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Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne, (Romanos  8, 3) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



La vida de gracia o vida del espirita, 8:1-11.
1 No hay, pues, ya condenación alguna para los que están en Cristo Jesús, 2 porque la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me libró de la ley del pecado y de la muerte. 3 Pues lo que a la Ley era imposible, por ser débil a causa de la carne, Dios, enviando a su propio Hijo en carne semejante a la del pecado, y por el pecado, condenó al pecado en la carne, 4 para que la justicia de la Ley se cumpliese en nosotros, los que no andamos según la carne, sino según el espíritu. 5 Los que son según la carne, tienden a las cosas carnales; los que son según el espíritu, a las cosas espirituales. 6 Porque las tendencias de la carne son muerte, pero las tendencias del espíritu son vida y paz. 7 Por lo cual las tendencias de la carne son enemistad con Dios, que no sujetan ni pueden sujetarse a la ley de Dios. 8 Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. 9 Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que de verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de Cristo. 10 Mas si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. 11 Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu, que habita en vosotros.

Hemos llegado al punto culminante de la exposición que viene haciendo el Apóstol sobre la justificación. Hasta aquí, una vez probado el hecho (c.1-4), se había fijado sobre todo en el aspecto negativo: reconciliación con Dios (c.5), liberación del pecado (c.6), liberación de la Ley (c.7); ahora, a lo largo de todo este capítulo octavo, va a atender más bien al aspecto positivo, deteniéndose a describir la condición venturosa del hombre justificado, que vive bajo la acción del Espíritu, teniendo a Dios por Padre, seguro de que llegará a conseguir la futura gloria que les espera.
Comienza San Pablo su descripción con una afirmación rotunda: No hay, pues, ya condenación alguna (ïõäÝí êáôÜêñéìá) para los que están en Cristo Jesús (v.1). Con la expresión estar en Cristo Jesús nos sitúa claramente en campo cristiano; no se trata ya del hombre bajo la Ley, como en el capítulo anterior, sino de quien ha sido incorporado a la vida misma de Cristo por el bautismo, conforme explicó en 6:3-11. Pero ¿qué quiere indicar con la palabra condenación? El término fue usado ya por el Apóstol anteriormente, refiriéndose a la condenación que cayó sobre el hombre a raíz de la transgresión de Adán (cf. 5:16.18), y es evidente que ambos pasajes están relacionados. Aquella condenación, con su reato de culpa y de pena, fue causa del desorden introducido en el hombre, quien desde ese momento quedó esclavo del pecado y de la muerte (cf. 6:12-13.20-21), sin que la Ley mosaica ni la ley de la razón pudieran hacerles frente (cf. 7:13-23), dando ocasión a aquel terrible grito de angustia que San Pablo pone en boca del hombre que vive bajo la Ley: ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (7:24). Pues bien, fue Jesucristo el que nos liberó de ese dominio del pecado y de la muerte (cf. 5:21; 6:3-11; 7:4-6.25a), que es lo que San Pablo parece incluir aquí directamente bajo el término condenación; de ahí la partícula ilativa pues (áñÜ) con que introduce su afirmación, dando a entender que se trata de una consecuencia de lo anteriormente expuesto (c.5-7), y quizás con alusión particular a 7:25a, cuya respuesta, demasiado escueta, va a intentar ahora desarrollar.
Lo que añade en el v.2: porque la ley del espíritu de vida.., no hace sino confirmarnos en lo dicho. No cabe duda, en efecto, que la ley del pecado y de la muerte, a que ahí se alude, está equivaliendo a la condenación del v.1; ni parece significar otra cosa que ese dominio del pecado y de la muerte, encastillados en la carne, tan dramáticamente descrito en 7:8-24. De ese dominio nos liberó Dios por Jesucristo (7:25) o, dicho de otra manera, la ley del espíritu de vida en Cristo (v.2). Esta última expresión, a primera vista no muy clara, está cargada de sentido. Si el Apóstol habla de ley del espíritu, es en evidente paralelismo con ley del pecado, en cuanto que al dominio del pecado, como principio de acción, llevando al ser humano a la muerte, sucede ahora, en los justificados, el dominio del espíritu, llevándolo a la vida. Pero ¿qué significa el término espíritu? Es aquí donde late la mayor dificultad. El término vuelve a aparecer repetidamente en los versículos siguientes (v.4.5.6), y a veces con clara referencia a la persona del Espíritu Santo (cf. v.9.11). Es por lo que algunos autores, también aquí en el v.2, ponen la palabra con mayúscula. Creemos, sin embargo, que hasta el v.9 no se alude directamente a la persona del Espíritu Santo, y que más bien debemos traducir con minúscula, con referencia al espíritu o parte superior del hombre, en contraposición a la carne o parte inferior (cf. 7:18.23; 1Co_5:3.5; 1Co_7:34; Gal_5:16-17; Col_2:5), sin que por eso quede excluida toda referencia a la persona del Espíritu Santo, pues en la concepción y terminología de San Pablo el término espíritu (ðíåýìá), a diferencia del de razón (vouò, cf. 7:23.25; 12:2), indica, en general, la faceta espiritual o intelectiva del hombre, no a secas, sino en cuanto se mueve y actúa bajo la acción del Espíritu Santo. De ahí que caminar según el espíritu (v.4) venga a equivaler prácticamente a caminar conforme lo pide la recta razón iluminada y fortificada por el Espíritu Santo, y que en el v.9 se diga que no está en el espíritu aquel en quien no habita el Espíritu Santo. De este papel preponderante del Espíritu Santo en la vida del cristiano habla frecuentemente San Pablo (cf. 5:5; 8:14.26; 1Co_6:11.19; 1Co_12:3; Gal_3:2-5; Efe_3:16; 2Ti_1:14; Tit_3:5-6). De otra parte, el Espíritu no se nos comunica aisladamente, por así decirlo, sino en cuanto incorporados a Jesucristo, formando un todo con El, y participando de su vida; de ahí que el Apóstol no hable simplemente de ley del espíritu, sino de ley del espíritu de vida en Cristo Jesús (v.2).
Del papel del Espíritu en la época mesiánica hablan ya los antiguos profetas, como Jer_31:31-34 (cf. Heb_8:7-13) y Eze_36:26-28. El Espíritu Santo, instalado en el corazón del hombre, es como una ley viviente que no sólo indica lo que se debe hacer, sino que nos da fuerza para llevarlo a cabo.
La razón profunda de por qué esta ley del espíritu de vida en Cristo pudo librarnos de la ley del pecado y de la muerte está indicada en los v.3-4. Ambos versículos forman un solo período gramatical, de construcción bastante irregular 108, pero de extraordinaria riqueza de contenido. Comienza el Apóstol por recordar, resumiendo lo ya expuesto en 7:8-24, la impotencia de la Ley para vencer a nuestra carne de pecado y llevar a los hombres a los ideales de justicia y santidad que sus preceptos prescribían (v.32); a continuación indica el modo cómo Dios puso remedio a esa situación de angustia (cf. 7:24), enviando al mundo a su propio Hijo y condenando al pecado en la carne (v.3b); por fin, a manera de conclusión, señala cómo, realizada esa obra redentora por Cristo, nos es y a posible conseguir los ideales de justicia que la Ley perseguía (cf. 13:8-10; Gal_5:14), a condición de que no caminemos según la carne, sino según el espíritu, condición que el Apóstol, aunque en realidad no siempre de hecho sea así, supone realizada en todos los cristianos (v.4). Está claro que las afirmaciones fundamentales son las del v.3b, donde el Apóstol se refiere directamente a la obra redentora de Cristo, de quien dice que vino a este mundo en carne semejante a la de pecado, y por el pecado, condenando al pecado en la carne. Tres verdades bien definidas: la de que vino en carne semejante a la de pecado, es decir, revestido de verdadera carne, exactamente igual a la nuestra, pero sin pecado (cf. 1:3; Gal_4:4; 2Co_5:21; Heb_4:15); la de que vino por el pecado (ðåñß Üìáñôßáò), es decir, a causa del pecado y para destruirlo (cf. Gal_1:4); y la de que, a través de El, Dios condenó (êáôÝêñéíåí) al pecado en la carne. Es esta última expresión la que constituye el centro de toda la perícopa y la que ofrece precisamente mayor dificultad de interpretación. La idea general es clara; no así el precisar toda la significación y alcance de cada palabra. Desde luego, bajo el término condenó hemos de ver no una mera declaración verbal, sino algo eficaz, que despoja al pecado de su dominio sobre la carne, de ese dominio tan dramáticamente descrito en 7:13-24. Pero ¿en qué momento de la vida de Jesucristo realizó Dios esa condenación del pecado en la carne y por qué tuvo valor para todos los hombres ? La respuesta no es fácil. Muchos autores creen que San Pablo está refiriéndose al momento concreto de la pasión y muerte de Cristo, que fue cuando se consumó la obra redentora y, consiguientemente, la destrucción del pecado (cf. 6:2-11; Col_1:22); otros, sin embargo, como Lagrange y Zahn, opinan, y quizás más acertadamente, que se alude al hecho mismo de la encarnación, al enviar Dios a su propio Hijo en carne no dominada por el pecado, prueba inequívoca de que éste había perdido su universal predominio. Claro que esto no significa que hayamos de excluir toda relación a la pasión y muerte de Cristo en la perspectiva de San Pablo, pues esa derrota del pecado en la carne de Cristo, al venir al mundo, es como un fruto anticipado de su pasión y muerte, que es donde se consuma la obra redentora. De otra parte, esa victoria de Jesucristo en su carne es victoria para todos los hombres. San Pablo no precisa en este pasaje cómo sea ello posible. Da por supuesto que Jesucristo, como nuevo Adán, es representante y cabeza de todos los hombres, y que, al tomar carne como la nuestra, aunque sin pecado, puede obrar en nuestro nombre y transmitirnos los resultados adquiridos (cf. 5:12-21).
Los v.5-8, que siguen, ofrecen consideraciones de tipo ya más bien práctico. Parece que fue la última frase del v.4: .. los que no andamos según la carne, sino según el espíritu, la que sugirió a San Pablo estas hermosas reflexiones en que va haciendo resaltar el contraste entre carne y espíritu, como dos principios opuestos de acción, señalando, además, las consecuencias a que una y otro llevan. La misma idea, más ampliamente desarrollada, encontramos en Gal_6:16-26. Son de notar los términos öñïíïàóéí (v.5) y öñüíçìá (í.6-7), que hemos traducido por tienden a y por tendencias, respectivamente, pero cuyo significado es más complejo, indicando a la vez convicciones y sentimientos, una como entrega al objeto de que se trata de nuestro entendimiento y voluntad, que no saben pensar ni aspirar a otra cosa. Los términos muerte, a la que conducen las tendencias de la carne, y vida, a la que conducen las del espíritu, ya quedan explicados en capítulos anteriores (cf. 5:12-21; 6:4-5). Algo extraña resulta la expresión de que las tendencias de la carne no se sujetan ni pueden sujetarse a la ley de Dios (v.7); adviértase que no se trata de la carne como tal, en cuanto criatura de Dios, que nada creó malo, sino de la carne en cuanto dominada por el pecado a raíz de la transgresión de Adán (cf. 5:12; 7:14.18.23). Esta carne, así entendida, manifestará siempre tendencias hostiles a Dios, pues Dios y pecado son irreconciliables. Ello no significa, sin embargo, que la carne sea inaccesible a las influencias del Espíritu y que el hombre carnal no pueda pasar a espiritual, así como también viceversa. Las mismas advertencias y amonestaciones del Apóstol, en este y otros pasajes, están indicando que puede darse ese tránsito 109.
Expuesta así la antítesis entre carne y espíritu, San Pablo va a profundizar más en esto último (v.9-11), dirigiéndose directamente a los Romanos: Pero vosotros no estáis en la carne.. (v.9). Y primeramente establece clara relación entre estar en el espíritu y la presencia o inhabitación del Espíritu Santo, de modo que aquello primero venga a ser como un efecto de esto segundo (v.9). Nótese cómo el Apóstol habla indistintamente de Espíritu de Dios y Espiritu de Cristo (v.9), con lo que claramente da a entender que el Espíritu, tercera persona de la Santísima Trinidad, procede no sólo del Padre, sino también del Hijo, conforme ha sido definido por la Iglesia. Y aún hay más. Da por supuesto el Apóstol que por el hecho de habitar en nosotros el Espíritu de Dios o Espíritu de Cristo (v.9), habita también el mismo Cristo (v.10). Es ésta una consecuencia de lo que los teólogos llaman circuminsesión o mutua existencia de una persona en las otras (cf. Jua_10:38; Jua_14:11). Cristo habita en nosotros a través de su Espíritu, que es a quien pertenece, por apropiación, el oficio de santificador, haciendo partícipes a los hombres de la vida misma divina o vida de la gracia. Esa presencia del Espíritu de Cristo y de Cristo mismo en nosotros hace que, aunque el cuerpo esté muerto por el pecado (íåêñüí äéá óìáñôßáí), el espíritu sea vida a causa de la justicia (æùÞ äéá äéêáéïóýíçí). Alude el Apóstol, aunque hay que reconocer que sus expresiones no son del todo claras, a la muerte a la que permanece sujeto nuestro cuerpo a causa del pecado original (íåêñüí = 3íçôüí, cf. v.11), y a la vitalidad que da a nuestro espíritu la vida de la gracia en orden a (äéá = = Cf 5, cf. 6:16; 8:4) poder practicar la justicia 109*. ã aun hay otro efecto de la presencia del Espíritu de Cristo en nosotros, y es que gracias a la acción del Espíritu presente en nosotros (cf. 1Co_3:16; 1Co_6:19), nuestros mismos cuerpos mortales serán vivificados a su tiempo, lo mismo que lo fue el de Cristo (v.11). Es curioso que San Pablo, aludiendo a esta resurrección futura de los cuerpos, no emplee la palabra resucitar, sino vivificar (æùïðïéåÀí), de sentido más amplio, quizá pensando en los supervivientes de tiempos de la parusía (cf, 1Co_15:51-52; 1Te_4:15-17), a los que no sería fácilmente aplicable la palabra resucitar. La idea de unir nuestra resurrección a la de Jesucristo es frecuente en San Pablo (cf. 6:5; 1Co_6:14; 1Co_15:20-23; 2Co_4:14; Efe_2:6; Flp_3:21; Col_1:18; Col_2:12-13; 1Te_4:14). De ordinario no se detiene a explicar el porqué de esta vinculación entre la resurrección de Cristo y la nuestra; pero, a poco que se lea entre líneas, fácilmente se vislumbra que para San Pablo esa doctrina descansa siempre sobre la misma base: la unión místico-sacramental de todos los cristianos con Cristo, Cabeza viviente de la Iglesia viviente. O dicho de otra manera: Gracias al Espíritu de Cristo, presente en nosotros, somos como englobados en la vida misma de Cristo, y debemos llegar hasta donde ha llegado El, a condición de que no rompamos ese contacto, volviéndonos hacia los dominios de la carne. Añadamos que San Pablo se fija sólo en la resurrección de los justos. Que también hayan de resucitar los pecadores consta por otros textos (cf. Jua_5:28-29; Hec_24:15).

Hijos de Dios y herederos del cielo,Hec_8:12-17.
12 Así, pues, hermanos, no somos deudores a la carne de vivir según la carne, 13 que si vivís según la carne moriréis; mas si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis. 14 Porque los que son movidos por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. 15 Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba, Padre! 16 El Espíritu mismo da testimonio a una con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, 17 y si hijos, también herederos de Dios, coherederos de Cristo, supuesto que padezcamos con El, para ser con El glorificados.

Continúa San Pablo presentando a sus lectores de Roma las profundas realidades de la vida cristiana y la certeza de que esas realidades llegarán a su plenitud. Y primeramente, como conclusión de lo expuesto, les exhorta a vivir según el espíritu y no según la carne, pues a ésta ningún beneficio le debemos, de modo que nos veamos como obligados a obedecer a sus exigencias (v.12). Por el contrario, si obedecemos esas exigencias, de nuevo caeremos en la muerte de la que nos liberó Jesucristo (cf. 7:24-25); mas si, siguiendo los impulsos del espíritu, las mortificamos (3áíáôïàìåí), es a saber, suprimimos su vida, no consintiendo con lo que nos piden, sino más bien ejercitándonos en las virtudes contrarias (cf. Col_3:5), entonces es cuando viviremos la vida verdadera (v.1s). Es lo que va a demostrar San Pablo a continuación.
Ante todo, una afirmación fundamental: los que viven esa vida de mortificación de la carne bajo el impulso del espíritu, o lo que es lo mismo, los movidos por el Espíritu (se supone que en consonancia con la naturaleza humana, sin suprimir su libertad, cf. v.1s), ésos son hijos de Dios (v.14). La expresión hijos de Dios, aplicada al hombre, no es nueva, y se usó ya en el Antiguo Testamento (cf. Exo_4:22; Deu_14:1; Ose_11:1; Sab_2:18); sin embargo, después de la redención operada por Jesucristo, dicha expresión adquiere un significado mucho más hondo, como el mismo San Pablo concretará enseguida (v. 15-16). En efecto, antes podía ser invocado Dios como Padre (cf. Exo_4:22; Deu_32:6; Isa_1:2; Jer_31:9), y, de hecho, así lo hicieron a veces los israelitas (cf. Isa_63:16; Isa_64:8; Sab_14:3; Ecli 23:1.4); pero la primera y principal disposición de ánimo hacia la divinidad, lo mismo entre judíos que entre gentiles, era el temor, no el amor, idea esta que quedaba muy en segundo plano (cf. Deu_6:13; Deu_10:20-21). Ahora, en los tiempos del Evangelio, es al revés. Aunque seguimos reconociendo la omnipotencia y terrible justicia de Dios, prevalece totalmente la idea de amor; no es el espíritu de siervos con su Amo, sino el de hijos con su Padre, el que regula nuestras relaciones con Dios (cf. Mat_6:5-34). San Pablo ve la prueba de esta realidad en ese sentimiento de filiación respecto a Dios que experimentamos los cristianos en lo más íntimo de nuestro ser (espíritu de adopción), que hace le invoquemos bajo el nombre de Padre 110. Es un sentimiento que no procede de nosotros, sino que lo hemos recibido (v.1s), y está íntimamente relacionado con la presencia del Espíritu en nosotros (v.14). Concretando más, con ayuda también de otros pasajes (cf. Gal_4:4-6; Efe_1:3-14; Tit_3:5; 1Jn_3:1-2; 1Jn_4:7; Jua_1:13; Jua_3:5), añadiremos que ese sentimiento o espíritu de adopción se debe a un como nuevo nacimiento que se ha operado en nosotros a raíz de la justificación, al hacernos Dios partícipes de su misma naturaleza divina (cf. 2Pe_1:4), entrando así a formar parte real y verdaderamente de la familia de Dios. A este testimonio de nuestro espíritu une su testimonio el Espíritu Santo mismo, testificando igualmente que somos hijos de Dios (v.16). No es fácil precisar la diferencia entre este testimonio del Espíritu Santo (v.16) y el de nuestro espíritu bajo la acción del Espíritu Santo (v.1s). Quizás se trate simplemente de mayor o menor intensidad en esa como posesión del alma por parte del Espíritu Santo. Lo que sí afirmamos es que el testimonio del Espíritu Santo, infalible en sí mismo, tiene valor absoluto, tratándose del conjunto de los fieles, pero sería absurdo deducir que cada uno de ellos puede percibirlo experimentalmente, con certeza que no deje lugar a duda, doctrina que justamente condenó el concilio Tridentino contra los protestantes.
Terminada la prueba, enseguida la conclusión esperada: Si hijos, también herederos.. (v.17). Es aquí donde quería llegar San Pablo. Nótese que la eterna glorificación es para el cristiano, no una simple recompensa, sino una herencia, a la que tenemos derecho, una vez que hemos sido adoptados como hijos de Dios (v.15; Gal_4:5; Efe_1:5), haciéndonos ingresar en su familia. Con ello nos convertimos en coherederos de Cristo (v.17), el Hijo natural de Dios, que ha ingresado ya también como hombre en la posesión de esos bienes (cf. Flp_2:9-11), para nosotros todavía futuros (cf. v.23-24). San Pablo, más que hablar de herederos de la gloria, habla de herederos de Dios, quizás insinuando que poseeremos al mismo Dios por la visión beatífica (cf. 1Co_13:8-13; 1Jn_3:2). Como conclusion, no se olvida de recordar una doctrina para él muy querida, la de que nuestra suerte está ligada a la de Cristo (cf. v.11), y hemos de padecer con El, si queremos ser con El glorificados (v.17).

