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Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la palabra de Cristo. (Romanos  10, 17) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 10

2. LA PROPIA JUSTICIA (Rm/10/01-03)

1 Hermanos, el anhelo, de mi corazón y mi oración a Dios por ellos es para que alcancen salvación. 2 Pues doy testimonio en favor de ellos: tienen celo por Dios, pero no en conformidad con un verdadero conocimiento. 3 Pues no reconociendo la Justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se sometieron a esa Justicia de Dios.

Israel como pueblo ha rechazado la fe en la salvación aparecida en Cristo. A pesar de todo, o mejor, precisamente por ello, son más apremiantes los deseos y oraciones de Pablo por la «salvación» de todo Israel. Pues, por su propia experiencia puede testificar en favor de sus hermanos israelitas que tienen «celo por Dios», es decir, seriedad religiosa y adecuada disposición para hacer cuanto exige la ley en orden a obtener la justicia delante de Dios. Este testimonio del Apóstol en favor de sus compatriotas nos amonesta a no juzgar con demasiada precipitación la observancia supuestamente hipócrita de la ley y las prácticas piadosas de los judíos. Lo que nosotros queremos rechazar muchas veces como farisaico, a saber, una mera exterioridad en lugar de la exigible conducta interna frente a Dios y frente a los semejantes, aparece según el testimonio del Nuevo Testamento como la actitud fundamental del judío sin más precisiones. Ciertamente que en los Evangelios aparecen precisamente los fariseos y los doctores de la ley junto con la nobleza sacerdotal de la nación como los enemigos declarados de Jesús. Mas no podemos olvidar que en la actitud repulsiva de las clases dirigentes del pueblo judío frente a Jesús se manifiesta la postura de la humanidad entera frente al hecho de la revelación que ha tenido lugar en Cristo. Sin embargo, no se puede negar que la esforzada práctica religiosa de los judíos produce precisamente la impresión de una exteriorización legal y que amenazaba con endurecerse en la satisfacción de sí mismo.

Pablo caracteriza el celo de Israel, definiéndolo como un celo sin el discernimiento adecuado. Israel confió en la ley y creyó estar suficientemente informado por medio de la ley para conocer la voluntad de Dios (cf. 2,17s). Esta voluntad de Dios, reconocible por medio de la ley, creyó que tenía que observarla para obtener la justicia. Pero de este modo «no reconoció la justicia de Dios», que se le había ofrecido en Jesucristo. Esa es la culpa de Israel. Pues, desconocer la justicia de Dios y no doblegarse a la oferta de la salvación divina que se nos hace en Cristo de un modo vinculante y definitivo, equivale a negar a Dios el honor y a aferrarse a la propia justicia, lograda por las fuerzas personales. Como «justicia de Dios» (cf. 1,17; 3,21s) aparece Jesucristo en persona. Hay que decidirse por él y hay que obedecerle en la fe. Todo lo demás, cualquier forma de negativa y excusa, equivale a la propia justicia, o, lo que es lo mismo, equivale a establecer la soberanía del propio yo. Porque si es el yo quien condiciona el modo con que Dios tiene que revelarse, es evidente que, en tal caso, ya no es Dios quien se impone, sino que el yo del hombre pasa a ocupar su lugar y el de su revelación escatológica. Esta afirmación del hombre mismo se deja sentir también, y de modo muy particular, hasta en la pretendida lealtad a las promesas divinas de la alianza. Si la fidelidad de Israel consiste únicamente en la lealtad a la tradición y a la promesa hereditaria como una tradición, Israel corre el peligro de desconocer la revelación escatológica de Dios y de enfrentarse a ella en una postura de desobediencia. Israel ha fallado precisamente en esa buena disposición para salir al encuentro de Dios tal como él se ha revelado en el presente y quiere revelarse en el futuro.

3. LA NUEVA JUSTlClA (Rm/10/04-13)

4 Porque el final de la ley es Cristo, para justificar a todo el que cree. 5 Efectivamente, Moisés escribe acerca de la justicia procedente de la ley que «el hombre que la practique vivirá por ella» (Lev_18:5). 6 Pero la justicia procedente de la fe habla así: «No digas en tu corazón. ¿Quién subirá al cielo?»(Deu_30:12), es decir, para hacer descender a Cristo; 7 O «¿Quién bajará al abismo?» (Sal 107.26), es decir, para hacer subir a Cristo de entre los muertos. 8 ¿Qué dice, pues? «La palabra está cerca de ti, en tus labios y en tu corazón» (Deu_30:14), es decir, la palabra de la fe que proclamamos.

Israel, que tanto valor otorgaba a la «justicia» delante de Dios, se ha alejado de la justicia. La justicia nueva, que se ha revelado a cada uno en Cristo y se le ha hecho así accesible por la fe, exige del Israel histórico la entrega incondicional de su propio afán hacia la justicia. Por tanto, exige de él la postergación de la ley y la confiada entrega a Cristo. Y así, en una frase muy breve y precisa, aparece Cristo como el final de la ley, del camino legalista seguido hasta ahora por Israel y de su justicia levantada por tal medio. Cristo representa, por lo mismo, el final del antiguo Israel, que vivía y se entendía por la ley; Cristo es el fundamento del Israel nuevo, que se presenta como el Israel de Dios ya ahora a través de la Iglesia universal de los creyentes, en la que entran judíos y gentiles. En este Israel nuevo y universal, que es ya una realidad en Cristo, tiene que insertarse el Israel antiguo. Por consiguiente, en el problema de Israel se enfrentan dos tipos de justicia: la justicia «procedente de la ley» (v. 5), y la justicia «procedente de la fe» (v. 6). Una y otra se contraponen, no como dos posibilidades entre las que cabría elegir, toda vez que la justicia procedente de la ley ya no representa una auténtica posibilidad, sino que resulta imposible por la justicia procedente de la fe. Así, el testimonio de Moisés sacado de Lev_18:5, alude a la justicia procedente de la ley, que late en el fondo del camino legalista, y en modo alguno se refiere a la posibilidad presente del camino legal. Ese testimonio indirecto se convierte -porque de hecho ningún hombre cumple la ley ni puede cumplirla- en un testimonio en favor de la nueva justicia, que no procede de las obras de la ley sino de la fe en Cristo. éste, empero, no puede ser suplantado por ninguna pretensión humana; o dicho con otras palabras, no se le puede «hacer descender» del cielo (v. 6), ni «hacerle subir» del «abismo» (v. 7). Las citas veterotestamentarias, que Pablo explota aquí, van provistas en cada caso de una ampliación exegética, que pone claramente de relieve cómo la interpretación paulina de la Biblia está referida a Cristo.

También la cita del v. 8 -tomada de Dt 30,14- presenta la justicia nueva como la verdadera, única y genuina posibilidad. Esa posibilidad se nos brinda en la palabra de la predicación. En el Evangelio, y sólo en el Evangelio, se nos revela ciertamente la justicia de Dios (cf. 1,17). Por ello, le interesa a Israel aceptar el Evangelio y hacerse creyente. Pero Israel ya ha desperdiciado al presente la palabra de Dios que salió y llega con el Evangelio. Pese a todo, éste es el único camino que le queda.

9 Porque, si confiesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. 10 Pues creerlo con el corazón conduce a justicia, y confesarlo con los labios conduce a salvación. 11 Por eso dice la Escritura: «Ninguno de los que creen en él quedará defraudado» (Isa_28:16).

En el centro de la proclamación de la fe por parte del Apóstol, que «primeramente» se dirige a Israel (d. 1,16), se encuentra Jesucristo. Con unas fórmulas confesionales y evidentemente en estrecha conexión con una confesión de fe anterior, presenta el Apóstol la fe en Jesús como una fe salvadora. La cita final de la Escritura en el v. 13 confirma la fe cristiana universal por el testimonio de la alianza de Israel.

CREER/QUE-ES: La confesión de fe se centra en Jesús como Señor. Creer significa reconocer a Jesús como Señor y someterse de forma permanente a su soberanía. Que esto sea una exigencia que abarca la vida entera, ya nos lo ha demostrado Pablo en el capítulo 6. Pero la fe apunta, además, a una confesión del Señor Jesús expresamente formulada en este hecho concreto: que «Dios le resucitó de entre los muertos». La resurrección de Jesús es el hecho fundamental y, bien entendido, la raíz de la confesión de fe cristiana Pues, en Cristo y con Cristo, Dios nos ha suscitado para vivir la vida que ya poseemos ahora, en fe, en una fe esperanzada, aunque todavía no con una contemplación manifiesta (cf. 8,24s). Con la resurrección de Jesús de entre los muertos, Dios ha demostrado su fuerza creadora, y es precisamente esta potencia divina que vuelve a crear, a la que hay que someterse con fe, a fin de que la salvación aparezca como una creación nueva de Dios.

12 Pues no hay diferencia entre judío y griego, ya que uno mismo es el Señor de todos, que prodiga sus riquezas para con todos los que lo invocan; 13 y «todo el que invoque el nombre del Señor, será salvo» (11 3,5).

