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Curación del ciego de Betsaida.
Llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que le toque. (Marcos 8, 22) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 08

c) Segundo relato de la multiplicación de panes (Mc/08/01-10).

1 Por aquellos días se reunió de nuevo una gran multitud; y como no tenían qué comer, llama junto a sí a sus discípulos y les dice: 2 «Me da compasión de este pueblo, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer; 3 y si los mando a su casa sin tomar nada, desfallecerán por el camino, pues algunos vinieron de lejos.» 4 Sus discípulos le respondieron: «¿Y cómo se podría saciar de pan a todos éstos aquí en despoblado?» 5 El les preguntaba: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos contestaron: «Siete.» 6 Y manda al pueblo sentarse en el suelo. Y tomando los siete panes, dijo la acción de gracias, los partió y los iba dando a sus discípulos para que los distribuyeran; y ellos los distribuyeron al pueblo. 7 Tenían además unos cuantos pececillos; y, después de haberlos bendecido, mandó distribuirlos también. 8 Comieron hasta quedar saciados; y de los trozos sobrantes recogieron siete cestas. 9 Eran unos cuatro mil hambres. Luego los despidió. 10 Y subiendo en seguida a la barca con sus discípulos, llegó a la región de Dalmanuta.

También este relato de una milagrosa multiplicación de panes, con que fueron saciadas cuatro mil personas, lo han encontrado Marcos en la tradición insertándolo sin cambios en su Evangelio. No ha intentado enlazar este relato con los episodios precedentes. La narración empieza con el dato genérico de «por aquellos días»; al final la barca atraca en las proximidades de un lugar que lleva un nombre desconocido y probablemente corrompido: Dalmanuta. Tal vez le bastaba a Marcos la indicación de 7,31; después se imagina el suceso también en la ribera oriental del lago, donde se había desarrollado la multiplicación de los panes descrita en 6,34-44. Esta región solitaria debió parecerle buen escenario para el acontecimiento. Comparando toda la narración con el relato de la primera multiplicación de panes, cabe sospechar con razón que «Dalmanuta» sólo ha entrado por error del copista en lugar de «Magdala» (1); por lo que el lugar de desembarco habría que situarlo como la primera vez en la llanura de Genesar (cf. 6,53). Habría, pues, una gran semejanza entre ambos relatos. Sólo difieren los datos numéricos; pero respecto a esto no hay que exigir exactitud, dados el modo y objetivo de la tradición. La consecuencia se impone: se trata de dos relatos distintos de un mismo acontecimiento. Marcos, desde luego -y de ello no cabe la menor duda- ha pensado en dos multiplicaciones de panes (cf. 8,19s). Si queremos estudiar y comprender el propósito del evangelista, debemos reflexionar un poco sobre este problema que hoy inquieta a muchos cristianos por su incidencia en la historicidad de la tradición. También las diferencias entre los otros relatos de los sinópticos, y entre éstos y el Evangelio de Juan, son tan numerosas e importantes que las exposiciones evangélicas no se pueden alinear sin más ni más dentro de la historiografía en sentido moderno (2). Las reflexiones que hemos venido haciendo sobre el Evangelio de Marcos han puesto en claro que el evangelista, al lado de los intereses históricos, persigue otros objetivos catequéticos, doctrinales y teológicos. Precisamente en la gran multiplicación de los panes en el desierto (6,34-44) se pusieron de manifiesto estas ideas directrices más profundas. Ahora bien ¿por qué debía Marcos, si encontró en la tradición un segundo relato de multiplicación de los panes, narrado de modo parecido pero no igual, ya que aparecía con otros datos numéricos, pasar el episodio por alto, como hace Juan? ¿Debía comprobar si se trataba o no del mismo suceso? Se podría replicar que -como escritor inspirado- no debía transmitir nada «falso». Pero teológicamente cabría preguntar, por el contrario, cuál es la «verdad» que quería ofrecer a los lectores de su Evangelio: ¿un inventario preciso y «exacto» en todo de los acontecimientos históricos o, más bien -y respetando la sustancia histórica- la «verdad» que los lectores creyentes debían saber para su salvación? (3) ¡Sin duda alguna que esto último! Dado que, desde el punto de vista histórico, la aceptación de dos multiplicaciones milagrosas, encuentra las mayores dificultades (4), suponemos tranquilamente que el acontecimiento prodigioso sólo se realizó una vez. De este modo quedamos más libres para estudiar con mayor detenimiento las miras teológicas del Evangelio. Desde la época patrística se ha pensado que la «segunda multiplicación de los panes» era para Marcos un signo de la misericordia de Jesús hacia los paganos, así como la primera lo fue para el pueblo de Israel. Tal opinión se apoya, además de en el marco de esta sección (7,24.31), en las «siete cestas» que habría que entender de modio simbólico. Esas cestas significaban los siete administradores de la porción helenística de la primitiva Iglesia de Jerusalén (Act c. 6) o las siete comunidades destinatarias de las cartas del Apocalipsis (Ap c. 1). Pero esto es una hipótesis caprichosa; también son siete los panes que los discípulos ofrecieron como provisión (v. 5), a diferencia de los cinco panes y dos peces del primer relato. Se trata de detalles de la tradición que no tienen importancia alguna para el milagro propiamente dicho. Más importante es la observación de que algunos «habían venido de muy lejos» (v. 3). En el relato tradicional esto, como el hecho de que la multitud llevaba ya tres días con Jesús (v. 2), debía fundamentar la compasión y preocupación de Jesús. Estas gentes llegadas de lejos han podido hacer pensar a Marcos en los paganos; pero no lo dice expresamente. Como insinuábamos en la curación del sordomudo, tal vez quería sugerir a sus lectores cristianos procedentes de la gentilidad que se considerasen a sí mismos representantes del mundo pagano en medio de la multitud, sin negar la verdad histórica de que nada decía la tradición al respecto. Transmite el episodio tal como lo había encontrado, y con las noticias de viajes no hace sino abrir una especie de escotilla a una interpretación pagano-cristiana del acontecimiento: Jesús no ha excluido de su misericordia ni siquiera a los paganos. Por lo demás, la narración no presenta rasgos específicos frente al primer relato, fuera de que subraya con más fuerza aún la compasión de Jesús hacia el pueblo. Por otra parte, faltan muchas observaciones que prestaban al primer relato su fondo teológico: la cita bíblica sobre las ovejas que no tienen pastor, la hierba verde, la distribución en grupos de ciento y de cincuenta. El episodio está narrado de una forma más simple, y casi en exclusiva como un milagro de la misericordia de Jesús. Cuando la comunidad leía esta perícopa tenía que conmoverse ante la bondad de Jesús. él seguía distribuyéndole el pan necesario para la vida: el pan eucarístico. La «acción de gracias» sobre el pan y la «bendición» sobre los peces, que aquí se menciona de modo explícito, podía recordar a los cristianos su cena del Señor. Pese a que este relato es más escueto, y hasta casi pobre, que el primero. no resultaba superfluo para el evangelista -aun prescindiendo del pensamiento sobre el mundo pagano-. Para los discípulos esta segunda multiplicación de panes debía constituir, tal como lo ve Marcos, una nueva y revigorizante manifestación de la mesianidad de Jesús. Ellos, que en una travesía posterior del lago sólo tienen la «preocupación del pan» material (8,14-17), debían comprender al fin que en la acción de Jesús se trataba de algo más que del remedio de una necesidad física. Las dos multiplicaciones de panes debían abrirles los ojos para ver quién era Jesús y qué era lo que quería. Mas ellos no comprenden y tienen oscurecido el corazón (v. 17-21). En esta escena, que se desarrolla inmediatamente después, sugiere el evangelista qué es lo que le interesa del milagro de los panes: en exclusiva la revelación de Jesús por sí mismo. Con ello se exhorta también a la comunidad para que consiga aquella comprensión de la fe que entonces todavía les faltaba a los discípulos. En sus celebraciones eucarísticas debe recordar la presencia de su Señor que con una misericordia divina le reparte el pan de la vida.

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1. La tradición manuscrita del nombre evidencia las dudas de los copistas. Antiguos manuscritos latinos leen «Magedan» y otros «Magdala». Esta es sin duda una corrección tardía en favor de un lugar bien conocido, que quizá sea la lección original.

2. La instrucción de la Pontificia Comisión Bíblica Sobre la verdad histórica de los Evangelios, de 21 de abril de 1964, dice expresamente, completando la encíclica bíblica de Pio XII, que el exegeta católico debe prestar atención prudente a las formas de lenguaje y al estilo literario que emplea el escritor sagrado y utilizar estas reglas hermenéuticas tanto en la exposición del Antiguo Testamento como del Nuevo. Aún se requieren nuevos estudios para la determinación precisa de la historicidad de los relatos evangélicos. Véase X. LéON-DUFOUR, Los Evangelios y la historia de Jesús, Estela, Barcelona 1966; cf. también L.H. GROLLENBERG. Visión de 1a Biblia, Herder. Barcelona 1972, p. 309-465.

3. Véase la constitución del concilio Vaticano II sobre la revelación divina, cap. 3 (nº 11): «Acerca de los libros de la Escritura hay que admitir que enseñan de un modo seguro, fiel y sin error la verdad que Dios ha querido consignar en las Sagradas Escrituras para nuestra salvación.

4. Piénsese simplemente en la incomprensión y falta de inteligencia de los discípulos en la «segunda» multiplicación de panes, aunque ya habían tenido parte en la primera; pero también en la situación inmediata a la «primera» multiplicación, después de la que dispersó la multitud. Según la exposición joánica, desde entonces muchos seguidores de Jesús le volvieron la espalda y ya no andaban con él (6,66). ¿De dónde vienen ahora estos millares de personas? El cuarto evangelista evidentemente sólo conoce una multiplicación de los panes, también Lucas pasa por alto la segunda.

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d) Los fariseos piden una señal (Mc/08/11-13).

11 Salieron los fariseos y se pusieron a discutir con él, pidiéndole, para tentarlo, una señal venida del cielo. 12 él suspirando en su espíritu, dice: «¿Para qué pedirá esta generación una señal? Os aseguro que a esta generación no se le dará señal alguna.» 13 Y volviéndoles la espalda, se embarcó otra vez y se fue a la otra orilla.

¡Una situación completamente distinta! Apenas ha pisado Jesús suelo judío, le salen al encuentro los fariseos, a quienes los lectores ya conocen como enemigos de Jesús (7,1.5). Ahora se muestran más activos; le salen al paso premeditadamente y le exponen la pretensión de que realice «una señal venida del cielo». Con ello quieren tentarle y llevarle al fracaso, pues en su opinión Jesús ni realizará ni podrá realizar semejante signo. Más tarde se mencionarán a menudo tales propósitos arteros (10,2; 12, 15). La situación se hace para Jesús cada vez más difícil y amenazadora; la cruz proyecta su sombra. ¿Pero qué quieren significar los fariseos con su pretensión? De un profeta los judíos esperaban que se manifestase mediante una señal, un prodigio sobrecogedor. Indirectamente reconocen con ello los fariseos la postura especial de Jesús, sus enseñanzas «con autoridad», sus decisiones audaces sobre la ley, y también su ministerio con plenos poderes, como lo manifiestan las curaciones y las expulsiones de demonios. Hay en su comportamiento algo extraordinario y profético. Sin embargo, ellos dudan de que el poder de Jesús proceda de Dios (cf. 3,22); Dios mismo debe pronunciarse en su favor y acreditarle mediante «una señal». Es en esa confirmación directa por parte de Dios en lo que piensa al solicitar «una señal venida del cielo». Si Jesús no la realiza, aparecerá como un falso profeta. De hecho, tras esta petición sólo se esconde su incredulidad; pues, Jesús ya ha realizado precisamente con bastante claridad tales acciones salvíficas como enviado de Dios y como portador de la salvación para el pueblo. Es la ceguera de la incredulidad la que solicita «señales» que ya se han realizado, la que no reconoce la acción oculta y sin embargo innegable de Dios y la que solicita su poder taumatúrgico. ¿Creerían estos hombres si Jesús accediese a su petici6n de un signo extraordinario y ostentoso? Jesús jamás se ha prestado a semejante engaño, y por ello ha rechazado hacer milagros sólo para acreditarse (Luk_11:16; Joh_2:18; Joh_6:30). Ni siquiera «la señal de Jonás» (JONAS/SEÑAL:Luk_11:29s, Mat_1 2:39s) tiene ese sentido. Probablemente Jesús se refiere en esa circunstancia a su aparición al tiempo de la parusía, cuando Dios le revele y confirme como al profeta que ha sido salvado de la muerte (*). Pero entonces será demasiado tarde para la conversión y la fe; el pretendido milagro de confirmación se tornará en un signo de juicio. De haberse doblegado Jesús a la pretensión de los fariseos, habría sido infiel a su misión y destino de seguir como siervo obediente de Dios el camino que se le había señalado. Para él había en tales deseos una tentación a la que supo resistir (cf. 8,32s). Jesús suspira a causa de «esta generación» que desea un prodigio. Le invade un sentimiento psicológico parecido al que Marcos refiere a propósito de la curación en sábado: un sentimiento de cólera y tristeza por la obcecación de sus corazones (3,5). Es un suspiro doloroso por tanta incredulidad; pero semejante cerrazón es característica de «esta generación» en la que Jesús cuenta a sus coetáneos judíos. Es la misma queja y reproche que posteriormente expresará todavía con mayor claridad: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré entre vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros?» (9,19). Pero Jesús da a los solicitantes incrédulos una negativa categórica, que el texto original subraya aún con mayor fuerza: «Os aseguro que a esta generación no se le dará señal alguna.» Es la dureza tajante con que todos los varones de Dios se han opuesto a los deseos de los hombres. Jesús se mantiene firme en sus exigencias de conversión y de fe; quien no cree en el signo de la salvación, quien quiere asegurarse humanamente y tienta a Dios, debe cargar con las consecuencias de su incredulidad (cf. 6,11). Dios no se deja forzar y rechaza semejante signo. Jesús deja entonces a los fariseos, sube de nuevo a la barca y se aleja de ellos pasando a la orilla opuesta. Y esta retirada de su presencia es ya un juicio.

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* El profeta Jonás fue salvado milagrosamente por Dios de los abismos del mar y en cuanto salvado y acreditado por Dios se convirtió en «una señal» (Jon 2). La aplicación de Mat_12:39s a la resurrecci6n de Jesús es para la comunidad creyente un signo con pleno sentido; a sus incrédulos enemigos judíos Jesús no se les apareció resucitado.

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e) La incomprensión de los discípulos (Mc/08/14-21).

14 Los discípulos se olvidaron de llevar pan; solamente uno tenían consigo en la barca. 15 él se puso a recomendarles: «¡Estad alerta! Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la levadura de Herodes.» 16 Ellos comentaban entre sí que eso era porque no tenían pan. 17 Al darse cuenta de ello, les dice: «¿Por qué estáis comentando que no tenéis pan? ¿Todavía no entendéis ni comprendéis? ¿Tan endurecido tenéis el corazón? 18 ¿Teniendo ojos no véis, y teniendo oídos no oís? ¿Pues no os acordáis 19 de cuando repartí los cinco panes entre los cinco mil hombres, cuántos canastos llenos de pedazos recogisteis?» Ellos le responden. «Doce.» 20 «Y cuando repartí los siete panes entre los cuatro mil hombres, ¿cuántos cestos llenos de pedazos recogisteis?» Contestan: «Siete.» 21 y les decía: «¿Aún no comprendéis?»

