo se dieron estos intentos de matrimonios espirituales. Pero ya Ireneo y Tertuliano condenaron estas uniones, que fueron prohibidas por varios sínodos eclesiásticos.

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b) A las viudas (1Co/07/39-40).

39 La mujer está ligada a su marido mientras éste viva. Pero si muere el marido, quede en libertad de casarse con quien quiera, con tal de que sea en el Señor 40 Sin embargo, será más feliz si se queda así, según mi parecer; y creo que también yo tengo el Espíritu de Dios.

El caso de las viudas es distinto. Pablo comienza por repetir la indisolubilidad del matrimonio, hasta que la muerte lo disuelve. Para designar la muerte emplea el texto original una expresión que se ha conservado en el uso linguístico de la Iglesia y de su liturgia: dormirse. Una vez roto de esta suerte el vínculo matrimonial, se queda en completa libertad de contraer un nuevo matrimonio. Aquellos círculos de la comunidad corintia que querían prohibir el matrimonio, se pronunciaban sobre todo en contra de las segundas nupcias. En este caso Pablo se muestra comedido, sobrio y justo. Establece como norma única la voluntad de la mujer. La sola limitación que pone es que una viuda cristiana, cuando se decide por un segundo matrimonio, debe unirse con un varón que sea su hermano en Cristo y en la comunidad. Cuanto menos empuja la necesidad terrena al matrimonio, más preferencia debe darse al aspecto espiritual de la vida de los consortes. Pero también aquí insiste en su recomendación de permanecer libre. Merece especial atención la expresión «más feliz». Ella demuestra que esta mayor felicidad de las que permanecen en su viudez se entiende enteramente desde Cristo, dado que incluye una mayor participación en él.

La viuda que, conscientemente, se mantiene en su estado, puede vivir en cierto modo una especie de segunda virginidad y puede aportar, además, en el servicio de los hermanos y hermanas, importantes experiencias sobre el matrimonio y sobre la educación de los hijos.

El Apóstol insiste, por última vez, en que en esta cuestión expone su opinión personal. Es decir, no se trata de un precepto estricto, pero sí de la expresión de un deseo del que puede atreverse a decir que se apoya en Dios, en el Espíritu de Dios. Es el Espíritu el que, superando la letra, explica lo que Dios ha revelado por Cristo y lo que debe decidirse y vivirse en cada caso, según la mente de Jesús (cf. Joh_16:13-15).

Se ha hablado de las viudas. ¿Por qué no de los viudos? En estricta lógica, habría que aplicar a los segundos lo que se dice de las primeras. Acaso con la diferencia de que las segundas nupcias de los viudos eran aún más evidentes para el Apóstol que las de las viudas, y era, por tanto, un tema que ni siquiera necesitaba discusión. En la posterior historia de la Iglesia no se registra un orden de los viudos, mientras que, ya muy pronto, las viudas aparecen como el primer grupo sólido, con sus propios derechos consuetudinarios, como lo demuestran las mismas cartas pastorales. La posición de las viudas en el mundo era más difícil, y las tareas que se les encomendaban en la comunidad y para ella eran demasiado preciosas como para que la Iglesia no deseara reunirlas en un grupo, y poder cuidar mejor de ellas. Las viudas, por su parte, ejercían una importante actividad caritativa y se dedicaban al ejercicio incesante de la oración. Cuanto más se destacaba este estado, y cuanto más enseñaba la experiencia que las viudas jóvenes estaban rodeadas de tentaciones interiores y exteriores, tanto más se les recomendaba un segundo matrimonio (cf. 1Ti_5:11-15).

Con esto, ha completado el Apóstol el circulo de las preguntas prácticas. Puede pensarse que en este punto tenía plena conciencia de que estaba creando reglas, normas y disposiciones que pasarían a ser normativas para toda la Iglesia en el futuro. Y como tales han perdurado, en efecto, gracias precisamente a su cuidadosa distinción entre obligación y precepto por un lado, y recomendación y consejo por otro. La Iglesia puede así mantenerse firme en los preceptos decisivos y elástica en las múltiples circunstancias cambiantes. Por eso nos es posible hoy a nosotros destacar algunas líneas, para poder aplicar con mayor luz las enseñanzas del Apóstol a los problemas de nuestro tiempo.



Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



II. Respuesta a Consultas de los Corintios.

Matrimonio y continencia, 7:1-9.
Comenzando a tratar de lo que me habéis escrito, bueno es al hombre no tocar mujer; 2 mas por evitar la fornicación, tenga cada uno su mujer, y cada una tenga su marido. 3 El marido pague a la mujer, e igualmente la mujer al marido. 4 La mujer no es dueña de su propio cuerpo, es el marido; e igualmente el marido no es dueño de su propio cuerpo, es la mujer. 5 No os defraudéis uno al otro, a no ser de común acuerdo por algún tiempo, para daros a la oración, y de nuevo volved al mismo orden de vida, a fin de que no os tiente Satanás de incontinencia. 6 Esto os lo digo condescendiendo, no mandando. 7 Quisiera yo que todos los hombres fuesen como yo, pero cada uno tiene de Dios su propia gracia, éste una, aquél otra. 8 Sin embargo, a los no casados y a las viudas les digo que les es mejor permanecer como yo. 9 Pero si no pueden guardar continencia, cásense, que mejor es casarse que abrasarse.

Comienza aquí la segunda parte de la carta, en que San Pablo responde a las preguntas que por escrito le habían hecho los corintios (7:1-15:58). Una de esas preguntas era referente al matrimonio (cf. 7:1). Al ponerla el Apóstol en primer lugar, este capítulo queda unido literariamente a los dos anteriores, donde ha venido tratando de la castidad cristiana.
Parece ser que algunos corintios, llevados de un ascetismo exagerado y quizás bajo el influjo de tendencias gnósticas, consideraban como pecaminoso el matrimonio, por lo que se creían obligados a vivir en el celibato o, si estaban ya casados, a vivir en continencia, y aun a separarse del cónyuge, principalmente si éste era todavía pagano. Ni debe extrañarnos el que en una ciudad tan corrompida como Corinto, donde se daban tantos abusos, incluso entre los mismos fieles (cf. 5:1; 6:9), surgiesen tales ascetismos; es ley general de vida, que junto a una doctrina o modo de vivir extremista, surja en seguida el opuesto. Junto al epicúreo, que pone su ideal en los placeres, surge el estoico, que los condena. San Pablo, con una visión realista y humana, y al mismo tiempo muy sobrenatural, va a expresar ampliamente su pensamiento tocante a matrimonio y virginidad (7:1-40). En la presente narracion (v.1-9) atiende sobre todo a la cuestión de sí el contraer matrimonio y usar del matrimonio después de contraído era o no cosa buena.
La respuesta del Apóstol abarca ambos extremos: es lícito el matrimonio (v.2-9) y lícito también su uso (v.3-5). De este último afirma expresamente que no está en poder de uno de los cónyuges el negarse al otro (v.3), pues, en virtud del contrato matrimonial, ambos se dieron mutuamente el derecho del uno sobre el otro para todo cuanto se refiere al fin del matrimonio (v.4). La abstención, pues, habrá de ser siempre de común acuerdo; ni conviene que se comprometan, hablando en general, sino sólo por algún tiempo, con el fin de estar más libres para la oración y vivir periódicamente una vida de más intimidad con Dios (v.5; cf. Exo_19:15; 1Sa_21:5). Sin embargo, es interesante notar cómo, aun tratando de enseñar la legitimidad del matrimonio y de su uso, San Pablo lo hace de modo que resalte ya desde un principio que la continencia es mejor. Y así, comienza afirmando que es bueno (????? ) al hombre no tocar mujer (v.1). No está claro si la frase es de San Pablo o es cita del escrito de los corintios; pero la cosa importa poco, pues dada la manera de continuar: mas por evitar., se ve claro que el Apóstol la hace suya 162. De nuevo expresa la misma idea en el v.6, al afirmar que cuanto ha dicho acerca de que cada uno tenga su mujer y usen del matrimonio (v.2-5), lo ha dicho, no mandando, sino condescendiendo, es decir, como hombre práctico, que vive la realidad humana, y valora objetivamente las posibilidades reales de la inmensa mayoría de los hombres. Y aún se expresa de modo más explícito en los v.7-9, cuando dice que quisiera que todos fuesen como él (v.7), lo cual es mejor (v.8), pero, si no pueden guardar continencia, cásense (v.9). El Apóstol no da ahora las razones de por qué es preferible de suyo el celibato al matrimonio. Ya lo hará luego en los v.32-35. De momento lo que le interesa es dejar bien claro, contra algunos extremistas de Corinto, que el matrimonio es lícito; sin embargo, aun ahora, no quiere exponer esa doctrina sin advertir a todos que el celibato es en sí más perfecto.
Se ha atacado a San Pablo, leyendo este pasaje, de tener un concepto muy bajo del matrimonio, algo así como un mal menor para evitar otros mayores. Tal parecen suponer las expresiones: mas por evitar la fornicación. ; volved al mismo orden de vida, a fin de que no os tiente Satanás.; si no pueden guardar continencia, cásense, que mejor es casarse que abrasarse, es decir, ser vencido por el fuego de la concupiscencia (v.2.5.9). Mas tengamos en cuenta que el Apóstol no pretende escribir aquí un tratado sobre el matrimonio cristiano, sino responder a cuestiones concretas que turbaban la comunidad de Corinto. Cuan altamente piense del matrimonio, lo vemos por lo que escribe en Efe_5:22-23. Ahora es sólo un aspecto del matrimonio el que toca, y ciertamente no el principal. Si afirma que el matrimonio, para una gran mayoría de hombres, es el cauce ordinario para no pecar (remedio de la concupiscencia), de ninguna manera afirma que sea ése el fin exclusivo del matrimonio. Hay otro mucho más directo y principal, que es la procreación de hijos 163; del cual, sin embargo, no dice nada, pues no es su intención en ese momento presentar a los corintios el ideal de la familia cristiana, sino hacerles ver la imposibilidad de universalizar el ideal de continencia absoluta, por lo demás muy deseable, que proclamaban algunos extremistas.
Yendo a la raíz profunda de las cosas, el Apóstol da la razón de por qué unos deben quedar en el celibato y otros ir al matrimonio, y es que cada uno recibe de Dios su propia gracia (? '???? ??????? ), éste una, aquél otra (v.7). Es decir, a unos concede el Señor gracia particular para que renuncien al matrimonio y se le consagren en perpetuo celibato; a otros concede gracia particular para que usen del matrimonio cristianamente. La primera es gracia de suyo más noble y excelente, pues lleva consigo la total consagración a Dios en cuerpo y alma (v.32); mientras que la segunda permite cierta división de señores, quedando limitada de algún modo esa consagración integral a Dios (cf. v.433). Claro que, en la realidad concreta de la vida de cada uno, aquella gracia que Dios le destina será la mejor para él, y todos, sea en el celibato, sea en el matrimonio, podrán llegar a las cumbres de la santidad.

