Sin embargo, éstos merecen menor reproche,
pues tal vez andan extraviados
buscando a Dios y queriendo encontrarlo.
(Sabiduría 13, 6) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)
Times New Roman ;;
Sección 2. La Idolatría, Pecado Opuesto a la Sabiduría.
El autor interrumpe su narración sobre la diversa suerte de Israel y Egipto, que continuará en el capítulo 16, para dedicar una larga sección a la idolatría, mencionada a propósito de los egipcios en los capítulos precedentes. Va a poner en ella de manifiesto a qué grado de necedad y aberración, a qué punto de envilecimiento y degradación puede llegar la razón humana cuando se aparta del recto sendero de la sabiduría. Y pretende con ello mantener firmes en el culto al verdadero Dios a los judíos, que tenían que vivir en medio de pueblos idólatras, y, sin duda también, hacer reflexionar a los mismos paganos sobre la vanidad de sus ídolos.
Semejantes descripciones no son nuevas. Las encontramos ya en los profetas, que tuvieron que defender el monoteísmo israelita frente a la tendencia innata a la idolatría y frente a la presión de los pueblos conquistadores, que con su poder e influencia querían i mponer el culto a sus dioses.
13. La Idolatría, Necedad Ridicula.
Necedad de los que adoran las criaturas (13:1-9).
1 Vanos son por naturaleza todos los hombres que carecen del conocimiento de Dios, y por los bienes que disfrutan no alcanzan a conocer al que es la fuente de ellos, y por la consideración de las obras no conocieron al artífice. 2 Sino que al fuego, al viento, al aire ligero, o al círculo de los astros, o al agua impetuosa, o a las lumbreras del cielo tomaron por dioses rectores del universo. 3 Pues si, seducidos por su hermosura, los tuvieron por dioses, debieron conocer cuánto mejor es el Señor de ellos, pues es el autor de la belleza quien hizo todas estas cosas. 4 Y si se admiraron del poder y de la fuerza, debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su creador. 5 Pues de la grandeza y hermosura de las criaturas, por razonamiento se llega a conocer al Hacedor de éstas. 6 Pero sobre éstos no cae tan gran reproche, pues yerran tal vez por aventura, buscando realmente a Dios y queriendo hallarle; 7 y ocupados en la investigación de sus obras, a la vista de ellas, se persuaden de la hermosura de lo que ven. 8 Aunque no son excusables, 9 porque, si pueden alcanzar tanta ciencia y son capaces de investigar el universo, ¿cómo no conocen más fácilmente al Señor de él?
La perícopa es de sumo interés. En ella se pone de relieve la necedad culpable de los gentiles, que, habiendo alcanzado un conocimiento profundo de las cosas creadas, no supieron elevarse al Creador de las mismas. A la vez, el autor nos da un pequeño tratado sobre el conocimiento de Dios.
La inteligencia fue dada al hombre para que conociese al Creador y le tributase la alabanza debida. Quien no cumple esta misión es francamente necio, pues falla en la razón fundamental de su existencia 2. Sus mismas facultades naturales debieron llevarle a ese conocimiento de Dios, y, en consecuencia, a su veneración y culto. En efecto, por los bienes de que el hombre disfruta y las obras maravillosas de la creación que contempla con sus ojos, debió remontarse a la fuente creadora de todos esos bienes y descubrir al artífice que dio a todas esas obras su existencia. El universo - escribía Filón - ha sido hecho con un arte tan consumado, que tiene que tener como autor un artífice de ciencia excelente y perfectísimo. 3
Weber hace observar la identidad que el sabio pone entre Dios, el Ser y el Creador, que no deja lugar alguno para un intermediario entre Dios inaccesible, y el mundo material, que en la filosofía de Platón o de Filón realizaba el papel de demiurgo 4.
