Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
26. Conspiración contra Jeremías.
En este capítulo, de índole histórica, el profeta nos cuenta un trágico lance de su vida. Es el mismo hecho que hemos encontrado en el c.7, narrado por su secretario Baruc. Son interesantes las circunstancias de lugar y personales que aquí se dan. Este fragmento, que nos revela el temple valeroso de Jeremías, que sabía afrontar los mayores peligros cuando se trataba de cumplir su misión de profeta de Yahvé, y, por otra parte, confirma su tesis reiterada de que la
presencia material del templo de Jerusalén no es garantía de permanencia de la nación.
Anuncio de la destracción del templo (1-6).
1 Al principio del reinado de Joaquim, hijo de Josías, rey de Judá, llegó a Jeremías esta palabra de Yahvé: 2Así dice Yahvé: Ve a ponerte en el atrio de la casa de Yahvé y habla (a las gentes de) todas las ciudades de Judá, que vienen a prosternarse en la casa de Yahvé, todas las palabras que yo te he ordenado decirles, sin omitir nada. 3Tal vez te escuchen y se conviertan cada uno de su mal camino, y me arrepienta yo del mal que por sus malas obras había determinado hacerles. 4 Diles: Así dice Yahvé: Si no me escucháis, caminando según la ley que os he dado, 5y escuchando las palabras de mis siervos los profetas, que yo os he enviado desde muy temprano y repetidamente y que habéis desoído, 6 yo haré de esta casa lo que hice de Silo, y de esta ciudad haré la maldición de todos los pueblos de la tierra. El hecho tiene lugar en los primeros años
del reinado de Joaquim (609-598). Dios le ordena subir al
atrio del templo, e.d., al atrio exterior, o a la puerta que estaba entre el atrio exterior y el interior. Debe hablar
a las gentes de las ciudades de Judá, reunidas quizá allí con motivo de una gran solemnidad. El contenido de su discurso debía centrarse en la inutilidad de un culto meramente formalístico, atacando a la falsa confianza que les proporcionaba la presencia física del templo de Sión. El fin de todo ello es dar ocasión al ejercicio de la misericordia divina, siempre dispuesta a perdonar en el supuesto de que
se conviertan de su mal camino (v.3). Es la condición que exige la santidad divina, ya que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva1. Las amenazas de Dios por los profetas son siempre condicionadas a la conducta que observe el pueblo. Siempre hay una esperanza de retirarlas, si hay un movimiento de compunción y de cambio de vida en el pecador. Estas frases de invitación a la penitencia resultan un lugar común reiterado en la literatura profética 2. Dios condiciona sus castigos a la conducta de los hombres; por eso, hablando antropo-mórficamente, está dispuesto a
arrepentirse del mal. que había determinado hacerles (v.3).
Los v.4-5 son una repetición
Deu_7:4-7. Yahvé les ha dado una ley, y su cumplimiento llevará al perdón, mientras que el apartarse de ella conduce a la ruina total del templo de Jerusalén, como el de Silo en tiempos de los jueces:
yo haré de esta casa lo que hice con Silo (v.6). Silo había sido la capital provisional de la naciente nación israelita, cuando aún estaba fraccionada en tribus. La razón de su preeminencia sobre las otras ciudades radicaba en el hecho de que era el centro
religioso, donde se guardaba el arca de la alianza 3. Por las infidelidades de los sacerdotes se perdió momentáneamente el arca en tiempo de los filisteos, siendo Silo abandonada y postergada en la época de la monarquía. Es la suerte que espera al templo de Jerusalén si sus habitantes no cambian de conducta, en tal forma que su suerte será considerada como objeto de
maldición divina por todos
los pueblos de la tierra. Se convertirá su suerte en proverbio y servirá de comparación cuando se quiera expresar una maldición:
que te suceda lo que le ha sucedido a Jerusalén.
