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Así pues, siempre llenos de buen ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, vivimos desterrados lejos del Señor, (II Corintios 5, 6) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 5

5. LA PATRIA DEL CIELO (5/01-10).

Cuando Pablo hablaba en 4,7-18 del morir cotidiano, testificaba también la certidumbre de la vida imperecedera (4,14.18). Al mismo tema se refiere 5,1-10, en el que Pablo expone detalladamente la espera de los últimos tiempos. Pero aunque el tema es idéntico, se trata de muy diversa forma en cada uno de estos pasajes. En la perícopa 4,7-18 se habla de la vida y la muerte tal como las experimenta íntima y personalmente la fe y la piedad. En esta sección 5,1-10, por el contrario, se describen las realidades últimas mediante afirmaciones doctrinales y de fe, como una historia futura. Si Pablo había dicho antes que en el actual morir cotidiano se hace cada vez más íntima y más fuerte la unión con el Señor (4,11.16), ahora dice que la vida del cuerpo significa separación del Señor (5,6-10). En la primera perícopa, Pablo habla lleno de seguridad en la victoria -ya sabida, e incluso ya operada- sobre la muerte (4,16s). En la segunda, en cambio, habla con temor de la muerte todavía por vencer (5,2-5). Nadie podrá pensar que dentro de una línea de pensamiento y de afirmaciones tan íntimamente relacionadas se le hayan escapado a Pablo algunas contradicciones, sin que se diera cuenta. Pablo puede presentar diversas consideraciones y aspectos doctrinales sobre una misma cosa. Esta peculiaridad de los textos debe advertirnos que las cartas del apóstol no son catecismos, o libros didácticos, en los que se van enumerando, por su orden, las sentencias de fe. Al esforzarnos por entender el texto debemos preguntarnos siempre qué es lo que Pablo quiere decir propiamente y en definitiva al hombre concreto, cómo quiere llamar a este hombre y adónde le quiere llevar.

a) En la tienda terrena (5,1-4).

1 Pues sabemos que si nuestra morada terrestre, nuestra tienda, es derruida, tenemos un edificio hecho por Dios, una casa no fabricada por mano de hombre, eterna, situada en los cielos.

Pablo compara la vida terrena con una tienda, como las que utilizan los beduinos para vivienda. Cuando la estancia en un lugar llega a su fin, se desmonta la tienda. Del mismo modo, cuando haya transcurrido el tiempo de permanencia del hombre -cuando llegue la muerte- se derriba la tienda en que habita, es decir, su cuerpo 43.

La muerte puede describirse también como traslado a otra casa. La que se menciona en este texto, no es el cielo. Ciertamente el Nuevo Testamento habla del cielo como de la casa eterna; así, cuando en Joh_14:2 se dice que en la casa del Padre hay muchas mansiones y en Heb_12:22 que los cristianos se encuentran en camino hacia la Jerusalén celestial. Sin embargo, en este texto la nueva casa es un nuevo cuerpo para el espíritu. Este cuerpo nuevo lo recibimos de Dios. Tiene, pues, un origen divino y participa de las cualidades del mundo divino. No se apega a nada terreno y corruptible. No ha sido fabricado por manos humanas ni por humano poder. Como todas las cosas del cielo, este cuerpo existe allí desde la eternidad. Alcanzaremos esta morada celestial, que existe ya en el cielo, cuando muramos 44.

Aunque hay algunas cosas obscuras en las palabras de Pablo, su espera final es la esperanza de la transformación de lo caduco en imperecedero, por obra de Dios. Y como Dios es libre en sus obras, tiene también libertad para dar el cuerpo celeste a quien quiere. Todas estas palabras son sólo una imagen al alcance del entendimiento humano. Sólo Dios conoce la realidad.

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43. Al oriental, que vivía frecuentemente en tiendas, o que conocía muy bien este género de vivienda, le resultaba familiar este lenguaje figurado. La tienda, la vivienda del hombre rápidamente alzada y rápidamente desmontada, es para el oriental una imagen de la fugacidad de la vida en el cuerpo. La imagen es ampliamente utilizada, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Así /Is/38/12: «Mi morada es arrancada, se me quita como tienda de pastor»; y Psa_9:15 : «Esta tienda de tierra oprime el espíritu fecundo en pensamientos.» También 2Pe_1:13 : «Mientras vivo en esta tienda.»

44. La misma concepción impera en 1Co_15:40.44, donde Pablo habla de cuerpos espirituales y celestes que Dios ha de dar a los resucitados después de la resurrección universal de los muertos.

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2 Y por esto gemimos, anhelando ser sobrevestidos de nuestra morada celestial; 3 puesto que así nos encontraremos vestidos, no desnudos.

Aquellos que conocen y esperan este nuevo cuerpo, tienden con anhelo hacia él, porque no será un cuerpo terreno e imperfecto, como el actual, sino celeste y perfecto. Pero ahora Pablo muda de imagen. En vez de una nueva casa, en la que entramos, habla de un vestido nuevo, con el que nos vestimos 45. Como el hombre, al morir, pierde su cuerpo viejo, queda desnudo, hasta tanto no recibe un cuerpo nuevo. Desea recibir el vestido nuevo, para no estar desnudo. Nosotros desearíamos -así interpreta Pablo el deseo humano de plenitud- sobrevestir el vestido nuevo antes de despojarnos del viejo, porque nos avergonzamos de nuestra desnudez. Si la muerte significa quitarnos el vestido y el estado de desnudez es, evidentemente, un estadio intermedio, entonces, dice Pablo, desearíamos que el cuerpo actual y terreno pudiera ser recubierto por el celeste, ahorrando el doloroso proceso de tener que desnudarnos, es decir, sin tener que morir.

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45. Es posible que Pablo utilice aquí conceptos antiguos, todavía vigentes en su tiempo, acerca de un vestido celeste que recibirán los bienaventurados. Cf. Rev_3:18; Rev_4:4; Rev_6:11.

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4 Porque, realmente, los que estamos en esta tienda, gemimos agobiados, por cuanto no queremos ser desvestidos, sino sobrevestidos, de suerte que lo mortal quede absorbido por la vida.

Aunque las palabras y las imágenes de Pablo son muy extrañas, comprendemos lo que quiere decir. Considera la muerte como el enemigo a cuya poderosa acción está sometido el hombre. La muerte es el enemigo que se resiste hasta el fin: «El último enemigo en ser destruido será la muerte» (1Co_15:26). Pablo expresa con estas palabras una verdad que los hombres sentimos instintivamente: que la muerte no es amiga del hombre sino que, como destructora de la vida, es siempre hostil. El hombre desearía, pues, anhelosamente, no perder nunca la vida, sino, antes de perder la terrena, conseguir ya la nueva e infinita, es decir, que, lo que es mortal, no muriera, sino que experimentara una transformación salvadora en vida.

b) Vivir junto al Señor (5,5-10).

5 Y el que nos dispuso para esto mismo es Dios, que nos dio la fianza del Espíritu.

Al miedo y la esperanza eternos del hombre frente a su destino mortal responde Pablo con la certeza de la fe. Dios ha creado al hombre para ser sobrevestido. La creación divina es siempre razonable y lo que comienza, lo lleva hasta su fin. También consumará este deseo. Garantía de ello es la donación, ya realizada, del Espíritu que, una vez más (como en 1,22), se designa aquí como fianza de la plenitud de los dones. El Espíritu eleva al hombre sobre lo terreno y pecaminoso. Espiritualiza el cuerpo y la naturaleza del hombre. La plenitud de esta donación actual del Espíritu llegará cuando el hombre reciba, por fin, el cuerpo correspondiente al divino Espíritu.

6 Por lo tanto, siempre tenemos ánimos y sabemos que mientras estamos domiciliados en el cuerpo, estamos exiliados lejos del Señor.

Pablo utiliza nuevas imágenes. Vivir significa estar lejos del Señor, en el exilio. Morir significa ir a la patria, junto al Señor. Cristo resucitado ascendió a los cielos. Como Señor celestial, se encuentra ahora en otro estadio del ser completamente diferente, que es, también, la otra patria permanente del cristiano, hacia la cual se encuentra en camino. Sobre la tierra el cristiano está en el exilio y y espera su partida hacia el Señor.

7 En la fe caminamos, no en la realidad vista.

Pablo repite con mucha frecuencia que ser cristiano significa, ya en este tiempo, estar en Cristo o con Cristo (2,14; 14,4). Pero el estar actual con Cristo es sólo un caminar en la fe. Un pleno «estar en Cristo» sólo se dará cuando contemplemos la realidad. «Ahora vemos mediante un espejo, borrosamente; entonces veremos cara a cara» (1Co_13:12).

8 Pero tenemos ánimos e incluso preferimos exiliarnos del cuerpo y vivir junto al Señor.

El apóstol -y el cristiano- desea salir del cuerpo para estar junto al Señor, en casa. En 5,3, Pablo habla de la aversión ante la muerte, que él explicaba como una aversión a la desnudez del estadio intermedio. Aquí parece que esa aversión -en principio natural- ha sido superada, en virtud del firme convencimiento de que morir es ir a «vivir junto al Señor». La comunión con el Señor se prolongará también en la muerte y así queda vencido todo temor ante la muerte. Esta misma seguridad prometía Pablo a los tesalonicenses. Aunque hay muchas cosas inciertas y escondidas respecto de la muerte, la exhortación definitiva de Pablo a los cristianos es: «Estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras» (/1Ts/04/17s).

9 Por eso también nuestra ambición es serle gratos, sea que estemos domiciliados, sea que estemos exiliados.

La esperanza cristiana no es una vana ilusión. Informa la vida cristiana, los afanes cristianos de cada día. La vida del cristiano debe estar siempre marcada por el impulso de ser gratos al Señor. Sólo cuando el cristiano consiga ser grato al Señor, puede esperar para sí, un día, la estancia en el cielo junto a el. Sólo cuando haya conquistado esta complacencia será para él la salida del cuerpo a la casa del Señor. En caso contrario, será caer bajo el juicio.