Indisolubilidad del matrimonio y privilegio paulino,Efe_7:10-16.
10 Cuanto a los casados, precepto es, no mío, sino del Señor, que la mujer no se separe del marido, 11 y de separarse, que no vuelva a casarse, o se reconcilie con el marido, y que el marido no repudie a su mujer. 12 A los demás les digo yo, no el Señor, que si algún hermano tiene mujer infiel y ésta consiente en cohabitar con él, no la despida 13 Y si una mujer tiene marido infiel y éste consiente en cohabitar con ella, no lo abandone. 14 Pues se santifica el marido infiel por la mujer, y se santifica la mujer infiel por el hermano. De otro modo vuestros hijos serían impuros, y ahora son santos. 15 Pero si la parte infiel se retira, que se retire. En tales casos no está esclavizado el hermano o la hermana, que Dios nos ha llamado a la paz. 16 ¿Qué sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido; y tú, marido, si salvarás a tu mujer?

Una vez declarado que el matrimonio es cosa lícita y no cosa mala (v.1-9), pasa ahora el Apóstol a examinar (v.10-16) la cuestión de su permanencia o estabilidad.
Solemnemente proclama que la indisolubilidad del matrimonio es ley divina promulgada por Jesucristo; y en caso de que los cónyuges se separen por alguna razón, continúa en vigor el vínculo conyugal, de modo que en modo alguno pueden casarse de nuevo (v.10-11; cf. Mat_5:32; Mar_10:9-12; Luc_16:18). Nunca dice el Apóstol expresamente que esté refiriéndose al matrimonio entre cristianos, pero se deduce por la contraposición que establece entre los casados, de que aquí habla, y los demás, de que comienza a hablar en el v.12.
Por lo que toca a estos últimos, examina el caso, entonces sin duda frecuente, de un matrimonio contraído en la infidelidad, en cuyo estado permanece uno de los cónyuges, al paso que el otro se hace cristiano. Con su autoridad de apóstol, para este caso, hace una excepción a la ley de indisolubilidad del matrimonio a favor del cónyuge que pertenece a la Iglesia. Distingue el Apóstol dos posibilidades: o el cónyuge infiel consiente en cohabitar pacíficamente, sin ofensa del Creador, con el cónyuge fiel, en cuyo caso no se separen (v.12-15); o no consiente en esa cohabitación pacífica, en cuyo caso sepárense (v.15). Y da la razón de uno y otro extremo. Para la primera hipótesis, que no tema el cónyuge fiel ser contaminado por el contacto con el cónyuge infiel, pues más bien es el cónyuge fiel el que santifica 164 al infiel (v.14); y para la segunda hipótesis, que no lamente tener que dejarlo, pues Dios nos ha llamado a la paz, de la que no podríamos gozar si continuamente hubiéramos de estar luchando con la parte infiel para poder cumplir nuestros deberes religiosos (v.15); ni vale alegar la esperanza de convertir a la parte infiel, pues eso es una cosa incierta, que no justifica el sacrificio de perder la paz y libertad cristianas (v.16).
La decisión de Pablo ha pasado después a la legislación de la Iglesia con el nombre de privilegio paulino. Afirma el Apóstol que no tenía noticia de ningún mandato de Cristo acerca de esto (cf. v.12); pero ello no significa que la norma propuesta sea sólo una opinión privada suya, pues habla como Apóstol, autorizado para decidir en nombre de Jesucristo (cf. v.40; Jua_16:12-13). Ni la separación concedida a favor de la parte fiel se refiere sólo a la separación en cuanto a la cohabitación, sino a rotura del mismo vínculo conyugal, de modo que pueda contraerse nuevo matrimonio; así lo ha interpretado siempre la Iglesia, y así lo piden las expresiones sepárese (v.15; cf. v.10) y no está esclavizado., nos ha llamado a la paz (v.15), que parecen incluir plena libertad de la parte fiel, cosa que no se conseguiría si sólo se tratase de separación en cuanto a la cohabitación, como la aludida en v.11. Se ha discutido mucho si San Pablo, en lo aquí determinado, propone un precepto o sólo un consejo. Muchos autores, siguiendo a San Agustín y a Santo Tomás, lo interpretan en sentido de consejo; sin embargo, la mayoría de los autores modernos, siguiendo a Teodoreto y a San Jerónimo, lo interpretan como precepto. De hecho así parecen exigirlo las expresiones categóricas del Apóstol: no la despida (v.1a), que se retire (v.15), iguales a las empleadas en v.10-11, donde ciertamente se trata de precepto.

La conversión al cristianismo y la condición social, 7:17-24.
17 Fuera de ese caso, cada uno ande según el Señor le dio y según le llamó. Y esto lo mando en todas las iglesias. 1S ¿Ha sido uno llamado en la circuncisión? No falsee el prepucio. ¿Ha sido llamado en el prepucio? No se circuncide. 19 Nada es la circuncisión, nada el prepucio, sino la guarda de los preceptos de Dios. 20 Cada uno permanezca en el estado en que fue llamado. 21 ¿Fuiste llamado en la servidumbre? No te dé cuidado, y aun pudiendo hacerte libre, aprovéchate más bien. 22 Pues el que siervo fue llamado por el Señor, es liberto del Señor, e igualmente el que libre fue llamado, es siervo de Cristo. 23 Habéis sido comprados a precio, no os hagáis siervos de los hombres. 24 Hermanos, persevere cada uno ante Dios en la condición en que por El fue llamado.

Es éste uno de los pasajes en que más claramente aparece el genio prudente y equilibrado de San Pablo. Su profunda visión de las cosas, que a veces le obligó a intervenir en casos sumamente delicados (cf. Gal_2:11-14), le mueve aquí a poner en guardia a los fieles contra el peligro de una transformación violenta del orden social antiguo.
Había dicho que si la parte infiel de un matrimonio en que sólo uno de los cónyuges había abrazado el cristianismo no consentía en cohabitar pacíficamente con la parte fiel, ésta se separase (v.15). Ello podría dar ocasión a que alguno quisiese extender esa norma a otras situaciones de la vida, con consecuencias para el orden social que podían ser fatales. Para evitar ese peligro, en estos versículos que constituyen una especie de digresión dentro del tema del matrimonio, advierte que eso fue más bien una excepción de la norma general, la cual es que cada uno permanezca en el estado o condición social que tenia antes de convertirse (v. 17.20.24). Y que esto es lo que enseña en todas las iglesias (v.17). Se da perfecta cuenta San Pablo de que, cuando se trata del pecado, la nueva fe no puede ser tolerante; mas cuando se trata de modos de vida que no son en sí malos, aunque se presten a abusos, es conveniente que cada uno permanezca en el estado que tenía antes de la conversión, sin necesidad de modificaciones externas, pues todos los estados pueden ser santificados.
A fin de declarar mejor su pensamiento, pone el Apóstol dos ejemplos: el de la circuncisión (v.15) y el de la esclavitud (v.21). Refiriéndose al primero, dice que un cristiano que proceda del judaísmo no tiene por qué avergonzarse de sus orígenes religiosos y disimular la circuncisión, ni el que proceda del gentilismo tiene por qué hacerse circuncidar; pues circuncisión o prepucio nada valen en orden a la salud, sino la guarda de los preceptos de Dios (v.18-19; cf. Gal 5:6:Gal_6:15). No sabemos si se daban estos casos en Corinto. Es posible que hubiera ambas tendencias: la de algunos judíos o prosélitos que, al hacerse cristianos, se avergonzaban de aparecer circuncidados, sometiéndose a determinada operación quirúrgica que lo ocultase (cf. 1Ma_1:16), y la de algunos étnico-cristianos, más o menos judaizantes, que se hacían circuncidar para pertenecer más plenamente al pueblo de Dios (cf. Gal_2:14; Hec_15:1). En cuanto al segundo ejemplo, le dedica los v.21-23, jugando con los términos siervo y libre, y haciendo ver la poca o nula importancia que tienen en el cristianismo estas diferencias externas: el siervo es liberto de Cristo, que lo sacó de la esclavitud del demonio, y a su vez el libre es siervo de Cristo, que a todos, siervos y libres, nos compró igualmente con el precio de su sangre (v.23; cf. 6:20; 12:13; Gal_3:28) y no puede hacer lo que le plazca ni consigo mismo ni con las cosas que le pertenecen. Hasta tal punto recalca San Pablo esta indiferencia que deben tener los fieles respecto de las condiciones externas, que, en un arranque de heroísmo cristiano, llega a decir al esclavo (v.21) que, aun pudiendo hacerse libre, use más bien de su condición de esclavo para poder servir al Señor con humildad 165. Su afirmación: no os hagáis siervos de los hombres (v.23), después del enérgico habéis sido comprados a precio, alude a la misma idea, diciéndoles que no se sometan espiritualmente cual siervos a los hombres, juzgando de la vida con criterios de los hombres y siendo víctimas de preocupaciones humanas, cosa que no es propia de quienes han sido liberados a costa de tanto precio por Cristo, ante el cual no hay acepción de personas.