Certeza de nuestra esperanza,1Jn_8:18-30.
18 Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros; 19 porque la expectación anhelante de lo creado ansia la manifestación de los hijos de Dios, 20 pues lo creado fue sometido a la vanidad, no de grado, sino por razón de quien lo sometió, con la esperanza 21 de que también lo creado será liberado de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. 22 Pues sabemos que hasta el presente todo lo creado gime y siente dolores de parto. 23 Ni es sólo eso, sino que también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo. 24 Porque en esperanza estamos salvos; que la esperanza que se ve, ya no es esperanza. Porque lo que uno ve, ¿cómo esperarlo? 25 Pero si esperamos lo que no vemos, en paciencia esperamos. 26 Y el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues qué hayamos de pedir, como conviene, no sabemos; mas el mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos inefables, 27 y el que escudriña los corazones conoce cuál es el deseo del Espíritu, porque intercede por los santos según Dios. 28 Ahora bien: sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman, de los que según sus designios son llamados. 29 Porque a los que de antemano conoció, a ésos los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos; 30 y a los que predestinó, a ésos también llamó; y a los que llamó, a ésos los justificó; y a los que justificó, a ésos también los glorificó.

En realidad, San Pablo dejó ya demostrada su tesis al señalar que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos.. (v. 16-17). Pero quiere seguir aún insistiendo en el tema. Su última advertencia de que para ser glorificado con Cristo, antes hemos de padecer con El (v.17), podía asustar a alguno. Por eso, su afirmación inmediata: los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros (v.18; cf. 2Co_4:17; Col_3:4). Es la respuesta cristiana más sencilla al problema del sufrimiento: que no paremos nuestra consideración en lo presente, sino que miremos hacia el futuro (cf. Mat_16:24-27; Col_2:10-12; 1Pe_4:13). A continuación va señalando el Apóstol las pruebas o razones, especie de garantía divina, que corroboran, en continuo crescendo, la certeza de esa nuestra esperanza: primeramente, el presentimiento de las cosas creadas (v. 19-22); después, nuestros propios gemidos suspirando por la glorificación (v.23-25); luego, la intercesión del Espíritu Santo a nuestro favor (v.26-27); por fin, los planes mismos de Dios, que todo lo endereza a la salud de sus escogidos (v.28 - 30). Comentaremos brevemente cada una de estas pruebas.
Comienza el Apóstol fijando su atención en el mundo creado (Þ êôßóéò), sometido contra su voluntad a la vanidad (ìáôáéüôçò), y corrupción (öèïñÜ), que espera anhelante la manifestación de los hijos de Dios, momento en que también él será liberado de su servidumbre para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios (v. 19-22). No parece caber duda que ese mundo creado, que el Apóstol presenta personificado, es el mundo sensible inferior al hombre, al que expresamente se contrapone (cf. v.19-23); pero ¿qué clase de servidumbre es esa a que ha sido sometido y cuál es la liberación que espera? La respuesta a estas preguntas no es fácil111. Creemos que como base de toda explicación hay que colocar dos textos del Génesis: la sujeción que Dios hace al hombre de todos los seres inferiores a él (Gen_1:26-29), y el pecado de éste, que afectó también a esos seres inferiores, al menos en su relación hacia el hombre (Gen_3:17-19). Produce, pues, el pecado de Adán un desequilibrio en las cosas, un desorden, un modo de ser, que no es el puesto primitivamente por Dios; y este modo de ser le ha venido a las cosas no de grado, sino por razón de quien las sometió (v.2o), es decir, no por responsabilidad directa, sino en virtud de aquel lazo moral que Dios estableció entre el hombre y los seres inferiores, de modo que éstos siguiesen la suerte de aquél. Precisamente, debido a tener su suerte ligada a la del hombre, la esperanza de liberación que Dios dejó entrever al ser humano ya desde el momento mismo de la caída (Gen_3:15), era también esperanza para las cosas mismas. Esa, y no otra, parece ser la esperanza de que habla San Pablo (v.20). En realidad es la misma idea que encontramos ya en Isaías, cuando Dios promete cielos nuevos y tierra nueva para la época mesiánica (Isa_65:17; Isa_66:22), idea que se recoge en el Nuevo Testamento, fijando su realización en la parusía (cf. Mat_19:28; Hec_3:21; 2Pe_3:13; Rev_21:1). La diferencia está únicamente en que San Pablo dramatiza más las cosas y habla no sólo del estado glorioso final, sino también de la etapa anterior, etapa de expectación anhelante.., de gemidos y dolores de parto, suspirando por ese estado glorioso final, que tiene como centro al hombre, lo mismo que lo tuvo la caída. Por eso, probablemente, es por lo que escribe sabemos que.. (v.22), como indicando que se trata de doctrina conocida.
Querer concretar más es difícil, y apenas podemos salir de conjeturas. San Juan Crisóstomo, al que siguen otros muchos, antiguos y modernos, cree que la vanidad y corrupción a que ha sido sometido el mundo creado no es otra cosa que la ley de mutabilidad y muerte, que afecta a todos los seres materiales, y de la que serán liberados al final de los tiempos. Pero ¿es que antes del pecado de Adán no estaban sujetos a mutación y muerte? ¿Es que lo van a dejar de estar al fin de los tiempos? No es probable que San Pablo tratara de responder a estas cuestiones. Por eso muchos autores, siguiendo a San Cirilo de Alejandría, interpretan los términos vanidad y corrupción en sentido moral, no en sentido físico, y se aplicarían a las criaturas irracionales en cuanto que, a raíz del pecado de Adán, quedaron sometidas a hombres vanos y corrompidos que se valen de ellas para el pecado (cf. 1:21-32), suspirando por verse liberadas de tan degradante esclavitud. Pero ¿no será esto limitar demasiado la visión de San Pablo? Notemos que el Apóstol atribuye dimensiones cósmicas, y no sólo antropológicas (5:12-21), a la redención de Cristo (cf. Efe_1:10; Col_1:20). Quizá, pues, sea lo más prudente dejar imprecisa la interpretación, porque imprecisa estaba probablemente también en la mente de San Pablo. No deben urgirse demasiado los términos vanidad (ìáôïáüôçò), de sentido más bien moral (cf. 1:21; Efe_4:17; 2Pe_2:18), o corrupción (öèïñÜ), de sentido más bien físico (cf. 1Co_15:42.50; Gal_6:8; Col_2:22); pues el centro de todo el drama es el hombre, y en éste se cumplen ambos aspectos, por lo que nada tiene de extraño que el Apóstol emplee esos mismos términos refiriéndose a las criaturas irracionales, cuya suerte ligó Dios a la del hombre. Para una visión más amplia, puede verse lo que referente a este tema expusimos ya en la introducción a la carta.
Una segunda prueba, que es complementaria de la anterior, la ve el Apóstol en nuestros propios gemidos, suspirando también por la glorificación (v.23-25). Son gemidos por parte de quienes poseen ya las primicias del Espíritu (v.23); por tanto, aparte las razones de la prueba anterior, tenemos una nueva garantía de que esa expectación anhelante no puede quedar frustrada. San Pablo habla, no de glorificación, sino de adopción (v.23), término que resulta aquí un poco extraño, pues ésa la poseemos ya a raíz de la justificación (cf. v.14-15); ello indica que el término adopción (õéïèåóßá) puede tomarse en sentido más y menos pleno, desde que comienza en la justificación hasta su consumación o desenvolvimiento definitivo en la gloria, que es como ahora lo toma San Pablo. Es por eso, probablemente, por lo que, como tratando de explicarse más, añade lo de redención de nuestro cuerpo (áðïëýôñùóç ôïõ óþìáôïò çìþí), cosa que sabemos está reservada para después de la muerte (v.23; cf J Cor 15:42-53; 2Co_5:1-5). En el mismo sentido habla de primicias del Espíritu (v.23), a decir, de que tenemos ya el Espíritu (cf. v.9.11.14), pero no tenemos todavía todo lo que esa posesión nos garantiza. Dicho de otra manera, estamos salvos en esperanza (v.24), pues la plenitud de esa salvación aparecerá sólo más tarde (cf. 5:1-11); de momento debemos esperar en paciencia (v.25), o lo que es lo mismo, con espera sufrida y constante.
A continuación indica San Pablo una tercera prueba o motivo de confianza (v.26-27). No son ya sólo los gemidos del mundo creado (v.22) y nuestros propios gemidos (v.23), Que es mismo Espíritu, viniendo en ayuda de nuestra flaqueza (áóèÝíåéá).., aboga por nosotros con gemidos inefables (Ïðåñåíôõã÷Üíåé óôåíáãìïÀò ÜëáëÞôïéò). La inteligencia del pasaje está centrada en el sentido que se dé a los términos flaqueza nuestra y gemidos del Espíritu. Evidentemente esa flaqueza o deficiencia de parte nuestra está relacionada con la glorificación futura por la que suspiramos (v. 19-25), como expresamente lo da a entender el Apóstol, al añadir: pues qué hayamos de pedir, como conviene, no sabemos (ôï ãáñ ôé ðñïóåõîþìå3á êá3ü äåé ïõê ïúäáìåí). Es decir, sabemos, sí, que Dios quiere nuestra glorificación; pero hasta llegar a ella ha de pasar tiempo, y en ese camino hasta la meta no siempre sabemos qué hayamos de pedir (ôß) en cada circunstancia (cf. 2Co_12:8-9) y cómo hayamos de hacerlo (êá3ü äåé). á suplir esa deficiencia viene en nuestra ayuda el Espíritu, abogando por nosotros con gemidos inefables, que son siempre según Dios, es decir, conformes a los designios que Dios tiene sobre sus santos (v.27; sobre el término santos, cf. 1:7). Estos gemidos, pues, no pueden dejar de ser atendidos. El Apóstol los llama inefables, bien porque se trata de algo interior, sin palabras, bien porque no pueden ser expresados adecuadamente en lenguaje humano, resultando incomprensibles a los hombres, pero no a Dios que escudriña los corazones con su ciencia infinita (v.27; cf. 1Sa_16:7; 1Re_8:39; Sal_70:10; Rev_2:23). El hecho de que San Pablo mencione aquí este atributo divino es señal de que no se trata propiamente de gemidos del Espíritu, cosa incompatible con su condición divina, sino de gemidos que el Espíritu pone en nuestros corazones. La diferencia, pues, con los gemidos de que se habla en el v.23, también bajo el influjo del Espíritu, no parece ser grande; quizá se trate simplemente, igual que dijimos al comentar los v. 15-16, de mayor o menor intensidad en esa como posesión del alma por parte del Espíritu.
Por fin viene la cuarta y última prueba, razón suprema de nuestra confianza (v.28-30). Son tres versículos que contienen en síntesis la doctrina toda de la carta, pues en ellos indica el Apóstol la razón última de esa esperanza de salud que viene predicando desde el principio. Debido a su gran importancia doctrinal, han sido objeto de numerosos estudios y comentarios por parte de teólogos y exegetas, cuyas interpretaciones, al rozarse con el debatido tema de la predestinación, no siempre han contribuido a presentar con más luz el pensamiento del Apóstol, sino más bien a oscurecerlo. De ahí la necesidad de que distingamos bien lo cierto de lo dudoso y discutible.
Bajo el aspecto gramatical distinguimos claramente dos partes principales (v.28 y v.29-30), enlazadas entre sí mediante la conjunción porque (üôé), que convierte a la segunda (v.29~30) en una explicación de la primera (v.28), en la que ha de buscarse, por consiguiente, la afirmación fundamental del Apóstol. Pues bien, ¿cuál es esa afirmación fundamental? En líneas generales su pensamiento parece claro. Trata, lo mismo que en los versículos precedentes (?. 18-27), de infundir ánimo a los cristianos ante la certeza de nuestra futura glorificación; la razón alegada ahora (v.28) es que Dios, en cuyas manos están todas las cosas, todo lo endereza a nuestro bien. En otras palabras: Dios lo quiere, y a Dios nada puede resistir. Es éste, desde luego, el primero y radical principio del optimismo cristiano 112. Pero ¿a quiénes lo aplica San Pablo? Creemos, sin género alguno de duda, que a los cristianos todos en general, que es de quienes ha venido hablando (cf. v. 1.14.23.27). A ellos, y no a una categoría especial dentro de los cristianos, se refieren las expresiones los que aman a Dios (..ôïÀò Üãáðþóéí ôïí 3åüí) y llamados según sus designios (..ôïéò êáôÜ ðñü^åóéí êëçôïÀò). Que pueda haber cristianos pecadores que no aman a Dios, San Pablo lo sabe de sobra (cf. 1Co_5:1; 1Co_6:8; Gal_5:10; 1Ti_1:20); pero esos tales quedan aquí fuera de su perspectiva, fijándose en el cristiano como tal, que procura cumplir sus obligaciones. El inciso los llamados (êëçôïß) según sus designios no es limitativo de los que aman, sino aposición que se refiere a los mismos seres humanos y con la que se hace resaltar la iniciativa de Dios para llegar a nuestra condición de cristianos. En la terminología de San Pablo son llamados (êëçôïß) aquellos que han recibido de Dios el llamamiento a la fe y han respondido a ese llamamiento (cf. 1:6; 1Co_1:24); por consiguiente, todos los cristianos son êëçôïß. Õ lo son según sus designios (êáôÜ ôôñü3åóéí), pues es Dios quien en acto eterno de su voluntad (cf. Efe_1:11; Efe_3:11; 2Ti_1:9) ha determinado concederles ese beneficio sobrenatural. Querer distinguir, como hizo San Agustín, y detrás de él muchos teólogos, una categoría privilegiada de cristianos en esos llamados según sus designios, algo así como llamados-elegidos (predestinados) en contraposición a llamados-no elegidos (cf. Mat_20:16), es hacer ininteligible todo el pasaje. La argumentación de San Pablo se reduciría a lo siguiente: todos debemos confiar, pues algunos (los predestinados) obtendrán ciertamente la glorificación ansiada. ¿Dónde quedaría la lógica? Ese otro problema de la predestinación a la gloria, como lo tratan los teólogos, no entra aquí en el campo visual de San Pablo.
En los v.29-30, segunda parte de nuestra perícopa, indica el Apóstol los diversos actos o momentos en que queda como enmarcada la acción salvadora de Dios afirmada en el v.28. Dentro de ese marco quedan incluidos todos los accidentes que pueden afectar a la vida de cada cristiano, los cuales van dirigidos por Dios a la ejecución de sus planes hasta llegar a la glorificación final. De los cinco actos divinos enumerados por San Pablo (presciencia-predestinación a ser conformes con la imagen de su Hijo-vocación a la fe-justificación-glorificación), los dos primeros pertenecen al orden o estadio de la intención, y son actos eternos; los otros tres pertenecen al orden o estadio de la ejecución, y son actos temporales (terminative). La presciencia es un previo conocimiento que Dios tiene de aquello de que se trata; aquí, concretamente, un previo conocimiento de aquellos de que se habló en el v.28, es decir, de los cristianos todos (no precisamente de los predestinados a la gloria, en el sentido en que hablan los teólogos). No está claro si esa presciencia divina arguye sólo previo conocimiento del futuro, como en el caso de la presciencia humana (cf. Hec_26:5; 2Pe_3:17), o incluye también cierta aprobación o beneplácito, es decir, un conocimiento acompañado de amor o preferencia, sentido que suele tener el verbo conocer aplicado a Dios (cf. Mat_7:23; 1Co_8:3; 1Co_13:12; Gal_4:9; Tim 2:19). De todos modos, la presciencia no es aún la predestinación, y San Pablo distingue ambos actos, pues escribe: a los que de antemano conoció (ðñïÝãíù), a ésos los predestinó (ðñïþñéóåí). El Apóstol no indica la razón de la ilación; probablemente lo único que trata de señalar es que Dios no predestina ciegamente, sino que, como en todo agente intelectual, precede el conocer a cualquier determinación. El término predestinación aparece otras cuatro veces en el Nuevo Testamento, y siempre en el sentido de determinación divina en orden a conceder un beneficio sobrenatural (Hec_4:28; 1Co_2:7; Efe_1:5-11). Evidentemente ése es también el significado que tiene la palabra en el caso presente. Los destinatarios de ese beneficio son los mismos que fueron objeto de la presciencia, es decir, los cristianos todos de que el Apóstol viene hablando; y el beneficio a que Dios los ha predestinado es a ser conformes con la imagen de su Hijo (óõììüñöïõò ôçò eiêùos ôïõ õéïý áõôïý), es decir, a reproducir en sí mismos los rasgos de Cristo, de modo que éste aparezca con las prerrogativas de primogénito entre muchos hermanos al frente de una numerosa familia, con la consiguiente gloria que ello significa. He ahí el fin último que Dios pretende en toda esta obra de la predestinación: la gloria de Cristo, cuya soberanía se quiere hacer resaltar (cf. Col_1:15-20).
Mas ¿cuándo adquirimos los cristianos esa configuración con Cristo que constituye el objeto real de la predestinación? Algunos autores, siguiendo a los Padres griegos (Orígenes, Crisóstomo, Cirilo Alejandrino), creen que se alude al estado de gracia y de filiación adoptiva que tenemos ya aquí en la tierra a raíz de la justificación, y que constituye una verdadera transformación que nos asemeja a Cristo (cf. 12:2; 2Co_3:18; Gal_4:19). En el mismo sentido interpretan el glorificó final (Ýäüîáóåí), como refiriéndose simplemente a la condición gloriosa inherente a la gracia santificante. Otros autores, sin embargo, siguiendo a los Padres latinos (Jerónimo, Agustín, Ambrosio), creen que se alude al estado glorioso en el cielo, cuando incluso nuestro cuerpo será transformado a semejanza del de Cristo (cf. 1Co_15:49; Flp_3:21); y en ese mismo sentido interpretan el glorificó final. Creemos, dado el contexto, que es esta interpretación de los Padres latinos la que responde al pensamiento de San Pablo; no negamos que también la transformación por la gracia nos asemeje ya a Jesucristo (cf. v.14-17), pero no es aún esa imagen perfecta y consumada por la que suspiramos (cf. v.11.23) y sobre cuya consecución precisamente quiere San Pablo tranquilizar a los cristianos. Lo que a continuación añade el Apóstol: a los que predestinó, a ésos también llamó, y a los que llamó, justificó, y a los que justificó, glorificó (v.30), apenas ofrece ya dificultad, pues ha de interpretarse en consonancia con lo anterior. Se trata simplemente de señalar, en el orden de la ejecución, los principales actos con que Dios lleva a cabo esa predestinación: vocación a la fe-justificación-glorificación en el cielo.
De lo expuesto se deduce que el concepto de predestinación, tal como este término está tomado aquí por San Pablo, aplicándolo a todos los cristianos, no coincide exactamente con el concepto en que suele tomarse en el lenguaje teológico, restringiéndolo a aquellos que cierta e infaliblemente conseguirán de hecho la vida eterna, incluso aunque de momento sean grandes pecadores. La predestinación de que habla San Pablo supone, por parte de Dios, una voluntad seria y formal (no veleidad), pero no necesariamente con eficacia efectiva, pues ésta se halla condicionada a nuestra cooperación. De esta cooperación el Apóstol no habla, contentándose con señalar la parte de Dios, quien ya nos ha llamado a la fe y justificado, y ciertamente nos llevará hasta la glorificación final, de no interponerse nuestra libertad frustrando sus planes. Tanto es así, que el Apóstol, suponiendo tácitamente nuestra cooperación, habla incluso de glorificó (Ýäüîáóåí) en pasado, dando así más certeza a nuestra esperanza (v.30; cf. Mat_18:15; Jua_15:6). Por lo demás, más que aludir directamente al destino particular de cada fiel, San Pablo parece que alude, de modo semejante a lo que dijimos al comentar el v.16, al destino de la comunidad o conjunto de fieles, que son los que constituirán la familia de que Cristo es primogénito (v.29); y en ese sentido la certeza de que llegará la glorificación final es indubitable. No cabe duda, en efecto, que la nave de la Iglesia llegará ciertamente al puerto, aunque algunos de los tripulantes se empeñen en evadirse y naufragar.

