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«Si tienes algún enemigo conspirador contra el Estado, mándalo allá y te volverá molido a azotes, si es que salva su vida, porque te aseguro que rodea a aquel Lugar una fuerza divina. (II Macabeos 3, 38) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)

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1. Diversos Hechos Hasta la Purificación del Templo. (c.3:1-10:8).

Duelo entre Ornas y Simón (3:1-6).
1 Hallándose la ciudad en completa paz, observándose exactamente las leyes, por la piedad del sumo sacerdote Onías y su odio a toda maldad, 2 sucedía que hasta los mismos reyes honraban el santuario y lo enriquecían con magníficos dones. 3 Y así, Seleuco, rey de Asía, concedió de sus propias rentas todas las expensas necesarias para el servicio de los sacrificios. 4 Pero un cierto Simón, de la tribu de Benjamín, constituido inspector del templo, se enemistó con el sumo sacerdote con motivo de la fiscalización del mercado de la ciudad. 5 No pudiendo vencer la resistencia de Onías, se fue a Apolonio, de Tarso, que por aquel tiempo era general de la Celesiria y la Fenicia, 6 y le hizo saber cómo el tesoro de Jerusalén estaba lleno de riquezas indecibles, y que la cantidad de oro que allí había era incalculable y no se destinaba al sostenimiento de los sacrificios, pudiendo el rey apoderarse de ello.

De Onías III hace un gran elogio el autor de Eci 5:1. Fue sobrino de Onías II, contemporáneo de Tolomeo IV Filopator y Antíoco IV Epifanes. Yahvista hasta los tuétanos (15:12), se opuso a las tentativas de saqueo del templo por parte de Heliodoro, ministro de Hacienda de Seleuco IV. Su piedad y odio al pecado le hicieron acreedor a la veneración de todos. Los mismos reyes, Tolomeo II Filadelfo, Tolomeo III Evergetes y el mismo Antíoco III el Grande, honraban el santuario. Cuando este último anexionó la Judea a su reino, después de la batalla de Panión (199 a.C.), quiso superar la magnificencia de los Tolomeos con el intento velado de ganar para la causa seléucida a los sacerdotes de Jerusalén.
La política de captación había calado hondo en los círculos sacerdótales de Jerusalén. Cierto Simón, de la tribu de Benjamín (Bilga, leen De Bruyne Y Abel), encargado de la administración (prostasía) del templo e inspector del mercado público (agoraríamos), entró en conflicto con Onías, sin que podamos saber las causas. Despechado al no poder vencer la resistencia de éste, marchó al encuentro de Apolonio, general (strategós) de la Celesiria y de Fenicia, denunciando las enormes riquezas guardadas en el templo, de las que el rey podía apoderarse, porque no se destinaban al sostenimiento de los sacrificios. Los particulares depositaban en el templo sus ahorros (Neh_13:5). Decisivo era el paso dado por Simón en la historia de las relaciones entre el judaísmo y el helenismo. En momentos en que la economía real vivía momentos cruciales eran sumamente peligrosas semejantes denuncias hechas por un judío con personalidad religiosa relevante.

Diálogo entre Onías y Heliodoro (Neh_3:7-14).
7 Apolonio se fue luego a ver al rey y le dio cuenta de los tesoros referidos. Este eligió a Heliodoro, su ministro de Hacienda, a quien envió con órdenes de apoderarse de las riquezas. 8 En seguida se puso en viaje Heliodoro, con el pretexto de visitar las ciudades de Celesiria y Fenicia, pero en realidad para ejecutar el propósito del rey. 9 Llegado a Jerusalén, fue recibido cordialmente por la ciudad y el sumo sacerdote, a quien dio luego cuenta de lo que le había sido comunicado y del motivo de su venida, preguntando si lo que se les había dicho se ajustaba a la realidad. 10 El sumo sacerdote le hizo ver que se trataba de depósitos de viudas y huérfanos 11 y de una cantidad que pertenecía a Hircano, hijo de Tobías, hombre de muy noble condición, contra lo que calumniosamente había denunciado el impío Simón; y que, en fin, la suma de todo el dinero era de cuatrocientos talentos de plata y doscientos de oro,12 siendo del todo imposible cometer tal injusticia contra los que habían confiado en la santidad del lugar y en la majestad del templo, honrado en toda la tierra. 13 Pero Heliodoro, en virtud de las órdenes del rey, contestó que aquellos tesoros habían de ser necesariamente entregados al tesoro real. 14 Señalado día, se preparó a entrar, dispuesto a apoderarse de tales riquezas, lo que produjo no pequeña conmoción en toda la ciudad.