10 Pues todos nosotros hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo merecido de todo lo que hizo mientras vivió en el cuerpo: bueno o malo.

Conseguir agradar al Señor tiene una importancia decisiva, pues de esto dependerá la sentencia del juicio. El juicio consistirá en comparecer ante el tribunal de Cristo. En la fe veterotestamentaria, el juez del gran juicio universal es Dios, el Señor. Precisamente por eso demuestra que él es el Señor, porque será el juez. También el Nuevo Testamento mantiene con firmeza esta convicción: Dios juzgará al mundo (Rom_3:6). Pero en el Nuevo Testamento se llama juez tanto a Dios como a Cristo. Jesús, que se llama a sí mismo Hijo del hombre, dice de este Hijo del hombre que volverá de nuevo como juez del mundo (Mat_25:31). Entonces, Dios juzgará «por Cristo Jesús» (Rom_2:16). Aquí, en 5,10, Cristo es exactamente el juez universal. En el Evangelio de Juan se llega a decir: «El Padre no juzga a nadie; sino que todo el poder de juzgar lo ha entregado al Hijo» (Joh_5:22).

En el juicio, el hombre recibirá la recompensa de acuerdo con lo que haya hecho, bueno o malo. Que el juicio responderá a las obras, es para Pablo tan válido como esta otra afirmación, que él expone siempre en primer término: que el hombre nunca puede merecer la justificación con sus obras, sino que ésta es, para él, siempre un don de Dios. «Por gracia suya quedan gratuitamente justificados» (Rom_3:24). La obra de Dios y la del hombre se dan la mano. Que sea Dios quien hace la gran obra de la redención no significa que el hombre pueda permanecer inactivo. El don de Dios es para el hombre tarea y obligación, como Pablo dice enérgicamente: «Trabajad con temor y temblor en la obra de vuestra salvación. Pues Dios es el que obra en vosotros» (Phi_2:12 s). El hombre no puede olvidar nunca que en la obra de la salvación Dios es su socio. Será abrasado por este socio, si llega a olvidarlo. La proclamación de la gracia no libera, pues, de la obligación de una conducta moral, sino que, por el contrario, exhorta a ello.

6. LA RECONCILIACIÓN ENTRE DIOS Y EL MUNDO (5,11-6,2).

Pablo vuelve al tema, repetidas veces tocado en la segunda carta a los corintios, de la defensa de su servicio apostólico y desarrolla con más amplitud la teología del ministerio en la Iglesia. En esta nueva sección expone Pablo el ministerio como servicio de reconciliación. Hace efectiva la reconciliación con Dios, que Cristo llevó a cumplimiento, en el mundo y para el mundo (5,18-20). Pablo expone una profunda doctrina sobre la obra salvífica de Cristo.

a) El celo del apóstol (5/11-13).

11 Sabiendo, pues, lo que es el temor del Señor, intentarnos persuadir a los hombres pero para Dios estamos al descubierto. Y espero que también lo estaré para vuestras conciencias.

También el apóstol tendrá que responder de sí en el juicio futuro (5,10). Por eso, el fundamento y el matiz de su servicio, tanto ante los hombres como ante Dios, es el temor del Señor. Y así, se esfuerza por persuadir a los hombres y ganarlos mediante la predicación. Pero ante Dios, a cuyo examen Pablo se sabe siempre sometido, su más íntima esencia está al desnudo. Por tanto, tiene que desempeñar su servicio con sinceridad y franqueza. Pablo espera que también los corintios conocerán y reconocerán esta sinceridad y franqueza del apóstol, si de buena fe, se esfuerzan en hacerlo.

13 Y no es que volvamos a justificarnos ante vosotros, sino que os damos la oportunidad de que os mostréis orgullosos de nosotros, para que tengáis qué responder ante los que se glorían de las apariencias y no del corazón.

Pablo parece escuchar de nuevo (cf. 3,1) la acusación de que se recomienda a sí mismo, y la rechaza. Eran los corintios los que debían recomendar a Pablo y gloriarse de él, y esto es lo que Pablo quiere posibilitar. La iglesia de Corinto debería gloriarse de él como de su Apóstol, debería festejarlo y anunciar así que no tienen la menor intención de separarse de él. Esto es lo que deberían hacer los corintios frente a aquellas personas -evidentemente adversarios de Pablo- que se glorían de sí tan gustosamente en toda ocasión. Pero se glorían de méritos y de cosas extrínsecas, de cosas que entran por los ojos, pero que son meras apariencias. Acaso se gloriaban -como puede deducirse por lo que sigue- de su origen judío y de la observancia de la ley, o de sus relaciones con los primeros apóstoles, o acaso del talento y arte de su elocuencia. Pero no pueden gloriarse de valores internos del corazón, entre los que se incluyen, por ejemplo, la probidad, el desinterés, la unión con Cristo, el don del Espíritu.

13 En efecto, si perdimos el juicio, fue por Dios; si somos sensatos, por vosotros es.

Parece ser que los enemigos de Pablo le achacaban también que, algunas veces, perdía eI juicio. Podían afirmarlo apoyándose quizás en aquel su entusiasmo religioso, tan fuera de las normas acostumbradas, y en su incansable celo misionero, y también, acaso, en una maligna interpretación de sus maravillosos dones carismáticos, de sus éxtasis y visiones 46. Pablo no niega estas experiencias y estos dones. Pero si alguna vez perdió el juicio, fue por Dios. De Dios ha recibido estos dones extraordinarios, a él le pertenecen, a él sirve con ellos. Por tanto, el apóstol se encuentra sometido al juicio de Dios. En todo caso, Pablo no es únicamente un hombre que ha perdido el juicio. Pablo es, ante todo, un hombre de juicio claro y sereno. No es un mero extático que sólo se pertenece a sí mismo y a Dios, y que no se preocupa de nada más. Es también un hombre de visión sensata y clara, un hombre de acción, que sirve sin cesar a la Iglesia y, en especial, a la comunidad de Corinto. De una u otra forma, Pablo nunca se ha servido o se ha recomendado a sí mismo. Su vida no le pertenece a él, sino a Dios y a la Iglesia.

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46. Según 1Co_14:18 Pablo tiene el don de lenguas. En 2Co_12:1-5 habla de sus éxtasis.

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b) La obra de reconciliación de Cristo (5/14-17).

14 El amor de Cristo nos apremia, al pensar esto: que uno murió por todos. Por consiguiente, todos murieron.

Si el Apóstol se nos muestra incansable, es porque está poseído por una fuerza extraña. Efectivamente, el amor de Cristo, es decir, Cristo, lo ha captado con su amor, le sostiene y le impulsa. Y así dice: «Vivo, pero no yo; es Cristo quien vive en mí... que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal_2:20).

EI amor de Cristo se reveló en todo su poder cuando Cristo, el «uno», murió por todos. Este por puede significar que El entregó su vida en favor de los hombres y para la salvación de ellos: su sangre «es derramada por muchos» (Mar_14:24). Pero el «por» puede significar también una sustitución, en el sentido de que murió en lugar de aquellos que eran reos de muerte. Así, Pablo dice de Cristo, que, muriendo en la cruz, llevó sobre sí los pecados de los hombres, culpables por haber transgredido la ley: «Cristo nos ha rescatado de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros» (Gal_3:13). También este «por» de sustitución está insinuado en este pasaje.

Ya que Cristo ha muerto por todos y en lugar de todos, todos han muerto. Cristo, en la cruz, los encerró a todos en sí mismo y representó a todo el género humano. La muerte de Cristo es, pues, al mismo tiempo, la muerte de toda la humanidad. En Cristo ha recaído sobre todos, como pecadores perdidos, el juicio condenatorio de Dios. Y en la muerte de Cristo se cumplió la sentencia sobre todos. De todos puede decirse: «Con Cristo estoy crucificado» (Gal_2:19).

15 Y por todos murió, para que los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para aquel que por ellos murió y fue resucitado.

Cristo fue resucitado de la muerte. La comunión de muerte con él crea también la comunión de vida. Al ser resucitado Cristo de entre los muertos, vivimos también nosotros. «Si hemos muerto con Cristo, tenemos fe de que también viviremos con él» (Rom_6:8). Pero aquellos que ahora tienen una nueva vida, no pueden ya vivir para sí mismos, sino que deben ponerse, con toda su vida, al servicio de aquel que murió y resucitó por ellos. Así como Cristo vivió por otros, eso mismo deben hacer también los cristianos. La vida ejemplar de Cristo obliga y reclama siempre la vida de los cristianos. «En efecto, ninguno de nosotros vive para sí mismo, y ninguno muere para sí mismo... Tanto, pues, si vivimos como si morimos, pertenecemos al Señor» (Rom_14:7-8).

16 Así que nosotros, desde ahora en adelante, a nadie conocemos por su condición puramente humana y, aunque hubiéramos conocido a Cristo por su condición puramente humana, ya no le conocemos así ahora.

Pablo saca nuevas conclusiones del principio fundamental de que todos han muerto. La vida anterior ya ha muerto y pasado para todos. Por lo mismo, Pablo ya no puede juzgar a nadie por su pasado. Y por eso, tampoco conoce ya a nadie por su condición humana. La condición humana no se refiere aquí a los pecados, sino a la transitoriedad del mundo terreno, con todas sus relaciones y circunstancias, tales como el origen racial, la posición, el prestigio ante los hombres, la historia, las riquezas. Todo esto no significa ya nada. Y esto vale también respecto de Cristo. Pablo se dirige contra sus adversarios, que afirmaban que el ministerio apostólico de Pablo era inferior al de los doce, elegidos personalmente por Jesús mientras vivía aún en la tierra, mientras que Pablo había sido llamado en Damasco, después de la resurrección y ascensión del Señor. También en la carta a los Gálatas (1,11-17) tuvo que defenderse Pablo contra un parecido intento de rebajarle. Y en este sentido dice ahora: todas las relaciones con el Jesús terreno son ya accidentales. No encierran privilegios ni ventajas de ninguna clase. No tiene ningún valor invocar estas relaciones frente al hecho de pertenecer a Cristo resucitado, que opera como el Espíritu en la Iglesia (3,17).