Con toda la claridad deseable subraya el Apóstol una vez más el carácter universal de la nueva justicia que se abre en Cristo. Esto lo hace refiriéndose al valor universal de la soberanía de Dios: uno mismo es el Señor de todos. Para alcanzar la plenitud, esta soberanía universal de Dios en Cristo tiene que comprender también a Israel. Bajo esa soberanía ya no hay «diferencia» entre judíos y gentiles. éste es ciertamente el aspecto histórico-salvífico del problema, que es el mismo Israel; pues, como pueblo elegido de Dios, siempre debía tener ante los ojos lo que le diferenciaba del mundo pagano. De otro modo ¿dónde se manifestaba el hecho de la elección? En Cristo resulta patente que la elección encuentra precisamente su manifestación en el hecho de que todas las esperanzas humanas, incluso las esperanzas e ideas de Israel sobre la justicia, vienen superadas por Dios mismo, y en que Dios llama a todos los hombres sin distinción alguna. La igualdad de cara a la salvación obtenida supone la igualdad en el pecado; supone que «todos pecaron y están privados de la gloria de Dios» (3,22s). De ahí que también a Israel interese volverse hacia ese Señor.

4. ISRAEL ES INEXCUSABLE (Rm/10/14-21)

14 Ahora bien, ¿cómo podrían invocar a aquel en quien no tuvieron fe? ¿Y cómo podrán tener fe en aquel de quien no oyeron hablar? ¿Y cómo van a oír, sin que nadie lo proclame? 15 ¿Y cómo podrán proclamarlo, sin haber sido enviados? Como está escrito: «¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian cosas buenas!» (1Sa_52:7). 16 Pero no todos aceptaron el Evangelio. Ya lo dice Isaías: «Señor, ¿quién ha prestado fe a nuestro mensaje? (Isa_53:1). 17 Así que la fe viene de la predicación escuchada, y esta predicación se hace en virtud de la palabra de Cristo.

Se trata de la palabra de Dios que se nos ha dirigido y nos sigue llegando en el Evangelio. Esa palabra hay que escucharla. Con la escucha y aceptación creyente del Evangelio, la causa de Dios logra su objetivo. Por ello, de cara a Israel hay que preguntarse si es que no ha tenido lugar allí el acontecimiento de la palabra del Evangelio. En caso negativo, Israel no sería ciertamente culpable. Mas Pablo puede partir de la base de que el Evangelio también ha sido anunciado a los judíos, y además «primeramente» (Isa_1:16). El énfasis con que ahora expone el hecho de la predicación del Evangelio, pone de relieve una vez más la inexcusabilidad de Israel.

La predicación, la escucha, la fe y la llamada con su relación intrínseca aparecen como un acontecimiento encadenado, cuyos actos aislados enlazan unos con otros. Mediante este ordenamiento causal del hecho de la palabra conduce Dios a la salvación. Esto es lo que también Israel debe reconocer. Y ante todo y sobre todo tiene que aprender a escuchar. En la predicación del Evangelio escucha a aquel a quien debe volverse con fe, al Dios precisamente que ahora cumple sus promesas a Israel en Cristo y por Cristo. Es el mismo Dios el que sale fiador de todo este acontecimiento, desde la predicación hasta la llamada a la profesión de fe. Incluso envía a los anunciadores de la palabra, pues el predicador forma parte del acontecimiento salvífico de la palabra divina. Como tal se entiende a sí mismo el Apóstol. Su ministerio apostólico es un eslabón imprescindible en el acontecimiento de la salvación. Pero es justamente un servicio, bajo el cual está el encargo de Dios y que se manifiesta en la predicación que suscita la fe de los oyentes. El ministerio en la Iglesia no puede tener otro fundamento que su destino esencial como un servicio a la salvación. En el acontecimiento de la palabra salvífica de Dios, el Apóstol presta al Evangelio su palabra articulada; pero como una palabra que merece un crédito consistente.

Pero verdad es que «no todos aceptaron al Evangelio» (v. 16). Más aún, Israel como pueblo en general se ha cerrado a la palabra salvadora de Dios en la hora presente. Y esto es lo que angustia al Apóstol de forma opresiva. Por eso puede referirse aquí con toda razón a la palabra del profeta: «¿Quién ha prestado fe a nuestro mensaje?» Entra, pues, en el destino del mensajero el no encontrar fe ni el ser recibido en todas partes con los brazos abiertos. En esta experiencia descorazonadora del mensajero se pone mejor de manifiesto que es obra y mérito de Dios cuando la palabra acaba por conducir a la fe. Mas, por lo que hace a Israel, el Apóstol no puede permanecer tranquilo pensando que la conducta de su pueblo corresponde a la palabra del profeta. Si en la presente proclamación de la palabra opera el Dios de las promesas, el Dios que según el testimonio de la Escritura ha vinculado sus promesas a Israel, es evidente que Israel no puede quedar ahora al margen sin más.

18 Pero pregunto: ¿Es que no oyeron? ¡Claro que sí! «Por toda la tierra se difundió su voz, y hasta los confines del mundo llegaron sus palabras» (Psa_19:5).

Israel oyó, puesto que el Evangelio ha resonado «por toda la tierra». Las palabras del salmo citadas aquí no hablan ciertamente, en su sentido original, del Evangelio como «palabra de Cristo» (v. 17), sino de las obras de la creación en las que Dios se manifiesta. Pero el Apóstol puede aplicar este acontecimiento revelador, cantado en el salmo del Antiguo Testamento, a la predicación del Evangelio, sin intentar hacer violencia al texto. Pues, todas las palabras de Dios ya pronunciadas encuentran en el Evangelio su verdadero y definitivo alcance. Por ello afirma Pablo del Evangelio que sus ecos han resonado por toda la tierra. Ha sido proclamado para todo el mundo y con el anuncio del Apóstol está corriendo por todo el planeta, hasta llegar a Roma y aún más allá. Pese a todo, Israel no ha alcanzado la fe, y eso es lo que constituye su culpa delante de Dios.

19 Pero sigo preguntando: ¿Acaso Israel no se enteró? Moisés primeramente afirma: «Yo os haré tener celos de un pueblo que ni siquiera lo es, con un pueblo insensato os provocaré a enojo» (Deu_32:21). 20 Luego Isaías se atreve a decir: «Fui hallado por los que no me buscaban, me hice visible en quienes no preguntaban por mí» (Isa_65:1). 21 En cambio, dice refiriéndose a Israel: «Todo el día estuve con las manos extendidas hacia un pueblo indócil y rebelde» (Isa_65:2).

¿Qué le falta aún a lsrael para escuchar el Evangelio? ¿Le falta sólo el reconocimiento? Pero precisamente Israel debería haberlo reconocido antes que nadie, puesto que se jacta de conocer la voluntad de Dios y aquello que más interesa en las relaciones con Dios (cf. 2,18). Pero, evidentemente, el hombre no alcanza la fe mediante ese pretendido conocimiento sino gracias al Dios que llama. Así lo demuestra la vocación de los gentiles, que han sido llamados siendo un «pueblo insensato» y que, por lo mismo, no contaban con ninguna disposición para ese reconocimiento.

De este modo ha quedado anulada la prioridad de Israel en la historia de la salvación. Dios se ha revelado a un «pueblo que ni siquiera es pueblo», a «los que no me buscaban... a quienes no preguntaban por mí». Todo esto lo ha hecho Dios para hacer «tener celos» al pueblo de Israel. Pues, ni aun ahora ha olvidado Dios a Israel ni le ha abandonado sin más. «Todo el día» -lo que se extiende también al presente- Dios extiende sus manos «hacia un pueblo indócil y rebelde». La elección de Israel no es algo puramente casual, puesto que ahora mismo el Dios de la elección sigue actuando en ese sentido. El camino de «los celos» o de la emulación bien puede ser en definitiva el camino por el que Israel recupere lo que de hecho ya ha perdido.



Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



Justicia por la Ley y justicia por la fe, 10:1-13.
1 Hermanos, a ellos va el afecto de mi corazón y por ellos se dirigen a Dios mis súplicas, para que sean salvos. 2 Yo declaro en favor suyo que tienen celo por Dios, pero no según la ciencia; 3 porque ignorando la justicia de Dios y buscando afirmar la propia, no se sometieron a la justicia de Dios; 4 porque el fin de la Ley es Cristo, para la justificación de todo el que cree. 5 Pues de la justicia proveniente de la Ley escribe Moisés que el hombre que la cumpliere vivirá por ella. 6 Pero la justicia que viene de la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? Esto es, para bajar a Cristo; 7 o ¿quién bajará al abismo? Esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos. 8 Pero ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca, en tu corazón, esto es, la palabra de la fe que predicamos. 9 Porque si confesares con tu boca a Jesús como Señor y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para la justicia, y con la boca se confiesa para la salud. n Pues la Escritura dice: Todo el que creyere en El no será confundido. 12 No hay distinción entre judío y gentil. Uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le invocan, 13 pues todo el que invocare el nombre del Señor será salvo.

