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Y nosotros hemos conocido
y hemos creído en el amor que Dios nos tiene.
Dios es Amor:
y el que permanece en el amor
permanece en Dios y Dios en él. (I Juan 4, 16) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



Capitulo 4.
S an Juan interrumpe las reflexiones referentes a la caridad para volver a hablar de los herejes. El pensamiento de los falsos doctores parecía querer aflorar ya en 3:23-24. La idea de Espíritu del 3:24 le sirve de transición. El cristiano ha de poner especial cuidado en distinguir los espíritus (4:1). El criterio de la fe en Cristo sirve para distinguir el espíritu de Dios del espíritu del anticristo, propio de los falsos doctores (v.2-3). La oposición que existe entre ambos es la que existe entre Dios y el mundo (v.4-6).



Desconfiar de los falsos profetas, 4:1-4.
1 Carísimos, no creáis a cualquier espíritu, sino examinad los espíritus si son de Dios, porque muchos seudoprofetas se han levantado en el mundo. 2 Podéis conocer el espíritu de Dios por esto: todo espíritu que confiese que Jesucristo ha venido en carne es de Dios; 3 pero todo espíritu que no confiese a Jesús, ése no es de Dios, es del anticristo, de quien habéis oído que está para llegar y que al presente se halla ya en el mundo. 4 Vosotros, hijitos, sois de Dios y los habéis vencido, porque mayor es quien está en vosotros que quien está en el mundo.

El tema de los espíritus de la verdad y del error, sometidos al ángel de la luz y al ángel de las tinieblas respectivamente, y que dividen el mundo en dos partes antagónicas, era bien conocido del judaismo 1. San Juan se sirve también de esta doctrina, cristianizándola, para poner en guardia a los fieles contra los falsos profetas o anticristos 2 que surgían por todas partes, conforme lo había predicho el Señor 3. Por consiguiente, los espíritus que San Juan aconseja examinar son simplemente hombres movidos por Dios o por el demonio. En la primitiva Iglesia, al abundar los carismas, no faltaban hombres perversos y hábiles que fingían tener tales dones sobrenaturales. El apóstol exhorta a los fieles a no fiarse de ninguno hasta que hayan comprobado si son de Dios (v.1)4. Los falsos profetas abundaban y constituían un gran peligro para los fieles. Esto preocupaba vivamente a los apóstoles y a las primitivas comunidades cristianas sobre todo cuando se trataba de distinguir los verdaderos profetas de los falsos5. En la Didajé (c. 11-13) encontramos normas interesantes para probar a los predicadores itinerantes. Los criterios que sirven para distinguir a los verdaderos profetas de los falsos son dos: fidelidad a la doctrina apostólica y buena conducta moral6.
San Juan insiste a continuación (v.2-3) sobre el criterio de la fidelidad a la doctrina apostólica. Sobre el otro criterio ya ha hablado en 3:3-10. El apóstol afirma que la profesión de fe en Jesucristo, Mesías e Hijo de Dios encarnado, será el signo por el cual los fieles conocerán a los verdaderos profetas. San Juan enseña en esta primera epístola que la vida divina llega hasta el hombre a través del Hijo de Dios encarnado 7, y el hombre sólo la puede obtener por medio de la fe en Jesucristo 8. Por el contrario, los falsos profetas de los que nos habla el apóstol no consideraban a Cristo ni como Redentor ni como Mediador necesario entre Dios y los hombres. Ellos, mediante su gnosis, pretendían conocer otro camino más directo hacia el Padre. La herejía aquí combatida tal vez sea la de Cerinto, que, según San Ireneo 9, sostenía que Cristo, eón divino, se unió sólo transitoriamente al hombre Jesús y lo abandonó al comienzo de su pasión. Esta doctrina negaba prácticamente la divinidad de Jesucristo.
Los falsos profetas combatidos por San Juan negaban la dignidad trascendente de Jesús 10. Por eso dice el apóstol que el que no confiesa a Jesús, según la enseñanza apostólica, ése no es de Dios, sino del anticristo, que esta para llegar, o mejor dicho, ya se halla presente en el mundo (v.3). Los herejes participan del espíritu del anticristo, como los fieles del Espíritu de Dios. De este texto de San Juan parece deducirse que considera el anticristo como un individuo. Pero por lo dicho en 1Jn_2:18-22 resulta que el apóstol piensa más bien en una fuerza maléfica de error y de seducción, que toma cuerpo en los falsos doctores y en las doctrinas perversas que éstos esparcían. Esto mismo es confirmado por el pronombre relativo neutro ó, que no se puede referir a áíôß÷ñéóôïò, el cual es masculino, sino a su espíritu (ðíåýìá), que es neutro. Esa fuerza maléfica y seductora por medio de la cual obra Satanás en el mundo, ya se encuentra entre nosotros. Los falsos maestros, con sus pestíferas doctrinas, están ya trabajando intensamente para seducir a los fieles.
Pero los fieles a los cuales se dirige San Juan nada tienen de común con los falsos doctores o anticristos, sino que los han vencido, resistiendo a la atracción del error. La victoria de los cristianos no procede de sus propias fuerzas, antes bien proviene de la fuerza divina que obra en ellos, la cual es más poderosa que el príncipe de este mundo (v.4) 11. Dios está en los cristianos: mora y obra en ellos con un influjo inmediato y directo.
La seguridad que tenía San Juan sobre la victoria que los cristianos habían de obtener sobre los herejes provenía de su fe profunda y de la solidez de su concepción teológica. La ayuda divina que los fieles han recibido para vencer al demonio ha de inspirarles confianza y al mismo tiempo infundirles sentimientos de humildad, como reconoce San Agustín: No te ensoberbezcas. Mira quién es el que vence en ti. 12



Guardarse del mundo,1Jn_4:5-6.
5 Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo y el mundo los oye. 6 Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha; el que no es de Dios no nos escucha. Por aquí conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

En los v.5-6, el apóstol presenta, en una antítesis perfecta, a los seudoprofetas y a los fieles. Los seudoprofetas son del mundo porque le pertenecen, porque participan de su espíritu y siguen sus inspiraciones. Mundo está tomado aquí en sentido peyorativo: designa a los hombres hostiles a Dios y a Jesucristo. A los falsos doctores, la inspiración para proponer sus falsas doctrinas les viene del mundo, no de Dios. Por eso mismo obtienen fáciles éxitos ante aquellos que pertenecen al mundo. A los mundanos les gusta, como es natural, oír la sabiduría del mundo. De ahí que escuchen a los falsos doctores, porque creen encontrar en ellos esa sabiduría mundana.
La propaganda de estos herejes debía de hacer prosélitos entre los cristianos poco afianzados en la fe. Tal vez formaran ya un grupo aparte, una especie de secta separada de la verdadera Iglesia de Cristo.
San Juan, identificándose con la jerarquía de la Iglesia y con los predicadores del Evangelio, habla en primera persona plural contraponiéndose a los seudoprofetas. La oposición es establecida entre los verdaderos y falsos maestros 13. Los pastores de la Iglesia, entre los que se cuenta San Juan, son de Dios (v.6), es decir, hablan según Dios, según la verdad. Y los fieles que conocen a Dios escuchan la palabra de sus apóstoles, reconocen la verdad de su enseñanza. El criterio que permite discernir los buenos espíritus es la sumisión al magisterio jerárquico. Jesucristo ya había dicho: El que a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desecha, a mí me desecha 14. La actitud ante la doctrina enseñada por los apóstoles es un criterio que permite discernir los espíritus. San Ignacio Mártir decía a principios del siglo n que la manera de librarse de las herejías es el mantenerse inseparablemente unidos a Dios, a Jesucristo, al obispo y a los preceptos de los apóstoles.15
La fe, transmitida unánimemente en las iglesias y enseñada por los obispos, es la norma suprema de los fieles, el criterio último de la doctrina ortodoxa 16. Los que la escuchan y obedecen son de Dios; los que no la oyen no son de Dios, sino que pertenecen al bando de Satanás.




Tercera parte: La fuente del amor y de la fe, 4:7-5:12.
D espués del paréntesis, en el que el apóstol ponía en guardia a los fieles contra los seudoprofetas (4:1-6), vuelve San Juan sobre el tema del amor fraternal, su argumento favorito. Exhorta a los fieles al amor recíproco a fin de que permanezcan en la comunión con Dios.



Hay que amar, pues Dios es amor, 4:7-5:4.
7 Carísimos, arriémonos unos a otros, porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. 8 El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es caridad. 9 La caridad de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por El. 10 En eso está la caridad, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y envió a su Hijo, víctima expiatoria de nuestros pecados. 11 Carísimos, si de esta manera nos amó Dios, también nosotros debemos amarnos unos a otros. 12 A Dios nunca le vio nadie; si nosotros nos amamos mutuamente, Dios permanece en nosotros y su amor es en nosotros perfecto. 13 Conocemos que permanecemos en El y El en nosotros en que nos dio su Espíritu. 14 Y hemos visto, y damos de ello testimonio, que el Padre envió a su Hijo por Salvador del mundo. 15 Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. 16 Y nosotros hemos conocido y creído la caridad que Dios nos tiene. Dios es caridad, y el que vive en caridad permanece en Dios, y Dios en él. 17 La perfección del amor en nosotros se muestra en que tengamos confianza en el día del juicio, porque como es El, así somos nosotros en este mundo. 18 En la caridad no hay temor, pues la caridad perfecta echa fuera el temor; porque el temor supone castigo, y el que teme no es perfecto en la caridad. 19 Cuanto a nosotros, amemos a Dios, porque El nos amó primero. 20 Si alguno dijere: Amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente. Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve. 21 Y nosotros tenemos de El este precepto, que quien ama a Dios ame también a su hermano. C 1 Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ése es nacido de Dios, y todo el que ama al que le engendró, ama al engendrado de El. 2 Conocemos que amamos a los hijos de Dios en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. 3 Pues ésta es la caridad de Dios, que guardemos sus preceptos. Sus preceptos no son pesados, 4 porque todo el engendrado de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.