El arte narrativo, sencillo y a la vez profundo, del evangelista más antiguo se nos revela en este diálogo, que tiene lugar a lo largo de una travesía singularmente impresionante. Cabe suponer que Marcos tiene ante sí una tradición relativa a un viaje de Jesús por el lago y a un diálogo sobre pan que mantuvo con sus discípulos. Ello encajaba perfectamente en una sección en la que se habla a menudo del pan y de la comida (Mat_6:35-44; Mat_7:2.5; Mat_8:1-10). Pero Marcos se ha servido de esta tradición para su exposición y miras teológicas. Con motivo de la petición de un signo por parte de los fariseos, que acaba de referir, Marcos ha introducido unas palabras de Jesús que originariamente debían encontrarse en otro contexto y que casi rompen y chocan con el contexto actual: la voz de alerta contra la levadura de los fariseos y de Herodes (v. 15). El versículo 16 enlazaría perfectamente con el v. 14, mientras que la metáfora de la levadura resulta oscura y equívoca (cf. Luk_12:1; Mat_16:12). La escena, sin embargo, que Marcos proyecta de este modo es extraordinariamente impresionante: los discípulos están tan sumergidos en los pensamientos terrenos y cotidianos que no barruntan ni de lejos la grave palabra de Jesús y continúan discurriendo entre sí sobre las provisiones de pan. Entonces interviene Jesús hablándoles en un tono de reproche y corrección como no lo había hecho nunca. Sus pensamientos están anclados en lo terreno y exterior, hasta el punto de que no comprenden el sentido del acontecimiento en que han tomado parte, el significado profundo de la multiplicación de los panes ni las exigencias de la hora. Con ello corren realmente el peligro del que les advierte Jesús acercándose a la postura característica de los incrédulos y extraños: la de ver, pero no percibir, oír, pero no entender (cf. 4,12). Su corazón está ofuscado desde la gran multiplicación de los panes (6,52), no han entendido nada de la actividad mesiánica de Jesús y ni siquiera en el caminar sobre las aguas han comprendido el misterio de la persona de Jesús. A pesar de todo, tampoco ahora rechaza Jesús a sus discípulos, sino que intenta llevarlos a la reflexión. Les recuerda el milagro de la multiplicación de los panes, los doce canastos llenos de sobras y los siete cestos relacionadas con el segunda relato y que Marcos no olvida. De no existir el v. 15, podría pensarse que con la alusión al milagro de los panes Jesús quería superar las preocupaciones terrenas de los discípulos; mas esto queda totalmente excluido tanto por la palabra grave y dura que les dirige como por la advertencia apremiante y dolorosa contra el endurecimiento del corazón. Por la forma con que Marcos ha dispuesto este diálogo sobre el pan y la levadura, cualquier lector puede inferir que aquí se trata de una actitud que afecta a los discípulos como tales y que amenaza de un modo inminente la existencia espiritual de quienes creen en Jesús. La pregunta que el Maestro les dirige al final «¿Aún no comprendéis?» lo confirma plenamente. La advertencia contra la levadura de los fariseos y de Herodes (v. 15) requiere una atención especial. Para el evangelista se alude todavía a la pretensión incrédula de un signo, que acaba de relatar. Jesús parece seguir preocupado con la manera de pensar de los fariseos. En este sentido encajaba la palabra sobre la levadura que el evangelista conocía. Entre los judíos la levadura era una imagen de la fuerza que actúa internamente, sobre todo en un sentido malo; aplicada a los hombres designaba el impulso malo. Pero en la palabra de Jesús apenas cabe pensar en la fuerza instintiva que induce a las acciones moralmente malas en sentido estricto, al pecado y al vicio; sino más bien en un sentimiento pernicioso que invade a los hombres y que se puede contagiar a los demás. Ahora advierte también Jesús contra la levadura de Herodes. Ya en 3,6 aparecieron los fariseos en unión con los herodianos. Allí celebraron un consejo para ver el modo de perder a Jesús. Pero esto no debe inducir a pensar que con la palabra sobre la levadura quisiese Jesús advertir contra las asechanzas externas y los propósitos asesinos. Tal como aparece, se trata más bien de una perniciosa actitud interna y, si Jesús advierte contra ella a sus discípulos, es señal de que no debían dejarse prender en sus redes. Herodes ha sido presentado personalmente a los lectores (6,1s29); en su juicio sobre Jesús manifestó irónicamente que éste bien podía ser Juan el Bautista resucitado a quien él hizo decapitar. Ello refleja su postura fría, escéptica e incrédula frente a Jesús. En el mejor de los casos Jesús era para él el iniciador de un movimiento popular, interesante como un fenómeno extraordinario; era necesario observarle por razones políticas y, en caso necesario, hacerle inofensivo. Se ha pensado que los fariseos y Herodes aparecen juntos en las palabras sobre la levadura porque en cierto modo se aproximaban en el aspecto político: a uno y a otro les interesaba, aunque por razones distintas, conseguir un pueblo judío unido y un Estado nacional. Jesús, por consiguiente, quería poner en guardia a sus discípulos sobre los peligros inherentes a estos ideales. Pero esto solo hubiera respondido a un pensamiento demasiado superficial. Jesús apunta a la actitud interna del hombre, a su íntima posición religiosa. Los fariseos y Herodes, pese al distanciamiento que les separaba en otros puntos, coincidían en el repudio incrédulo de Jesús. Es ésta la incredulidad que tan fuertemente ha impresionado a Jesús incluso en la petición farisaica de un prodigio. Sin examinar sus palabras y acciones, sin ni siquiera ponerse a pensar si no estaría Dios de por medio y si Jesús no estaría defendiendo la causa de Dios, los fariseos y Herodes le rechazan. Es esa ceguera, esa superficialidad e incapacidad para dejarse enseñar contra lo que Jesús quiere advertir a sus discípulos. Tal ha debido ser aproximadamente la interpretación que Marcos ha dado a las palabras en este contexto. Nada nos sorprende que Mateo y Lucas propongan una interpretación propia y distinta en uno y otro. Mateo relaciona la advertencia con la doctrina de los fariseos y de los saduceos (Mat_6:12); Lucas con la hipocresía de los fariseos (Luk_12:1), a la simulación de los propios pensamientos, a la falta de sinceridad y retorcimiento que un día se verán desenmascarados (cf. Luk_12:2s). Marcos ha rastreado el sentido más profundo de la advertencia de Jesús: la obstinación contra Dios y su revelación que invade el corazón de tales hombres. A este aviso contra la levadura de los fariseos y de Herodes correspondería también la grave y dura amonestación de Jesús a los discípulos (v. 17-21). Todavía están hundidos en la incomprensión; ya después del paso de Jesús sobre las aguas el evangelista no temió decir que «tenían endurecido el corazón» (Luk_6:52). Las acuciantes preguntas de Jesús a los discípulos en esta nueva travesía no pretenden sólo el acento retórico; es que ellos no habían entendido de hecho el sentido del milagro de la multiplicación de los panes. Jesús, sin embargo, no quiere decir que ya tengan en sí la «levadura» de los fariseos; les advierte encarecidamente contra la misma. En esta hora en que la postura de los enemigos se endurece y Jesús ve aproximarse el destino doloroso que Dios ha dispuesto para él (cf. 8,31), quiere prevenir a los discípulos contra el naufragio de la fe. Las palabras «no percibir», «no entender» deben recordar a los lectores el pasaje del capítulo de las parábolas en que Jesús había descrito con palabras parecidas la postura de «los de fuera» (4,12). Por lo demás, el tenor literal de las frases no remite a la cita del profeta Isaías (Isa_6:9s), sino a otros dos pasajes proféticos: Jeremías reprende al «pueblo insensato y sin cordura, que tiene ojos y no ve, que tiene oídos y no oye» (Jer_5:21); mientras que Ezequiel habla de un pueblo «rebelde, que tiene ojos para ver y no mira, y oídos para oír y no escucha» (Eze_12:2). Así como los antiguos profetas hubieron de llevar a cabo su misión en medio de un pueblo insensato y rebelde, así los discípulos están rodeados de incomprensión e incredulidad y corren el peligro inminente de igualarse con su entorno. La elección de Dios que «les ha dado el misterio del reino de Dios» no les hace invulnerables contra la negativa personal. Así les recuerda Jesús el acontecimiento revelador del que habían tenido experiencia en el desierto con la multiplicación -o multiplicaciones- de panes. Tienen que abrir su corazón y reconocer con los ojos de la fe que Jesús se les reveló entonces como el pastor mesiánico del pueblo, como el portador de la salvación divina. Estas durísimas palabras de Jesús, que están en tensión con 4,11s -y que Mateo ha suavizado notablemente: Mat_16:5 ss- no sólo pueden explicarse por la situación histórica bajo el peso de la inminente pasión de Jesús, sino que también permiten tener en cuenta la situación de la comunidad posterior a la que igualmente pueden referirse estas palabras. La disposición interna y actitud de los discípulos constituye también una amonestación para los lectores creyentes. También ellos están rodeados de incomprensión e incredulidad; la vergonzosa muerte de su Señor es para el mundo incrédulo un escándalo o una necedad (d. 1Co_1:23). Los hombres continúan exigiendo prodigios manifiestos y un Evangelio que pueda comprenderse humanamente. Los discípulos de Cristo deben mirar más hondo y entender el camino de muerte de su Señor como un designio divino. Entonces es necesario recordar las revelaciones divinas en la vida de Jesús, que eran secretas, aunque lo suficientemente manifiestas. Tampoco los cristianos creyentes están a salvo de un endurecimiento del corazón que destruiría su fe. Las palabras de Jesús deben servirles de advertencia, aunque también de incitación a una comprensión creyente. El milagro de la multiplicación de panes continúa para ellos en el banquete eucarístico que los une con Cristo resucitado y glorificado.

f) Curación de un ciego en Betsaida (Mc/08/22-26).

22 Llegan a Betsaida. Entonces le traen un ciego y le suplican que lo toque. 23 Tomando de la mano al ciego, lo sacó fuera de la aldea; le echó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: «¿Ves algo?» 24 Comenzando a entrever, decía: «Veo a los hombres; me parecen árboles, pero me doy cuenta de que andan.» 25 Después impuso otra vez las manos sobre los ojos del ciego, y éste comenzó a ver claro y recobró la vista y lo distinguía todo perfectamente desde lejos. 26 Luego lo mandó a su casa, advirtiéndole: «Ni siquiera entres en la aldea.»

Esta historia de curación está ligada a un lugar geográfico. Betsaida quedaba al Este de la desembocadura del Jordán en el lago de Genesaret. El lugar viene aquí designado como «aldea», aunque el tetrarca Filipo la había convertido en una ciudad (Betsaida Juliade); tal vez el narrador seguía pensando aún en la vieja aldea de pescadores. Otros rasgos del relato corroboran la impresión de que procede de una fuente anterior a Marcos, fuente que se caracterizaba por unas exposiciones arcaicas. La curación se realiza mediante la saliva y la imposición de manos sobre los ojos, dos antiguos remedios curativos en opinión popular, y además se va verificando gradualmente. Esto no sólo indica la gravedad del caso, sino también el empeño y esfuerzo de sanador. Dicha antigua fuente se ha expresado sin titubeos al respecto, sin pensar que por ello se menoscababa el poder taumatúrgico de Jesús. Por el contrario, para aquel narrador esto constituía precisamente una prueba de la gran virtud curativa de Jesús. Si el ciego recupera la vista de un modo gradual, primero de forma confusa pues ve a los hombres como árboles que andan, después, y tras nueva imposición de manos, precisando mejor los objetos hasta ver de un modo claro y nítido, los oyentes van viviendo el proceso milagroso del ciego que recobra la luz de sus ojos. El narrador, pues, está poseído por el mismo afán de presentar el extraordinario poder curativo de Jesús que cualquier otro que refiriese únicamente la palabra de mando de Jesús. Marcos refiere la curación de otro ciego, la de Bartimeo en Jericó (10,46-52), y allí Jesús dice únicamente: «Vete, tu fe te ha salvado.» Hay que tener en cuenta el estilo y propósito de cada narrador si no se quieren sacar falsas conclusiones. Tampoco en este episodio se presenta a Jesús como un curador mágico; en contra habla ya el simple hecho de que Jesús saca al ciego de la aldea y le envía a su casa con la orden expresa de evitar la aldea (y la gente). Se trata, pues, de un antiguo relato de una curación milagrosa que no pretende exponer otra cosa que esa curación, y Marcos la ha tomado sin introducir cambios. Es una réplica de la curación del sordomudo (7,32-37), y en el modo de la narración es totalmente parecida. La introducción se repite casi de un modo literal: presentan a Jesús un hombre víctima de una grave dolencia, y le suplican que le imponga las manos. En ambos casos Jesús retira al paciente de la presencia del pueblo y se esfuerza por curarle con unos gestos perfectamente comprensibles para la gente de aquella época. Una y otra vez emplea Jesús la saliva y el contacto de sus manos para realizar la curación: introduce los dedos en los oídos del sordomudo, y pone las manos sobre los ojos del ciego. Sólo la curación misma viene descrita de modo diferente: en el caso del sordomudo Jesús pronuncia una palabra imperiosa, lo que no hace con el ciego. En el primer relato Marcos sólo ha anticipado una noticia de viaje (7,31) y agregado la orden de silencio así como la observación de que la gente «proclamaba» el hecho cada vez con mayor decisión. En el relato presente, lo más que corresponde al evangelista es la breve frase final en que Jesús indica al hombre que no entre en la aldea (*). Quizá en el relato original la gente hacía un elogio parecido al de 7,37. De este modo los cristianos creyentes, probablemente judeocristianos, refirieron muy pronto las curaciones de Jesús, viendo en ellas el cumplimiento de las antiguas promesas. Esto tiene gran importancia incluso históricamente; se sabía que Jesús había actuado así provocando el asombro de las gentes, sin que se pretendiese ofrecer siempre un relato perfectamente detallado. Mas ¿por qué Marcos ha introducido aquí este episodio? Dada la presentaci6n de la perícopa, se ha supuesto con frecuencia que para él tiene un valor simbólico: al igual que Jesús devolvió la vista a aquel ciego de un modo gradual, así sus discípulos debían ser curados de la ceguera de su incomprensión. Pero el evangelista no indica en modo alguno ese sentido simbólico ni ha dicho anteriormente nada de que Jesús quisiese curar la obcecación de sus discípulos. No debemos atenuar su primera amonestación a los discípulos (y a los lectores cristianos). Estudiándolo mejor, vemos que el diálogo de la travesía se da por cerrado y la curación del ciego se considera una pieza que Marcos no quiso que faltase en el marco general de esta sección relativa al tiempo de las peregrinaciones apostólicas de Jesús. Incluso ahora, cuando los enemigos de Jesús intensifican sus ataques, el pueblo persiste en su actitud indecisa y los mismos discípulos no consiguen una inteligencia más profunda de los hechos, aun ahora Jesús sigue realizando sus obras de salvación con voluntad imperturbable. Pese a continuar siendo el incomprendido, cumple su misión en el mundo y revela la voluntad salvífica de Dios. Lo que Marcos pretende decir a sus lectores es más bien la revelación que Jesús hace de sí mismo bajo signos, todavía de un modo un tanto velado, pero en la misma dirección que indica Juan: «Mientras estoy en el mundo, luz del mundo soy» (Joh_9:5).

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* La observación no se comprende bien si el hombre vivía en aquella aldea. Esto lo vieron también los primeros copistas que cambiaron el texto: «No se lo digas a nadie en la aldea», etc. Si la observación la introdujo Marcos, quizá no tuvo lo bastante en cuenta la dificultad. Otros intérpretes creen que el hombre no vivía en Betsaida sino en otra aldea cercana.

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g) Profesión de fe de Pedro (Mc/08/27-30).

27 Luego Jesús se fue con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntaba a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?» 28 Ellos le respondieron: «Pues que Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que uno de los profetas.» 29 Entonces él les volvió a preguntar: «Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Tomando la palabra Pedro, le dice: «Tú eres el Mesías.» 30 Y severamente les advirtió que a nadie dijeran nada acerca de él.