Himno de la esperanza cristiana,
Jua_8:31-39.
31 ¿Qué diremos, pues, a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? 32 El que no perdonó a su propio Hijo, antes le entregó para todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con El todas las cosas? 33 ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Siendo Dios quien justifica, ¿quién condenará? 34 Cristo Jesús, el que murió, aún más, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, es quien intercede por nosotros. 35 ¿Quién nos arrebatará al amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? 36 Según está escrito: Por tu causa somos entregados a la muerte todo el día, somos mirados como ovejas destinadas al matadero. 37 Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. 38 Porque persuadido estoy que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo venidero, ni las potestades, 39 ni ia altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá arrancarnos al amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor.

Terminada la enumeración de garantías divinas que dan certeza a nuestra esperanza (v. 18-30), San Pablo desahoga su corazón en un como canto anticipado de triunfo, pasaje quizás el más brillante y lírico de sus escritos, proclamando que nada tenemos que temer de las tribulaciones y poderes de este mundo, pues nada ni nadie podrá arrancarnos el amor que Dios y Jesucristo nos tienen (v-31-39).
Evidentemente el Apóstol sigue refiriéndose, igual que en los versículos anteriores, a los cristianos en general, y en ese sentido debe entenderse la expresión elegidos de Dios, de que se habla en el v.33 (cf. Gol 3:12; Tit_1:1). Para hacer resaltar más el amor de Dios hacia nosotros (v.31), recuerda el hecho de que nos dio a su propio Hijo, ¿cómo, pues, vamos a dudar de que nos dará todo lo que necesitemos hasta llegar a la glorificación definitiva? (v.32). No está claro si, al hablar de acusación y condenación (v.33), San Pablo está aludiendo al juicio final, cuyo espectro, en lo que tiene de terrorífico, quiere también eliminar de nuestra fantasía. Así interpretan muchos este versículo, en cuyo caso el término justifica (äßêáéùí) parece debe tomarse en sentido de justificación forense (cf. Isa_50:8; Mat_12:37; Rom_3:20), no en sentido de justificación por la gracia. Sin embargo, quizás esté más en consonancia con el contexto referir esa alusión de San Pablo, no precisamente al juicio final, sino a la situación general del cristiano ya en el tiempo presente, lo mismo que luego en el v.35. En este caso, el término justifica deberá tomarse en su sentido corriente de justificación por la gracia, y la idea de San Pablo vendría a ser la misma que ya expresó al principio del capítulo, es decir, que no hay condenación alguna para los que están en Cristo Jesús (v.1). Recalcando más esa idea de confianza, añade en el v.34 que el mismo Jesucristo, que murió y resucitó por nosotros, es nuestro abogado ante el Padre. Claro es que esa situación de confianza vale también respecto del juicio final.
A continuación (v.35-3 9) enumera una serie de obstáculos o dificultades con que el mundo tratará de apartarnos del amor de Cristo (v.35) Y del amor de Dios en Cristo (v.39). Notemos esta última expresión con la que el Apóstol da a entender que el Padre nos ama, no aisladamente, por así decirlo, sino en Cristo, es decir, unidos a nuestro Redentor como miembros a la cabeza, como hermanos menores al primogénito. No es fácil determinar qué signifique concretamente cada uno de los términos empleados por San Pablo: tribulación, angustia. , potestades, altura, profundidad. , ni hemos de dar a ello gran importancia; la intención del Apóstol mira más bien al conjunto, tratando de presentarnos todo un mundo conjurado contra los discípulos de Cristo, pero que nada podrá contra nosotros. Los ángeles-principados-potestades parecen hacer alusión a los espíritus malignos contrarios al reino de Cristo (cf. 1Co_15:24; Efe_6:12; Col_2:15); la altura y profundidad (abstractos por concretos) parecen aludir a las fuerzas misteriosas del cosmos (espacio superior e inferior), más o menos hostiles al hombre, según la concepción de los antiguos. La aplicación a los cristianos del lamento del salmista por el estado de opresión en que se hallaban los israelitas de su tiempo (v.16; cf. Sal_44:23), no significa que fuese esa la situación de los cristianos romanos de entonces; sin embargo, esa situación no tardará en llegar. Y San Pablo, para el presente y para el futuro, quiere inculcar al cristiano que las persecuciones y sufrimientos no influirán para que Dios nos deje de amar, como a veces sucede entre los seres humanos, al ver oprimido y pobre al amigo de antes, sino que nos unirán más a El, siendo más bien ocasión de victoria gracias a aquel que nos ha amado (v.37).
Este amor de Dios y de Cristo, tan maravillosamente cantado por San Pablo, es, no cabe duda, la raíz primera y el fundamento inconmovible de la esperanza cristiana. Por parte de Dios nada faltará; el fallo, si se da, será por parte nuestra.

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 8

IV. LA LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS (8,1-39)

Del capítulo 7 se deduce con singular claridad por qué Pablo no puede renunciar a sus exhortaciones a emprender una nueva vida. Cierto que el pasado pecaminoso del hombre ha sido fundamentalmente superado «en Cristo». El hombre «en Cristo» es en realidad una nueva criatura, y ha pasado de la muerte a la vida. Pero el cristiano no se ha distanciado de su pasado pecaminoso hasta el extremo de que éste no se le pueda presentar ahora una vez más como su posibilidad negativa. Por ello es preciso exhortar al cristiano a comportarse de un modo nuevo. La nueva vida no produce sus frutos de forma automática, sino que el hombre ha de responder continuamente a sus exigencias.

En el capítulo 8 se pone especialmente de relieve que la exhortación del Apóstol sólo puede comprenderse de modo adecuado desde la base de su mensaje de libertad. De ahí que recuerde ante todo el acto liberador de Cristo, para apelar inmediatamente a la libertad de los manumitidos y que ahora caminan según el Espíritu: son los hijos de Dios y por lo mismo también «herederos» de su gloria futura. Como tales tienen que conservar al presente la libertad otorgada.

Sobre el trasfondo del capítulo 7 puede Pablo exponer con detalle y de forma apremiante el presente salvífico de los cristianos. De acuerdo con ello, la vida cristiana se entiende como una vida «según el espíritu», no «según la carne», pues el espíritu otorgado por Cristo se mantienen en la libertad de los hijos de Dios. Pero, al mismo tiempo, Pablo pone en claro que la salvación presente sólo se conserva como una vida vivida y acrisolada en la esperanza. Esa vida, que es simultáneamente realización en Cristo y promesa del futuro de Dios, permite que los cristianos se alegren de hecho y proclamen, con agradecimiento a Dios, la salvación que se les ha dado, como demuestra la misma conclusión jubilosa del capítulo 8. Este acento fundamental, claro y alegre no es ciertamente la última razón de que siempre se haya considerado el capitulo 8 como el vértice más alto de toda la carta.

1. LIBERTAD POR EL ESPÍRITU (Rm/08/01-11)

1 Así pues, ahora ya no pesa ninguna condena sobre quienes están en Jesucristo. 2 Porque la ley del Espíritu, dador de la vida en Jesucristo, me liberó de la ley del pecado y de la muerte. 3 En efecto, lo que era imposible a la ley, por cuanto que estaba incapacitada por causa de la carne, Dios, enviando su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como víctima por el pecado, condenó al pecado en la carne, 4a fin de que lo mandado por la ley se cumpla en nosotros, los que caminamos, no según la carne, sino según el espíritu.

La oposición del v. 1 al grito desesperado de 7,24 es total y categórica. «Ahora...» la mirada se vuelve desde la situación desgraciada del hombre bajo la ley y el pecado hacia la hora presente. En este presente determinado por Cristo ya no hay «ninguna condena» para quienes están en Jesucristo. Pues, con Cristo la vieja soberanía de las potencias maléficas ha llegado a su fin y se abre la nueva vida, que ahora puede llamarse vida con toda verdad. De ahí que quienes están en Cristo hayan sido arrancados al juicio que pende sobre el pecado. Este tono fundamental condiciona todo el capítulo. Es la certeza de la salvación de los cristianos, que sólo la tienen en Cristo y sólo la conservan con una vida según el Espíritu.

Siguen los v. 2-4 describiendo la liberación, de la que los cristianos han sido hechos partícipes, como un acto universal de salvación que Jesucristo y Dios han llevado a término, de tal modo que el anuncio y proclama del v. 1 no hay que separarlos de su prueba teológica. De hecho la exposición del acto liberador aparece como una confirmación posterior de 7,1-6 desde el campo de la teología y soteriología del Apóstol.

La liberación de la «ley del pecado y de la muerte», se describe en el v. 2 ante todo como una «ley» contraria a dicha ley. Es la ley que ha sido dada por el «Espíritu», no por el espíritu humano, sino por el Espíritu que se manifiesta como «vida en Jesucristo». En definitiva no es otro que el Espíritu de Jesucristo, que se comunica a los creyentes y para quienes viene a ser una nueva ley. Pablo, sin embargo, no proclama algo así como una ley cristiana en lugar de la vieja ley mosaica. Lo que él tiene que proclamar como nuevo es el Evangelio, y esto no puede llamarse realmente ley en un sentido estricto, cual si se tratase de la sustitución de otra ley. Pablo utiliza aquí unas fórmulas antitéticas, y sólo en el sentido de esta antítesis puede presentarse el Evangelio como una «ley» que proclama y trae la libertad.

El proceso de liberación no se da sin la obra de Cristo Jesús, y por lo mismo tampoco sabe pensarla sin la iniciativa de Dios. Pues lo que la ley no pudo -en lugar de conducir a la vida lo que hizo fuera arrastrar al pecado y, en consecuencia, a la muerte- lo ha logrado Dios por medio de su Hijo. A él lo envió 33 en la «semejanza» de nuestra existencia carnal, condicionada por el pecado. En la formulación de este pensamiento se echa de ver, por una parte, cómo el Apóstol se esfuerza por presentar al Hijo de Dios como hecho hombre y asumiendo plenamente las condiciones históricas y concretas de la existencia humana, indicadas aquí a través del concepto de «carne» dominada por el pecado; pero, por otra parte, Pablo tampoco quiere presentar el ser humano del Hijo de Dios como una realidad personalmente pecaminosa. Ha venido pensando en la humanidad pecadora para encontrarse con el pecado en su propio campo de operaciones, «en la carne». Pablo piensa aquí en el acontecimiento de la salvación en cuanto vinculado a la muerte en cruz de Jesús. En la entrega de su vida por nosotros, es decir, en lugar nuestro y en nuestro favor, la misión del Hijo de Dios alcanza su meta. Jesús sufre en su muerte el juicio de Dios contra el pecado, y representa así a todo el género humano que se encuentra bajo el pecado.

El v. 4 sirve ya de introducción al cambio de vida «según el espíritu». Lo que Jesús ha hecho de una vez, lo ha hecho por nosotros. El giro que representa su acto liberador ha encontrado ahora su repercusión en nuestra vida nueva, como un cambio de la carne al espíritu, y ahí tiene que seguir repercutiendo de forma continua. Con el cambio de vida «según el espíritu» llega incluso a cumplirse «lo mandado por la ley», en razón precisamente del cumplimiento que representa el acto liberador de Jesucristo de una vez para siempre. Verdad es que el hombre regido por el Espíritu de Cristo ya no recibe lo mandado por Dios como una «ley» -este concepto en sentido estricto queda reservado a la vieja ley nefasta-, sino como la exigencia del propio Espíritu, que no sólo fomenta el nuevo modo de vida, sino que además lo hace posible.

...............

33. Cf. Gal_4:4.

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5 En efecto, los hombres según la carne, anhelan las cosas de la carne; los hombres según el espíritu, las del espíritu. 6 Pero el anhelo de la carne termina en muerte; mientras que el anhelo del espíritu, en vida y paz. 7 Pues el anhelo de la carne es enemistad para con Dios, ya que no se somete a la ley de Dios ni siquiera tiene capacidad para ello, 8 y quienes viven en lo de la carne no pueden agradar a Dios.

CARNE/QUE-ES: Las posibilidades del hombre desde su propio ser han quedado superadas. ¿Qué es el hombre? ¡Por sí solo nada más que «carne»! Eso es lo que el capítulo 7 ha puesto bien en claro. «Carne» es la existencia terrena y presente del hombre en contraste con su destino que es obtener la vida. Pero en el presente de la fe se demuestra que la vida sólo la otorga el Espíritu. Es preciso dejarse conducir por este Espíritu , y sólo en la medida en que el hombre corresponde al don y a las solicitaciones del Espíritu, se convierte en «hombre según el espíritu».

No hay que olvidar que Pablo ve al hombre única y exclusivamente por Cristo y por su obra salvadora. Por ello no hay que esperar una reflexión sobre el hombre en sí mismo. Ciertamente que para Pablo existe el hombre en sí mismo, es decir el hombre que se cuida de sí mismo y trabaja para sí, que comete el pecado, que no deja de hecho que Dios se cuide de él y que en el fondo no espera la salvación de Dios, sino de sí mismo, porque confía en sí mismo y para él el bien es procurarse la vida. Pero en realidad lo único que encuentra es la muerte y, desde la perspectiva de Dios, su existencia aparece como una enemistad divina. Pablo no deja la menor duda de que la única posibilidad del cristiano de responder a la voluntad de Dios es precisamente la vida regida por el Espíritu.

9 Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, este tal no pertenece a Cristo. 10 En cambio, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por causa del pecado, pero el espíritu es vida por causa de la justicia. 11 Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo dará vida también a vuestros cuerpos mortales por medio de ese Espíritu suyo que habita en vosotros.

Pablo habla directamente a los cristianos como a quienes están «en el espíritu». La realidad que fundamenta este nuevo ser es «el Espíritu de Dios... en vosotros». «Espíritu de Dios» y «Espíritu de Cristo» son la misma cosa. Lo decisivo es que se experimenta el «Espíritu» como la realidad que define el presente, y desde luego en la vida de cada uno de los creyentes lo mismo que en la universalidad y comunión de los creyentes, es decir, en la comunidad. Tal vez no habría que considerar un hecho casual el que Pablo se dirija aquí en plural a los hombres que están «en Cristo», de forma distinta que a los hombres anteriores a Cristo y privados de él (capítulo 7). El Espíritu, que ha sido dado al creyente, es siempre el Espíritu comunicado a la Iglesia de Jesucristo. Pero en la comunidad de los creyentes se manifiesta también la fuerza determinante del Espíritu como una nueva vida de cada uno. «En el espíritu» experimentamos la vida que ese espíritu produce. Y esa vida afecta al hombre entero, al igual que el espíritu determina la realidad de todo el hombre. Ni es otro el contenido de la fórmula dialéctica relativa al «cuerpo» que «está muerto por causa del pecado» y del «espíritu» que «es vida por causa de la justicia» (v. 10). Una y otra cosa, «cuerpo» y «espíritu» indican la totalidad del hombre, aunque desde una perspectiva distinta. El «espíritu» es aquí el fundamento de la nueva vida que penetra por completo al hombre, hasta el punto de que éste ahora está «muerto» para el pecado.

El Espíritu otorga la vida, que significa la vida de la resurrección. La vida que el creyente vive en la hora actual es la vida de Cristo resucitado de entre los muertos, y por lo mismo es ya un anticipo en la resurrección futura de nuestros «cuerpos mortales», gracias precisamente al Espíritu que habita en nosotros. La posesión actual del Espíritu nunca debe conducir a un desconocimiento del auténtico don del Espíritu, es decir, la vida del futuro que Dios nos ha prometido y de la que nosotros no podemos disponer.

2. LA VIDA EN EL ESPÍRITU (Rm/08/12-17)

12 Por consiguiente, hermanos, deudores somos: pero no de la carne, para vivir según ella. 13 Pues si vivís según la carne, tendréis que morir; pero si con el espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis. 14 Porque todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, éstos son hijos suyos. 15 Y vosotros no recibisteis un espíritu de servidumbre, que os lleve de nuevo al temor, sino que recibisteis un espíritu de adopción, en virtud del cual clamamos: «¡Abbá!, ¡Padre!» 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también herederos: herederos de Dios, y coherederos de Cristo, puesto que padecemos con él y así también con él seremos glorificados.

Como quienes están «en el espíritu» (v. 9) y viven ahora según la norma del espíritu, ahora somos libres gracias a la acción liberadora de Dios. Y por ello, precisamente en cuanto libres, somos «deudores», aunque nunca deudores de la «carne». Pues, la vida de quien confía en su «carne», es decir, en sí mismo, conduce necesariamente a la muerte. Por el contrario, nos oponemos a ella cuando, «con el Espíritu, dais muerte a las obras del cuerpo». La idea que aquí late es la práctica pecaminosa en la que el «cuerpo» -o, lo que es lo mismo, el yo del hombre- encuentra siempre placer. Tal práctica debe ser muerta por el Espíritu, que nos capacita y nos guía hacia una nueva práctica cristiana (v. 14).

En el v. 13, la muerte y la vida aparecen como las dos posibilidades que se presentan al cristiano. Pero ¿se le brindan realmente a su libre elección, de tal modo que pueda decidir entre ambas? Si puede darse la libertad psicológica de elección o de decisión, ello se debe a que esta libertad está ya intrínsecamente condicionada de forma bien explícita por el poder del Espíritu que guía al cristiano en la fe. Todo lo que ahora le interesa es mantenerse en la libertad que le ha otorgado el Espíritu. Así pues, la elección que el cristiano debe hacer de conformidad con todo ello, consiste en adherirse al Espíritu, en dejarse guiar por el Espíritu. Si no se mantiene firme ahí, necesariamente sucumbirá al impulso mortífero del pecado.