La idea central de esta sección es el amor, la dilección. San Juan sugiere en su exhortación que la dilección no es una obligación arbitraria, sino una exigencia de la naturaleza, porque Dios es amor. Dios, al engendrar a los cristianos a una nueva vida, les ha comunicado su propia naturaleza y su vida. Esto significa que los cristianos pueden amar como su Padre celestial. Y el ejercicio de la caridad por parte de los fieles será la prueba que demuestre su filiación. Tenemos aquí la más alta concepción del ágape joánico. El amor, según San Juan, es una participación de la vida de Dios; es algo que procede de Dios 17.
El amor proviene de Dios como de su fuente. Por eso, el que ama es nacido de Dios (v.7), es hijo de Dios, animado por su gracia 18. El amor fraterno es un efecto de nuestro nacimiento sobrenatural. Dios, al hacernos participantes de su vida, nos ha hecho también partícipes de su caridad. Por eso, la caridad no es un don divino cualquiera, ni una gracia carismática concedida temporalmente, sino que está íntimamente ligada con el renacimiento del cristiano, es lo propio de su filiación divina: Todo el que ama es nacido de Dios (v.7). Dios, al engendrarnos a la vida divina, nos comunica su naturaleza y su vida, Y la facultad de amar es algo inherente a la naturaleza divina recibida de Dios. El amor es fruto del germen divino recibido en el bautismo. De ahí que el cristiano sea capaz de amar por sí mismo, por la misma razón de que es hijo de Dios. 19
El ágape es el que da al creyente la posibilidad de estar en comunión con Dios y de conocerle. Y el conocimiento actual y permanente de Dios es, a su vez, algo que va unido al amor fraterno habitual. El que ama muestra que conoce a Dios, porque el verdadero conocimiento se perfecciona en la práctica del gran precepto del amor 20. La filiación divina y el conocimiento de Dios son los principios y los fundamentos de la caridad fraterna. El que ha sido engendrado por Dios y se ha hecho partícipe de su naturaleza divina, es apto para amar y conocer divinamente. El conocimiento de Dios como Padre 21 está impregnado de amor y condicionado por ese mismo amor 22. Por consiguiente, hay que amar a Dios para conocerle y permanecer en El 23.
Por el contrario, el que no ama divinamente demuestra que no ha llegado al .verdadero conocimiento de Dios (v.8). No le conoce íntima y realmente. Un gran teólogo podrá saber mucho de Dios, de sus perfecciones y atributos. Pero eso no es conocerle como hay que conocerle 24. El conocimiento de que nos habla San Juan presupone una relación íntima y personal con Dios fundada en una experiencia viva y amorosa. Sólo el que ama puede llegar a conocer la realidad íntima de las personas y de las cosas. En cambio, el que no ama 110 puede conocer bien esas realidades íntimas 25. Sin la caridad fraterna no puede existir auténtico conocimiento de Dios, porque Dios es amor.
Esta es la mejor definición de Dios y la que resume todo lo que el cristiano puede saber de su Creador 26. El amor es el atributo divino que mejor da a conocer la naturaleza de Dios. El amor, el ágape, es la revelación más prodigiosa y constante de Dios a los seres humanos. Ya desde el sermón de la Montaña, Jesús evoca el amor del Padre celestial, generoso incluso para con los enemigos y pecadores 27. La vida misma de Cristo está toda ella llena de benignidad y de paciencia. Y se termina por el sacrificio de su vida, entregada para rescatarnos de la esclavitud del demonio. Esta es la expresión suprema del amor de Dios por los hombres 28. Hasta tal punto es propio de Dios el amor, que San Juan ya casi no lo considera como un atributo, sino como la expresión de la naturaleza misma de Dios. El apóstol llega aquí a la cumbre de la mística y del pensamiento humano: nada hay más grande. Por eso, pudo muy bien decir San Agustín: ¿Qué más se pudo decir, hermanos? Si en alabanza del amor nada se dijese a través de todas las páginas de esta epístola, si nada absolutamente se dijese en las demás páginas de las Escrituras y sólo oyéremos esta palabra de la boca del Espíritu de Dios, que Dios es amor, ya no deberíamos buscar ninguna cosa más. 29 Y C. H. Dodd afirma con mucha razón: El amor no es solamente una de las actividades de Dios, sino que toda su actividad es una actividad amante. Si crea, crea por amor; si gobierna, gobierna con amor; si juzga, juzga con amor. Todo cuanto hace es la expresión de su naturaleza, que es amar. 30
Ya en el Antiguo Testamento, Dios se muestra lleno de bondad y de amor. Constituye al hombre rey de toda la creación 31; socorre a los suyos en el momento de la prueba y perdona a los que se arrepienten. La alianza con Israel depende del amor y de la hesed divina 32. Y Dios mismo se revela en muchos lugares de la Sagrada Escritura 33 lleno de paterno amor por los hombres 34. Pero es sobre todo en el Nuevo Testamento donde el amor de Dios se ha manifestado de modo más sublime. San Juan lo contempla especialmente en la encarnación: Tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna. 35 El amor de Dios a los hombres resplandece de modo particular en los misterios de la encarnación, de la redención y de la gracia. Es el amor del Padre y del Hijo que, nacido en el seno mismo de la divinidad, se desborda en la encarnación del Hijo unigénito, en la aceptación sumisa de la muerte por la vida del mundo. Este ímpetu de amor del Padre y del Hijo se comunica también al cristiano, se perfecciona y se consuma en él, para volver a Dios, su punto de partida 36. El amor del cristiano es, por consiguiente, participación del amor de Dios. Sólo Dios y sus hijos pueden amar con este amor. De ahí que el cristianismo haya podido ser definido como una religión de amor 37.
La encarnación es la manifestación, la epifanía del amor de Dios (v.8). Porque el amor de Dios se ha hecho evidente y palpable en el envío de su Hijo unigénito para salvarnos. San Juan considera la encarnación como una venida de Cristo al mundo, como un hecho histórico ya realizado una vez para siempre en el mundo, pero que conserva una actualidad permanente. El perfecto ÜðÝóôáëêåí sugiere que, si bien se trata de un suceso pasado, todavía perdura en su efecto. Jesucristo ya ha venido, pero aún continúa viniendo a sus fieles y habita en ellos por la gracia 38 a fin de darles la vida. Esta mediación vivificadora (vivir por El) es el efecto, a un mismo tiempo, de la encarnación de Cristo 39, de su muerte redentora en la cruz40 y de su glorificación a la diestra de Dios Padre41. La encarnación y la redención son frutos del amor de Dios por los hombres. Y el amor de Dios es amor fecundo que comunica la vida42.
La encarnación de Jesucristo, con relación al Padre, constituye una misión, una delegación, un envío 43. El enviado tiene una comisión especial: hablar y obrar en nombre del Padre, representarlo ante los hombres. Por consiguiente, es el Padre quien se revela y manifiesta su amor infinito a los hombres. Pero el Padre no envía un delegado cualquiera, sino a su propio Hijo unigénito, es decir, a su Hijo el más amado44. Este acto de benevolencia del Padre nos demuestra, mejor que otra cosa, su amor inmenso por nosotros, que no dudó en sacrificar a su Hijo muy amado por la salud del mundo.
La finalidad que Dios se propuso al enviar a su Hijo al mundo fue para que los creyentes en El obtuvieran la vida45. Quiso que los hombres pudieran acercarse a Dios y conseguir la sola verdadera vida 46: la vida de la gracia y de la gloria.
Jesucristo ha revelado y comunicado a los hombres el amor de su Padre. Y el Padre, a su vez, ha mostrado que era amor enviando su Hijo al mundo, ordenándole sacrificarse por nosotros para purificarnos de nuestros pecados. Estos tres grandes misterios de la economía cristiana: encarnación, redención, gracia, resumen el Evangelio, y San Juan, lo mismo que San Pablo, los han comprendido como concebidos y realizados por el amor infinito de Dios.47
La caridad está no en que nosotros le hayamos amado, sino en que El nos amó (v.10) primero. Nosotros hemos amado al Señor; pero ese amor nuestro no es otra cosa que una respuesta a un amor primero que Dios nos ha tenido y sigue teniéndonos. Quoniam ipse prior dilexit nos, dice la Vulgata. El amor de Dios tiene sobre el nuestro una prioridad cronológica, pues Dios nos ha amado ya desde la eternidad.
La iniciativa de la salvación corresponde, por consiguiente, al Padre, el cual envió a su Hijo al mundo con la misión de ser víctima expiatoria de nuestros pecados (v.10). Jesucristo es propiciación (éëáóìüò) 48 por los pecados de toda la humanidad. El ha expiado como víctima propiciatoria por nuestros pecados para aplacar la justicia divina ofendida y para que los mismos que la habían ofendido pudieran vivir de su propia vida divina49. San Pablo expresa la misma idea en Rom_5:8-9; Rom_8:32 y Efe_2:4-5. El amor de Dios por los hombres se ha revelado, pues, en la forma más alta. Ha sido un amor misericordioso, totalmente desinteresado, gratuito y generoso. Dios nos ama no a título de reciprocidad, sino espontáneamente, porque su naturaleza es toda amor. Después de enviar su Hijo al mundo, lo entrega en manos de los pecadores y lo abandona a la muerte, porque la caridad divina no perdona ni siquiera al ser más amado con tal de atraer hacia sí a los que quiere salvar 50.
Las Odas de Salomón (s.II d.C.) contienen esta bella reflexión: No hubiera sabido amar al Señor si El no me hubiera amado en primer lugar51. Como San Juan, el autor de las Odas de Salomón había meditado sobre la prioridad del amor divino.
En el í. 11 San Juan saca la conclusión de lo que acaba de decir a propósito del amor de Dios por nosotros. Si Dios ha amado de manera tan extraordinaria a los hombres, tan inferiores a El por naturaleza y, a veces, enemigos suyos, los cristianos, que participan de la naturaleza divina, tienen la obligación con mayor motivo de amar a sus hermanos, de amarse unos a otros. La conclusión lógica de la proposición: Si de esta manera nos amó Dios, sería evidentemente: Amémosle nosotros a El también. Sin embargo, San Juan saca otra consecuencia muy en conformidad con la doctrina de toda la epístola: Amémonos unos a otros. La razón es que sólo cuando el cristiano ejercita la caridad con el prójimo, el amor puede tener los caracteres de prioridad, de gratuidad, de espontaneidad, que son propios del ágape divino 52. Amando a sus hermanos demostrarán poseer el verdadero amor de Dios. Y el amor de Dios, que es la fuente del amor fraternal, es también su modelo. Por eso, quien haya conocido lo mucho que nos amó Dios entregando su Hijo a la muerte por nosotros y se haya beneficiado de esta extraordinaria generosidad, está absolutamente obligado a mostrar amor a sus hermanos. El amor fraterno procurará a las almas, por otra parte, la comunión íntima y verdadera con Dios (v.12). Pero ¿cómo podremos saber que estamos en comunión íntima con Dios? Lo podremos conocer por la práctica de la caridad fraterna. La caridad es, en efecto, el criterio para conocer a los hijos de Dios 53. Los cristianos que aman a sus hermanos están en comunión vital con Dios, y Dios mora en ellos y ellos en El. Esa inmanencia recíproca les permite tener un verdadero conocimiento de Dios 54. El amor fraterno nos da la seguridad de que Dios permanece en nosotros con la presencia transformante de su gracia. Pero únicamente la caridad efectiva, la caridad que actúa, es la que nos puede dar la seguridad de que Dios y su amor están realmente en nosotros. De ahí que, aunque Dios sea invisible (v.12), lo podamos considerar como presente en nuestras almas cuando practicamos la caridad fraterna. Porque el ejercicio de la caridad en favor del prójimo lleva consigo la presencia de Dios en nosotros, como el Señor lo había prometido: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada.55
A Dios le podremos ver tal como es sólo en la gloria 56. Mientras estamos en el mundo, la visión directa de Dios es imposible. Ya lo había dicho el mismo San Juan en el Evangelio: A Dios nadie le vio.57 Tan sólo el Unigénito, en la intimidad de la vida trinitaria, tiene un perfecto conocimiento del Padre y nos lo revela. En la tierra poseemos sólo un conocimiento de Dios por medio de la fe 58 Sin embargo, el conocimiento, la visión de Dios en la gloria, es considerada por San Pablo 59 como el fruto y la coronación de la dilección fraterna.
Otro criterio para conocer si estamos en comunión vital con Dios es la presencia en nosotros del Espíritu Santo (v.13). San Juan repite aquí el mismo pensamiento que ya había expresado en 3:24. Dios nos ha dado una participación del Espíritu, cuya plenitud la posee Cristo 60. El apóstol no parece referirse aquí a alguna manifestación carismática, sino más bien a un testimonio interno del Espíritu en el alma. Jesús ya había predicho en el Evangelio esta misteriosa testificación del Paráclito61. El Espíritu Santo, presente en nuestras almas, testifica que somos hijos de Dios62.
San Juan recuerda el testimonio dado por los apóstoles acerca de la verdad del mensaje evangélico. Han visto con sus ojos al Hijo de Dios encarnado, y han reconocido en esa venida del Hijo la prueba sublime del amor del Padre. Mediante signos incontestables, que revelaban su divinidad y su misión redentora, han logrado comprender aunque imperfectamente el misterio insondable del Verbo encarnado. Y como testigos oculares dan testimonio de ello (v.14).
Jesucristo es llamado Salvador del mundo en cuanto que sólo por su nombre pueden los hombres ser salvos. El es el Salvador tanto de los judíos como de los soberbios gnósticos que no consideraban necesaria la salvación por la sangre de Cristo y de todos los hombres, de cualquier raza y nación que sean. Fuera de Cristo no puede haber salvación.
La fidelidad a la doctrina predicada por los apóstoles es también un criterio de la unión del cristiano con Dios. Y esta fidelidad u ortodoxia consiste en reconocer que Jesús de Nazaret, enviado por Dios al mundo, ha sufrido para redimir al mundo y es el Hijo de Dios. Esta fe en la divinidad de Cristo es un presupuesto necesario para conservar la comunión vital con Dios (v.15). La fe y el amor son dos signos que demuestran que esa comunión e inhabitación divinas permanecen en el fiel cristiano.
Los que han tenido la dicha de ver a Jesús, Hijo de Dios, han podido comprender el amor que Dios tiene siempre a los cristianos. Este amor de Dios se manifestaba claramente en las comunidades cristianas a las que se dirige San Juan. Por eso, el apóstol se atreve a decir: Nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios nos tiene (v.16). San Juan insiste sobre la certeza de su conocimiento del amor divino manifestado en Cristo: Hemos conocido (Ýãíþêáìåí) y creído (ðåôôéóôåýêáìåí) 63. La certeza adquirida en otro tiempo nunca se ha perdido ni siquiera se ha debilitado; perdura aún hoy, es total y absoluta. Los apóstoles, entre los cuales se contaba San Juan, están plenamente convencidos y totalmente persuadidos; creen con toda su alma en el amor que Dios ha manifestado a los hombres. El conocimiento que tienen de este amor no es meramente especulativo, como era el de los herejes gnósticos, combatidos por San Juan, sino el resultado de una experiencia personal e histórica. De ahí su certeza inconmovible e infalible, propia de los apóstoles, de los fundamentos de la Iglesia64.
El objeto de este conocimiento y de esta fe es el amor, el ágape divino, que se ha revelado en Jesucristo y se ha comunicado a los hombres. Es la caridad que Dios posee de una manera esencial y permanente, y que El ha querido que se manifestase de una manera concreta entre nosotros (åí ÞìÀí) 65. Esta manifestación ha tenido lugar mediante el envío del Hijo de Dios al mundo. Y los apóstoles han reconocido y creído en esa revelación viviente y tangible del amor del Padre66.
Los Doce, después de contemplar a Dios dándose tan generosamente a los hombres y haber meditado este misterio de bondad, pudieron concluir que Dios es amor. Es decir, un amor que se manifiesta, se comunica y se entrega totalmente a los hombres. Creer en ese amor no es solamente confesar a Jesucristo, en el cual se revela ese ágape, sino que presupone el haberle dado digna acogida, el unirse a El y vivir en él. Por consiguiente, permanecer en el amor es incorporarse el ágape divino, que es propio del cristiano. Porque cristiano es el que se adhiere a Cristo y se va adentrando más en su vida íntima mediante la práctica de sus preceptos67, especialmente el de la caridad fraterna68. De ahí que ó ìÝíùí åí ttj áãÜðç sea una verdadera definición del cristiano, pues la expresión el que permanece en el amor viene como a resumir toda la vida cristiana, pues el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios permanece en él (v.16). Esta inhabitación mutua y permanente dice el p. Spicq es la esencia misma de la vida religiosa. San Juan la ha considerado anteriormente como fruto del pneuma, de la fe, de la fidelidad a los preceptos y del ejercicio de la caridad fraterna 69; aquí la define en su misma naturaleza: No sólo el ágape es lazo y unión, sino que, puesto que Dios es amor, permanecer en el amor es morar en el mismo Dios.70 Esta inmanencia consiste en las relaciones personales que se establecen entre el cristiano y Dios por medio de la caridad. Es la realización viviente de la oración de Cristo: Que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos71. La perseverancia en el amor y en la unión con Dios depende de la fidelidad a los preceptos del Señor, como ya dejamos indicado. El que permanece en el amor, en la caridad fraterna, permanece en Dios y Dios en él, porque el que ama es nacido de Dios 72. Es decir, que sin la caridad fraterna no se da comunión con Dios.
La señal de que el amor fraterno ha llegado a su perfección será el que tengamos confianza en el día del juicio (v.17). San Juan había dicho que en el día de la parusía los que permanecieren en El no tendrían nada que temer73. La caridad fraterna es otro motivo de confianza, porque la caridad nos hace semejantes a Cristo. Si permanecemos en el amor, seremos semejantes a El. Y, por lo tanto, no tendremos nada que temer de Jesucristo Juez en el día del juicio final74, La caridad es garantía de salvación. El temor de ser condenado en el día del juicio es incompatible con la caridad. Y cuanto mayor sea ésta, tanto más confianza tendremos en el día de la parusía, pues sólo la candad perfecta tiene la virtud de quitar todo temor.
La perfección del amor se manifiesta en la audaz confianza, en la santa osadía, en la íntima seguridad que engendra en nosotros la caridad fraterna. Esta caridad realiza la comunión vital entre Dios y el cristiano 75, la cual va eliminando poco a poco el temor que puede existir en el corazón de los fieles ante la incertidumbre del juicio. Cuanto más crece esta caridad, mayor será la confianza y la seguridad. El auténtico cristiano, por consiguiente, aunque sienta que su conciencia le reprocha de algo, podrá presentarse sin temor ante el Juez divino el día del juicio final. Pero no sólo en el juicio final, sino que ya desde ahora el amor perfecto excluye del cristiano todo temor. Porque, si el amor es actual, también lo será el sentimiento de confianza que engendra en el que lo posee. Cristo, por otra parte, ha venido a librarnos del temor a la muerte76, y, en consecuencia, del temor al juicio final.
Jesucristo había inculcado también a sus discípulos la confianza en el discurso de despedida 77. En medio de las tribulaciones han de tener paz y confianza en Jesús, pues El ha vencido al mundo y les auxiliará.
El motivo que engendra nuestra confianza en el día del juicio es nuestro ser de cristianos, nuestra conformidad con Cristo, adquirida en el bautismo por medio del germen divino de la gracia78. Como El es, así somos nosotros en este mundo (v.17). Pero ¿de qué modo puede el hombre ser como Dios? pregunta San Beda. Y responde: El como no siempre indica igualdad, sino que también a veces indica semejanza. Si nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, ¿por qué no podremos decir que somos como Dios? La semejanza que existe entre nosotros y Dios está en la caridad.79 Somos como Dios porque llevamos en nuestra alma la semilla divina de la gracia, que nos hace participantes de la naturaleza divina. Y la gracia se manifiesta mediante la caridad.
Por San Pablo 80 sabemos que los cristianos han sido predestinados a ser conformes a la imagen de su Hijo, Jesús. Esta semejanza o configuración del cristiano con Cristo es invisible en este mundo, pero sabemos que cuando aparezca seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es.81 Nuestra transformación y asimilación a Cristo llegará a su punto culminante en el cielo, cuando aparezcamos junto con El en la gloria 82.
Una tal semejanza con Cristo autoriza al cristiano para tener una confianza ciega en el Señor incluso en el día terrible del juicio final, No puede haber fundamento más sólido de la esperanza cristiana, ya que la configuración con Cristo elimina radicalmente toda diferencia entre el presente y el futuro 83. La filiación divina, obtenida por la fe 84, no excluye el juicio futuro, pero garantiza contra una sentencia de condenación 85.
El amor sólo es perfecto una vez que ha logrado eliminar del alma el temor. Amor y temor son incompatibles. Donde hay temor no puede haber amor; al menos amor perfecto (v.18). San Juan habla de la incompatibilidad del amor de caridad propiamente dicho con el temor. Sin embargo, el temor es algo inherente a toda criatura al hallarse delante de Dios. El cristiano sabe que es hijo de Dios y que ha sido configurado a imagen de Cristo. Sabe que, si es fiel a los preceptos del Señor, obtendrá el cielo. Pero, a pesar de todo, no puede eliminar totalmente el temor ante el Juez soberano. Es necesario que la caridad obre sobre los pensamientos y sentimientos del cristiano y vaya modificando poco a poco sus reacciones 86. A este propósito comenta San Agustín: El temor no se da en el amor. Pero ¿en qué amor? No en el amor imperfecto. ¿En cuál, pues? En el amor perfecto, que expulsa el temor. Por consiguiente, es el temor el que comienza, pues el comienzo de la sabiduría es el temor de Dios. El temor, en cierto sentido, prepara el sitio al amor. Pero una vez que el amor comienza a habitar (en el alma), el temor que le había preparado la morada es arrojado fuera. Cuanto más crece el amor, más decrece el temor; cuanto más interior se hace el amor, tanto más es echado el temor. A mayor amor, menor temor; a menor temor, mayor mor. Pero, si no hubiera ningún temor, no tendría por qué hacer su entrada el amor. El temor es un medicamento; la caridad, la salud 87·
La caridad implica unión y comunión con Dios 88, que engendra en el fiel una respetuosa y confiada osadía en sus relaciones con el padre celestial. El temor, por el contrario, separa, aleja y hace desconfiar de Dios. Se trata aquí del temor servil, que supone castigo (v.18) y es propio de los esclavos. Este temor es del todo incompatible con el amor propio de los hijos de Dios.
Los teólogos, además del temor servil, distinguen el temor inicial, por el que se teme la culpa y la pena; el temor filial, por el que se siente dolor de la culpa cometida, y el temor reverencial, por el que el alma comprende toda su debilidad en presencia de la majestad infinita de Dios. El temor servil no es compatible con la caridad, pero puede introducirla en el alma. Por eso enseña el concilio Tridenti-no 89 que de ordinario la justificación del hombre comienza por el temor del infierno. El temor inicial también se puede dar con la caridad, pero va disminuyendo a medida que crece la caridad. El temor filial es tanto más grande cuanto mayor es la caridad. Otro tanto podemos decir del temor reverencial, que permanece incluso en el cielo y crece con la caridad 90.
San Juan concluye su tesis sobre el amor fraterno dando las razones por las cuales los cristianos han de amar. En primer lugar, los fieles han de amar a Dios porque El les amó primero (v.19), con un amor sumo, gratuito y misericordioso 91. Si Dios, que es amor, nos ha amado tanto y nos ha manifestado primero su amor infinito, invitándonos a amarle como El nos ha amado 92, hemos de responderle amándole cada día más intensamente. Hemos de dejar desplegarse nuestra redamatio en una plena confianza. Por el hecho de que Dios haya tomado la iniciativa amándonos por razón de su generosidad y fidelidad sin límites, podemos estar seguros de que su amor será permanente, y que, por consiguiente, no tenemos nada que temer 93. Esto debe infundir en nuestra alma una confianza (ðáññçóßá) filial, porque sabemos que Dios nos ama real y entrañablemente. La caridad perfecta es, además, un abandono en el amor divino 94.
Pero que nadie se engañe creyendo presuntuosamente poseer la caridad perfecta. Por eso, San Juan recuerda el criterio infalible del amor perfecto: el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve (v.20). La caridad fraterna está en íntima correlación con el amor de Dios 95. El amor de Dios es inseparable del amor al prójimo 96. Pretender que el primero puede existir sin el segundo es una mentira. El que afirma que ama a Dios, ha de amar también al prójimo, porque, de lo contrario, se equivoca: no se puede amar a Dios sin amar al prójimo.
San Juan seguramente se refiere a los falsos doctores, que pretendían amar a Dios y aborrecían a sus hermanos. Obrando así se equivocan, porque nadie puede amar verdaderamente al divino Redentor si odia a los que El redimió con su sangre.
El pecado de mentira tiene para el apóstol una gravedad especial. No porque sea un pecado capital o incluso mortal, sino porque el que miente viene como a pasarse al bando del diablo, el mentiroso por excelencia 97. Es ésta, según San Juan 98, una de las notas características de los herejes que él combate. El castigo de éstos será el de ser precipitados en el estanque de fuego.
Semejante severidad se comprende mejor si tenemos presente la doctrina de San Juan sobre el antagonismo entre el espíritu de verdad y el espíritu de mentira, entre la luz y las tinieblas. También la literatura de Qumrán divide la humanidad en dos bandos: de una parte están los hijos del espíritu de verdad, del ángel de la luz; del otro están los hijos del espíritu de mentira, del ángel de las tinieblas. Ambos bandos se combaten encarnizadamente hasta el momento preestablecido por Dios, en el cual Dios destruirá la maldad y sus seguidores 100.
San Juan estigmatiza al mentiroso con tanta fuerza como Jesús condenaba a los fariseos hipócritas 101. Para el apóstol es una grave mentira afirmar que se ama a Dios cuando no se ama al prójimo, porque es imposible excluir al prójimo de la caridad. El que no ama a su hermano, con el cual continuamente convive, que es semejante o inferior a él y al que puede exteriorizar en cualquier momento su amor, mucho menos puede amar a Dios, siempre invisible, infinito y, sobre todo, porque Dios ha dispuesto que el amor hacia El y hacía el prójimo estén íntimamente unidos, sean inseparables.
A la imposibilidad de separar el amor de Dios del amor del prójimo añade San Juan el argumento final: Nosotros tenemos de El este precepto, que quien ama a Dios ame también a su hermano (v.21). Es voluntad expresa de Dios, manifestada mediante un precepto explícito, categórico, dado por Jesucristo y los apóstoles. San Juan alude probablemente a los dos grandes mandamientos de que nos habla Jesucristo 102. Los sinópticos, propiamente hablando, no nos transmiten ese mandato tal como es formulado por San Juan. El cuarto evangelio enseña en varios lugares 1(>3 que amar a Dios es observar sus mandamientos, el primero de los cuales es el amor fraterno 104. San Juan, lo mismo que San Pablo ^5, reduce la ley evangélica a un solo precepto: el del amor al prójimo. Debemos amar a Dios ante todo; pero este amor de Dios se realiza, se lleva a efecto, por disposición divina, amando al prójimo. En el prójimo hemos de amar a Dios, cuyo hijo es el prójimo, y como tal, hermano nuestro. Porque todo amor, para ser santo, ha de fundarse en Dios.