El evangelista sigue manteniendo el marco de las peregrinaciones. Desde Betsaida se puede continuar hacia el Norte, hasta la región de Cesarea de Filipo, junto a las fuentes del Jordán. Probablemente Marcos quiere enlazar así la última perícopa con esta escena. Al mismo tiempo subraya también toda la actividad que Jesús ha realizado hasta el presente. La «ciudad del César», cercana a las fuentes del Jordán, que el tetrarca Filipo había elegido como residencia, y que para distinguirla de otras Cesareas se llama Cesarea de Filipo, sólo se menciona en este pasaje de los Evangelios. Está situada en el corazón de una región predominantemente pagana, casi en el mismo grado de latitud que Tiro. No se ve una razón particular de por qué se menciona este lugar (*). Durante el camino pregunta Jesús a sus discípulos por quién le tiene la gente. Sólo el hecho de que Jesús pregunte acerca de sí mismo es ya digno de atención, pues hasta ahora nunca habíamos oído nada igual. Por el contrario, Jesús se esforzaba y preocupaba por conservar su secreto. Aquí empero se evidencia que el evangelista quería constantemente, aunque de modo velado, plantear a sus lectores la pregunta de quién era Jesús. Al final de la primera parte del Evangelio, esa pregunta se convierte en tema explícito y quien interroga es el mismo Jesús. Por ello, la respuesta que Pedro da como portavoz del círculo de los discípulos no puede carecer de una significación especial. Pero lo que sorprende es que después Jesús prohíba severamente a los discípulos que hablen con nadie de su persona. La pregunta que Jesús hace a sus discípulos encuentra una cierta réplica en la que más tarde le dirige a él el sumo sacerdote (Joh_14:6] ). Pues, como Pedro confiesa a Jesús como «Mesías», pregunta el sumo sacerdote en la sesión del Consejo Supremo si Jesús es el Mesías; y así como después de la escena de Cesarea de Filipo, Jesús empieza a adoctrinar a los discípulos sobre el camino doloroso del «Hijo del hombre» (Joh_8:31), así alude también ante el consejo supremo al «Hijo del hombre» (Joh_14:62). Propiamente hablando, la misma confesión de Pedro representa más bien una pregunta a la que Jesús debe responder. Es la pregunta de si Jesús puede ser designado como el Mesías y en qué sentido. Jesús empieza por preguntar a sus discípulos quién piensa la gente que es él. La pregunta resulta casi necesaria después de lo que se nos ha dicho hasta ahora, pues los lectores han tenido noticia repetidas veces de las reacciones del pueblo ante la doctrina y ante los hechos extraordinarios de Jesús; pero nunca han obtenido una información satisfactoria sobre su actitud acerca de Jesús. Por lo general se habla de que todos «se quedaban llenos de estupor» (Joh_1:27), «se quedaban atónitos» (Joh_1:22; Joh_6:2; Joh_7:37), «estaban maravillados» (Joh_2:12; Joh_5:42) y «se admiraban» ( Joh_5:20). Sólo en una ocasión hablan las gentes claramente del cumplimiento de las promesas de salvación (Joh_7:37). Los lectores, sin embargo, tampoco dejan de estar preparados para la respuesta de los discípulos; pues, tras el envío de los doce, y con ocasión del relato acerca de Herodes, el evangelista ha transcrito los rumores que circulaban entre el pueblo (Joh_6:14s), y allí quedó patente que tales opiniones eran insuficientes. La respuesta que ahora dan los discípulos coincide casi literalmente con aquellos rumores. Así pues, las opiniones del pueblo no han cambiado, a pesar de la gran multiplicación de panes y a pesar de las grandes curaciones que Marcos ha referido después. El pueblo de Galilea no tiene un juicio claro y es incapaz de llegar a una confesión decidida. No obstante su admiración hacia el gran benefactor y taumaturgo, sigue perplejo y titubeante. Por ello Jesús no adopta ninguna postura frente a tales opiniones populares y pregunta ahora resueltamente a sus discípulos: «Pero vosotros ¿quién decís que soy yo?» Pedro responde de modo claro e inequívoco: «Tú eres el Mesías.» ¿Ha fracasado con ello la respuesta que Jesús había querido? Los discípulos, que hasta el último momento estaban sin entender ni comprender (Joh_8:17-21), ¿no han llegado finalmente a la fe plena? O mejor ¿no les ha sido revelada por Dios, al menos a Pedro, esa confesión? Tan habituados estamos a esta concepción, inducidos sin duda por la tradición que Mateo (Joh_16:16s) ha consignado, que sólo con dificultad nos planteamos el problema que se halla en nuestro texto de Marcos. ¿Acepta Jesús con complacencia la confesión mesiánica de Pedro? ¿Por qué, entonces, impone inmediatamente a los discípulos la prohibición de hablar sobre el particular, sin referencia alguna a la confesión de Pedro? Y -cuestión todavía más desconcertante- ¿cómo es posible que el mismo Pedro un poco después ponga objeciones a Jesús e intente apartarle de su camino hacia la muerte (v. 32)? Si se quería explicar esto con la revelación de los padecimientos de Cristo, escandalosa e incomprensible para Pedro, sorprende que Jesús reaccione de un modo tan extraordinariamente duro y al mismo discípulo, que un momento antes le ha honrado con la confesión más alta, le reprende ahora como a «Satán», que no conoce los pensamientos de Dios sino sólo los de los hombres (v. 33). La rápida sucesión de ambas escenas debe, pues, tener un sentido para el evangelista. ¿Ha podido Pedro realmente descender de la altura sublime de una confesión otorgada por Dios a la sima profunda de una tentación que comporta rasgos satánicos? Se comprende por lo mismo que muchos exegetas hayan optado por la solución contraria, viendo en la confesión mesiánica del príncipe de los apóstoles una respuesta que en modo alguno satisfizo a Jesús, la expresión de una falsa esperanza que Jesús reprime. Pedro, y con El los otros discípulos, habrían acariciado el sueño de un reino mesiánico terreno y político, que Jesús había rechazado y combatido con energía desde el comienzo, desde que le tentó Satán en el desierto. Pero esta interpretación, que se va al extremo opuesto, tiene también en contra graves dificultades. ¿Es que Pedro, y con él el círculo de discípulos de Jesús, se han engañado más aún que la multitud? ¿Por qué, pues, sigue no mucho después la transfiguración sobre el monte, en la que Dios mismo da testimonio en favor de su Hijo amado delante de los tres discípulos entre los que se encontraba Pedro (Joh_9:7)? En la mente del evangelista ¿no es esto una confirmación de la confesión de Pedro? La escena de Cesarea de Filipo no puede haber tenido un sentido puramente negativo ni siquiera para Marcos. Tal vez pueda ayudarnos en este atolladero otra observación del propio Evangelio de Marcos. Repetidas veces anota el evangelista que los demonios a los que Jesús quiere expulsar, se dirigen a él -sin duda en plan de defensa- como al «Santo de Dios» (Joh_1:24) o como al «Hijo de Dios» (Joh_3:11; Joh_5:7). Jesús les prohíbe que le den a conocer (Joh_3:12), seguramente que por un motivo distinto que a los discípulos. Mas para los lectores creyentes estas confesiones demoníacas no dejan de tener importancia: lo que proclaman los espíritus impuros con un propósito malvado no deja de ser cierto: Jesús es el Hijo de Dios. ¿No debía la confesión de Pedro tener también para la comunidad de oyentes el sentido de expresar su propia confesión? Ciertamente que lo que Pedro expresa entonces se presta a malas interpretaciones. Jesús nunca se ha presentado -y Marcos lo sabe exactamente igual que el cuarto evangelista Juan- como el Mesías en sentido judío; pues, para los judíos el Mesías era el rey teocrático, el hijo de David (d. 12,36s), y Jesús no quería ser un libertador terreno y nacionalista. Es posible que los discípulos compartiesen esa falsa idea (cf. 10,37) y que tampoco Pedro se viese libre de la misma. Aun así, su confesión no era completamente falsa, aunque todavía no estaba clarificada y depurada. En todo caso, Pedro veía en Jesús más que las otras gentes del pueblo con sus distintas opiniones. De este modo, su confesión representa, por una parte, una cumbre, aunque, por otra, no resulte plenamente aceptable para Jesús y hasta pueda resultar peligrosa su difusión entre el pueblo. Por eso, prohíbe Jesús a los discípulos que hablen de él con la gente y empieza inmediatamente a descubrirles su verdadera mesianidad -en sentido cristiano-, el misterio del «Hijo del hombre», que debe padecer y morir según el designio de Dios. De modo parecido están las cosas cuando el sumo sacerdote pregunta solemnemente a Jesús si es el Mesías. Jesús no podía responder simplemente: «Sí», porque no se veía a sí mismo como el libertador prometido en sentido judío; pero tampoco podía responder: «No», porque era realmente el libertador prometido por Dios, aunque de un modo que no correspondía a las esperanzas judías y que las superaba al máximo. Esta verdadera comprensión de la mesianidad de Jesús se desvela en ambos casos a través del título de Hijo del hombre: el Hijo del hombre debe padecer y morir (8,31) antes de que Dios le exalte a su diestra y regrese sobre las nubes del cielo (14,62). Así es como la Iglesia primitiva entendió a su Señor y como entendió las palabras originales de Jesús por encima de todas las discusiones Si se considera así la escena de Cesarea de Filipo, no existe ninguna contradicción esencial entre Mateo y Marcos. El evangelista más antiguo se preocupa más de las circunstancias históricas y no puede dar por válida la confesión mesiánica de Pedro en todo su alcance; pero sabe de su importancia para la Iglesia después de pascua. Es entonces cuando queda excluida toda falsa interpretación y cuando la confesión de Pedro alcanza todo su esplendor a la luz de la resurrección de Jesús. Desde aquí, en cambio, es desde donde Mateo vuelve la vista exponiendo libremente -al igual que después del paso sobre las aguas del lago, 14,33- el significado supratemporal de la confesión de Pedro; por ello le da también un tono deliberadamente cristiano: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente» (16,16). Pero ¿qué significa esta escena para los lectores cristianos del Evangelio de Marcos? Nada menos que, al final del ministerio de Jesús en Galilea, y por boca del primero de los discípulos, se les confirme su profesión de fe en Jesús como el Mesías prometido. Este era el sentido oculto de su actividad en medio del pueblo de Israel, como queda reflejado en todos los capítulos precedentes. Pero al mismo tiempo les hace caer en la cuenta de lo difícil que resultaba semejante confesión en aquellas circunstancias históricas y lo expuesta que estaba a falsas interpretaciones. En su manifestación y propósitos, Jesús nada tenía que ver con la imagen que los judíos se habían hecho del Mesías. Por ello, y pese a toda la admiración que despertaba, Jesús no encontró en el pueblo la verdadera fe, terminando su espléndida actividad en Galilea con un fracaso externo. Así pudieron levantarse contra él sus enemigos humanos y hubo de seguir el camino de la cruz. Su muerte, no obstante, había de trocarse en la salvación para todos, según el plan salvífico de Dios; para todos los que creen en el Mesías muerto en cruz y resucitado, tanto judíos como paganos. La confesión mesiánica de Pedro necesitaba aún de un esclarecimiento, necesitaba sobre todo de la revelación del misterio del dolor. Aún debía madurar en un conocimiento más profundo, que durante el ministerio de Jesús en la tierra ya era ciertamente accesible a los ojos creyentes, aunque sólo tras la resurrección de Jesús llegaría a la plena certeza de que este Mesías es verdaderamente el Hijo de Dios.

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* Las especulaciones de que la escena se situó allí porque en aquel lugar de la antigua Panéade se alzaba un santuario en honor de Pan, sobre la vertiente del monte que está encima de la fuente del Jordán, y porque el lugar se consideraba como una entrada al mundo de los infiernos -cf. «las puertas del reino de la muerte» de Mt 16,18- carecen de fundamento al no haber referencia alguna a ese dato. Para la tradición judía el único indicio al respecto era que el río sagrado del Jordán pertenecía a las «fuentes del abismo» (Gen_8:2).

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PARTE SEGUNDA

LA OBRA REDENTORA DE JES0S 8,31-16,8

El balance del ministerio público de Jesús era negativo (8,27-30); pero en el plan salvífico de Dios estaba previsto este fracaso externo: Jesús tiene que recorrer el camino de la cruz (8,31) para dar su vida como «rescate por muchos» (10,45). Sólo así se llega a la redención del género humano mediante la sangre del único, sangre con la que Dios pactará una nueva alianza con el mundo entero (14,24). Desde aquí se comprende la conducta de Jesús, hasta ahora bastante enigmática en numerosas ocasiones. Su apartamiento de las multitudes que celebraban sus curaciones y hechos portentosos, aunque sin comprenderlos; sus órdenes de silencio a los que había curado, quienes le proclamaban como taumaturgo, y a los demonios que querían descubrir su misterio de una forma desleal; sus reproches a los discípulos torpes... todo ello sucedió con vistas al destino de muerte que le había sido señalado, y que a su vez cambia la suerte de los hombres pecadores, aunque siempre les sea necesaria la conversión a Dios. Jesús penetra ahora en su camino de muerte, y por ello su secreto mesiánico no puede permanecer oculto por más tiempo. Al contrario, desde ahora se irán iluminando cada vez más las tinieblas en que está envuelta su persona. A los tres discípulos de confianza va a desvelar Jesús su esencia divina y oculta (la transfiguración: 9,2-13); el ciego Bartimeo puede reconocerle públicamente como Hijo de David (10,46-52), Jesús entra en Jerusalén como el portador de la paz mesiánica (11,1-11); habla inequívocamente de sí mismo como del Hijo de Dios en la parábola de los viñadores homicidas (12,1-12), y de un modo más claro aún en su enseñanza sobre la filiación davídica del Mesías (12,35-37), y delante del sanedrín termina por proclamarse abiertamente como el Mesías esperado, identificándose con el Hijo del hombre a quien Dios exaltará a su diestra (14,61s). El camino por la cruz a la gloria, que Jesús anuncia a sus discípulos al comienzo de esta segunda parte, que por tres veces pone íntegramente ante sus ojos, se realiza en el curso de la exposición que alcanza su vértice más alto con la confesión del centurión pagano al pie de la cruz (15,39) y con el mensaje de la resurrección que resuena sobre el sepulcro (16,6). Mas la comunidad oyente no sólo ha de seguir el camino de su Señor, sino que debe también comprender la obligación que sobre ella pesa de tomar parte en él. Ya en el primer anuncio de la pasión se mezcla de forma indisoluble una serie de sentencias que exigen de todo aquel que quiera tener parte en la gloria del ya inminente reino de Dios, el seguimiento con la cruz, la entrega de la vida y la confesión del Hijo del hombre (8,34-9,1). Con el segundo anuncio de la pasión (9,30-32) enlaza un largo discurso, dirigido a los discípulos que disputan entre sí, pero que también señala a la comunidad unas indicaciones fundamentales para su camino sobre la tierra (9,33-50). Al vaticinio tercero, y más largo, de la pasión de Jesús (10,32-34) sigue una enseñanza a los hijos de Zebedeo, que deben beber el cáliz de la pasión y ser bautizados con el bautismo de muerte antes de participar en la gloria de Cristo, y unas palabras a todos los discípulos, según las cuales la ley fundamental de la comunidad no es el dominio, sino el servicio (10,35-45). Hay además otros fragmentos en los que la comunidad recibe importantes instrucciones para su vida en este mundo. En una sección más larga, y anterior al tercer anuncio de la pasión, se habla del matrimonio, de los niños y de las posesiones (10,1-31). A primera vista parece como si Jesús resolviera un problema de entonces -la entrega de un acta de repudio- y cual si se tratase de pequeños episodios de sus correrías apostólicas -bendición de los niños, el joven rico-; pero las palabras que Jesús pronuncia en tales circunstancias se hacen transparentes y actuales para la comunidad posterior. Para ella conservan toda su vigencia las palabras de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio, la importancia de los niños, el peligro de las riquezas y la recompensa de la pobreza, al igual que las advertencias contra el afán de poder y dominio. Posteriormente aún se presenta otra ocasión para exponer ciertas cuestiones relativas a la fe y a la vida durante la última estancia de Jesús en Jerusalén. Cuatro perícopas perfectamente dispuestas versan sobre la postura frente al Estado y las autoridades, sobre la doctrina de la resurrección de los muertos, el mandamiento máximo y el problema del Mesías (12,13-37). La conclusión de estas enseñanzas la forma el gran discurso apocalíptico, que e] evangelista actualiza y presenta a la comunidad como advertencia. exhortación y consuelo dentro de sus circunstancias particulares (c. 13). Sigue inmediatamente después la historia de la pasión, aunque tampoco ésta como simple crónica de unos sucesos, sino como un relato largamente meditado, que no disipa las tinieblas de este último estadio del camino del Hljo de Dios sobre la tierra, pero que a la luz de la Escritura -que había vaticinado muchas de estas cosas- intenta comprender la actitud de Jesús y de los hombres que tomaron parte en aquel acontecimiento. Mas con la muerte en cruz y el sepulcro abierto irrumpe la certeza de la resurrección. Es una paradoja del Evangelio del Hijo de Dios, crucificado y resucitado, quien desde el abandono de la muerte alcanza la proximidad más viva de Dios, que triunfa en medio de la muerte, y que redime a los hombres mediante su sangre. En el conocimiento de su cruz, escuchando el mensaje de su resurrección, la comunidad aguarda su venida en gloria.

I. EL MISTERIO DE LA MUERTE DEL HIJO DEL HOMBRE (8,31 - 10,45).

La sección primera está formada por los tres anuncios de la pasión (8,31; 9,31; 10,32 ss) y culmina con la afirmación de que el Hijo del hombre entrega su vida en rescate «por muchos» (10,45). Después, pasando por Jericó, Jesús se acerca a la ciudad santa de Jerusalén recorriendo así el camino que le lleva a la muerte. Pero en Jerusalén aún se le concede un breve período de ministerio público, un período repleto de diálogos de la mayor importancia, y en los que la comunidad puede aprender mucho para su fe en Cristo y su vida en el mundo. Por lo que este ministerio jerosolimitano abarca una sección aún más larga (10,46-13,37) y entronca con los últimos capítulos que exponen el acontecimiento de la pasión (14,1-16,8). Si mediante este triple anuncio de la pasión el evangelista nos descubre su propósito de introducirnos en el misterio de la muerte del Hijo del hombre y de adentrarnos cada vez más en el mismo, no podemos esperar en esta sección un relato históricamente coherente y continuo. Las distintas piezas están ordenadas desde puntos de vista temáticos, y hasta es posible que incluso unidades mayores hubiesen adquirido ya esta forma en la tradición anterior al evangelista. Sería un error buscar el lugar preciso o el momento exacto de la transfiguración sobre el monte; comprendemos lo que este acontecimiento debe significar para cuantos escuchan las palabras sobre la necesidad que el Hijo del hombre tiene de padecer y sobre la necesidad que tienen los discípulos de seguirle con la cruz. No deben sorprendernos las múltiples, y en apariencia inconexas, palabras que Jesús pronunció en la casa de Cafarnaún para instrucción privada de sus discípulos (9,33-50): son palabras del Señor reunidas desde época temprana mediante palabras nexo, que tenían especial importancia para la vida y ordenamiento de la comunidad. Debemos, pues, prestar atención continua al tema que resuena una y otra vez, y subordinar los restantes temas a la idea directriz de que estamos siguiendo al Señor que caminó hasta la muerte y que superó las tinieblas del mundo; nosotros, hombres que tienen que luchar contra la debilidad humana y las tentaciones del propio corazón, como los discípulos que, aquí más que nunca, nos representan a nosotros que hemos escuchado la llamada del Señor.