Puesto que somos libres, somos realmente hijos de Dios (v. 14). Pues, el espíritu que hemos recibido no es el «espíritu de servidumbre», sino el de «adopción», con el que nos otorgan nuevas relaciones como hijos adoptivos de Dios (v. 15). Al acto liberador del Hijo de Dios (v. 24) responde el nuevo estado de liberados como hijos de Dios, que por la acción salvífica divina han entrado en posesión plena de sus derechos de hijos adoptivos (v. 16s)34. Pablo recuerda estas nuevas relaciones con Dios, que los cristianos han obtenido, para referirse una vez más a la libertad refrendada por Dios como base de la nueva práctica de vida cristiana.

Así como la adopción de los cristianos lograda en el Espíritu se funda en el acto del Hijo de Dios, así también éstos le dan una respuesta adecuada en su vida, por lo que se refiere al padecer con él en el presente como a la glorificación con él en el futuro. Es curioso que Pablo, de cara a la salvación, defina el presente como un «padecer con él», que tiene asegurada la promesa de la gloria futura. Por lo que hace a la glorificación de los hijos de Dios, en su nueva vida ellos sólo la experimentan de momento como un «todavía no» dentro de «lo que ya han logrado». Lo cual no equivale precisamente a una ilusión, sino a una promesa y esperanza. Pues, es justo el conocimiento seguro de la promesa de Dios en la experiencia del Espíritu lo que no solamente hace que nos mantengamos firmes frente a los trabajos del presente, sino que además nos mantiene esperanzados. Por todo lo cual el caminar según el Espíritu hace que no despreciemos con un entusiasmo exaltado la existencia en el mundo transitorio, sino que nos la presenta a una luz completamente nueva y llena de sentido.

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34. Cf. Gal_4:4-7.

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3. CERTEZA DE LA ESPERANZA (Rm/08/18-30)

18 Efectivamente, yo tengo para mí que los sufrimientos del tiempo presente no merecen compararse con la gloria venidera que en nosotros será revelada.

El llamamiento del Apóstol a los fieles para que sean conscientes de su nueva dignidad de hijos de Dios se cerraba al final del v. 17 con la promesa de que los que ahora «padecemos» «seremos glorificados» en el futuro. Con ello apunta ya el tema que domina los próximos versículos, a saber: la esperanza futura de los cristianos. Este tema es de una importancia capital. De ahí que el desarrollo objetivo del Evangelio en la segunda parte de esta carta no desemboque casualmente en la promesa del futuro que Dios tiene reservado a los justificados por la fe.

La promesa cristiana del futuro tiene su fundamento en Dios y en su acción liberadora por medio de la muerte y resurrección de Jesús. De la «gloria venidera» sólo puede hablarse desde ese fundamento que ha sido puesto con Cristo. Por eso cuando el cristiano contempla el futuro desde la nueva vida planteada en él e intenta alcanzar ese futuro «lanzándose hacia por lo que está delante» ( Phi_3:13), no es una aspiración audaz de la propia suficiencia, sino la verdadera tarea que le incumbe al cristiano en la hora presente. La nueva vida, que ahora ya se le ha otorgado al creyente, reclama por su misma naturaleza la consumación en la «gloria». La fe, por la que hemos sido justificados, comporta la promesa de la gloria futura. Por eso, el cristiano sólo vive de la fe en cuanto que permite la vigencia de la promesa del futuro. Una fe estrecha y que por lo mismo, aportaría un consuelo precipitado, que sólo mirase hacia atrás, hacia la redención operada una vez por Cristo, renunciaría a una de sus características esenciales; concretamente, a la perspectiva de la gloria futura y a un impulso decisivo para la acción cristiana en el presente.

El presente se define desde luego por los «sufrimientos». Son los sufrimientos del tiempo final, los sufrimientos que se le derivan al cristiano de la época mundana que pasa, de sus deficiencias, de sus fallos y desarrollos, que todavía no permiten ver claramente a la «nueva creación» (2Co_5:17; Gal_6:15) que ha irrumpido con Cristo. A esa categoría no pertenecen sólo los sufrimientos y necesidades de cada uno de los creyentes, sino también las situaciones sociales embarazosas de toda la humanidad, cuya cambiante expresión histórica solicita constantemente a los creyentes a una conducta liberadora y con visión de futuro. La consideración de la gloria futura no puede dejar a quienes creen en modo alguno inoperantes de cara a los sufrimientos presentes, sino que los fieles, recordándose de la dinámica revolucionaria de la esperanza, deben dar testimonio de la «nueva creación» incluso en la práctica cristiana.

19 Porque la anhelante espera de la creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios. 20 La creación, en efecto, no por propia voluntad, sino a causa del que la sometió, fue sometida a la vaciedad, pero con una esperanza: 21 que esta creación misma se verá liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios.

La salvación de Dios afecta a toda la creación. De ahí que pueda Pablo describir la situación presente de las criaturas en general como una «anhelante espera». También la creación en general existe por la promesa. Y será asumida en la «revelación de los hijos de Dios», en la glorificación de éstos y asimismo liberada de su propia «vacuidad», para alcanzar la «libertad de la gloria de los hijos de Dios». Aunque se supone claramente que la gloria futura corresponde, en primer término y en sentido estricto, a los «hijos de Dios», no se excluye, sin embargo, que la creación entera pueda ser glorificada con ellos. Al ser llamados por Dios, los hombres no se aíslan del resto de la creación, sino que más bien son llamados precisamente para convertirse en una «nueva creación» (2Co_5:17; Gal_6:15) 35. La visión esperanzada que el Apóstol tiene del futuro no deja nada que desear por lo que hace a su universalidad y amplitud.

Por lo demás, esta visión amplia de toda la creación redimida no deja indiferentes a los cristianos en la hora actual. Si la creación aguarda la «revelación de los hijos de Dios», quienes ahora pueden ya denominarse hijos de Dios, y que lo son en realidad, tienen que asumir de forma nueva y seria su responsabilidad frente a la creación. En todo caso no responde al pensamiento cristiano abandonar la creación a su propio destino permaneciendo inactivos. El paso de la creación es un paso cargado de salvación, un paso en la forma más salvífica que Dios le ha dado. Por eso, este mundo, que camina hacia su salvación, tiene ciertamente un futuro, que los cristianos deben proclamar en toda su realidad.

22 Pues lo sabemos bien: la creación entera, hasta ahora, está toda ella gimiendo y sufriendo dolores de parto. 23 Y no es esto sólo; sino que también nosotros mismos, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos igualmente en nuestro propio interior, aguardando con ansiedad una adopción, la redención de nuestro cuerpo. 24 Pues con esa esperanza fuimos salvados. Ahora bien, esperanza cuyo objeto se ve, no es esperanza. Porque ¿quién espera lo que ya está viendo? 25 Pero, si estamos esperando lo que no vemos (todavía), con paciencia lo aguardamos.

El v. 22 subraya una vez más que la creación entera se halla vinculada estrechamente con nosotros. Es solidaria de lo perecedero que en ella impera por una necesidad transida de esperanza, pues es en este mundo perecedero donde surgirá la «nueva creación». Mas no solamente la creación en su conjunto, «también nosotros... gemimos». Cosa tanto más sorprendente cuanto que ya hemos recibido al «Espíritu» como «las primicias» de la gloria futura. Esta posesión del Espíritu no preserva de semejante solidaridad en la indigencia con la creación entera. Y es en esta indigencia y transición así como en la confirmación del Espíritu en medio de este mundo transitorio en que aparece la «adopción» más bien como un bien futuro, si bien ya ahora hemos entrado de hecho en posesión de los derechos de «hijos de Dios» (v. 15-17). Aguardamos esa adopción como un bien salvífico futuro, en cuanto que significa la «redención de nuestro cuerpo» precisamente de la caducidad de esta creación transitoria. De acuerdo con esto, el presente cristiano es algo bien distinto de una existencia triunfal, es más bien la existencia de un hombre en la necesidad en que el propio Espíritu le pone, y que continuamente se experimenta como una tensión entre la creación vieja y la nueva.

Así, la frase «en esta esperanza fuimos salvados» puede sonar de primeras como una limitación: solamente o únicamente en esperanza. Pero aquí Pablo no piensa en semejante limitación cuando habla de que hemos sido salvos. Nuestra redención, que hemos obtenido en Cristo y cuya victoria es don del Espíritu, la proclama Pablo sin duda alguna como una redención ya lograda. Pero, si es una redención en esperanza, en este anuncio se descubre la promesa inherente a nuestra redención de que en el futuro se manifestará lo que ahora está oculto y que es ya como una realidad anticipada. La redención futura, que aguardamos con paciencia, no es una redención distinta y posterior de la que ya hemos alcanzado en Jesucristo, sino que será la manifestación de «lo que ahora no vemos (todavía)» (v. 25). La paciencia que nosotros los cristianos debemos desplegar a este respecto, consiste precisamente en que no corremos tras ninguna otra cosa, tras ninguna otra promesa, que puede parecer más fácil y apremiante, pero que en realidad no haría más que desviar nuestra mirada de la llegada de la verdadera promesa. La esperanza de los cristianos aguarda la llegada del Señor, que vendrá en su gloria.

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35. Véase Isa_65:17 : «Pues, he aquí que yo creo un cielo nuevo y una tierra nueva.»

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26 De igual manera, también el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad. Porque no sabemos qué hemos de pedir para orar como es debido; sin embargo, el Espíritu mismo intercede con gemidos inexplicables. 27 Pero aquel que escudriña los corazones sabe cuál es el anhelo del Espíritu, porque éste intercede, según el querer de Dios, en favor de los santos.

¿No podemos engañarnos en nuestra esperanza? ¿Cómo sabemos que nuestra esperanza no nos induce a error, cuando esperamos «lo que no vemos»? (v. 25). La respuesta no puede reducirse simplemente a que no hacemos más que esperar y aferrarnos a un futuro, a cualquier futuro. Si confiamos en el Espíritu, que nos guía (v. 14), nuestra esperanza no carece de dirección, sino que es «según el querer de Dios» (v. 27). Es precisamente esa confianza en el Espíritu, que se nos ha dado como «Espíritu de adopción» (v. 15), como «primicias» (v. 23), lo que se nos reclama, por cuanto «no sabemos qué hemos de pedir para orar como es debido», pues «el mismo Espíritu intercede» (v. 26).

Ello no quiere decir que la oración del cristiano sea superflua, sino que adquiere una mayor hondura en el sentido de una confianza en el Espíritu. En la plegaria podemos presentar ante Dios los anhelos y necesidades de nuestra existencia; nuestra fe nos alienta a esperarlo todo de Dios y de su gracia. Pero el hecho de que incluso en nuestra oración, en nuestros anhelos y esperanzas dejemos que Dios sea totalmente Dios, que nos entreguemos de lleno con nuestras aspiraciones más caras a ese Dios que justifica y otorga la salvación y el hecho de que no recurramos a ningún otro dios sustitutivo, requiere el concurso del Espíritu que «viene en ayuda de nuestra debilidad» y que «intercede con gemidos inexplicables», en los cuales no sólo se incluyen el gemido y el anhelo de la creación sino hasta sus mismas esperanzas no siempre plenamente conscientes. Es así, con el apoyo del Espíritu de Dios, como nuestra esperanza adquiere su certeza peculiar.

28 Sabemos además que todas las cosas cooperan al bien de quienes aman a Dios, de quienes son llamados según su designio. 29 Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que éste fuera el primogénito entre muchos hermanos. 30 Y a los que predestinó, también los llamó, y a los que llamó, también los justificó, y a los que justificó, también los glorificó.

La certeza de nuestra esperanza nos permite soportar con paciencia «los sufrimientos del tiempo presente» (v. 18). Por lo que hace a la parte que nos afecta de esos sufrimientos sabemos con esa certeza que «todas las cosas cooperan al bien» nuestro. Lo cual no significa que para los cristianos todo resulte más fácil de como puede aparecer desde una consideración meramente naturaL ni que les resulten más llevaderos que a los demás sus padecimientos y penalidades. Por el contrario, los sufrimientos son siempre sufrimientos, aun cuando se integren en la esperanza del cristiano. La esperanza cristiana no permite superarlos tan fácilmente como una y otra vez han creído erróneamente los carismáticos exaltados. Por consiguiente, Pablo no predica una indiferencia estoica frente a las experiencias penosas de la vida, sino la certeza de la esperanza en todos los sufrimientos. Esta certeza encuentra en el v. 28 un mayor relieve desde un doble aspecto. Es la certeza de quienes «aman a Dios» y que han sido «llamados» según el decreto misericordioso de Dios. Que nosotros amemos a Dios no es mérito nuestro ni tampoco producto de nuestro esfuerzo; no es fruto de nuestra inclinación y buena voluntad, sino que es «el amor de Dios... derramado en nuestros corazones» (Isa_5:5), el amor con que Dios «viene en ayuda a nuestra debilidad» (Isa_8:26) y que en nosotros se convierte en la postura de los «hijos de Dios», (Isa_8:16 s) que todo lo supera. Quienes aman a Dios no son ciertamente distintos de aquellos a los que Dios ha llamado en su voluntad salvífica precedente y universal. Cómo Dios ha trazado esta vocación y cómo la ha llevado a término lo exponen los versículos 29-30 en una especie de eslabonamiento.

Cada uno de los eslabones de esta cadena 36 está unido a los otros de tal modo que desarrollan la única acción salvífica de Dios en favor de los hombres en sus diversos aspectos. Se parte de la vocación que Dios ha hecho llegar a los hombres por medio de Jesucristo (v. 28 y 30). Es la llamada que se escucha y a la que se responde con la fe de los cristianos y con la conducta según el Espíritu. La vocación de Dios es universal como también es universal la fe, en cuanto los hombres aceptan de hecho esa llamada que se les dirige y llegan así a la fe.

Desde esta orientación, universal por esencia, de la acción de Dios que llama a la salvación no hay que esperar que los eslabones de la cadena mencionados en los v. 29 y 30, al igual que los anteriores y los siguientes, expresen una limitación de la salvación a determinados hombres o grupos de hombres, que han podido aportar ciertos requisitos para obtener esa salvación. Por el contrario, las primeras expresiones sobre la presciencia y la predestinación atribuyen a Dios de tal manera la acción salvífica y vocacional, que en definitiva la vocación experimentada en la fe sólo puede entenderse como un acontecimiento salvífico que no está en la mano del hombre sino quo depende sólo de Dios. Pero al hablarse en este contexto de la predestinación, se puede entrever en ella de modo especial el objetivo de la acción salvífica de Dios de cara a la imagen cristiana de la salvación. Dios ama a los creyentes como a hijos suyos, y por lo mismo también como a hermanos de Cristo.

En la llamada que Dios hace a los creyentes están incluidas la justificación y la glorificación de éstos (v. 30). Pues por la fe a la que hemos sido llamados por Dios, y sólo por medio de esa fe, somos justificados (cf. 3,27.28; 5,1). Resulta sorprendente que el despliegue de la acción salvífica de Dios sobre los creyentes abarque también la glorificación, y de tal modo que aquí esa glorificación aparece ya como realizada, en tanto que 5,2 y 8,18 la prometen como futura. Pero en el pensamiento del Apóstol el bien futuro de la gloria de Dios se les comunica ya ahora a los creyentes inicialmente, junto con «las primicias del Espíritu» (v. 23) y, lo que viene a ser lo mismo, con la justificación del pecador ya realizada. Es precisamente esta inclusión la que permite poner en claro cómo el futuro esperado no nos aporta un bien salvífico distinto del que ya se nos ha otorgado por medio de Jesucristo, y cómo Dios, según afirma el v. 32, de hecho nos lo «ha dado todo» al darnos a su Hijo.

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36. En la exposición de los padres de la Iglesia esta serie de actos salvíficos de Dios viene valorada como la «cadena de oro». La especulación dogmática posterior se interesó de modo especial por las afirmaciones del Apóstol sobre la predestinación y elección divinas, cayendo en su búsqueda de una pretendida doctrina paulina de la predestinación en el peligro de desconocer la afirmación central y constante del Apóstol acerca de la causalidad del único acto salvífico de Dios, que no puede deducirse con criterios humanos y morales.

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4. CONCLUSIÓN NOSOLÓGICA (Rm/08/31-39).

31 ¿Qué diremos, pues, a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? 32 El que ni siquiera escatimó darnos a su propio Hijo, sino que por todos nosotros lo entregó, ¿cómo no nos lo dará también todo con él?

La certeza de la fe y de la esperanza alcanza en el v. 31 los acentos de un grito jubiloso de triunfo. «¡Dios está por nosotros!» Con este grito parece haber olvidado el Apóstol el recuerdo de «los sufrimientos del tiempo presente» (v. 18) y las exigencias de una vida en esperanza. Pero de hecho ambas cosas no se excluyen. Pues el que nosotros amemos a Dios y respondamos así a la llamada que nos ha dirigido, no se puede concebir y menos llevar a efecto sin Dios, sin el Dios que precisamente se ha manifestado como un «Dios por nosotros» y que por amor ha entregado a su Hijo por todos nosotros. El grito de victoria de «Dios por nosotros» ha dado origen con frecuencia a deformaciones y abusos egoístas. ¿Qué guerra «santa» no se ha remitido al «Dios por nosotros»? No obstante, el «Dios por nosotros» es el Dios de quienes esperan con paciencia (v. 25). Esta exclamación polémica sólo puede dirigirse al espíritu de negación, que siempre tiene algo que objetar ante Dios y, en el fondo, se opone a su obra de salvación tratando de oponer Dios al propio Dios. Pero no hay más que un Dios solo, el Dios que «está por nosotros».

33 ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica. 34 ¿Quién podrá condenar? ¡Jesucristo, el que murió, mejor aún, el resucitado, es también el que está a la diestra de Dios, el que además intercede por nosotros!

La acusación contra los «elegidos de Dios» queda anulada en Dios mismo. Que los cristianos tengan conciencia de ser «elegidos de Dios» responde por lo demás al cuadro de la salvación que nos ofrece todo el capítulo. Como aquellos que han obtenido de hecho la salvación, que han recibido el «espíritu de adopción» (v. 15) y que ahora son «hijos de Dios», que disponen de la promesa de la gloria futura, a quienes Dios se «lo dará también todo» en el Cristo muerto y resucitado por ellos, como quienes ahora han empezado a amar a Dios, los creyentes tienen que llamarse «elegidos de Dios». Sólo cuando se realiza y cumple toda esta conexión puede la conciencia cristiana de elección mantenerse libre de todo orgullo y suficiencia farisaicos y demostrar así su legitimación por medio de la esperanza que tiene en cuenta la acción salvadora de Dios en favor de todo el género humano.

Se enfoca aquí una vez más, como fundamento de nuestra certeza sobre la salvación, la obra justificante de Dios, que supera la acción deletérea del pecado. A esta pregunta sigue en el v. 34 el silencio de quien podría presentar una acusación. Mas ese silencio viene roto por el grito de «¡Jesucristo!» Y es éste un grito de socorro, la llamada al redentor frente a la acusación condenatoria del enemigo de la salvación. Jesucristo, es decir, el que ha muerto por nosotros, el que ha resucitado, está sentado a la derecha de Dios e intercede en favor nuestro. Jesucristo no es, por ende, un pasado, sino el presente y el futuro para nosotros.