Sigue San Pablo con el mismo tema iniciado en los últimos versículos del capítulo anterior. Es, podríamos así denominarlo, el tema de las dos justicias, o mejor, el de los dos medios de aspirar a la consecución de la justicia: de una parte, la justicia por la fe, medio elegido por Dios y que siguen los cristianos; de otra parte, la justicia por la Ley, con cuyo exacto cumplimiento pretendían los judíos conseguir su propia justicia.
El Apóstol comienza por afirmar una vez más su amor hacia los judíos, sus compatriotas, por quienes dirige incesantes súplicas-a Dios, para que sean salvos (v.1; cf. 9:3). Notemos bien esto último, pues ello nos ayuda a precisar el sentido de la expresión vasos de ira del capítulo anterior, contra aquellos intérpretes que le dan un sentido predestinacionista de reprobación irrevocabLc. Dice el Apóstol que tienen celo por Dios, pero no según la ciencia, es decir, mal dirigido (v.2; cf. Hec_22:3; Gal_1:14; Flp_3:6). Y la razón es porque tratan de hacer triunfar su punto de vista, de una justicia por las obras de la Ley, en que los judíos conserven su puesto de privilegio sobre los otros pueblos, rehusando someterse a la justicia de Dios, es decir, al modo elegido por Dios para salvar al mundo conforme a sus promesas, juntando en un solo pueblo judíos y gentiles, y salvando a todos por la fe en Jesucristo (v.3). Ese es el sentido que damos a la expresión justicia de Dios, en conformidad con lo ya explicado en otra ocasión (cf. 1:16-17; 3 21-26). Ni los judíos pueden buscar apoyo en la Ley para defender su punto de vista, pues la Ley, con sus instituciones y prescripciones, está ordenada hacia Jesucristo y debe conducir a creer en El, llegando entonces a su fin o plenitud (v.4; cf. 3:31; 8:4).
A continuación San Pablo pone frente a frente las dos justicias, la que proviene de la Ley (v.6) y la que proviene de la fe (v.6-10), concluyendo que es ésta la única aceptable lo mismo para judíos que para gentiles (v. 11-13). Para hablar de la primera, San Pablo se apoya en Lev_18:5 : El que cumpliere mis mandamientos, dice Yahvé, vivirá por ellos, texto que cita con bastante libertad (v.5). La misma cita, y en contexto muy parecido, hace también en Gal_3:12. Esa vida a que se refiere el texto del Levítico no es meramente la vida temporal, ni tampoco la vida futura, de que el Pentateuco no habla, sino la vida en amistad con Yahvé, prácticamente equivalente a la justicia de que se viene hablando. Lo que el Apóstol parece intentar con esa cita del Levítico es hacer ver que en la economía de la Ley cada uno había de labrarse su justicia, cumpliendo exactamente todos sus preceptos (cf. 2:13; Gal_3:10; Gal_5:3), cosa muy difícil de realizar (cf. Hec_15:10), y, desde luego, imposible sin el auxilio de la gracia interior, que no se daba en virtud de la Ley precisamente, sino en virtud de la fe (cf. 4:2-25). La Ley, en cuanto tal, es decir, como contrapuesta a la fe y, por tanto, aislada de la gracia, más bien era ocasión de pecados (cf. 3:20; 5:20; 7:7-24), ofreciendo una justicia a la que era imposible llegar.
Al contrario, la justicia proveniente de la fe es fácil de alcanzar. Es la idea que San Pablo trata de inculcar en los v.6-io, valiéndose de las mismas expresiones empleadas por Moisés con referencia a la Ley (cf. Deu_30:11-14), expresiones que, por una prosopopeya, pone en boca de la justicia proveniente de la fe, como si ésta fuera un personaje vivo. La aplicación de esas expresiones a la justicia por la fe no deja de causar extrañeza, pues originariamente están dichas con referencia a la Ley, y, por tanto, más bien esperaríamos verlas aducidas en favor de la precedente justicia por la Ley. Es posible que San Pablo, con esa cita, no trate de darnos una prueba escrituraria de su tesis, sino simplemente quiera vestir su pensamiento con lenguaje de la Escritura, que usaría en sentido acomodaticio. Su argumentación se reduciría a esto: Moisés ha dicho de la Ley que, para conocerla, no es necesario subir al cielo ni atravesar los mares..; con mayor razón debe decirse esto del Evangelio, pues no es necesario subir al cielo para hacer bajar a Cristo, puesto que ya bajó en la encarnación, ni descender a los abismos para hacerle subir, puesto que ya resucitó de entre los muertos, sino que basta con escuchar la doctrina predicada por los apóstoles, creyendo con el corazón y confesando con la boca que Jesús es el Señor y que ha resucitado. Precisamente porque se trataría simplemente de una acomodación, San Pablo no tendría inconveniente en modificar el texto mosaico (atravesará los mares = bajará al abismo) para que se acomodara más al misterio de la resurrección de Cristo. Sin embargo, otros autores, como Lagrange y Ricciotti, creen que no se trata de simple acomodación, sino que el Apóstol quiere darnos el sentido pleno o profundo del texto mosaico. Y, desde luego, la opinión no carece de fundamento, pues poco antes ha dicho que el fin de la Ley es Cristo (v.4); por tanto, nada tendría de extraño que en esos pasajes referentes a la Ley mosaica viera ya como presentida la ley evangélica, que era como su fin o plenitud.
Las expresiones creer con el corazón y confesar con la boca (v.9-10) señalan claramente el doble aspecto (interior y exterior) que ha de revestir la fe cristiana. El orden boca-corazón (v.9) no debe urgirse demasiado, pues en el proceso de justificación la fe es, lógicamente, anterior a la confesión externa, orden natural que tenemos en el v.10; si en el v.9 San Pablo invierte ese orden, parece que lo hace bajo el influjo de Deu_30:14, pasaje que está sirviendo de base a su exposición. Tampoco debe urgirse demasiado la diferencia entre justicia y salud (v.10), como si al acto interno de fe correspondiera la justicia, y a la profesión externa de esa fe, la salud; desde luego, esos términos de justicia y salud no siempre se equivalen (cf. 5:9-10; 8:24), pero en el pensamiento de San Pablo están íntimamente unidos, y a veces, como en este lugar, los toma más o menos indistintamente, sin parar mientes en el matiz que los distingue (cf. 1:16-17; 2Co_6:2; Efe_2:8).
Como objeto esencial de la confesión de fe cristiana señala San Pablo el señorío de Cristo (v.9). De este título de Señor dado a Cristo, símbolo y compendio de todas sus prerrogativas, ya hablamos al comentar Hec_2:21-36 y 11:20-24. En los v. 11-13, el Apóstol trata de confirmar con textos de la Escritura esta su afirmación de que basta la fe en Cristo-Señor para conseguir la salud, lo mismo tratándose de judíos que de gentiles. Los textos en que se apoya son uno de Isaías (Isa_29:16), citado ya anteriormente en 9:33, y otro de Joel (Joe_2:32), citado también por San Pedro en su discurso de Pentecostés (Hec_2:21). Aunque los textos se refieren directamente a Yahvé, los apóstoles no tienen inconveniente en aplicarlos a Jesucristo, a base de esa noción de sentido pleno que ya explicamos al comentar 9:33 y Hec_2:21.

Los judíos son inexcusables,Hec_10:14-21.
14 Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán sin haber oído? ¿Y cómo oirán si nadie les predica? 15 ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Según está escrito: ¡Cuan hermosos los pies de los que anuncian buenas nuevas! 16 Pero no todos obedecen al Evangelio. Porque Isaías dice: Señor, ¿quién creyó nuestra predicación? 17 Por consiguiente, la fe es por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo. 18 Pero digo yo: ¿Es que no han oído? Cierto que sí. Por toda la tierra se difundió su voz, y hasta los confines del orbe su pregón. 19 ¿Pero acaso Israel no conoció? Es Moisés el primero que dice: Yo os provocaré a celos de uno que no es pueblo, os provocaré a cólera por un pueblo insensato. 20 E Isaías se atreve a decir: Fui hallado de los que no me buscaban, me dejé ver de los que no preguntaban por mí. 21 Pero a Israel le dice: Todo el día extendí mis manos hacia el pueblo incrédulo y rebelde.