1. EL PRIMER ANUNCIO DE LA PASIÓN (8,31-9,29).

a) Anuncio de la pasión y oposición de Pedro (Mc/08/31-33).

31 Entonces comenzó a enseñarles que es necesario que el Hijo del hombre padezca mucho, y sea rechazado por los ancianos, por los sumos sacerdotes y por los escribas, y que sería llevado a la muerte, pero que a los tres días resucitaría; 32 y con toda claridad les hablaba de estas cosas. Pedro, llevándoselo aparte, se puso a reprenderlo. 33 Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, y le dice: «Quítate de mi presencia Satán, porque no piensas a lo divino, sino a lo humano.»

El anuncio de la pasión de Jesús está estrechamente ligado al reconocimiento de su mesianidad por parte de Pedro. Por lo cual, la profecía de la muerte se encuentra todavía bajo el planteamiento de la cuestión de quién es Jesús. Ni la gente del pueblo, ni el mismo Pedro han comprendido el misterio de Jesús. El portavoz del círculo de los discípulos reconoce ciertamente la incomparable grandeza de Jesús y la proclama con el atributo máximo que tiene a su disposición: el atributo de la mesianidad; pero esta indicación suscita justamente falsas interpretaciones. Para convertirse en una confesión plenamente cristiana es preciso declarar antes el tipo especial de esta mesianidad de Jesús y el camino que Dios le ha trazado. En la instrucción que sigue, y que se dirige particularmente a los discípulos (cf. 9,30), a los doce (10,32), y con ellos a la comunidad, la elección de otro título señala ya por sí solo el alejamiento de las esperanzas judías: Jesús habla del Hijo del hombre. Ya antes Jesús se había designado así, y desde luego que en un sentido misterioso y pleno de dignidad: como plenipotenciario de la autoridad divina para perdonar pecados (2,10) y como Señor del sábado (2,28). De ese mismo Hijo del hombre se dice ahora que debe padecer y morir. Lo que aquí se nos revela es la específica y primitiva comprensión cristiana del Mesías muerto en cruz y resucitado. Toda la profecía de los padecimientos, repudio y resurrección del Hijo del hombre está formulada en el lenguaje de la primitiva predicación cristiana. Históricamente no constituye problema alguno que Jesús viera venir sobre sí la pasión y la muerte. La incomprensión del pueblo frente a su misión específica y la oposición de los círculos dirigentes a su mensaje y ministerio eran tan patentes, que Jesús no pudo albergar la menor duda acerca del desenlace de su misión en la tierra. Lo que no cabe señalar es cuándo adquirió esa certeza. A la Iglesia primitiva lo que le interesaba en todo esto era establecer el conocimiento anticipado, la presencia de ánimo y la decisión de Jesús para adentrarse en ese camino de muerte (cf. Luk_9:51; Joh_3:14; Joh_12:32s); más aún, le importaba descubrir a la luz de la Escritura el plan divino que dirigía todos los acontecimientos. El «es necesario» decretado por Dios se encontraba ya anunciado en la Escritura; para descubrirlo basta con saber leerla a partir de su cumplimiento, después de los sucesos de la pasión y crucifixión de Jesús (cf. Luk_24:26s.45s). Ateniéndose exclusivamente a la presente profecía no es posible señalar los pasajes concretos de la Biblia en los que se pensaba de modo particular; pero los mismos textos introducidos en el relato de la pasión nos descubren la más antigua interpretación escriturística de la Iglesia primitiva. Destacan al respecto algunos salmos: el Salmo 22, lamentación conmovedora de un hombre que se encuentra en peligro de muerte y que, pese a todo, se abre a una profunda confianza en Dios; el Salmo 42, invocación anhelante del auxilio divino entre el oleaje de sufrimientos (monte de los Olivos); y el Salmo 69, en que a todas las angustias personales viene a sumarse la burla de los enemigos. En contra de una opinión muy divulgada, no parece que en estos anuncios de la pasión, que Marcos tomó de una tradición precedente, haya una alusión latente al poema del siervo de Yahveh que opera la reconciliación (Is 53). Pues no se expresa la idea del sufrimiento vicario, de la muerte «por muchos». Esa idea la testifica Marcos en otros dos pasajes: al hablar de la misión de servicio del Hijo del hombre (Psa_10:45) y en las palabras del cáliz en la última cena (Psa_14:24). De la mano de Marcos volvemos a una antigua consideración de la pasión de Jesús que trasladaba al Mesías los padecimientos, persecuciones y burlas de los justos del Antiguo Testamento. Una experiencia humana universal, que ya atormentaba a los hombres piadosos de la antigua alianza, pero que lograron superar mediante su unión íntima con el Dios oculto de la salvación, la acepta y resuelve el hombre Jesús, el «Hijo del hombre», de tal modo que su carrera y triunfo se convierten en el camino de cuantos le siguen. Porque Jesús es el «Hijo del hombre», a quien se le ha otorgado el poder soberano de Dios; la esperanza de los oprimidos se convierte por él en certeza de liberación. La identificación entre el Hijo del hombre dotado de plenos poderes y el Hijo del hombre que padece y muere, no se encuentra todavía en la fuente de sentencias que Mateo y Lucas han utilizado; pero de todos modos es antigua y Marcos la ha entendido de una forma profunda. Marcos pone el máximo empeño en su teología del Hijo del hombre que cabalga por el camino obscuro y misterioso de Jesús (14,21.41). Contemplando la profecía con mayor detención, nuestra mirada se detiene en la expresión «ser rechazado». Es una expresión dura que dice más que una condena judicial; al Hijo del hombre le esperan la postergación y el desprecio (9,1>. Pero eso no es todo; probablemente late aquí una cita implícita de la Escritura. El mismo verbo se emplea en el pasaje de un salmo que tuvo gran importancia en la Iglesia primitiva: «La piedra que rechazaron los constructores, ésa vino a ser piedra angular, esto es obra del Señor y admirable a nuestros ojos» (/Sal/118/22s). El pasaje se cita al final de la parábola de los viñadores homicidas (Mar_12:10s), que apunta ciertamente al asesinato de Jesús. La Iglesia primitiva lo entendió así: los dirigentes judíos han rechazado al último enviado de Dios, al Hijo de Dios en persona; pero Dios le ha confirmado y constituido en el fundamento de la salvación. Los «constructores» son los hombres que hubieran debido reconocer la importancia de aquella piedra. No sin razón menciona nuestro pasaje expresamente a los tres grupos del sanedrín, el tribunal supremo judío: los ancianos, que formaban la nobleza laica; los sumos sacerdotes, en cuyas manos estaba el culto del templo y también parte del poder político, y los escribas o expositores de la ley, que gozaban de gran prestigio. Jesús es rechazado por estos representantes oficiales del pueblo judío: idea pavorosa. Pero esto no impide los planes salvíficos de Dios, como lo indica el pensamiento de la piedra angular. En conexión con otros lugares bíblicos, que utilizan la misma imagen, surge así toda una teología (cf. 1Pe_2:6-8): la piedra rechazada por los hombres ha sido puesta por Dios en Sión como piedra angular firme, escogida y preciosa: quien confía en ella no titubeará (Isa_28:16). Pero la misma piedra se convertirá en piedra de escándalo y tropiezo para cuantos la rechazan (Isa_8:14s). Dios cambia el misterio de maldad en promesa de salvación, las tinieblas en luz. Y justifica al que han rechazado los hombres resucitando al Hijo del hombre que había sido crucificado. El anuncio de la resurrección se encuentra en los tres vaticinios de la pasión del Hijo del hombre; pero, extrañamente, los discípulos la pasan por alto una y otra vez. No viene al caso una explicación psicológica, según la cual los discípulos no habrían prestado atención a esa promesa, aterrados y confusos como estaban por las palabras acerca de los padecimientos y muerte del hijo del hombre. La resurrección entra en el plan salvífico de Dios y hay que mencionarla en esta fórmula de vaticinio. El trasfondo bíblico la subraya con más fuerza aún que el propio acontecimiento: a diferencia de la formula que aparece en 1Co_15:4, no se dice que será «resucitado», sino que «resucitará», y no «al tercer día» sino «a los tres días». Desde luego que los matices lingüísticos no hacen mucho al caso puesto que la idea sigue siendo la misma: es Dios quien en un período brevísimo de tiempo, después de tres días o al tercer día, devuelve a la vida al que había sido matado. En el Antiguo Testamento y en el judaísmo «tres días» es una expresión corriente para indicar un breve período de sufrimientos y prueba, al que sigue un cambio de situación con la ayuda y liberación divinas. «El Señor nos ha herido y él mismo nos curará; nos ha golpeado y nos vendará. él mismo nos devolverá la vida después de dos días; al tercer día nos resucitará y viviremos en su presencia» (Hos_6:2s). La Iglesia primitiva aplicó también a la resurrección de Jesús otras palabras que hablaban de «tres días» (cf. Mat_12:40; Joh_2:20s). La idea decisiva es que «el tercer día trae un cambio hacia algo nuevo y mejor; la misericordia y justicia divinas crean una nueva era de salvación, de vida y triunfo» (LEHMANN). Esta es la panorámica que se abre al final de la profecía de la pasión, aunque los discípulos sólo se percatasen de ella después de la resurrección de Jesús (cf. 9,10). Ahora habla Jesús a sus discípulos de su camino personal de sufrimientos y muerte «con toda claridad». Es éste un cambio que se inicia con la escena de Cesarea de Filipo; hasta entonces Jesús había guardado su secreto para sí. Pero, al igual que los discípulos no comprendieron entonces su ministerio mesiánico (d. 6,52; 8,17-21), tampoco ahora vislumbran adónde conduce el camino de Jesús. Si no quieren, sin embargo, que su fe naufrague, tienen que abrir sus ojos a la necesidad que preside los padecimientos y muerte de su Señor. Mas esto no sólo vale para los discípulos en aquella situación histórica; cuenta también para la comunidad que siente como algo duro e incomprensible la muerte denigrante de Jesús. También a ella tiene que revelársele de modo total el sentido divino de este acontecimiento al echar ahora una mirada retrospectiva. En el espejo de la enseñanza a los discípulos reconoce la comunidad su propia resistencia, y la triple profecía manifiesta de Jesús debe introducirla de un modo firme y profundo en los pensamientos de Dios.

PEDRO/SATANAS: El mismo discípulo, que en nombre de los otros había pronunciado la profesión de fe mesiánica en Jesús, se convierte en adversario y seductor de Jesús. Le toma aparte y empieza a reprenderle. Asistimos aquí a un duelo entre Pedro y Jesús, como lo sugiere el mismo verbo empleado: con la misma energía y dureza con que Pedro «reprende» al Señor por sus ideas de sufrimientos y muerte, «reprende» Jesús al príncipe de los discípulos. Con la mirada clavada en ellos -Jesús se vuelve y «mira a sus discípulos»-. Jesús condena como tentación satánica los intentos de Pedro por apartarle del camino de la muerte. La dureza de esta reprimenda salta a la vista. La frase «Quítate de mi presencia, Satán» se encuentra también al final del relato de las tentaciones en Mat_4:10, que el primer evangelista tal vez ha tomado del episodio con Pedro. Pero ya el mismo Marcos, que en dos ocasiones emplea la expresión «aSatán» -no «diablo»-, ha debido descubrir la semejanza de situaciones entre la tentación del desierto y el conjuro de Pedro: Jesús sería inducido a un mesianismo político, a unas ambiciones de poder y dominio terrenos, que contradicen los pensamientos de Dios. Es la tentación más peligrosa que asalta una y otra vez a los hombres (cf. Mar_14:37.42) y que deben superar mediante la obediencia a la llamada de Dios. Tampoco la comunidad de Marcos parece haberse habituado todavía a la idea de un Mesías que padece y muere, alimentando sueños de un reinado terreno. La Iglesia no está llamada a un dominio político; su acción en el mundo es el testimonio del amor y de la voluntad de paz (cf. 9,50), su camino terreno debe ser el seguimiento del Señor crucificado. Jesús le dice de un modo tajante: «No piensas a lo divino, sino a lo humano.» También la apertura actual al mundo, el compromiso de los cristianos con el mundo encuentra aquí un límite: No deben renunciar al camino de Cristo.

b) Seguir a Jesús en el dolor y la muerte (Mc/08/34-09/01).

34 Y llamando junto a sí al pueblo, juntamente con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame. 35 Pues quien quiera poner a salvo su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la pondrá a salvo. 36 Porque ¿qué aprovecha a un hombre ganar el mundo entero, y malograr su vida? 37 Pues ¿qué daría un hombre a cambio de su vida? 38 Porque, si alguno se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.»

9,1 Y les añadía. «Os lo aseguro: Hay algunos de los aquí presentes que no experimentarán la muerte sin que vean llegado con poder el reino de Dios.»

Esta serie de sentencias está dirigida a toda la comunidad. El «pueblo», que en aquella circunstancia histórica no podía estar allí -Mateo y Lucas lo dejan al margen-, representa a cuantos han de escuchar el mensaje de Jesús, y se menciona especialmente a los discípulos para dirigirse a los creyentes. Difícilmente se alude a los rectores de la comunidad. Lo mismo subraya la expresión «llamando junto a sí» que Marcos emplea para impartir enseñanzas importantes al pueblo o a los discípulos y, mediante ellos, a los que creerán más tarde (cf. 7,14; 10,42; 12,43). De este modo las palabras de Jesús, que han sido reunidas de una tradición más antigua, pasan a ser una exhortación permanente para todos los hombres. Todos deben considerar el camino del Hijo del hombre como algo que les interesa a ellos mismos. Lo que Jesús dice acerca de sus padecimientos y muerte no sólo debe iluminar lo que hay de oscuro en su propio destino, sino que también debe indicar a sus discípulos el camino del seguimiento de Jesús Las sentencias segunda y tercera sobre la ganancia y pérdida de la «vida» suenan como una explicación de la existencia humana en general, como proverbios sapienciales que expresan la paradoja -lo contradictorio- de la experiencia humana. Pero, insertas como están entre la sentencia clásica sobre el seguimiento con la cruz y la que se refiere a la confesión de fe en el Hijo del hombre, son también una exhortación al ordenamiento cristiano de la existencia entre los discípulos de Cristo. Dentro de la existencia humana los padecimientos y la muerte son inevitables; pero en el seguimiento de Jesús son también superables, pues que inducen a la hondura y plenitud de una vida a la que el hombre íntimamente aspira.