35 ¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo»? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? 36 Conforme está escrito: «Por tu causa somos entregados a la muerte todo el día, fuimos considerados como ovejas para el matadero» (Psa_44:23). 37 Sin embargo, en todas estas cosas vencemos plenamente por medio de aquel que nos amó. 38 Pues estoy firmemente convencido de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni principios, ni lo presente ni lo futuro, ni potestades, 39 ni altura ni profundidad, ni ninguna otra cosa creada podrá separarnos del amor de Dios, manifestado en Jesucristo, Señor nuestro.

De este modo la profesión de fe en Jesucristo permite al final una vez más -y echando una mirada a todos los «sufrimientos del tiempo presente», cuya descripción adquiere singular relieve con la cita del Salmo 44,23- cantar en forma de himno la certeza de la salvación presente y futura. Es una alabanza al amor de Dios, que él nos ha demostrado en Jesucristo y en cuyo amor sabe el Apóstol que se sostiene y funda la salvación del mundo. Manteniéndonos inconmovibles en ese su amor, nuestra existencia quedará vencedora por encima de todo, pues a través del acuerdo de nuestra existencia creyente con el amor de Dios, y sólo así, pueden superarse todas las fuerzas y potencias que le ponen trabas. Mientras mantengamos firmes esa unión con Dios, se afianzará nuestra libertad para la que hemos sido liberados (cf. 8,2), como libertad de la servidumbre del pasado y alcanzamos de hecho «la libertad de la gloria de los hijos de Dios» (8,21).

El tema principal de la parte primera de la carta a los Romanos es, pues, la revelación de la justicia de Dios en el Evangelio y como Evangelio (1,17). Que Pablo trate de la justicia de Dios para proclamar la acción salvífica en Cristo a favor de la humanidad pecadora y para interpretar esa acción en forma de mensaje, hay que atribuirlo en buena parte al enfrentamiento del Apóstol con la tradición judía y restablecimiento de ésta en el cristianismo naciente. Al final del capítulo 8 aparece el concepto de amor de Dios, que a primera vista podría descubrir una tensión contradictoria con el concepto de la justicia divina. Pero, lejos de ver una oposición entre ambos conceptos, Pablo descubre su correspondencia y unidad objetiva. La justicia de Dios que redime y crea la salvación no es más que su amor a nosotros. De este modo -y no por primera vez en el capítulo 8, sino ya antes en 5,5.8- el concepto de «amor de Dios» se convierte para nosotros en un desarrollo singularmente luminoso y en una aclaración cargada de promesas de lo que a lo largo de toda la carta se describe como la justicia de Dios que se ha manifestado en Cristo.



Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



79
(c) El tema desarrollado: la vida CRISTIANA SE VIVE EN EL ESPÍRITU Y ESTÁ DESTI(-)NADA a la gloria (8,1-39). En 5,1-11, Pablo anunció que los cristianos justificados han si(-)do capacitados para vivir una vida nueva co(-)mo resultado del amor de Dios manifestado en los actos liberadores de Cristo. Ahora que ha tenido lugar la liberación respecto al pecado, la muerte y la ley, son capaces de vivir esta vi(-)da «para Dios», cuyo amor se derrama me(-)diante el principio dinámico de dicha vida, el Espíritu de Dios mismo. El cap. 8 empieza respondiendo a la pregunta planteada en 7,24: Cristo ha rescatado a los seres humanos de la esclavitud y ha hecho posible que vivan «se(-)gún el Espíritu» (8,1-4). Esta respuesta sirve para introducir un desarrollo del tema anun(-)ciado en 5,1-11, desarrollo que explica cómo la existencia cristiana está dominada por el Es(-)píritu, no por la carne (8,5-13). Debido al don del Espíritu, el cristiano es hijo de Dios, adop(-)tado y destinado a la gloria de la presencia ín(-)tima de Dios (8,14-30). Finalmente, al contem(-)plar Pablo este plan de salvación, se permite algo de retórica y ensalza el amor de Dios ma(-)nifestado en Cristo Jesús (8,31-39).

80 (i) La vida cristiana, potenciada por el Espíritu (8,1-13). 1. ninguna condenación para quienes están unidos con Cristo Jesús: La ley no dirige ya condenación alguna contra quienes no la observan, ni existe ya ninguna condena(-)ción resultante del pecado. «Condenación» significa lo mismo que la «maldición» de Gál 3,10 (cf. Dt 27,26). Se pegaba a los seres hu(-)manos sin regenerar y divididos en dos, por(-)que eran «carne» y estaban dominados por el pecado (5,16-18), pero todavía tenían una «mente» que reconocía la ley de Dios. Pero es(-)ta circunstancia no afecta al cristiano, el cual no vive ya bajo una dispensación de «condena(-)ción» (2 Cor 3,9) o de «Muerte» (2 Cor 3,7). 2. la ley del Espíritu de vida: Con esta determina(-)ción, nomos ya no se refiere a la ley mosaica. Pablo se permite una paradoja y aplica nomos al Espíritu, el «principio» dinámico de la nue(-)va vida; pero el Espíritu no es en realidad nomos en absoluto, pues proporciona la vitali(-)dad que la ley mosaica nunca pudo dar. Es el poder vivificador de Dios mismo. «Espíritu» aparece 29 veces en el cap. 8, pero sólo 3 veces en los caps. 1-7. te liberó: La libertad cristiana se alcanza, o «por» Cristo (instrumental) o «en Cristo» (unitivo). La lectura mejor es «te» (sg.), aun cuando algunos mss. importantes leen «me», que es una respuesta más directa al gri(-)to del Ego de 7,24, pero se trata claramente de la corrección de un copista, de la ley del pecado y de la muerte: Una vez más nomos se utiliza en sentido amplio, «principio», pero no se debe dejar de advertir la colocación de las tres pala(-)bras claves: ley, pecado y muerte. Resumen el análisis de los caps. 5-7; y su tiranía ha queda(-)do quebrantada.
81 3. lo que la ley no podía hacer: Para aclarar el anacoluto se debe sobreentender «lo hizo Dios» o una frase parecida. Pablo se refie(-)re a la incapacidad de la ley mosaica para po(-)ner a los seres humanos en un estado de recti(-)tud ante Dios y liberarlos del pecado y de la muerte, porque estaba debilitada por la carne: O «mientras estuvo...». El bien que la ley podría haber alcanzado quedó reducido a la ineficacia por el yo humano dominado por el pecado que habitaba en él (7,22-23). Aunque decía a los se(-)res humanos lo que tenían que hacer y lo que no tenían que hacer, no proporcionaba la fuer(-)za para vencer la oposición a ella procedente de la inclinación humana al pecado. Dios envió a su propio Hijo: La frase enfática «su propio Hijo» es más fuerte que la fórmula estereotipa(-)da «Hijo de Dios» y pone de relieve el origen di(-)vino de la tarea que había de llevar a cabo al(-)guien en estrecha relación filial con Dios. Se presupone un vínculo único de amor entre los dos que es la fuente de la salvación humana; también se presupone la preexistencia divina de Cristo (? Teología paulina, 82:50). Su tarea era llevar a cabo lo que la ley no podía hacer. El «envío» no hace referencia a la entera en(-)carnación redentora, sino a su momento cul(-)minante en la cruz y la resurrección (Gál 3,13; 2 Cor 5,19-21; Rom 3,24-25). en una forma se(-)mejante a nuestra carne pecadora: No se trata de una descripción docética que insinúe que el Hijo sólo parecía ser humano. Más bien fue en(-)viado como hombre, nacido de una mujer, na(-)cido bajo la ley (Gál 4,4). Pablo evita decir que el Hijo vino con carne pecadora, lo mismo que en 2 Cor 5,21 matiza su afirmación de que Dios hizo a Cristo «pecado» por nosotros añadiendo «al que no conocía el pecado» (cf. Heb 4,15). Vino en una forma semejante a la nuestra, por cuanto experimentó los efectos del pecado y sufrió la muerte de un «maldito» por la ley (Gál 3,13) . Así, en su propio yo hubo de vérselas con el poder del pecado, para vencer al pecado: Lit., «por el pecado», es decir, para quitarlo, expiar(-)lo (BAGD 644; cf. Gál 1,4; 1 Pe 3,18; Nm 8,8). Ésta era la finalidad de la misión del Hijo. Al(-)gunos comentaristas, sin embargo, toman peri hamartias con el significado de «sacrificio de expiación por el pecado», puesto que hamartia aparece con este sentido en los LXX (Lv 4,24; 5,11; 6,18; cf. 2 Cor 5,21). Aunque la imagen se(-)ría diferente, la idea subyacente seguiría sien(-)do la misma, condenó el pecado en la carne: Así, el Padre pronunció sentencia definitiva sobre la fuerza que la transgresión de Adán desenca(-)denó en el mundo (5,12) y con ello quebrantó el dominio de dicha fuerza sobre los seres hu(-)manos. Llevó esto a cabo «en la carne». ¿Có(-)mo? Según Kühl, Lagrange y Zahn, Pablo se refiere a la encarnación, cuando el Padre, al enviar al Hijo «en la carne», pronunció implí(-)citamente sentencia sobre el pecado. Fue una condenación de principio, por cuanto el Hijo asumió la condición humana sin pecado y vi(-)vió una vida sin pecado. Pero, dado que en otros lugares Pablo asocia la actividad reden(-)tora de Jesús con su pasión, muerte y resurrec(-)ción, el mejor modo de entender esa expresión es referirla a la «carne» crucificada y resucita(-)da (así Benoit y Kasemann, entre otros). En la carne que él compartía con la humanidad pasó por la experiencia de la muerte en favor de aquélla y fue resucitado de la muerte por el Pa(-)dre. Identificado con Cristo en el bautismo, el cristiano comparte ese destino y victoria, que marca el final del reinado del pecado en la vi(-)da humana.

82 4. para que el requerimiento de la ley pudiera cumplirse: Por medio de la fuerza del Espíritu, principio divino de la vida nueva, se obtiene finalmente la rectitud que la ley exigía. La palabra clave en este texto es dikaióma, cu(-)yo significado es objeto de disputa; lo más probable es que signifique «requerimiento», «mandamiento», de la ley, es decir, requeri(-)miento ideal (véase 2,26; cf. BAGD 198; K. Kertelge, EWNT 1. 809). en nosotros... que vi(-)vimos según el Espíritu: La ley proponía un ideal, pero no posibilitaba que los seres huma(-)nos lo alcanzaran; ahora, todo esto ha cam(-)biado. El Espíritu les permite vencer a la car(-)ne y llegar a la meta propuesta en otro tiempo por la ley. El ptc. gr. con el me negativo da fuerza de requisito o condición a la expresión: «siempre y cuando no caminemos según la carne». Se insinúa así que la vida cristiana no es algo que fluya automáticamente del bautis(-)mo; se requiere una cooperación con la gracia de Dios conferida de ese modo. El contraste entre «carne» y «Espíritu» se desarrolla en los vv. 5-13. 5. los que viven según la carne: Todo esfuerzo de los seres humanos naturales se concentra en la muerte (muerte total; véase el comentario a 5,12). Compárese Gál 5,21: «Quienes hacen tales cosas no tendrán parte en el reino de Dios». Radicalmente opuesta a eso es la aspiración del Espíritu, «vida y paz». Pablo da a entender que una humanidad sin regenerar tiende a la enemistad con Dios; lo formula explícitamente en 8,7. Por medio del Espíritu, sin embargo, los seres humanos pue(-)den encontrar la reconciliación y la paz con Dios. 7. no se someten a las leyes de Dios: Este versículo refunde 7,22-25, pero va más allá al afirmar que el ser humano de mentalidad te(-)rrena es fundamentalmente incapaz de obede(-)cer la ley de Dios, ya que, cuando se ve en(-)frentado a la ley, carece de la fuerza interior para trascender su conflicto interno. Esta hos(-)tilidad respecto a Dios es responsable de la transgresión abierta de los mandatos de la ley. 8. no pueden agradar a Dios: Pablo escoge una manera neutral de expresar la meta de la vida humana: agradar a Dios. Se trata de una meta a la que apunta tanto el judío como el cristia(-)no (cf. 2 Cor 5,9), pero no puede ser alcanzada por quien está dominado por el yo («en la car(-)ne»); hay que estar «en el Espíritu», es decir, vivir «según el Espíritu» (8,5).

83 9. ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros: El Espíritu, en cuanto nuevo princi(-)pio de la vitalidad cristiana, procede de «Dios», la misma fuente de todas las demás manifestaciones de salvación. No es sólo que el cristiano bautizado esté «en el Espíritu», si(-)no que ahora se dice que el Espíritu habita en él. Tales expresiones de relación mutua entre la persona «espiritual» y el Espíritu impiden cualquier interpretación simplista de la parti(-)cipación humana en la vida divina en un sen(-)tido demasiado local o espacial. Ambas mane(-)ras de decir expresan la misma realidad básica. Al comienzo de la oración, Pablo utili(-)za la conjunción eiper, traducida «ya que», pe(-)ro que también puede significar «si, en reali(-)dad». el Espíritu de Cristo: Nótese cómo inter(-)cambia Pablo «el Espíritu de Dios», «el Espíritu de Cristo» y «Cristo» al intentar ex(-)presar la polifacética realidad de la experien(-)cia cristiana de participación en la vida divina (para las consecuencias de este uso múltiple en el desarrollo de la teología trinitaria, (-Teo(-)logía paulina, 82:61-62). no le pertenece: La ad(-)hesión a Cristo sólo es posible mediante la «es(-)piritualización» de los seres humanos. Esta no es una mera identificación exterior con la cau(-)sa de Cristo, ni siquiera un reconocimiento agradecido de lo que éste hizo en otro tiempo por la humanidad. Más bien, el cristiano que pertenece a Cristo es el capacitado para «vivir para Dios» (6,10) en virtud de la influencia vitalizadora de su Espíritu. 10. si Cristo está en vosotros: O el Espíritu (8,9); cf. Gál 2,20; 2 Cor 5,17. vuestro espíritu está vivo: Pablo juega con los significados de pneuma. En 8,9 denotaba claramente al Espíritu de Dios, pero el apóstol es consciente de su sentido como componente humano susceptible de contraposición con «carne» (-Teología paulina, 82:105). Sin el Espíritu, fuente de la vitalidad cristiana, el «cuerpo» humano es como un cadáver debido a la influencia del pecado (5,12), pero en unión con Cristo el «espíritu» humano vive, pues el Espíritu resucita al ser humano muer(-)to mediante el don de la rectitud (véase Leenhardt, Romans 209; cf. M. Dibelius, SBU 3 [1944] 8-14). 11. el Espíritu de aquel que resu(-)citó a Jesús: Como en 8,9, pneuma es el Espí(-)ritu del Padre, al cual se atribuye la actividad de la resurrección (véanse los comentarios a 4,24; 6,4). Se llega así hasta la fuente última de la fuerza que vivifica al cristiano, pues el Es(-)píritu es la manifestación de la presencia y fuerza del Padre en el mundo desde la resu(-)rrección de Cristo y a través de ella, dará vida a vuestros cuerpos mortales: El tiempo fut. ex(-)presa el papel del Espíritu vivificador en la re(-)surrección escatológica de los cristianos. En su resurrección, Cristo llegó a ser mediante la gloria del Padre (6,4) el principio de la eleva(-)ción de los cristianos (véanse 1 Tes 4,14; Flp 3,10.21; 1 Cor 6,14; 2 Cor 4,14; -Teología pau(-)lina, 82:58-59). por su Espíritu: Los modernos editores del NT gr. leen dia con gen., que ex(-)presa la instrumentalidad del Espíritu en la re(-)surrección de los seres humanos (así los mss. K, A, C). Otra lectura que cuenta con sólidos testigos es dia con ac., que subrayaría la dig(-)nidad del Espíritu (así los mss. B, D, G y la Vg), «debido a su Espíritu». En cualquier caso «su» hace referencia a Cristo (ZBG § 210; BDF 31.1), pues el principio vivificador es el Espí(-)ritu en cuanto relacionado con Cristo resuci(-)tado. 13. si hacéis morir las obras del cuerpo: Este versículo y el v. 12 concluyen el análisis precedente y constituyen una transición a la sección siguiente. Pablo da a entender que el cristiano bautizado todavía podría andar in(-)quieto por los «hechos, actos y afanes» de quien está dominado por la sarx. De ahí su ex(-)hortación: haced uso del Espíritu recibido; és(-)ta es la deuda contraída con Cristo.

84 (ii) Mediante el Espíritu, el cristiano lle(-)ga a ser hijo de Dios, destinado a la gloria (8,14-30). El Espíritu no sólo da vida nueva, sino que además establece para los seres humanos una relación de hijo adoptivo y heredero. La creación material, la esperanza misma y el Es(-)píritu: todos dan testimonio de este glorioso destino. 14. hijos de Dios: La mortificación, por más que sea necesaria para la vida cristia(-)na (8,13), no la constituye realmente. Más bien, el Espíritu anima y activa al cristiano y lo hace hijo de Dios. Ésta es la primera apari(-)ción del tema de la filiación en Rom; con él Pa(-)blo intenta describir la nueva situación del cristiano en relación con Dios. 15. no un espí(-)ritu de esclavitud: Pablo juega con los signifi(-)cados de pneuma (Espíritu/espíritu). Los cris(-)tianos han recibido el Espíritu (de Cristo o de Dios), pero éste no es el «espíritu» (en el senti(-)do de índole o mentalidad) propio de un es(-)clavo. Animado por el Espíritu de Dios, el cris(-)tiano no puede tener la actitud de un esclavo, pues el Espíritu libera. Verdad es que a veces Pablo habla del cristiano como «esclavo» (6,16; 1 Cor 7,22), pero es para establecer una idea. En realidad, considera al cristiano un hi(-)jo (cf. Gál 4,7) capacitado por el Espíritu para invocar a Dios mismo como Padre, el espíritu de adopción: O «el Espíritu de adopción». Da(-)do que Pablo ha estado jugando con la palabra pneuma, resulta difícil decir qué matiz exacta(-)mente es el que pretende en este caso; quizá quiera aludir a ambos. El Espíritu constituye la filiación adoptiva, al poner a los cristianos en una relación especial con Cristo, el Hijo único, y con el Padre. La palabra huiothesia, «adopción», se aplica a Israel en 9,4, con refe(-)rencia especial al hecho de haber sido elegido por Dios (cf. Éx 4,22; Is 1,2; Jr 3,19; Os 11,1), pero no se encuentra en los LXX, probable(-)mente debido a que la adopción no era una institución practicada comúnmente entre los judíos. Pablo tomó prestada esa palabra del lenguaje legal helenístico de la época y la apli(-)có a los cristianos (cf. M. W. Schoenberg, Scr
15 [1963] 115-23). Indica que el cristiano bau(-)tizado ha sido introducido en la familia de Dios y tiene una posición dentro de ella: no la de esclavo (que ciertamente pertenecía a la ca(-)sa antigua), sino la de hijo. La actitud del cris(-)tiano ha de corresponder, pues, a la posición de que disfruta, que nos hace clamar: Lit., «en el cual (o por el cual) clamamos». Aunque el vb. krazein se aplica en los LXX a las diferen(-)tes situaciones vitales en las que se invoca a Dios (Sal 3,5; 17,6; 88,2.10), también significa «gritar a viva voz» en la proclamación (Rom 9,27) . Tal vez sea éste su sentido en este caso: por medio del Espíritu, el cristiano proclama que Dios es Padre. Abba, Padre: Véase el co(-)mentario a Gál 4,6. El grito utilizado por Jesús en el momento de su suprema confianza te(-)rrena en Dios (Mc 14,36), conservado por la primitiva comunidad palestinense, se convir(-)tió para Pablo, incluso en comunidades de ori(-)gen gentil, en el modo característico de invo(-)cación de los cristianos.