Excelencia de la virginidad sobre el matrimonio,Gal_7:25.-35
25 Acerca de las vírgenes, no tengo precepto del Señor, pero puedo dar consejo, como quien ha obtenido del Señor la misericordia de ser fiel. 26 Creo, pues, que por la instante necesidad, es bueno que el hombre quede así. 2? ¿Estás ligado a una mujer? No busques la separación. ¿Estás libre de mujer? No busques mujer. 28 Si te casares, no pecas; y si la doncella se casa, no peca; pero tendréis así que estar sometidos a la tribulación de la carne, que quisiera yo ahorraros. 29 Dígoos, pues, hermanos, que el tiempo es corto. Sólo queda que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; 30 los que lloran, como si no llorasen; los que se alegran, como si no se alegrasen; los que compran, como si no poseyesen, 31 y los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen; porque pasa la apariencia de este mundo. 32 Yo os querría libres de cuidados. El célibe se cuida de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. 33 El casado ha de cuidarse de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer, 34 y así está dividido. La mujer no casada y la doncella, sólo tienen que preocuparse de las cosas del Señor, de ser santas en cuerpo y en espíritu. Pero la casada ha de preocuparse de las cosas del mundo, de agradar al marido. 35 Esto os lo digo para vuestra conveniencia, no para tenderos un lazo, sino mirando a lo que es mejor y os permite uniros más al Señor, libres de impedimentos.

Muestra aquí claramente San Pablo la predilección que siente por el estado de virginidad, que considera, desde el punto de vista de la perfección individual, muy superior al del matrimonio. Ya lo había proclamado antes, al principio del capítulo (cf. v.6-9), pero ahora trata la cuestión ex profeso.
Comienza por afirmar que, referente a las vírgenes el término vírgenes en este contexto (v.26.28.32; cf. Rev_14:4) incluye ambos sexos , no tiene que comunicar ningún precepto del Señor (v.25), como hizo respecto de los casados (cf. v.10); lo que va a decir es consejo o manera de ver (????? ) suya, pero teniendo en cuenta que habla como quien ha obtenido del Señor la misericordia de ser fiel (?????? ), es decir, como uno a quien Dios en su misericordia ha hecho digno de confianza y de que se le crea (v.25). Tales fueron todos los apóstoles (cf. 15:10; Luc_10:16). Pues bien, ese consejo que da es que es bueno que el hombre quede así (v. 26). La frase resulta bastante alambicada gramaticalmente, y más aún en el texto original: Creo, pues, ser esto bueno a causa de la instante necesidad, que es bueno para el hombre quedarse así. Sin embargo, atendido todo el contexto, su sentido parece claro: se refiere el Apóstol a lo de vivir en virginidad, conforme a lo anunciado anteriormente de que acerca de las vírgenes. puede dar consejo (v.25). Así lo insinúa, además, el adjetivo bueno (????? ), que ya aplicó a la continencia en el v.1; y así lo pide el motivo alegado: por la instante necesidad, cuyo sentido explicaremos luego. No parece, pues, fundada la opinión de aquellos autores, no muchos, que interpretan la frase de San Pablo en el sentido simplemente de recomendación a la perseverancia en el estado en que cada uno se encuentre, sea el del matrimonio, sea el del celibato. Cierto que a continuación (v.27) dice que los casados sigan casados, pero eso es como un inciso aclaratorio para que los Corintios no lleven las cosas demasiado lejos, sin que nos haga perder de vista que la intención fundamental a que directamente apunta San Pablo en toda la perícopa es la de recomendar la permanencia en el estado de virginidad.
El motivo o motivos de por qué es mejor el estado de virginidad que el de matrimonio, lo indica San Pablo de varias maneras: por la instante necesidad (??? ??? ????????? ??????? , v.26), para no estar sometidos a la tribulación de la carne (?????? ?? ????? , ? . 2 8), para evitar el tener que preocuparse de las cosas del mundo (v.33-34). Creemos que todas estas expresiones son aquí correlativas y no significan otra cosa sino las cargas y ansiedades anejas al estado matrimonial respecto del marido y de los hijos, que obstaculizan la total entrega al servicio de Dios 166. Tal es la razón de ser del celibato eclesiástico. Esto es lo que coloca el estado de virginidad por encima del de matrimonio, no simplemente el evitar trabajos y complicaciones. El motivo aquí lo es todo.
Mas, para no sembrar inquietudes, el Apóstol recalca muchas veces que, aunque recomienda el estado de virginidad, no se trata de ningún precepto, ni de insinuar que sea malo el matrimonio, sino de un consejo para los aún no casados: los casados, que sigan como están y no tengan escrúpulos (v.27); l?s demás no pecan si se casan, pero él quiere ahorrarles esas inquietudes anejas al matrimonio para que puedan más fácilmente servir al Señor (v.28) y sean santos en cuerpo y en espíritu, es decir, separados y como puestos aparte del mundo, consagrando totalmente a Dios su pensamiento y su existencia (?·34). ? como temiendo aún que alguno dé demasiada fuerza a sus palabras, añade, en un extremo de delicadeza, que no trata de hacer violencia o cazar a nadie, sino simplemente de indicar qué es lo mejor (v.35; cf. v.7).
Y que piensen nuevo motivo que debe animarles a afrontar el sacrificio de tender a lo mejor que el tiempo es corto (ó ?????? ????????????? ????? , ? .29) y pasa rápidamente la apariencia (?? ????? ) de este mundo (v.31); es pues, de muy escaso valor todo lo temporal, y debemos aprovechar esa oportunidad ofrecida por Dios (cf. 1Te_5:1) sin apegarnos a las cosas: los que tienen mujer como si no la tuvieran, los que lloran como si no llorasen, los que se alegran como si no se alegrasen. (v.29-31). No está claro si San Pablo, al hablar así, piensa en la brevedad del tiempo por razón de la brevedad del individuo o por razón de la brevedad del mundo en general. Más probable parece esto último, como ya explicamos al comentar Rom_13:11-14, pasaje de un fondo muy parecido a este de la carta a los Corintios. Lo que sí queremos hacer notar es que Pablo recarga el acento, más que sobre la perspectiva temporal, sobre la naturaleza del tiempo oportuno (6 ?????? ), que es corto.

Consejo a los padres que tienen hijas solteras ya mayores,Rom_7:36-38,
36 Si alguno estima indecoroso para su hija doncella dejar pasar la flor de la edad, y que debe casarla, haga lo que quiera; no peca; que la case. 37 Pero el que firme en su corazón, no necesitado, sino libre y de voluntad, determina guardar virgen a su hija, hace mejor. 38 Quien, pues, casa su hija doncella, hace bien, y quien no la casa hace mejor.

La interpretación de esta breve narración paulina está dando lugar a muchas discusiones. La opinión tradicional, ya desde San Juan Crisóstomo, es que San Pablo está refiriéndose a los padres cristianos que tienen hijas solteras ya mayores, y ante esas discusiones sobre matrimonio y virginidad que se agitaban entre los fieles de Corinto, también ellos tienen dudas sobre si hacen bien o mal en casar a sus hijas. Es la opinión que todavía hoy defienden la inmensa mayoría de los exegetas (Gornely, Prat, Alio, Huby, M. Sales, Spicq, Bover, Sickenberger, Ricciotti), y que también nosotros juzgamos mucho más probable. El que el Apóstol no nombre expresamente a los padres, sino que diga simplemente si alguno. (v.36), bien pudiera explicarse porque no quiere incluir sólo a los padres, sino también a los que hacen sus veces como tutores o guardianes, máxime que es muy probable que en la tan corrompida Corinto hubiera muchos de esos tutores de chicas huérfanas o abandonadas por sus padres. Es algo que surge de la esencia misma de la caridad cristiana.
La respuesta del Apóstol a esas dudas de los padres cristianos sobre sus hijas está totalmente en armonía con los principios que ha venido exponiendo sobre matrimonio y virginidad: pueden casarlas (v.36); pero, si ello es posible, hacen mejor en no casarlas (v-37-38). Ni debe extrañarnos el que San Pablo suponga tales atribuciones en los padres respecto del matrimonio de sus hijas. Esa era la práctica en el mundo antiguo, particularmente entre los orientales (cf. Gen_29:19-27). El mismo derecho romano, con su patria potestas, daba al padre de familia un derecho casi ilimitado también en este aspecto. Por lo demás, San Pablo nunca dice que eso haya de hacerse sin el consentimiento de la interesada; es más, al menos para el caso de que determine conservarla virgen, expresamente podemos ver incluido ese consentimiento en el inciso: no necesitado, sino libre y de voluntad. (v.37), con que el Apóstol parece dar a entender que hay algo que puede quitar al padre la posibilidad de opción, como sería el deseo contrario al celibato de la interesada. Prescindimos si también hay otros motivos.
No es fácil precisar qué signifique concretamente la expresión estimar indecoroso (?????????? ), motivo que puede inducir a un padre a casar a su hija, de modo que si lo hace no peca (? .36). Bastantes autores, como Cornely y Prat, ven ahí aludido el peligro de seducción y deshonra consiguiente, que el padre, con el conocimiento que tiene de la interesada, prudentemente teme que suceda si no la casa. Ello estaría muy en consonancia con la doctrina general de que más vale casarse que abrasarse (v.9), que San Pablo aquí no haría sino señalar a los padres que la apliquen respecto del matrimonio de sus hijas. Mas, en ese caso, ¿a qué hacer notar lo de dejar pasar la flor de la edad? Este inciso parece insinuar que, aparte ese motivo, que en modo alguno queda excluido, para el caso de un padre respecto de su hija puede haber otros, como sería el bochorno por las habladurías y burlas del vulgo, juzgando despectivamente a la hija que deja pasar la flor de la edad y queda sin casar porque el padre no ha sido capaz de encontrarle marido (cf. Ecli 42:9). Es un motivo en realidad inconsistente, pero San Pablo avisa que aún en ese caso, puesto que se trata solamente de un consejo de mayor perfección, no peca el padre que renuncia a él para su hija, y determina seguir el camino común de la mayoría de los hombres, casándola 167.