Dio orden el rey de apoderarse de unas riquezas que tanto beneficiarían a la economía seléucida. Nada menos que el primer ministro, Heliodoro, recibió el encargo de ejecutar los propósitos del rey. Había en el templo una respetable suma perteneciente a la noble familia de los Tobiadas. Vivía Hircano (184-175) en la fortaleza de Araq-el-Emir, y era descendiente del famoso Tobías Amonita, contemporáneo de Nehemías (Neh_2:19; Neh_6:6; Neh_13:4). Partidario de los Lagidas, tuvo que abandonar Jerusalén al apoderarse de ella los seléucidas 2. La declaración de Onías acerca de los tesoros de Hircano depositados en el templo debió despertar aún más los deseos de Heliodoro de apoderarse de un dinero propiedad de un enemigo de los seléucidas. Según Onías, la cantidad de dinero depositado en el templo subía a la respetable suma equivalente a 2.390.000 dólares.

Un pueblo en oración (Neh_3:15-22).
15 Los sacerdotes, vestidos de sus túnicas sagradas, se arrojaron ante el altar; clamaban al cielo, invocando al que había dado ley sobre los depósitos de que les fueran guardados intactos a quienes los depositaron. 16 Nadie podía mirar el rostro del sumo sacerdote sin quedar traspasado, porque su aspecto y su color demudado mostraban la angustia de su alma. 17 El temor que se reflejaba en aquel varón y el temblor de su cuerpo revelaban a quien le miraba la honda pena de su corazón. 18 Los ciudadanos salían en tropel de sus casas para acudir a la pública rogativa en favor del lugar santo, que estaba a punto de ser profanado. 19 Las mujeres, ceñidos los pechos de saco, llenaban las calles; y las doncellas, recogidas, concurrían unas a las puertas del templo, otras sobre los muros, algunas miraban furtivamente por las ventanas, 20 y todos, tendidas las manos al cielo, oraban. 21 Era para mover a compasión ver la confusa muchedumbre postrada en tierra y la ansiedad del sumo sacerdote, lleno de angustia. 22 Todos invocaban al Dios omnipotente, pidiendo que los depósitos fuesen, con plena seguridad, conservados intactos a los depositantes.

Ningún poder humano era capaz de torcer la voluntad de Heliodoro; sólo Dios podía estorbar sus planes. Sacerdotes y pueblo se entregaban a ruidosas y espectaculares manifestaciones de duelo. Invocan al Dios que había dado la ley sobre los depósitos (Exo_22:7) para que velara por la incolumidad de los mismos.

Heliodoro fuera de combate (Exo_3:23-30).
23 Heliodoro, por su parte, dispuesto a consumar su propósito, estaba ya acompañado de su escolta junto al gazofilacio, 24 cuando el Señor de los espíritus y Rey de absoluto poder hizo de él gran muestra a cuantos se habían atrevido a entrar en el templo. Heridos a la vista del poder de Dios, quedaron impotentes y atemorizados. 25 Se les apareció un jinete terrible. Montaba un caballo adornado de riquísimo caparazón, que, acometiendo impetuosamente a Heliodoro, le acoceó con las patas traseras. El que le montaba iba armado de armadura de oro. 26 Aparecieron también dos jóvenes fuertes, llenos de majestad, magníficamente vestidos, los cuales, colocándose uno a cada lado de Heliodoro, le azotaban sin cesar, descargando sobre él fuertes golpes. 27 Al instante, Heliodoro, caído en el suelo y envuelto en tenebrosa oscuridad, fue recogido y puesto en una litera. 28 Y el que hacía poco, con mucho acompañamiento y con segura escolta, entraba en el gazofilacio, era ahora llevado, incapaz de auxiliarse a sí mismo, habiendo experimentado manifiestamente el poder de Dios; 29 y por la divina virtud yacía mudo, privado de toda esperanza de salud. 30 Los judíos, por su parte, bendecían al Señor, que había defendido el honor de su casa. Y el templo, poco antes lleno de terror y de turbación, ahora rebosaba de alegría y regocijo gracias a la intervención del Señor omnipotente.

