Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
I. Origen del Santuario de Dan.
Existe en general en este relato unidad literaria, y no convencen del todo los argumentos aducidos en contra por Moore, Burney, Kittel, etc. Toda la narración está dispuesta en orden a ilustrar el origen del santuario de Dan, que subsistió en Israel hasta el siglo VIII a. de C. No se indica el tiempo en que se desarrollaron los hechos aquí consignados, pero algunos expositores (Desnoyers Tamisier, Fernández, Vincent, etc.), basándose principalmente en 18:1 y 18:30, juzgan que tuvieron lugar a principios de la época de los jueces. Según Dhorme, los relatos que aquí se refieren no pertenecen propiamente a la historia de los jueces. Se han colocado aquí porque el que los narra sabía que en este tiempo no había aún rey en Israel (17:6; 18:1). Pero aun en el supuesto que se efectuara en este tiempo la emigración de los danitas hacia el norte de Palestina, sin embargo, no debe suponerse que emigraran en masa, sino que una gran parte se mantuvo firme en el territorio que se les había señalado, resistiendo a filisteos y amorreos. Entre los danitas que permanecieron en el territorio, cabe mencionar al clan danita de Sansón, que habitaba en Sora. Se ha hecho notar el parentesco existente entre la narración del origen del santuario de Dan y la historia de Sansón. Las analogías sugieren que el relato sobre el origen del santuario de Dan y la historia de Sansón proceden de Judá, y probablemente de los medios imbuidos
de influencias levíticas. Directamente no condena el hagiógrafo los hechos que refiere, pero incluye en la narración cortas reflexiones que dan a entender que aquella
degradación del culto yahvista sólo era posible en tiempos de anarquía, en que no había rey en Israel, y hacía cada uno lo que bien le parecía (17:6; 18:1-31). La existencia de estos abominables abusos se explica, además, porque era entonces rara la palabra de Yahvé
y no era frecuente la visión (
1Sa_3:1). En todo el relato late cierta animosidad hacia el reino del norte y simpatía por la monarquía davídica, considerada como el único medio para cortar abusos
y asegurar la fidelidad a Yahvé 1.
El Santuario Privado de Mica (1Sa_17:1-6).
l Había un hombre de los montes de Efraím, Mica de nombre. 2
Dijo éste a su madre: Los mil cien siclos de plata que habías puesto aparte, por los que te oí lamentarte a veces, yo los tengo, yo te los quité. 3
Díjole su madre: Bendito de Yahvé seas, hijo mío. Devolvió, pues, los mil cien siclos de plata a su madre, que dijo: Quiero consagrar a Yahvé este dinero y que de mi mano pase a mi hijo, para que se haga una imagen tallada y chapeada. Ahí, pues, te lo entrego. 4
Habiendo, pues, devuelto él a su madre el dinero, tomó su madre doscientos siclos y se los dio a un orífice, y éste hizo una imagen tallada y chapeada, que quedó en la casa de Mica; 5
y así un hombre como Mica vino a tener una casa de Dios. Hízose también un efod y unos terafim, y llenó la mano de uno de sus hijos para que hiciera de sacerdote. 6
No había entonces rey en Israel, y hacía cada uno lo que bien le parecía.
No se especifica la población en que vivía Mica, pero, por lo que se dice en 18:14.22, parece que habitaba en un villorrio o serio. Los v.1-5, tal como aparecen en el texto masorético, crean Jgunas dificultades, que cada expositor explica a su manera. Para Jgunos racionalistas se vislumbra en ellos la existencia de dos narraciones paralelas, independientes entre sí, que se designan con las letras A y B. Los v.1:5 (A) son paralelos a 2.4 (B).