Consejo a las viadas, 7:39-40.
39 La mujer está ligada por todo el tiempo de vida de su marido, mas una vez que se duerme el marido, queda libre para casarse con quien quiera, pero en el Señor. 40 Más feliz será si permanece así, conforme a mi consejo, pues también creo tener yo el espíritu de Dios.

Con esta recomendación a las viudas termina San Pablo de tratar el tema sobre matrimonio y virginidad.
Renueva la afirmación hecha antes (v.10-11) de que el matrimonio es indisoluble, pero añadiendo que, una vez muerto el marido, la mujer es libre para contraer segundas nupcias (v.39; cf. Rom_7:3). Pone sólo una condición: la de que lo haga en el Señor. No está claro qué quiera decir con esas palabras. Lo más probable es que se refiera a que el cónyuge debe ser cristiano. Debemos notar, sin embargo, que la Iglesia nunca ha considerado esta condición como absolutamente necesaria, de la que no pueda dispensar.
No obstante la licitud de las segundas nupcias, el Apóstol, muy en consonancia con todo lo que ha venido diciendo sobre la virginidad, proclama que es más perfecto para las viudas continuar en el estado de continencia en la viudez (v.40). Ese es el sentido de la expresión más feliz (v.40), que no debemos referir al plano natural, sino al sobrenatural, en cuanto que permaneciendo viudas quedan más libres para la entrega total a Dios (cf. v.32-34). Su última frase: pues también creo tener yo el espíritu de Dios es posible que envuelva algo de ironía contra aquellos de Corinto que, mezclados en las disputas de los partidos, rebajaban la autoridad de Pablo. Su sentido es que también él puede hablar con autoridad de Apóstol (cf. v.25).

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)