Sin embargo, seducidos por la belleza de unas criaturas, sorprendidos por el poder maravilloso de otras, las colocaron el lugar de Dios como rectores del universo. Los persas divinizaron el fuego; en Menfis tenía un templo con el nombre de Ptah, y en Occidente era adorado bajo el nombre de Vulcano. Los griegos adoraban a Eolo, señor de los vientos; según Platón y los estoicos, Hera o Junon era la diosa del aire. Los asiros fueron adorados comúnmente en la antigüedad, especialmente por los asirios; el sol y la luna eran adorados por los griegos bajo los nombres de Apolo y Diana; en los fenicios, bajo los de Baal y Astarté, y en Egipto bajo los de Isis y Osiris. Las aguas fueron divinizadas por su utilidad y poder devastador; los egipcios las veneraban como el elemento primitivo generador de todo lo demás, y los griegos tenían sobre el particular los dioses Neptuno, las náyades y las ninfas.
El autor de la Sabiduría enseña que la contemplación de tanta belleza y tanto poder derramados por el universo debieron de llevar a aquellos filósofos paganos a descubrir al Creador mediante un proceso intelectual que, partiendo de los efectos, se remontara a las causas (v.3-5). No teniendo, en nuestro caso, la hermosura y poder de la naturaleza en sí mismos la razón de su existencia, pues que la pueden perder, es preciso reconocer una causa suprema y última (repugna en sana filosofía una serie indefinida de causas) de aquella hermosura y poder. El fundamento de tal reconocimiento es el principio metafísico de que todo efecto presupone una causa. De las cosas sensibles nuestro entendimiento no puede llegar a conocer la esencia divina, porque las criaturas sensibles son efectos de Dios que no adecúan la causa... Pero, como son efectos dependientes de su causa, podemos por ellas conocer la existencia de Dios y aquellas cosas que le convienen, en cuanto que es causa que excede todo lo causado.5 Por eso los Padres vieron en el universo un libro de la divinidad6, una lira o cítara que emite el suave concierto de la divina Providencia, cuyo citarista es Dios.7 De modo que, como dice San Agustín, el cielo y la tierra y el universo entero hablan a los sordos, si Dios mismo por su bondad no habla al corazón del hombre.8 Y por lo que a la hermosura de las cosas creadas se refiere, Mgr. Gay constata al corazón humano que toda belleza exterior no es más que una especie de testimonio que Dios da aquí abajo de sí mismo, un velo bajo el cual él se encubre, una sombra de su benéfica presencia, una llamada de su voz, alimento que su mano nos proporciona, una dulce y tierna invitación.9
En este texto debió de inspirarse San Pablo cuando en su carta a los Romanos afirma que lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las criaturas 10, doctrina que definió el concilio Vaticano I 11. Con toda razón, la teología católica aduce este texto del libro de la Sabiduría para probar que la razón humana puede demostrar analógicamente (por las criaturas) la existencia de Dios 12.
A continuación, el autor hace unas reflexiones sobre la culpabilidad moral de los que adoran las bellezas y fuerzas de la naturaleza (v.6-9). No merecen tal vez un reproche tan severo como los idólatras de que hablará después, que adoraron las obras mismas de sus manos. Buscaban a Dios, que es la causa última de esas bellezas que resplandecen en la creación, de esa fuerza que ostentan los fenómenos extraordinarios de la naturaleza a que dirigían su investigación, si bien se quedaron en ellas sin remontarse a Dios, su causa suprema. Pero no son del todo excusables, pues si alcanzaron un conocimiento profundo del universo y penetraron secretos de la naturaleza, más fácilmente debieron descubrir al Creador del mismo. De hecho, todos los pueblos han venido a admitir la existencia de un Ser supremo, los salvajes y los civilizados. En realidad, uno puede, como dice Orosio, despreciar a Dios durante cierto tiempo, pero no puede ignorarlo del todo13. Quien no es ilustrado por tantos resplandores de las cosas creadas - escribe San Bernardo -, es ciego; quien no está despierto a tantos clamores, está sordo; quien de tantos indicios no advierte el principio primero, es necio.14 ¿Por qué, de hecho, no llegaron esos filósofos, a través de sus investigaciones, al Señor del mundo? Seguramente carecían de la humildad de corazón y de la libertad de espíritu respecto de las cosas de la tierra que es preciso para ver a Dios. Amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras no eran buenas. En esto son culpables 15.