17 De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es. Lo viejo pasó. Ha empezado lo nuevo.

En la muerte de Cristo han muerto todos. Pero de la muerte de Cristo surge la nueva vida, de la que participan todos aquellos que han muerto con Cristo, es decir, los cristianos. La Iglesia es una nueva creación. El cristiano es el hombre nuevo. El viejo mundo, el tiempo del mundo con sus miserias, sus pecados y su enemistad con Dios han desaparecido. La renovación del mundo prometida por Dios y tan deseada por todos, es ya una realidad. Ahora bien, ¿puede afirmarse todo esto con verdad, frente a la evidente realidad en la que siguen existiendo faltas, defectos y pecados? ¿No habla el mismo Pablo con frecuencia de un modo diferente? ¿No dice que «la apariencia de este mundo pasa» (1Co_7:31)? Así pues, el mundo sólo pasará en una plenitud futura. Mientras tanto, sigue existiendo totalmente como mundo antiguo. Todavía domina la muerte, porque «el último enemigo en ser destruido será la muerte» (1Co_15:26). Todavía anda Satán con sus maquinaciones (2Co_2:11). Todavía domina este maligno mundo presente (Gal_1:4). En la misma Iglesia hay demasiados pecados. Por eso es preciso exhortar sin descanso y amonestar recordando el juicio.

SV/YA/TODAVIA-NO: Y, sin embargo, el Apóstol dice también: «Habéis muerto y vuestra vida está oculta juntamente con Cristo, en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces también vosotros seréis manifestados juntamente con el en gloria» (Col_3:3 s). La nueva creación existe realmente, aunque está todavía oculta en Cristo. Pero la fe lo sabe con certeza y vive de ella. Cuando Cristo se manifieste en su gloria, también se manifestará gloriosamente esta nueva creación. Hasta aquel día, hay que realizar la nueva vida día a día, como una tarea. «Así como fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva» (Rom_6:4). Pablo no es un soñador que pase por alto o que olvide la realidad. Pero tampoco es sólo un profeta que alude a una salvación lejana y futura. Al contrario, debe anunciar una salvación que ya se ha realizado. «Ahora es el tiempo favorable; ahora es el día de la salvación» (2Co_6:2). Es posible gozar de esta salvación. La plenitud está todavía por llegar, pero es segura y próxima. Pablo debe predicar ambas cosas: el ahora de la salvación y el todavía no de su plenitud.

La misma palabra de Dios dice: «Mirad que todo lo hago nuevo» (Rev_21:5). La renovación del mundo en la salvación no es sólo el recuerdo excepcional de un hecho pasado, es un presente constante. Dios es siempre aquel que supera lo pasado en el perdón y en la nueva creación, y que recomienza siempre de nuevo la obra de la salvación en el hombre, a pesar de las incesantes negativas de éste. «... Aun cuando nuestro corazón nos reprenda, porque Dios es mayor que nuestro corazón» (1Jo_3:20).

c) El servicio de la Iglesia (5/18-06/02).

18 Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo y nos confió el servicio de la reconciliación.

La grandiosa nueva creación no puede ser el término de una evolución natural, ni obra del hombre. Sólo es posible como obra de Dios, que es creador desde el principio. La nueva creación tiene su más honda razón de ser en el hecho de que ahora es otra la relación entre Dios y el hombre. El pecado, que hasta ahora se interponía entre ambos y separaba el cielo de la tierra, ha sido eliminado. Al crear el estado de paz, Dios lo ha echado fuera. Esta obra salvífica es reconciliación.

El Apóstol toma esta idea del Antiguo Testamento. En él existía un anhelo profundo y una honda necesidad por reconciliar, con oraciones y ritos siempre renovados, al Dios santo con el mundo inmerso en el pecador y por ofrecer expiación. La ley de Moisés prescribía, para ello, un día especial, el día anual de la gran expiación, cuyas ceremonias regulaba con todo detalle. Cuando Pablo toma la palabra y el concepto de reconciliación, quiere decir que la esperanza veterotestamentaria de reconciliación y de paz entre Dios y los hombres se ha cumplido. Y se ha cumplido en la muerte expiatoria de Cristo (5,21).

La reconciliación no se consigue como si el Dios irritado se dejara convencer por las oraciones y sacrificios de los hombres. Esto sería considerar a Dios en una perspectiva demasiado humana e indigna de él. Es, más bien, Dios mismo quien actúa, estableciendo una nueva relación entre él y el mundo, al justificar a los pecadores desde la plenitud de su justicia: él es «justo y el que justifica» (Rom_3:26). Una vez más, esto no ocurre en el sentido de que Dios, siempre benévolo, se limite a perdonar y olvidar. No; el perdón se concede en virtud del sacrificio de la vida de Cristo que, como Dios y hombre, se interpone entre los hombres y Dios, y ofrece el sacrificio de su vida como expiación: «Cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con Dios mediante la muerte de su Hijo» (Rom_5:10). El hombre ha sido llamado a recibir la salvación ofrecida por Dios y a dejarse reconciliar con él.

El mismo Dios que ha llevado a cabo la reconciliación y la paz, ha instituido en la Iglesia el servicio de la reconciliación. Al Apóstol se le ha encomendado la tarea de hacer que sea siempre realidad aquella obra salvífica de Dios en el mundo, oprimido por sus propios pecados. La Iglesia desempeña el servicio de la reconciliación al proclamar, en su predicación, la gracia de Dios y al procurar a los creyentes la reconciliación por medio de los sacramentos (el bautismo, la penitencia).

19 Como que Dios es quien en Cristo estaba reconciliando consigo el mundo, sin tomar en cuenta a los hombres sus faltas, y quien puso en nosotros el mensaje de la reconciliación.

Así como Pablo dijo antes que Cristo es la imagen eterna de Dios (Rom_4:4), ahora dice que Dios está en Cristo. Dios se reveló al mundo en Cristo. Se reveló como el santo y el justo, que exigía por los pecados la expiación que el Hijo ofreció en la cruz. Pero se reveló también como lleno de gracia y de amor, que, en atención a esta expiación, perdonó los pecados y aceptó, a través de su Hijo, a los hombres en calidad de verdaderos hijos. «Pues en él tuvo a bien residir toda la Plenitud, y por él reconciliar todas las cosas consigo... ya las cosas de sobre la tierra, ya las que están en los cielos» (Col_1:20). «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó su Hijo único» (Joh_3:16). él es sacrificio de purificación por nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1Jo_2:2).

20 Hacemos, pues, de embajadores en nombre de Cristo, siendo Dios el que por medio de nosotros os exhorta: «En nombre de Cristo os lo pedimos: reconciliaos con Dios.»

El servicio de reconciliación ha sido confiado a la Iglesia. Pablo describe este servicio con palabras solemnes. Los apóstoles son mensajeros por encargo de Cristo, más aún, en lugar de Cristo. La palabra mensajero tenía en aquel tiempo el mismo significado, la misma resonancia y contenido que en el nuestro. Un mensajero es el alto representante de un gran señor. Cristo es quien llama en la palabra del apóstol. Y como Dios estaba y está en Cristo, en última instancia lo que aparece en la palabra del apóstol es la palabra de Dios. A través del servicio del apóstol actúa el dedo salvífico de Dios. El mensaje de la palabra de Cristo, así prolongada en el mundo y en el tiempo, es: reconciliaos con Dios.

Es Dios quien habla en la palabra del apóstol: «Habiendo recibido vosotros la palabra de Dios predicada por nosotros, la acogisteis, no como palabra de hombres, sino -como es en realidad- como palabra de Dios, que ejerce su acción en vosotros, los creyentes» (1Th_2:13). Y esto es válido, sin ninguna duda, no sólo respecto de los apóstoles de entonces y de su palabra, sino del ministerio apostólico que sigue existiendo en la Iglesia, y cuyos servidores son, hoy, los obispos y los presbíteros. Decimos de la predicación de la Iglesia, que anuncia la palabra de Dios y que en ella escuchamos nosotros esta divina palabra. De hecho, ésta es la profunda afirmación del Nuevo Testamento.

21 Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que en él llegáramos nosotros a ser justicia de Dios.

Con graves y profundas palabras anuncia Pablo, una vez más, el Evangelio de la acción salvifica de Cristo. Explica por qué es hoy posible la reconciliación entre Dios y el mundo, y por qué nosotros, los pecadores, podemos aparecer ahora justificados ante Dios. Cristo fue juzgado inocente, pero fue hecho pecado por nosotros, y, por tanto, en la cruz recayó el pecado sobre él. Por eso estamos nosotros justificados ante Dios. «Cristo nos ha rescatado de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues está escrito: Maldito el que está colgado de un madero» (Gal_3:13 y Deu_21:23). Se lleva a cabo un trueque maravilloso: el pecado de los hombres se hizo pecado, y la justificación de éste se hizo justificación de los pecadores. Esto fue posible porque uno de nuestra misma raza era al mismo tiempo hermano nuestro e Hijo de Dios. Por eso pudo ocupar el puesto de sus hermanos. Y como era Hijo de Dios, su expiación fue absolutamente válida ante el mismo Dios (Rom_3:22-26).

No pretendemos haber puesto ya en claro, con estas paráfrasis, el misterio de la muerte de Cristo. Sigue siendo un misterio que lo que le acontece a Cristo en la cruz deba tener una importancia decisiva de vida o muerte para todos los hombres que han aparecido después de este acontecimiento, y más aún, para todos los hombres en general, sean de antes o de después. En todo caso, el mismo Cristo ha entendido y explicado en este sentido su vida y la entrega que hizo de ella: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mar_10:45). En la última cena -sabiendo que su sangre sería derramada para perdón de los pecados- funda una nueva alianza entre Dios y los hombres (Mat_26:28).