1 En los documentos 'de Qumrám también se pone de relieve este dualismo (1 95 III 13-IV26). 2 1Jn_2:18s. 3 Mt 24:11.24. 4 También San Pablo da normas a sus fieles para discernir los carismas que abundaban en las comunidades evangelizadas por él (cf. 1Te_5:21; 1Co_12:31). Cf. 1Te_5:19-21; 5 1Co_14:29. 6 Consúltese también el Pastor de Hermas, Mand. 11:7 (Funk, I 506); San Ignacio M., Ad Ephes. 16-17; Ad Philad. 6:1-2 (FuNK, I 226ss). 7 1Ma_11:1'3· 8 1Jn_5:12.20. 9 San Ireneo, Adv, haer. 1:14:3; 1:26-1: PG 7:602.686. 10 Aceptamos la lección Ýëçëõ3üôá = venido, de los mejores testimonios del texto griego, en lugar de ÝëçëõèÝíáé de B, Vulgata y de bastantes Padres. En cuyo caso, el acento no 30ne sobre la palabra carne, como hace la Vulgata, suponiendo que los herejes negaban palidad física de la humanidad de Cristo, sino que se pone sobre la dignidad trascendente le Jesus- Cf. F. J. rodríguez molero, o.c. p.472. 11 Cf. Jua_12:31; Jua_14:30; Jua_16:33; Rev_2:7; Rev_3:5; Rev_12:11; Rev_15:2. 12 San Agustín, In Epist. I loannis tr.7:2: PL 35:2030. Cf. F. J. rodríguez molero, 13 Cf. 1 Cor 14:37- 14 Luc_10:16; Jua_8:47. 15 San Ignacio M., Ad Trall 7:1. 16 Cf. Teodorico Da Castel S. Pietro, La Chiesa nella lettera agli Ebrei (Turín-Roma 1945) ñ.194-206. 17 C. spicq, ágape III p.2?o-271; A. Sustar, De caritate apud S. loannem: VD 28 (10950) P.334- 18 Cf. 1Jn_3:9. 19 C. Spicq, o.c. p.271-272. Por el texto de Rom_5:5 se podría pensar que es el Espíritu Santo el que ama en nosotros. Pero San Juan precisa, diciendo que es el mismo cristiano el que ama, pues es capaz de amar divinamente. 20 1Jn_2:3-11. 21 Rom 8:15; Gal_4:6. Cf. M. E. Boismard, La connaissance dans l'AUiance nouvelle, a aprés la i lettre de S. Jean: RB 56 (1949) p.388. 22 1Co_8:3. 23 C Spicq o.c. p.272-273- 24 Cf. 1Co_8:2; Rom_1:28s. Según Tomás, actus credentis non terminatur ad enuntiabile, sed ad rem 25: J. Camelot, Credere Deo, credere Deum, credere in Deum: RSPT (1941) p.150ss. 26 J. Chatne, o.c., p.201. 27 Mat_5:43-48; Mat_9:13; Luc_15:7.10. 28 Rom_5:8; Rom_8:32.39. 29 San Agustín, In Epist. I loannis tr.7:4: PL 35:2031. Cf. E. Walter, Wesen und Machi der Liebe (Friburgo 1955) góss. Cf. también C. spicq, ágape III p.270-278. 30 C. H. dodd, The Johannine Epist les (Londres 1947) p.no. 31 Gen_1:28-30. 32 La hesed divina es el amor de predilección, el cuidado absolutamente gratuito y misericordioso que Dios tiene de sus criaturas. Cf. Jer_3:12; Sal_145:8. 33 Cf. Exo_33:18-19; Os 11; Sal 136. 34 Cf. C. Spicq, Prolégoménes p. 88-129; J. P. Hyatt, The God of Love in the Oíd Testa-ment, en To Do and to Teach-Essays in honor of Ch. L. Pyatt (Lexington 1953) p. 15-26; G. M. Behler, Divini amoris suprema revelatio in antiquo foedere data: Ang 20 (1943) 102-116. 35 Jua_2:16. 36 Cf. W. Grossouw, Pour mieux comprendre S. Jean (Malinas 1946) p.23. 37 C. spicq, ágape III p.278. 38 Jua_14:23. 39 Jua_1:14.175. 40 Jua_17:19; 1Jn_1:7; 1Jn_2:2; 1Jn_4:10. 41 Jn 11 42 A. Charue , o.c. p.545- 43 C. Spicq, o.c. p.18; cf. B. F. Westcott, The Epistles of St. John'2· (Cambridge 1886) p. 124-128. 44 A propósito de Unigénito, cf. M. J. Lagrange, évangile selon S. Jean p.22-23; A. Suriansky, De mysterio Verbi incarnati ad mentem B. lo. ap. I (Roma 1941) 103-128. 45 1Jn_1:2; Jua_1:4; Jua_5:26. 46 J. M. Bover, Illuminavit vitam: Bi 28 (1947) 13653. 47 C. Spicq, o.c. p.279· Cf. Rom_5:8-9; Efe_2:4-5; Jua_3:16; 1Jn_3:16. 48 El substantivo ßëáóìüò se encuentra diez veces en los LXX. En el N. T.. Parece evocar las nociones de propiciación y de expiación por el pecado.. C. Spicq, L'építre aux Hébreux (París 1952) I P-304-305; L. Morris, The Apostoh'c rreaching ofthe Cross (Londres 1955) p.125-18s. 49 1Jn_4:9; Jua_3:16. 50 Rom_5:8-9; Tit_3:3-7- 51 Odas de Salomón 3:3. 52 C. Spicq, o.c. p.284- 53 1Jn_3:10.14. 54 Jua_14:17. Cf. A. R. George, Communion with God in the New Testament (Londres 1953) p.20455; ch. V. Herís, Le mystére de Dieu (París 1946) p.145-152; G. Pecorara, De verbo manere apud loannem: DivThom (1937) p. 159-171. 55 Jua_14:23. 56 1Jn_3:2. 57 Jua_1:18. 58 El concilio Vienense reprobó la siguiente proposición de los beguinos y begardos: El alma, para ver a Dios y gozar de El, no tiene necesidad del lumen gloriae que la eleve (Cf 475). Y el Santo Oficio (18 sept. 1861) condenó esta proposición de los ontologistas: El conocimiento inmediato de Dios, 'al menos habitual, es esencial al intelecto humano, de tal manera que sin él no podrá conocer nada, por el hecho de que es el mismo lumen intelectual. El ser que está en todos y sin el cual no podemos entender nada es el ser divino. 59 Gf. 1Co_13:8-12; Heb 12:14- 60 Jua_1:16. 61 Jua_15:26s . 62 Rom 8:16; cf. 1Co_3:16; 1Co_6:19; 1Co_12:4; Gal_5:22; Rom_5:5; Rom_8:2. Se pueden consultar G. Philips, L'Esprit Saint en nous: EThL 24 (1948) 127-135; C. Colombo, L'inabitazione jeí/a SS. Trinita nell'anima in grazia: ScuolCat 76 (1948) 242-244; M. Cuervo, La inhabita-ción de la Trinidad en toda alma en gracia, según Juan de Tomás: CT 69 (1945) 114-220. 63 La unión de los dos verbos ãéíþóêåéí-ôðóôåýåéí es una redundancia que tiene valor superlativo, que todavía es reforzado por el empleo del perfecto, pues éste indica un hecho pasado cuyos efectos continúan al presente. Gf. C. Spicq, o.c. p.28g; id., L'építre aux Hébreux (París 1952) p.366-307. 64 G. Spicq, ágape III p.aSg. 65 Casi todos los autores traducen åí ÞìÀí como si fuera åßâ Þìáâ: el amor que Dios tiene por nosotros. Pero, en conformidad con el contexto, el objeto de la fe es Cristo. Luego hay que dar a åí sentido local: en medio de, entre. 66 Jua_1:14; Tit_3:4. Cf. C. Spicq, o.c. p.290. 67 Jua_15:9-10. 68 Jua_13:34. 69 1Jn_3:24; 1Jn_4:12.13.15 70 C. Spicq, o.c. p.291. 71Jn_17:26. 72 Cf. 1Jn_4:7. 73 1Jn_2:28. 74 Cf. Jua_5:22. 75 1Jn_4:16. 76 Heb_2:15· 77 Jua_14:1.27; Jua_16:33. 78 1Jn_3:9. Cf. C. Spicq, o.c. p.295; E. F. Harrison, A Key to the Understanding of First John: Bibliotheca Sacra 441 (1954) p.39-46. 79 San Beda Ven., In Epist. I loannis expositio h.l: PL 93:111. 80 Rom_8:29. 81 1Jn_3:2. 82 Col 3:4. 83 C. spicq, o.c. p.296. 84 1 Jn 4 :12.15. 85 c. Spicq, o.c. p.296 nt. 1 Cf. Stg_5:9. 86 C. Spicq, o.c. p.296-29? 87 San Agustín, In Epist. I loannis tr.9:4: PL 35.2047. 88 1Jn_4:16. 89 Las palabras del concilio Tridentino son éstas: Disponuntur autem ad ipsam iustitiam, dum excitati divina gratia et adiuti. libere moventur in Deum, credentes vera esse quae di-vinitus revelata et promissa sunt, atque illud in primis, a Deo iustificari impium per gratiam eius, per redemptionem, quae est in Christo lesu, et dum, peccatores se esse intelligentes, a divinae iustitiae timore, quo utiliter concutiuntur, ad considerandam Dei misericordiam se convertendo, in spem eriguntur, fidentes Deum sibi propter Christum propitium fore, illun-Que tanquam omnis iustitiae fontem diligere incipiunt ac propterea moventur adversus pec-cata per odium aliquod et detestationem, hoc est, per eam poenitentiam, quam ante baptismum agí oportet (ses.6 c.6: D 708). 90 M. Sales, II Nuovo Testamento vol.2: Le Lettere degli Apostoli (Turín 1914) P-589. 91 Cf. 1Jn_4:10-11. 92 1Jn_3:10.11.143. 93 Cf. Rom_8:37-39-Jua_15:9. 94 Spicq, o.c. p.299. 95 Cf. 1Jn_4:12. 96 Mat_25:40; 97 Jua_8:44 98 1Jn_2:22; 1Jn_4:15; Rev_2:2. 99 Rev_21:8. Cf. A. Maillot, art. Mensonge, en J. J. Von Allmen, Vocabulaire biblique (Neuchátel-París 1954) p.iyoss. 100 El autor de la Regía de la Comunidad de Qumrán trata, en la sección i QS III 13-IV 26, de la lucha entablada entre la luz y las tinieblas, entre la verdad y la iniquidad, entre los hombres buenos y malos, entre el ángel bueno y el malo, entre el espíritu bueno y el malo. La máxima división se da según la Regía de la Comunidad entre los hombres de la luz y los hombres de las tinieblas (i QS I 10). Los (hombres) dice la Regía caminan por la vía de la sabiduría o de la estulticia. Cuanto más el hombre participa de la verdad y de la justicia, tanto más odio tendrá a la perversidad. Y cuanta más participación tenga en la perversidad y en la impiedad, tanto más abominará la verdad. Pues ambas especies de personas puso Dios, una al canto de la otra, hasta el término inevitable y hasta la creación de las cosas nuevas (i QS IV 24-25). Entrambos caminos, es decir, el de la sabiduría y el de la estulticia, están dominados por el ángel de la luz y por el ángel de las tinieblas respectivamente. En manos del príncipe de la luz está el dominio de todos los hijos de la justicia, y andan por el camino de la luz. En manos del ángel de las tinieblas se encuentra todo el dominio de los hijos de la perversidad, los cuales caminan por los senderos de las tinieblas. Y por medio del ángel de las tinieblas se lleva a cabo la seducción de todos los hijos de la justicia; y todos sus pecados e iniquidades, y sus delitos y los efectos de todas sus obras caen bajo su dominio, (lo cual acaece), en conformidad con los designios misteriosos de Dios, hasta el término establecido por El. Todos sus suplicios y sus tiempos de tribulación también están bajo del dominio de su Mastema. Y todos los espíritus de su bando están dedicados a hacer caer a los hijos de la luz. Pero el Dios de Israel y el ángel de la verdad ayudan a todos los hijos de la luz (i QS III 20-24). Por consiguiente, luz y tinieblas, verdad e iniquidad, ángel de la luz y ángel de las tinieblas, representan la doble tendencia de la humanidad, es decir, el distinto medio ambiente en que se mueven los hombres. El hombre obra bien o mal, o sea pertenece al bando de Dios o del diablo, según que se encuentre bajo el dominio de la verdad o de la iniquidad. Este dualismo qumránico no es, sin embargo, absoluto, pues Dios creó el principio bueno y el malo, y domina ambos (i 95 III 25). Al fin, Dios destruirá la impiedad. Cf. G. Berardi, Regoía della guerra o la guerra dei figli della luce contro i figli delVoscurita: Palestra del Clero 36 (1956-1957) 649-658.699-710; R. E. Brown, The Qumrán Scrolls and the Johannine Cospel and Epistles: CBQ 17 (1955) 403-419.559-574; J. Carminag, La Regle de la Guerre desfils de lumiére contrelesfilsdes ténébres (París 1958); F. Nótscher, Wahrheit ais theologischer Terminus in dem Qumran-Texten: Festchrift V. Christian (Viena 1956) p.83-92; H. Wildeberger, Der Dualismus in den Qum-ranschriften: Asiatische Studien (Berna 1954) p. 163-177. 101 Cf. Mat_23:14.15.23.25-27.29. Cf. C. Spicq, o.c. p.501. 102 Mt 22:37-40; Mar_12:29-311 cf. Jua_15:9-14· 103Jn_1:14 :15.21; Jua_15:10. 104 Jua_13:34; Jua_15:12. 105 Gal_5:14.


Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 4

PARTE TERCERA 4,15,21

8. TERCERA EXPOSICIÓN SOBRE EL TEMA «LA FE EN CRISTO» (4,16)

Aparentemente, entre la sección anterior y esta sección hay una transición tan abrupta como en el caso de la segunda exposición sobre el tema «la fe en Cristo», en 2,1 8 ss. Aparentemente encontramos un completo recomienzo. Ahora bien, aquí -a diferencia de lo que pasaba en 2,17-18- hay una conexión clara. Por lo menos, ambas secciones están vinculadas por la palabra nexo «espíritu» (pneuma). Pero ¿se trata tan sólo de la asociación en torno a la palabra nexo? Porque vemos que el tema de la «fe» resuena ya en 3,23 (la fe y el amor como el mandamiento de Dios). Y el Espíritu que Dios nos ha dado, según 3,24b, es seguramente la fuerza para amar. Pero, como «unción» (véase 2,20.27), el Espíritu es también maestro de la fe y fuerza para creer.

1 Amados, no creáis a todo espíritu, sino examinad si los espíritus son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido al mundo. 2 Conoced en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne, es de Dios. 3 Y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios, sino que éste es del anticristo, del cual habéis oído decir que viene y ya, al presente, está en el mundo.

En la perspectiva de 1Jn, y también de todo el Nuevo Testamento (véase 1Cor 12), las personas que anuncian un mensaje religioso están al servicio de un espíritu. Por sus labios habla o bien el «Espíritu de la verdad» o bien el «espíritu del error» (1Jo_4:6). Nosotros diríamos más bien: Examinad a los predicadores para ver si por ellos habla el Espíritu de Dios o el espíritu del anticristo (v. 3). El v. 1b muestra una vez más la ocasión concreta para la advertencia de 4,1 ss. Así como en 2,18 se habla de los «muchos anticristos», así ahora se habla de «muchos falsos profetas». Se trata, evidentemente, de las mismas personas 95. Por 2,22s, sabemos nosotros ya que niegan la mesianidad y filiación divina de Jesús, es decir, «no confiesan al Hijo». En lo sucesivo (4,2s) se dice con más claridad aún qué es lo que los separa de la comunidad cristiana.

Versículo 2: la norma para saber distinguir tiene un tenor distinto que en 2,22s: confesar a Jesucristo como al que ha «venido en carne». Cristo no es un simple ser espiritual, como creen los gnósticos. No es únicamente la cifra de algo que (según las ideas gnósticas) emana de Dios en sentido físico. Sino que Cristo es verdadero hombre, hasta tal punto que pudo él dar su vida. Este tema de que Jesús ha venido en carne se recoge nuevamente en 5,6 ss: Jesús vino en agua y sangre; véase, además, 2Jo_1:7. En el versículo 3 de la sección que estamos estudiando, se dice sencillamente para expresar esto mismo: «todo espíritu que no confiesa a Jesús». Por consiguiente, para la 1Jin, confesar a Cristo es fundamentalmente confesar la encarnación de Jesús. Vemos, pues, que la confesión de que Jesús es el Hijo de Dios, en 2,22s, es ya -objetivamente- lo mismo que este confesar la encarnación, en 4,2s.

Ya en la introducción de la carta sonaba este tema de la encarnación (el tema de la manifestación de la Palabra de la vida). He aquí, pues, lo que diferencia sencillamente a los predicadores cristianos de los falsos profetas gnósticos: la confesión de fe en la encarnación de Jesús o la negación de la misma. Ahora bien, con la confesión de fe en Jesús que vino en carne, no se piensa únicamente en el acto singular de la "encarnación» (o "humanización») del Logos 96. "Carne» no significa aquí sencillamente "naturaleza humana». Aquí no se trata de una afirmación cristológica abstracta, sino de una afirmación soteriológica. No se cultiva una metafísica de la encarnación, sino que se afirma algo acerca de la realidad del hombre Jesús, realidad sin la cual no habría para nosotros salvación.

No se dice tampoco que Jesús haya venido a la carne, sino que ha venido "en carne». En contraste con Dios, a quien corresponde el poder creador del Espíritu, vemos que "carne» significa aquí -como frecuentemente en la Biblia- la debilidad y caducidad de la criatura. Para un gnóstico (de manera muy distinta que para un judío) significaría un escándalo sin igual el que el Logos divino no sólo haya entrado en la oscuridad de la materia para rescatar de ella las centellas de luz, sino que además se haya asociado a sí mismo con la debilidad de esa «carne» 97. Jesucristo vino en carne: ello significa que toda su obra de salvación está determinada por la vinculación con la «carne», e incluye que él -Jesús- dio su «carne» por la vida del mundo (véanse Joh_6:51).

Con respecto al v. 3 hay una interesante variante de traducción: En vez de «todo espíritu que no confiesa a Jesús», se dice: «...que disuelve [destruye] a Jesucristo». Quien retuerce de tal modo el mensaje de Cristo, que pueda acoplarlo a su metafísica gnóstica de la salvación, ese tal está «destruyendo a Jesús», está «disolviendo a Jesús». expresión vigorosísima de que la negación de la «carne» de Jesús por parte de esos gnósticos (¡y de sus seguidores, en la historia de la Iglesia, hasta el día de hoy!) es de efectos destructores para la fe cristiana, hasta tal punto que aquí tenemos una alternativa ineludible.

La decisión acerca de si Cristo, como Hijo de Dios y Mesías, fue verdadero hombre, no sólo envuelto en la debilidad de la «carne», sino «hecho carne» realmente (Joh_1:14), o de si Jesucristo es una cifra de alguna concepción del mundo o de la salvación, es una decisión que sigue estando personalmente ante todo cristiano. Ya entonces se dio el escándalo -se escandalizaron- de que la salvación definitiva de Dios estuviera ligada a un hombre individual concreto, el cual es hombre hasta tal punto, que pudo morir ajusticiado en la cruz. Ya entonces se dio este escándalo. Y el escándalo no es, hoy día, menor. Ahora bien, ¿por qué es tan decisivo para nuestra relación con Dios, y por tanto para nuestra salvación, el que a Jesús se le confiese y se le crea como el que «ha venido en carne»?

Nos ayudará a dar una respuesta si tratamos de asociar la afirmación que se hace en estos versículos 4,1-3 con toda la teología de la carta. Porque hemos de hacernos la pregunta de si aquí ha desaparecido ya de repente, y por completo, aquello que hasta ahora nos había servido tantas veces como norma conocitiva, a saber, el amor. ¿Es que el amor se vincula quizás, de manera insospechada para nosotros, con la fe en Cristo? ¿Tendremos que asociar también las proposiciones acerca del amor de Cristo, en 3,16 (y ya en 1,7; 2,1s; y también en 3,5.8) con esta confesión de fe en Cristo, que se hace en 4,2s?

De hecho, la confesión de que Jesucristo ha venido en carne, contiene ya innegablemente -para la comprensión joánica- la ulterior confesión de que él dio por nosotros la vida de esa carne (3,16), y que precisamente por esto nos ha purificado de todo pecado (por su sangre, 2,1s). Puesto que el autor ha concentrado de manera tan intensa y clara su concepto del pecado sobre la contradicción que el pecado representa contra el amor, ahora no puede hacer abstracción de este concepto del pecado y de este concepto de la obra de Jesús, quien supera al pecado como dureza de corazón y como odio. Además, en la confesión de que Jesucristo vino en carne se contiene también la confesión de la obligación que tenemos de seguir nosotros la norma de su entrega de amor y «dar la vida por los hermanos» (3,16). La obra salvífica de Cristo tiene tanta estructura encarnatoria, que también nuestra fe debe encarnarse -en el amor fraterno concreto- y no debe rehusar mancharse incluso las manos para aliviar al hermano en su necesidad.

Por consiguiente, existe la posibilidad de comprender muy mal 1Jo_4:1-3 como norma para el discernimiento de espíritus. Y de hecho, en la historia de la Iglesia, se ha entendido a veces muy mal, y con resultados funestos, estas frases. Se han entendido como si bastara con mantener intacta una irreprochable confesión de fe ortodoxa. Pero, en realidad, sólo un espíritu es de Dios, cuando proclama la encarnación del Logos juntamente con su consecuencia: la obligación de practicar el amor. Para examinar los espíritus -para el discernimiento de espíritus- hay que hacerse la pregunta de si esos espíritus endurecen a los hombres en el egoísmo, o los abren para el amor, que es de Dios. Valdría la pena examinar así los diversos influjos a que están sometidos los hombres de hoy, y ver si esos influjos los llevan al egoísmo y los apartan del amor y servicio, si los hacen tal vez incapaces para dejar que siga actuando el amor de Dios, que está depositado en los cristianos.

El autor de nuestra carta debe de tener la convicción de que los negadores de la encarnación de Cristo y difunden -de hecho- el odio y lo fomentan, porque niegan el amor de Dios, tal como ese amor es realmente y se reveló.

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95. Véase el v. 3: vemos que en 2.18 pudieron ser llamados "anticristos», porque a través de ellos habla el espíritu del anticristo, es decir, el "maligno».

96. En griego, eI verbo está en (participio) perfecto. El tiempo de perfecto expresa una acción singular en el pasado cuyos efectos perduran todavía en el presente: véase 2Jo_1:7, donde se usa la forma de (participio) presente: «...que Jesucristo viene en la carne".