La sentencia sobre el seguimiento con la cruz, desgastada por su empleo frecuentísimo, son unas palabras extremadamente duras, parecidas a aquel ágrafo que no aparece consignado en los Evangelios entre las sentencias que nos han transmitido del Señor: «Quien está cerca de mi, está cerca del fuego; quien está lejos de mí, está lejos del reino.» Jesús ha hablado de hecho en este lenguaje intimidante para expresar la seriedad y grandeza de lo que exige el ser discípulo (cf. Luk_9:57s; Luk_14:25-35). Su invitación a seguirle va dirigida a los hombres animosos que, plenamente conscientes de lo abrupto del camino y con toda libertad se deciden a seguirlo porque el objetivo final bien lo merece. Considerando la palabra en su tenor original, se ve que la llamada al seguimiento -«venir en pos de mí»- parece terminar en el oprobio y la muerte. «Cargar con su cruz» sólo puede referirse en su sentido literal a los hombres de aquel tiempo: se trataría de seguir el camino terrible de un hombre condenado a la crucifixión que toma sobre sus hombros el pesado madero transversal sobre el que será clavado al tiempo que se fija sobre su cabeza el motivo de la ejecución. Esta imagen, familiar a los hombres de aquel tiempo, equivale, pues, a «arriesgarse a una vida tan difícil como el último recorrido de un condenado muerte» (A. Fridrichsen). Se ha propuesto ciertamente otra interpretación: la «cruz» aludiría a la letra hebrea taw o a la griega tau, que son parecidas a una cruz. En el Antiguo Testamento y en el simbolismo posterior puede significar una señal de protección divina, una marca de propiedad que exige de quien la lleva una entrega radical a la voluntad divina. Así se dice en una profecía de Ezequiel: «Pasa por medio de la ciudad, por medio de Jerusalén, y señala con la tau las frentes de los hombres que gimen y se lamentan por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella.» Mientras que los emisarios del castigo divino hieren de muerte a todos los otros, los que llevan esa señal son perdonados (Eze_9:4 ss). El sentido, pues, de la palabra de Jesús sería éste: toma sobre ti la señal de Dios como signo de tu entrega radical al servicio divino (*). Se trata ciertamente de una interpretación profunda que no es ajena al espíritu de Jesús, de una interpretación simbólica que seguramente era posible en el judaísmo de entonces; pero Jesús debería haberla expuesto de una forma más clara. Jesús no se refiere a su camino que lleva hasta la cruz, que ni siquiera una vez menciona en los anuncios de su pasión; sólo después de la cruz y resurrección pensarían los cristianos en ello. CZ/LLEVAR: La exposición más antigua de la metáfora se deja ya adivinar en la frase segunda: «Niéguese a sí mismo.» Falta aún en la redacción original del logion, que aparece en /Lc/14/27 (= /Mt/10/38); pero revela sin duda la intención de Jesús. En otro pasaje, y dirigiéndose a un hombre que quiere ser su discípulo, Jesús le exige «odiar» a su padre y a su madre, a la mujer y a los hijos, a los hermanos y hermanas, e incluso «su propia vida», es decir, ponerlos en un segundo plano cuando lo requiere el seguimiento de Jesús (Luk_14:26). El seguimiento con la cruz significa, pues, la renuncia radical a las ambiciones personales para pertenecer a Jesús y a Dios. Renunciando a la propia libertad por amor de Jesús y del Evangelio, el hombre consigue la verdadera libertad sobre sí mismo. Quien renuncia a disponer de sí mismo y se pone por completo a disposición divina, emprende con Jesús un camino que lleva a la anchura y plenitud de la vida de Dios. Las palabras acerca de la salvación y pérdida de la vida (v. 35) conservan toda su fuerza mediante el concepto clave de «vida». Es un vocablo que en griego significa «alma», pero que según el Antiguo Testamento expresa todo el hombre con su vitalidad, su voluntad de vivir y sus manifestaciones de vida; modernamente diríamos que al hombre en su existencia. Quien sólo quiere desarrollar su propio yo y salvar su existencia para si, perderá esa vida y marrará irremediablemente su objetivo vital. Pero quien posterga y entrega su vida terrena en el seguimiento de Jesús, salvará su vida y alcanzará su verdadero objetivo vital. Generalmente se interpreta la sentencia cual si se hablase de la «vida» en un doble sentido: la vida terrena y natural y la vida eterna junto a Dios. Interpretación que no es falsa, pero que merma agudeza a la sentencia paradójica, ya que en ambos casos se emplea la misma expresión. «La palabra psiche no contiene un doble sentido, más bien lo elimina y supera, ya no se trata en absoluto de la existencia terrena del hombre, sino que esa existencia adquiere ahora nuevas dimensiones: tras el presente y el futuro que terminan una vez hay un futuro definitivo». En Luk_17:33 la sentencia está formulada de tal modo que opone el fracaso de una existencia vivida de una forma puramente terrena a la plenitud existencial de una vida orientada hacia Dios. Pero en Mt. en cuanto sentencia de seguimiento incluye el motivo «por mi causa», y Marcos agrega «por el Evangelio» (cf. 10,29), sin duda que para indicar que esto no sólo vale para el tiempo de la vida de Jesús sobre la tierra, sino siempre, mientras se anuncie el Evangelio. El discípulo de Jesús se pone por completo al servicio de su Señor y del Evangelio. Lo cual quiere decir que, como Jesús y con Jesús desea cumplir la voluntad de Dios de un modo radical, incluso si se le exige la vida terrena. La idea de martirio, que aquí resuena inevitablemente, puede sin embargo trasladarse a la vida cristiana como tal, cuando en ella la voluntad alcanza el desprendimiento supremo. En el caso extremo de la entrega de la vida, Jesús esclarece lo que significa arriesgarse a un camino que él ha recorrido personalmente por obedecer a Dios. También una vida de servicio a los otros, una vida de amor, como la que Jesús ha reclamado, y de disposición al sufrimiento, que semejante vida supone, constituye una realización del seguimiento de Jesús según las exigencias del Evangelio. La sentencia inmediata (v. 36s) afirma lo mismo, aunque poniendo aún más de relieve la fragilidad de una existencia puramente «mundana». Resulta necio e inútil atesorar los bienes de este mundo, ir a la caza de una ganancia material, sacrificando así la auténtica existencia humana, la realización personal y la vida que se fundamenta en el origen espiritual de toda vida, en Dios. La conocida traducción «si pierde su alma» no refleja el tono cortante de la palabra, pues que se trata del ser o no ser del hombre. Ciertamente que no se trata sólo de lo que la prudencia humana puede ver: ¿qué le aprovechan al hombre la riqueza y el bienestar si debe morir? Se trata más bien de la existencia definitiva que se pierde o se gana con la muerte corporal, se trata de la vida eterna junto a Dios. La idea está perfectamente ilustrada con la parábola del rico cosechero (/Lc/12/16-21). La insensatez de aquel hombre rico, que confía en sus bienes y que dice a su «alma» que se lo pase bien y disfrute de la vida, no consiste en que con la muerte repentina debe abandonar toda su próspera hacienda, sino en que había amontonado sus tesoros para sí solo y no según Dios. Dios le exigirá su «vida» en un sentido pavoroso, porque para El ya no hay ningún futuro. El v. 37 entra probablemente como explicación. La vida humana, la existencia espiritual y personal, es algo tan precioso que el hombre no puede ofrecer por ella un precio adecuado, aunque se tratase del mundo entero. Antes se hablaba del valor inigualable del alma humana; era una ideología demasiado griega que acentuaba en exceso la inmortalidad del alma espiritual cuando el cuerpo muere. El hebreo piensa de un modo unitario. El hombre como un todo vale más que el conjunto de bienes materiales. Vive desde su núcleo espiritual y personal y está llamado en su realidad total, incluida su existencia corporal, a la vida en Dios y con Dios. Encontrará la consumación de su vida terrena de una forma nueva y en un mundo nuevo. El lenguaje figurativo de esta sentencia entronca con la ideología de la vida comercial (ganancia, valor equivalente). Se expresan así adecuadamente las cuentas y cálculos del hombre instalado en el mundo. En realidad, el hombre que sucumbe a tales afanes de ganancia no gana nada, sino que pierde lo más precioso de cuanto posee.

La seriedad de la situación está reflejada en la frase siguiente que trata de la confesión del Hijo del hombre (v. 38). La expresión griega que hemos traducido literalmente por «avergonzarse» equivale a «no declararse en favor de»; no se trata, pues, de un sentido psicológico, sino de una actitud objetiva, de una decisión. El hombre que en su vida terrena no quiere tener nada que ver con el Hijo del hombre, le «niega», como se dice en la tradición paralela (/Lc/12/09 = /Mt/10/33), y a su tiempo será también «negado» por el Hijo del hombre. Se piensa en la situación creada por el juicio, y esto condiciona la seriedad de la decisión que el hombre debe tomar sobre la tierra. Desde su origen, estas palabras tienen significado ambivalente: quien reconoce o confiesa a Jesús delante de los hombres será reconocido por el Hijo del hombre delante de los ángeles de Dios (= ante el tribunal divino); quien le niega delante de los hombres será negado a su vez delante de los ángeles de Dios (Luk_12:8s). El logion tiene una importancia nada insignificante por lo que respecta a las exigencias de Jesús y a sus palabras sobre el «Hijo del hombre». A nosotros nos basta aquí la interpretación de la Iglesia primitiva, según la cual Jesús hablaba de sí mismo y de su función judicial escatológica. En el contexto de este rosario de sentencias acerca del seguimiento doloroso, la palabra subraya el deber de la confesión de fe. La fe no es un negocio privado que a nada obliga, sino que exige el testimonio y confesión delante de los hombres, incluso cuando esto traiga consigo las persecuciones y la muerte. Si la fe es una fuerza que debe sostener toda la existencia humana, no cabe abandonarla en la hora de la tribulación como un fardo pesado. Que la perseverancia en la fe obtiene su recompensa aparece ya a menudo en la misma vida terrena, pero se pondrá definitivamente de manifiesto en el juicio de Dios. Con la vista puesta en el Señor, que fue crucificado y resucitado, EL cristiano sabe que la perseverancia en las contrariedades crea la esperanza y que la esperanza no defrauda (cf. Rom 5 4s). La función escatológica del Hijo del hombre, expuesta en esta sentencia, se clarifica todavía más mediante una ampliación: la vergüenza, juez y verdugo del hombre que niega a Jesús sobre la tierra, volverá a aparecer «cuando (el Hijo del hombre) venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles». En el lenguaje de la primitiva predicación cristiana se indicaba con ello la parusía (cf. 13-26s). Simultáneamente es el complemento necesario de la imagen del Hijo del hombre que sufre y muere. La «gloria del Padre» se manifiesta en el poder que ha confiado a su Hijo, y este poder se hace palpable con el acompañamiento de las milicias angélicas. Estamos ante un lenguaje de figuras apocalípticas, ligado todavía a una vieja imagen del mundo que nosotros hemos superado, pero que expresa la idea siempre válida de que el Hijo del hombre humillado y despreciado antes por los hombres intervendrá en el juicio divino revestido de poder. Su venida es el fin y el objetivo de la historia universal, cualquiera sea el modo con que nos lo imaginemos, y la forma en que se manifieste sobre los hombres el juicio divino que ellos mismos han merecido con su decisión durante la vida terrena. La serie de sentencias se cierra con una frase difícil que contempla la llegada del reino de Dios en majestad como algo inminente. Seguramente que se ha insertado aquí porque inmediatamente antes se ha hablado de la parusía. Pero el evangelista la ha separado de la serie de sentencias mediante una fórmula introductoria que emplea a menudo: «Y les añadía.» De hecho supone una profecía consolatoria frente a la amenaza del juicio de 8,38. Para la comunidad la venida de Jesús en majestad significa la liberación de las tribulaciones y necesidades (cf. 13,27). Hace mucho que se discute si se trata de unas palabras auténticas de Jesús, de unas palabras del Señor aplicadas a la situación de la comunidad o de una formación comunitaria sobre la base, por ejemplo, de una máxima de algún profeta de los orígenes cristianos. Se reconoce ciertamente una espera tensa de una realidad inmediata: la comunidad aguarda la parusía para aquella misma generación (cf. 13,30) en la que todavía viven algunos testigos del ministerio terreno de Jesús. En la formulación antigua se dice que algunos de quienes escuchan las palabras de Jesús -(de «los aquí presentes»)- «no experimentarán la muerte» hasta que hayan presenciado la llegada del reino de Dios con poder. La sentencia, que Marcos encontró en la tradición precedente, alude ciertamente a la parusía con la cual se hará realidad el reino en su consumación cósmica y que de hecho ya «ha llegado» como una realidad permanente. El inciso «con poder» presenta el acontecimiento como la plena revelación de la soberanía de Dios. La Iglesia primitiva entendió la proclamación apremiante de Jesús sobre la llegada del reino de Dios como el anuncio profético y directo de algo inminente, por lo que contaba con la inmediata parusía. Esto se confirma también con la frase similar de 13,30 en el discurso escatológico. Quien comprende adecuadamente el mensaje de Jesús sobre la venida del reino de Dios como una llamada a la decisión y como una promesa irrevocable de Dios, no se escandalizará en modo alguno por semejante actuación que tiene en cuenta las circunstancias de la comunidad. Otra cuestión es la de saber cómo ha entendido el evangelista las palabras de este pasaje. La exégesis patrística y los comentaristas más recientes las relacionan con la perícopa inmediata de la transfiguración. Si el evangelista señala con tanta precisión a «algunos de los aquí presentes» y subraya que la transfiguración tuvo lugar «seis días después» (9,2), está indicando con bastante claridad que para él la palabra transmitida se ha cumplido con el acontecimiento del monte que iban a vivir tres de los discípulos. Habría ciertamente un equívoco, pero un equívoco intencionado: la llegada del reino de Dios con poder se manifiesta ya de un modo anticipado en la transfiguración de Jesús, que deja traslucir algo de su majestad divina. La resurrección de Jesús, a la que apunta ante todo su transfiguración (cf. 9,9s), es la primera confirmación y justificación de Dios en favor del Hijo del hombre paciente y crucificado (cf. 8,31) y el fundamento y fianza de su venida con poder. Si nosotros leemos la sentencia como remate de la serie relativa al seguimiento con la cruz es porque existe la certeza consoladora de que el camino del discípulo de Cristo no termina en los sufrimientos y la muerte, sino que conduce a la gloria en que le ha precedido su Señor a través de la cruz.

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* La sentencia la estudia ampliamente A. SCHULZ, Discípulos del Señor, Herder, Barcelona 1967, p. 39-46.

Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



Capitulo 8.

Segunda multiplicación de los panes. 8:1-9 (Mat_15:32-38).
Cf. Comentario a Mat_15:32-38.
1 Por aquellos días, hallándose otra vez rodeado de una gran muchedumbre que no tenía qué comer, llamó a los discípulos y les dijo: 2 Tengo compasión de la muchedumbre, porque hace ya tres días que me siguen y no tienen qué comer; 3 si los despido ayunos para sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de ellos son de lejos. 4 Sus discípulos le respondieron: ¿Y cómo podría saciárselos de pan aquí en el desierto? s El les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Dijeron: Siete. 6 Mandó a la muchedumbre recostarse sobre la tierra; y tomando los siete panes, dando gracias, los partió y los dio a sus discípulos para que los sirviesen, y los sirvieron a la muchedumbre. 7 Tenían unos pocos pececillos, y, dando gracias, dijo que los sirviesen también. 8 Comieron y se saciaron, y recogieron de los mendrugos que sobraron siete cestos. 9 Eran unos cuatro mil. Y los despidió.

El relato es propio de Mt-Mc. Ambos relatos son sumamente afines,. Incluso su narración puede estar influenciada literariamente por el esquema de la primera multiplicación de los panes, como se ve comparando ambas narraciones, aunque la naturaleza histórica del hecho condicionaba esta afinidad. Pero este relato es más incoloro que el primero. Debe de proceder de otra fuente.
El problema que se plantea a propósito de este relato es saber si esta segunda multiplicación de los panes descrita por Mc-Mt es un duplicado de la primera, que narran los tres sinópticos y Juan, o es una escena histórica realmente distinta '. En el Comentario a Mat_15:32-38 se estudia el problema del duplicado.

Los fariseos piden un prodigio del cielo,Mat_8:10-13. (Mat_16:1-4; Luc_11:29-30).
Cf. Comentario a Mat_15:1-4.
10 Subiendo luego a la barca con sus discípulos, vino a la región de Dalmanuta; 11 y salieron fariseos, que se pusieron a disputar con El, pidiéndole, para probarle, señales del cielo. 12 El, exhalando un profundo suspiro, dijo: ¿Por qué esta generación pide una señal? En verdad os digo que no se le dará ninguna; 13 y, dejándolos, subió de nuevo a la barca y se dirigió a la otra ribera.

Un problema clásico entre la narración de Mt y esta de Mc es el relativo al lugar donde Cristo, a su retorno, desembarca: para Mt es en los términos de Magadán; Mc., en cambio, le hace desembarcar en la región de Dalmanuta. ¿En qué relación están estos dos nombres? ¿Dónde están geográficamente localizados? Es cuestión aún no plenamente resuelta. La exposición de los argumentos distintos y estado de la cuestión se hace en el Comentario a Mat_15:39.
La segunda parte de este episodio es una insidia farisaica. Unos fariseos salieron de la ciudad para abordar a Cristo en el lugar de su desembarco o a la región contigua, para probarle, tentarle. Le piden una señal que acreditase su mesianismo de modo irrefutable. En el contexto se ve que se trata de una insidia. Los otros milagros se los atribuían a Beelcebul. Un signo de este tipo del cielo esperan que no pueda hacerlo, y así proclamarán su fracaso y descrédito.
Mc (v.12) destaca la amargura íntima de Cristo, el exhalar un profundo suspiro (ÜíáóôåíÜîáò ôù ðíåýìáôß áõôïý), ante la actitud irreductiblemente hostil de los fariseos ante sus obras.
Extraña la negativa rotunda en Mc. Acaso faltase el resto en su fuente. Pero como en Mt-Lc la aplicación es distinta en Mt, Jonas es tipo de Cristo (tres días en el sepulcro) y en Lc es signo del profeta que convierte a Nínive , acaso esto podría hacer pensar que no estuviese completamente precisa la respuesta histórica y que cada evangelista o su fuente intentase su interpretación aproximada o adaptada a su propósito 1. Lo que podría hacer omitirla a Mc o a su fuente.