Todo esto significa que ninguno de nosotros está solo. Somos miembros de una gran comunidad, cuya culpa -acrecentada con nuestra personal participación- llevamos sobre nosotros. Así pues, o nos perdemos con la comunidad, o con ella somos salvados. Pero en esto consiste la buena nueva, en que también nosotros somos llevados a la salvación por la comunidad y con ella, cuya cabeza, Cristo, es nuestro hermano y Señor.



Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



Firme esperanza de los ministros del Evangelio, 5:1-10.
1 Pues sabemos que si la tienda de nuestra mansión terrena se deshace, tenemos de Dios una sólida casa, no hecha por mano de hombres, eterna en los cielos. 2 Gemimos en esta nuestra tienda, anhelando sobrevestirnos de aquella nuestra habitación celestial, 3 supuesto que seamos hallados vestidos, no desnudos. 4 Pues realmente, mientras moramos en esta tienda, gemimos oprimidos, por cuanto no queremos ser desnudados, sino sobrevestidos, para que nuestra mortalidad sea absorbida por la vida. 5 Y es Dios quien así nos ha hecho, dándonos las arras de su Espíritu. 6 Así estamos siempre confiados, persuadidos de que mientras moramos en este cuerpo, estamos ausentes del Señor, 7 porque caminamos en fe y no en visión, 8 pero confiamos y quisiéramos más partir del cuerpo y estar presentes al Señor. 9 Por esto, presentes o ausentes, nos esforzamos por serle gratos, 10 puesto que todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para que reciba cada uno según lo que hubiere hecho mientras vivió en el cuerpo, bueno o malo.

Continúa San Pablo (cf. pues del v.1) desarrollando la idea expresada ya en los últimos versículos del capítulo anterior, es a saber, nuestra firme y consoladora esperanza de una vida gloriosa en el cielo, meta feliz de ese hombre interior que se va renovando de día en día, mientras el hombre exterior acaba desmoronándose del todo con la muerte. Es uno de los pasajes más hermosos de San Pablo, y en él se inspira el prefacio de la misa de difuntos: para tus fieles, Señor, la vida se cambia, no se pierde, y al desmoronarse la casa de su cuerpo en el destierro de este mundo, entran en posesión de una mansión eterna en el cielo.
Efectivamente, la primera imagen usada por San Pablo es la de una casa o tienda. El vaso de barro y el hombre exterior, de que habló antes (cf. 4:7.16), se convierte ahora en una tienda o casa de poca consistencia, destinada a ser destruida después de algún tiempo, para dejar lugar a otra casa mucho más sólida y duradera (v.1). Alude Pablo a este nuestro cuerpo actual, frágil y caduco, del que luego dirá que es como una carga o peso: gemimos oprimidos (v.4). La imagen, que también encontramos en 1Pe_1:13-14, está tomada de lo que sucede entre los hombres, particularmente entre los beduinos del desierto, que hoy plantan su tienda en un lugar y mañana la levantan hacia otra parte; por eso dice Pablo, continuando con la imagen, que, aunque se deshaga esa tienda terrena, tenemos otra casa (???????? -????? : desaparece el término tienda, quizá por su carácter de transitoriedad) en los cielos, que no está hecha por mano de hombres (no se debe a la generación humana), sino que viene de Dios y es eterna. Evidentemente, Pablo está aludiendo al cuerpo glorioso, de que trató ampliamente en 1Co_15:35-53. Ni hay razón para suponer, conforme hacen algunos críticos (Holtzmann, Reitzenstein), que está refiriéndose a un cuerpo semimaterial intermedio, de que espera ser revestido hasta que llegue la parusía. De hecho, ese tiempo intermedio entre la muerte de cada uno y la parusía lo caracteriza Pablo diciendo que estaremos desnudos (v.3-4), lo que equivale a decir que careceremos de cuerpo. Cierto que pone tenemos (v.1), en presente, pero eso puede explicarse porque ese cuerpo lo tenemos ya en derecho y en esperanza cierta, tanto más que la humanidad gloriosa de Cristo resucitado, como primicias de la nueva creación, abarca virtualmente (cf. Efe_2:6) el cuerpo glorioso de todos los cristianos 204.
Sin abandonar la imagen tienda terrena-casa celeste, Pablo la presenta con un matiz nuevo: el del vestido (v.2-4). Dice, en efecto, que desea ser sobrevestido, es decir, adquirir un cuerpo glorioso, sin ser desvestido del cuerpo mortal. No explica en qué sentido un cuerpo glorioso pueda sobrevestir a quien tiene un cuerpo mortal, pero es evidente que queda incluida esa transformación a que se alude en 1Co_15:35-53, y que podemos ver insinuada también aquí cuando dice:. para que nuestra mortalidad sea absorbida por la vida (v.4). Lo que principalmente queremos hacer resaltar es ese deseo de Pablo de no pasar por la muerte, sobrevistiendo el cuerpo glorioso sin antes haber sido desnudado del cuerpo mortal. ¿A qué se debe este deseo? Algunos autores, como Cerfaux, dicen que Pablo aquí piensa como judío, temiendo pasar por un estadio de existencia en el que, abandonado por su cuerpo mortal, no se hubiera revestido todavía de su cuerpo resucitado 205; sin embargo, juzgamos más probable que se trata simplemente de ese deseo de vida indefectible y de repugnancia a la muerte que todos experimentamos. A todos nos gustaría que, sin tener que separarnos de este cuerpo que ahora tenemos, fuese despojado de sus miserias y revestido de las dotes del cuerpo glorioso. En el v.5 afirma que Dios mismo es quien nos ha hecho así, poniendo en nosotros ese deseo de vida indefectible, es a saber, no querer ser desnudados, sino sobrevestidos, dándonos ya ahora como arras o anticipo su Espíritu (cf. i, 22; Rom_8:11.23).
A continuación (v.6-8) recoge Pablo nuevamente la alternativa desarrollada en los v.3-4, es a saber, morir antes de la parusía o conservarse en vida hasta la parusía y ser transformado sin pasar por la muerte; pero ahora nos encontramos con un cambio completo de perspectiva. Ya no preocupa a Pablo el quedar desnudo; antes al contrario, sin hacer alusión alguna a la parusía, dice que prefiere morir a seguir viviendo en la tierra. ¿Cuál es la razón de esa preferencia? Pablo es muy claro al respecto: mientras estemos domiciliados en el cuerpo (??????????? ?? ?? ?????? ), estamos lejos (?????????? ??? .) del Señor (v.6), dado que caminamos por la fe y no por la visión (v.y; cf. 1Co_13:12; Rom_8:24); de ahí que prefiera (v.8) marchar del cuerpo (????????? ?? ??? ??????? ) y estar domiciliado junto al Señor (????????? ???? ??? ?????? ).
El cambio de perspectiva respecto de los v.2-4 es total. Allí la perspectiva era de profundas raíces veterotestamentarías, pero ahora Pablo se mueve en un plano específicamente cristiano, centrando su mirada en Jesucristo, que nos está esperando en el cielo, nuestra verdadera patria, de la que actualmente, mientras moramos en este cuerpo, estamos ausentes, teniendo que caminar en fe y no en visión. Ni hay contradicción con lo dicho en los v.1-5; pues nada se opone a que Pablo siga pensando que ha de ser precisamente revestidos de un cuerpo glorioso como adquiriremos la felicidad completa junto al Señor.
La relación de continuidad que el Apóstol establece entre partir del cuerpo y estar presentes al Señor (v.8), claramente deja entender que la reunión del cristiano con Cristo tendrá lugar en seguida después de la muerte individual. Serían vanos esos deseos de morir, si una vez dejado el cuerpo, no se le concediese al justo la visión beatífica, teniendo que esperar hasta el final de los tiempos en la resurrección general. Es la misma doctrina que encontramos también en otros lugares del Nuevo Testamento (cf. Luc_16:22-23; Luc_23:43).
En los v.9-10 continúa Pablo en la misma idea, añadiendo un rasgo muy propio suyo, que revela la grandeza de su alma; es a saber, que, no obstante su preferencia por la muerte para estar junto al Señor, se somete gustoso a la voluntad divina (presentes o ausentes, v.9), sin otra ambición que la de esforzarse por ser grato al Señor, sabiendo que habremos de darle cuenta de todas las acciones realizadas mientras vivimos en esta carne mortal (v.9-10; cf. Hec_10:42). Parece claro, en conformidad con el v.8, que Pablo se refiere no sólo al juicio universal al final de los tiempos (cf. 2Te_1:6-10), sino que incluye también el juicio particular de cada uno después de la muerte.

La caridad de Cristo, resorte del apostolado,2Te_5:11-21.
11 Sabedores, pues, del temor del Señor, hacernos por sincerarnos ante los hombres, que a Dios bien de manifiesto le estamos; espero que también a vuestra conciencia, 12 No es que otra vez pretendamos recomendarnos, sino daros ocasión para gloriaros en nosotros, a fin de que tengáis qué responder a los que ponen la gloria en lo exterior y no en lo interior. 13 Porque, si loqueamos, es por Dios; si juicioseamos, es por vosotros. 14 La caridad de Cristo nos constriñe, persuadidos como lo estamos de que, si uno murió por todos, luego todos son muertos; 15 y murió por todos para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que por ellos murió y resucitó. 16 De manera que desde ahora a nadie conocemos según la carne; y aun a Cristo, si le conocimos según la carne, pero ahora ya no así. 17 De suerte que el que está en Cristo es una criatura nueva y lo viejo pasó, se ha hecho nuevo.18 Mas todo esto viene de Dios, que por Cristo nos ha reconciliado consigo, y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación. 19 Porque a la verdad, Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo y no imputándole sus delitos, y puso en nuestras manos la palabra de reconciliación. 20 Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros. Por Cristo os rogamos: Reconciliaos con Dios. 21 A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros, para que en El fuéramos justicia de Dios.