33 (IV) Parte tercera: Respuestas a las preguntas de los corintios (7,1-14,40). En su contestación a la carta corintia (7,1), Pablo aborda una amplia diversidad de preguntas, pero no las trata de cualquier manera. En pri(-)mer lugar aborda los problemas relativos a la condición social (7,1-40), luego los derivados del contacto con el entorno pagano (8,1-11,1) y finalmente los relacionados con las asam(-)bleas litúrgicas (11,2-14,40). El tono y el trata(-)miento cambian de acuerdo con la índole del problema.
34 (A) Problemas relativos a la condi(-)ción social (7,1-40). Pablo empieza (7,1-16) y termina (7,25-40) con problemas relacionados con la sexualidad, pero la parte central (7,17-24) se ocupa de la situación de circuncisos/in(-)circuncisos y de esclavos/libres. La combina(-)ción recuerda Gál 3,28; cf. Col 3,11.
35 (a) Relaciones sexuales en el matri(-)monio (7,1-9). 1. En cuanto a: Nuevas pregun(-)tas planteadas por los corintios se introducen con peri de en 7,25; 8,1; 12,1; 16,1. bien le está al hombre abstenerse de mujer: Ésta no es la opinión de Pablo, sino la de ciertos corintios que de manera idealista creían que las parejas casadas debían abstenerse de las relaciones se(-)xuales (véanse Hurd, Origins 68; W. E. Phipps, NTS 28 [1982] 126-31). 2. tenga: Como en 5,1, echein tiene una connotación sexual. La pre(-)gunta no se refiere al hecho de estar casado, sino a las relaciones normales dentro del ma(-)trimonio. 3-4. Desde el punto de vista de las relaciones sexuales (único aspecto del matri(-)monio que en este momento le interesa a Pa(-)blo), el cuerpo de cada uno se dona al otro; de ese modo se debe al otro, creando una «deu(-)da» (véase B. Bruns, MTZ 33 [1982] 177-94). 5. De ahí que la abstinencia sólo pueda ser por mutuo acuerdo y durante un tiempo limitado. Según la ley judía, el marido podía tomar a ese respecto una decisión unilateral (Str-B 3.37-72). para dedicaros a la oración: Ejemplo del ti(-)po de cosa que justificaría la abstinencia. Sa(-)tanás: Véase el comentario a 5,5.
36 6. esto: El pron. tonto (como en los vv. 26.35) señala hacia delante, no hacia atrás (véase N. Baumert, Ehelosigkeit und Ehe im Herm [FB 47, Wurzburgo 1984] 48-63). Pablo está simplemente dando un consejo. 7. fueran como yo: En el momento de escribir, Pablo es(-)taba soltero, pero J. Jeremías (ZNW 25 [1926] 310-12; 28 [1929] 321-23) sostiene que era viu(-)do (® Pablo, 79:19). cada uno tiene su propio don: Pablo no pretende ni imponer el celibato ni insistir en el matrimonio. Lo que la gente escoge instintivamente manifiesta el don de Dios. Así, da por supuesto que los casados no están llamados al celibato. 8-9. Los solteros tienen la posibilidad de elegir; su opción se ha de basar en consideraciones prácticas, es me(-)jor casarse que abrasarse: Una violenta pasión infructuosa (así correctamente F. Lang, TDNT 6. 948-51; por el contrario, M. L. Barré, CBQ 36 [1974] 193-202) es un obstáculo para la vida cristiana.
37 (b) Matrimonio y divorcio (7,10-16). 10-11. Estos versículos no son una declara(-)ción general de principios, sino una aplicación de la directriz del Señor sobre el divorcio a un caso sumamente concreto (véase J. MurphyOConnor, JBL 100 [1981] 601-06). 10. no yo, sino el Señor: La invocación de la directriz del Señor es una ocurrencia tardía, que la mujer no permita ser separada: Para este sentido de la pasiva, véase BDF 314. La esposa debe resis(-)tirse al divorcio. 11. en caso de que se le haya impuesto la separación: El divorcio en trámite tal vez se hubiera consumado para cuando la carta llegara a Corinto. que no se vuelva a ca(-)sar o que se reconcilie con su marido: Tras ha(-)berse visto forzada al divorcio por un marido que aceptaba el principio corintio (v. 1b), era natural que la esposa pensara en casarse de nuevo, pero esto haría imposible que ella le perdonara plenamente (véase Herm[m] 4.1) cuando, según esperaba Pablo, el marido en(-)trara en razón, el marido no se divorcie de su mujer: La prohibición del divorcio por parte de Jesús (Mt 19,9; Lc 16,18) va dirigida al ma(-)rido, que en la ley judía tenía el derecho ex(-)clusivo a tomar la iniciativa del divorcio (mYebam. 14,1; mKetub. 7,9-10; mGit. 9,8).
38 12-16. En Corinto, algunos proponían que los matrimonios en que sólo un cónyuge se había hecho cristiano debían ser disueltos porque, según cabe suponer, les parecía que acercaban demasiado el mundo del pecado a la Iglesia (2 Cor 6,14-7,1). La respuesta de Pa(-)blo es establecer una distinción. 12-13. De la buena voluntad mostrada por el pagano que consiente en vivir con el convertido se debe sa(-)car partido (véase el v. 16). De ahí que el ma(-)trimonio se haya de mantener. 13. En contras(-)te con los vv. 10-11, en este caso se considera a la esposa capaz de tomar la iniciativa del di(-)vorcio, como en la ley griega y romana (véase RAC 4. 707-19). 14. el no creyente queda santi(-)ficado: Existen muchas interpretaciones dife(-)rentes (véase G. Delling, Studien zum Neuen Testament und zum hellenistischen Judentum [Gotinga 1970] 257-60); la más simple es que Pablo considera santo al no creyente porque, al decidir mantener el matrimonio, está ac(-)tuando en conformidad con el plan divino (Gn 2,24 = 1 Cor 6,17) y con la directriz del Señor de 7,10-11 (véase J. Murphy-OConnor, RB 84 [1977] 349-61). por causa del creyente: La de(-)cisión de mantener el matrimonio implicaba necesariamente al cónyuge cristiano, vuestros hijos no son impuros, sino santos: Con el fin de aclarar la aplicación de «santo» a un pagano basándose en su comportamiento, Pablo saca a colación a los hijos de la comunidad que, en su calidad de no creyentes y no bautizados, eran teóricamente «impuros». Pero, puesto que su conducta seguía el modelo de la de los padres cristianos, eran de hecho «santos». Akatharsia y hagiósyne (o un término pareci(-)do) caracterizan los dos modos de estar abier(-)to a la humanidad en 1 Tes 4,3-7 y Rom 6,19-22 (cf. Rom 12,1-2). 15. En oposición frontal a la prohibición de Jesús, que iba dirigida a los judíos (Mt 19,3) y se aplicaba a toda la huma(-)nidad (Mt 19,4-6), Pablo permite un divorcio pleno, que tanto en la ley pagana (véase PW 5. 1241-45.2011-13) como en la judía (mGit. 9,3) implicaba esencialmente el derecho a un nue(-)vo matrimonio (por el contrario, D. Dungan, The Sayings of Jesús in the Churches of Paul [Filadelfia 1971] 89-99; J. K. Elliott, NTS 19 [1972-73] 223-25). no está obligado: El decreto de divorcio era un hecho de liberación mGit. 9,3). Dios nos ha llamado a vivir en paz: La ausencia de gar indica que esto va con lo que sigue. 16. qué sabes tú... si salvarás: La inten(-)ción de la frase es positiva (véanse J. Jeremías, «Die missionarische Aufgabe in der Mischehe (I Kor 7:16)», Neutestamentliche Studien für R. Bultmann [ed. W. Eltester, BZNW 21, Berlín 1954] 255-60; por el contrario, S. Kubo, NTS 24 [1978] 539-44). La situación queda ilustra(-)da por 1 Pe 3,1-2.
39 (c) Cambios en la condición social (7,17-24). La intrascendencia esencial de cual(-)quier situación jurídico-social queda demos(-)trada por el hecho de que la llamada de Dios (véase el comentario a 1,9) llega a los indivi(-)duos en todas las situaciones. Ningún cambio, por tanto, mejorará la valoración que Dios ha(-)ce de cada uno. Las opiniones de Pablo sobre la igualdad social (p.ej., Gál 3,28) tal vez fue(-)ran interpretadas como un programa de ac(-)ción social por algunos corintios (véase E. Neuháusler, BZ 3 [1959] 43-60). 21. Para hacer inteligible mallon chrésai, se debe sobreenten(-)der un objeto. Muchos sugieren t§ douleiq; p.ej., «Pero, aun cuando podáis obtener la li(-)bertad, permaneced aún de mejor gana como estáis» (Conzelmann). De acuerdo con el prin(-)cipio del v. 20, un esclavo, aun cuando se le ofreciera la libertad, debería permanecer en la esclavitud. Un esclavo, sin embargo, no tenía elección en el asunto de la manumisión; era un cambio de condición sobre el cual no tenía control alguno (y así guarda paralelo con el v. 15). De ahí que sea preferible sobreentender t§ eleutherg p.ej., «Sin embargo, si podéis lle(-)gar a ser libres, aprovechad la oportunidad» (Robertson-Plummer; S. S. Bartchy, Mallon Chrésai [SBLDS 11, Missoula 1973]; P. Trummer, Bib 56 [1975] 344-68). Un esclavo no de(-)bía tratar de rechazar la manumisión debido al principio del v. 20. 22. Desde el punto de vis(-)ta de la respuesta a la llamada divina, no im(-)porta que uno sea esclavo o libre. 23. habéis si(-)do comprados a gran precio: La idea de redención (6,20; ® Teología paulina, 82:75) evoca el estado prebautismal, de esclavitud respecto al pecado (Rom 3,9). esclavos de hom(-)bres: No es una crítica de la esclavitud como tal, sino de las actitudes de la humanidad caí(-)da (véase el comentario a 3,3-4).
40 (d) Cambios de estado civil (7,25-40). 25. acerca de la virginidad: Esta formulación introduce un nuevo tema planteado por los co(-)rintios (véase el comentario a 7,1). El signifi(-)cado de parthenoi es objeto de discusión, y la certeza es imposible. La disyuntiva está en sa(-)ber si se refiere a parejas de novios o a perso(-)nas que viven el celibato en el matrimonio; ca(-)be, sin embargo, que se hable a veces de unas y a veces de otras. 26. es bueno que el hombre permanezca como está: Este principio práctico es la tesis de la sección, pero Pablo admitirá excepciones. 28. no peca: Esto parece implicar el quebrantamiento de un voto (Weiss) y por tanto apunta a un matrimonio espiritual (véa(-)se el comentario al v. 36). tribulación por la carne: Al menos una vida más complicada, pe(-)ro quizá también críticas por parte de los as(-)cetas de Corinto (véase el comentario a 7,1). 29-30. Pablo esperaba una parusía inminente (1 Tes 4,16-17; 1 Cor 15,51-52) y recomendaba no ostentación, sino desprendimiento. Resul(-)taría estúpido contraer nuevos compromisos cuando todo está a punto de acabar. 32. libres de preocupaciones: La inquietud afanosa es característica de la existencia irredenta (véase R. Bultmann, TDNT 5.589-93). el soltero: Aun cuando su preocupación tiene por objeto las cosas del Señor, dicha preocupación no es buena; es signo de un servilismo adulador enraizado en una falta de confianza en el amor de Dios. Barrett considera esto, con ra(-)zón, una crítica al ascetismo que estaba en bo(-)ga en Corinto. 33. el casado: Pablo no tiene en mente el amor de marido y mujer (Gál 5,13-14), sino la completa absorción mutua de los recién casados. Puesto que el casado es miem(-)bro de una comunidad de amor, su mujer tie(-)ne sólo un derecho prioritario, pero no exclu(-)sivo, sobre su afecto. 34. La opinión de Pablo sobre la igualdad de hombres y mujeres queda puesta de relieve por el hecho de que a la mu(-)jer le dice exactamente lo mismo, la soltera o virgen: La formulación indica que parthenos se usa en sentido técnico. Si es así, sólo puede de(-)notar a alguien que ha entrado a formar parte de un matrimonio espiritual (véase Herm[s] 9.11). 35. Pablo da un consejo claro, pero no impone soluciones. Su actitud se sitúa en mar(-)cado contraste con las posturas teorizantes adoptadas por algunos en Corinto. 36-38. Existe una profunda división de opiniones acerca del alcance del caso particular aquí analizado (véanse W. G. Kümmel, «Verlobung und Heirat bei Paulus (I Kor 7,36-38)», Neutestamentliche Studien für R. Bultmann 275-95; J. J. ORourke, CBQ 20 [1958] 292-98). 36. su virgen: Se supone que se refiere a su hija, a su prometida o a su esposa espiritual. Aunque es la hipótesis más tradicional, la primera es la menos probable; su único apoyo es gamizein (v. 38), pero este término no significa necesa(-)riamente «dar en matrimonio» (véase BDF 101). La probabilidad de que se refiera a la «prometida» queda seriamente reducida por la alusión al pecado (véase el v. 28). ¿Por qué alguien habría de considerar pecaminoso que una pareja de novios se case? Además, este problema se ha abordado en 7,8-9. Por lo tan(-)to, el caso atañe a un matrimonio espiritual; Pablo aconseja que, si no pueden controlar su apetito sexual, no deben tener escrúpulo algu(-)no en pasar a una relación matrimonial nor(-)mal. Quiere él que estén libres de preocupa(-)ciones (v. 32), sin distracciones (v. 35). 37. sin ser forzado: Quienes son capaces de sustentar un matrimonio espiritual deben mantener su compromiso. 38. hace bien: La cuestión radica en qué es bueno para la persona concreta, no en qué es mejor en principio, pero Pablo es in(-)capaz de resistirse a indicar su preferencia personal por la condición de soltero (7,7-8). La razón no es una superioridad intrínseca de és(-)ta, sino el factor tiempo (7,28-31). 39. libre pa(-)ra casarse: Por asociación de ideas, Pablo pasa a la cuestión de las segundas nupcias, aun cuando ya ha abordado el problema en 7,8-9. El ideal es la permanencia en el matrimonio, pero la muerte da total libertad al cónyuge su(-)perviviente (Rom 7,2). sólo en el Señor: Es de(-)cir, recordando que es cristiana; quizá un con(-)sejo de que no contraiga un matrimonio mixto. 40. también yo creo tener el Espíritu de Dios: Afirmación palmariamente modesta no exenta de ironía.
(Adinolfi, M., «Motivi parenetici del matrimonio e del celibato in 1 Cor 7», RivB 26 [1978] 71-91. Byron, B., «1 Cor 7:10-15: A Basis for Future Catholic Discipline on Marriage and Divorce?», TS 34 [1973] 429-45. Cartlidge, D. R., «1 Cor 7 as a Foundation for a Christian Sexual Ethic», JR 55 [1975] 220-34. Ford, J. M., «St. Paul the Philogamist (I Cor. VII in Early Patristic Exegesis)», NTS 11 [1964-65] 326-48. Glazer, J. W., «Commands-Counsels: A Pauline Teaching?», TS 31 [1970] 275-87. Moiser, J,, «A Reassessment of Paul's View of Marriage with Reference to 1 Cor 7», JSNT 18 [1983] 103-22. Niederwimmer, K., Askese und Mysterium [FRLANT 113, Gotinga 1975].)