No fue sordo Dios al clamor de su pueblo. Por su parte, Heliodoro pasó a realizar su cometido. Entró en el templo, y, cuando sus manos sacrilegas se disponían a saquearlo, el Señor de los espíritus- título que el libro de Henoc emplea repetidamente - demostró que era Rey de absoluto poder al enviar contra Heliodoro y su séquito un jinete que le derribó al suelo, donde fue acoceado por las patas traseras del caballo. El esplendor y agilidad de los ángeles vengadores contrasta con la figura ridicula de un ministro seléucida inválido, ciego, acardenalado y mudo por el alboroto.

Onías le salva la vida (Exo_3:31-34).
31 Pronto acudieron algunos de los de Heliodoro, suplicando a Onías que invocase al Altísimo para que hiciese gracia de la vida al que se hallaba en el último extremo. 32 Y temiendo el sumo sacerdote que el rey llegara a imaginarse que los judíos habían cometido algún crimen contra Heliodoro, ofreció un sacrificio por la salud de éste. 33 Mientras el sumo sacerdote ofrecía el sacrificio de propiciación, los mismos jóvenes se aparecieron de nuevo a Heliodoro, con las mismas vestiduras de antes, y, acercándose a él, le dijeron: Da muchas gracias a Onías, el sumo sacerdote, pues a él le debes que el Señor te haya dejado la vida. 34 Tú, pues, castigado por Dios, confiesa ante todos su poder. Dicho esto, desaparecieron.

Más que magullamiento general, los jóvenes y las patas traseras del caballo del brioso jinete causaron a Heliodoro heridas precursoras de su muerte. La situación era comprometida en caso de que Heliodoro perdiera allí la vida, porque el rey seléucida culparía a los judíos de asesinato de su ministro. El sumo sacerdote ofreció un sacrificio por la salud de Heliodoro, que se encontraba en los últimos momentos. Todo el libro segundo de los Macabeos está sembrado de hechos milagrosos. Otras de sus peculiaridades es la confesión del poder, magnificencia y dominio supremo de Dios por parte de los gentiles.

Heliodoro regresa a Antioquía (Exo_3:35-40).
35 Heliodoro, después de ofrecer un sacrificio al Señor y de hacer grandes votos a quien le había concedido la vida, se despidió amigablemente de Onías y se volvió con sus tropas al rey, 36 dando público testimonio de las obras del Dios altísimo, que con sus ojos había visto, 37 Interrogado por el rey sobre quién sería más apto para enviarlo a Jerusalén, dijo: 38 Si tienes a algún enemigo o alguien que conspire contra tu reino, mándalo allá, que bien castigado vendrá, si es que salva la vida, porque sin duda que hay en aquel lugar una fuerza divina. 39 El mismo que en los cielos habita tiene sus ojos puestos sobre aquel lugar para defenderlo y hiere de muerte a los que a él se llegan con malos propósitos. 40 Tal fue el episodio de Heliodoro y de la preservación del gazofilacio.

El que vino a Jerusalén como enemigo de Dios vuelve a sus tierras pregonando sus maravillas y poder. No debió el monarca quedar convencido del testimonio de su ministro, al que llamó para que le señalara cuál, a su juicio, sería el más indicado para renovar el intento. A lo que contestó Heliodoro con buena dosis de ironía: Al que el rey quiera castigar, que bien apaleado regresará, si es que salva la vida 3.

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter III.