Ironía del culto a los ídolos (13:10-19).
10 Desdichados los que han puesto sus esperanzas en muertos, cuantos llaman dioses a las obras de sus manos, oro y plata, obra de artífice e imágenes de animales, o piedra inútil obra de mano antigua. u Corta experto leñador un tronco manejable, lo descorteza diestramente y, haciendo uso de su destreza y arte, fabrica un mueble útil para las necesidades de la vida; 12 Y los despojos de la obra los consume en preparar su comida y satisfacer su necesidad; 13 pero el último resto, que para nada sirve, un leño torcido y lleno de nudos, lo toma y lo labra en sus ratos de ocio, y con su arte le da una figura, semejanza de hombre; 14 o, dándole la semejanza de un vil animal y pintándole de minio, le da un color rojo y cubre de pintura todas las manchas que hay en él, 15 y, preparándole una morada digna, le coloca en el muro, asegurándole con clavos, cuidando bien que no caiga, 16 pues sabe que no puede sostenerse a sí mismo, siendo una imagen que necesita de ayuda* 17 Y luego, al dirigirle oraciones por su hacienda, por sus mujeres y sus hijos, no se avergüenza de hablar con quien carece de alma, 18 de invocar al impotente pidiéndole la salud, y ruega al muerto por la vida, y suplica la ayuda de quien es lo más inútil. 19 Y pide un feliz viaje al que no puede usar de sus pies, y ganancias y empresas y el éxito de sus obras y energía al más incapaz de hacer nada con sus manos.
Aberración más grave todavía es la de los desdichados que han llegado a divinizar las obras de sus manos, poniendo su esperanza no ya en las maravillas de la creación, que pueden elevar la mente y el corazón al Creador, sino en los ídolos, cosas materiales que no hacen sino degradarle y encerrarlo más en las cosas de la tierra, haciendo más difícil la esperanza en una vida superior 16. Había ídolos de plata, oro artísticamente labrados 17 y de otras materias. Los había con forma de animales; el dios Dagón de los filisteos tenía cabeza de hombre y cuerpo en forma de pez, y los dioses egipcios tenían cabeza de animales. No faltaban quienes adorasen a una piedra - que se suponía tal vez caída del cielo - sobre la que se habría esculpido una imagen, y cuyo único valor estaba en su antigüedad.