Comentario de Santo Toms de Aquino


Lección 8: 1Co 7,36-40
Ensénales que una doncella puede guardar virginidad, o casarse, si lo desea; pero entienda que al matrimonio es preferible la virginidad; y a la viuda exhortala a permanecer en su viudez.36. Alas si a alguno le parece que es un deshonor que su hija pase la flor de la edad sin contraer matrimonio y juzga deber casarla, haga lo que quisiere; no peca, si ella se casa.37. Aunque por otra parte quien ha hecho en su interior la firme resolución de conservar virgen a su hija, no teniendo necesidad de obrar de otro modo, sino pudiendo disponer en esto de su voluntad, y así lo ha determinado en su corazón, éste tal obra bien.38. En suma, el que da su hija en matrimonio obra bien; mas el que no la da obra mejor.39. La mujer esta ligada a la ley del matrimonio mientras que vive su marido; pero, si su marido fallece, queda libre; cásese con quien quiera, con tal que sea según el Señor.40. Pero mucho mas dichosa será si permaneciere viuda, según mi consejo; y estoy persuadido de que también en esto me anima el Espíritu de Dios.El tratado anterior fue de las vírgenes; éste de los que corren con su cuidado, a quienes da a entender que a sus hijas doncellas licitamente las pueden casar; no así a las casadas, no les es licito, en vida de su marido, a nuevas nupcias pasar. Así que el padre o tutor puede permitir que la doncella a su cargo se case, y que si esto hace no peca; que hace bien asimismo si se queda con ella; y que, aunque ambas cosas son buenas, mejor es ésta que aquélla. En la doncella supone que esta en edad casadera, que quiere casarse, que consiente en casarse.Dice, pues: "mas si a alguno le parece... "; como si dijera: vivir sin esposa es mas noble cosa, y no embarazosa; mas, con todo eso, "si a alguno le parece que es un deshonor, a juicio de los hombres, que su hija, por temor de un desliz, pase la flor de la edad sin contraer matrimonio, esto es, mas alla de la pubertad y ya en edad casadera, y juzga deber casarla, pues no quiere quedarse soltera, haga, el padre, el tutor, lo que quisiere" la doncella. "Casa a la hija, y dala a un hombre sensato, y habras hecho un gran negocio" (Si 7,27).-"Ni peca el tutor, el cuidador, si se casa la doncella. Esto lo dice, según la Glosa, no sea que parezca que hubo pecado, si no en la hija o en la doncella, en el que corre con su cuidado. Acota (agudamente) San Agustín: "la que no quiere la continencia tome marido (busque querencia); la que no empieza, que delibere; la que da el paso, que persevere; ni al adversario dar ocasión, pero no se haga falsa oferta".-"Aunque, por otra parte, quien ha hecho. . ". Enseña que el cuidador de la doncella hace muy bien en conservarla en el estado virginal con tal que se den estas 4 condiciones necesarias para este fin:1- que el cuidador tenga el firme propósito de guardarla virgen.2- que no tema un desliz.3- que conozca en la doncella el propósito de vivir en continencia.4- que esto lo haga después de madura deliberación.Dice, pues: "porque quien ha hecho... "; como si dijera: por esta razón digo que no peca el que da su hija en matrimonio; porque el que la guarda es cosa clara que obra bien; "porque quien ha hecho en su interior la firme resolución de conservar virgen a su hija", sin importarle la descendencia o cosa por el estilo, "no teniendo necesidad de darla en matrimonio, ya que su voluntad es guardar continencia, sino pudiendo disponer on esto, según la continencia de su protegida, de su voluntad" para llevar a término su propósito; y así lo ha determinado en su corazón, esto es, piensa que es bueno, no por ligereza, sino sobre pensado (Tt 5); determina, repito, conservar virgen a su hija, no inquietándola con el gusanillo de las bodas -según San Ambrosio- (Si 7); el que así obra "este tal obra bien".-"En suma, el que da su hija... ". Aquí enseña que, aunque ambas cosas sean buenas, la virginidad es superior al matrimonio; donde, si aprueba el estado conyugal, le antepone el estado virginal.Dice, pues: "en suma..."; como si dijera: porque conviene se haga como dijimos, "el que da su hija en matrimonio obra bien, ya que es licito lo que hace; mas el que no ta da, mostrando por la continencia la virgen su preferencia, obra mejor". Aquí comenta la Glosa:Quien la libra de cuidado, y el tesoro acaudalado pone en Dios, obra mejor; que licito y conveniente es el mejor expediente y arbitrio que lo contrario; ya que aquí usa bien del mal, y allí, en cambio, bien del bien. Bien usa del bien aquel que da a Dios la continencia; mal usa del bien aquel que al ídolo la dedica. Mal usa del mal aquel que con la concupiscencia se desmanda al adulterio; bien usa del mal aquel que esa tal concu^. piscencia la restringe al matrimonio. La castidad conyugal es buena, pero es mejor la viudal o virginal.-"La mujer esta ligada a la ley... ". Aquí muestra que no se halla en las mismas condiciones la mujer casada, la cual no puede pasar a nuevas nupcias sino muerto su marido; donde muestra, lo primero, que no puede casarse en vida de su marido; lo segundo, que,, una vez muerto, le queda la puerta abierta para poderse casar; lo tercero, que le es mejor no casarse; jo cuarto, que a lo que aconseja le preste docil oreja. .Dice, pues: "la mujer esta ligada... "; que es como si dijera: el que no casa a su hija mejor obra; y en verdad que obra mejor, pues la casada a la ley esta amarrada... O de esta manera: la doncella en todo tiempo puede casarse,! no así a casada, pues "la mujer amarrada esta a la ley, se entiende, del matrimonio, de .tal. suerte que no puede nuevas nupcias contraer, mientras viva su marido" (Rm 7)."Pero si su marido se durmiese" con el sueno de la , muerte (Jn XI). No dice primero -acota San Agustín-, tercero o cuarto marido, o décimo, si es posible; ni hemos de tasar nosotros lo que el Apóstol no tasa. No voy, pues, a condenar ningun género de bodas, ni con vergüenza afrentar, por repetidas, a todas. "Si falleciese, repito, libre queda del marido"; luego le esta permitido otro nuevo matrimonio. De donde claro sé ve que, si aquél resucitase, no esta por ley obligado a con él estar juntada, "sino con cualquiera que sea mas de su agrado"; que las nupcias no de grado suelen un fin desdichado tener (casi de contado); razón por la cual el Génesis esto dice de Rebeca: "llamemos ala muchacha, y su voluntad sepamos" (24,57).Casese en hora buena, repito, "con tal que sea según el Señor", esto es, con uno de su religión; porque la disparidad de culto es impedimento para el (santo) casamiento (Dt 7). Con esta licencia del Apóstol quedaron revocadas todas las penas e infamias que se infligian antiguamente a las mujeres que se casaban segunda vez, antes del tiempo destinado al duelo por el marido muerto, es a saber, dentro del ano. Luego para las bodas es requisito indispensable la legitimidad de las personas; en razón de lo cual se dice: "queda libre"; asimismo la libertad de consentimiento: "casese con quien quiera"; y la paridad de culto: "con tal que sea según el Señor".-"Pero mucho mas dichosa sera. . ". Aquí muestra que le es mas ventajoso mantenerse en continencia viuda! que volver a casarse, diciendo: bien que Je sea licito casarse, pero "mucho mas dichosa sera si permaneciere así", viuda. Este es, pues, el consejo que le doy, con el cual conseguira, al sesenta por uno, el fruto que se debe a las viudas. Ya esta mas que demostrado -dice aquí San Agustín- que si, el marido enterrado, a bodas torna otra vez, feliz sera como esposa, pero mucho mas dichosa, si no se casa esta vez.-"Y estoy persuadido. ,". Muestra, por fin, que deben darle oídos, porque el consejo que les da es por inspiración del Espíritu Santo; y es esto lo que les dice: "estoy persuadido... "; que es como si dijera: obrad según mi consejo, y así conviene que obréis, ya que "persuadido" estoy que en el consejo que os doy el Espíritu divino me mueve (y hablo con tino), como los demás Apostoles (Rm 8).A seguir este consejo es incentivo también el fruto de dicha obra, porque sera mas feliz; y también la autoridad de quien procede el consejo, porque "según mi consejo"; y el Espíritu de Dios, que inspira y mueve su voz; porque "persuadido estoy que en el consejo que os doy el Espíritu de Dios inspira y mueve mi voz".Objeciones. 1. Sobre aquellas palabras: "yo deseo que viváis sin cuidados", a las que parecen contradecir éstas a los Romanos: "no seáis flojos en cumplir vuestro deber" (en latin la palabra contrapuesta es sollicitudo). - Respondo: ahí habla de la solicitud espiritual, o cuidado, aquí de la temporal, o aplicación al trabajo.2. Asimismo sobre aquéllas: "esta dividido". Oseas, por el contrario: "y luego perecerán, por tener su corazón dividido".R. - Ahí habla de división de la intención principal, aquí de la de la acción.3. La Glosa dice también: hace un servicio partido, parte al mundo, y parte a Dios; pero, según San Mateo: "nadie puede servir a dos Señores".R. - Verdad es, si en igualdad, y por razón de ser dos, esto es, en ser contrarios, de igual modo sirve a dos.4. Acerca de aquello: "la no casada piensa en las cosas de Dios", dice la Glosa: Lo que piensa es que Dios no la condene; pero puede condenarse, según se ve en la parábola de aquellas vírgenes necias.R. - Si piensa en no condenarse, bien esta, mas no eso solo, sino también no ofender, por ningún caso, al Esposo.5. Asimismo sobre aquello: "para ser santa en el cuerpo y en el espiritu",, objeta la Glosa: no puede menos de no ser santo el cuerpo que usa el Espíritu santificador; pero el Espíritu Santo uso la lengua no santa de Caifas. Luego.R. - La uso como espíritu, no como santificador.6. Otros sobre ese texto: "sino solamente para exhortaros a lo que es honesto". Luego el matrimonio es deshonesto.R. - Según la Glosa, en vez del comparativo, se valio del positivo.7. También acerca de aquello: "quien no la da en matrimonio obra mejor". La Glosa dice que aquí buen empleo hace del mal el hombre en el matrimonio; mas no deja de ser buena la cosa cuyo uso lo es.R. - Entiéndase lo antedicho del uso de la cosa por si, esto es, del uso a que esta ordenada; pero no por accidente, esto es, del uso al que la prudencia del que la usa la ordena.8. 1nsta la Glosa: entre bien usar del bien, y de lo mao usar bien, mejor uso es el primero, mas dificil el segundo.R. - Habla aquí del mal de defecto, no de castigo.9. Asimismo sobre aquello de dos bodas permitidas, y por el contrario. Por tanto, dice la Glosa, no vienen de Dios las dos.R. - No esta la dificultad que en guarismo sean dos, sino en lo que de ahí se sigue.10. Acerca también del texto: "si el marido feneciere"; y ¿qué, si resucitase?R. - Para un nuevo matrimonio un nuevo consentimiento.I1. Por fin, sobre aquello: "persuadido estoy que me anima el Espíritu de Dios", que parece contrario a lo que dice en Romanos 8: "cierto estoy que ni la muerte, ni la vida... ".R. - Según la Glosa, no dice esto er» tono de duda, sino como si increpase.