San Pablo llega al final del análisis que viene haciendo sobre la culpabilidad de Israel. Con una serie de interrogaciones debidamente enlazadas, y con abundantes citas de textos bíblicos, va señalando cómo Dios ha ofrecido a los judíos todo lo necesario para que pudiesen conocer el Evangelio, y cómo, si no han creído, la culpa está toda de su parte.
El punto de partida es la invocación a Cristo como Señor, de que se habló en v.13. Su argumentación es clara: para invocar a Cristo, es necesario creer en El; para creer en El, es necesario haber oído su predicación 116 o al menos la de sus mensajeros; para ser mensajero autorizado y no engañoso (cf. 2Co_11:13; Tit_1:11), es necesario haber recibido el legítimo mandato (v.14-15). Tales son las condiciones para, de vía ordinaria, llegar a la fe. Hasta aquí San Pablo se mantiene en el terreno de la teoría; luego, en los v. 18-21, hará la aplicación a Israel, mostrando haberse verificado en él esas condiciones.
Antes, sin embargo, aun a trueque de perder algo en claridad su argumentación, se detiene a considerar la hermosa obra de los mensajeros del Evangelio, que son los que hacen llegar hasta nosotros la palabra de Cristo y ponen la base a nuestra fe. A ellos aplica (v.15) el texto de Isa_52:7, palabras con que el profeta aludía a los encargados de anunciar el final del destierro babilónico, pero que, con toda razón, pueden aplicarse a los mensajeros o heraldos del Evangelio, pues, en la mente de los profetas, a la restauración temporal de Israel va siempre unida la restauración mesiánica (cf. Hec_15:16). Estos mensajeros del Evangelio han cumplido su oficio, pero desgraciadamente no todos han aceptado su predicación (v.16). San Pablo, aunque sigue hablando en general, está pensando evidentemente en los judíos, y a ellos aplica (v.16) el texto de Isa_53:1, texto que también les había aplicado San Juan en su Evangelio (Jua_12:38), y en el que el profeta predice la incredulidad judía hacia un Mesías paciente y humilde. El texto de Isaías da pie al Apóstol, como parece insinuar ese por consiguiente (áñÜ), para volver a insistir en la importancia de la predicación en orden a la fe, predicación que, en el caso presente, tiene su origen o punto de partida en la palabra misma o mensaje revelado por Cristo (v.17).
A continuación (v. 18-21), San Pablo desciende al campo histórico, con aplicación concreta a los judíos. Lo primero que pregunta es si también ellos han oído la predicación del Evangelio (v.18). La respuesta no puede ser sino afirmativa; y el Apóstol, para hacer resaltar más la universal resonancia de la predicación evangélica, imposible de ignorar por los judíos, cita una frase de Sal_19:5, en la que el salmista se refiere a los cielos y firmamento estelar pregonando la gloria de Yahvé a la tierra toda. Evidentemente en esta acomodación o adaptación del texto bíblico, aplicando a los apóstoles respecto de Cristo un papel análogo al de los cielos respecto de Dios, hay su parte de hipérbole, pues no es cierto que en aquellas fechas el Evangelio hubiera sido ya predicado hasta los confines del mundo. San Pablo lo sabe de sobra, pero era una frase ya hecha, y la predicación evangélica estaba lo suficientemente extendida para que no necesitase pensar en cambiarla.
Quedaba una segunda posible excusa que podría alegarse en favor de los judíos, y era la de que, aunque hubieran oído la predicación evangélica, no la hubiesen conocido (v.19), es decir, no la hubiesen entendido tal como era, medio único de salud. En ese caso habría error, pero no culpa. San Pablo trata de responder también a este punto (v.19-21). No lo hace de manera directa, sino basándose en citas de la Escritura, una de Moisés (Deu_32:21) y otra de Isaías (Isa_65:1-2). Aunque no es fácil de precisar la relación exacta entre estos textos citados y el punto discutido 117, la idea general que San Pablo pretende hacer resaltar es clara: Si un pueblo (los gentiles) mucho menos preparado religiosamente que el judío ha entendido la predicación evangélica y abrazado la fe, Israel ha debido entenderla también (v. 19-20), y si no ha sido así, ello debe atribuirse a su espíritu de incredulidad y rebeldía, no a que el mensaje evangélico fuese oscuro (v.21). La conclusión será, pues, que se trata de ignorancia (cf. v.2-3), pero ignorancia en que tiene gran parte la obstinación y mala voluntad y que no exime a los judíos de culpa (cf. Hec_3:17).