La
levadura de los fariseos y de Herodes. 8:14-21 (Mat_16:5-12).
Cf. Comentario a Mat_16:5-12.
14 Se olvidaron de tomar consigo panes, y no tenían en la barca sino un pan. 15 Les recomendaba, diciendo: Mirad de guardaros del fermento de los fariseos y del fermento de Herodes. 16 Ellos iban discurriendo entre sí que era por no tener panes, 17 y, conociéndolo El, les dijo: ¿Qué caviláis que no tenéis panes? ¿Aún no entendéis ni caéis en la cuenta? ¿Tenéis vuestro corazón embotado? 18 ¿Teniendo ojos, no veis, y teniendo oídos, no oís? ¿Ya no os acordáis de cuando partí los cinco panes a los cinco mil hombres y cuántos cestos llenos de sobras recogisteis? 19 Dijéronle: Doce.20 Cuando los siete, a los cuatro mil, ¿cuántos cestos llenos de mendrugos recogisteis? Y le dijeron: Siete.21 Y les dijo: ¿Pues aún no caéis en la cuenta?

Este relato es propio de Mc-Mt. El de Mc es más colorista y refleja más el diálogo directo.
Con esta enseñanza, Cristo quiere poner en guardia a sus apóstoles contra la actitud que frente a El tomaron los fariseos y Antipas. La levadura hace fermentar la masa, lo que es corromperla (1Co_5:6; Gal_5:9). En la antigüedad se consideraba la levadura, por la fermentación que produce, como un agente y un símbolo de corrupción y putrefacción 2. La actitud de los fariseos ante El corrompe la masa del pueblo para la comprensión de su fe en El. El fariseísmo separa al pueblo de Cristo y le impide ir a El: al Mesías. Este es el aspecto negativo de la enseñanza. Que no los imiten, no ya en lo hostil, pero ni en la negligencia frente a El, lo que sería desconocerle.
Pero pasa al aspecto positivo de la enseñanza: que saquen y sigan las conclusiones de los dos milagros mesiánicos que les recuerda: las multiplicaciones de los panes y en el desierto. Que vean en ellas los signos milagrosos con que prueba su mesianismo (Jua_6:14-15). Era la evocación del segundo Moisés.
V.14. Parece que este diálogo tiene lugar en la barca (Mat_16:5).
V.15. Mt pone que se guarden del fermento de los fariseos y saduceos. Mc lo cambia: que se guarden, del fermento de los fariseos y de Herodes. Este es Herodes Antipas. Su vida disoluta, ambiciosa, paganizante y de crimen, con su ejemplo e influjo, era también fermento dañoso en la masa de Israel. Además, astutamente, quería deshacerse de Cristo por el descrédito (Luc_13:31-33). En esto era punto de unión con el fermento de los fariseos: en corromper la masa de Israel, para que desconociesen al Mesías, aunque en Antipas por razón política.

Curación de un ciego,Luc_8:22-26.
El relato de este milagro de la curación de un ciego es exclusivo de Mc.

22 Llegaron a Betsaida, y le llevaron un ciego, rogándole que le tocara. 23 Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera de la aldea, y, poniendo saliva en sus ojos e imponiéndole las manos, le preguntó: ¿Ves algo? 24 Mirando él, dijo: Veo hombres, algo así como árboles que andan. 25 De nuevo le puso las manos sobre los ojos, y al mirar se sintió curado, y lo veía todo claramente. 26 Y le envió a su casa, diciéndole: Cuidado con entrar en la aldea.

La curación va a tener lugar en Betsaida. Es discutido el problema sobre la existencia de uña o dos Betsaidas: una en la costa oriental y otra en la occidental. En todo caso, aquí, por razón del itinerario, conviene a la Betsaida-Julias. Podría ser obstáculo el que Mc la llame aldea (÷þìç v.23), siendo ya una importante villa. Pero ya antes de su reedificación por Herodes, Josefo la designa así3, y es sabido cómo en el sentido vulgar oscila el uso de estos nombres. Le llama a Belén con el nombre de ciudad (ðüëéò) (Luc_2:4), y Juan llama a Belén aldea (÷þìç) (Jua_7:42).
Cristo llegó a Betsaida con sus discípulos (v.22). Dada su fama de taumaturgo, a su llegada le llevaron un ciego, y le rogaban insistentemente que le tocara, es decir, que le impusiera sus manos para curarle. Esta imposición de manos, que tenía diversos significados: autoridad, colación de poder, etc., era considerada como un rito religioso. Ya se había extendido la fama que de El salía virtud que curaba (Mar_5:30). Aparte que debía de influir en las turbas el procedimiento curativo de los curanderos, que exigían el tacto para sus recetarios increíbles.
Cristo toma al ciego por su mano, para sacarlo fuera de aquella aldea. Busca la discreción de la reacción popular ante posibles explosiones mesiánicas prematuras y extemporáneas. Secreto mesiánico.
Las enfermedades de los ojos eran una plaga en la vieja Palestina, como aún lo era en éstos últimos años. En el hospital de San Juan de Jerusalén, exclusivo para enfermedades oftálmicas, se trataron en 1931 no menos de 19.000 casos, sólo de Jerusalén y alrededores 4. El exceso de luz, el polvo y la falta de higiene provocan estas enfermedades.
En contraposición a los rituales increíbles y supersticiosos de los curanderos, con procedimientos tan inútiles como de fondo mágico 5, Cristo sólo le pone saliva en sus ojos 6, y le impuso las manos sobre sus ojos cegados (v.25).
La saliva tenía fama en la antigüedad de tener efectos curativos, y especialmente en las oftalmías 7.
Naturalmente, el poner saliva sobre sus ojos no es para utilizarla como un remedio natural, ya que era totalmente inútil; si la utiliza como vehículo de milagro, lo hace como una parábola en acción para indicar lo que pretende hacer y excitar la fe del ciego en su curación. Con la imposición de las manos en aquellos ojos, indicaba, con el gesto, el imperio y la comunicación que le hacía de la salud, con aquella virtud que salía de El y que curaba, como las gentes lo reconocían. Era uso tradicional (2Re_5:11).
Hecho esto, le pregunta si ve algo. El ciego se pone a mirar elevando sus ojos (ÜíáñëÝøáò) con un gesto espontáneo, costumbre de su ceguera, y dice que ve hombres, y que los ve como árboles caminando. Esto parece indicar que su ceguera no era congénita, ya que establece la comparación de árboles y hombres como cosas que le son conocidas. Es un detalle histórico muy de acuerdo con el pintoresquismo al que es tan aficionado Mc.
Nuevamente Cristo le impone las manos en los ojos, y recobró la vista perfectamente.
Ante el entusiasmo que se adivina en el curado, Cristo le prohibe entrar en la aldea, aunque le envía a su casa. La Vulgata vierte el texto griego, queriendo resolver esta dificultad: Y si entrares en la aldea, no lo digas a nadie. Busca evitar extemporáneas manifestaciones mesiánicas. Precisamente la curación de los ciegos era uno de los signos mesiánicos (Isa_35:5).
Los Padres y los comentadores se han preguntado el porqué de esta curación gradual del ciego. Manifiestamente se ve la plena libertad y dominio de Cristo en restituirle la vista gradualmente. Pero esto mismo es lo que ha querido valorarse con un cierto sentido típico. Sería una lección pedagógica de Cristo sobre el efecto con que varias de las lecciones de Cristo su luz iban tan lentamente penetrando en el espíritu de los apóstoles.
También se ha querido dar este sentido típico a la situación literaria que Mc da a esta escena: entre el embotamiento de los apóstoles que acaba de relatar y la confesión de Pedro, que va a narrar a continuación. Esta escena indicaría este paso gradual 8. La omisión de este milagro por Mt-Lc acaso se deba a que sus lectores pudieran devaluar algo el poder de Cristo al no hacer una curación instantánea. Para otros, esta escena sería un duplicado del relato del sordomudo (Mat_7:32-37), o Infusión de dos relatos de curación de ciegos.

La confesión de Pedro en Cesárea. 8:27-30 (Mat_16:13-20; Luc_9:18-21).
Cf. Comentario a Mat_16:13-20.
27 Iba Jesús con sus discípulos a las aldeas de Cesárea de Filipo, y en el camino les preguntó: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? 28 Ellos le respondieron diciendo: Unos, que Juan Bautista; otros, que Elias, y otros, que uno de los profetas. 29 El les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo. 30 Y les encargó que a nadie dijeran esto de El.

Mc, lo mismo que Lc, sólo traen en este lugar el relato que hacen los apóstoles sobre quién dicen las gentes que sea él, y la confesión de Pedro proclamando que Jesús es el Cristo, el Mesías. Ambos traen también la prohibición que les hace para que no digan que él es el Cristo. Mira siempre a evitar exaltaciones mesiánicas prematuras.
Aunque en diversas escenas anteriores, relatadas por Mc, los endemoniados lo proclaman Mesías, en los apóstoles se ve un retraso en su comprensión. Puede ser que haya escenas anticipadas o a las que se les haya prestado un contenido posterior, ya que, en los endemoniados, el objetivo directo es la supremacía de Cristo sobre los demonios, con lo que el mesianismo se presenta en Israel: así al reconocerlo ellos y vencerlos, se acusaba, literariamente, aún más su triunfo.
V.27. Mc sitúa esta escena cuando Cristo se dirige a las aldeas de Cesárea de Filipo, pero en el camino. Mt es más vago; Lc, en cambio, precisará aún más (Luc_9:18).
V.29. Pedro proclama a Jesús diciendo: Tú eres el Cristo. Comparando esta fórmula con la de Mt-Lc, se ve que ésta es la fórmula más primitiva.

Primera Predicción de Su Muerte. 9:31-33 (Mat_16:21-23; Luc_9:22).
Cf. Comentario a Mat_16:21-23.
31 Comenzó a enseñarles cómo era preciso que el Hijo del hombre padeciese mucho, y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que fuese muerto y resucitase después de tres días. Claramente les hablaba de esto. 32 Pedro, tomándole aparte, se puso a reprenderle. 33 Pero El, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro y le dijo: Quítate allá, Satán, porque no sientes según Dios, sino según los hombres.

V.31. Mc es el único que resalta el que Cristo les hablaba les enseñaba, sobre la predicción de; su pasión y muerte claramente (ðáññçóéò).
La fórmula que Mc pone para el anuncio de la resurrección al tercer día es: resucitará después (ìåôÜ) de tres días, mientras que Mt-Lc ponen que resucitará en el tercer día. La fórmula de Mc parece más primitiva. Mc la mantiene en los otros pasajes (Mat_9:31; Mat_10:34). Luego desaparece en el í. Ô. para darse una formulación más precisa en el tercer día. Tiene, pues, sabor de una fórmula ante eventum 9. Ni habría inconveniente que en la redacción literaria de las tres predicciones se hubiesen tenido en cuenta matices post eventum.
El estilo profético tiene sus leyes, y la fundamental es dar el vaticinio con tonos difuminados. Sería probable que Cristo se amoldase a él (Schmid). Por eso, los hechos cumplidos habrían contribuido a matizar la redacción literaria posterior del vaticinio. Y lo mismo se diga de las otras dos predicciones sobre este tema.

Condiciones para seguir a Cristo. 8:34-38 (Mat_16:24-28; Luc_9:25-27).
Cf. Comentario a Mat_16:24-28.
34 Llamando a la muchedumbre y a los discípulos, les dijo: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. 35 Pues quien quiera salvar su vida, la perderá, y quien pierda la vida por mí y el Evangelio, ése la salvará. 36 ¿Y qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo y perder su alma? 37 Pues ¿qué dará el hombre a cambio de su alma? 38 Porque, si alguien se avergonzare de mí y de mis palabras ante esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.

Los tres sinópticos sitúan en este mismo lugar estas advertencias sobre las condiciones para seguir a Cristo. Las advertencias van dirigidas a los que quieran ingresar en su reino. Es verdad que, si la invitación se hace a las turbas (Mc-Lc), también se hace a los discípulos (Mc-Mt), lo que parecería dársele un valor no sólo de ingreso, sino de actividad ya en el reino. Será lo que haga Lc, destacando más este aspecto ético, al decir que es necesario negarse a sí mismo cada día (Luc_9:23), sin duda incluido en la invitación de Mc-Mt al ingreso en el reino. Después del anuncio de su pasión, es lógico insertase aquí la suerte y predicción de sus seguidores.
Las escenas de crucifixiones no eran raras. La imagen se evocaba del medio ambiente. Pero no sería improbable que aquí el tomar su cruz y sígame esté matizado por el ejemplo de Cristo en la Vía Dolorosa.
V.35. El motivo por el que ha de perderse la vida, si fuere preciso, es por mi causa (Mt-Lc); a lo que Mc añade también por causa del Evangelio, interpretación, suya o de la catequesis. Se ve ya la aplicación de esta enseñanza de Cristo ante persecuciones cristianas.
Mc, lo mismo que Mt-Lc, destaca la importancia de la persona de Cristo. Por El ha de perderse, si es preciso, la vida. Esto da a Cristo, máxime en todo el contexto, un valor de trascendencia: todo ha de subordinarse a El.
V.36. Perder el alma. Alma es el conocido semitismo que está por vida.
V.37. ¿Qué dará el hombre a cambio de su vida? es un proverbio. Pero en el caso presente de Mc contexto se refiere a la vida eterna.
V.38. Mc, lo mismo que Lc, destacan que el que se avergüence aquí de Cristo, El también se avergonzará de ése en su día. Es lo que supone Mt al evocar la retribución que Cristo dará a cada uno.
Mc destaca el avergonzarse ante esta generación adúltera y pecadora. Es la generación que recibiría al Mesías. Es frase que expresa la generación mesiánica 10.
Mc-Lc sólo presentan a Cristo viniendo en gloria, cuya descripción lo presenta en su gloria divina. Mt añade a este triunfo divino los poderes divinos del juicio sobre la humanidad (Mat_16:27).
Los elementos literarios con que se presenta al Hijo del hombre en su gloria están tomados del libro de Daniel (Dan_7:13-27). Pero el contenido está muy enriquecido con relación a la fuente literaria daniélica. Los ángeles aparecen, más que como un cuadro de fondo, como los servidores de Cristo. Así aparece, por un motivo más, situado en una esfera trascendente.

1 Cerfaux, La section des Pains (Mc 6:31-8:26): Sinopt. Studien A. Wikenhauser (1953) p.64-77; Jenkine, Markan Doblet (6:31-7:31; 8:1-26) (1942). l P. Seidelin, The Jonaszeichen: Studia TheoL (Lund 1952) 129; A. Vótgle, Der Spruch vom Jonaszeichen: Synoptische Studien. A Wikenhauser zum siebzigsten Geburtstag dargebraeht (1953) 230-277. 2 Westein, Horae talmudicae, h.l.; Wünsche, Nene Beitrage zur Erlauterung der Evangelien aus Talmud una Midrasch (1898)p.l93. 3 Josefo, Antiq. XVIII 2:1. 4 Willam, Das Leben Jesu im., vers. esp. (1940) p.148. 5 Willam, o.c., p.150-151. 6 Literalmente: Escupiendo en sus ojos; pero la frase, por su construcción semita, debe de suponer el que pone la saliva en los ojos del ciego con sus dedos, como en otras ocasiones. 7 Shabbath XIV 4; 14d; Babba bathra 126:6; Aboda Zara XI 10:19; Plinio, Nat. Hist. XXVIII 7; Edersheim, The Life and Times of Jesu (1901) II p.48. 8 Kvbv,ZurKonzeption des Markus-Evangeliums: Zeit. Neut. Wiss. (1958) 52ss; A. M. DENIS, Une theologie de la vie chrétienne chez S. Marc (6:30-8:27): Vie Spir. (1959) p.416-427. 9 J. Schmid, Dos Evangelium nach Markus (1958) p.40; J. Dupont, Ressuscité le troi&mejour: Bibl. (1959) 742-761; D. E. H. Whítelev, Chrisfs Forenhnowledge of His Crucifixión: Stud. Evang. (B 1959) 100-114. 10 Cf. Comentario a Mat_16:4; J. B. Bauer, Wer sein Leben retten wül. (Mk par.): Fs. J. Schmid (1963) 7-10.