Reacción de las clases dirigentes contra Jeremías. (7-11)
1 Y los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo oyeron a Jeremías decir estas palabras en la casa de Yahvé. 8 Y cuando acabó Jeremías de hablar todo lo que Yahvé le ordenara al pueblo, los sacerdotes y los profetas y todo el pueblo le prendieron, diciendo: ¡Vas a morir! 9¿Por qué profetizas en nombre de Yahvé, diciendo: Como Silo será esta casa, y esta ciudad quedará asolada y sin moradores? Y se reunió en torno a Jeremías todo el pueblo que había en la casa de Yahvé. 10Y oyendo estas cosas los magistrados de Judá, subieron del palacio del rey a la casa de Yahvé y se pusieron a la entrada de la puerta nueva del templo. 11Y los sacerdotes y profetas hablaron a los magistrados de Judá y a todo el pueblo, diciendo: Reo es de muerte este hombre por haber profetizado contra esta ciudad lo que vosotros mismos habéis oído. La reacción de los oyentes fue hostil, como era de esperar, pues anunciaba desventuras, y sobre todo se permitía dudar de la permanencia del templo de Yahvé, equiparado al modesto santuario de Silo. Tenían aún el recuerdo de la milagrosa liberación de Jerusalén cuando la invasión de Senaquerib en el 701, un siglo antes4, y no iba a ser menos generoso ahora Yahvé en prodigar sus auxilios extraordinarios a su pueblo. Al invasor babilonio, pues, según la mentalidad de aquellos inconscientes habitantes de Jerusalén, le esperará la misma suerte que a las huestes del coloso asirio. Anunciar la ruina del templo era blasfemar de Yahvé, pues se ponía en duda sus promesas de protección para con su pueblo. En esta reacción llevan la parte dirigente los falsos
profetas y los
sacerdotes, a quienes interesaba halagar los sentimientos nacionalistas y patrioteros del pueblo sencillo; por eso, al oír las predicciones sombrías de Jeremías, le dicen amenazadoramente:
¡Vas a morir! El templo era considerado por ellos como salvaguarda de la nación y prenda de su permanencia. Hablar contra el templo era hablar contra Yahvé; por eso era, en opinión de ellos,
reo de muerte, como blasfemo 5. La escena se repetirá en el diálogo de los fariseos con Cristo ante el supuesto anuncio de la destrucción del templo de Herodes 6; Jeremías aparece constantemente, en varias circunstancias de su vida, como tipo de Jesucristo. Así aquí, como Jesús, es declarado
reo de muerte por los dirigentes del pueblo (v.11). El rumor del tumulto causado por las predicciones de Jeremías llegó a oídos de los
magistrados de Judá, quizá reunidos en el aula de justicia7 del palacio real, al sur de la explanada del templo, donde tenía lugar la predicación de Jeremías, y al punto subieron al atrio exterior del templo. Al llegar los representantes de la justicia, las voces se acallaron de momento, y los
sacerdotes y
profetas, causantes del tumulto, trataron de justificarse diciendo la causa: Jeremías ha hablado en contra de los intereses de
esta ciudad de Jerusalén al anunciar la futura destrucción de su templo, símbolo de la presencia y protección de Yahvé, y, por tanto, como blasfemo público, es
reo de muerte (v.11). Es la acusación que se repetirá ante el tribunal romano contra Cristo por las clases dirigentes judías 8. Con mala idea, los enemigos de Jeremías no dicen que haya hablado contra el
templo, que pudiera interpretarse por los oficiales reales como una defensa de sus intereses personales, sino que, para interesarles en el terreno político, dicen que ha hablado
contra esta ciudad, cuyos intereses debían ellos salvaguardar. Por otra parte, callaron que la profecía de Jeremías era condicionada, e.d., subordinada
al cambio de conducta moral de los habitantes de Jerusalén. Hay, pues, positiva mala voluntad en la formulación de la acusación.
Valiente respuesta de Jeremías (12-15).