Nadie podrá leer sin emoción estas líneas del Apóstol, que rebosan amor a Jesucristo, a cuya obra de salud aluden constantemente. La idea del juicio divino, últimamente mencionada, liga esta sección con la precedente.
Pablo, que sabe ha de dar cuenta ante el tribunal de Jesucristo de todas sus acciones (v.10), quiere dejar bien claro cuáles son los móviles de su apostolado. No quiere tapujos ni ocultaciones. La sinceridad de su proceder es manifiesta a Dios, pero quiere que lo sea también a los hombres (v.1.1). Y no va a hablar de esto porque de nuevo quiera alabarse (cf. 3:1), sino simplemente para que sus fieles puedan gloriarse en él y sepan cómo responder a los que le calumnian, llenos, sí, de exterioridades y palabrada, pero faltos de realidades auténticas interiores (v.12). El Apóstol no concreta más. Es posible que esos falsos apóstoles, adversarios de Pablo, hicieran ostentación de su origen judío y de su trato con los Doce (cf. 10:7; 11:18). Lo que sí parece claro es que a Pablo Ife acusaban de exaltado y de loco. Así hará también más tarde Festo en Cesárea (cf. Hec_26:24). Pablo recoge la acusación y dice que si hace el loco, mostrando un celo apostólico que muchos toman por locura, sepan que lo hace por Dios; pero sepan, añade un poco humorísticamente, que sabe también hacer el cuerdo, como está haciendo ahora con ellos, al tenerles que dar tantas explicaciones (? .13).
Después de estos preliminares, señala concretamente cuál es el móvil de su apostolado: la caridad de Cristo (v.14). He ahí lo que no le deja descansar, lo que le impele a una completa entrega a la obra apostólica, lo que es causa de sus locuras y de sus corduras. Ese amor de Cristo (????? ??? ??????? ), como se deduce de las expresiones que vienen a continuación, es sobre todo el amor de Cristo a nosotros; es claro, sin embargo, que ese amor está exigiendo la correspondencia, es decir, el amor de nosotros a Cristo, y en la mente de Pablo no se conciben separados. La afirmación de que la muerte de Cristo es muerte de todos (v.14), que sustancialmente vuelve a repetir en el v.15 y en el v.21, constituye el verdadero eje de la doctrina de la redención: un solo hombre, Cristo, ha muerto y resucitado por todos, en calidad de representante de la humanidad. Hay una doble corriente entre nosotros y Cristo: corriente de pecado, que va de nosotros a El, y corriente de justicia, que viene de El a nosotros. No se trata simplemente de que ha muerto y resucitado en beneficio nuestro; eso es verdad, pero no va hasta el fondo del problema. La clave de la solución ha de buscarse en el principio de solidaridad, como explicamos con más detalle al comentar otros textos paulinos parecidos a éstos (cf. Rom_8:3-4; Gal_3:13-14). La muerte y resurrección de Cristo fue un hecho histórico que tuvo lugar hace ya muchos años; aunque, tratándose de cada hombre en particular, la muerte y resurrección no tiene lugar sino en el bautismo, que es el momento en que, de hecho, se incorpora a Cristo muerto y resucitado (cf. Rom_6:3-11).
Como consecuencia de esta incorporación y de esta nueva vida a la que nace, el cristiano a nadie debe conocer según la carne (v.16), siendo en realidad como una criatura nueva (v.17; cf. Gal_6:15; Efe_4:24; Gol 3:9-10) 206. La expresión conocer según la carne, no se refiere a una contemplación material, sino a un juicio o apreciación carnal y equivale prácticamente a conocer según las apariencias exteriores, guiados por consideraciones puramente humanas. Es el conocimiento que Pablo confiesa haber tenido de Cristo (v.16), en consonancia con los criterios de la corriente farisea en que estaba educado (cf. Gal_1:13-14; 1Ti_1:13). Evidentemente, no se refiere a que hubiera conocido a Cristo personalmente; pues, en ese caso, ¿qué significaría lo de que ahora ya no le conoce así? Esta expresión no parece significar otra cosa sino que ahora, a partir de su conversión, le conoce desde el punto de vista de la fe, cual corresponde a una criatura nueva, renovada por la acción de la gracia, única que está capacitada para juzgar de las cosas de Dios (cf. 1Co_2:14-15).
Los ? . 18-21 constituyen como la conclusión de cuanto ha venido diciendo, pero aplicándolo directamente al ministerio apostólico del cual una vez más hace la apología. Hace notar que la iniciativa en el procedimiento de reconciliación parte de Dios, la obra la lleva a cabo Jesucristo, y los apóstoles son los encargados de darla a conocer al mundo. ¡Gran dignidad la de los apóstoles, y, consiguientemente, la de los predicadores, que continúan su misión! Somos embajadores de Cristo (v.20), dice muy alto San Pablo. Las expresiones tan fuertes y cargadas de sentido con que en el v.21 caracteriza la obra redentora de Cristo, ya quedaron explicadas al comentar el v.14.