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



51 (c) Aumenta a cuatro mil (8,1-10). Hay claras diferencias entre la comida de los cua(-)tro mil (8,1-10) y la de los cinco mil (6,35-44). La gente ha estado con Jesús durante tres días; los discípulos saben qué provisiones hay dis(-)ponibles; hay dos bendiciones; quedan siete cestos de sobras; el número de los que son ali(-)mentados asciende a cuatro mil. A pesar de es(-)tas diferencias, existen tantas semejanzas que, normalmente, los especialistas piensan que los relatos son dos versiones del mismo aconteci(-)miento. Los motivos teológicos de 8,1-10 son los mismos que los de 6,35-44: Dios alimenta a su pueblo en el desierto, el banquete mesiáni(-)co y la anticipación de la eucaristía. El ele(-)mento teológico distintivo se encuentra en el número de panes y cestos con las sobras, sie(-)te, que frecuentemente se considera como una referencia a la misión pagana de la Iglesia pri(-)mitiva. 2. me da lástima esta gente: Jesús sien(-)te compasión porque la gente ha estado sin co(-)mer durante tres días. En 6,34 se compadeció porque estaban como ovejas sin pastor. El pri(-)mer acontecimiento parece que tuvo lugar en un solo día, mientras que éste se extiende du(-)rante tres días. 3. si los envío en ayunas: En 6,35-36, los discípulos sugieren a Jesús que despida a la gente. 4. con pan en el desierto: La combinación de «pan» y «desierto» evoca el motivo veterotestamentario del maná. No se dice nada sobre el pescado (cf. 8,7). Que los discípulos sigan sin comprender lo que Jesús iba a hacer, no obstante lo acontecido en la primera multiplicación (6,35-44), se considera como una muestra evidente de que este segun(-)do relato es un duplicado. 5. siete: En 6,38 el número de panes era cinco. Muchos intérpre(-)tes encuentran en el número «siete» una refe(-)rencia a la misión pagana, e.d., a las setenta naciones del mundo, que emprendieron los siete «diáconos» según Hch 6,1-7. Los discípu(-)los saben de cuántas provisiones disponen sin realizar ninguna investigación (cf. 6,38). 6. que se sentaran en el suelo: La ubicación de la gente es menos pintoresca y elaborada que en 6,39-40, aunque el resultado es el mismo, los bendijo, los partió y se los dio a sus discípulos: Como en 6,41, la descripción de la acción de Jesús es una anticipación de que lo hará en la última cena (cf. 14,22), que a su vez anticipa el banquete mesiánico y la eucaristía de la igle(-)sia. Los discípulos funcionan de nuevo como distribuidores del alimento. 7. tenían además unos pocos pececillos: Como en 6,38.41.43, la referencia al pescado parece ser una idea pos(-)terior. Pero la interpretación eucarística de la acción tendería a expulsar la referencia al pes(-)cado, por lo que su mantenimiento puede ser un testimonio de su originalidad. 8. siete ces(-)tos llenos de sobras: Los cestos con las sobras de la primera multiplicación eran doce (6,43). Muchos especialistas encuentran un simbolis(-)mo numérico en la cantidad de los cestos: do(-)ce = Israel, siete = gentiles. 10. hacia la región de Dalmanuta: La primera parte del versículo es casi idéntica a 6,45. La localización de Dalmanuta es incierta y ha generado muchas con(-)jeturas entre los especialistas. Algunos manus(-)critos la identifican con Magdala o Magadán (cf. Mt 15,39). Probablemente, este lugar se encontraba en la ribera occidental del mar de Galilea.
52 (d) Controversia sobre los signos (8,11-21). La controversia, con la que alcanza su clímax esta sección (cf. 7,1-23), comienza con la petición que hacen los fariseos a Jesús de que les diera una señal del cielo (8,11-13) y sigue con las preguntas, de tono más bien cruel, que Jesús dirige a sus discípulos (8,14-21). Se niega a realizar ante los fariseos una de(-)mostración espectacular (sémeion) de su me(-)sianismo y desenmascara la incomprensión de sus discípulos que no logran entenderlo a él ni tampoco la solicitud que tiene por ellos. 11. los fariseos: Como en 7,1, los adversarios en esta controversia, en la que alcanza su clímax la sección, son los fariseos (aunque en la con(-)troversia anterior también había escribas). El modo en que se describe su acción («ponerle a prueba») sugiere mala voluntad e incluso tie(-)ne cierta conexión con la tentación de Satán (cf. 1,13). una señal de los cielos: Marcos suele hablar de los milagros de Jesús utilizando el término dynamis, no sémeion. Quizá esta peti(-)ción de una señal tiene alguna relación con la promesa que había hecho Teudas, un falso mesías judío, de que dividiría el río Jordán y sus seguidores podrían pasar fácilmente por él (cf. Josefo, Ant. 20.5.1 § 97-98). Con otras pa(-)labras, los fariseos piden una demostración pública espectacular con la que Jesús probara que era el mesías. Por supuesto, esperaban que Jesús no pudiera probarlo y, de este modo, perdiera el apoyo popular. La exigencia de que la señal debía proceder «del cielo» era otra for(-)ma de decir que tenía que venir de Dios. 12. ¿por qué pide esta generación una señal?: Jesús rechaza dar a «esta generación» (cf. Mc 8,38; 9,19; 13,20) tal señal. Comparemos esta res(-)puesta con Mt 16,4, donde únicamente se pro(-)mete la señal de Jonás; cf., también, Mt 12,39 y Lc 11,29. 13. embarcó de nuevo: Esta infor(-)mación de tipo geográfico nos prepara para la segunda parte de la controversia, en la que los adversarios son los mismos discípulos de Je(-)sús. 14. sólo tenían un pan: La presencia de es(-)te único pan servirá como factor que pondrá de manifiesto la incomprensión entre Jesús y sus discípulos. El enseñará en un plano espiri(-)tual, pero los discípulos permanecen en el ma(-)terial. 15. la levadura de los fariseos y la leva(-)dura de Herodes: La «levadura» simboliza algo que posee una vitalidad vigorosa e interna; aquí se refiere a una influencia maligna que puede extenderse como una infección. Este di(-)cho es un comentario sobre la petición de la señal que habían realizado los fariseos (8,12). 16. no tenían pan: El comentario que hacen los discípulos al aviso que Jesús les había da(-)do en 8,15 subraya su terquedad y crea el mar(-)co idóneo para la serie de preguntas que se ha(-)cen a continuación. Aun después de haber sido testigos los Doce de la actividad y ense(-)ñanza de Jesús, su comprensión empeora. 18. ¿teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís?: Jesús aplica ahora a los discípulos las expre(-)siones utilizadas para hablar de los de «fuera» que no podían entender las parábolas (cf. 4,11-12). Así, con su falta de comprensión, los discípulos se ponen del lado de los de «fuera». 19. partí los cinco panes: Este versículo y el si(-)guiente recapitulan el contenido de 6,35-44 y 8,1-10, respectivamente. Los discípulos ten(-)drían que haber reconocido en estos dos suce(-)sos la capacidad que Jesús tenía para cuidar de sus necesidades físicas. 21. ¿aún no enten(-)déis?: Su pregunta final resume toda la serie y remite a la siguiente parte del evangelio, en la que los discípulos tendrán que combatir con el misterio de la cruz como un aspecto esencial de la identidad de Jesús.
53 (V) Instrucciones de Jesús a sus dis(-)cípulos en el camino hacia Jerusalén (8,22-10,52). En este momento del evangelio se deja de lado el ministerio galileo; Jesús y sus discí(-)pulos viajan desde Cesarea de Filipo, en el nor(-)te de Galilea, hacia Jerusalén. El objetivo es instruir a los discípulos sobre la identidad de Jesús (cristología) y lo que significa seguirle (discipulado). La sección comienza y concluye con la curación dé un ciego (8,22-26; 10,46-52); el significado simbólico es obvio. Tras la confe(-)sión de Pedro de que Jesús era el mesías (8,27-30) hay tres secciones en las que encontramos una predicción de la pasión (8,31; 9,31; 10,33-34) y la consiguiente incomprensión de los dis(-)cípulos (8,32-33; 9,32-37; 10,35-45), a las que siguen, en los dos primeros casos, una ense(-)ñanza sobre las exigencias del discipulado.

54 (A) Curación de un ciego (8,22-26). Si hay un relato de Marcos que tiene una fun(-)ción simbólica éste es el de la curación del cie(-)go de Betsaida (8,22-26) (y la curación de Bartimeo [10,46-52]). A lo largo del camino, Jesús grabará en sus discípulos la necesidad de su muerte y resurrección. Sin embargo, los discí(-)pulos son lentos en comprender a Jesús. En el caso del ciego de Betsaida, la recuperación de la visión es gradual e imperfecta; él no sigue a Jesús. A Bartimeo se le cura inmediatamente y sigue a Jesús en su camino. Al catalogar estos relatos como «simbólicos» no negamos que tengan un fundamento histórico, ni queremos decir que sean puras construcciones alegóri(-)cas. 22. Betsaida: Finalmente alcanzamos el destino anunciado en 6,45. Un grupo de per(-)sonas trae a un ciego ante Jesús y le pide que imponga sus manos sobre él (cf. 7,32). 23. echando saliva en sus ojos: Sobre el uso de sa(-)liva en la curación, cf. 7,33. Este relato se dis(-)tingue de 7,31-37 en que la curación, en este caso, se realiza en dos fases. Implícitamente se supone en 8,23 que Jesús impuso sus manos sobre los ojos del hombre (8,25) y las movió antes de preguntar. 24. veo hombres...'. Es difí(-)cil entender esta construcción sintáctica («veo hombres que como árboles los veo caminan(-)do»); muchos biblistas piensan que el proble(-)ma se debe a que se ha traducido errónea(-)mente la partícula aramea de, «quien», «que», etc. La cuestión es que el hombre va recupe(-)rando progresivamente la visión, es decir, que al principio no veía perfectamente. 25. comen(-)zó a ver, quedó curado y veía claramente todo: Tras la curación inicial parcial, se subraya su curación total mediante la utilización de tres verbos. 26. no entres en la aldea: Algunos ma(-)nuscritos sustituyen o añaden de alguna for(-)ma las palabras «no hables con nadie (en la aldea)», que parece un intento de clarificar por qué el que acababa de ser curado no debía entrar en la aldea. Se trata de otro mandato de silencio que impone Jesús tras una acción mi(-)lagrosa (cf. 1,44; 5,43; 7,36).
55 (B) Jesús el Cristo (8,27-30). La con(-)fesión que hace Pedro de que Jesús era el Me(-)sías/Cristo es central en Marcos. El pasaje su(-)giere que esta identificación es correcta (en oposición a las otras propuestas: Juan Bautis(-)ta, Elías o uno de los profetas), pero requiere una explicación en las siguientes tres instruc(-)ciones, con una particular atención al signifi(-)cado que tenían los títulos de Mesías/Cristo aplicados a Jesús. Lo que los discípulos (y los lectores de Marcos) necesitan aprender es có(-)mo la pasión y muerte de Jesús están de acuer(-)do con su identidad de Mesías judío. 27. los pueblos de Cesarea de Filipo: La ciudad fue construida por Filipo, y se le llamó Cesarea de Filipo para distinguirla de Cesarea Marítima (? Geografía bíblica, 73:57). Los «pueblos» son los asentamientos que había en torno a la ciudad, ¿quién dice la gente que soy yo?: La pregunta general de Jesús prepara la que más concretamente dirigirá a sus discípulos en 8,29. También nos presenta el tema de las en(-)señanzas que se imparten a lo largo del cami(-)no: la cristología (y sus implicaciones para el discipulado). 28. Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que uno de los profetas: Las mis(-)mas conjeturas que encontramos en la refe(-)rencia a la ejecución del Bautista por Herodes Antipas en 6,14-16. El título de mesías no apa(-)rece entre las opiniones que la gente tenía so(-)bre la identidad de Jesús. 29. tú eres el Cristo: A la pregunta concreta que Jesús dirige a sus discípulos, Pedro, como portavoz, reconoce que Jesús es el Mesías. El término hebreo masiah se traduce en griego por christos; am(-)bos términos significan «ungido» (? Jesús, 78:34; Pensamiento del AT, 77:152-54). Aun(-)
que en el antiguo Israel se ungía a varios tipos de personajes, el término llegó a aplicarse de forma más específica a la unción de los reyes. Algunas obras de tiempos de Jesús (especial(-)mente SalSl 17) lo usaban para describir al fu(-)turo jefe de Israel en el período previo y du(-)rante el eschaton; éste cumpliría la esperanzas que se fundamentaban en las promesas de Dios. Cf. PNT 64-69. 30. que no hablaran a na(-)die sobre él: Exigiendo silencio a sus discípu(-)los, Jesús evita las falsas interpretaciones so(-)bre su mesianismo y prepara para las tres instrucciones que siguen.

56 (C) Primera instrucción sobre cris(-)tología y discipulado (8,31-9,29).
Tras haber presentado, como transición, un relato de mi(-)lagro sobre la recuperación de la vista (8,22-26) , y tras haber identificado a Jesús como el Cristo (8,27-30), la narración marcana explica lo que significa llamar a Jesús el Cristo y cuá(-)les son las implicaciones para sus discípulos.

57 (a) Primera predicción de la pasión y consecuencias para el discipulado (8,31-38). En 8,31-33 Jesús clarifica la naturaleza de su identidad como Mesías/Cristo mediante la pri(-)mera predicción de la pasión. El impetuoso re(-)chazo de Pedro sirve como punto de contraste con la insistencia de Jesús en su sufrimiento, muerte y resurrección. 8,34-38 es una colec(-)ción de dichos sobre el discipulado en el que predomina el tema del sufrimiento: necesidad de la autonegación (8,34), perder la propia vi(-)da por el Evangelio (8,35), el valor del propio yo (8,36-37) y no avergonzarse del Hijo del hombre (8,38). La combinación de los dos inci(-)dentes muestra que la cristología expresada en el primero tiene implicaciones para el discipu(-)lado que se diseña en los cuatro dichos del se(-)gundo: Según proceda el Maestro, así también los discípulos. 31. el Hijo del hombre debe pade(-)cer mucho: En lugar de Mesías/Cristo, Jesús usa el título de Hijo del hombre (cf. 2,10.28) pa(-)ra referirse a sí mismo. El verbo que significa «deber» (dei) tiene el sentido de asumir una obligación según el plan de Dios. Es difícil de(-)terminar hasta qué punto las palabras de estas tres predicciones de la pasión (8,31; 9,31;10,33-34) habían sido influidas por los aconte(-)cimientos que tuvieron lugar posteriormente iyaticinia ex eventu). Con toda seguridad, hay una influencia terminológica (especialmente en 10,33-34), pero esto no significa que Jesús no tuviese una idea del destino que le aguar(-)daba en Jerusalén. por los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los escribas: No hay referencia alguna a los fariseos; en el relato marcano de la pasión, los fariseos no tienen una función explícita en la condena y muerte de Jesús, re(-)sucitar a los tres días: Sobre el día tercero co(-)mo punto decisivo de inflexión, cf. Os 6,2; Jon 1,17; 2,10. Este trasfondo veterotestamentario hace plausible que Jesús hablara de su exalta(-) ción futura, aunque es probable que no lo hi(-)ciese tan explícitamente tal como lo hace en la forma presente del texto. 32. hablaba con toda claridad: Con anterioridad, Jesús puso fin a las especulaciones sobre su identidad con la exi(-)gencia de silencio. 33. reprendió a Pedro y le dijo: «¡Ponte detrás de mí, Satanás!»: La impe(-)tuosa acción de Pedro está en sintonía con la representación de su carácter en la tradición evangélica; es también difícil imaginar a los primeros cristianos inventándose una historia en la que Pedro fuese denominado «Satanás». Pedro expresa la errónea comprensión del me(-)sianismo de Jesús que Marcos deseaba corre(-)gir. Cualquiera que negase la pasión, muerte y resurrección de Jesús se colocaba del lado de Satanás (cf. Mt 4,10). Llamando a Pedro «Sa(-)tanás», Jesús considera como tentación la fal(-)sa visión sobre su mesianismo (cf. Job 1-2; Zac 3,1-2). 34. la muchedumbre con sus discípulos: El marco redaccional marcano de los dichos sobre el discipulado los presenta como una en(-)señanza pública que alude al sufrimiento de Jesús, que había quedado explícito en el círcu(-)lo íntimo de los discípulos en 8,31-33. cargar con su cruz: La crucifixión era bien conocida entre los judíos como un castigo que los ro(-)manos aplicaban en casos excepcionales. El condenado portaba la parte superior de la cruz (el travesaño; cf. Mc 15,21). La imagen (cf. Mt 10,38; 16,24; Lc 9,23; 14,27) expresa el sometimiento a la autoridad divina por analo(-)gía con el sometimiento del criminal condena(-)do a la autoridad romana. No puede determi(-)narse con certeza si el Jesús terreno utilizó esta imagen para referirse a su propio destino, aunque la Iglesia primitiva, con toda seguri(-)dad, la interpretó con la mente puesta en la muerte de Jesús. 35. el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará: Lo que es ca(-)racterístico de Marcos es la frase «por el evan(-)gelio» (cf. Mt 16,25; Lc 9,24); el término «evangelio» no se refiere a un libro ni tampo(-)co a un género literario, sino a la buena noti(-)cia sobre Jesús o a Jesús mismo como conte(-)nido de la buena noticia. 37. ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?: El término «vi(-)da» (griego psyché, hebreo nepes) se utiliza en el sentido del «verdadero yo». Al seguir a Je(-)sús, los discípulos pueden encontrar su verda(-)dero yo, y no hay nada más importante que es(-)to. 38. el Hijo del hombre se avergonzará de él: Algunos biblistas encuentran una distinción entre Jesús («yo y mis palabras») y el futuro Hijo del hombre (cf. Dn 7,13-14). Pero es du(-)doso que los primeros cristianos percibiesen tal distinción. El Jesús terreno podía haber previsto su función en el juicio final como abogado o fiscal ante Dios en relación con la respuesta a su enseñanza.