12 y dijo Jeremías a los magistrados y a todo el pueblo: Yahvé me ha mandado profetizar contra esta casa y contra esta ciudad todo lo que habéis oído. 13 Ahora bien, enmendad vuestros caminos y vuestras obras y escuchad la voz de Yahvé, vuestro Dios, y se arrepentirá Yahvé del mal que había determinado haceros. 14 En cuanto a mí, en vuestras manos estoy; haced conmigo lo que os parezca bueno y recto. 15 Pero sabed bien que, si me matáis, será sangre inocente que echaréis sobre vosotros, sobre esta ciudad y sobre sus habitantes, porque en verdad he sido enviado a vosotros por Yahvé para deciros todo esto. Jeremías sale responsable de las palabras que ha proferido en nombre de Yahvé, y, por tanto, hace frente a todas sus consecuencias, exponiendo su vida. Se considera como un enviado de Dios, y no quiere oponerse a su voluntad:
Yahvé me ha hecho profetizar contra esta casa. Es de notar la convicción con que expresa esa acción íntima e incoercible de Dios en su alma, empujándole a transmitir su mensaje. El profeta tiene conciencia de una misión ingrata, y no duda en afrontar todas las hostilidades para cumplir su misión. Es una prueba de su desinterés personal. Por otra parte, con sus palabras conminatorias no quiere sino dar una oportunidad de salvación, invitándoles a la penitencia. No quiere la ruina del pueblo,
sino su salvación definitiva (v.15). Todavía es tiempo de conseguir que Yahvé suspenda su castigo arrepintiéndose
del mal que había determinado hacer. Después les declara que está dispuesto a afrontar la muerte sin defenderse (
en vuestras manos estoy, v.14), pero al mismo tiempo les previene contra el derramamiento de
sangre inocente, que sería añadir un pecado más a los anteriores. Con ello logró tocar los íntimos sentimientos de justicia que latían en sus oyentes, y la reacción le fue favorable. Jeremías confía en el sentido de justicia de los magistrados, y, en efecto, la reacción del pueblo sencillo, antes soliviantado por las clases dirigentes, se pone a favor de la víctima.
Reacción de los magistrados favorable al profeta. (16-19)
16 Y dijeron los magistrados y todo el pueblo a los sacerdotes y los profetas: No es reo de muerte este hombre por hablarnos en nombre de Yahvé, nuestro Dios. 17 Y, alzándose algunos de los ancianos de la tierra, dijeron a todo el pueblo allí congregado: 18 Miqueas de Morasti profetizó en tiempo de Ezequías, rey de Judá, y habló a todo el pueblo de Judá: Así dice Yahvé de los ejércitos: Sión será arada como campo de labor, Jerusalén será un montón de ruinas, y el monte del templo será una selva. 19 ¿Le hicieron acaso matar Ezequías, rey de Judá, y todo (el pueblo de) Judá? ¿No temieron más bien a Yahvé y le aplacaron, y se arrepintió Yahvé del mal que había pronunciado contra ellos? ¿Vamos a echar nosotros sobre nuestra alma un crimen tan grande? Los magistrados y el pueblo, impresionados por la argumentación de Jeremías y por su actitud serena, reconocen que ha
hablado en nombre de Yahvé. Por tanto,
no es reo de muerte (v.16), pues, a pesar de que sus palabras contradicen a las aspiraciones naturales de los habitantes de Jerusalén, Jeremías es un mensajero de Dios, y, en consecuencia, merece el mayor respeto. Este veredicto de los
magistrados fue confirmado por
algunos de los ancianos, representantes de la tradición, y, por tanto, dignos de toda veneración. Aquí representan en sus respuestas la sensatez y el sentido de responsabilidad, y citan el caso del profeta Miqueas, el cual un siglo antes, en tiempos del rey Ezequías, había profetizado la destrucción de la Ciudad Santa: Sión
será arada como campo de labor (v.18). La cita es literal 9. Es el único caso en toda la literatura profética en que en un escrito profético posterior se cita expresamente a otro anterior. Miqueas de Morasti había anunciado que el
monte del templo seria una selva (v.18), para indicar el abandono en que se hallaría después de su destrucción. El profeta acumula varios símiles, campo de labor, montón de ruinas, selva, para destacar enfáticamente el estado lamentable a que vendría a parar la Ciudad Santa, orgullo de sus contemporáneos. Las frases son hiperbólicas, y no es necesario entenderlas a la letra. En realidad, la destrucción llevada a cabo por las tropas de Nabucodonosor no pudo ser más asoladora.