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter VII.

2 He treateth of mariage, 4 shewing it to be a remedy against fornication: 10 And that the bond thereof ought not lightly to be dissolued. 18.20 Euery man must be content with his vocation. 25 Virginitie wherefore to be imbraced. 35 And for what respects we may either marry, or abstaine from marying.
1 Now cocerning the things wherof ye wrote vnto me, It is good for a man not to touch a woman.
2 Neuerthelesse, to auoid fornication, let euery man haue his owne wife, and let euery woman haue her owne husband.
3 Let the husband render vnto the wife due beneuolence: and likewise also the wife vnto the husband.
4 The wife hath not power of her owne body, but the husband: and likewise

[Of mariage, and virginity.]

also the husband hath not power of his owne body, but the wife.
5 Defraud you not one the other, except it bee with consent for a time, that yee may giue your selues to fasting and prayer, and come together againe, that Satan tempt you not for your incontinencie.
6 But I speake this by permission, and not of commandement.
7 For I would that all men were euen as I my selfe: but euery man hath his proper gift of God, one after this maner, and another after that.
8 I say therefore to the vnmaried and widowes, It is good for them if they abide euen as I.
9 But if they cannot conteine, let them marry: for it is better to marrie then to burne.
10 And vnto the married, I command, yet not I, but the Lord, Let not the wife depart from her husband:
11 But and if shee depart, let her remaine vnmaried, or be reconciled to her husband: and let not the husband put away his wife.
12 But to the rest speake I, not the Lord, If any brother hath a wife that beleeueth not, and shee bee pleased to dwell with him, let him not put her away.
13 And the woman which hath an husband that beleeueth not, and if hee be pleased to dwell with her, let her not leaue him.
14 For the vnbeleeuing husband is sanctified by the wife, and the vnbeleeuing wife is sanctified by the husband; else were your children vncleane, but now are they holy.
15 But if the vnbeleeuing depart, let him depart. A brother or a sister is not vnder bondage in such cases: but God hath called vs [ Greek: in peace.] to peace.
16 For what knowest thou, O wife, whether thou shalt saue thy husband? or how knowest thou, O man, whether thou shalt saue thy wife?
17 But as God hath distributed to euery man, as the Lord hath called euery one, so let him walke, and so ordeine I in all Churches.
18 Is any man called being circumcised? let him not become vncircumcised: Is any called in vncircumcision? let him not be circumcised.
19 Circumcision is nothing, and vncircumcision is nothing, but the keeping

[Of mariage, and virginity.]

of the Commandements of God.
20 Let euery man abide in the same calling wherein he was called.
21 Art thou called being a seruant? care not for it: but if thou maist be made free, vse it rather.
22 For he that is called in the Lord, being a seruant, is the Lords [ Greek: made free.] free man: likewise also hee that is called being free, is Christs seruant.
23 Ye are bought with a price, be not ye the seruants of men.
24 Brethren, let euery man wherin he is called, therein abide with God.
25 Nowe concerning virgins, I haue no commaundement of the Lord: yet I giue my iudgement as one that hath obtained mercy of the Lord to be faithfull.
26 I suppose therefore that this is good for the present [ Or, necessitie.] distresse, I say, that it is good for a man so to be.
27 Art thou bound vnto a wife? seeke not to bee loosed. Art thou loosed from a wife? seeke not a wife.
28 But and if thou marry, thou hast not sinned, and if a virgin marry, shee hath not sinned: neuerthelesse, such shall haue trouble in the flesh: but I spare you.
29 But this I say, brethren, the time is short. It remaineth, that both they that haue wiues, be as though they had none:
30 And they that weepe, as though they wept not: and they that reioyce, as though they reioyced not: and they that buy, as though they possessed not:
31 And they that vse this world, as not abusing it: for the fashion of this world passeth away.
32 But I would haue you without carefulnesse. He that is vnmarried, careth for the things that belogeth to the Lord, how he may please the Lord:
33 But hee that is maried, careth for the things that are of the world, how he may please his wife.
34 There is difference also between a wife and a virgin: the vnmaried woman careth for the things of the Lord, that shee may be holy, both in body and in spirit: but she that is married, careth for the things of the worlde, how shee may please her husband.
35 And this I speake for your owne profite, not that I may cast a snare vpon you, but for that which is comely, and that you may attend vpon

[Of offending our brethren.]

the Lord without distraction.
36 But if any man thinke that he behaueth himselfe vncomely toward his virgin, if she passe the floure of her age, and neede so require, let him doe what hee will, hee sinneth not: let them marry.
37 Neuerthelesse, hee that standeth stedfast in his heart, hauing no necessitie, but hath power ouer his owne will, and hath so decreed in his heart that he will keepe his virgin, doeth well.
38 So then he that giueth her in mariage, doeth wel: but he that giueth her not in mariage, doeth better.
39 The wife is bound by the Lawe as long as her husband liueth: but if her husband bee dead, shee is at liberty to bee maried to whom shee will, onely in the Lord.
40 But shee is happier if shee sobide, after my iudgment: and I thinke also that I haue the Spirit of God.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



Casarse ahora o esperar

En el siglo I quienes se comprometían para casarse lo estaban de tal forma que la única manera de renunciar a esa promesa era el divorcio (cf. Mat. 19:1-9). El tema que planteaban algunos jóvenes que estaban comprometidos era el de si debían o no casarse ahora, dadas las circunstancias lamentables de ese momento en Corinto. 25 Pablo no tiene mandato alguno del Señor, es decir, de Jesús (cf. v. 10), al menos ninguna palabra del ministerio terrenal de Jesús, sobre este asunto que se originaba en circunstancias regionales inusuales. Al dar su respuesta como quien ha alcanzado misericordia del Señor para ser fiel, ofrece indicaciones pastorales y espirituales muy importantes, y lo hace dentro de un amplio marco teológico sobre la naturaleza de la vida matrimonial. 26 Dada la crisis actual en Corinto (ver introducción al cap. 7), es bueno que las parejas que están comprometidas permanezcan así y no avancen hacia el matrimonio y su consumación, aunque si deciden casarse, no pecan.

29-35 El marco teológico. Pablo explica que el tiempo se ha acortado. Esto se ha interpretado muchas veces como que el fin es inminente. El tema de discusión del siglo I era el punto de vista secular de la indestructibilidad y el futuro inalterable del mundo. Para el cristiano, el concepto del tiempo, kairos, había cambiado radicalmente. La vida tenía ahora una nueva perspectiva, así que el matrimonio, la aflicción y el hacer dinero no debían ser su único interés. Todos estos factores se veían en forma distinta con el nuevo reloj cristiano, ya que el mundo, en su forma presente estaba de paso, no era indestructible. Dentro de este marco teológico, Pablo expresa su preocupación porque aquellos que planteaban el tema estuvieran libres de las cargas de la vida en esta situación de incertidumbre. El deber de todo hombre cristiano no casado es tratar de agradar al Señor; el concepto de complacerse a sí mismo no existe. 33 El deber del hombre casado era buscar la manera de agradar a su esposa; el matrimonio cristiano no tiene lugar para el egocentrismo. 34 Claramente se ve que su tiempo está dividido entre tratar de agradar a su esposa y al Señor; el matrimonio le trae nuevas obligaciones. La mujer no casada tiene el mismo llamado, aunque es expresado en forma diferente; ella debe ser consagrada tanto en cuerpo como en espíritu al Señor (cf. 6:19, 20). La mujer casada tiene una obligación similar de no agradarse a sí misma, sino a su esposo. 35 El consejo de Pablo nace de su preocupación por el bienestar de ellos, no para limitarlos, sino para que puedan vivir atendiendo al Señor sin impedimentos.

36-38 Factores que influyen en la decisión.36 La decisión de seguir hasta la consumación del matrimonio se rige por ciertos factores: (i) Si alguien considera que su comportamiento es inadecuado hacia su virgen. Es probable que los miembros de la familia de la mujer creyeran que él debería cumplir su promesa y casarse con ella; (ii) si la relación de ellos ha llegado a la plenitud; en la actualidad, igual que entonces, las parejas jóvenes se sienten cada vez más atraídas físicamente el uno hacia el otro a medida que se acerca el momento del matrimonio. La traducción que hace la BA: si ella es de edad madura, es poco probable, ya que la ley romana exigía que la mujer no se casara después de los 50 años. La expresión conlleva la idea de pleno florecimiento de los deseos sexuales, cf. también con el siguiente versículo donde dice que él tiene dominio sobre su propia voluntad, es decir, sus impulsos sexuales; y (iii) si cree que debe casarse, que lo haga. No está actuando en forma incorrecta.

37 La decisión de no casarse también está regida por ciertos factores: (i) Si ha resuelto el asunto en su corazón; (ii) si no está bajo presión, una necesidad presumiblemente impuesta por familiares o parientes, (iii) si tiene control de sí mismo, o sea de sus deseos sexuales, (iv) y si ha determinado en su corazón no casarse, entonces, esta persona también está haciendo lo correcto. 38 Aunque existían las dificultades ya mencionadas en Corinto, el hombre que se casa hace lo correcto. Pablo no se opone al matrimonio (cf. v. 7b). El hombre que no se casa ha hecho mejor, dada la compleja situación presente. La decisión de casarse o no es correctamente dejada en manos de los hombres jóvenes comprometidos, quienes deben juzgar por sí mismos y por su situación. Pablo deja establecidos los parámetros para la toma de sus decisiones.