97. Véase GAUGLER, 202s (véase la nota 9).

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4 Vosotros, hijitos, sois de Dios y los habéis vencido, porque es mayor el que está en vosotros que el que está en el mundo. 5 Ellos son del mundo. Por eso hablan del mundo, y el mundo los oye. 6Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios, nos oye. El que no es de Dios, no nos oye. De este modo conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

El autor dice a sus cristianos: «Los habéis vencido (a los falsos profetas)». Ahora bien, aquí aflora también la objeción o la contradicción: ¿Es que la actitud cristiana ante los herejes es la de quererlos vencer? Pero... tengamos en cuenta que no se dice: "Podéis vencerlos», sino: "Los habéis vencido.» Sus cristianos, según la opinión de nuestro autor, ¿han vencido quizás a estos falsos profetas con algo que no iba dirigido, ni mucho menos, contra los herejes como hombres? ¿Qué puede ser eso? ¿Con qué se consigue esta victoria? ¿Sólo por medio de la recta confesión? ¿O también de la manera como los cristianos, según 2,13s, han vencido al «maligno»? En efecto, el autor ve a los falsos profetas en unión con el maligno. ¿No tendría él en la mente tanto la victoria por medio del amor como la victoria por medio de la confesión? Y ambas cosas ¿no formarán una unidad para el autor?

La razón que el autor da para sostener su afirmación de la victoria sobre los falsos profetas, nos permite responder afirmativamente a esta pregunta. Los cristianos han vencido a los herejes, porque «el que está en ellos» es mayor que «el que está en el mundo». Esta referencia al «Dios mayor», no podemos interpretarla sino teniendo a la vista el texto de 3,19. Dios es «mayor» que su adversario, que «está en el mundo», como «príncipe de este mundo», porque Dios es luz y amor, porque el poder del amor, que él derrama por medio del Espíritu en los corazones de los suyos, es un poder absolutamente victorioso. Los cristianos son vencedores de los falsos profetas, porque aquéllos se han decidido y han preferido «ser de Dios», porque aquéllos se han decidido en favor de la fe en Cristo como fe en el amor.

Versículo 5: los falsos profetas son «del mundo». Esto quiere decir, en el sentido de 1Jn: son de las tinieblas, en las cuales no se conoce el verdadero amor. Por consiguiente, sus conversaciones no pueden ser distintas de lo que son. No disponen sino de las energías y de las desfiguradas normas de conocimiento que son propias de estas «tinieblas». «Y el mundo los oye»: El cristiano (sobre todo cuando se dedica a la predicación) ¿no tendrá que examinarse para ver si quizás el aplauso que recoge procede de que también él «habla desde el mundo», y de que las «tinieblas» no manifiestan o manifiestan muy poco, la conmoción de ser embestidas por la «luz» de la «verdad»?

Versículo 6: Aquí habla el autor o el grupo con el que él se asocia: «Nosotros somos de Dios.» De esta conciencia de ser él de Dios, deriva él la pretensión de que todo el que es de Dios, le escucha. ¿Será esto arrogancia y presunción clerical? Me sospecho que tales lugares han ofrecido pretexto, a menudo, durante la historia de la Iglesia, para tales pretensiones injustificadas. Ahora bien, hay una diferencia radical entre las injustificadas pretensiones clericales que pueden observarse en la historia de la Iglesia (y no sólo en el pasado) y la conciencia de nuestro autor. En el caso de nuestro autor, no se trata de una declaración de infalibilidad en cuestiones de detalle. Aquí no se convierte el escuchar (o el rechazar) las doctrinas de detalle en razón gnoseológica para conocer la salvación, sino que se da esta categoría a lo más central del cristianismo. Y esta conciencia no estriba, evidentemente, en mera rectitud dogmática, sino en la experiencia del Espíritu de Dios, del Espíritu que actúa vigorosamente y que impulsa al amor activo. Los cristianos tienen un criterio para examinar la seguridad de su maestro (del autor de nuestra carta), y lo tienen porque y en cuanto "conocen a Dios» y lo aman. El amor a Dios, que es un amor activo en el amor fraternal, da la posibilidad de discernir entre el Espíritu de la verdad (de la realidad divina) y el espíritu del error (del engaño). Cuando los negadores de la encarnación de Cristo actúan en contra del amor, porque niegan el amor de Dios, tal como él se ha revelado de hecho: entonces el «espíritu del error» (del engaño) se identifica con el espíritu del odio, y «el Espíritu de la verdad» (de la realidad divina que se manifiesta en la entrega del Hijo) se identifica con el Espíritu del amor.

9. TERCERA EXPOSICIÓN SOBRE EL TEMA «EL MANDAMIENTO DEL AMOR» (4,7-21).

Si alguna sección se puede designar como el núcleo y punto culminante de 1Jn, es ésta. Y lo es principalmente por el aserto de que «Dios es amor» (4, 8.16). Pero quizás el verdadero centro sea con más razón aún la vinculación expresa que se establece en el v. 16a entre la fe y el amor (fe en el amor). Allí es donde mejor se ve la unidad de la carta.

Estructura de la sección:

a) v. 7-10: El enunciado de que "Dios es amor» y su explicación.

b) v. 11-13: El amor fraterno como respuesta al amor de Dios. El «amor cumplido». (Conclusión: Conocimiento de la comunión con Dios por el don del Espíritu.)

c) v. 14-16: Segunda vinculación entre los temas «fe» y «amor". La respuesta al amor de Dios es el amor fraterno y la confesión de Cristo. Ambas cosas ponen a uno en comunión con Dios y hacen que se «permanezca en Dios». En este aspecto, las secciones b y c están íntimamente relacionadas.

d) v. 17-18: Amor y temor.

e) v. 19-21: Amor de Dios y amor fraterno.

a) La afirmación de que "Dios es amor» y su comentario (4,7-10).

7 Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Y quien ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios. 8 El que no ama, es que no conoce a Dios; porque Dios es amor. 9 En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios envió al mundo su Hijo, el Unigénito, para que vivamos por él. 10 En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió su Hijo como expiación por nuestros pecados.

La palabra nexo que une este primer versículo de la nueva sección con la sección precedente 4,1-6, es: «de Dios». Aquí, en esta nueva sección, habrá que exponer en qué consiste "ser de Dios», lo que constituye la verdadera diferencia entre los cristianos y los herejes. La proposición comienza con las dos palabras: «Amados, amémonos.» Como primera palabra de este texto, henchido por completo del amor de Dios hacia nosotros, la palabra «amados» difícilmente será la mera forma corriente de dirigirse a unas personas.

Yo diría que no significa tanto «amados míos» cuanto «amados de Dios». Tan sólo entendiendo así este vocativo, nos damos cuenta hasta qué punto la exhortación «amémonos» brota también aquí, de manera sumamente explícita, de un enunciado de una convicción de fe: «Puesto que sois amados de Dios, ¡amaos unos a otros!» En este «amados» se encierra ya implícitamente todo lo que en los versículos siguientes se nos dice acerca del amor de Dios 98. Esta interpretación que estamos dando de la palabra «amados» la hallamos confirmada en 4,11: «Amados, si Dios nos amó. . . », ya que la oración condicional parece aquí una explicación de la palabra «amados». Los otros tres lugares de la carta en los que aparece el vocativo «amados» (2,7; 3,21 y 4,1), lo emplean no sólo en sentido puramente técnico, porque en cada caso se nos habla antes del amor de Dios hacia nosotros (antes de 2,7: «en él se ha perfeccionado el amor de Dios»; antes de 3,21: «Dios es mayor que nuestro corazón»; antes de 4,1: «él permanece en nosotros»). El amor es «de Dios». No es ésta todavía la suprema afirmación de la carta, sino que lo será la que viene en el versículo siguiente: «Dios es amor.» Pero tal afirmación se presupone aquí. El enunciado del v. 7: «el amor es de Dios», es un peldaño para ello.

Debemos amarnos unos a otros, porque el amor procede de Dios y une con Dios. El amor es de Dios: esta proposición nos resulta a todos demasiado familiar. Para el autor de la carta y para quien la oía por vez primera, esta proposición suscitaba la idea de que el amor era una fuerza poderosa y creadora; porque lo que es «de Dios», ha de ser poderoso y creador, ha de ser -ni más ni menos- divino 99.

«Amémonos... porque el amor es de Dios»: «¡Dejemos que surta sus efectos el poder que brota de Dios, el amor!» Pero la razón para este precepto de amar, incluye también lo siguiente: «... y porque todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios». La idea, aquí, no es: Amémonos unos a otros, para cumplir por parte nuestra la condición para que seamos hijos de Dios y podamos conocer a Dios, sino: Amémonos unos a otros, porque sólo así podremos estar en consonancia con lo que somos por parte de Dios.

El v. 8 contiene el primer punto culminante que hay en este capítulo. El autor se hace, en cierto modo, la pregunta de por qué el que no ama (sin complemento directo gramatical; podríamos traducir también: «el que no tiene amor»), no conoce a Dios. La respuesta: porque Dios mismo es amor. Nadie puede alcanzar comunión con Dios -«conociéndole»-, si no está en consonancia con la esencia de Dios; o, mejor dicho, si no se lanza al torrente del amor, que procede de Dios, de la esencia de Dios.

Es significativo el que hacia este punto culminante conduzca un enunciado acerca de la persona que no ama. Tenemos aquí una confirmación de que incluso la extensa afirmación acerca del hombre pecador (3,4-10) está íntimamente asociada con el punto culminante de esta carta.

En nuestro v. 8 hallamos la prueba casi formal de que el hombre pecador de 3,4-10 no «conoce» a Dios (o a Cristo) y no es de Dios. En 4,8, en la frase de «porque Dios es amor» se contiene una indicación clara de que la clave para el tema tratado en 3,4-10 hay que buscarla en la identidad entre Dios y el amor.

Pues bien, ¿qué significa que «Dios es amor»? Para no entender erróneamente este aserto, es imprescindible echar mano de los versículos 9 y 10 como explicación. El amor de Dios se ha manifestado en el envío de su Hijo unigénito (v. 9), esto es, se ha manifestado en el hecho de que Dios haya entregado a su Hijo -a la muerte- como expiación por nuestros pecados.

Por consiguiente, la afirmación de que Dios es amor no se refiere a cualesquiera muestras de amor que Dios nos haya dado, sino que se refiere concretamente a este máximo, a este -sumamente incomprensible- acto de amor. «Dios es amor» quiere decir: es el que ha entregado su Hijo a la muerte, en favor nuestro. El que con la afirmación de que «Dios es amor» se piense exactamente esto, lo corrobora el v. 10a y el v. 19: el amor al que se refiere 1Jn, no consiste en nuestro amor a Dios, sino en el amor que Dios nos ha demostrado al enviar a su Hijo a la muerte expiatoria. Según el v. 19, Dios nos amó primero. No fuimos nosotros los que comenzamos con el amor, sino él. La afirmación de que "Dios es amor» muestra su sentido en estas frases de 4,19 y 4,10, que nos hablan de que Dios tomó la iniciativa del amor.

Por consiguiente, "Dios es amor» significa: Dios es el amor que se nos ha manifestado en Cristo. «Dios es amor» no significa: «Dios es benevolencia» o «bondad» (ni mucho menos: «Dios es de carácter bonachón») 100, sino que quiere decir: Dios es amor como entrega. Tal vez podemos hablar incluso, en sentido joánico (puesto que Dios entregó a su propio Hijo), de que Dios se entregó a sí mismo. Dios es amor: Dios es donarse a sí mismo, el difundirse a sí mismo, aunque él permanece siempre el mismo. Dios es el derramarse a sí misma de la infinitud que permanece siempre la misma 101.

Hemos de añadir una explicación de algunas palabras de los v. 9 y 10.

El amor «se manifestó» (v. 9). Esto nos recuerda a 1Jo_1:2 («la vida se manifestó»). Por la «vida» se entiende allí a Jesucristo mismo. Y también aquí, en 4,9, se manifestó el amor de Dios, por cuanto se manifestó Jesucristo.

«... el amor de Dios»: aquí se hace referencia clarísimamente al amor que procede de Dios, como muestra el v. 10 (y ya el v. 7: «el amor es de Dios»).

El v. 9 pone el amor de Dios en relación con nosotros, por medio de las palabras griegas en hemin. éstas pueden significar: «hacia nosotros», «en nosotros», «entre nosotros», pero la traducción más literal es «en nosotros» (en el sentido de «dentro de nosotros»). La comprensión más llana la ofrece la traducción «hacia nosotros». Sin embargo, esta traducción no basta por sí sola para reflejar el sentido de las dos menudas palabras. La palabra que debería figurar en griego para significar «hacia nosotros», sería propiamente eis, y aparece también de hecho en este versículo, y por cierto en la cláusula final: «en que Dios envió al mundo su Hijo». Por tanto, se hace distinción entre la relación del amor de Dios con los cristianos y la relación de ese amor para con el «mundo». El amor de Dios se presenta ante el mundo. Pero cuando ese amor se vuelve hacia los cristianos, entonces no aparece ya como algo que está ante ellos. Lo que realmente quiere decir ese en hemin, lo veremos más claramente en el versículo 16a. «... para que vivamos por él»: aquí está ya indicado en qué se distingue el amor en los cristianos de ese amor cuando es enviado al mundo. Dios envió su Hijo al mundo, para que nosotros pudiéramos nacer de Dios, para que nosotros pudiéramos «conocer» a Dios, para que nosotros tuviéramos comunión con Dios. Y esto significa: para que nosotros naciéramos del amor, y «conociéramos» al amor, porque en esto consiste precisamente la vida que merece ya realmente este nombre y que tiene en si la promesa enunciada en 3,1.

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98. Claro está que resuena también la idea de que el autor de la carta ama a sus lectores. Pero no es éste el sentido primario del enunciado.

99. Véase el concepto del pneuma en el apóstol Pablo: el Espíritu es aquí, como en el Antiguo Testamento, el poder creador de Dios mismo.

100. Véase el anciano de luenga barba en BORCHERT (Draussen vor der Tur), que no hace más que decir plañideramente: «;Hijitos míos, mis pobres hijitos, hijos de mi corazón!...»

101. Véase SCHNACKENBURG, 245: "En este dar y donarse a si mismo, en este apiadarse y querer salvar consiste el verdadero amor. Y esto precisamente es lo que constituye su esencia... Esta hermosa palabra no debe desligarse del contexto de toda la sección, que es lo que le da su sentido. No la profanemos, convirtiéndola en expresión de sentimentalismo.».

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b) El amor fraterno como respuesta al amor de Dios (4,11-13).

11 Amados, si Dios nos amó así, también nosotros estamos obligados a amarnos unos a otros. 12 A Dios nadie lo ha visto jamás. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor ha llegado a su perfección en nosotros. 13 En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado su Espíritu.

