Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
17. Inmolaciones y Sacrificios.
Ley Sobre el Lugar de los Sacrificios (1-9).
1
Yahvé habló a Moisés, diciendo: 2
Habla a Aarón y a sus hijos y a todos los hijos de Israel, y diles: He aquí lo que ha mandado Yahvé: 3
A todo hombre de la casa de Israel que en el campamento o fuera del campamento degüelle un buey, una oveja o una cabra, 4
sin haberla llevado a la entrada del tabernáculo de la reunión para presentarlo en ofrenda a Yahvé ante el santuario, le será imputada la sangre; ha derramado sangre, y será borrado de en medio de su pueblo. 5
Por tanto, los hijos de Israel, en vez de inmolar sus víctimas en el campo, las traerán al sacerdote ante Yahvé a la entrada del tabernáculo de la reunión, y las ofrecerán a Yahvé en sacrificio pacífico; 6el sacerdote derramará la sangre en el altar de Yahvé a la entrada del tabernáculo de la reunión, y quemará el sebo en olor de suavidad a Yahvé. 7
Así no ofrecerán sus sacrificios a los sátiros, con los cuales se prostituyen. Esta será para ellos ley perpetua de generación en generación. 8
Diles, pues: Todo hombre de la casa de Israel o de los extranjeros que habitan en medio de ellos que ofrezca un holocausto o un sacrificio, 9
y no llevare la víctima a la entrada del tabernáculo de la reunión para ser sacrificada a Yahvé, será borrado de en medio del pueblo.
La historia bíblica nos dice que durante siglos los israelitas podían ofrecer sacrificios donde hubiera alguna memoria de Dios1. Esto bastaba para que el sitio se creyera santificado y consagrado al Señor. Pero el sitio preferido por las almas devotas para rendir el testimonio de su devoción era el santuario nacional, servido por sacerdotes levíticos. En el Deuteronomio se impondrá como ley fundamental la unidad de santuario y de altar, al que deberán concurrir los hijos de Israel para ofrendar a Dios sus votos2.
Pero, en esta perícopa, el principio se eleva al máximum, pues se considera como sacrificio religioso el degüello de toda res, aunque sea para comer. Allí, ante el tabernáculo, ha de ser degollada la res, aunque sea para comer. Mucho más si se sacrifica con un fin religioso para rendir culto a Dios. Todo esto lo impone la ley bajo excomunión (v.4.9). Esto ofrece no poca dificultad, que quisieron salvar los LXX con la corrección del texto y los expositores con interpretaciones que no se ajustan a la letra. Nos parece que la solución se ha de buscar en el género literario en que esta perícopa del Deuteronomio. En este libro se prohíbe rigurosamente ofrecer sacrificios a Dios fuera del santuario escogido por Dios, pero autoriza sacrificar en cualquier parte las reses destinadas al consumo del pueblo. Se quiere mirar esto como una derogación de la ley anterior, pero allí se dice que ésta es ley perpetua de generación en generación. El legislador debía prever que, si bien, viviendo Israel en torno del tabernáculo en el desierto, esto era posible, no podría serlo cuando entraran en Canaán. Pero esta ley convierte el tabernáculo en el macelo común del pueblo, y macelo sin agua, que vendría a ser un foco de infección, en vez de ser el santuario de Dios. Sobre todo el altar, en torno al cual debía derramar el sacerdote la sangre de las víctimas y quemar el sebo de las mismas. Y esto más todavía si tomamos a la letra los 603.000 hombres de armas que habían salido de Egipto. Todo esto hace que no podamos tomar este precepto en un sentido obvio, y que es preciso darle un sentido en armonía con el carácter de la ley. Creemos, pues, que el v.7 nos da la clave para la interpretación y que el legislador intenta reprobar la práctica supersticiosa de ofrecer sacrificios a los sátiros del desierto3. Serían los que hoy llaman los beduinos gins, o genios malignos. El autor pone el precepto en boca de Moisés porque está seguro de expresar el pensamiento del legislador. Y para dar más fuerza a su expresión encuadra el precepto en las circunstancias que rodeaban a Israel en el desierto. Al lector que encuentre difícil esta exposición le recordaremos dos cosas: la primera, que en el Pentateuco las leyes aparecen todas promulgadas por Moisés, y la segunda, que no podremos dudar del progreso de la legislación mosaica4, y, por consiguiente, de la existencia de diversas colecciones en las que ese progreso se va reflejando.
Semejante precepto miraba a inculcar la unidad de Dios y excluir el culto de los ídolos, apartando a los israelitas de los santuarios idolátricos y obligándoles a concurrir al único santuario del único Dios, Yahvé, de Israel.
Hay tres estadios legislativos respecto de la inmolación de las víctimas:
a)
el representado por
Exo_20:24-26 : Me alzarás un altar de tierra, sobre el cual me ofrecerás tus holocaustos, tus hostias pacíficas, tus ovejas y tus bueyes. En todos los lugares donde yo haga memorable mi nombre, vendré a ti y te bendeciré; es decir, que aún no se señala un lugar determinado para los sacrificios
religiosos; b)
en
Lev_17:1-9 se exige que toda inmolación aun la que no es acto de culto debe hacerse ante el santuario del desierto;
c)
en
Deu_12:2-28 se señala un lugar único de culto, pero se permite matar las víctimas no destinadas a actos de culto en cualquier lugar en que habite su propietario. En la primera legislación se destacaba que el lugar de culto debía ser santificado por la presencia de Yahvé con una manifestación suya memorable; en la segunda se pretende centralizar todos los sacrificios aun los profanos en torno al tabernáculo de la reunión, para evitar posibles actos supersticiosos en honor de los sátiros del desierto (v.7); en la tercera se llega a una situación de compromiso: los sacrificios de carácter religioso, en un único lugar, elegido por Dios, y los sacrificios profanos, en diversos lugares, conforme a las necesidades particulares. Tenemos, pues, un progreso legislativo, en cuanto que la ley se va adaptando a las necesidades de cada tiempo, sin perder de vista la finalidad religiosa primitiva.