A pesar de este anuncio trágico de Miqueas, sus compatriotas, y en primer lugar el piadoso rey Ezequías (727-690), no le persiguieron, sino que le hicieron caso, cambiaron su conducta, con lo que
se arrepintió Yahvé del mal que había determinado contra ellos 10. Es, pues, un ejemplo para los contemporáneos de Jeremías. También éstos deben aceptar humildemente y con espíritu de compunción la predicación de Jeremías, y, sobre todo, no deben cometer el
crimen de derramar su sangre inocente.
Injusta represión del rey Joaquim (20-24).
20 Y hubo también un hombre de los que profetizaban en nombre de Yahvé, Urías, hijo de Semaya, de Quiriat-Yearim, que profetizó contra esta ciudad y esta tierra lo mismo que Jeremías. 21 Al oír el rey Joaquim, sus guardias y sus ministros lo que decía, quiso el rey matarle, y, oyéndolo Urías, temió y huyó a Egipto; 22 pero el rey Joaquim envió a Egipto emisarios, a Elnatán, hijo de Agbor, y a otros que le acompañaron a Egipto, 23 y, sacando a Urías de Egipto, le condujeron al rey Joaquim, que le hizo matar a espada, arrojando su cadáver a la fosa común. 24 En favor de Jeremías intervenía Ajicam, hijo de Safan, para evitar que fuese entregado en manos del pueblo para matarle. El compilador de los oráculos de Jeremías, secretario personal suyo, Baruc, aduce otro ejemplo para destacar el gran peligro en que se hallaba el profeta de Anatot a causa de su predicación en contra de los deseos populares. Este
Urías profeta nos es desconocido en la Biblia fuera de este lugar. Era natural de
Quiriat- Yearim, identificada hoy con
Quiriat Inab o Abu Ghosh, a 12 kilómetros al noroeste de Jerusalén, en la carretera de Jafa u. El profeta huyó a Egipto por temor a ser objeto de las iras intempestivas del rey y de sus cortesanos. Egipto era el lugar de refugio de muchos judíos, como el rebelde Jeroboam en tiempos de Salomón 12. Pero ahora la situación era diferente, ya que la corte de Jerusalén estaba en muy buenas relaciones diplomáticas y aun militares con la de los faraones. Por eso, el rey Joaquim no tuvo dificultades en enviar emisarios a buscar al fugitivo. El faraón egipcio Necao II, que buscaba ante todo tener contento al reyezuelo de Jerusalén, facilitó la extradición del infortunado profeta. Podemos poner el hecho en los primeros años del rey Joaquim, entre el 609-605, cuando el faraón egipcio tenía mucha influencia en Palestina, antes de la invasión de Nabucodonosor, como generalísimo de las tropas babilonias, en tiempos de Nabopolasar, su padre. El impío Joaquim mandó matar a Urías, privándole, para mayor escarnio, de una sepultura honrosa y enterrándole en la
fosa común de los desheredados.
El hagiógrafo da la razón de por qué Jeremías tuvo mejor suerte que el infortunado Urías. El profeta de Anatot tenía entre los altos dignatarios uno que le defendía abiertamente,
Ajicam, hijo de Safan (v.24.), que conocemos por otros lugares de la Biblia. Parece que es el mismo que fue en la comisión enviada a consultar a la profetisa Huida en tiempos del piadoso rey Josías 13, y, a su vez, era el padre del futuro gobernador Godolías, nombrado por los babilonios después de la toma de Jerusalén.