El v. 11 recoge de nuevo el requerimiento para el amor recíproco, que leíamos en el v. 7. Y, por cierto, esta exigencia se puede expresar ahora con énfasis, ya que los versículos 7b-10 pusieron bien en claro a qué clase de amor debe ser respuesta nuestro amor fraterno. «A Dios nadie lo ha visto jamás»: es verdad que los herejes gnósticos han asegurado que ellos podían entrar en contacto inmediato con Dios. Pero el autor, frente a ellos, les dice que este contacto inmediato -el «ver»- no es posible en el tiempo de este mundo (véase 3,2). A pesar de todo, hay verdadero contacto, y muy íntimo, con Dios. Y. por cierto, existe una comunión con Dios, que los herejes no alcanzan: Dios «permanece en nosotros», cuando nos amamos los unos a los otros. Y entonces su amor (el amor de Dios hacia nosotros) «ha llegado a su perfección en nosotros».

La «perfección» del amor no significa aquí, como tampoco significó en 2,5 (véase allí), una suprema intensificación de nuestra capacidad humana de amar, sino más bien que el amor de Dios se ha cumplido o realizado, en cuanto -como amor personal y perfecto- «permanece» en nosotros. El v. 13 redondeará este pensamiento. El amor de Dios ha logrado su perfección en nosotros, en cuanto su Espíritu, que es la «perfección» del amor, permanece en nosotros.

Hoy vemos, con mayor claridad que lo vieron anteriores generaciones de cristianos, que también fuera de la revelación cristiana hay en el mundo un servir y una entrega. Según las normas humanas e inmanentes a este mundo, es un hecho que no podemos negar en absoluto. Ahora bien, según el mensaje de 1Jn, esto no es todavía el «amor perfecto»: ese amor que, según la convicción del autor. Dios produce en nosotros. Forma parte de la convicción de fe del cristiano creer que Dios trajo únicamente a este mundo el amor abnegado (el amor «que da su propia vida») por medio de la entrega de su vida que hizo Cristo, y que lo hizo de tal modo, que Dios mismo se manifiesta y revela como amor. Si no estamos dispuestos a permitir que el amor del Dios siempre mayor, ese amor que se revela, esté rompiendo sin cesar nuestras normas acerca de lo que es el verdadero amor que se entrega; si no permitimos que las fronteras, que nosotros estamos trazando sin cesar, sean constantemente suprimidas y destruidas por él: entonces nuestra confesión del amor no es la confesión que, acerca del amor, se hace en esta carta.

El v. 13 es, objetivamente, una repetición ampliadora de 3,24b. Pero, dentro de este contexto, la interpretación que dimos allí, aparece como enteramente justificada. La razón gnoseológica de (es decir, la razón que nos permite conocer) nuestra comunión con Dios (el que nosotros «permanezcamos» en Dios y el que Dios «permanezca» en nosotros) es el Espíritu de Dios que actúa en nosotros, esto es: el Espíritu que obra en nosotros el amor fraterno. Por medio de este Espíritu, el amor «ha llegado a su perfección» en nosotros.

Para la meditación.

No se trata sólo del amor de Dios al mundo, sino del amor que (como prolongación del acto de amor de Dios) actúa en nosotros por medio del Espíritu. La verdad de que «Dios es amor», según la carta, tiene precisamente esta consecuencia.

c) Segunda vinculación entre los temas «fe» y «amor». (4,14-16).

14 Y nosotros hemos visto y atestiguamos que el Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo. 15 El que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. 16 Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene en nosotros. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.

De manera aparentemente abrupta, con la solemne fórmula de testimonio con que comienza la carta, se reanuda otra vez el tema de la fe en Cristo. Sabemos que el autor quería testimoniar ya al comienzo de la carta, la «manifestación» del amor de Dios. El que esta nueva testificación de la fe en Cristo esté vinculada con lo que hasta ahora se ha expuesto acerca del amor de Dios: esto aparece claramente por el hecho de que aquí, en el v. 14, lo mismo que en los versículos 9 y 10, se habla de la misión del Hijo. Dios envió a su Hijo como «Salvador del mundo». He ahí, ni más ni menos, lo que el v. 9 proclama: Dios lo envió al mundo para que nosotros viviéramos por él. Dios lo envió como expiación por nuestros pecados. Y esto quiere decir exactamente que Dios lo envió para revelar su amor. Precisamente, el autor y el grupo de testigos entre los que él se cuenta, quiere ser testigo, porque él lo ha «visto».

Versículo 15: el anterior v. 14 podemos reconocerlo todavía, con relativa facilidad, como parte integrante de este contexto de 4,7 ss. Sin embargo, esto parece más difícil en el caso del v. 15. Esta frase acerca de la confesión habría que «esperarla más bien en la sección 4,1-6». A primera vista parece algo así como una digresión. Pero si comparamos este versículo con 4,12, reconocemos la misma estructura.

4,12: Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros. . .

4,15: El que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él...

El requisito previo para que Dios permanezca en nosotros es, una vez, el amor fraterno; y, la segunda vez, la fe en Cristo. El amor fraterno y la fe en Cristo son, pues, intercambiables en este contexto. Podemos concluir de ahí que ambas cosas están íntimamente relacionadas en una forma que no es corriente verla, ya que el autor que presenta una vez el objeto que le interesa como amor fraterno, y la otra vez como fe en Cristo. Para el autor no existe el amor fraterno sin la fe en Cristo, y no existe la fe en Cristo sin el amor fraterno. Y como condición para la comunión con Dios, no necesita el autor mencionar sino una de ambas cosas. La asociación, que aparentemente es sólo externa, entre la fe y el amor por el paralelismo de los versículos 12 y 15, va revelándose cada vez más como una íntima trabazón. El v. 15, según la mente del autor, pertenece absolutamente -lo mismo que el v. 12- a este contexto. Ambos versículos juntos ofrecen un único enunciado.

El contenido de la confesión de fe en Cristo, del v. 15, se deduce no sólo de este versículo, sino también del anterior, del v. 14: es el mismo que el contenido del testimonio de que el Padre envió al Hijo como Salvador del mundo. Y esto significa lo mismo que lo que se enuncia en los versículos 9 y 10, a saber, que el amor de Dios se manifiesta en este hecho de enviar al Hijo a la muerte expiatoria. Por consiguiente, la confesión de fe en Jesús como el Hijo de Dios, en el v. 15, no se refiere, ni mucho menos, a la esencia metafísica de Cristo, sino a su obra de salvación. Fórmulas breves de esta índole, con el mismo significado, las hemos encontrado también en 2,22 ss y en 4,1 ss.

Puesto que la afirmación de que «Dios es amor» no puede concebirse sin la misión y la muerte salvífica del Hijo, vemos que la fe en la misión y en la muerte salvífica de Cristo (la fe en Cristo, tal como la entiende la carta 1Jn) se identifican con la fe en Dios como amor. Entonces, de la fe en Cristo deriva la misma consecuencia que de la fe en Dios como amor: la obligación del amor fraterno. Siendo así las cosas, no es de extrañar que en nuestro contexto surja de repente este enunciado confesional del v. 15. Y ahora comprendemos también hasta qué punto es posible el paralelismo entre el v. 12 y el v. 15, por cuanto el que permanezca Dios en nosotros depende -una vez- del amor fraterno, y -la otra vez- de la fe en Cristo.

La fe en Jesús no es sólo requisito previo para la fe en el amor de Dios hacia nosotros, sino que la fe en Jesús es la fe en el amor de Dios hacia nosotros. En esta concentración en lo esencial, tal como la vemos en nuestro capítulo, no se ha pensado en absoluto que la fe pudiera tener más contenidos que el amor (¡y en realidad no tiene otros contenidos!).

Versículo 16: el segundo punto culminante del capítulo queda ya indicado al aparecer aquí por segunda vez. en el v. 16b, el enunciado divino de que "Dios es amor». Pero, sobre todo, la frase anterior, del v. 16a, podría ser el secreto punto culminante y centro por excelencia de la carta.

«Nosotros, hemos llegado a conocer y creer»: es verdad que el conocer y el creer, en la literatura joánica, aparecen como dos facetas del mismo proceso (véase, por ejemplo, la confesión de Pedro, Joh_6:69 : «Nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios»). Pero la palabra "conocer», en 1Jn, está usada tan a menudo en un sentido sumamente determinado, que aquí no podemos hacer abstracción de ello: «conocemos» significa, en 2,3 y en las demás "fórmulas de conocer», que, por el poder del Espíritu y por el amor que el Espíritu obra en nosotros, llegamos a ser conscientes de nuestra comunión con Dios. Así que la fe en amor, en 4,16a, no significa un proceso puramente intelectual. La afirmación personal de Dios y de Jesús -esa afirmación personal que es la fe- se une con la «experiencia» que el amor transmite.

El objeto de la fe -aquello en que creemos- es, evidentemente, el mismo que el objeto del testimonio y de la confesión. Por eso, aquello en lo que creemos según el v. 16a (el amor que Dios tiene «en nosotros»), es en realidad un paralelo con lo que, según el v. 14, se testifica (que el Padre envió al Hijo como Salvador del mundo) y con lo que, según el v. 15, confesamos (que Jesús es el Hijo de Dios). Es también un paralelo objetivo con 4,2s (la confesión de que Jesucristo vino en carne) y con 3,23 (creer en el nombre del Hijo de Dios).

Por consiguiente, «creer el amor...» recoge en sí todos los contenidos de la fe en Cristo. Precisamente este paralelismo (sobre todo el que existe entre la fe de 4,16a y el testimonio y confesión de 4,14a) muestra claramente que la fe en Cristo es, para la 1Jn, fe en el amor de Dios. Cuando el grupo de testigos, tanto en 4,14 como en 1,1 ss, da testimonio de la misión del Hijo, está testimoniando con ello -al mismo tiempo- el amor de Dios, o, lo que es lo mismo, está testificando que Dios es amor.

Pero ¿qué quiere decir la breve cláusula que explica en el v. 16a el término de «amor» (el amor que Dios tiene «en nosotros»)?

Si consideramos el texto de 4,9 ("en esto se manifestó el amor de Dios en nosotros» [= hacia nosotros y donde nosotros]), entonces es obvio interpretar de la siguiente manera el v. 16a Creemos en el amor que Dios manifestó en la muerte de su Hijo, y que él hace que siga actuando en nosotros, donándonos la vida por medio de Jesús 105.

No cabe duda de que el v. 16a tiene este sentido. Ahora bien, el versículo no tiene sólo esta significación. No sólo hemos de tener en cuenta el contexto amplio de nuestro versículo (en el que se encuentra el v. 9), sino principalmente el contexto estricto, es decir, lo que está inmediatamente antes e inmediatamente después de él. Y tanto antes, en el v. 15, como después, en el v. 16b, encontramos lo de que Dios permanece «en nosotros».

Puesto que el v. 16a está rodeado precisamente por estas «fórmulas de inmanencia», vemos que lo de «en nosotros», del v. 16a, debe interpretarse también en el sentido de dichas fórmulas. Véase, igualmente, el aserto acerca del «amor perfecto» de Dios que está «en nosotros», v. 12; véase también 2,5. El versículo 16a, con sus palabras introductorias «Y nosotros...», enlaza con el anterior v. 15 («El que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él...): «Y nosotros hemos conocido» [precisamente esto]: el amor que Dios nos tiene a nosotros y que está en nosotros, porque Dios mismo -como el amor personal- «permanece» en nosotros (v. 16b). Por consiguiente, el objeto de nuestra fe no está sólo fuera de nosotros, sino también en nosotros. Claro está que esto no es una mística del amor, en el sentido individualista de la palabra. Sino que lo que se piensa es que el amor de Dios no sólo está dinámicamente junto a nosotros, sino que también está actuando dentro de nosotros mismos. ¡Precisamente este actuar «en ( = dentro de) nosotros» es muy importante para la carta! El texto de 4,13 nos mostraba ya cómo surge esta actuación: por medio del Espíritu que Dios siembra en nosotros como «germen».

Por lo tanto, 1Jo_4:16a habla de la fe en el amor, en pleno sentido joánico. El amor como objeto de nuestra fe tiene triple contenido: se trata del amor que Dios es y que se manifiesta en la muerte expiatoria de Jesús; se trata del amor que Dios deposita en nosotros como don del Espíritu (como «vida»); y se trata del amor que actúa por medio de nosotros en el amor fraterno. Así que en esta fórmula que habla de la fe en el «amor que Dios tiene en nosotros», se encierra toda la realidad de la revelación y de la respuesta del cristiano al Dios que se revela, toda la plenitud de la fe y de la vida cristiana: el mensaje de Dios, de Cristo, del Espíritu Santo, de la obra de salvación, de la gracia, de la Iglesia como comunión de los «nacidos de Dios», de la vida cristiana por el poder del amor divino. En las cartas paulinas, vemos que Rom_5:5 es un paralelo instructivo y casi exacto: «... el amor de Dios [el amor que él mostró en la muerte de su Hijo en favor de los pecadores, véase Rom_5:8] ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos dio.»

En el v. 16b se expresa otra vez la afirmación medular de que «Dios es amor». Ahora vuelve a sonar otra vez, por decirlo así, como un pleno acorde, enriquecido por toda la plenitud de contenido que se ha elaborado en los v. 8-13. Y luego sigue otra vez más la afirmación de inmanencia («quien permanece en el amor...»): puesto que Dios es amor, vemos que permanecer en el amor y tener comunión con Dios son cosas inseparables. La formulación que se hace en 1Jo_4:16a, acerca de la fe en el amor que Dios «tiene» en nosotros (el amor que Dios ha hecho que brille fulgurosamente en nosotros; véase 1Jo_2:8), por ser una extrema condensación del mensaje cristiano en lo que ese mensaje tiene de esencial, por ser una fórmula abreviada -sumamente concisa- de la fe cristiana, tiene importancia para la cuestión acerca del sentido y legitimación de la fe cristiana: una cuestión que, hasta ahora, apenas se había tenido en cuenta suficientemente, y que está haciéndose fecunda. La fe cristiana, incluso hoy día, corre el peligro -con harta frecuencia- de ser comprendida formalísticamente, como si lo que interesase fuera sencillamente hacer un acto de afirmación de lo que la Iglesia enseña.

El contenido de la fe cristiana se experimenta, entonces, como una multitud de doctrinas que en detalle, si se quiere ser sincero, aparecen como muy singulares y misteriosas, y cuya conexión no está muy clara. Se cree en algo «por la autoridad de Dios», eh algo cuya verdad no se capta directamente. O se rechaza algo por esta falta de verdadera claridad y por la aparente desconexión. En el fondo de todo esto se halla nuestra inclinación, como occidentales, a preferir un pensamiento diferenciador y separador. Es obvio para nosotros que hay que ir yuxtaponiendo las cosas en su diversidad. Pero con ello corremos peligro de no hacer justicia a la realidad objetiva de la fe y del amor.

Frente a esto, la idea joánica de la fe en el amor contiene todo lo que el mensaje cristiano contiene también en otras partes. Pero lo contiene de un modo, que no solamente nos presenta el misterio, sino que además (a pesar del velo del misterio, que continúa) ese mensaje se descubre como realidad divina (verdad) y se palpa la conexión de todo lo que los testigos de Cristo anuncian. Cuando digo: «Yo creo en el amor», entonces sé inmediatamente que estoy creyendo en algo que tiene sentido, y sé inmediatamente que esta fe, y solamente esta fe, puede dar sentido al mundo y a la vida. Y no sólo a «la vida -entendida en sentido abstracto, general-, sino a mi vida: no sólo creo en algo que existe independientemente de sí, sino en algo que está actuando en mí.