Comentario de Santo Toms de Aquino


Lección 2: 2 Corintios 5,5-10Enseña que la causa dei deseo sobrenatural no proviene de ía naturaleza sino de Dios.
5.Para esto mismo nos hizo Dios, dándonos las arras del Espíritu.
6.Por eso nos atrevemos siempre, sabiendo que mientras habitamos en el cuerpo, vivimos ausentes del Señor.
7.Porque por je andamos y no por visión.
8.Así es que nos atrevemos, llenos de buen ánimo, más bien a salir del cuerpo y vivir con el Señor.
9.Por eso nos afanamos, tanto ausentes (en el cuerpo), como presentes, en agradarle.
10.Porque es necesario que todos seamos descubiertos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba en el cuerpo según lo bueno o lo malo que haya hecho.
Aquí muestra al autor del sobrenatural deseo de la celestial habitación. Porque la causa del natural deseo por el que no queremos ser despojados es que el alma naturalmente se une al cuerpo, y a la inversa. Pero el que anhelemos ser revestidos de la celestial habitación no procede de la naturaleza, sino de Dios. Y por eso dice: Para esto mismo nos hizo Dios; como si dijera: Queremos sobrevestirnos de la celestial habitación, pero de tal manera que no se nos despoje de la terrena; pero este mismo deseo de ser así sobrevestidos es Dios quien lo produce en nosotros. Dios es quien obra en nosotros el querer y el hacer (Fil 2,13). La razón de ello es que cuanto sigue a la naturaleza, conviniendo el apetito con el fin de su naturaleza, así como lo que pesa naturaímente tiende a caer, también apetece el descansar allí. Mas si el deseo de alguna cosa está sobre la naturaleza de otra, ésta no se mueve hacia aquel fin de manera natural, sino por otro que esté por encima de su naturaleza. Ahora bien, es patente que el gozar de la gloria celestial y ver a Dios en su esencia, aun cuando se trate de una creatura racional es algo que está sobre su naturaleza, porque no se mueve la creatura racional a esto deseándolo por su naturaleza, sino por el mismo Dios, que esto mismo hizo en nosotros. Y la manera de hacerlo la agrega diciendo: dándonos las arras del Espíritu.
Acerca de lo cual débese saber que Dios obra en nosotros deseos naturales y deseos sobrenaturales. Los naturales cuando nos da una aspiración natural conveniente a la humana naturaleza. 1nsufló en sus narices aliento de vida (Gen. 2,7). Y los sobrenaturales los da cuando infunde en nosotros un espíritu sobrenatural, esto es, el Espíritu Santo. Y por eso dice: dándonos las arras del Espíritu, o sea, el Espíritu Santo causando en nosotros la certeza de la cosa con la que deseamos completarnos. Recibisteis el seüo del Espíritu Santo que estaba prometido (Ep 1,13). Y dice arras, porque las arras deben valer tanto cuanto vale la cosa por la cual se dan; pero difieren de la cosa por la cual se ponen en que con más pleno derecho se posee la cosa cuando ya se tiene, que las arras; porque la cosa se posee de modo que sea de uno, y las arras en cambio se reciben y tienen como por la certeza de la cosa que se debe tener. Y así es respecto del Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo vale tanto cuanto la gloria celestial, pero difiere en el modo de tenerse, porque ahora lo tenemos como para certeza de que conseguiremos aquella gloria; y ciertamente en la patria lo tendremos como cosa ya nuestra y por nosotros poseída. Porque entonces poseeremos de manera perfecta lo que ahora imperfectamente. Así es que se retarda el deseo de la gracia por el deseo de la naturaleza. Pero ¿acaso lo impide? No, sino que vence el deseo de la gracia. Y esto lo dice así: Por eso nos atrevemos siempre, etc.; como si dijera: Dos deseos hay en los santos: el uno con el que anhelan la habitación celestial, el otro por el que no quieren ser despojados. Y si estas dos cosas fuesen hermanables, no serían contrarias, y lo uno no se retardaría por lo otro. Pero el Apóstol muestra que no son hermanables, por lo cual es forzoso que una de ellas venza a la otra. Por lo cual acerca de esto hace tres cosas. Porque primero muestra la incompatibilidad de los dichos deseos; segundo, presenta cierta prueba: porque por la fe, etc.; tercero, muestra cuál de esas dos cosas vence: así es que nos atrevemos, etc.
La incompatibilidad la muestra diciendo: Por eso nos atrevemos, etc. Atreverse propiamente es ponerse en peligros de muerte y no retroceder por temor. Porque aun cuando los santos naturalmente teman la muerte, sin embargo se enfrentan a los peligros de muerte y no retroceden por el temor de la muerte. El justo se mantiene a pie firme como el león (Pr 28,1). Mientras vivió no temió a príncipe alguno (Sir 48,13). Sabiendo esto que confirma en nosotros la audacia, para que no temamos morir por Cristo, porque mientras habitamos en este cuerpo mortal, vivimos ausentes, lejos, de Dios. ¡Ay de mí, que mi destierro se ha prolongado! (Ps. 119,5). Vivimos ausentes, digo, porque estamos fuera de nuestra patria, que es Dios, pues de otra manera no diríamos que estamos ausentes de El. Y no lo decimos por nuestra naturaleza sino por su gracia. Y que estamos ausentes del Señor lo prueba diciendo: porque por fe andamos, o sea, que en esta vida caminamos guiados por fe, y no por visión, no por perfecta, visión. Porque la palabra de fe es como una luz por la cual somos iluminados para caminar en esta vida. Antorcha para mis pies es tu palabra (Ps. 118,105). Y en la patria no habrá tal antorcha, porque la propia claridad de Dios, o sea, el mismo Dios, la
iluminará. Y entonces lo veremos por visión, o sea, en su esencia. Dice, pues: Por fe andamos, porque la fe es de lo que no se ve. Porque la fe es la substancia de las cosas que se deben esperar, el argumento o prueba de lo que no se ve (Heb 2,1). Porque mientras el alma está unida al cuerpo mortal, no ve a Dios por esencia. No me verá hombre ninguno sin morir (Ex. 33,20). De aquí que en cuanto asentimos, creyendo en aquellas cosas que no vemos, decimos que andamos por fe y no por visión. Por lo tanto de esta manera es patente la incompatibilidad de los dos deseos, porque con este cuerpo no podemos revestirnos la habitación celestial, y la prueba de ello es que por fe andamos.
Se sigue consiguientemente la victoria de uno de los dos deseos, del deseo de la gracia, diciendo:
Así es que nos atrevemos, etc. Y se debe tomar sabiendo sobre lo establecido, porque es una carta sostenida, de modo que diga así: Digo que sabiendo esto, porque mientras habitamos en este cuerpo, etc., nos atrevemos, llenos de buen animo, etc. Dice dos cosas, de las cuales la una entraña la repugnancia que tiene en querer, ¡o cual ocurre por temor de la muerte. Porque donde hay temor no hay audacia. Y del apetito de la naturaleza se engendra el temor de la muerte, y del apetito de la gracia surge la audacia. Por lo cual dice: Nos atrevemos. Lo otro entraña imperfección del ánimo en el deseo, porque si no se desea bien a bien, no se vencerá el temor de la muerte, por ser harto natural. Y por esto no sólo es necesario atreverse, sino tener buena voluntad, o sea, querer con alegría. Porque aun cuando según el Filósofo, en el acto de la fortaleza no se requiera el gozo para la perfección de la virtud como en las otras virtudes, sino tan sólo el no contristarse, sin embargo, por ser más perfecta la fortaleza de los santos, no sólo no se entristecen en los peligros de muerte, sino que aun gozan. Tengo deseo de morir, etc. (Fil 1,23). Pero ¿a qué nos atrevemos? Más bien a salir del cuerpo, por la disolución del cuerpo, lo cual es contra. el deseo de la naturaleza, y vivir con el Señor, o sea, andar por visión, lo cual es el deseo de la gracia. Esto deseaba el Salmista (41,3), que decía: Sedienta está mi aima del Dios vivo y fuerte, etc. Y es de observarse que aquí concluye el Apóstol con las dos cosas que al principio asentó (cap. 2): que nuestra casa terrena de esta habitación se disuelve, lo cual es lo mismo que ¡o que aquí expresa con salir del cuerpo, y que en el cielo tenemos una habitación no hecha de manos, y esto es lo mismo que vivir con el Señor. Con estas palabras se refuta el error de los que dicen que las almas de los santos al morir no son conducidas inmediatamente después de la muerte a la visión de Dios y a su presencia, sino que morarán en ciertas mansiones hasta el día del juicio. Porque en balde se atreverían los santos a salir del cuerpo y lo desearían, si al separarse del cuerpo no fueran a vivir con el Señor.
Ypor lo mismo se debe decir que los santos al instante después de la muerte ven a Dios por esencia, y viven en la mansión celestial. Y de esta manera es patente que el premio que los santos esperan es inestimable. Esto se sigue de la preparación para el premio, la cual se hace mediante la lucha contra las tentaciones y mediante el ejercicio de las buenas obras, y esto lo dice así el Apóstol: Por eso nos afanamos, etc. Ahora bien, los santos se preparan para este premio de tres maneras: la primera, agradando a Dios; la segunda, beneficiando al prójimo: Penetrados, pues, del temor de Dios (2Co
5,2); la tercera, rechazando de uno mismo los afectos carnales: De manera que desde ahora nosotros no conocemos a nadie según la carne (2Co 5,16). Ahora bien, a Dios lo agradan resistiendo al mal, por lo cual dice: por eso, por ser todo nuestro anhelo el vivir con Dios, nos afanamos, esto es, esforzadamente resistimos, sin ningún descuido y sin ahorrar ningún esfuerzo, a las tentaciones del diablo, del mundo y de la carne. Pelead para entrar por la puerta angosta, etc. (Lc 13,24). En agradarle, a Dios, con quien deseamos vivir: y el agradarle ya estando ausentes de El, ya presentes a El; porque si no nos esforzamos por agradarle en esta vida mientras estamos ausentes, tampoco podremos agradarle ni estarle presentes en la otra vida. Por haber agradado a Dios fue amado por El (Sg 4,10).
En seguida, cuando dice: Porque es necesario que todos seamos descubiertos, etc., agrega la causa por la cual los santos luchan por agradar a Dios, la cual se toma de la consideración del juicio futuro, en el cual no podremos dejar de ser descubiertos. Ahora bien, indica el Apóstol cinco
características del juicio futuro. La primera es su universalidad, porque nadie quedará exceptuado de él. Y por eso dice: Porque es necesario que todos nosotros, o sea, todos los hombres, buenos y malos, grandes y pequeños. Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo (Rm 14,10). Y vi a los muertos, los grandes y los pequeños, en pie ante el trono, etc. (Ap 20,12).
Pero contra esto se hacen dos objeciones. Primera: parece que los infieles no comparecerán al juicio, porque el que no cree ya está juzgado-, como se dice en Jn 3,18. Segunda: Algunos estarán allí como jueces. Os sentaréis, vosotros también, sobre doce tronos (Mt 19,28). Luego no todos estarán en el tribunal para ser juzgados.
Solución. Débese decir que en el juicio habrá dos cosas, a saber: enunciación de la sentencia y revisión de los méritos; y en cuanto a esto no todos serán juzgados, porque aquellos que totalmente renunciaron a Satanás y a sus pompas y que en todo se adhirieron a Cristo, no serán examinados porque ya son dioses. Y aquellos que en nada se adhirieron a Cristo, ni por la fe ni por las obras, de manera semejante no necesitan de ningún examen porque nada tienen en común con Cristo. Pero aquellos que algo tuvieron de común con Cristo, como es la fe, y en algo se apartaron de Cristo, por malas obras y perversos deseos, serán examinados sobre las cosas que contra Cristo hicieron. De aquí que en cuanto a esto, solamente los cristianos pecadores serán presentados ante el tribunal de Cristo. Además, en el juicio se pronunciará la sentencia, y en cuanto a esto todos comparecerán.
Pero esto no tiene que ver con los niños, porque se dice: para que cada uno reciba en el cuerpo según lo bueno o lo malo que haya hecho; pero los niños nada obraron con el cuerpo; luego, etc. Pero en cuanto a esto dice bien la Glosa que no serán juzgados por cosas que hayan hecho por sí mismos, sino por las cosas que hicieron mediante otros, en cuanto que mediante ellos creyeron o no creyeron, fueron bautizados o no. O bien, que serán castigados por el pecado del primer Padre.
La segunda característica del juicio es su certeza. En el juicio de los hombres muchos pueden engañar, mientras que otros son juzgados como malos siendo buenos, y a la inversa. Y la razón de ello es que no se descubren los corazones; y en cambio en aquel juicio habrá una perfectísima certeza porque se descubrirán los corazones. Por lo cual dice: seamos descubiertos. No juzguéis nada antes de tiempo (1Co 4,5).
La tercera característica del juicio es su necesidad, porque ni por interpósita persona ni por contumacia podra nadie huir del juicio aquel. Por lo cual dice: es necesario. Tened entendido que hay un juicio (Jb 19,29). Hará Dios dar cuenta en su juicio de todas las faltas, y de todo el bien y el mal que se habrá hecho (Ecles. 12,14).
La cuarta característica del juicio es su autoridad. Por lo cual dice: ante el tribunal de Cristo, de modo que El vendrá a juzgar a los hombres en la misma forma en que fue juzgado por los hombres, para que en su forma humana sea visto por los buenos y por los malos. Porque los malos no pueden ver la gloria de Dios. Le ha dado también el poder de juzgar, etc. (Jn 5,27). Ahora bien, la palabra tribunal quiere decir potestad judicial, y está tomada de ia antigua costumbre de los Romanos, que eligieron tres tribunos de la plebe, a cuyo oficio correspondía el juzgar de los abusos de los cónsules y senadores, y sus despachos se llamaban tribunales.
La quinta característica del juicio es la equidad, porque según los propios méritos serán los premios o las penas. Por lo cual dice: para que cada uno reciba, etc. Dará a cada uno el pago según sus obras (Rm 2,6). Y dice que en el cuerpo, no sólo por las cosas que hizo por movimiento del cuerpo, sino por las que hizo con" la mente, pues de otra manera los infieles no serían castigados. Y por eso cuando dice en el cuerpo se debe entender que por las cosas que hizo mientras vivió en el cuerpo.