Prohibición de Comer Sangre de Animal Mortecino y Ahogado (10-16).
10
Todo hombre de la casa de Israel o de los extranjeros que habitan en medio de ellos que coma sangre de un animal cualquiera, yo me volveré contra el que la coma y le borraré de en medio de mi pueblo, 11
porque la vida de la carne está en la sangre, y yo os he mandado ponerla sobre el altar para expiación de vuestras personas, y la sangre expía por ser vida. 12
Por eso he mandado a los hijos de Israel: Nadie de entre vosotros ni de los extranjeros que habiten en medio de vosotros comerá sangre. 13
Todo hombre de entre los hijos de Israel, o de los extranjeros que habitan en medio de ellos, que cazare un animal o un ave puros, verterá la sangre o la cubrirá de tierra; 14
porque la vida de toda carne está en la sangre; en la sangre está la vida. Por eso he mandado yo a los hijos de Israel: no comeréis la sangre de carne alguna, porque la vida de toda carne está en la sangre; quien la comiere será borrado. 15
Todo indígena o extranjero que comiere carne mortecina o desgarrada lavará sus vestidos, se bañará en agua y será impuro hasta la tarde; después será puro. 16
Si no lava sus vestidos y su cuerpo, contraerá reato.
Desde
Gen_9:4 se viene inculcando este precepto de no comer sangre. Saúl lo califica de prevaricación contra Yahvé5. Aquí se insiste en lo mismo, y se declara la razón: es que la sangre está destinada a servir de expiación por los pecados. En la sangre está la vida, y cuando en el sacrificio se recoge la sangre y se derrama en torno del altar, es la vida la que se derrama y ofrece, y esa vida del animal sacrificado sirve de expiación por la vida del oferente. Es éste un principio fundamental de la religión mosaica. Se prohibe tomar la sangre porque la vida está en la sangre, y ésta pertenece sólo a Dios. Por tanto, si al hombre se le permite comer carne, es a condición de que respete la sangre asiento de la vida , bien derramándola en homenaje del Creador, o dejándola derramarse en tierra. Así, la sangre tiene un carácter sagrado relacionado con el origen de la vida6. Aparte de esta idea religiosa, puede haber en la prohibición una repulsa implícita de ciertas prácticas supersticiosas. De hecho sabemos que entre los pueblos primitivos se chupa la sangre de la víctima con el deseo de absorber su fuerza 7 y aun de derramarla en sus actos de culto. Esto parece insinuar la ordenación de
Lev_19:26 : No comáis nada con la sangre ni practiquéis la adivinación y la magia.8 En el v.11 se dice, según el TM, que la vida de la carne es (o está en) la sangre. Los LXX y la Vg le dan un sentido de sustitución:
sanguis pro animae piaculo sit. El Targum de Onkelos: la sangre expía por el alma. Tenemos, pues, clara la idea de sustitución en el derramamiento de la sangre en el altar. La vida del oferente es sustituida por la de la víctima.
Del precepto de no tomar la sangre se pasó, naturalmente, al de no comer la carne no sangrada. En las regiones desérticas de Canaán no escaseaban las fieras. El texto bíblico hace muchas veces mención de ellas. Con frecuencia se veían los pastores y sus rebaños sorprendidos por la acometida de las fieras, y cuando lograban alejarlas, era dejando en el campo los cadáveres de algunas reses muertas. ¿Qué hacer con éstas? Se las puede comer, si bien se incurre en impurezas legales, que han de desaparecer con un baño ritual de la persona y de sus vestidos (v.15). En caso de caza, debe verter la sangre y cubrirla con tierra (v.13), pues es algo sagrado, que no ha de quedar a la intemperie. Quizá se prescribe también esto para evitar prácticas supersticiosas, pues sabemos que los antiguos dan un carácter sagrado a la sangre vertida. Hornero nos habla de las almas de los muertos que se apiñaban en torno a la sangre9.
En el concilio de Jerusalén, una de las cuestiones conflictivas fue la relativa a la posibilidad de comer animales que no han sido sangrados. La decisión condescendiendo con la mentalidad judía fue negativa10.
1
Exo_20:24. 2 Dt 12:ss. 3
2Cr_11:15; 4 EB 583
2Cr_13:21;
2Cr_34:14. 5 Cf.
1Sa_14:335. 6 Cf. DBS III 69. 7 M. J. Lagrange, o.c., p.259. 8 Tertuliano se hace eco de estas creencias supersticiosas, según las cuales la sangre era el alimento de los demonios (
Apolog. 22-23 PL ?·407); Atenágoras,
Legat. pro christ. 26-27: PG 6,952-953; Cont.
Cels. VIII 30: PG 11,1559. 9
Odisea XI 36-37. 10
Hch_15:133.