Catena Aurea (S.Tomás de Aquino ,1269. Tr. Dr. D. Ramón Ezenarro, 1889)



Habiendo llegado a Betsaida, presentáronle un ciego, suplicándole que le tocase. Y El, cogiéndole por la mano, le sacó fuera de la aldea; y echándole saliva en los ojos, puestas sobre él la manos, le preguntó si veía algo. El ciego, abriendo los ojos, dijo: "Veo andar a unos hombres, que me parecen como árboles". Púsole segunda vez las manos sobre los ojos, empezó a ver; y recobró la vista, de suerte que veía claramente todos los objetos. Con lo que le remitió a su casa diciendo: "Vete a tu casa; y, si entras en el lugar, a nadie lo digas". (vv. 22-26)

Glosa
Después de la comida de las muchedumbres, refiere el Evangelista el milagro de la vista dada al ciego, diciendo: "Habiendo llegado a Betsaida, presentáronle un ciego suplicándole que lo tocase".

Beda, in Marcum, 2, 34
Sabiendo que, como había curado el Señor al leproso sólo con tocarlo, del mismo modo daría la vista al ciego. "Y El, cogiéndolo por la mano, lo sacó fuera de la aldea".

Teofilacto
Parece que una gran incredulidad había corrompido a Betsaida, puesto que le dice el Señor: "Ay de ti, Betsaida, que si en Tiro y en Sidón se hubiesen hecho los milagros que se han obrado en vosotros", etc. (Mat_11:21). Sacó, pues, fuera de la aldea al ciego, porque no era verdadera la fe de los que se lo habían llevado. "Y echándole saliva en los ojos, puestas sobre él la manos, le preguntó si veía algo".

Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
Le echó saliva y puso las manos sobre él, queriendo mostrarnos que la palabra divina unida a la acción obraba semejantes milagros, siendo la mano signo de la acción y la saliva de la palabra que sale de la boca. Le pregunta si ve algo, lo que no había preguntado a los otros a quienes curó, para manifestar que, por la imperfecta fe de los que conducían al ciego y de éste mismo, no habían sido abiertos del todo sus ojos. "El ciego -prosigue- abriendo los ojos dice: Veo andar a unos hombres que me parecen como árboles", porque su falta de fe le hacía declarar que veía de un modo confuso a los hombres.

Beda, in Marcum, 2, 34
Los que no tienen la vista clara pueden ver las formas confusas de los cuerpos, pero no los contornos de los miembros. Así que los que miran desde lejos o durante la noche, no pueden distinguir fácilmente si son árboles u hombres los que ven.

Teofilacto
No hizo ver en el acto al ciego por la fe, porque no la tenía perfecta, porque el remedio se da según la fe.

Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
Fortificó, pues, su fe desde el momento en que empezó a ver, y en virtud de ella le hizo ver perfectamente. "Púsole segunda vez -prosigue- las manos sobre los ojos, y empezó a ver mejor"; y después añade: "Y finalmente, recobró la vista de suerte que veía claramente todos los objetos", curado verdaderamente de la vista y de la inteligencia. "Con lo que le remitió a su casa, diciendo: "Vete a tu casa, y si entras en el lugar, a nadie lo digas".

Teofilacto
Lo mandó de este modo porque, como queda dicho, eran incrédulos, y podían hacerle sufrir e incurrir a la vez ellos mismos, no creyendo, en una culpa más grave.

Beda, in Lucam 34
O bien: da ejemplo a los suyos para que no busquen el favor del pueblo con motivo de las cosas admirables que hagan.

Pseudo-Jerónimo
En sentido místico, Betsaida significa la casa del valle, esto es, el mundo que está en este valle de lágrimas. Llevan un ciego al Señor, es decir, a un hombre que no ve lo que fue, lo que es y lo que será. Le ruegan que lo toque. ¿Y quién es aquel a quien toca el Señor, sino el que tiene verdadero arrepentimiento?

Beda, in Marcum, 2, 34
Nos toca el Señor cuando nos ilumina con el soplo de su Espíritu, y cuando nos anima a reconocer nuestra propia enfermedad y al estudio de las virtudes. Toma la mano del ciego para confortarlo en la ejecución de las buenas obras.

Pseudo-Jerónimo
Y lo lleva fuera de la aldea, esto es, de la ciudad, para que recobre la vista y vea la voluntad de Dios por el soplo del Espíritu Santo. Poniendo sus manos en él, le pregunta si ve, porque por las obras del Señor se ve su grandeza.

Beda, in Marcum, 2, 34
O bien: poniendo saliva en los ojos del ciego, puso en él sus manos para que viera, porque curó la ceguedad del género humano con dones invisibles y con los sacramentos de la humanidad que le había tomado. La saliva, que procede de la cabeza del hombre, designa la gracia del Espíritu Santo. Pero al que podía curar de una vez con una sola palabra, lo cura poco a poco, para manifestar cuán grande es la ceguedad humana, la cual vuelve de a pocos y como gradualmente a la luz; y para indicarnos su gracia, con la cual nos ayuda en cada paso que damos a la perfección. Cualquiera, pues, que haya estado por largo tiempo en la oscuridad, de modo que no pueda discernir entre el bien y el mal, cree que son árboles los hombres que se ofrecen a su vista, porque ve obrar a la muchedumbre sin la luz de la discreción.

San Jerónimo, super Et aspisciens ait
O bien: ve a los hombres como árboles, porque los considera superiores a él. Puso de nuevo las manos sobre sus ojos, para que lo viera todo con claridad. Esto es, lo invisible por lo visible, y para que con la vista de su corazón purificado contemplara el estado claro de su ser después de las sombras oscuras del pecado. Lo mandó a su casa, es decir, a su corazón, para que viera en sí lo que no vio antes, porque el hombre que desespera de su salud, piensa que no podrá llevar a cabo de ningún modo lo que una vez iluminado le parece fácil.

Teofilacto
O bien: después que le curó lo mandó a su casa, porque nuestra casa es el cielo y las mansiones que hay en él.

Pseudo-Jerónimo
Le dijo: "Y si entras en el lugar, a nadie lo digas". Esto es, cuenta a tus vecinos tu ceguedad, no tu virtud.

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter VIII.

1 Christ feedeth the people miraculously: 10 refuseth to giue a signe to the Pharisees: 14 admonisheth his disciples to beware of the leuen of the Pharisees, and of the leuen of Herode: 22 giueth a blinde man his sight: 27 acknowledgeth that hee is the Christ, who should suffer and rise againe: 34 and exhorteth to patience in persecution for the profession of the Gospel.

[The multitude fed.]

1 In those dayes [ Mat_15:32 .] the multitude being very great, and hauing nothing to eat. Iesus called his disciples vnto him, & saith vnto them,
2 I haue compassion on the multitude, because they haue now bene with me three daies, and haue nothing to eat:
3 And if I send them away fasting to their owne houses, they will faint by the way: for diuers of them came from farre.
4 And his disciples answered him, From whence can a man satisfie these men with bread here in the wildernes?
5 And hee asked them, How many loaues haue ye? And they said, Seuen.
6 And he commanded the people to sit downe on the ground: and he tooke the seuen loaues, and gaue thanks, and brake, and gaue to his disciples to set before them: and they did set them before the people.
7 And they had a few small fishes: and he blessed, and commaunded to set them also before them.
8 So they did eate, and were filled: and they tooke vp, of the broken meate that was left, seuen baskets.
9 And they that had eaten were about foure thousand, and he sent them away.
10 And straightway he entred into a ship with his disciples, and came into the parts of Dalmanutha.
11 [ Mat_16:1 .] And the Pharisees came foorth, and began to question with him, seeking of him a signe from heauen, tempting him.
12 And he sighed deepely in his spirit, and saith, Why doeth this generation seeke after a signe? Uerely I say vnto you, There shall no signe be giuen vnto this generation.
13 And he left them, & entring into the ship againe, departed to the other side.
14 [ Mat_16:5 .] Now the disciples had forgotten to take bread, neither had they in the ship with them more then one loafe.
15 And hee charged them, saying, Take heed, beware of the leauen of the Pharisees, and of the leauen of Herode.
16 And they reasoned among themselues, saying, It is, [ Mat_16:7 .] because we haue no bread.
17 And when Iesus knew it, he saith vnto them, Why reason ye, because yee haue no bread? Perceiue ye not yet, neither

[Peters confession.]

vnderstand? Haue yee your heart yet hardened?
18 Hauing eyes, see ye not? and hauing eares heare ye not? And doe ye not remember?
19 When I brake the fiue loaues among fiue thousand, how many baskets full of fragments tooke yee vp? They say vnto him, Twelue.
20 And when the seuen among foure thousand: how many baskets full of fragments tooke ye vp? And they said, Seuen.
21 And he said vnto them, How is it that ye doe not vnderstand?
22 And he commeth to Bethsaida, and they bring a blind man vnto him, and besought him to touch him:
23 And he tooke the blind man by the hand, and led him out of the towne, and when he had spit on his eyes, & put his hands vpon him, he asked him, if hee saw ought.
24 And he looked vp, and saide, I see men as trees, walking.
25 After that hee put his handes againe vpon his eies, and made him look vp: and he was restored, and saw euery man clearely.
26 And hee sent him away to his house, saying, Neither goe into the towne, nor tell it to any in the towne.
27 [ Mat_16:13 .] And Iesus went out, and his disciples, into the townes of Cesarea Philippi: and by the way he asked his disciples, saying vnto them, Whom doe men say that I am?
28 And they answered, Iohn the Baptist: but some say, Elias: & others, one of the Prophets.
29 And hee saith vnto them, But whom say yee that I am? And Peter answereth and saith vnto him, Thou art the Christ.
30 And he charged them that they should tell no man of him.
31 And hee beganne to teach them, that the Sonne of man must suffer many things, and be reiected of the Elders, and of the chiefe Priests, & Scribes, and be killed, & after three dayes rise againe.
32 And he spake that saying openly. And Peter tooke him, and beganne to rebuke him.
33 But when he had turned about, and looked on his disciples, he rebuked Peter, saying, Get thee behind me, Satan: for thou sauourest not the things that be of God, but the things that be of men.

[The transfiguration.]

34 And when he had called the people vnto him, with his disciples also, he said vnto them, [ Mat_10:38 .] Whosoeuer will come after me, let him denie himselfe, and take vp his crosse and follow mee.
35 For whosoeuer will saue his life shall lose it, but whosoeuer shall lose his life for my sake and the Gospels, the same shall saue it.
36 For what shall it profit a man, if he shall gaine the whole world, and lose his owne soule?
37 Or what shall a man giue in exchange for his soule?
38 [ Mat_10:33 .] Whosoeuer therefore shall be ashamed of me, and of my words, in this adulterous and sinfull generation, of him also shall the Sonne of man bee ashamed, when he commeth in the glory of his Father, with the holy Angels.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



La sanidad de un hombre ciego. Este último ejemplo de los poderes del reino de Dios podría ser un cuadro de los discípulos espiritualmente ciegos, quienes pronto recibirían la vista. Los amigos de un ciego lo trajeron a Jesús; la fe de ellos sería recompensada al igual que la del invidente. Lo sacaron de la aldea colmada de vocerío y confusión para que el ciego pudiera escuchar a Jesús sin distracción. La saliva sobre los ojos del ciego y la imposición de manos eran cosas que el ciego podría sentir. La saliva no tiene nada de mágico, aunque sea la de Jesús; es solamente una ayuda externa a la fe y la comprensión.

¿Por qué se haría esta sanidad en dos etapas? ¿Sería por la fe imperfecta del hombre? Marcos no lo dice. Es suficiente que Jesús no dejó al hombre medio sanado, sino que persistió hasta que veía todo con claridad. ¿Sería éste el cuadro de la manera en que Pedro vería a medias la verdad acerca de Jesús al principio? Al hombre se le advirtió que se fuera directamente a su casa sin volver a la aldea, donde las personas que vieran podrían ser tentadas de seguir a Jesús sólo como un sanador, y no como el salvador. Donde ocurren milagros de sanidad, como parte de la predicación del evangelio, siempre está el peligro de que las personas se alleguen a Cristo por razones equivocadas.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

Como en el caso del sordomudo (cfr 7,31-37), aquí también Jesús cura con gestos simbólicos que después la Iglesia utilizó en la liturgia de los sacramentos. La curación del ciego de Betsaida representa, en el curso del evangelio, la culminación de los signos mesiánicos de Cristo (cfr nota a 7,31-37); por eso no es extraño que venga seguida por la confesión de Pedro (8,29). Por otra parte, la curación progresiva del ciego puede simbolizar el camino que recorrieron Pedro y los discípulos y que recorre también todo hombre: el Señor con sus signos va curando nuestra ceguera hasta que vemos «con claridad todas las cosas» (v. 25) y nos atrevemos a confesar a Cristo como Hijo de Dios y Salvador nuestro: «Dadnos, Señor, luz; mirad que es más menester que al ciego (...), que éste deseaba ver la luz y no podía; ahora, Señor, no se quiere ver. ¡Oh, qué mal tan incurable! Aquí, Dios mío, se ha de mostrar vuestro poder, aquí vuestra misericordia» (S. Teresa de Jesús, Exclam. 8).


Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



10. "Dalmanuta" era una localidad próxima al mar de Galilea. En Mat_15:39 se la llama Magadán.

11-12. Los fariseos reclaman una confirmación espectacular de la misión de Jesús, cuando en realidad él mismo es el verdadero "signo" de Dios.

18. Jer_5:21; Eze_12:2.

33. Ver nota Mat_16:23.

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Mar_5:30+

NOTAS

8:22 Este episodio prepara el de la profesión de fe de Pedro, Mar_8:27. La curación es lenta y se hace en dos tiempos, para mostrar lo difícil que le resulta a la gente «ver» quién es realmente Jesús de Nazaret, Jua_9:39-41.

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Mar_5:30+

NOTAS

8:22 Este episodio prepara el de la profesión de fe de Pedro, Mar_8:27. La curación es lenta y se hace en dos tiempos, para mostrar lo difícil que le resulta a la gente «ver» quién es realmente Jesús de Nazaret, Jua_9:39-41.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

El ciego de Betsaida. Interpretamos este relato desde lo simbólico. El ciego representa a todos los que no quieren «ver» el proyecto de Jesús. La sanación, todavía imperfecta del ciego, representa a los discípulos que, aunque ven y viven con Jesús, no terminan de comprender su Palabra. El ciego sanado totalmente introduce el pasaje siguiente cuando Pedro y los discípulos reconocen a Jesús como el Mesías. Así como la sanación del ciego se da por etapas, la fe también requiere un proceso gradual de maduración y crecimiento.

Biblia Latinoamericana (San Pablo, 1995)



[.] Cuando un ciego de nacimiento recupera la vista, necesita un tiempo de aprendizaje para comprender lo que ven sus ojos y para apreciar las distancias. Por eso Jesús impuso nuevamente las manos al ciego. Lo mismo vale para lo espiritual Jesús no nos da todo de una vez, sino que la conversión se va realizando por partes. Ni siquiera entres en el pueblo (26). Pues de lo contrario toda la gente habría venido a molestar a Jesús, quedándose boquiabierta para mirarlo y tocarlo. Pero Jesús ha venido para tener un encuentro auténtico con personas responsables.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 8.11 Mt 12.38; Lc 11.16; Jn 6.30.

[2] 8.12 Mt 12.39; 16.4; Lc 11.29.

[3] 8.15 Lc 12.1.

[4] 8.19 Mc 6.43.

[5] 8.20 Cf. v. 8.

[6] 8.28 Cf. Mal 4.5-6; Eclo 48.4,10.

[7] 8.29 Cf. Jn 6.68-69.

[8] 8.34-35 Mt 10.38-39; Lc 14.27; 17.33.

[9] 8.35-37 Vida: Véase Mt 16.25-26 n.

[10] 8.38 Mt 10.33; Lc 12.9.

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*8:22 La curación progresiva y dificultosa del ciego de Betsaida expresa el proceso de los discípulos y prepara la escena de la confesión de fe de Pedro en Mar 8:27 ss.

Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

Mar 7:32-33, Jua 9:6.

Nuevo Testamento México (Centro Bíblico Hispano Americano, 1992)

Por el relato se deduce que el ciego viviría fuera del pueblo. Así se explica que pudiera ir a su casa sin entrar en la aldea.

Greek Bible (Septuagint Alt. Versions + SBLGNT Apparatus)

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