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



22 5,1-10. De este párrafo se han propuesto interpretaciones muy distintas debido al desacuerdo existente respecto al tema tratado (véase Alio, Seconde épitre 137.155; F. G. Lang, 2 Kor 5:1-10 in der neueren Forschung [BGBE 16, Tubinga 1973]). Quizá para la mayoría el problema sea el de la existencia corpórea entre el entierro y la resurrección, de ahí la interpretación antropológica e individualista de las imágenes. El contexto, sin embargo, parece insinuar más bien que Pablo está interesado en demostrar que los sufri(-)mientos actuales no son un criterio válido de apostolado, porque el verdadero hogar de todos los creyentes está en otro sitio. Las imágenes, por consiguiente, se deben interpretar existencialmente.
23 1. sabemos: Lo que sigue es una explicación de 4,18. Hay una alternativa a la existencia terrena, casa a modo de tienda: La imagen pone de relieve el carácter efímero y frágil del cuerpo humano, la «vasija de barro» de 4,7. es destruida: Por la muerte en cuanto culminación de los sufrimientos (4,8-9.16). un edificio que es de Dios: La imagen antitética tal vez estuviera influenciada por la idea del templo escatológico (2ApBar 4,3; 2 Esd 10,40-57) sometida al estímulo de Mc 14,58 y Jn 2,19-21. Simboliza una existencia nueva (Flp 3,12-21), más bien que el cuerpo resucitado, tenemos: El tiempo pres. expresa la certidumbre de la esperanza. 2. pues en esto: Esta expresión probablemente sea causal (1 Cor 4,4), de manera que = «por tanto», suspiramos: Es decir, con anhelo esperanzado, como aclara «deseando». revestirnos: La metáfora del revestimiento de 1 Cor 15,53-54 encaja mal con la imagen del edificio. El denominador común es una nue(-)va modalidad de existencia; cf. «revestirse de Cristo» (Gál 3,27; Rom 13,14), que, sin embargo, hace referencia a esta vida. 3. suponiendo: Ei ge seguido por kai introduce una suposición necesaria (véase M. E. Thrall, Greek Particles in the New Testament [NTTS 3, Grand Rapids 1962] 86-91); expresa, pues, convicción, no duda, no nos encontramos desnudos: La imagen no alude al desnudamiento del cuerpo en la muerte, como en la tradición filosófica gr., pero, unida a la metáfora del revestimiento, refuta la opinión de que no existe vida tras la muerte. 4. Reiteración del pensamiento del v. 2. los que estamos en esta tienda: Los que vivimos en este mundo, estamos abrumados: Esto hace referencia, no al peso del cuerpo (como en Sab 9,15), sino a los sufrimientos apostólicos de Pablo, que intensifican la añoranza de éste por otra modalidad de existencia, no ser desvestidos, sino más bien sobrevestidos: Espera él que la parusía llegue antes de que lo maten (1 Cor 15,51; 1 Tes 4,15). 5. La esperanza de Pablo se basa en lo que Dios ha hecho ya por medio del Espíritu (1,22).
(Lambrecht, J., «La vie engloutit ce qui est mortel», La páque du Christ [Fest. F. Durrwell, ed. M. Benzerath et al., LD 112, París 1982] 237-48. Thrall, M. E., «"Putting on o Stripping off in 2 Cor 5:3», New Testament Textual Criticism [Fest. B. Metzger, ed. E. J. Epp et al., Oxford 1981] 221-37. Wonneberger, W., Syntax und Exegese [BBET 13, Francfort 1979] 180-201.)
24 6-7. El anacoluto del v. 6a se debe a que Pablo cae en la cuenta de que cuanto acaba de decir (w. 1-5) se podría interpretar como una denigración de la existencia corpórea en un sentido agradable para algunos de Corinto (véase el comentario a 1 Cor 6,18b). Así, cita una afirmación corintia introducida por eidotes hoti, «sabemos que» (1 Cor 8,1.4), en la que se afirma que la existencia corpórea es un obstáculo para la unión con Cristo (véase J. Murphy-OConnor, RB 93 [1986] 214-21). 8. más bien lo consideramos bueno: Pablo señala su preferencia por una reformulación del lema corintio. Al sustituir en y apo por ek y pros, transforma una oposición estática en un movimiento unificado. 9. bien estando en casa: Se niega la utilidad de la imagen del domicilio. Lo importante es agradar al Señor (1 Tes 2,25; 4,1) . 10. tribunal: Esto acentúa la trascendencia del cuerpo, al hacer de sus actividades la base del juicio final.
(Aono, T., Die Entwicklung des paulinischen Gerichtsgedankens bei den Apostolischen Vatern [EHS 23/137, Berna 1979], Baumert, N., Taglich sterben und auferstehen: Der Literalsinn von 2 Kor 4:12-5:10 [SANT 34, Munich 1973]. Lillie, W., «An Approach to 2 Cor 5:1-10», SJT 30 [1977] 59-70. Penna, R,, «Sofferenze apostolice, anthropologia ed escatologia in 2 Cor 4:7-5,10», Parola e Spirito [Fest. S. Cipriani, ed. C. C. Marcheselli, Brescia 1981] 1. 401-31.)
25 (D) Reconciliación en una nueva creación (5,11-6,10). Pablo concluye su largo desarrollo sobre el apostolado auténtico poniendo de relieve su fundamento cristológico y su objetivo último.

(A) LA NUEVA CREACIÓN (5,11-17). 11. tratamos de persuadir: En 1 Cor 2,4 y Gál 1,10 peithein tiene connotación peyorativa. Al usarlo aquí, Pablo acepta y matiza la descripción que de su ministerio hacen sus adversarios, vuestras conciencias: Véase el comentario a 4,2. 12. no nos recomendamos: Véase el comentario a 3,1. con respecto a aquellos cuyo gloriarse con(-)cierne al rostro: Pablo pretende dar armas a los corintios contra los adversarios del apóstol, que centran su atención en apariencias superficiales. 13. si perdimos el juicio: La aseveración de que el éxtasis religioso concierne sólo a Dios puede ser una refutación de quienes sostenían que validaba su ministerio. La plena posesión de los sentidos es el requisito esencial del amor. 14. el amor de Cristo: El amor demostrado por Cristo (Gál 2,20; Rom 8,35-38) como modelo de una existencia auténtica (v. 15). nos apremia: Pablo cree que no tiene otra opción salvo imitar la abnegación de Cristo. uno murió por todos: Esta modificación de una fórmula tradicional (véase el comentario a 1 Cor 15,3) pone de relieve el número de los beneficiados por la muerte de Cristo, todos murieron: El efecto del acto salvífico de Cristo, la vida nueva (1 Cor 15,22; Rom 5,12-21), se expresa desde la perspectiva de su requisito esencial, la muerte a todo lo que es hostil a Dios (Rom 8,13). 15. Esa vida nueva (4,10-12) se debe expresar en una conducta altruista, como lo fue la de Cristo (Gál 2,20). Los cristianos deben vivir como él murió. 16. no juzgamos a nadie de manera camal: Pablo condena una valoración de los demás basada en los criterios convencionales de un mundo caído (véase el comentario a 1 Cor 3,1-4). La humanidad de Cristo es la verdadera piedra de toque, en otro tiempo conocimos a Cristo de manera camal: Como fariseo, Pablo había juzgado mal a Cristo debido a su aceptación sin crítica de la opinión judía habitual, ya no lo conocemos así: Un cambio radical parecido debe darse en el modo en que los creyentes valoran a los demás seres humanos. 17. si alguien está en Cristo: Cualquiera que pertenezca a la comunidad creyente, que es Cristo (1 Cor 6,15; 8,12; 12,12). una nueva creación: Para unir esto con lo que precede se debe sobreentender «es» o «hay» (? Teología paulina, 82:79). Lo primero pone de relieve el efecto, lo segundo la causalidad, de un nuevo acto de creación, acto que en el judaismo apocalíptico inauguraba el eschaton (1 Hen 72,1; 2ApBar 32,6; Jub 4,26; 1QS 4,25; 1QH 11,10-14; 13,11-
12) . las cosas antiguas han desaparecido, han surgido cosas nuevas: Dado el contexto epistemológico, el referente principal debe ser el criterio del juicio. La aceptación vital del criterio de la humanidad representada por Cristo provoca un cambio radical (v. 15).
(Fraser, J. W., «Pauls Knowledge of Jesús: 2 Cor 5:16 Once More», NTS 17 [1970-71] 293-313. Kuhn, H.-W., Enderwartung und gegenwartiges Heil [SUNT 4, Gotinga 1966] 48-52.75-78. Martyn, J. L., «Epistemology at the Tum of the Ages: 2 Cor 5:16», Christian History and Interpretation [Fest. J. Knox, ed. W. R. Farmer et al., Cambridge 1967] 269-87. Sjóberg, E., «Wiedergeburt und Neuschópfung im palástinischen Judentum», ST 4 [1951] 44-85; «Neuschópfung in den Toten-Meer-Rollen», ST 9 [1955] 131-36. Stuhlmacher, R, «Erwagungen zum ontologischen Charaktér der kainé ktisis bei Paulus», EvT 27 [1967] 1-35.)