85 16. el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio: El vb. symmartyrein signi(-)fica «testimoniar junto con» o simplemente «testimoniar, certificar». Esto último indicaría que el Espíritu hace al cristiano consciente de la filiación adoptiva, «da testimonio a nuestro espíritu de que...». Pero lo primero tiene más en cuenta el vb. compuesto. Pablo no pretende decir que una persona sin regenerar, sin la in(-)fluencia del Espíritu, pueda llegar al conoci(-)miento de la filiación adoptiva, de manera que el Espíritu simplemente coincidiera con el es(-)píritu humano en el reconocimiento de ésta. El contexto precedente deja claro que el dina(-)mismo vital del Espíritu constituye la filiación como tal y otorga la capacidad de reconocer tal condición. En el presente texto, Pablo pasa adelante y subraya que el Espíritu coincide con el cristiano cuando uno reconoce o pro(-)clama en la oración esta relación especial con el Padre. Pablo está yendo más allá de Gál 4,6. 17. si hijos, también herederos: El cristiano, en su calidad de hijo adoptivo, no sólo es admiti(-)do a la familia de Dios, sino que, en virtud de la misma adopción gratuita, recibe el derecho a convertirse en el amo de la heredad del Pa(-)dre. Aunque no tiene derecho natural a ello, adquiere tal título por adopción (cf. Gál 4,7); coherederos con Cristo: Cristo, el hijo único, ya ha recibido una participación de la heredad del Padre (la gloria); el cristiano está destina(-)do a tener también parte un día en esa gloria (véase el comentario a 3,23). Nótese la cone(-)xión explícitamente afirmada entre la pasión de Cristo y su resurrección. El doble uso de vb. compuestos con syn-, «con», expresa una vez más la participación del cristiano en estas eta(-)pas de la actividad redentora de Cristo (-Teo(-)logía paulina, 82:120).

86 18. pues considero...: Este versículo in(-)troduce el triple testimonio dado sobre el desti(-)no cristiano, que contrasta marcadamente con los sufrimientos que se acaban de mencionar. la gloria que se nos ha de revelar: Pablo recuer(-)da a sus lectores que, aun cuando el sufrimien(-)to es signo de la auténtica experiencia cristia(-)na, sólo es una transición a la gloria segura que les aguarda en el eschaton. 19. la creación espe(-)ra anhelante la revelación de los hijos de Dios: Pablo expone su opinión sobre el mundo crea(-)do; éste, en su estado caótico, manifiesta su es(-) fuerzo cósmico hacia la misma meta fijada pa(-)ra la humanidad como tal. Afirma así una soli(-)daridad del mundo humano y el subhumano en la redención de Cristo. A uno le recuerda la promesa hecha por Yahvé a Noé, de la alianza que se había de hacer «entre yo y vosotros y to(-)do ser vivo» (Gn 9,12-13). En este contexto, el sustantivo ktisis denota la «creación material», aparte de los seres humanos (véase 8,23; cf. Cranfield, Romans 414; Wilckens, An die Rómer 2. 153). Creada para los seres humanos, fue maldecida a consecuencia del pecado de Adán (Gn 3,15-17); desde entonces, la creación ma(-)terial se ha visto en un estado de anormalidad o frustración, sometida a la corrupción o la decadencia, incluso. Sin embargo, Pablo en(-)tiende que participa del destino de la humani(-)dad, de algún modo liberada de esa proclividad a la decadencia.

87 20. sino por aquel que la sometió con (la) esperanza 21. de que la creación misma se vería libre del cautiverio de la decadencia: Tres puntos resultan problemáticos en estas ora(-)ciones: (1) el sentido de la prep. dia en la ex(-)presión dia ton hypotaxanta; (2) el significado de la expresión eph helpidi, «en/con esperan(-)za»; y (3) el significado de la conj. hoti o dioti (v. 21). Una interpretación, utilizada con algu(-)nas variantes por Crisóstomo, Zahn, W. Foerster, Lyonnet y Wilckens, entre otros, considera dia causal, sentido que a menudo tiene en los escritos paulinos (2,24; Gál 4,13; Flp 1,15), «debido a aquel que la sometió». Esto se refe(-)riría a Adán, cuya transgresión causó el desor(-)den de la creación material. Pero entonces se plantea la pregunta de cómo la sometió Adán «en/con esperanza». Esta expresión, que no se encuentra en el relato de Gn, se entiende en ese caso como elíptica, «(pero lo fue) con es(-)peranza». La conj. preferida en el v. 21 es dio(-)ti (leída por los mss. K, D, F, G, 945), «porque (la creación misma...)». Aunque esta explica(-)ción parece defendible, en realidad no explica la fuente de la esperanza que Pablo ha añadi(-)do a la alusión a Gn. Otra explicación, utiliza(-)da por Kasemann, Langrange, Leenhardt, J. Levie, Lietzmann, Pesch y Sanday-Headlam, entre otros, entiende que dia denota acción, «por aquel que la sometió», lo cual no aludiría ni a Adán ni a Satanás (la serpiente), sino a Dios, que maldijo la tierra y al cual Pablo atri(-)buye ahora la «esperanza» (que no se expresa(-)ba en Gn). En ese caso, la oración del v. 21, in(-)troducida por la conj. hoti (leída por los mss. P46, A, B, C, D2, etc.), expresaría el objeto de esa esperanza, «que (la creación misma)...». Esta interpretación parece tener más sentido, aun cuando el uso de dia + ac. para indicar acción es raro (véase BAGD 181; cf. Eclo 15,11; Jn 6,57) . Pablo estaría diciendo que Dios, aunque maldijo la tierra debido al pecado de Adán, to(-)davía le dio una esperanza de tener parte en la redención o liberación humana. No conviene identificar de manera simplista esta «esperan(-)za» con Gn 3,15, que expresa más bien una enemistad duradera; en realidad, Pablo es el primer autor bíblico que introduce esa nota de «esperanza», decadencia: No la simple corrup(-)ción moral, sino el reinado de la disolución y la muerte encontrado en la creación física. Así, la creación material no ha de ser mera es(-)pectadora de la triunfante gloria y libertad de la humanidad, sino que podrá participar de ella. Cuando los hijos de Dios se revelen final(-)mente con gloria, el mundo material quedará también emancipado del «último enemigo» (1 Cor 15,23-28).

88 22. la creación entera ha estado gimien(-)do con dolores de parto hasta el presente: Los fi(-)lósofos gr. comparaban a menudo el renaci(-)miento primaveral de la naturaleza con el parto de una mujer. Pablo adopta esta imagen para expresar las tortuosas convulsiones de una creación material frustrada, según él la ve. Gime con esperanza y expectativas, pero tam(-)bién con dolor. El vb. compuesto synódinei expresa la agonía concertada del universo en todas sus partes. Algunos comentaristas sostie(-)nen que expresa el gemir de la creación «con la humanidad», mientras aguarda también la re(-)velación de la gloria. Esto es posible, pero la primera interpretación parece mejor, porque la humanidad no se puede introducir hasta el versículo siguiente. 23. nosotros mismos: No sólo la creación material da testimonio del destino cristiano, sino también los cristianos mismos, en virtud de la esperanza que tienen, una esperanza basada en el don del Espíritu ya poseído, las primicias del Espíritu: El Espíritu es comparado con las primicias de la cosecha, que, cuando se ofrecían a Dios (Lv 23,15-21), eran signo de la consagración de la cosecha entera. Pero «primicias» se usaba a menudo en el sentido de «prenda», «garantía» de lo que ha de venir (cf. arrabón, 2 Cor 1,22; 5,5; cf. G. Delling, TDNT 1.486; A. Sand, EWNT 1. 278-280). gemimos en nuestro interior: El segundo testi(-)monio del destino cristiano es la esperanza que los cristianos mismos tienen de él. aguar(-)damos la redención de nuestros cuerpos: El tex(-)to gr. de este versículo es objeto de discusión. Los mss. P46, D, F, G, 614, etc. omiten el sus(-)tantivo huiothesian, «filiación adoptiva». Aun(-)que es difícil explicar cómo penetró en el texto de otros mss., su omisión parece preferible porque Pablo no habla en ningún lugar de tal filiación como una forma de redención escato(-)lógica. El cristiano es ya hijo de Dios (cf. 8,15), hecho tal por el Espíritu recibido. Con tales «primicias», el cristiano mira hacia delante, a la cosecha completa de gloria, la redención del cuerpo (así Lyonnet, Romains 98; P. Benoit, RSR 39 [1951-52] 267-80). Si, no obstante, se quiere conservar «filiación» como lectio difficilior, Pablo se referiría aquí a una etapa de ella todavía por revelar. 24. en esperanza fuimos salvados: El tiempo aor. expresa el aspecto pa(-)sado de la salvación ya llevada a cabo por la muerte y resurrección de Cristo; pero también puede ser un aor. gnómico y expresar una ver(-)dad general (BDF 333). «En esperanza» pone de relieve tal «salvación» con un aspecto esca(-)tológico (- Teología paulina, 82:71). ¿quién es(-)pera lo que ve? La lectura preferible de este tex(-)to deficientemente transmitido es ho gar blepei tís elpizei (P46, B), traducida aquí. Otros leen: «Pues, ¿cómo puede alguien seguir esperando lo que ve?» (mss. D, G). En última instancia, el sentido se ve poco afectado. 25. lo aguardamos con paciencia: La esperanza permite al cristia(-)no soportar «los sufrimientos del presente» (8,18) , pero también le convierte en testigo an(-)te el mundo de una fe viva en la resurrección (véanse 1 Cor 2,9; 2 Cor 5,7).

89 26. también el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza: Tercer testimonio sobre la nueva vida y glorioso destino de los cristianos. Las aspiraciones humanas corren el riesgo de ser ineficaces debido a la flaqueza natural de la carne, pero el Espíritu añade su intercesión, trascendiendo dicha flaqueza (hyperentynchenei, «intercede además»). El resultado es que el cristiano dice lo que de otro modo sería ine(-)fable; para orar «Abba, Padre», el Espíritu de(-)be asistir dinámicamente al cristiano (8,15; Gál 4,6). El cristiano que así ora es consciente de que el Espíritu le manifiesta su presencia. 27. el que escruta los corazones: Frase del AT referida a Dios (1 Sm 16,7; 1 Re 8,39; Sal 7,11; 17,3; 139,1). Sólo Dios mismo comprende el lenguaje y la mente del Espíritu y reconoce tal oración hecha con la asistencia del Espíritu. según la voluntad de Dios: Lit., «según Dios». De su plan de salvación formaba parte el que el Espíritu desempeñara ese papel dinámico en las aspiraciones y oraciones de los cristia(-)nos. Dicho plan se esboza brevemente a conti(-)nuación, en los vv. 28-30.

90 28. en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman: La adición u omi(-)sión de ho theos, «Dios» (como suj. del vb.), en varios mss. ha dado como resultado tres inter(-)pretaciones diferentes de este versículo: (1) Si se lee ho theos (con los mss. P46, B, A) y el vb. synergei se toma en sentido intransitivo con un obj. indir., «obra junto con», se obtiene la trad. dada arriba: Dios coopera «en todas las cosas» (panta, ac. adv.) con quienes aman; esto se ve como la realización de su amoroso plan de sal(-)vación. Esta interpretación la utilizan muchos comentaristas patrísticos y modernos. (2) Si se lee ho theos, pero el vb. synergei se entiende transitivamente con panta como su obj. dir., «Dios hace que todas las cosas concurran al bien de quienes le aman». Así BDF 148.1, Lagrange, Levie, Prat; pero no disponemos de ningún paralelo del uso transitivo de synergein. (3) Si se omite ho theos (con los mss. K, C, D, G y la tradición textual koiné; Vg) y pan(-)ta se entiende como el suj. del vb., «todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios». La primera y segunda interpretaciones añaden un matiz explícito a lo que está implí(-)cito en la tercera: el designio y el plan de Dios son lo que en realidad está detrás de todo lo que les sucede a los cristianos, pues en reali(-)dad es él quien manda, aquellos que han sido llamados según su designio: El «plan» de Dios se describe, desde la perspectiva divina, en los vv. 29-30. Esta frase no se debe entender refe(-)rida restrictivamente a unos pocos cristianos predestinados; su aplicación a la predestina(-)ción individual aparece con la interpretación hecha por Agustín. El punto de vista de Pablo es más bien colectivo, y la frase es comple(-)mento de «los que le aman», es decir, los cris(-)tianos que han respondido a una llamada divi(-)na (cf. Rom 1,6; 1 Cor 1,2). 29. de antemano conoció... predestinó: Pablo subraya la obse(-)quiosa anticipación divina del proceso de sal(-)vación. Su lenguaje antropomórfico no se debe transponer de manera demasiado sim(-)plista a los signa rationis de un posterior siste(-)ma teológico de predestinación, reproducir la imagen de su Hijo: Según el plan divino de salvación, el cristiano ha de reproducir en sí mismo una imagen de Cristo mediante una participación progresiva en su vida resucitada (véanse 8,17; 2 Cor 3,18; 4,4-6; Flp 3,20-21; cf. A. R. C. Leaney, NTS 10 [1963-64] 470-79). 30. también [los] glorificó: Se indica así otro efec(-)to del acontecimiento Cristo (- Teología pau(-)lina, 82:80). El plan de Dios, que incluye la llamada, la elección, la predestinación y la jus(-)tificación, va encaminado a un destino final de gloria para todos aquellos que crean en Cristo Jesús.

91 (iii) Himno al amor de Cristo manifes(-)tado en Cristo (8,31-39). Tras haber analizado diversos aspectos de la vida nueva en unión con Cristo y su Espíritu, y las razones que pro(-)porcionan una base para la esperanza cristia(-)na, Pablo concluye esta sección con un pasaje retórico (¿hímnico?) acerca del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. El pasaje se ca(-)racteriza por un lenguaje bastante emotivo y un estilo algo rítmico. 31. ¿quién puede estar contra nosotros?: La terminología es la de los tribunales de justicia, semejante a la de los de(-)bates de Job o Zac 3. El plan salvífico de Dios deja patente a los cristianos que Dios está de su parte. 32. no perdonó a su propio Hijo: Véanse 5,8; 8,3. Esto tal vez sea una alusión a Gn 22,16, a Abrahán, que no perdonó a Isaac. Así, Dios, el juez, ya ha pronunciado sentencia favorable a nosotros; de ahí que no haya razón para esperar de él en lo sucesivo nada diferen(-)te. 33-35. La puntuación de las oraciones de estos versículos es objeto de discusión. Es pre(-)ferible tomarlas todas como preguntas retó(-)ricas; pero cf. la RSV, Nácar-Colunga, BoverO'Callaghan para una puntuación diferente. 33. ¿quién acusará al elegido de Dios? ¿Dios, el que justifica?: La respuesta implícita, por su(-)puesto, es no. Una posible alusión a Is 50,8-9 hace a algunos comentaristas entender esta oración como una afirmación, a la cual sigue como reacción una pregunta. 34. más aún el que resucitó: La atención se desplaza a la resu(-)rrección de Cristo (cf. 4,24-25), a la cual Pablo añade una referencia poco común a la exal(-)tación de Cristo (sin aludir a la ascensión), in(-)tercede por nosotros: Pablo atribuye a Cristo glorificado una actividad que continúa el as(-)pecto objetivo de la redención humana: sigue presentando su súplica al Padre en favor de los cristianos. En Heb 7,25 y 9,24, esa intercesión está ligada al sacerdocio de Cristo, noción que no se halla en el corpus paulino. Cf. 1 Jn 2,1. 35. del amor de Cristo: Es decir, del amor que Cristo nos tiene. Ninguno de los peligros o aflicciones de la vida puede hacer que el ver(-)dadero cristiano olvide el amor de Cristo dado a conocer a los seres humanos en su muerte y resurrección. 36. como dice la Escritura: Lit., «como fue escrito» (véase el comentario a 1,17). Pablo cita Sal 44,23, una lamentación colectiva que se queja de la injusticia infligida al fiel Israel por sus enemigos, recuerda a Yahvé su fidelidad y busca su ayuda y liberación. Se cita el salmo para demostrar que las tribu(-)laciones no son prueba de que Dios no ame al perseguido; más bien, son signo de su amor. 37. gracias a aquel que nos amó: O Cristo, co(-)mo en 8,35, o Dios, como en 5,5.8. 38. En los vv. 33-34.35-37 se han citado dos series de obs(-)táculos para el amor de Dios (o de Cristo); ahora se da una tercera, ángeles... principados... potestades: Espíritus de rangos diferentes; no está claro si son buenos o malos, pero, en cual(-)quier caso, ni siquiera tales seres podrán sepa(-)rar a los cristianos del amor de Dios. Pablo tal vez esté enumerando fuerzas que los pueblos antiguos consideraban hostiles a los seres hu(-)manos. 39. ni la altura ni la profundidad: Proba(-)blemente se trata de términos de la astrología antigua que designaban la máxima proximi(-)dad o lejanía de una estrella respecto al cénit, por la cual se medía su influencia. Ni siquiera esas fuerzas astrológicas pueden separar a los cristianos de este amor divino, del amor de Dios en Cristo Jesús nuestro Señor: El amor de Dios manifestado en el acontecimiento Cristo es, así, la base inconmovible de la vida y la es(-)peranza cristianas. Este final sintetiza el tema de esta sección (desarrollado desde 8,1); una vez más, Pablo termina con el estribillo seña(-)lado anteriormente (- 50 supra).
(Coetzer, W. C., «The Holy Spirit and the Eschatological View in Romans 8», Meótestamentica 15 [1981] 180-98. Dahl, N. A., «The Atonemént An Adequate Reward for the Akedah? (Ro 8:32)», Neotestamentica et semítica [Fest. M. Black, Edimburgo 1969] 15-29. Goedt, M. de, «La intercesión del Espíritu en la oración cristiana», Concilium 79 [1972] 330-342. Gibbs, J. G., Creation and Redemption [NovTSup 26, Leiden 1971] 34-47. Isaacs, M. E., The Concept of the Spirit [Londres 1976], Osten-Sacken, P. von der, Rómer 8 ais Beispiel paulinischer Soteriologie | FRLANT 112, Gotinga 1975]. Rensburg, J. J. J. van, «The Children of God in Romans 8», Neotestamentica 15 [1981] 139-79. Vógtle, A., Das Neue Testament und die Zukunft des Kosmos [Dusseldorf 1970].)