Comentario de Santo Toms de Aquino

Lección 2: Romanos 10,10-17
Por la fe y la confesión de la fe consigue el hombre la salvación, la cual fe es por oír la palabra de Cristo10. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salud.11. Pues la Escritura dice: Todo aquel que creyere en El no será confundido.12. Puesto que no hay distinción entre judío y griego. Porque uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le invocan.13. Así que todo el que invocare el nombre del Señor será salvo.14. Ahora bien ¿cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? Y ¿cómo oirán sin que haya quien predique?15. Y ¿cómo predicarán si no han sido enviados? según está escrito: ¡cuan hermosos los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian el bien!16. Pero no todos obedecen al Evangelio. Porque Is dice: Señor ¿quién ha creído lo que se nos ha oído?17. Así es que la fe viene ddl oír, y el oír por la palabra de Cristo.Habiendo asentado el Apóstol, explicando las palabras de Moisés, que la confesión de la boca y la fe del corazón operan la salud, presentando esto por vía de ejemplo en dos artículos de fe de los que se veía haber hecho mención Moisés, aquí prueba lo que dijera en general. Y acerca de esto hace tres cosas. Primero muestra que por la fe y la confesión obtiene el hombre la salud; segundo, enseña el orden de la salud: Ahora bien ¿cómo invocarán, etc.; tercero, infiere cierta conclusión de lo dicho: Así es que la fe viene del oír, etc.Acerca de lo primero hace también tres cosas. Primero enuncia lo que se propone, diciendo: con razón digo que si confiesas con la boca y crees en tu corazón, serás salvo; porgue con el corazón se cree por el hombre para justicia, esto es, para que la justicia se obtenga por la fe. Justificados, pues, por la fe (Rm 5,1). Y claramente dice: Con el corazón se cree, esto es, con la voluntad; porque las demás cosas que pertenecen al culto externo de Dios las puede hacer el hombre no queriendo, pero el creer no lo puede sino queriendo. Porque el entendimiento del que cree no se determina al asentimiento de la verdad por necesidad de la razón, como el entendimiento de lo científico, sino por la voluntad: y por eso el saber científicamente no tiene que ver con la justicia del hombre, justicia que está en la voluntad, sino el creer. Creyó Abraham a Dios y repútesele por justicia (Gen 15,6). Ahora bien, una vez justificado el hombre por la fe, es necesario que su fe obre por el amor para obtener la salud. Por lo cual agrega: Y con la boca se confiesa para salud, para conseguir la eterna. La salud que yo envío durará para siempre (Is 51,6,8).Pero es triple la necesaria confesión para la salud. Primero, ciertamente, la confesión de la propia iniquidad, según aquello del Salmo 31,5: Confesaré, dije yo, contra mí mismo, al Señor, la injusticia mía; la cual confesión es del penitente. La segunda confesión es aquella por la cual confiesa el hombre la bondad de Dios que misericordiosamente nos otorga sus beneficios -Alabad al Señor porque es bueno: Salmo 1 17,1-; y esta es la confesión de quien da gracias. La tercera es la confesión de la verdad divina -A todo aquel que me confiese delante dé los hombres, Yo también lo confesaré delante de mi Padre celestial: Mt 10,32-; y esta confesión es del que cree, de la cual nos habla ahora el Apóstol. Y es necesaria para la salvación según el momento y el lugar, cuando por ejemplo se averigua la fe de alguno, ya sea por un perseguidor de la fe, ya sea también cuando corre peligro la fe ajena: y en este caso principalmente los prelados deben predicar la fe a sus subditos. Y por eso mismo los bautizados son ungidos con crisma en la frente con la señal de la cruz, para que no se avergüencen de confesar al propio crucificado. Pues no me avergüenzo del Evangelio (Rm 1,16).Mas así es también respecto de todos los actos de las virtudes, que conforme al tiempo y al lugar son necesarios para la salvación. Porque los preceptos afirmativos que acerca de estas cosas se dan obligan siempre, pero no continuamente.* Lo segundo -Pues la Escritura dice, etc.- lo prueba por autoridad, diciendo: Pues la Escritura dice, en Is 18: Todo el que cree en El, con fe formada, no será confundido, como carente de salud. Los que teméis al Señor, creed en El, pues no se malogrará vuestro galardón (Eccli 2,8). Y nuestro texto dice así: Quien creyere no se apresure, como está dicho arriba. Tercero: Puesto que no hay distinción, etc., prueba que esto débese entender de manera universal, puesto que Is lo dice indefinidamente. Y primero enuncia lo que se propone, diciendo: Por eso se ha dicho: Todo aquel que creyere, etc. Puesto que no hay distinción en cuanto a esto entre judío y griego.-Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, etc. (Colos 3,2).Segundo, lo prueba por la razón que de doble modo se sustenta, de los que toca el primero diciendo: Por que uno mismo es el Señor de iodos.-¿Acaso Dios es sólo el Dios de los Judíos? ¿No lo es también de los Gentiles? (Rm 3,26). Dios es el rey de toda la tierra(Sal 46,3). Y por lo mismo a El le corresponde proveer a la salud de todos. El segundo modo lo toca diciendo: Es rico para todos los que lo invocan. Porque si no fuese de tanta bondad que baste para la justificación de cada úncese podría pensar que no cuidaría de todos los creyentes; pero las riquezas de su bondad y de su misericordia son inagotables. ¿O desprecias las riquezas de su bondad? (Rm 2,4). Pero Dios, que es rico en misericordia etc. (Ef 2,4). Tercero, lo prueba igualmente por autoridad, que tenemos en Joel 2,32: Cualquiera que invocare el nombre del Señor será salvo. E invocarlo es llamarlo uno en sí mismo por amor y piadoso culto. Clamará a Mí, y le oiré benigno (Sal 90,15).En seguida, cuando dice: Ahora bien ¿cómo invocarán, etc., expone el orden por el que es uno llamado a la salvación, la cual es por la fe. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero enseña que los factores que son posteriores en este orden no pueden ser sin los primeros; luego muestra que puestos los primeros, no es forzoso que se den los posteriores: Pero no todos obedecen al evangelio. Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero indica el orden de los factores que se requieren para la salvación; luego, demuestra lo que asentara por. autoridad: según está escrito. Pone pues primero cinco factores por orden, empezando por la invocación a la cual, según la autoridad del Profeta, sigue la salvación. Así es que dice: ¿cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? como si dijera: es indudable que la invocación no puede producir la salvación si no es con la fe precedente. Ahora bien, la invocación corresponde a la confesión de la boca que procede de la fe del corazón. Creí, y por eso hablé (Sal 115,1). También nosotros creernos, y por esto hablamos (2Co 4,13).Segundo: de la fe asciende o procede a lo oído, diciendo: ¿Y cómo creerán en Aquel de quien nada han oído? Porque se dice que cree el hombre las cosas que por otros se le dicen y que él mismo no ve. Ya no creemos a causa de tus palabras: nosotros mismos lo hemos oído, y sabemos que El es verdaderamente el Salvador del mundo, etc. (Jn 4,42). Mas hay un doble oído: el uno, interior, por el que alguien oye a Dios revelante -Escucharé lo que diga en mí el Señor Dios: Salmo 84,9-; y el otro oído es con el que el hombre oye a otro hombre que le habla. Mientras Pedro pronunciaba aún estas palabras, descendió el Espíritu Santo sobre todos los que oían su discurso (Hch 10,44). Pues bien, el primer oído no pertenece comúnmente a todos, sino que pertenece propiamente a la gracia de profecía, que es una gracia gratis data para algunos separadamente, no para todos, según aquello de 1Co 12,4: Hay diversidad de dones. Pero como ahora se habla de lo que indistintamente puede pertenecer a todos, conforme a lo que arriba se di¡o: puesto que no hay distinción entre judío y griego, es claro que esto se debe entender del segundo oído. Y por eso agrega: Y ¿cómo oirán sin que haya quien predique? Porque el oído exterior es algo pasivo del que oye, pues no puede ser sin la acción del que habla. Por lo cual aun el Señor ordenó a los discípulos (Marcos 26,15): 1d por el mundo entero, predicad el Evangelio a toda la creación. Pero las cosas que son de fe no tienen predicadores por sí mismos, sino por Dios. Lo que oí del Señor de los ejércitos, del Dios de 1srael, eso os he anunciado (Is 21,10). Yo he recibido del Señor lo que os he transmitido a vosotros (1Co 6,23). Por lo cual el Apóstol agrega lo cuarto: Y ¿cómo predicarán si no han sido enviados? como si dijera que no digna ni justamente. Yo no enviaba esos profetas; ellos de suyo corrían (Jerem 23,21). Ahora bien, de dos maneras pueden ser enviados algunos por el Señor.De manera inmediata por el mismo Dios mediante una inspiración. Y ahora me ha enviado el Señor Dios y su espíritu (Is 48,16). La señal de tal misión es a veces la autoridad de la Sagrada Escritura. De aquí que cuando se le preguntó a Juan Bautista quién fuese él, invocó la autoridad del Profeta, diciendo: Yo soy la voz del que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor, como dijo el Profeta Is (Jn 1,23). Y a veces la señal de tal misión es la verdad de los que la anuncian. De aquí que por lo contrario se dice en el Deuteronomio (18,22) que tendrás esto por señal: Si lo que aquel profeta hubiere vaticinado en el nombre del Señor no se verificare, esto no lo habló el Señor. Y a veces la señal de tal misión es la realización de un milagro. De aquí que en el Éxodo (4,1) se lee que como dijera Moisés al Señor: No me creerán ni oirán mi voz aquellos a quienes soy enviado, el Señor le dio el poder de hacer milagros. Sin embargo, estas dos últimas señales no demuestran suficientemente la misión de Dios, principalmente cuando alguien anuncia algo contra la fe. Porque se dice en el Deuteronomio (13,1-3): Si en medio de tu pueblo se presentare un profeta, o quien diga haber tenido alguna visión en sueños, y pronosticase alguna señal o prodigio, y sucediendo lo que predijo te dijere: vamos y sigamos a los dioses ajenos que no conoces y sirvámosles, no escucharás sus palabras.El otro modo de ser enviados algunos por Dios es mediante la autoridad de los prelados, que hacen las veces de Dios. Y enviamos con él al hermano cuyo elogio por la predicación del Evangelio se oye por todas las 1glesias (2Co 8,18).En seguida, cuando dice: Como está escrito, echa mano de la autoridad para probar esto último que dijera de la misión de los predicadores, diciendo: Corno está escrito (en Is 52,7): ¡Oh cuan hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian la buena nueva, donde nuestro texto dice: Cuan hermosos sobre los montes son los pies de los que predican y anuncian la paz, de los que anuncian el bien. Y de manera semejante leemos en Nahum 1,15: Mira ya sobre los montes los pies del que viene a anunciar la buena nueva, del que anuncia la paz. Mas con estas palabras primero se encomia el pasar de los predicadores adelante, al decir: ¡Oh cuan hermosos son los piesi lo cual se puede entender de dos maneras. Primera: de modo que por pies se entiendan los pasos que dan porque ordenadamente van adelantando, sin usurpar para sí el oficio de predicadores. ¡Qué lindos tus pies en las sandalias, hija de príncipel (Cant 7,1). Segunda: se pueden entender por pies los afectos llenos de rectitud, mientras se anuncie la palabra de Dios sin la intención de la alabanza o del lucro, sino por la salvación de los hombres y la gloria de Dios. Sus pies eran pies derechos (Ez 1,7).Lo segundo que toca es la materia de la predicación, que es doble. Porque predican las cosas que son útiles para la vida presente, y esto lo indica diciendo: de los que anuncian la paz, que es triple. Primero anuncian la paz que hizo Cristo entre los hombres y Dios. En Cristo estaba Dios reconciliando consigo al mundo. Y puso en nosotros la palabra de la reconciliación (2Co 5,18-19). Tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Rm 5,1). Segundo: anuncian la paz que debe haber con todos los hombres. Si es posible, en cuanto de vosotros depende, vivid en paz con todos los hombres (Rm 12,18). Tercero: anuncian la paz por la cual puede el hombre estar en paz consigo mismo. Gozan de suma paz los amadores de tu ley, Señor (Sal 1 18,165). Y en estas tres clases de paz se contienen todas las cosas que en esta vida son útiles para la salvación, o bien en cuanto a Dios, o bien en cuanto al prójimo, o bien en cuanto a uno mismo. Y predican también las cosas que esperamos poseer en la otra vida. Y en cuanto a esto dice: de los que anuncian el bien.-Lo colocará al frente de toda su hacienda (Lc 12,44).En seguida, cuando dice: Pero no todos obedecen al Evangelio, etc., muestra que no siempre se sigue de lo primero lo posterior; porque aun cuando no puede ser que alguien crea si no oye al que predica, sin embargo no todo el que oye al que predica cree, y esto lo agrega así: pero no todos obedecen al Evangelio, etc.- Pues no todos tienen la fe (2 Tes 3,2). Y esto lo dice para enseñar que la palabra que se dice exteriormente no es suficiente causa de fe si no es atraído interiormente el corazón del hombre por la virtud de Dios que hable (Todo aquel que oye a mi Padre y aprende, viene a Mí: Juan 6,45); y así que los hombres crean no se debe atribuir al arte del predicador. También por esto se ve que no todos los incrédulos quedan excusados de su pecado sino los que no oyen y no creen. Si Yo no hubiera venido, y no les hubiera predicado, no tuvieran culpa; mas ahora no tienen excusa de su pecado (Jn 15,22). Y esto cuadra todavía más con las cosas que posteriormente dice el Apóstol. Segundo, para esto echa mano de la autoridad, diciendo: Porque Is dice: Señor ¿quién ha creído lo que se nos ha oído? Como si dijera: uno que otro. Tienes que habértelas con incrédulos y pervertidores (Ez 2,6). ¡Ay de mí que he llegado a ser como aquel que en otoño anda rebuscando lo que ha quedado de la vendimia! (Miq 7,1). Lo cual ciertamente lo dijo Is previendo la futura infidelidad de los Judíos: Vio con su grande espíritu los últimos tiempos, y consoló a los que lloraban en Sion (Eccli 48,27). Así es que dice el Apóstol: lo que se nos ha oído, o bien por lo que oyeron de Dios, como se dice en Abdías: Nosotros oímos ya del Señor que El envió su embajador a las Gentes (Abd 1); o bien por lo que las gentes les oían a los Apóstoles. Ellos escuchan tus palabras, mas no las ponen en ejecución (Ez 33,32).En seguida, cuando dice: Así es que la fe viene del oír, etc., infiere la conclusión de lo ya dicho, diciendo: Es así que algunos no creyeron por no haber oído, luego la fe viene del oír. Apenas me hubo oído me obedeció (Sal 17,45). Pero en contrario parece ser que la fe es una virtud infundida divinamente. Porque os ha sido otorgado el que creáis en El (Fil 1,29). Así es que se debe decir que dos cosas se requieren para la fe: una de ellas es la inclinación del corazón a lo que se debe creer, y esto no viene del oír sino de un don de la gracia; la otra es la fijación o determinación de lo que se ha de creer, y esto viene del oír. Y por esto, Cornelio, que tenía el corazón inclinado a lo que se debe creer, necesitó que le fuera enviado Pedro, para que éste le determinara qué era lo que debía creer. Y de esto que dijera: ¿Cómo oirán sin que haya quien predique? y ¿cómo predicarán si no han sido enviados?, concluye: Y el oír, es claro que de los que creen, es por la palabra de los predicadores, que es la palabra de Cristo; o bien porque es acerca de Cristo (Nosotros predicamos un Cristo crucificado: 1Co 1,23), o bien porque por Cristo son enviados (Porque yo he recibido del Señor lo que también he transmitido a vosotros: 1Co 1 1,23).