También el problema del sufrimiento, que una apologética unilateral apenas puede dominar, puede superarse únicamente (decimos superarse, no esclarecerse intelectualmente) por medio de la fe en el amor «mayor», en el amor que se ha revelado en la cruz. Esto no es la «solución» racional de un problema para el que no hay tal solución, sino que cuando se capta verdaderamente el mensaje acerca del amor (el mensaje de que Dios es amor, de que Dios -en Jesús- se ha entregado graciosamente en favor nuestro, de que su amor vive en nosotros cuando nosotros nos decidimos en favor de él), entonces vemos que el amor es más fuerte que la angustiosa absurdidad del mundo: porque el amor que nosotros afirmamos entonces, es mayor y más fuerte que el odio y el sufrimiento, ya que por su esencia misma es victorioso 106.

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105. Véase SCHNACKENBURG, 244: "Su obra de amor continuase en ellos [en los cristianos], por cuanto les aplica a ellos los plenos frutos de la muerte expiatoria de Jesús y los convierte en sus hijos (véase 3,1).

106. La proposición de 4,16a: "Nosotros creemos el amor.. » se convierte en ayuda para la fe. principalmente cuando la consideramos a la luz de Joh_7:17 : «El que quiera cumplir la voluntad de él [de aquel que me envió], conocerá si mi doctrina es de Dios o si yo hablo por mi cuenta.» Quien se decida por la actuación del amor fraterno, conocerá el amor de Dios, es decir, conocerá a Dios como amor, entrará en comunión con Dios.

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d) El amor y el temor (Joh_4:17-18).

17 En esto [ = en que nosotros permanecemos en Dios y Dios en nosotros, v. 16b] se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; porque tal como es él [Cristo], somos también nosotros en este mundo. 18 No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor tiene castigo, y el que teme no es perfecto en el amor.

La densa afirmación acerca de la fe en el amor, en el v. 16a, parecía abarcar todo lo que pertenece al acervo de fe del cristiano. Pero hay una cosa que aún no se ha mencionado expresamente; el autor la recoge ahora. Se trata de una pregunta: en la fe en el amor (ese amor que Dios tiene «en nosotros») ¿se contiene también la esperanza final del cristiano? De hecho, el autor ve también que la situación de los cristianos en el gran juicio futuro, está determinada también por el amor.

La expresión «en esto», al comienzo del v. 17, está haciéndonos volver la vista al v. 16b. El amor es perfecto «en nosotros» 107 por el hecho de que nosotros permanecemos en Dios y Dios en nosotros: así como también, en el v. 12, «la perfección» del amor estriba en que Dios «permanece en nosotros» 108 El amor perfecto (el hecho de que Dios [en el sentido de 4,8.16] y su Espíritu «permanece» en nosotros, lo cual realiza en nosotros el amor fraterno) nos dará también seguridad («confianza») en el día del juicio. Véase: 3,20 ss, donde se nos dice que el amor del Dios, que «es mayor que nuestro corazón», nos da ya desde ahora la seguridad para la eficaz oración de súplica.

La breve cláusula fundamentadora, en el v. 17c: «Porque tal como es él, somos también nosotros en este mundo», no es fácil de interpretar. ¿Hará referencia a la ejemplaridad de la vida terrena de Jesús? Entonces tendría que ser de otro tenor (tendría que decir «fue», en vez de «es»). Por consiguiente, se trata del Cristo glorificado. Y la expresión «en este mundo» se refiere únicamente a «nosotros»: así como Jesucristo es perfecto en el amor, así lo somos nosotros, ya desde ahora, por él y por su «unción», por su Espíritu, aunque nosotros -en contraste con él- nos hallamos todavía en este mundo.

Tal vez se piense también en que Cristo es el juez en el futuro «día del juicio». Y entonces la idea sí que es impresionante: Tenemos gozosa seguridad en el día del juicio, porque en nosotros actúa el mismo amor de Dios que está consumado en nuestro Salvador (en el juez del mundo).

Versículo 18: la antítesis de la seguridad obrada por el amor, es el temor a verse avergonzado en el juicio universal (véase 2,28: «... para que, cuando él se manifieste, tengamos confianza y en su parusía no nos veamos avergonzados, lejos de él»). Cuando la acusación del corazón (3,20) no es acallada, entonces trae consigo este temor. Y este temor «tiene castigo»: ve ante sí el castigo. Mientras que el amor, lo que ve ante sí, es a Dios, que «es mayor», y su misericordia. El temor surge cuando el corazón nos acusa, sin que esta acusación quede dominada por la confianza en el Dios mayor, sin que esta acusación quede -como quien dice- dilucidada. Y son así las cosas, porque el «amor perfecto» (primariamente, el amor que el Espíritu de Dios obra en nosotros) «echa fuera» el temor. «No hay temor en el amor»: el amor, que es de Dios, contiene sólo plena confianza y ninguna clase de temor, si dejamos que ese amor reine ilimitadamente en nosotros (véase Rom_8:14 : si nos "dejamos guiar» por el Espíritu).

Pero ¿qué quiere decir luego el final de la cláusula: «El que teme no es perfecto en el amor»? ¿No está indicándonos que se trate de nuestro amor humano hacia Dios, un amor al que algo le falta cuando un cristiano tiene «temor»? Seguramente que también se piensa en esto. Pero si la frase la entendiéramos únicamente así, entonces no habríamos captado su peculiaridad joánica. La dirección del pensamiento es distinta. La cláusula, en su estructura (no en su contenido), tiene afinidad con los enunciados (más fundamentales) que hemos encontrado ya en diversas ocasiones, cf. el de 3,6b: «Quien peca, no lo ha visto ni lo ha conocido.» Parecida es la significación de 4,18: «En el que teme no reside el amor perfecto, el amor que procede de Dios.»

Como muchos otros enunciados, el de 4,18c se puede transformar también en una fórmula de conocer: «Por el temor se conoce que el amor no es perfecto», es decir, que el Espíritu de Dios, el Espíritu de amor, no actúa libremente en este corazón. Con el amor consumado va unida la seguridad (plena confianza). Con el amor no perfecto (el cual, principalmente con respecto a los hermanos, no permite que surta plenamente sus efectos la manera de ser de Dios) va unido el temor.

Por consiguiente, no se piensa en primer término que el temor produzca un grado menor del propio amor subjetivo del cristiano, sino, más bien que el temor surge porque el amor objetivo de Dios no puede actuar de manera plenamente libre en el cristiano. Hay que tener en cuenta de nuevo que el autor no piensa a partir del hombre, sino a partir de Dios. En cuanto estos enunciados acerca del temor y del amor son al mismo tiempo, implícitamente, exhortación, no impulsan al perfeccionamiento de la propia capacidad humana de amar, sino a dejar libre el espacio al amor de Dios mismo, a crecer en el amor, a dejar que la propia conciencia reciba la impronta del poder de su amor 109.

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107. «En nosotros»: Esta expresión, según el texto griego, podría significar o bien «dentro de nosotros», o bien «con nosotros», "en lo que respecta a nosotros» Y entonces aludiría a la perfección del amor entre los cristianos. es decir, en su comunidad.

108. Desde el punto de vista filológico, podriamos ver también una relación entre "en esto» y lo siguiente, que es la plena confianza en el juicio, de suerte que el amor se perfeccionara también precisamente con esta seguridad y confianza plena en el día del juicio. Pero esto respondería menos al contexto y a los lugares paralelos.

109. Véase también Schnackenburg 248.

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e) El amor de Dios y el amor fraterno (4,19-21).

19 Nosotros amamos porque él fue el primero en amarnos. 20 Si alguno dice: «Yo amo a Dios», y odia a su hermano, es mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. 21 Y este mandamiento tenemos de él: que quien ama a Dios, ame también a su hermano.

El v. 19 recoge de nuevo el pensamiento del v. 10. Lo nuevo, aquí, es el énfasis con que se afirma que Dios nos amó primero. Nosotros amamos (ejercitamos el amor), porque él nos amó primero: esto no sólo significa: «Nosotros respondemos a su amor», sino que primordialmente quiere decir: «Nosotros somos capaces de amar, porque él hizo el comienzo, porque él -con su amor- nos ha dado la fuerza para ello.» Claro que en la palabra «primero» se contiene también el que nuestro amor tiene carácter de respuesta. Este es un conocimiento decisivo para una justa relación del cristiano con Dios: el amor del cristiano no es acción soberana del hombre, sino que -por un lado- es cosa creada por Dios y -por otro lado- es reacción, respuesta. Dios tiene la iniciativa. Esto debería tenerse en cuenta también en la oración, para que fuese una oración objetiva, es decir, en una oración que se ajustase a la realidad objetiva de nuestra relación con Dios no se trata primordialmente de decir a Dios el mayor número posible de palabras, sino que lo que más interesa es oírle a él. Lo que después digamos y hagamos nosotros, es respuesta.

Versículo 20: de él se deduce que lo que se decía en el v. 19 no debía entenderse como un amor -aislado- de Dios, sino como el seguir fluyendo del amor que Dios nos había dado graciosamente.

¿Por qué una persona que no ama a su hermano no puede amar a Dios? ¿Por qué, pues, es un mentiroso?

La respuesta la da el v. 20b (y también el v. 21). Y la da, por cierto, con un argumento que suena ya en 4,12a (y que, posiblemente, va dirigido contra los gnósticos). El amor, tal como lo entiende la carta, es «amor de obra y de verdad» (3,18), amor que se condensa en la entrega de la vida. Hay aquí algo así como una conclusión de menor a mayor: Si el cristiano no capta la oportunidad obvia, la oportunidad que tiene ante sus ojos, para encarnar el amor, y en vez de eso se propone tener un amor puramente espiritual a Dios (un amor que no puede comprobarse ni por otros ni por él mismo, y en el que existen -para él- todas las posibilidades de engañarse a sí mismo), entonces ese amor no es sólo inverosímil, poco digno de fe, sino que el autor emplea una palabra mucho más enérgica: ese tal es un mentiroso. Porque cuando falta el amor fraterno, entonces el supuesto amor de Dios queda desenmascarado como un engaño.

La proposición tiene aparentemente como fundamento la idea de que el amor a Dios ha de encaminarse, por principio, a través del amor al hermano. Pero esto sería reflejar de manera sumamente errónea la concepción joánica (véase más adelante, a propósito del v. 21).

Así 4,20 es aclaración y concretización de la proposición principal, que ya se planteó en 1,6: «Si decimos que tenemos comunión con él [ = que lo conocemos a él = que lo amamos a él ] y caminamos en las tinieblas [= no amamos a los hermanos], mentimos...»

La frase acerca del mentiroso, en 4,20, ¿tendrá relación también con la mentira dogmática de 2,22? Aquel que rechaza la encarnación, y con ello la revelación del amor de Dios, ¿rechaza también su propia obligación de amar? A esta pregunta hay que responder también, seguramente, con una afirmación.

Las palabras del capitulo 4 que enlazan indisolublemente el amor fraterno con el amor de Dios (4,11.20s), son -en último término- repercusión de la ley salvífica de la encarnación: que al Dios invisible se le pueda amar en hombres visibles, es algo que procede de que el Hijo de Dios haya venido en carne y de que -como dice el prólogo del Evangelio de Juan en 1,12- a los creyentes les dio potestad de llegar a ser hijos de Dios.

Versículo 21: para terminar, el mandamiento del amor fraterno se ofrece una vez más en una nueva fórmula: la finalidad del mandamiento es vincular el amor fraterno con el amor a Dios. Si al leer el v. 20 hubiéramos recibido quizás la impresión de que en él se había dejado en suspenso decidir si el amor inmediato a Dios tenia sentido, en el v. 21 se presupone que el amor a Dios es, obviamente, el contenido primero del mandamiento. Que hay que amar a Dios, es cosa evidente para el autor. Por eso, lo que se trata de ver y aclarar es que no sólo hay que amar a Dios, sino que- por la fuerza del amor a Dios- hay que amar también al hermano. En efecto, por el hecho de que 1Jn dirija su luz sobre el amor fraterno, no se reducen los mandamientos de Dios sino que se efectúa una concentración en que queda enteramente en vigor la voluntad de Dios, tal como es proclamada en otras partes por la revelación.

Pero debería hacernos ya pensar el que la carta, en 5,2, ofrezca una fórmula de conocer en la que se recorre precisamente el camino inverso al que veíamos en otras partes: la razón gnoseológica (o razón conocitiva) -aquello que aparece primeramente como experimentable (aquello que se nos manifiesta primero a la experiencia)- es aquí, de repente, no el amor fraterno, sino el amor a Dios. Y el versículo 21, que sigue al pasaje de 4,20, es en sí ya suficientemente claro.

¿Hay que probar realmente que IJn conoce y afirma el amor inmediato hacia Dios, tal como ese amor se manifiesta, por ejemplo, en la oración? Comparemos los enunciados acerca de que son oídas nuestras oraciones, en 3,22 y 5,14s, principalmente la expresión de 3,21 y 5,14 de que tenemos parrhesia, es decir, «libertad de palabra» ante Dios, posibilidad de dirigirle a él la palabra (sin que su «ira» nos rechace), la posibilidad del acceso (amoroso) hasta él, cuyo amor siempre es mayor que el nuestro.

Además, los numerosos lugares según los cuales nosotros «conocemos» a Dios (es decir, nos unimos -en amor- con él), y sabemos que «permanecemos» en Dios, que tenemos «comunión» con él no se entienden sin el elemento de la «oración» en el sentido más amplio, es decir, la conversión de los «hijos» hacia su Padre. Desde el punto de vista de la meta futura de este «conocer» y «creer» actual, se hace aún más claro lo que venimos diciendo; véase 3,2: La meta es que nosotros le veamos a él tal como es. He ahí expresada la orientación personal más intensa hacia Dios.

Si consideráramos el amor fraterno como la única manifestación posible o necesaria del amor de Dios, entonces estaríamos imponiendo al autor neotestamentario una manera de pensar que para él sería irratificable. Para el autor, las manifestaciones del amor a Dios -como la oración- son algo completamente obvio y que carece de problemas. Por eso, para él no se trata de sustituir la oración (y la entrega a la voluntad de Dios, precisamente porque es voluntad de Dios) por la práctica del amor fraterno, sino que lo que se trata es de ver la íntima unión del amor fraterno y del amor inmediato a Dios: una unión tan íntima y de tan recíproca dependencia, que no podemos ya sencillamente prescindir del amor fraterno, sino que hemos de entenderlo como la manifestación decisiva del «amor» (del amor a Dios y del amor infundido por Dios en nosotros). El amor fraterno práctico es decisivo, según IJn, porque el amor debe encarnarse, si es que no quiere ser «mentira» y engaño de sí mismo. El pasaje de 1Jo_4:20 suele entenderse hoy día a menudo en el sentido de que hay que amar a Dios en el hermano. Pero esto no corresponde, o no corresponde suficientemente, al pensamiento joánico. Porque no se trata de amar a Dios «en el hermano» (tal cosa sería pensarlo todo excesivamente desde el punto de vista del hombre), sino de hacer que el amor de Dios siga fluyendo hacia el hermano. Tal vez una imagen aclarará las cosas: la agape es una corriente dinámica que va de Dios al cristiano y del cristiano al hermano. Si esta corriente se interrumpe en un lugar, entonces todo el movimiento queda paralizado. Esto significa la muerte del amor, porque el amor sólo puede recibir su vida de Dios. Quizás podamos llevar más adelante todavía esta comparación, relacionándola con el fenómeno -bien conocido por nosotros- de la electrotecnia: si el cristiano no ama a su hermano, surge una interrupción de la corriente y se hace imposible también que la corriente salga de Dios.



Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



28 (IV) Los mandamientos a amar y a creer (4,1-5,12).
Dos secciones sobre la fe en(-)marcan la exhortación final a amar y convier(-)ten el doble mandamiento a creer en Jesús y amar a los hermanos en el tema conclusivo de la epístola.
(A) El rechazo de los anticristos (4,1-6).
La oposición entre el espíritu de la verdad y el espíritu del error es paralela a la oposición en(-)tre el espíritu de la verdad y el «príncipe de es(-)te mundo» en Jn 16,11. La división radical en(-)tre los que «conocen a Dios» y prestan atención a sus verdaderos testigos, y el «mundo» domi(-)nado por Satanás que solamente se presta aten(-)ción a sí mismo, procede de Jn 15,19.21. El espíritu de la verdad ha sido enviado a dar tes(-)timonio de Jesús en bien de la comunidad cris(-)tiana (15,27).
(a) No confiesan a Jesús (4,1-3). 1. discerni(-)miento de espíritus: Se refiere al espíritu que inspira las palabras de los maestros cristianos. El discernimiento quizás incluía una confe(-)sión pública. 2. Jesucristo hecho carne: El te(-)ma que se debate no es si Jesús era hombre de verdad, sino si existe alguna relación entre «hacerse carne» y la salvación. 1 Jn modifica la fórmula tradicional «Jesús es el Cristo» pa(-)ra atacar mejor a los disidentes (cf. 2 Jn 7). 3. el espíritu del Anticristo: Existía la expectativa de que al final de los tiempos proliferarían los falsos profetas a fin de seducir al pueblo (cf. 1QH 4,7.12-13; TestXIIIJud 21,9; Mc 13,32; Mt 7,21-23; 24,11.24; 1 Tim 4,1).
(b) No han vencido al mundo (4,4-6). 4. vo(-)sotros sois de Dios: Las tradiciones parenéticas de la comunidad enseñaban que el cristiano, habitado por la palabra de Dios, ha vencido al maligno (2,13-14). Jesús ha vencido al mundo (Jn 16,33) y el Espíritu/Paráclito lo ha conde(-)nado condenando a su príncipe (Jn 16,8-11). 5. el mundo los escucha: El autor da a entender que el éxito de la predicación de los disidentes es fruto del espíritu de error. El mundo recha(-)za a Jesús, que procede de Dios, y rechaza a los que predican el verdadero evangelio (Jn 1,10; 15,19; 8,43-44). Los que pertenecen a la verdad escuchan a Jesús (Jn 18,37; 8,47; 10,26-27).
29 (B) Dios es amor (4,7-21). Esta sec(-)ción retoma la segunda mitad del manda(-)miento doble. Mediante una proliferación de términos referidos al amor, el autor insiste en que Dios es el origen del amor de los cristianos; ? Teología joánica, 83:20-21.
(a) Cristo nos ha manifestado el amor de Dios (4,7-12). El amor distingue al que «cono(-)ce a Dios» del que no le conoce (cf. 2,4-5; 3,1.11). La muerte de Cristo por el perdón de los pecados se presenta de nuevo como mode(-)lo para los cristianos (cf. 3,16). 9. manifestado en nosotros: El amor de Dios no se revela sola(-)mente al cristiano sino también «en» el cristia(-)no que vive gracias a ese amor (Jn 5,26; 6,57; 1 Jn 5,11). 10. él nos amó: La novedad de esta sección es la insistencia en la iniciativa amoro(-)sa de Dios. Los escritos joánicos contrastan el amor de Dios con el odio del mundo. El amor de Dios solamente puede conocerse a través de Jesucristo, el enviado de Dios (p.ej., Jn 1,16-18; 3,16-17). 11. también nosotros debemos amar(-)nos: El autor no se olvida nunca de mencionar las consecuencias éticas de los atributos divi(-)nos que describe. 12. nadie ha visto jamás a Dios: Se trata de una máxima de tipo general que la tradición joánica se apropió para insis(-)tir en que únicamente Jesús puede revelar al Padre (p.ej., Jn 1,18; 5,37; 6,46). La presencia divina que habita en aquellos que cumplen el mandamiento del amor es la plenitud del amor de Dios (cf. 2,5). La tensión entre la máxima ci(-)tada y la realidad de la presencia divina pone de relieve el origen divino del amor (cf. 3,1).
(b) Gracias al EspIritu, hemos conocido el amor de Dios (4,13-16a). 13. su Espíritu: 3,24 introdujo el don del Espíritu como prueba de la presencia interior de Dios. Este tema se asocia al del discernimiento de espíritus en 4,1-6. El Espíritu de Dios da testimonio de que el Hijo ha sido enviado, tal como ha sido anunciado «des(-)de el principio» (1,1-4). 16a. hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene: Expande la confesión de fe del v. 15 para llegar a la conclu(-)sión de esta sección: Debemos creer en y actuar de acuerdo con el amor que Dios nos tiene.
(c) Nuestra confianza: mantenernos en el amor de Dios (4,16b-21). Una vez más, 1 Jn concluye una sección con el tema de la con(-)fianza. 17. Este es el amor perfecto... el amor perfecto echa fuera el temor: Insiste en afirmar que el amor de Dios alcanza su plenitud en la comunidad creyente (1 Jn 2,5; 3,12). Aquí 1 Jn enfatiza una consecuencia práctica de esta reaJidad: los cristianos no deben temer el jui(-)cio. Refuerza así la afirmación de 1 Jn 3,19-21 acerca de la relación entre la conciencia cris(-)tiana y Dios. 20-21. quien no ama a su herma(-)no... no puede amar a Dios: Retoma el ejemplo de amar/odiar al hermano de 3,15 y el del amor como representación de Dios de 4,12. Como en 3,23, esta sección incluye el doble mandamiento de amar a Dios y a los herma(-)nos. En 1 Jn el doble mandamiento se reduce a uno solo, puesto que no es posible amar a Dios sin amar a los hermanos (cf. una tradi(-)ción sobre el juicio que guarda relación con este tema en Mt 25,40).

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter IIII.

1 He warneth them not to beleeue all teachers, who boast of the spirit, but to try them by the rules of the Catholike faith: 7 and by many reasons exhorteth to brotherly loue.
1 Beloued, beleeue not euery spirit, but trie the spirits, whether they are of God: because many false prophets are gone out into the world.
2 Hereby know ye the spirit of God: euery spirit that confesseth that Iesus Christ is come in the flesh, is of God.
3 And euery Spirit that confesseth not that Iesus Christ is come in the flesh, is not of God: and this is that spirit of Antichrist, whereof you haue heard, that it should come, and euen now already is it in the world.
4 Ye are of God, little children, and haue ouercome them: because greater is he that is in you, then he that is in the world.
5 They are of the world: therefore speake they of the world, and the world heareth them.
6 We are of God: hee that knoweth God, heareth vs: he that is not of God heareth not vs, hereby know wee the spirit of trueth, and the spirit of errour.
7 Beloued, let vs loue one another; for loue is of God: and euery one that loueth, is borne of God and knoweth God.
8 Hee that loueth not, knoweth not God: for God is loue.
9 In this was manifested the loue of God towards vs, because that God sent his only begotten Sonne into the world, that we might liue through him.
10 Herein is loue, not that wee loued God, but that he loued vs, and sent his Sonne to be ye propitiation for our sins.
11 Beloued, if God so loued vs, wee ought also to loue one another.
12 No man hath seene God at any

[Gods loue.]

time. If wee loue one another, God dwelleth in vs, and his loue is perfected in vs.
13 Hereby know wee that we dwell in him and he in vs, because hee hath giuen vs of his Spirit.
14 And we haue seene, and doe testifie, that the Father sent the Sonne to be the Sauiour of the world.
15 Whosoeuer shall confesse that Iesus is the Sonne of God, God dwelleth in him, and he in God.
16 And we haue knowen and beleeued the loue that God hath to vs. God is loue, and hee that dwelleth in loue, dwelleth in God, and God in him.
17 Herein is [ Greek: loue with vs.] our loue made perfect, that wee may haue boldnesse in the day of Iudgement, because as hee is, so are we in this world.
18 There is no feare in loue, but perfect loue casteth out feare: because feare hath torment: hee that feareth, is not made perfect in loue.
19 We loue him: because hee first loued vs.
20 If a man say, I loue God, and hateth his brother, he is a lyar. For hee that loueth not his brother whom hee hath seene, how can he loue God whom he hath not seene?
21 And this commandement haue we from him, that he who loueth God, loue his brother also.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



Permanecer en amor. 13 Ya nos dijo Juan que es por el Espíritu que sabemos que permanece en nosotros (3:24). Ahora añade el pensamiento de que permanecemos en él. Ambas cosas son importantes y sobre ambas se pone énfasis en esta epístola. 14 En el espíritu del prólogo acude al testimonio apostólico, a lo que nosotros hemos visto. El pensamiento de testimonio se destaca al aproximarnos al final de la epístola. El ver bo testificar aparece en 1:2, aquí, y cuatro veces en el cap. 5, mientras que el sustantivo testimonio figura seis veces en el cap. 5. El contenido del testimonio es que el Padre ha enviado al Hijo como Salvador del mundo (expresión que aparece solamente aquí y en Juan 4:42 en el NT). Salvador cubre todos los aspectos de la obra de Cristo en favor de los pecadores, y mundo la totalidad de la humanidad. Es una gran salvación. 15 Pero no to dos son salvos; la obra expiatoria de Cristo es adecuada para todo el mundo, pero es necesario confesar que Jesús es el Hijo de Dios para experimentar la salvación. Entonces Dios y el creyente moran uno en el otro.

16 En ninguna otra parte leemos de haber conocido y creído el amor. Podríamos decir que el pensamiento de conocer el amor se encuentra en el v. 10, pero las palabras creído el amor que Dios tiene para con nosotros es una expresión totalmente extraña. Jamás se manifiesta el amor de Dios de tal manera que le resulte imposible al mundano no verlo. Es la gente de fe, y solamente la gente de fe, la que lo discierne. Juan repite este gran pensamiento en el v. 8, Dios es amor, y saca la conclusión de que el permanecer en el amor es permanecer en Dios. El amor ejercitado hacia los pecadores no es un logro humano, y cuando se hace presente significa que Dios está presente.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

El hilo de la argumentación es el siguiente: Dios es amor y es quien primero nos ha amado (vv. 7-10); el amor fraterno es la respuesta obligada al amor de Dios (vv. 11-16); cuando hay amor perfecto no hay temor (vv. 17-18); el amor fraterno es manifestación del amor de Dios (vv. 19-21).

El tema central de la carta se resume en la expresión «Dios es amor» (vv. 8.16). «Aunque nada más se dijera en alabanza del amor en todas las páginas de esta Epístola, aunque nada más se dijera en todas las páginas de la Sagrada Escritura, y únicamente oyéramos por boca del Espíritu Santo Dios es amor, nada más deberíamos buscar» (S. Agustín, In Epist. Ioann. ad Parth. 7,4). «Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo; Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él» (CCE 221). La Encarnación y la muerte redentora de Cristo son la manifestación suprema de ese amor.


La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Dios es amor - Victoria de la fe. La cumbre de la vida cristiana es vivir el amor en el amor. Dios es amor. El amor de Dios es algo que, como se dijo en el evangelio (Jua_13:34s; Jua_15:9), el cristiano debe transmitir a los demás. La prueba constatable de que uno ama a Dios es su amor al prójimo. Ese amor es la expresión más viva de la fe. La fe del cristiano abraza sobre todo el sacrificio de Jesús que derramó su sangre por nosotros. Es un gran misterio este sacrificio. Había herejes que no podían aceptarlo. Es a través de nuestra fe y participación en el sacrificio de Cristo que recibimos la vida que Jesús ofrece al creyente.

Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)



HEMOS CONOCIDO Y CREÍDO EL AMOR…: dos enseñanzas en estas palabras. Primera.: la conjunción de CONOCIDO y CREÍDO, tan frecuente en todo el N. T., señala el carácter intelectual de la fe, que es una adhesión de la inteligencia a la verdad revelada por Dios. Segunda: que hay que tener fe en el AMOR de Dios.

|| QUIEN PERMANECE EN EL AMOR…: parece como que Juan hasta ahora ha estado haciendo diferentes tanteos en busca de esta fórmula maravillosa, hasta que por fin ha dado con ella.

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Jua_17:6+

[2] 1Jn_4:7-8

[3] 1Jn_1:3+

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Jua_17:6+

[2] 1Jn_4:7-8

[3] 1Jn_1:3+

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*4:7-21 Este pasaje contiene el principio del tercer desarrollo de los criterios de la comunión con Dios: Dios es amor (1Jn 4:8; 1Jn 4:16).

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 4.3 Anticristo: Véase 2.18 n.

[2] 4.4 El que está en el mundo: es decir, el diablo.

[3] 4.6 El espíritu de la verdad: Cf. Jn 14.16-17.

[4] 4.9-10 Cf. Jn 3.16-17; Ro 8.32; Gl 1.4; 2.20.

[5] 4.12 Jn 1.18.

[6] 4.13 Ro 8.9; 1 Jn 3.24.

[7] 4.18 Ro 8.15; 2 Ti 1.7.

[8] 4.20 1 Jn 2.9-11.

[9] 4.21 Cf. Mt 22.37-39.

Torres Amat (1825)



[3] Negándole la divinidad o el ser de hombre.

[6] Sabiendo que somos sus ministros.

[12] Para amarle perfectamente. Jn 1, 18.

[18] Inspira confianza.

[19] Se puede traducirNosotros, pues, amamos a Dios, porque él nos amó antes. Y manifestémosle más nuestro amor, amando por amor suyo a nuestros prójimos.

Biblia Peshitta en Español (Holman, 2015)

a 1Jn 4:8; 1Jn 4:12-13

Nuevo Testamento México (Centro Bíblico Hispano Americano, 1992)

He aquí también, como consecuencia, la respuesta experimental, la postura del hombre para con el amor de Dios.

Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

— hemos conocido: En el sentido bíblico de experimentar, conocer de manera práctica.

Greek Bible (Septuagint Alt. Versions + SBLGNT Apparatus)

μένει WH NA28 RP ] – Treg

Biblia Textual IV (Sociedad Bíblica Iberoamericana, 1999)

hacia... Lit. en o hacia.

Biblia Latinoamericana (San Pablo, 1995)



[=] *Rom 5:8