Comentario de Santo Toms de Aquino

CAPITULO 8
Lección 1: Romanos 8,1-6
Por la gracia de Cristo somos liberados de la condenación de la culpa y de la pena, pero primeramente de la culpa.1. Por tanto, ahora no hay condenación alguna para los que están en Cristo Jesús, los cuales no marchan según la carne,2. Porque la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte.3. Pues lo que le era imposible a la Ley, por cuanto estaba debilitada por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carné.4. A fin de que la justicia de la Ley se cumpliera en nosotros, los que caminamos no según la carne sino según el espíritu.5. Pues los que son según la carne, se saborean con las cosas que son de la carne; mas los que son según el espíritu, de las que son del espíritu gustan.6. Porque la prudencia de la carné es muerte; mas la del espíritu, vida y paz.Habiendo demostrado el Apóstol que por la Gracia de Cristo nos liberamos del pecado y de la ley, aquí enseña que por la misma gracia nos liberamos de la condenación. Y primero muestra que por la gracia de Cristo somos liberados de la condenación de la culpa; y lo segundo, que por la misma gracia somos liberados de la condenación de la pena: Mas si Cristo está en vosotros, etc. (Rm 8,10). Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero enuncia su tesis: luego, la demuestra: Porque la ley del espíritu de vida, etc. Acerca de lo primero hace todavía dos cosas.Primero indica el beneficio que la gracia confiere, concluyendo de las premisas: Es así que la gracia de Dios por Jesucristo me ha liberado de este cuerpo de muerte, en lo cual radica nuestra redención; luego ahora, por el hecho de que somos liberados por la gracia, no queda ningún residuo de condenación, porque se suprime tanto la condenación en cuanto a la culpa como en cuanto a la pena. A quien El concede la paz ¿quién le condenará? (Jb 34,29).Lo segundo es indicar a quiénes se les concede este beneficio, y pone dos condiciones que para ello se requieren, expresando la primera así: para los que están en Cristo Jesús, o sea, los que le están incorporados por la fe y por el amor y por el sacramento de la fe. Todos ios que habéis sido bautizados en Cristo estáis revestidos de Cristo (Sal 3,27). Así como el sarmiento no puede por sí mismo llevar fruto, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en Mí (Jn 15,4). Así es que los que no están en Cristo merecen la condenación. De aquí que: Si alguno no permanece en Mí, es arrojado fuera como los sarmientos, y se seca; después los recogen y los echan al fuego, y arden (Jn 15,6).La segunda condición la expresa diciendo: los cuales no marchan según la carne, o sea, que no van tras la concupiscencia de la carne. Pues aunque caminamos en carne, no militamos según la carne (2Co 10,3). De estas palabras algunos pretenden deducir que en los infieles que no viven en Cristo Jesús aun los primeros movimientos son pecados mortales, aun cuando no consientan en ellos, que porque eso es marchar en la carne. Porque si en aquellos que no marchan según la carne no es por esto para ellos materia de condenación que estén sujetos en la carne a la ley del pecado conforme a los primeros movimientos de la concupiscencia, porque permanecen en Cristo Jesús, se sigue a contrario sensu que para quienes no están en Cristo Jesús sea eso condenable. Dan también para ello una razón. Porque dicen que necesariamente es un acto condenable el que proceda del hábito del condenable pecado. Y como el pecado original es condenable porque priva al hombre de la vida eterna, y su hábito permanece en el infiel, a quien no se le ha perdonado la culpa original; luego cualquier movimiento de la concupiscencia proveniente del pecado original constituye en ellos un pecado condenable.Pero lo primero que hay que decir es que tal postura es falsa. Porque el primer movimiento tiene de particular que no es pecado mortal porque no alcanza a tener la cualidad por la que se cumple la naturaleza del pecado. Es así que esta excusa aun en los infieles se da; luego en los ¡nfieles los primeros movimientos no pueden ser pecados mortales. Por lo demás, en la misma especie de pecado, más gravemente peca el fiel que el infiel, según aquello de Hebreos 10,29: ¿De cuánto más severo castigo pensáis que será juzgado digno el que pisotea al Hijo de Dios y considera como inmunda la sangre del pacto con que fue santificado, y ultraja al Espíritu de la Gracia? Así es que si los primeros movimientos fuesen pecados mortales en los infieles, mucho más lo serían en los fieles.Pero también hay que contestar sus razones. Lo primero es que no pueden fundarse en los textos del Apóstol. Porque no dice el Apóstol que no solamente para los que están en Cristo Jesús no es condenable que con la carne estén sujetos a la ley del pecado conforme al movimiento de la concupiscencia, sino que absolutamente nada de esto es condenable. Así es que para quienes no estén en Cristo Jesús eso mismo no es condenable. Por lo demás, si esto se refiere a los primeros movimientos en aquellos que no están en Cristo Jesús, son condenables tales movimientos conforme a la condenación del pecado original, que hasta ahora permanece en ellos, de la cual son librados los que permanecen en Cristo Jesús. Pero no de ta! manera que por tal movimiento se les agregue una nueva condenación. Lo que también en segundo lugar agregan no necesariamente demuestra lo que pretenden. Porque no es verdad que cualquier acto procedente del hábito condenable de pecar sea también él mismo condenable, sino tan sólo cuando sea un acto perfecto por el consentimiento de la razón. Porque si en alguien hay el hábito del adulterio, el movimiento de concupiscencia de adulterio, que es un-acto imperfecto, no es en él pecado mortal, sino sólo el movimiento perfecto que lo sea por el consentimiento de la razón. Y además, el acto procedente de tal hábito no tiene más razón de condenación que la que es por razón del hábito. Y conforme a esto los primeros movimientos en los infieles, por el hecho de proceder del pecado original no traen consigo la condenación del pecado mortal, sino tan sólo la del original.En seguida, cuando dice: Porque la ley, etc., prueba lo que dijera. Y primero en cuanto a la primera condición por la que dijera que no hay ninguna condenación para los que permanecen en Cristo Jesús; y lo segundo en cuanto a la segunda condición, por la cual dijera: ios cuales no marchan según la carne, con esto: los que caminamos no según la carne, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero da la argumentación; luego, lo que diera por supuesto lo aclara por su causa: Pues lo que le era imposible a la Ley, etc.Acerca de lo primero da la siguiente razón: La ley del espíritu libera al hombre del pecado y de la muerte; es así que la ley del espíritu está en Cristo Jesús; luego por el hecho de estar alguien en Cristo Jesús se libera del pecado y de la muerte. Y que la ley del espíritu libere del pecado y de la muerte lo prueba de esta manera: La ley del espíritu es la causa de la vida; pero por la vida se excluye el pecado, y la muerte, que es el efecto del pecado; es así que el propio pecado es la muerte espiritual del alma; luego la ley del espíritu libera al hombre del pecado y de la muerte. Ahora bien, la condenación no es sino por el pecado y la muerte; luego en aquellos que están en Cristo Jesús no hay ninguna condenación; y esto lo dice así: porque la ley del espíritu de vida, etc., la cual ley se puede decir de un modo que es el Espíritu Santo, para que el sentido sea éste: La ley del espíritu, esto es, la ley que es espíritu; porque la ley se da para que por ella sean inducidos los hombres al bien; por lo cual el Filósofo (!n 2 Ethic.) dice que la intención del legislador es hacer buenos ciudadanos, lo cual hace ciertamente la ley humana con sóio dar a saber qué se debe hacer; pero el Espíritu Santo, .inhabitando en el espíritu, no sólo enseña qué se deba hacer iluminando el intelecto agente sino también inclinando el afecto a obrar rectamente. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os Jo enseñará todo, en cuanto a lo primero, y os recordará cuantas cosas, en cuanto a lo segundo, os tengo dichas (Jn 14,26).De otro modo se puede decir que la ley del espíritu es el efecto propio del Espíritu Santo,'o sea, la fe obrando por amor, la cual también instruye interiormente sobre lo que se debe hacer, según aquello de 1 Juan 2,27: Su unción os enseñará acerca de todas las cosas, y mueve el afecto a obrar, según 2Co 5,14: El amor de Cristo nos apremia. Y ciertamente esta ley del espíritu se llama ley nueva, la cual o bien es el propio Espíritu Santo, o bien la esculpe en nuestros corazones el Espíritu Santo. 1mprimiré mi ley en sus entrañas, y la grabaré en sus corazones fJerem 3 i,33). Ahora bien, acerca de la antigua Ley dijo solamente que era espiritual, o sea, dada por el Espíritu Santo. Y así, considerando lo ya dicho, encontramos que son cuatro las leyes que el Apóstol presenta. La primera la Ley de Moisés, de la cual dice: Me complazco en la Ley de Dios según ei hombre interior (Rm 7,22); la segunda, la ley del fomes, de la cual dice: advierto otra ley en mis miembros (Rm 7,23)r la tercera, la ley de la naturaleza conforme a un sentido, sobre la cual agrega: que lucha contra la ley de mi razón; la cuarta, una ley nueva, diciendo: la ley del espíritu, y agrega: de vida, porque así como el espíritu natural da la vida de la naturaleza, así también el espíritu divino proporciona la vida de la gracia. El espíritu es el que vivifica (Jn 6,64). Había en las ruedas espíritu de vida (Ez 1,20). Y agrega: en Cristo Jesús, porque tal espíritu no se da sino a los que viven en Cristo Jesús. Porque así como el espíritu natural no llega al miembro que carece de conexión con la cabeza, así también el Espíritu Santo no llega al hombre que no está unido a su cabeza, que es Cristo. En esto conocemos que Ei mora en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado (1Jn 3,24) .TI Espíritu Santo que ha dado Dios a todos los que le obedecen (Hch 5,32). Y esta ley, digo, por estar en Cristo, me liberará.-Si el Hi¡o os hace libres, seréis verdaderamente libres (Jn 8,36). Y esto, respecto de la ley del pecado, esto es, de la ley del fo-mes que inclina al pecado, o bien de la ley del pecado, o sea, del consentimiento y de la obra del pecado, que mantiene al hombre obligado a manera de ley. Porque por el Espíritu Santo se perdona el pecado. Recibid el Espíritu Santo: a quienes perdonareis los pecados les quedan perdonados (Jn 20,23). Y de la muerte, no sólo espiritual, sino también corporal, como adelante se probará. Y esto en virtud de que es espíritu de vida. Ven tú ¡oh espíritu! de las cuatro partes del mundo, y sopla sobre estos muertos, y resuciten (Ez 37,9).En seguida, cuando dice: Pues lo que le era imposible, etc., manifiesta lo que dijera, a saber, que la ley de la vida que está en Cristo Jesús libera del pecado. Y que libere de la muerte lo probará adelante. Y esto otro lo prueba por la razón que se toma de la Encarnación de Cristo. Acerca de lo cual indica tres cosas. La primera, la necesidad de la encarnación; la segunda, el modo de la encarnación: Dios, habiendo enviado a su propio Hijo, etc.; la tercera, el fruto de la encarnación: y en orden al pecado, etc. Y para que sea más llana la exposición, veamos primeramente lo segundo, en segundo lugar lo tercero, y finalmente lo primero. Con razón digo que La Ley del espíritu de vida en Cristo Jesús libera del pecado; porque Dios Padre a su Hijo, esto es, a su propio Hijo consigo consubstancial y coeterno (Díjome el Señor: tú eres mi Hijo: Salmo 2,7), habiéndolo enviado, no porque de nuevo lo creara o lo hiciera, sino que como a preexistente lo envió (Finalmente les envió a su Hijo: Mt 21,37), no ciertamente para que estuviera donde no estuviera antes, porque, como se dice en Jn 1,10: El estaba en el mundo, sino de un modo en que no estaba antes en el mundo, o sea, visiblemente por la carne asumida; por lo cual allí mismo se dice: El Verbo se hizo carne, y vimos su gloria.-Después de tales cosas Ei se ha dejado ver sobre la tierra (Bar 3,38). Y por eso aquí agrega: en una carne semejante a la del pecado: lo cual no debe entenderse como si no hubiese tenido verdadera carne sino sólo una semejanza de carne como fantástica, como dicen los maniqueos; siendo que el mismo Señor dijo: Un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo (Lc 24,39). Por lo cual no sólo agrega: en una carne semejante, sino: en una carne semejante a la del pecado. Porque no tuvo El carne de pecado, o sea, concebida con pecado, porque su carne fue concebida por el Espíritu Santo que quita el pecado. Lo que se ha engendrado en su vientre es del Espíritu Santo (Mat 1,20). De aquí que dice el Salmo 25,1: Yo he procedido según inocencia, es claro que en el mundo. Pero tuvo semejanza, de carne de pecado, esto es, semejante a la carne pecadora en que era pasible, porque la carne del hombre antes del pecado no estaba sujeta al sufrimiento. Tuvo que ser en todo semejante a sus hermanos, a fin de que fuese un sumo sacerdote misericordioso (Hebr 2,17).Mas agrega un doble efecto de la encarnación, siendo el primero la remoción del pecado, cosa que expresa diciendo: en orden al pecado condenó ei pecado en la carne. En orden al pecado se puede^ entender que es por el pecado cometido en la carne de Cristo, por instigación del diablo, por sus matadores. Condenó, esto es, destruyó, el pecado, porque como el diablo al inocente, sobre quien ningún derecho tenía, procuró entregarlo a la muerte, justo fue que perdiera el poder. Y por eso se dice que por su pasión y muerte destruyó el pecado. Despojando, es claro que en la cruz, a los principados y potestades (Colos 2,15). Pero es preferible que se diga: condenó el pecado en la carne, esto es, debilitó el fomes del pecado en nuestra carne, en orden al pecado, o sea, en virtud de su pasión y de su muerte: fomes que se llama pecado por la semejanza con el pecado, como se ha dicho; o bien porque se hizo hostia por el pecado, ¡o cual en la Sagrada Escritura se llama pecado (De los pecados de mi pueblo comen: Oseas 4,8); por lo cual dice: Por nosotros hizo El pecado a Aquel que no conoció pecado (2Co 5,21), esto es, hostia por el pecado. Y satisfaciendo de esta manera por nuestro pecado suprimió los pecados del mundo. He aquí el Cordero de Dios, ved aquí el que quita los pecados del mundo (Jn 1,29).En seguida pone el segundo efecto, diciendo: A fin de que la justicia de la Ley esto es, la justicia que la Ley prometía y que algunos esperaban de la ley, se cumpliera, esto es, se perfeccionara, en nosotros, los que vivimos en Cristo Jesús. Los gentiles, que no andaban tras la justicia, llegaron a la justicia, a la justicia que nace de la fe (Rm 9,30). Y habiendo dicho en 2Co 5,21: Por nosotros hizo pecado a Aquel que no conoció pecado, agrega: para que en El fuéramos nosotros hechos justicia de Dios. Mas esto otro no podía realizarse sino por Cristo, y por eso primero dijo que puede condenar el pecado en la carne y realizar la justificación, lo cual le era imposible a la Ley de Moisés. Pues la Ley-no lleva nada a la perfección (Hebr 7,19). Y esto ciertamente le era imposible "a la Ley, no por defect(c) de la Ley, sino por cuanto estaba debilitada por la carne, esto es, por la flaqueza de la carne que había en el hombre por la alteración del fomes, de la cual provenía que también la ley dada al hombre era dominada por la concupiscencia. El espíritu está pronto, mas la carne es débil (Mt 26,41; Marc 14,38). Y arriba dijo: Hablo como suelen hablar los hombres a causa de la flaqueza de vuestra carne (Rm 6,19). Y por esto es patente que fue necesario que Cristo se encarnara, por lo cual también en Gálatas,2,21 se dice: Si por la Ley se alcanza la justicia, entonces Cristo murió en vano, esto es, sin motivo. Luego por eso fue necesario que Cristo se encarnara: porque la Ley no podía justificar.En seguida, cuando dice: Los que caminan no según la carne, etc., prueba su tesis en cuanto a la segunda condición, mostrando que para evitar la condenación se requiere no marchar según la carne. Y acerca de esto hace tres cosas. Primero enuncia lo que propone; luego, lo prueba: Pues ios que según la carne, etc.; finalmente, pone en claro lo que como prueba supusiera: Por cuanto la sabiduría de la carne es enemiga de Dios, etc. Así es que primero dice: Dicho está que la justificación de la Ley se cumple en nosotros, los que no sólo estamos en Cristo Jesús sino que además no marchamos conforme a la carne, sino según el espíritu, o sea, que no andamos tras las concupiscencias de la carne sino bajo el impulso del Espíritu Santo. Andad según el Espíritu (Gal 5,16).En seguida, cuando dice: Pues los que son según la carne, etc., prueba lo que dijera, y presenta dos silogismos. Uno, por parte de la carne, que es así: Los que siguen la prudencia de la carne van a dar a la muerte; es así que quienes son según la carne siguen la prudencia de la carne; luego quienes son según la carne van a dar a la muerte. El otro silogismo io toma por parte del espíritu, y es éste: Los que siguen la prudencia del espíritu obtienen la vida y la paz; es así que los que son según el espíritu siguen la prudencia del espíritu; luego los que son según el espíritu van tras la vida y la paz. Y así es patente que aquellos que no andan según la carne, sino según el espíritu, se liberan de la ley del pecado y de la muerte.Así es que primero pone la menor del primer silogismo, diciendo: Pues los que son según ia carne, esto es, los que se sujetan a la carne como esclavos suyos (estos tales no sirven al Señor sino al propio vientre: Rm 16,1 8) se saborean con las cosas que son de la carne, como si dijera que. tienen la sabiduría de la carne. Porque sa-* borearse con las cosas que son de la carne es sostener y juzgar que son buenas las cosas que son según ja carne. No tienes gusto de las cosas que son de Dios sino de las de los hombres (Mt 16,23). Son sabios para hacer él mal (Jerem 4,22).En segundo lugar pone la menor del segundo silogismo, diciendo: Mas los que son según ei espíritu, esto es, ios que siguen al Espíritu Santo, y conforme a El caminan (según aquello de Gálatas 5,18: Si os dejáis guiar por el Espíritu no estáis bajo la Ley), gustan de las cosas que son del espíritu, esto es, tienen un recto sentido en las cosas espirituales, según aquello del Libro de la Sabiduría 1,1: Sentid bien del Señor. Y la razón de todo esto es que, como dice el Filósofo (¡n NI Ethic), según como es cada quien así le parecerá el fin o término. Por lo cual aquel cuyo espíritu está informado por un hábito o bueno o malo, juzga acerca del fin según la exigencia de su propio hábito.En tercer lugar pone la mayor del primer silogismo, diciendo: Porque la sabiduría de la carne, etc. Para cuyo entendimiento débese saber que la prudencia es la recta razón de lo que se debe hacer, como dice el Filósofo (6 Ethic). Ahora bien, la recta razón de lo que se debe hacer presupone una cosa y hace tres. Porque presupone un fin, que es como el principio en lo que se hace, así como también la razón especulativa presupone principios de los cuales saca la demostración. Y tres son las cosas que hace la recta razón para lo que se debe hacer. Porque primero rectamente delibera; luego, rectamente juzga sobre lo deliberado; y lo tercero: recta y constantemente ordena lo determinado. Y así, por ¡o tanto, para la prudencia de la carne se requiere que algo se presuponga como fin deleitable de la carne, y que se aconseje y juzgue y ordene todo lo que conviene para ese fin. De aquí que tal prudencia es muerte, esto es, causa de muerte eterna. Él que siembra en su carne, de la carne cosechará corrupción (Galat 6,8).En cuarto lugar, pone la mayor del segundo silogismo, diciendo: Mas la prudencia del espíritu, vida y paz. Así es que según lo dicho se dice que hay prudencia del espíritu, cuando alguien, presupuesto el fin de un bien espiritual, piensa y juzga y ordena cuanto se ordene convenientemente a ese fin. De aquí que tal prudencia es vida, esto es, causa de vida de gracia y gloria. El que siembra en el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna (Sal 6,8). Y es paz, o sea, causa de la paz. Porque la paz es causada por el Espíritu Santo. Gozan de suma paz los amadores de tu Ley (Sal 1 18,165). E! fruto del Espíritu es amor, gozo y paz (Galat 5,22).