26 (B) EL MINISTERIO DE LA RECONCILIACIÓN (5,18-6,10). En este momento, Pablo pasa a explicar detalladamente el proceso por el cual el amor salvador de Dios llega a las vidas humanas. En el plan divino, los representantes humanos median la gracia (véase 1 Cor 3,5-9). 18-19. Pablo cita e interpreta una fórmula tradicional (v. 19ab) que mencionaba al iniciador de la reconciliación (Dios), al representante (Cristo) y el medio por el que se llevó a cabo (el perdón de los pecados). La humanidad sólo está en paz con Dios una vez que ha sido restablecida en la autenticidad. Pablo contesta a la pregunta sobre el cómo, que surge de los ptcs. pres. de la fórmula, introduciendo a los mediadores que hacen real para sus contemporáneos la acción de Cristo. 20. embajadores de Cristo: Los ministros no son meramente re(-)presentantes oficiales (1 Cor 1,17; Rom 10,15), sino que prolongan la misión de Cristo de manera única (véase 4,10-11). Dios exhorta: El vb. subraya el respeto de Dios por la libertad de sus criaturas, respeto presente también en las palabras de Pablo mismo, «suplicamos», de(-)jaos reconciliar: El impv. corresponde al indic. de los vv. 18-19 (-«Teología paulina, 82:72). 21. Este versículo amplía los w. 18-19 explicando el papel de Cristo en la reconciliación, hizo pecado al que no conocía pecado: Como mesías (Is 53,9; SalSl 17,40-43; TestXIIJud 24,1; TestXIILev 18,9), Cristo era reconocido como sin pecado (Heb 4,15; 1 Pe 2,22; Jn 8,46; 1 Jn 3,5); sin embargo, por decisión de Dios (Rom 8,3) «llegó a estar en esa relación con Dios que normalmente es el resultado del pecado» (Barrett). Llegó a ser parte de la humanidad pecadora (Gál 3,13). para que por medio de él pudiéramos llegar a ser justicia de Dios: «Por medio del acto de ternura de Dios en Cristo hemos llegado a estar en esa relación con Dios que se designa con el término justicia, esto es, somos absueltos, justificados, reconciliados en su tribunal» (Barrett). La humanidad es lo que puede y debe ser sólo en cuanto es justa (- Teología paulina, 82:68-70).
(Hahn, F., «Siehe, jetzt ist der Tag des Heils: Neuschópfung und Versóhnung nach 2 Kor 5,14-6,2», EvT 33 [1973] 244-53. Hofius, O., «Erwagun(-)gen zur Gestalt und Herkunft des paulinischen Versóhnungsgedankens», ZTK 77 [1980] 186-99; «"Gott hat unter uns aufgerichtet das Wort von der Versóhnung [2 Kor 5:19]», ZNW 71 [1980] 227-32. Hooker, M. D., «Interchange in Christ», JTS 22 [1971] 349-61. Lyonnet, S. y L. Sabourin, Sin, Redemption, and Sacrifice [AnBib 48, Roma 1970] 187-296. Thrall, M. E., «2 Cor 5:18-21: Reconciliation with God», ExpTim 93 [1981-82] 227-32. Walter, N,, «Christusglaube und heidnische Religiositat in pau(-)linischen Gemeinden», NTS 25 [1978-79] 422-42.)

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Esperanza de la gloria. Pablo se siente sometido a un movimiento doble y opuesto: de decadencia física y aun mental, por una parte, y de crecimiento diario espiritual, por otra. Es como si actuaran en él dos fuerzas contrarias, una de «corrupción» y otra de «renovación». La una afectando al hombre exterior y visible, la otra al interior o invisible. El Apóstol no se acobarda ni se desanima, sino todo lo contrario, pues no existe proporción entre la corrupción y la renovación, ya que la tribulación presente nos produce una carga incalculable de gloria perpetua (4,17s). Esta desproporción entre sufrimiento y gloria esperada la aplica Pablo a todo cristiano en Rom_8:18.
Continúa en el capítulo 5 con la comparación entre los bienes futuros y los presentes. Recordando la vida en «tiendas de campaña» de los israelitas durante su travesía del desierto, aplica la imagen a nuestro cuerpo mortal que es como una «tienda» que se monta y se desmonta (cfr. Isa_38:12; Job_4:19-21), en contraste con las casas «permanentes» que se encuentran en la tierra prometida (cfr. Deu_6:11; Jos_24:13), construidas por Dios, en alusión a la resurrección. La vida del cristiano en este mundo transcurre en esta tensión escatológica entre lo provisional que experimentamos y lo permanente que nos espera. Esta situación produce en el Apóstol un anhelo apasionado por estar y vivir con Cristo definitivamente. A la imagen de la morada definitiva con la que ha venido jugando, el Apóstol superpone otra imagen bíblica, la de vestirse y re-vestirse, para darnos una frase densa, preñada de contenido simbólico: «suspiramos con el deseo de revestirnos aquella morada celestial» (2). Los hebreos consideraban afrentosa la desnudez, recuerdo permanente del pecado (cfr. Gén_9:18-24). La persona justa, por el contrario, está vestida de ropas de salvación y del manto de la justicia (cfr. Isa_61:10). Tomando la imagen y refiriéndose al cristiano, Pablo dirá que tiene que estar vestido con la armadura luminosa (Rom_13:12), con la coraza de la fe y del amor (1Ts_5:8) y de la justicia (Efe_6:14). O sea, revestidos de Cristo.
Vivir en «tiendas» es para el Apóstol un «sinvivir», un destierro que atravesamos agarrados a la fe, pero animosos y esperanzados como desea y espera el orante iluminado (cfr. Sal_65:5; Sal_84:2s). Al final, sin embargo, el Apóstol aterriza de nuevo en la realidad cotidiana de su ministerio. Lo importante, ya sea viviendo en «tiendas» o en la «habitación definitiva», es agradar al Señor, hacer su voluntad tal y como él, Pablo, lo intenta hacer en su vida misionera de la que deberá rendir cuentas al final de la jornada.

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter V.

1 That in his assured hope of immortall glorie, 9 and in expectance of it, and of the generall iudgement, hee laboureth to keepe a good conscience, 12 not that he may herein boast of himselfe, 14 but as one that hauing receiued life from Christ, indeuoureth to liue as a new creature to Christ onely, 18 and by his ministery of reconciliation to reconcile others also in Christ to God.
1 For we know, that if our earthly house of this Tabernacle were dissolued, wee haue a building of God, an house not made with hand, eternall in the heauens.
2 For in this we grone earnestly, desiring to be clothed vpo with our house, which is from heauen.
3 If so be that being clothed we shal not be found naked.
4 For, we that are in this tabernacle, doe grone, being burdened, not for that wee would bee vnclothed, but clothed vpon, that mortalitie might bee swallowed vp of life.
5 Now he yt hath wrought vs for the selfe same thing, is God, who also hath giuen vnto vs the earnest of the spirit.
6 Therefore we are alwayes confident, knowing that whilest wee are at home in the body, wee are absent from the Lord.
7 (For we walke by faith, not by sight.)
8 We are confident, I say, and willing rather to be absent from the body, and to be present with the Lord.
9 Wherefore we [ Or, indeuour.] labour, that whether present or absent, we may be accepted of him.

[New creatures.]

10 For we must all appeare before the iudgement seat of Christ, that euery one may receiue the things done in his body, according to that hee hath done, whether it be good or bad.
11 Knowing therefore the terrour of the Lord, we perswade men; but we are made manifest vnto God, & I trust also, are made manifest in your consciences.
12 For we commend not our selues againe vnto you, but giue you occasion to glory on our behalfe, that you may haue somewhat to answere them, which glory [ Greek: in the face.] in appearance, and not in heart.
13 For whether wee bee besides our selues, it is to God: or whether we bee sober, it is for your cause.
14 For the loue of Christ constreineth vs, because wee thus iudge: that if one died for all, then were all dead:
15 And that he died for all, that they which liue, should not hencefoorth liue vnto themselues, but vnto him which died for them, and rose againe.
16 Wherefore hencefoorth know we no man, after the flesh: yea, though we haue knowen Christ after the flesh, yet now hencefoorth knowe wee him no more.
17 Therfore if any man be in Christ, [ Or, let him be.] hee is a new creature: [ Isa_43:19 Rev_21:5 .] old things are past away, behold, al things are become new.
18 And all things are of God, who hath reconciled vs to himselfe by Iesus Christ, and hath giuen to vs the ministery of reconciliation,
19 To wit, that God was in Christ, reconciling the world vnto himselfe, not imputing their trespasses vnto them, and hath [ Greek: put in vs.] committed vnto vs the word of reconciliation.
20 Now then we are Ambassadors for Christ, as though God did beseech you by vs; we pray you in Christs stead, that be ye reconciled to God.
21 For he hath made him to be sinne for vs, who knewe no sinne, that wee might bee made the righteousnesse of God in him.

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



1. La "tienda de campaña" es una imagen del cuerpo mortal. Ver 2Pe_1:13.

2. La "morada celestial" es el cuerpo resucitado de Cristo, a cuya imagen será transformado el cuerpo de los cristianos. Ver 1Co_15:47-49; Flp_3:20-21; Heb_9:11-12.

5. "Primicias": ver nota 1. 22.

18. Ver Rom_5:10-11; Efe_2:16; Col_1:20.

21. "Lo identificó con el pecado": con esta expresión audaz, Pablo afirma la total identificación de Cristo con la humanidad pecadora. Estas palabras deben entenderse a la luz de Rom_8:3; Gal_3:13; Heb_2:17-18.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 5.5 Ro 8.23; Ef 1.13.

[2] 5.8 A diferencia de muchos textos del AT que expresan la idea de que todos los que mueren van al reino de la muerte (cf. Job 7.7-10; Sal 6.5; Ec 9.10), aquí se expresa la confianza de ir, después de la muerte, a presentarse ante el Señor. Cf. también Flp 1.23.

[3] 5.14-15 Ro 14.7-8; 1 Ti 2.6.

[4] 5.17 Gl 6.15; Tit 3.5; 1 P 1.3,23.

[5] 5.18-20 Ro 5.10; Ef 2.12-16; Col 1.20-22.

[6] 5.21 Cf. Is 53.6,9; Ro 8.3; Gl 3.13.

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] 1Pe_1:1+

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*4:16-5:10 A quien anuncia el Evangelio, la fuerza le viene de la referencia permanente al misterio de Cristo y de la perspectiva escatológica: a esta última se dedica este pasaje.

Torres Amat (1825)



[13] Contamos las visiones de Dios y demás dones que hemos recibido, para manifestar la gloria de Dios.

[17] Todo es nuevo en quienes han resucitado a la vida de la gracia. Is 43, 19; Ap 21, 5.

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] 1Pe_1:1+