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



101 1-4. Una expresión de pesar inicia el cap. 10, al afirmar Pablo que Israel no ha re(-)conocido que la rectitud viene a través de Cris(-)to, el fin de la ley. 1 .para que se salven: La ora(-)ción de Pablo incluye explícitamente a los judíos dentro de la perspectiva que el apóstol tiene del plan de salvación de Dios (cf. 1 Tes 5,9; Rom 1,16). 2. celo de Dios: Pablo podría hablar por experiencia (Gál 1,13-14; Flp 3,9; cf. 1 Mac 2,26-27). no inteligente: Lit., «no según conoci(-)miento» (epignósis), es decir, un verdadero co(-)nocimiento que reconozca la relación real de la humanidad con Dios tal como se ha revela(-)do ahora en Cristo Jesús. 3. en su ignorancia de la rectitud de Dios: Esto se ha entendido a menudo referido a una comunicación de recti(-)tud a los seres humanos; es decir, los judíos no se dan cuenta de que la auténtica condición de rectitud ante Dios no se alcanza con sus es(-)fuerzos, sino que es conferida por Dios como don. Este es el sentido de Flp 3,9, «una recti(-)tud (que viene) de Dios» (cf. 2 Cor 5,21; -Teo(-)logía paulina, 82:39). Pero Pablo no utiliza en este caso la locución prep. y habla más bien de una mala interpretación de «la rectitud de Dios», el atributo divino (como en otros luga(-)res de Rom: 1,17; 3,5.21-26). Los judíos no han captado el verdadero significado del poder ab(-)solutorio de Dios, y por tanto se han negado a someterse a él. 4. el fin de la ley es Cristo: El significado de esta oración es muy discutido. El telos gr. puede significar (1) «terminación», «cese», (2) «última parte», «conclusión», o (3) «meta», «propósito», «finis» (BAGD 811). El significado (2) no hace al caso, y la disputa se centra en si Cristo es la «terminación» de la ley o la «meta» o «propósito» de la ley. En el primer sentido, telos se entiende temporal(-)mente, el «fin» del período de tórá Cristo sería la terminación de todo esfuerzo humano por alcanzar la rectitud ante Dios mediante la ob(-)servancia de la ley mosaica (así NEB, Bultmann, Kasemann, Pesch, Robinson). Aun cuando Pablo nunca utiliza esta frase en Gál, este sentido se ajustaría a Gál 4,2-6 (- Teolo(-)gía paulina, 82:96-97). Pero cabe preguntarse si se ajusta al análisis de Rom, y por eso otros comentaristas prefieren el tercer sentido: Cris(-)to sería la meta de la ley, meta a la que ésta iba encaminada en sentido intencional o final (así Cerfaux, Cranfield, Flückiger, Howard). Este sentido final se basa en la conexión entre 10,4 y 9,31-33, donde la «búsqueda» de la rectitud por parte de los gentiles presupone una «me(-)ta». También el «celo» de 10,2 presupone ese sentido, y ésta es probablemente la razón por la cual Pablo insiste en 3,31 en que su evan(-)gelio de justificación por gracia mediante la fe «consolida» o «confirma» la ley. Pues una comprensión correcta de la fe paulina, «que se realiza a sí misma mediante el amor» (Gál 5,6) , que es «el cumplimiento de la ley» (Rom 13,10; -Teología paulina, 82:98), explica có(-)mo Pablo no sólo podía mirar a Cristo como la meta de la ley, sino también considerar la rec(-)titud por medio de la fe en él como una mane(-)ra de cumplir la ley como tal y de consolidar todo aquello que ésta representaba, para la rectitud de quien quiera que tenga fe: La pre(-)ciada condición de rectitud ante Dios es ahora accesible a todos mediante la fe (véase 1,16).
(Campbell, W. S., «Christ the End of the Law: Romans 10:4», Studia bíblica III [JSOTSup 3, Shef(-)field 1978] 73-81. Cranfield, C. E. B., «St. Paul and the Law», SJT 17 [1964] 43-68. Flückiger, F. «Christus, des Gesetzes telos», TZ 11 [1955] 153-57. Ho(-)ward, G. E., «Christ the End of the Law», JBL 88 [1969] 331-37. Refoulé, F., «Romains, X,4: Encoré une fois», RB 91 [1984] 321-50. Rhyne, C. T,, «No(-)mos dikaiosynés and the Meaning of Romans 10:4», CBQ 47 [1985] 486-99.)

102 5-13. El nuevo camino de rectitud, abierto a todos, es fácil, como demuestra la Escritura. 5. Moisés escribe: Lv 18,5, también citado en Gál 3,12, promete vida a quienes se esfuercen por alcanzar la rectitud legal. La ob(-)servancia práctica de las prescripciones de la ley era una condición necesaria para la vida así prometida. Queda sobreentendido en la ci(-)ta el carácter arduo de dicha condición. En contraste con tal exigencia, el nuevo camino de rectitud no pide a los seres humanos nada tan arduo. Para ilustrar esta idea, Pablo alude a las palabras de Moisés en Dt 30,11-14. Lo mismo que Moisés intentó convencer a los is(-)raelitas de que la observancia de la ley no re(-)quería escalar las alturas ni descender a las profundidades, Pablo juega con las palabras de Moisés, aplicándolas en sentido acomodati(-)cio a Cristo mismo. Las alturas han sido esca(-)ladas y las profundidades han sido sondeadas, pues Cristo vino al mundo de la humanidad y fue resucitado de entre los muertos. A nadie se le pide que realice una encarnación o una re(-)surrección; sólo se le pide que acepte con fe lo que ya ha sido hecho por la humanidad y que se identifique con Cristo encamado y resucita(-)do. En su explicación midrásica de Dt, Pablo añade una alusión a Sal 107,26. En esa expli(-)cación, «Cristo» sustituye a la «palabra» de la Torá. 9. si confiesas: Hay que pronunciar la confesión básica de la fe cristiana y decirla en serio. Pablo pasa a citar la fórmula confesio(-)nal (quizá incluso kerigmática) de la primitiva Iglesia palestinense, Kyrios Iésous, «Jesús es Señor» (cf. 1 Cor 12,3; Flp 2,11). Se requiere una fe interior que guíe a la persona entera; pero esa fe incluye también un asentimiento a una expresión de dicha fe. Pablo vuelve a afir(-)mar la actividad del Padre en la resurrección de Cristo (-Teología paulina, 82:58-59). 10. Este versículo formula retóricamente la re(-)lación existente entre la rectitud y salvación humanas y la fe y su expresión. El balance subraya aspectos diferentes del único acto bá(-)sico de adhesión personal a Cristo y de su efec(-)to. No conviene hacer demasiado hincapié en las diferencias entre justificación y salvación. 11. nadie que crea en él quedará avergonzado: Se utiliza otra vez Is 28,16; cf. 9,33. Pablo mo(-)difica la cita añadiendo pas, «todo», poniendo así de relieve la universalidad de la aplicación: «no... todo» = «nadie». En Is, las palabras ha(-)cían referencia a la preciosa piedra angular puesta por Yahvé en Sión; Pablo las adapta a la fe en Cristo y las utiliza como garantía de salvación para el creyente cristiano. La adi(-)ción de pas prepara para el versículo siguien(-)te. 12. no hay distinción entre judío y griego: Todos tienen la oportunidad de participar igualmente en la nueva rectitud por la fe (3,22-23). el mismo Señor: En principio, Kyrios pa(-)rece referirse a Yahvé, puesto que Pablo utili(-)za expresiones judías, «el Señor de todos» (Josefo, Ant. 20.4.2 § 90), «invocan el nombre de» (1 Sm 12,17-18; 2 Sm 22,7), y se refiere ex(-)plícitamente en el v. 13 a Jl 3,5. Pero dentro del contexto (esp. tras 10,9) Kyrios sólo puede re(-)ferirse a Jesús, que es el Señor resucitado de judíos y griegos (cf. 9,5; Flp 2,9-11). En el AT, lo de «invocan el nombre del Señor» designa(-)ba a los israelitas sinceros y piadosos; en el NT, eso mismo pasa a decirse de los cristianos. Los vv. 12-13 son testimonio elocuente del cul(-)to a Cristo como Kyrios en la Iglesia primitiva.