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter VIII.

1 They that are in Christ, and liue according to the Spirit, are free from condemnation. 5.13 What harme commeth of the flesh, 6.14 and what good of the Spirit: 17 and what of being Gods childe, 19 whose glorious deliuerance all things long for, 29 was before hand decreed from God. 38 What can seuer vs from his loue?
1 There is therefore now no condemnation to them which are in Christ Iesus, who walke not after the flesh, but after the spirit.
2 For the law of the spirit of life, in Christ Iesus, hath made me free from the law of sinne and death.
3 For what the law could not doe, in that it was weake through the flesh, God sending his owne Sonne, in the likenesse of sinnefull flesh, and [ Or, by a sacrifice for sin.] for sinne condemned sinne in the flesh:
4 That the righteousnesse of the law might be fulfilled in vs, who walke not after the flesh, but after the spirit.
5 For they that are after the flesh, doe minde the things of the flesh: but they that are after the spirit, the things of the spirit.
6 For to [ Greek: the minding of the flesh.] be carnally minded, is death: but [ Greek: the minding of the spirit.] to be spiritually minded, is life and peace:
7 Because [ Greek: the minding of the flesh.] the carnall minde is enmitie against God: for it is not subiect to the law of God, neither indeed can be.
8 So then they that are in the flesh, cannot please God.

[Saued by hope.]

9 But ye are not in the flesh, but in the spirit, if so be that the spirit of God dwell in you. Now if any man haue not the spirit of Christ, he is none of his.
10 And if Christ in you, the body is dead because of sinne: but the spirit is life, because of righteousnesse.
11 But if the spirit of him that raised vp Iesus from the dead, dwell in you: he that raised vp Christ from the dead, shall also quicken your mortall bodies, [ Or, because of his spirit.] by his spirit that dwelleth in you.
12 Therfore brethren, we are detters, not to the flesh, to liue after the flesh.
13 For if ye liue after the flesh, ye shall die: but if ye through the spirit doe mortifie the deeds of the body, ye shall liue.
14 For as many as are led by the spirit of God, they are the sonnes of God.
15 For ye haue not receiued the spirit of bondage againe to feare: but ye haue receiued the spirit of adoption, whereby we cry, Abba, father.
16 The spirit it selfe beareth witnes with our spirit, that we are the children of God.
17 And if children, then heires, heires of God, and ioynt heires with Christ: if so be that we suffer with him, that wee may be also glorified together.
18 For I reckon, that the sufferings of this present time, are not worthy to be compared with the glory which shall be reuealed in vs.
19 For the earnest expectation of the creature, waiteth for the manifestation of the sonnes of God.
20 For the creature was made subiect to vanitie, not willingly, but by reason of him who hath subiected the same in hope:
21 Because the creature it selfe also shall bee deliuered from the bondage of corruption, into the glorious libertie of the children of God.
22 For wee know that [ Or, euery creature.] the whole creation groaneth, and trauaileth in paine together vntill now.
23 And not only they, but our selues also which haue the first fruites of the spirit, euen we our selues groane within our selues, waiting for the adoption, to wit, the [ Luk_21:28 .] redemption of our body.
24 For wee are saued by hope: but hope that is seene, is not hope: for what a man seeth, why doth he yet hope for?
25 But if wee hope for that wee see not, then doe wee with patience waite for it.

[Predestination.]

26 Likewise the spirit also helpeth our infirmities: for we know not what wee should pray for as wee ought: but the spirit it selfe maketh intercession for vs with groanings, which cannot bee vttered.
27 And he that searcheth the hearts, knoweth what is the minde of the spirit, [ Or, that.] because he maketh intercession for the Saints, according to the will of God.
28 And wee know that all things worke together for good, to them that loue God, to them who are the called according to his purpose.
29 For whom he did foreknow, he also did predestinate to be conformed to the image of his sonne, that hee might bee the first borne amongst many brethren.
30 Moreouer, whom he did predestinate, them he also called: and whom he called, them he also iustified: and whom he iustified, them he also glorified.
31 What shall wee then say to these things? If God be for vs, who can bee against vs?
32 He that spared not his owne son, but deliuered him vp for vs all: how shall hee not with him also freely giue vs all things?
33 Who shall lay any thing to the charge of Gods elect? It is God that iustifieth:
34 Who is he that condemneth? It is Christ that died, yea rather that is risen againe, who is euen at the right hand of God, who also maketh intercession for vs.
35 Who shall separate vs from the loue of Christ? shall tribulation, or distresse, or persecution, or famine, or nakednesse, or perill, or sword?
36 (As it is written, [ Psa_44:22 .] for thy sake we are killed all the day long, wee are accounted as sheepe for the slaughter.)
37 Nay in all these things wee are more then conquerours, through him that loued vs.
38 For I am perswaded, that neither death, nor life, nor angels, nor principalities, nor powers, nor things present, nor things to come,
39 Nor height, nor depth, nor any other creature, shalbe able to separate vs from the loue of God, which is in Christ Iesus our Lord.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



El Espíritu de vida. Este capítulo tiene una conexión principal y dos subordinadas con la primera parte del anterior. El ahora pues, con que Pablo comienza, sugiere que está sacando una conclusión de lo dicho anteriormente. Tanto el vocabulario como el contenido del v. 1 señalan al final del cap. 5 como base de esta conclusión. El argumento de Pablo fue que los creyentes en Cristo están libres de la condenación (katakrima; vv. 16 y 18) producida por Adán, porque han sido unidos a Jesucristo. Es éste el concepto que Pablo, luego de su digresión en los caps. 6 y 7, reitera ahora: Ninguna condenación [katakrima] hay para los que están en Cristo Jesús. Pero hay otros dos puntos de contacto: se disciernen a partir del contraste deliberado que Pablo crea entre la situación de estar bajo la ley (7:7-25) y el estar bajo el Espíritu (cf. 8:2-4, 7), y en la elaboración que realiza en el cap. 8 de la breve mención de lo nuevo del Espíritu, en 7:6b.

Para el creyente en Cristo la liberación de la condenación -la pena de muerte debida al pecado bajo el cual viven todas las personas- se produce en virtud de nuestra unión con Cristo (5:12-21). Los vv. 2-4 explican en mayor detalle que esta liberación fue lograda por el Dios triuno: el Padre envía al Hijo como ofrenda por nosotros (3), sobre la base de lo cual el Espíritu nos libera del poder del pecado y de la muerte (2), y nos asegura el completo cumplimiento de la ley en nuestro favor (4). Las leyes contrastantes del v. 2 pueden referirse a dos formas de operar distintas de la ley mosaica, que funciona para apresar a las personas cuando es vista estrechamente como una exigencia de obras, pero que opera para liberar a las personas cuando la comprenden correctamente como una demanda de fiel obediencia. Pero sería algo sin precedentes que Pablo atribuyera a la ley, en cualquier forma que se la comprendiera, el poder para liberar del pecado y de la muerte, y la ley del Espíritu, por consiguiente, debe significar el poder (o la autoridad) ejercido por el Espíritu. En forma correspondiente, entonces, la ley del pecado y de la muerte (2) también denotará, no la ley mosaica, sino el poder (o autoridad) del pecado y de la muerte (ver también 7:23).

En Cristo Jesús el Espíritu de Dios nos libera de la situación de estar atados al pecado y a la muerte a la que se alude en 5:12-21 y 6:1-23 y que se describe en 7:7-25. El Espíritu debe actuar en esta forma porque el gran poder del antiguo régimen, la ley mosaica, era totalmente incapaz, dada la debilidad humana, de romper la atadura del pecado (3a; cf. 7:14-25). Dios hizo lo que la ley no podía hacer: quebró el poder del pecado -condenó al pecado- enviando a su Hijo a identificarse con nosotros y darse a sí mismo como ofrenda por el pecado (como bien traduce la BA la expresión peri hamartias, según el uso que la LXX hace de la misma). Este acto de enviar al Hijo permite el pleno cumplimiento de la ley por parte de quienes viven según el Espíritu. Pablo no quiere decir que los cristianos pueden ahora cumplir la ley (sin importar lo cierto que esto pudiera ser), sino que Dios considera que los cristianos han cumplido plenamente la demanda de la ley debido a la obediencia de Cristo en nuestro lugar (ver Calvino). Esto es sugerido por el singular dikaioma (justa exigencia) y el sentido pasivo de la frase fuese cumplida en nosotros (4). Como creyentes en Cristo, estamos libres de condenación porque Jesucristo ha cumplido completamente la ley en nuestro lugar. El se convirtió en lo que somos -débiles, humanos y sujetos al poder del pecado- para que pudiéramos ser lo que él es: justo y santo.

El contraste entre la carne (ver 7:5) y el Espíritu, en el v. 4b, lleva a la serie de contrastes entre estos dos poderes en los vv. 5-8. Por medio de estos contrastes Pablo explica por qué es el Espíritu, y no la carne, quien da vida. La persona que vive en la carne, es decir, quien vive en el antiguo régimen, donde reinan el pecado y la muerte, tiene la mente dominada por impulsos que no son de Dios (5); no se sujeta a la ley de Dios (7) ni puede agradar a Dios (8), sino que está bajo sentencia de muerte (6). Por otra parte, el creyente en Cristo, que está en el Espíritu, que ha sido transferido al nuevo régimen donde reinan la gracia y la justicia, y quien, por lo tanto, ha recibido una nueva mente centrada en el Espíritu, disfruta de vida y paz (6). El v. 9 aclara que toda persona que pertenece a Cristo ha sido transferida a este nuevo ámbito en el cual rige el Espíritu en vez de la carne. Luego, en los vv. 10 y 11, Pablo muestra la manera en que la posesión de la vida espiritual llevará a disfrutar de la vida física, por medio de la resurrección del cuerpo. Y esto también será logrado por medio del poder del Espíritu, que ahora mora en nosotros.

Los vv. 12 y 13 concluyen esta primera sección del cap. 8 con un recordatorio práctico: la obra del Espíritu al asegurarnos la vida no significa que podamos ser pasivos en cuanto a nuestra obligación de manifestar la presencia del Espíritu en nuestras vidas diarias. Sólo a medida que nos sometamos al control y a la dirección del Espíritu, apartándonos del estilo de vida carnal, viviremos (13). Aquí él se refiere claramente a la vida espiritual, eterna, y así hace que disfrutar de esa vida dependa en cierto sentido de la obediencia cristiana. Aquí somos llamados en nuestra fidelidad a las Escrituras a mantener en tensión dos verdades claras: que el Espíritu que mora en nosotros como resultado de la fe en Cristo infaliblemente nos asegura la vida eterna, y que para heredar la vida eterna es necesario tener un estilo de vida pautado por el Espíritu Santo. La tensión se suaviza en cierta forma al recordar que el Espíritu mismo que nos es dado al convertirnos actúa para producir obediencia, pero no elimina la rigidez, porque aún seguimos siendo llamados a someternos a esta obra del Espíritu.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Vida por el Espíritu. «¿Quién me librará de esta condición mortal?» (7,24), se preguntaba Pablo. Y ahora responde: Cristo, regalándome su Espíritu. Este nuevo poder lo describe en oposición a la ley del pecado y de la muerte.
La persona humana, abandonada a sus propias fuerzas, no puede medirse con un enemigo tan poderoso como la «ley del pecado». La derrota significa la muerte total, la ausencia de Dios. Pero ahora contamos con un aliado formidable: el Espíritu Santo que nos está poniendo la victoria al alcance de la mano. La batalla continúa, las fuerzas del pecado siguen amenazando con su capacidad destructiva, pero la situación ha cambiado. Todos los temas fundamentales de la predicación de Pablo se dan cita en este capítulo para presentarnos una grandiosa visión de la fe cristiana como camino de vida y esperanza, contemplada bajo la revelación del misterio de amor de Dios en sus tres protagonistas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La persona humana ya no está sola en la lucha. Dios Padre se ha comprometido a fondo en ella, enviando a su Hijo al mundo «en condición semejante a la del hombre pecador» (3), afirma Pablo con el más atrevido realismo que le permite la lengua griega en un intento de expresar lo inefable, es decir, que es Cristo, «verdadero hombre», el que se enfrenta con el pecado en el propio terreno de éste, la pecadora condición humana, para derrotarlo sin contaminarse.
La muerte y resurrección de Jesús abren las puertas del mundo al Espíritu. Así entra en la escena de nuestra lucha contra el «instinto» que nos arrastra al pecado y a la muerte, el tercer protagonista del «misterio de salvación», el Espíritu Santo, a quien Pablo nombrará veintinueve veces en este capítulo. El Apóstol presenta al Espíritu Santo con un dinamismo de arrolladora actividad: inspira (5), tiende a la vida y a la paz (6), habita en los cristianos (9), dará vida a nuestros cuerpos mortales (11), ayuda a mortificar las acciones del cuerpo (13), hasta culminar en la gran revelación del supremo don que resume e incluye a todos los demás: nos hace hijos de Dios, nos permite clamar Abba, Padre (15), atestigua a nuestro espíritu que somos hijos de Dios (16), herederos de Dios, coherederos con Cristo (17). Termina el Apóstol diciendo que, ahora, esta «filiación y herencia» (cfr. Mar_14:36; Gál_4:6), es compartir su pasión, a través de la cual compartiremos también su gloria (cfr. Flp_3:10s).

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



19. En el pensamiento bíblico, "toda la creación" aparece íntimamente ligada al destino del hombre, y así como es solidaria de él en su caída ( Gen_3:17-18), lo es también en su redención.

23. Sobre las "primicias del Espíritu", ver nota 2Co_1:22.

24. "En esperanza estamos salvados": la salvación es, al mismo tiempo, una realidad presente y futura, es decir, un acontecimiento ya iniciado por la fe en Jesucristo y el Bautismo, pero que todavía "espera" su plena realización. Flp_3:12-14, Flp_3:20-21.

33-34. Isa_50:8.

36. Sal_44:23.

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Hch_13:23-39; Hch_15:10-11; Rom_6:10+; Gál_3:13; 2Co_5:21; Heb_2:14-18

NOTAS

8:3 La ley mosaica, simple norma exterior, no era principio de salvación, Rom_7:7+. Sólo Cristo, destruyendo la carne en su persona mediante su muerte, ha podido destruir el pecado que reinaba en la carne.

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Hch_13:23-39; Hch_15:10-11; Rom_6:10+; Gál_3:13; 2Co_5:21; Heb_2:14-18

NOTAS

8:3 La ley mosaica, simple norma exterior, no era principio de salvación, Rom_7:7+. Sólo Cristo, destruyendo la carne en su persona mediante su muerte, ha podido destruir el pecado que reinaba en la carne.

Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)



La ley prescribía la justicia y santidad; pero estos altos ideales le era imposible realizarlos. ¿Por qué? Porque estaba reducida a la impotencia por las tendencias depravadas de la carne, que ponía, obstáculos insuperables a la realización de aquellos ideales. Esta situación Dios quiso remediarla. ¿Cómo? Por medio de su Hijo. Envióle a este mundo para que destruyese el reino del pecado, que, encastillado en la carne, atizando las pasiones de la carne, dejaba impotente a la ley. Para ello le envió EN SEMEJANZA DE CARNE DE PECADO, en carne, si bien inocentísima, pero enteramente semejante a nuestra carne pecadora. Con esto atacó al pecado en la misma fortaleza donde estaba encastillado: en la carne. Y allí LO CONDENÓ, lo redujo a la impotencia. Liberada la carne de la esclavitud del pecado, quedaba la ley libre de los obstáculos que la carne oponía a la realización de sus ideales de justicia.

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*8 El v. Rom 8:1 marca el comienzo de un nuevo movimiento en el discurso, que alcanza hasta el v. Rom 8:30 y contempla la lucha actual del cristiano: el elemento determinante de la misma es la referencia al Espíritu, gran don de la Pascua de Cristo. Los primeros compases de la unidad (Rom 8:1-4) marcan una clara oposición a Rom 7:7-25.

Biblia Latinoamericana (San Pablo, 1995)



[=] *2Cor 5:21 *Heb 2:14

[o] Podemos analizar el texto más preciso del original: - lo que era imposible a la Ley: establecer por último la armonía del hombre con Dios - por el hecho de su impotencia a causa de la carne: el hombre por su condición material era prisionero de las fuerzas hostiles a Dios en su obra en el mundo - Dios, al enviar a su propio hijo en la semejanza de la carne del pecado: al enviarlo en la semejanza (o en la situación misma) de la carne (o la condición carnal) en la que el pecado tiene poder - y en vista del pecado: con el fin de responder a ese reinado del pecado del mundo - condenó el pecado en la carne: desmontó las falsas evidencias y las justificaciones de ese pecado en el mundo mediante la pasión y resurrección del Hijo hecho carne.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

El Apóstol especifica dos maneras en las que puede vivir el hombre en este mundo tras el pecado original. La primera es la vida según el espíritu, según la cual busca a Dios por encima de todas las cosas y lucha, con su gracia, contra las inclinaciones de la propia concupiscencia; la segunda es la vida según la carne, por la que el hombre se deja vencer y guiar por las pasiones desordenadas de la carne. «Con el Espíritu se pertenece a Cristo, se le posee, se compite en honor con los ángeles. Con el Espíritu se crucifica la carne, se gusta el encanto de una vida inmortal» (S. Juan Crisóstomo, Hom. in Rm. 13,8).


Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 8.1 Unidos a Cristo Jesús: Véase 6.11 n.

[2] 8.3 Como sacrificio por el pecado: También puede traducirse por causa del pecado, o para poner fin al pecado.

[3] 8.15 Lc 11.2Véase abbá en el Índice temático.

[4] 8.20 Cf. Gn 3.17-19.

[5] 8.23 Anticipo: Cf. Nm 15.18-20; 2 Co 1.22; Ef 1.14.

[6] 8.23 Liberados: Véase 3.24 nota m.

[7] 8.36 Sal 44.22; cf. 2 Co 4.11.

Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

2Co 5:21; Heb 2:14-18; Heb 4:15.

Nueva Traducción Viviente (Tyndale House, 2009)

En griego nuestra carne; similar en Rom 8:4-9; Rom 8:12.

Nuevo Testamento México (Centro Bíblico Hispano Americano, 1992)

Hch 15:10; Heb 9:15.

Biblia Peshitta en Español (Holman, 2015)

a Hch 13:39;b Heb 2:14

Torres Amat (1825)



[23] De las miserias de esta vida, por su resurrección.

[32] El perdón de los pecados y los auxilios para alcanzar la gloria.

[36] Sal 44 (43), 23.

Jünemann (1992)


3 a. A la ley: lo que no podía la ley.
b. Reticencia para encarecer la idea de lo imposible. Hay que suplir: esto hizo Dios, enviando a su Hijo.


Nueva Versión Internacional (SBI, 1999)

[c] en condición semejante … pecadores. Lit. en semejanza de *carne de pecado.

Biblia Textual IV (Sociedad Bíblica Iberoamericana, 1999)

por el pecado... Es decir, como ofrenda por el pecado.