El orden de estos versículos, propuesto por Moore y adoptado por Lagrange, Vincent, Tamisier y, en parte, por Notscher, es el siguiente: Los mil cien siclos de plata que te han robado y a propósito de los cuales has proferido una maldición, añadiendo, como oí yo mismo: Yo consagro solemnemente este dinero a Yahvé, por mis propias manos, para hacer una imagen tallada (y un ídolo de metal fundido), helo aquí, pues fui yo quien lo substrajo, y ahora te lo devuelvo. Su madre respondió: Que mi hijo sea bendito de Yahvé. Mica le devolvió los mil cien siclos de plata. En este orden, el sentido de la perícopa está claro. Mica substrajo la cantidad de mil cien siclos a su madre. Esta, ignorando quién había sido el ladrón, consagró a Dios aquel dinero, que, por lo mismo y desde el mismo instante, no podía emplearse en cosas profanas sin incurrir en su maldición. Mica, que oyó las palabras de la consagración de aquel dinero, comprendió
que le era imposible utilizarlo sin exponerse a la maldición divina, por lo cual decidió devolverlo. Al ver ésta que el ladrón era su propio hijo, se apresuró a bendecirlo
para neutralizar en lo posible los efectos de la maldición proferida (
Exo_12:32;
Deu_29:19;
1Sa_23:21;
2Sa_21:3;
1Re_2:33;
1Re_2:44-45). Se creía que no era posible, o al menos muy difícil, suspender los efectos de una maldición una vez proferida (
Zac_5:3;
Lev_5:1;
Pro_29:24).
La madre tomó el dinero que le devolvió su hijo, y entregó doscientos siclos a un orífice para que le hiciera una imagen tallada (y, según el texto hebraico actual, un ídolo de metal fundido,
massefeahj), que colocó en la casa de Mica. Y así, un hombre como Mica vino a tener una casa de Dios. Después fabricó un
efod y
terafim y consagró (literalmente: llenó las manos) a uno de sus hijos para que le hiciera de sacerdote. El rito esencial de la consagración sacerdotal entre los hebreos consistía en colocar en las manos del sacerdote visceras de la víctima para que
las ofreciera a Dios (
Exo_29:9;
Exo_40:12-15;
Lev_8:27).
El autor sagrado ha referido escuetamente el origen del santuario de Mica, sin hacer ningún comentario. Al final, sin embargo, añade esta reflexión, rica de contenido: No había entonces rey en Israel, y cada uno hacía lo que bien le parecía; lo que equivale a
decir: Con la monarquía davídica no hubieran ocurrido tales abominaciones. Aquel santuario es reprobable y no tiene ningún valor,
porque su origen es humano; la fabricación del ídolo, impía; el sacerdote escogido, indigno.
El levita de Belén (Lev_17:7-13).
7
Un joven de Belén de Judá, de nombre Jonatán, levita, que habitaba allí, 8
saliendo de la ciudad de Belén de Judá, se puso a recorrer la tierra para buscar dónde vivir, y, pasando por los montes de Efraím, llegó en su camino a la casa de Mica, 9
Preguntóle Mica: ¿De dónde vienes? y el levita le contestó: Soy de Belén de Judá y ando a ver si encuentro dónde vivir. 10
El jóle Mica: Quédate conmigo y me servirás de padre y de sacerdote. Te daré diez siclos de plata al año, vestidos y comida. Y pasó allí el levita la noche 11
y consintió en quedarse con Mica, para quien fue el joven como otro hijo. 12
Llenó, pues, Mica la mano del levita, y el joven hizo con él de sacerdote, quedándose en casa de Mica. 13
Dijo Mica: Ahora sí que de cierto me favorecerá Yahvé, pues tengo por sacerdote a un levita. No había por aquel entonces rey en Israel.
En el texto masorético se dice que había un joven en Belén de Judá, del clan de Judá, que era levita y que habitaba allí como
guer (
Deu_18:6). Más adelante (
Deu_18:30) se dice que este joven levita se llamaba Jonatán. No teniendo la tribu de Leví territorio propio (Yahvé era su
nahalah, su herencia:
Deu_10:9;
Deu_18:2;
Jos_13:14.33), sus miembros buscaban domicilio en otras tribus (
Num_18:20), en medio de las cuales vivían en calidad de
guer. El
guer, dice Lods, era un hombre que por nacimiento
pertenecía a otro clan,
pero que, para protestar contra una injusticia de la cual se creía víctima, o a consecuencia de un crimen, había huido o había sido expulsado por los suyos. De esta manera, el hombre que se encontraba fuera de su clan imploraba la protección de algún miembro de otro clan capaz de defenderlo, y se hacía su cliente (
guer).
Su vida estaba entonces segura, pero quedaba en una posición subordinada, a menudo muy miserable (Lods, 229-230). Esta situación general del
guer no regía para los levitas, porque habitaban en medio de otras tribus y eran considerados
como representantes del yahvismo mosaico, defensores celosos de la
tradición yahvista y depositarios natos de la religión más pura. Mica tenía la convicción de que su santuario, servido por levitas, se convertiría pronto en lugar de
copiosas bendiciones (Desnoyers, I 301-306).