103 14-21. Israel, sin embargo, no apro(-)vechó la oportunidad que le brindaron los pro(-)fetas y el evangelio; por consiguiente, la culpa es suya. La oportunidad de creer en Cristo se brindó a todos, pero especialmente a Israel; no puede decir que no oyó su evangelio. Pablo se plantea cuatro dificultades u objeciones, quizá haciéndose eco de comentarios sacados de sermones misioneros pronunciados entre ju(-)díos, y a cada una de ellas le da una respuesta breve citando la Escritura: (1) ¿Cómo puede la gente creer en el evangelio si no ha sido predi(-)cado enteramente? (10,14-15). (2) ¡Pero no ha sido aceptado por todos! (10,16-17). (3) ¡Pero quizá los judíos no lo oyeron! (10,18). (4) ¡Qui(-)zá no lo entendieron! (10,19-21).

104 14. no han creído: La primera dificul(-)tad es múltiple y parte del supuesto de que el culto a Cristo se debe fundar sobre la fe en él. a quien no han oído: La pregunta no alude a los judíos de Palestina, que podrían haber sido testigos del ministerio de Jesús, sino a quienes no le habían oído directamente, si no se lo pre(-)dica alguien: La fe se funda en una predicación autorizada, en el testimonio de aquellos a quienes se les ha encomendado la misión de dar a conocer la palabra de Dios. En este tex(-)to, lo mismo que en el v. 17, el primer paso de toda fe es «oír» el mensaje propuesto; así, el objeto de la fe, formulado en proposiciones, primero es presentado (-Teología paulina, 82:109). 15. si no son enviados: Una predica(-)ción autoritativa, base de la fe, presupone una misión. Al expresar esto último, Pablo utiliza el vb. apostellein, aludiendo al origen apostóli(-)co del testimonio de la Iglesia cristiana y de su predicación autorizada del acontecimiento Cristo. A esta objeción Pablo responde con Is 52,7 (en una forma más próxima al TM que a los LXX). los que traen buenas noticias: En Is, el texto hace referencia a la buena noticia anunciada a los judíos que habían quedado en una Jerusalén en ruinas: estaba a punto de lle(-)gar la liberación de la cautividad babilónica y la restauración de Jerusalén se hallaba muy próxima. En el uso que Pablo hace de él, el tex(-)to adquiere las tonalidades de su buena noti(-)cia, el «evangelio». Su respuesta a la primera dificultad es, pues, citar a Isaías y demostrar que el «evangelio» ciertamente ha sido predi(-)cado a Israel. 16. no todos han hecho caso de la buena noticia: Segunda dificultad. Pablo repli(-)ca citando Is 53,1. Indirectamente declara que el hecho de que no todos los judíos hayan aceptado la buena noticia no significa que no les haya sido predicada, pues Isaías previo en su propia misión una equiparable negativa a creer. 17. mediante el mensaje de Cristo: Esta vaga expresión se puede interpretar de diver(-)sas maneras, y Pablo no la explica. Podría sig(-)nificar el mensaje que trajo Cristo mismo o (más probablemente dentro de este contexto) el mensaje acerca de Cristo. Véase R. R. Rickards, BT 27 (1976) 447-48. 18. ¿no han oído?: Tercera dificultad, cuyo sentido es: tal vez no hayan tenido la oportunidad de oír la buena noticia; tal vez los predicadores apostólicos no hayan hecho su trabajo. Pablo responde con Sal 19,5. En el original, el salmista canta a la naturaleza que proclama por doquier la gloria de Dios. Pablo adapta esas palabras a la predi(-)cación del evangelio. De hecho, niega que Israel no haya tenido la oportunidad de creer en Cristo. 19. ¿es que Israel no comprendió?: Cuarta dificultad: tal vez los predicadores apostólicos hablaran de manera ininteligible, e Israel no comprendiera su mensaje. Pablo responde de nuevo con la Escritura, citando Dt 32,21 e Is 65,1-2, primero la Torá, luego los Profetas. Las palabras de Dt están sacadas del cántico de Moisés, con el cual Yahvé -por me(-)dio de Moisés intenta educar a Israel y anun(-)cia que será humillado por los paganos. Al ci(-)tar así Dt, Pablo insinúa una comparación entre la situación actual de Israel y lo ocurri(-)do en la época del exilio. Si fue humillado en(-)tonces, cuánto mayor será su humillación ahora; los gentiles entienden el mensaje evan(-)gélico, pero Israel se queda sin comprender. 20. En el contexto original de Is 65,1-2, las pa(-)labras del profeta de los vv. 1 -2 tienen en men(-)te a la misma gente, sean samaritanos, judíos apóstatas o simplemente judíos (acerca de es(-)to hay división de opiniones entre los comen(-)taristas del AT). Pero Pablo, influenciado por los LXX, que hablan de ethnos, «nación», en el v. 1 y de laos, «pueblo», en el v. 2, desdobla la referencia de los dos versículos. El primero se aplica a los gentiles; el segundo, a los judíos. Resulta evidente el contraste entre los gentiles, «la nación necia», que acepta a Cristo con fe, y los judíos, «pueblo desobediente y obstina(-)do», que se niega a creer en él. Así termina la severa crítica a Israel por parte de Pablo.
(Black, M., «The Christological Use of the Oíd Testament in the New Testament», NTS 18 [1971-72] 1-14. Delling, G., «Nahe ist dir das Wort», TLZ 99[1974] 401-12. Howard, G. E., «The Tetragram and the New Testament», JBL 96 [1977] 63-83. Lindemann, A., «Die Gerechtigkeit aus dem Gesetz», ZNW 73 [1982] 231-50. Suggs, M. J. «The Word is Near You: Romans 1:6-10 within the Purpose of the Let(-)ter», Christian History and Interpretation [Fest. J. Knox, ed. W. R. Farmer et al., Cambridge 1967] 289-332.)

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter X.

5 The Scripture sheweth the difference betwixt the righteousnes of the Law, and this of faith, 11 and that all both Iew and Gentile that beleeue, shal not be cofounded, 18 and that the Gentiles shall receiue the word and beleeue. 19 Israel was not ignorant of these things.
1 Brethren, my hearts desire and prayer to God for Israel is, that they might be saued.
2 For I beare them record, that they haue a zeale of God, but not according to knowledge.
3 For they being ignorant of Gods righteousnesse, and going about to establish their owne righteousnesse, haue not submitted themselues vnto the righteousnesse of God.
4 For Christ is the end of the Law for righteousnes to euery one that beleeueth.
5 For Moses describeth the righteousnesse which is of the Law, that [ Lev_18:5 Eze_20:11 Gal_3:12.] the man which doeth those things shall liue by them.
6 But the righteousnesse which is of faith, speaketh on this wise: [ Deu_30:12.] Say not in thine heart, Who shall ascend into heauen? That is to bring Christ down from aboue.
7 Or, Who shall descend into the deepe? That is to bring vp Christ againe from the dead.
8 But what saith it? [ Deu_30:14.] The word is nigh thee, euen in thy mouth, and in thy heart, that is the word of faith which we preach,
9 That if thou shalt confesse with thy mouth the Lord Iesus, and shalt beleeue in thine heart, that God hath raised him from the dead, thou shalt be saued.
10 For with the heart man beleeueth vnto righteousnesse, and with the mouth confession is made vnto saluation.

[Faith by hearing.]

11 For the Scripture saith, [ Isa_28:16 .] Whosoeuer beleeueth on him, shall not bee ashamed.
12 For there is no difference betweene the Iew and the Greeke: for the same Lord ouer all, is rich vnto all, that call vpon him.
13 [ Joe_2:32 ; Act_2:21 .] For whosoeuer shall call vpon the Name of the Lord, shall be saued.
14 How then shall they call on him in whom they haue not beleeued? and how shal they beleeue in him, of whom they haue not heard? and how shall they heare without a Preacher?
15 And how shall they preach, except they be sent? as it is written: [ Isa_52:7 .naum.1.15.] How beautifull are the feete of them that preach the [ Isa_52:7 .naum.1.15.] Gospel of peace, and bring glad tidings of good things!
16 But they haue not all obeyed the Gospel. For Esaias saith, [ Isaiah 53; 1 Joh_12:38 .] Lord, who hath beleeued our [ Or, preaching.] [ Greek: the hearing of vs.] report?
17 So then, faith commeth by hearing, and hearing by the word of God.
18 But I say, haue they not heard? yes verely, [ Psa_19:4 .] their sound went into all the earth, and their words vnto the ends of the world.
19 But I say, Did not Israel know? First Moses saith, [ Deu_32:21 .] I will prouoke you to iealousie by them that are no people, & by a foolish nation I will anger you.
20 But Esaias is very bold, and saith, [ Isa_65:1 .] I was found of them that sought me not: I was made manifest vnto them, that asked not after me.
21 But to Israel he sayth, [ Isa_65:2 .] All day long I haue stretched foorth my hands vnto a disobedient and gainesaying people.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Salvación universal. Pablo aclara que el rechazo al Evangelio de la mayoría de su pueblo es sólo temporal. Por eso comienza una nueva serie de argumentos deseando y orando por su conversión. La argumentación se desarrolla en el mismo tono de polémica y debate, a golpe de citas bíblicas aplicadas según el estilo de los rabinos de su tiempo, pero interpretadas ya con los ojos de la fe. El celo religioso de los judíos por Dios y por la observancia de la ley era loable, solo que desmedido y desorientado. La observancia de la ley tenía algo de esfuerzo sobrehumano con el fin de atraer al Mesías. Pablo mismo conocía bien este «celo» cuando todavía se llamaba Saulo (Gál_1:13). Esta especie de fanatismo dio más tarde nombre a un movimiento y partido político-religioso de integristas y fundamentalistas, los «zelotas». Pero ése no era el camino.
El camino lo señala el Apóstol con una expresión que ha quedado ya como la del anuncio fundamental de la predicación y de la profesión de fe cristianas: «si confiesas con la boca que Jesús es Señor, si crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte, te salvarás» (9), en alusión y contraposición a lo que decía el profeta: «este pueblo se me acerca con la boca y me glorifica con los labios, mientras su corazón está lejos de mí, y su culto a mí es precepto humano y rutina» (Isa_29:13). Esta invitación la extiende Pablo a todos los pueblos sin diferencia entre judíos y paganos, citando de nuevo la Escritura y haciendo universal el llamamiento que el profeta Joel refería al «resto» de Israel: «todo el que invoque el nombre del Señor se salvará» (Joe_3:5). Para esto se necesitan misioneros y anunciadores de la Palabra de Dios que pongan en marcha el dinamismo del Evangelio que Pablo presenta en un bello resumen (14s): invocar el nombre de Jesús por el conocimiento y escucha de su Palabra, anunciada por sus enviados. «¡Qué hermosos son los pasos de los mensajeros de buenas noticias!» (15), concluye el Apóstol recordando al profeta Isaías (cfr. Isa_52:7).
Con otro racimo apretado de citas bíblicas Pablo vuelve sobre el drama del rechazo del Evangelio por parte de la mayoría de su pueblo, a pesar de que el anuncio resuena ya por todo el mundo (18) y de que Dios los sigue interpelando y haciéndose el encontradizo por medio de sus enviados (20). Y termina su alegato con la imagen irresistible de un Dios todo ternura y amor por su pueblo, tomada de Isa_65:2 : «Todo el día tenía mis manos extendidas hacia un pueblo rebelde y desafiante» (21).