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



1. "Es bueno para el hombre abstenerse de la mujer": es probable que esta frase pertenezca a la consulta formulada por los corintios. En ese caso, la respuesta de Pablo comenzaría en el v. 2.

10. Se refiere al mandamiento que se encuentra en Mar_10:9.

14. La santidad del esposo creyente, fruto de su incorporación a Cristo por la fe y el bautismo, se extiende de alguna manera al cónyuge no creyente. Para corroborar esta afirmación, Pablo apela al caso de los hijos de un matrimonio cristiano: estos, incluso cuando aún no han recibido el bautismo, ya están vinculados a la Iglesia, por la mediación de sus padres.

15. En este texto se funda el llamado "privilegio paulino" o "privilegio de la fe", que permite al cónyuge convertido al Cristianismo contraer un nuevo matrimonio, si el cónyuge no creyente se rehúsa a convivir pacíficamente con él.

20-22. El Apóstol no afirma que la esclavitud es algo bueno, ni prohíbe a los esclavos aceptar la libertad si tienen ocasión de hacerlo. Su intención es manifestar que la fidelidad a Cristo y la práctica de la vida cristiana no dependen de la condición social, ya que en Cristo no hay diferencia entre esclavo y hombre libre ( Gal_3:28; Col_3:11). Ver Efe_6:5-9; Col. 3. 22 - 4. 1; 1Ti_6:1-2; Tit_2:9-10; Flm_5:16; 1Pe_2:18.

25. La virginidad que Pablo eligió para sí como forma de vida, es un bien que él desearía para todos, porque, en principio, es más conveniente para consagrarse enteramente al servicio de Dios y de los demás.

26. "El tiempo presente" designa el período inaugurado con la Resurrección de Cristo, que corresponde al tiempo de la Iglesia, en el cual el cristiano participa de la vida de Cristo resucitado ( Col_3:3) y es un "ciudadano del cielo" ( Flp_3:20).

28. Esta motivación de la virginidad, aparentemente egoísta, debe entenderse como un argumento ocasional, teniendo presente toda la doctrina paulina sobre el matrimonio. Ver Efe_5:22-23.

36-38. Probablemente, estas normas están dirigidas a un joven cristiano que duda si debe casarse con su novia, o simplemente, mantenerse unido a ella con un vínculo espiritual. En esta actitud se refleja la tendencia espiritualista de un sector de la comunidad de Corinto.

40. Este "Espíritu" es el que confiere a Pablo la sabiduría necesaria para guiar a los cristianos de acuerdo con el llamado que Dios hace a cada uno.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Matrimonio y virginidad. Estamos ante un pasaje que ha generado gran diversidad de interpretaciones. Además, algunas palabras de Pablo pueden ser traducidas de diferente manera. La pregunta a la que el Apóstol intenta dar una respuesta sería esta: ¿matrimonio o celibato, qué es lo mejor? La pregunta no se referiría al matrimonio en general, pues ya fue contestada anteriormente. Parece ser que los que proponían esta cuestión eran jóvenes solteros de ambos sexos -no muchos, seguramente- quienes ante el ejemplo del celibato de Pablo estaban ponderando adoptar esa posible opción de vida. ¿Se trataba de jóvenes que se habían comprometido más a fondo con la tarea de evangelización en Corinto y a los que Pablo consideraba como colaboradores suyos más directos? Es lo más probable.
El Apóstol parece sentirse como perplejo ante la respuesta que dar. Por eso comienza diciendo que no tiene mandato del Señor sobre el tema. Sólo puede ofrecer un consejo. Eso sí, basado en la experiencia de su misión apostólica y como hombre de fiar que es, por la misericordia de Dios. Más adelante dirá que también él tiene el Espíritu del Señor. Se trata pues de un consejo apostólico orientado a la misión. Supuesta la posible existencia de ese carisma del celibato misionero (7,7) en los jóvenes en cuestión, Pablo les dice que entre dos bienes a elegir, matrimonio y celibato, para ellos es mejor el celibato. Apoya este consejo, en primer lugar, en las tribulaciones que le estaba acarreando su dedicación total al Evangelio y que antes mencionó (4,11-13). ¿Sería compatible esto con la necesarias preocupaciones que exige la vida matrimonial?
Pablo no está negando en absoluto ni relativizando la vocación de los casados a trabajar por el evangelio. Nada más lejos de su intención. El Apóstol se refiere a un carisma nuevo que estaba surgiendo en las comunidades cristianas y, en concreto, también en la de Corinto: la opción por una vida célibe para preocuparse «de los asuntos del Señor para estar consagradas en cuerpo y espíritu» (34). A ese carisma del celibato por el reino de Dios, a imitación de Jesús y de él mismo, quiere darle el Apóstol carta de legitimidad en la Iglesia (cfr. Mat_19:21). Es más, lo cree necesario dentro de la comunidad cristiana, sin comparaciones de superioridad o inferioridad con respecto al matrimonio. El carisma o don vocacional que Dios da a cada persona es el mejor para él o para ella y cada cual tiene derecho a referir las ventajas del camino elegido. Esto es lo que hace el Apóstol aquí, ni más ni menos.
De todas formas, el horizonte en que se mueve el Apóstol es el futuro reino de Dios que ya ha irrumpido en nuestro presente cotidiano, relativizando y orientando toda situación humana hacia ese «después» que será el destino de todos y de todas. Es desde esta perspectiva desde la que juzga la conducta existencial cristiana en este teatro del mundo: «los que tengan mujer vivan como si no la tuvieran, los que lloran como si no lloraran», etc. (29-31). Nada de desprecio del mundo, sus afanes y sus conquistas, sino orientación de todo a lo único absolutamente necesario: la salvación definitiva. Es justamente ésta la función del carisma del celibato por el reino de Dios: ser parábola y símbolo ya ahora, para la Iglesia y para el mundo, de las realidades futuras.

Torres Amat (1825)



[3] Quien no tenga el don de la continencia para quedarse célibe, cásese antes que entregarse a la impureza. 1 Tes 4, 3.

[9] En el fuego del deseo insatisfecho.

[14] Así es santificado el matrimonio por la santidad de uno de los consortes.

[15] Perder la libertad de seguir en paz la fe de Cristo.

[17] La religión cristiana no exige cambiar de condición, sino de costumbres, de acuerdo con el Evangelio, y no destruye el orden civil, sino el pecado y las ocasiones de pecar.

[26] Ante la necesidad urgente de disponerse para la otra vida y la inquietud que provoca el matrimonio, es mejor para el hombre no casarse.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 7.10-11 Del Señor: Cf. Mt 5.32; 19.9; Mc 10.11-12; Lc 16.18.

[2] 7.19 Ro 2.25-26; Gl 5.6; 6.15.

[3] 7.21 Aunque si tienes oportunidad de conseguir tu libertad, debes aprovecharla: otra posible traducción: y aunque tengas oportunidad de conseguir tu libertad, saca provecho de tu condición de esclavo.

[4] 7.22 Cf. Ef 6.6; 1 P 2.16.

[5] 7.23 1 Co 6.20.

[6] 7.36-38 Su prometida: lit. su virgen (en los vv. 36 y 38); expresión ambigua, que puede significar su prometida o su hija. Otra posible traducción: |i

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

La excelencia de la virginidad -tanto de mujeres como de hombres- se fundamenta en el amor de Dios, al cual puede dedicarse el célibe con una exclusividad que no se da en la persona casada. «Estas dos realidades, el sacramento del Matrimonio y la virginidad por el Reino de Dios, vienen del Señor mismo. Es Él quien les da sentido y les concede la gracia indispensable para vivirlos conforme a su voluntad» (CCE 1620).

Los vv. 36-38 reflejan un contexto social en el que los padres decidían el matrimonio de los hijos.


Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*7:1-40 A partir 1Co 7:1 Pablo responde a cuestiones que le habían planteado en una carta sus cristianos de Corinto; la primera de ellas se refiere a la vivencia cristiana de la sexualidad. Algunas de sus afirmaciones, que son por lo demás muy realistas en relación con este ámbito, se entienden mejor en el marco de la polémica suscitada en la comunidad sobre este tema.

Biblia Latinoamericana (San Pablo, 1995)



[.] Alguien puede sentirse incómodo... Podríamos también traducir por . En este caso, Pablo estaría aludiendo a unos ensayos de vida religiosa que hubo, de hecho, en la Iglesia primitiva. Algunos compartían su casa con una joven que habría podido ser su prometida, y ambos consagraban su virginidad al Señor. Pablo los invita entonces a abandonar tal compromiso si no se sienten capaces de guardar la castidad.

Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

— la flor de la edad: Al traducir así se entiende que el término griego subyacente es femenino; pero puede ser también masculino, lo que implicaría una traducción un tanto diferente, como esta: Es posible que alguno, debido al ardor de la edad, piense que se está propasando con su novia y que conviene actuar en consecuencia. Que se casen, si es lo que desea; ningún pecado hay en ello.

Nueva Versión Internacional (SBI, 1999)

[g] prometida. Lit. virgen; también en vv. 1Co 7:37 y 1Co 7:38.

Jünemann (1992)


36 j. Si se atribuye la soltería, en mayor edad, o a dureza del padre o vicio de la hija, conviene que se case.
k. Por el honor del padre o de la hija; o para no exponerla a peligro.


Biblia Textual IV (Sociedad Bíblica Iberoamericana, 1999)

prometida... → §113.