Sigue una descripción pintoresca, llena de ironía, sobre el origen de los ídolos a base de un caso gráfico que recuerda las ridiculizaciones o mofas de los profetas, con que intentaban convencer de la vanidad o inanidad de los ídolos 18. La primera presenta el caso de un simple leñador, no ya de un escultor profesional, que toma los despojos del madero que utilizó para fabricar un mueble y que ya no valen para ninguna otra cosa útil, o un trozo nudoso que no servía ni para la lumbre por arder con dificultad. Le da en sus ratos de ocio figura de hombre o de un repugnante animal, cubre con pintura las manchas de los nudos, lo sujeta en la pared con clavos, a fin de que no se caiga, y ¡he aquí un dios! Los mismos paganos caían a veces en la cuenta de la vanidad de sus ídolos. En términos parecidos a los de nuestro autor los satiriza Horacio, que pone en boca de uno de ellos: Yo era en otro tiempo un tronco de higuera, madera inútil. El artesano vaciló si hacer de mí un banco o un Príapo; se decidió por el dios; yo soy, pues, dios 19. Séneca dice que unos tienen figura de hombres, de fieras, de peces; algunos figura compuesta de diversos cuerpos, y añade: Llaman dioses a los que, si de repente recibieran vida, serían tenidos por monstruos.20
Unos cuantos contrastes ironizan o ridiculizan la actitud de quien ora ante semejante dios (v.17-18): a quien carece de vida se le ruega por los seres vivos; a quien es impotente y proviene de un leño inútil se le pide ayuda; a quien no puede hacer uso de sus pies, el éxito de un viaje, y a quien no puede mover su mano, el éxito de una empresa. ¡Colmo de necedad! Comparando el salmista a Yahvé con los ídolos, manifiesta los mismos sentimientos del sabio: Está nuestro Dios en los cielos y puede hacer cuanto quiere. Sus ídolos son plata y oro, obra de la mano de los hombres; tienen boca y no hablan, ojos y no ven, orejas y no oyen; tienen narices y no huelen. Sus manos no palpan, sus pies no andan, no sale de su garganta un murmullo. Semejantes a ellos sean los que los hacen y todos los que en ellos confían.21
1 Isa_40:18-20; Isa_41:6-7; Isa_44:9-20; Isa_46:1-7; Jer_2:27; Jer_10:1-15; Bar 6, - 2 El término griego öýóéò (vanos son por naturaleza: öýóåé) puede significar el origen o la naturaleza de una cosa. Interpretando en el primer sentido, opinaron algunos que el autor afirma aquí la raíz de la idolatría, el pecado original, con que todo hombre viene a este mundo; pero en el contexto no se trata del origen, sino de la naturaleza y culpabilidad de la misma. Es preferible interpretar en el segundo sentido a la luz de Gal_4:8, donde se dice de las falsas divinidades que por naturaleza (öýóåé) no son dioses: los ídolos, según su íntima naturaleza, son nada, vanos, y por lo mismo lo son, por lo que a esto se refiere, quienes los adoran como si fueran dioses. Cf. Ceuppens, Th. Bíblica: De Deo Uno (Roma 1948) p.105s. - 3 De monarch. i. Algunos autores, basándose en la lección de la Vulgata: ab his quae videntur bono, non potuerunt cognoscere illum qui est bonus, vieron una alusión a la cuarta vía de Tomás. Pero la expresión expresa las cosas no en cuanto buenas, sino en cuanto visibles, y el bonus final es una adición de la Vulgata. - 4 O.c., p.486. - 5 I.XII 12. - 6 San Basilio, Hom. é ô in Hexam. - 7 San Atanasio, Orat. contra idola. - 8 Con Jes,Gal_10:6. - 9 Vert. chrét. V 2 p.110. - 10 Rom_1:19-20. - 11 Ses.3 c.2 De revelatione: Dz 1785.1806. - 12 León XIII, en la ene. Aeterni Patris, hace un precioso comentario a este pasaje de la Sabiduría. - 13 Hisí. VI i. - 14 Itin. mentís. - 15 Jua_3:19. C. Larcher, De la nature a son auteur d'aprés le livre de la Sagesse 13:1-9: LumVi 14 (1954) 197-206 (53-62); J. Smith, De interpretatione Sap 13:9: VD 27 (1949) 287-290. - 16 H. Einsing, Der Weisheitslehrer und die Gotterbilder: Bib 40 (1959) 393-408. - 17 Hec_17:29. - 18 Isa_40:18-20; Isa_41:6-7; Isa_44:9-20; Isa_46:1-7; Jer_2:27; Jer_10:1-15; Bar 6. - 19 Sátiras I.VIII, 1-3. Cf. las fábulas 21 y 128 de Esopo. - 20 Citado en San Agustín, De civ. Dei VI 10. - 21 115:3-8. Cf. Ë Lapide, o.c., p.555 (responde a las acusaciones de los calvinistas contra los cristianos, que imitan, dice, a los gentiles cuando dan culto a las imágenes).