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



Israel no tiene excusa. En 9:30-10:13 Pablo ha demostrado que el fracaso de Israel en alcanzar la salvación debe atribuirse a su fracaso en creer y no al fracaso de la palabra de Dios (9:6a). Pablo ahora elimina toda posible excusa que Israel pudiera tener para su fracaso en creer al asegurar que el evangelio ha sido verdaderamente acercado a Israel (cf. v. 8). Las condiciones para creer en el evangelio y encontrar salvación han sido cumplidas (14, 15, 17, 18). La falla, entonces, es de Israel por negarse a ser obediente al evangelio (16) y por no comprender el AT mismo, que profetizaba lo que Dios ahora ha hecho en el evangelio (19-21).

En los vv. 14-15a, Pablo utiliza una serie de preguntas para dejar establecida la serie de condiciones que deben cumplirse para que las personas invoquen el nombre del Señor (13): deben enviarse mensajeros, debe predicarse el mensaje, las personas deben oír el mensaje y el oír debe estar acompañado de fe. Entonces, Pablo cita Isa. 52:7: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio de las cosas buenas!, a fin de subrayar la importancia del envío de los predicadores, y también para pasar a concentrarse específicamente en el evangelio. Con respecto al v. 16 Pablo deja en claro que la condición que no se ha cumplido en esta cadena es la responsabilidad de quienes escuchan a los que predican las buenas nuevas de responder en obediencia y fe. Aunque en el gr. sólo dice ou pantes, no todos, Pablo está pensando ahora específicamente en los israelitas. Vuelve a citar Isa. (53:1) para dejar una confirmación profética del fracaso de Israel en responder al mensaje (cf. también Juan 12:38).

El v. 17 comienza un nuevo párrafo. Tomando el vocabulario de la cita de Isa. 53:1, Pablo reitera la conexión entre la fe y el escuchar el mensaje (ver v. 14), e identifica este mensaje con la palabra de Cristo, es decir, la palabra que proclama a Cristo, el evangelio (cf. vv. 15, 16). Lo que Pablo desea hacer en los vv. 18-20 es mostrar que Israel verdaderamente ha escuchado la palabra de Cristo y ha comprendido el plan de salvación de Dios tal como fue desarrollado por medio de la predicación del evangelio. Pablo probablemente cita el Sal. 19:4 (v. 18b) no como profecía sobre la predicación del evangelio, sino simplemente para utilizar su lenguaje para afirmar la proclamación extendida del evangelio a los judíos por todo el mundo mediterráneo. Es quizá la referencia a los confines del mundo en esta cita la que lleva a Pablo a reflexionar, en los vv. 19, 20, sobre lo que era para los judíos una piedra de tropiezo clave para que aceptaran el evangelio: la inclusión de los gentiles en la iglesia. Pablo demuestra tanto a partir de Moisés (Deut. 32:21) como de Isaías (65:1) que Dios había planeado todo el tiempo incluir a los gentiles en su plan definitivo de salvación, y hacerlos pueblo suyo (cf. 9:24-26). Continuando su cita de Isaías (65:2), Pablo concluye esta sección de su argumentación recordándoles a sus lectores dos hechos que son clave: Dios ha estado constantemente extendiendo la palabra de su gracia, el evangelio, a los judíos; pero ellos, por su parte, han sido en gran medida un pueblo desobediente y rebelde.

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



5. Lev_18:5.

6-8. Deu_30:12-14. "Abismo" en el lenguaje bíblico es la morada de los muertos. Ver Sal_6:6.

11. Isa_28:16.

13. Joe_3:5. Ver Hec_2:21.

15. Isa_52:7.

16. Isa_53:1.

18. Sal_19:5. Pablo aplica este Salmo a los que anuncian la Buena Noticia.

19. Deu_32:21.

20-21. Isa_65:1-2.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

Los judíos no tienen excusa para no invocar a Cristo como Señor, ya que si no creen en Él es por su rebeldía, pues la palabra de la predicación evangélica sí les ha llegado. Desde el principio, los Apóstoles cumplieron el mandato del Señor: «id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará» (Mc 16,15-16). Los discípulos de Cristo deben continuar esta tarea. «Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo. (...) Esta ley enunciada un día por San Pablo conserva hoy todo su vigor. Sí, es siempre indispensable la predicación, la proclamación verbal de un mensaje. (...) La palabra permanece siempre actual, sobre todo cuando va acompañada del poder de Dios» (Pablo VI, Evang, nunt. 41-42).

Los vv. 9-10 muestran la necesidad de aceptar internamente la divinidad de Jesucristo y de profesarla verbalmente. El título de Señor, nombre que en el Antiguo Testamento generalmente sustituía al de YHWH, (HWHY) se aplica aquí a Jesucristo, expresando su divinidad.


Biblia Peshitta en Español (Holman, 2015)

a Hch 16:14; Rom 10:14; Gál 3:2; Gál 3:5

Nuevo Testamento México (Centro Bíblico Hispano Americano, 1992)

La “Palabra Divina” tiene fuerza sobrenatural para transformar las almas. 1Co 4:19; Heb 4:12.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 10.4 La ley llega a su término con Cristo: Cf. Ro 7.4-6; Gl 3.24.

[2] 10.5 Lv 18.5.

[3] 10.6-8 Dt 30.12-14.

[4] 10.11 Is 28.16.

[5] 10.13 Jl 2.32.

[6] 10.15 Is 52.7; Nah 1.15.

[7] 10.16 Is 53.1.

[8] 10.18 Sal 19.4.

[9] 10.19 Dt 32.21.

[10] 10.20 Is 65.1; cf. Ro 9.30.

[11] 10.21 Is 65.2.

Biblia Textual IV (Sociedad Bíblica Iberoamericana, 1999)

Se inserta viene para suplir elipsis del original;


oye... Es decir, la fe viene por el oír la noticia de la Palabra de CristoIsa 55:10-11;
Palabra de CRISTO... → §255.

Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

— la palabra de Cristo: Bastantes mss. dicen: la palabra de Dios. Por otra parte, numerosos autores entienden el genitivo “de Cristo” como genitivo objetivo y traducen: y la proclamación se realiza por medio de la palabra que es Cristo.

Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)



Este versículo, con los que le preceden y siguen, demuestra que el conducto normal de la fe no es, como quieren los protestantes, la palabra de Dios escrita, sino la palabra viviente, predicada y oída.

Torres Amat (1825)



[5] Lev 18, 5; Ez 20, 11.

[6] Deut 30, 12.

[8] Deut 30, 14.

[11] Is 28, 16.

[13] Joel 2, 32.

[15] Is 52, 7; Nah 1, 15.

[16] Is 53, 1.

[19] Deut 32, 21.

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*9-11 Tercera sección de la parte doctrinal de la carta, que se centra en lo que suele denominarse el problema de Israel.

Greek Bible (Septuagint Alt. Versions + SBLGNT Apparatus)

Χριστοῦ WH Treg NA28 ] θεοῦ RP

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


NOTAS

10:17 Var.: «palabra de Dios».

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


NOTAS

10:17 Var.: «palabra de Dios».

Nueva Versión Internacional (SBI, 1999)

[h] Cristo. Var. Dios.