1 Of the honour done to the Temple by the Kings of the Gentiles. 4 Simon vttereth what treasures are in the Temple. 7 Heliodorus is sent to take them away. 24 He is stricken of God, and healed at the praier of Onias.
1 Now when the holy Citie was inhabited with all peace, and the Lawes were kept very well, because of the godlinesse of Onias the high Priest, and his hatred of wickednesse,
2 It came to passe that euen the Kings themselues did honour the place, and magnifie the Temple with their best gifts;
3 Insomuch that Seleucus king of Asia, of his owne reuenues, bare all the costes belonging to the seruice of the sacrifices.
4 But one Simon of the tribe of Beniamin, who was made gouernour of the Temple, fell out with the high Priest about disorder in the citie.
5 And when he could not ouercome Onias, he gate him to Apollonius the sonne of Thraseas, who then was gouernour of Coelosyria, and Phenice,
6 And told him that the treasurie in Ierusalem was full of infinite summes of money, so that the multitude of their riches which did not pertaine to the account of the sacrifices, was innumerable, and that it was possible to bring all into the kings hand.
7 Now when Apollonius came to the king, and had shewed him of the money, whereof he was told, the king chose out Heliodorus his treasurer, and sent him with a commaundement, to bring him the foresaid money.
8 So foorthwith Heliodorus tooke his iourney vnder a colour of visiting the cities of Coelosyria, and Phenice, but indeed to fulfill the kings purpose.
9 And when he was come to Ierusalem, & had bene courteously receiued of the high Priest of the citie, hee told him what intelligence was giuen of the money, & declared wherefore hee came, and and asked if these things were so in deed.
10 Then the high Priest tolde him that there was such money layde vp for the reliefe of widowes, and fatherlesse children,
11 And that some of it belonged to Hircanus, sonne of Tobias, a man of great dignitie, and not as that wicked Simon had misinformed: the summe whereof in all was foure hundred talents of siluer, and two hundred of gold,
12 And that it was altogether impossible that such wrong should be done vnto them, that had committed it to the holinesse of the place, and to the maiestie and inuiolable sanctitie of the Temple, honoured ouer all the world.
13 But Heliodorus because of the kings commandement giuen him, said, That in any wise it must be brought into the kings treasury.
14 So at the day which hee appointed, hee entred in to order this matter, wherefore, there was no small agonie throughout the whole citie.
15 But the Priests prostrating themselues before the Altar in their Priests Uestments, called vnto heauen vpon him that made a Lawe concerning things giuen to bee kept, that they should safely bee preserued for such as had committed them to be kept.
16 Then whoso had looked the hie Priest in the face, it would haue wounded his heart: for his countenance, and the changing of his colour, declared the inward agonie of his minde:
17 For the man was so compassed with feare, and horror of the body, that it was manifest to them that looked vpon him, what sorrow hee had now in his heart.
18 Others ran flocking out of their houses [ Or, to make generall supplication.] to the generall Supplication, because the place was like to come into contempt.
19 And the women girt with sackecloth vnder their breasts, abounded in the streetes, and the virgins that were kept in, ran some to the gates, and some to the walles, and others looked out of the windowes:
20 And all holding their handes towards heauen, made supplication.
21 Then it would haue pitied a man to see the falling downe of the multitude of all sorts, and the [ Gr, expellation.] feare of the hie Priest, being in such an agony.
22 They then called vpon the Almightie Lord, to keepe the things committed of trust, safe and sure, for those that had committed them.
23 Neuerthelesse Heliodorus executed that which was decreed.
24 Now as hee was there present himselfe with his guard about the treasurie, the [ Or, Lord of our fathers.] Lord of spirits, & the Prince of all power caused a great apparition, so that all that presumed to come in with him, were astonished at the power of God, and fainted, and were sore afraid.
25 For there appeared vnto them a horse, with a terrible rider vpon him, and adorned with a very faire couering, and he ranne fiercely, and smote at Heliodorus with his forefeet, and it seemed that hee that sate vpon the horse, had complete harnesse of golde.
26 Moreouer two other yong men appeared before him, notable in strength, excellent in beautie, and comely in apparell, who stood by him on either side, and scourged him continually, and gaue him many sore stripes.
27 And Heliodorus fell suddenly vnto the ground, and was compassed with great darkenesse: but they that were with him, tooke him vp, and put him into a litter.
28 Thus him that lately came with a great traine, and with all his guard into the said treasury, they caried out, being vnable to helpe himselfe with his weapons: and manifestly they acknowledged the power of God.
29 For hee by the hand of God was cast downe, and lay speechlesse without all hope of life.
30 But they praised the Lord that had miraculously honoured his owne place: for the Temple which a little afore was full of feare and trouble, when the Almightie Lord appeared, was filled with ioy and gladnesse.
31 Then straightwayes certaine of Heliodorus friends, prayed Onias that hee would call vpon the most High to graunt him his life, who lay ready to giue vp the ghost.
32 So the high Priest suspecting lest the king should misconceiue that some treachery had beene done to Heliodorus by the Iewes, offered a sacrifice for the health of the man.
33 Now as the high Priest was making an atonement, the same yong men, in the same clothing, appeared and stood beside Heliodorus, saying, Giue Onias the high Priest great thankes, insomuch as for his sake the Lord hath granted thee life.
34 And seeing that thou hast beene scourged from heauen, declare vnto all men the mightie power of God: and when they had spoken these wordes, they appeared no more.
35 So Heliodorus after he had offered sacrifice vnto the Lord, and made great vowes vnto him that had saued his life, and saluted Onias, returned with his hoste to the king.
36 Then testified hee to all men, the workes of the great God, which he had seene with his eyes.
37 And when the king asked Heliodorus, who might be a fit man to be sent yet once againe to Ierusalem, he said,
38 If thou hast any enemy or traitor, send him thither, and thou shalt receiue him well scourged, if he escape with his life: for in that place, no doubt, there is an especiall power of God.
39 For hee that dwelleth in heauen hath his eye on that place, and defendeth it, and hee beateth and destroyeth them that come to hurt it.
40 And the things concerning Heliodorus, and the keeping of the treasurie, fell out on this sort.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Historia de Heliodoro. El ambiente de paz que reinaba en la Ciudad Santa se ve interrumpido por dos razones: la actitud cainita de Simón que traiciona al pueblo, y la opulencia del Templo que despierta la codicia de los reyes. A pesar que el autor intenta justificar la riqueza del Templo con fines solidarios (10), el resto del texto deja claro que es una especie de banco donde los «poderosos» guardan su dinero.
No tiene justificación hacer del Templo un centro financiero, pero tampoco lo tiene saquearlo. La conciencia religiosa del pueblo, entendida en el contexto de aquella época, no permitía que nadie, y menos un pagano como Heliodoro, confiscara los bienes del Templo. La actitud orante de todo el pueblo que pide a Dios la protección del Templo, le permite al autor compartir algunas enseñanzas: Dios escucha la oración de su pueblo e interviene milagrosamente en la historia, esta vez a través de seres celestes (25), típico de la literatura profética (Zac_1:8-10; Zac_6:1-3) y apocalíptica (Apo_6:2-8; Apo_19:11-16). El autor, tal vez recordando un enfrentamiento de Dios con el faraón, resalta el contraste entre un Heliodoro que entra al Templo con poder, prepotencia y escolta, pero que sale en una camilla al borde de la muerte. En la respuesta de Heliodoro al rey: «la fuerza divina rodea el Templo», se confirma uno de los objetivos de 2 Macabeos: recuperar la importancia y centralidad del Templo de Jerusalén.

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*3:1-7:42 Antes llegar al núcleo central de la obra, la guerra liberadora de Judas Macabeo, el autor dedica una primera parte a exponer el contexto y las causas de la rebelión; la dividimos en tres secciones: la corrupción moral de los sumos sacerdotes judíos (2Ma 3:1-40; 2Ma 4:1-50); la profanación del santuario y la persecución del judaísmo (2Ma 5:1-27; 2Ma 6:1-17); la resistencia martirial de los judíos fieles (2Ma 6:18-31; 2Ma 7:1-42).

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



4. La "familia de Bilgá" era una de las veinticuatro clases sacerdotales que se turnaban en el servicio del Templo ( 1Cr_24:14).