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Aquel, pues, que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.
(Santiago 4, 17) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 4

2. LA AMISTAD CON EL MUNDO ES ENEMIGA DE DIOS (4,1-6).

a) La causa de todas las contiendas (4,1-3).

1 ¿De dónde vienen entre vosotros las guerras y de dónde las luchas? ¿No vienen precisamente de aquí, de vuestras pasiones, que hacen la guerra en vuestros miembros? 2 Codiciáis y no tenéis. Matáis y envidiáis, y no podéis conseguir nada. Lucháis y combatís. No tenéis, porque no pedís. 3 Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastarlo en vuestras pasiones.

Ahora Santiago va en busca de las raíces de la falsa sabiduría y de sus perniciosos frutos, y las deja al descubierto sin contemplaciones. Emplea palabras apasionadas tomadas del oficio de las armas y de las costumbres de la guerra 46. Podríamos decir -usando un término algo fuerte- que ha estallado una guerra civil en las comunidades a las que se dirige la carta. Las disensiones y tensiones existentes, se deben, por lo visto, a la indigencia de la mayoría y al antagonismo social que provoca el hecho de que al lado de unos pocos ricos haya una masa de fieles pobres y miserables (cf. 2,1-9; 5,1-6). La aspiración perfectamente comprensible de estos pobres, su deseo de poseer más bienes y de vivir sin los temores y zozobras de su indigencia, se ha desviado siguiendo un camino falso. Surgen tiranteces y brotan la envidia y las desavenencias entre los cristianos, lo que demuestra que los móviles son puramente terrenales y egoístas. Se ha declarado el «estado de guerra» en las comunidades, porque el egoísmo todavía domina el espíritu y el corazón de muchos cristianos.

Toda dádiva perfecta, ya esté destinada al individuo o a la comunidad, desciende de Dios (1,17). A él, pues, debe encaminar el hombre sus afanes si la paz ha de reinar «en el propio corazón» y «en las comunidades». La paz del mundo se funda en la paz de Dios, que se infunde a los que viven según el espíritu de Dios. Pero esa paz no la lograrán los fieles a no ser que se libren del dominio de las pasiones e intenciones egoístas. La salvación del mundo sólo puede venir de dentro y de arriba. Todo lo demás es un fraude impío. Con esto Santiago está muy lejos de rechazar por completo el deseo de los que quieren mejorar su nivel de vida. Al contrario; enseña incluso el camino para poder conseguir algo: pedir a Dios con confianza que nos conceda sus dones. Hemos de pedir los bienes que nos son realmente necesarios en este mundo para la vida, para esa vida que Dios da ya en este mundo a los que confían en él y cumplen su voluntad. Porque, a fin de cuentas, lo que se desea es la vida, una vida plena, rica, segura, que ofrezca alegría y satisfacción. Eso es lo que se revela en esta codicia, envidia y discordia. Esta aspiración ha sido infundida por el Creador en el corazón del hombre. El hombre está destinado a la vida, Pero lo que es trágico en la situación del mundo distanciado de Dios es que ya no sabe ni quiere reconocer que sólo Dios tiene derecho a disponer de la vida. Cree, incluso, que puede llegar a conseguir y obtener por la fuerza la plenitud de la vida, que puede conseguirla prescindiendo de Dios y yendo contra su voluntad. Esta es la ley del hombre de este mundo desde la rebelión de su primer padre, Adán, que por sus propias fuerzas quiso ser «como Dios» (Gen_3:5).

Pero esta aspiración está condenada al fracaso; conduce a la envidia, al odio, a la discordia y, por fin, a la muerte. Esto es lo que expresan claramente las palabras escogidas por Santiago: codicia, altercado, guerra, homicidio. Sin duda hay que excluir que se haga alusión a casos reales de asesinato. Santiago emplea aquí la dura expresión «matar» para recordar la afirmación de Jesús: Quien odia a su hermano, es un homicida. Le pesa que viva y quisiera que perdiera la vida, que fue donada por Dios tanto a su hermano como a él mismo (d. Mat_5:21s; 1Jo_3:15). ¿Cómo pueden conducir a la vida esta tendencia y esta forma de obrar?

Pero los cristianos piden todos los días en la oración este don de la vida, piden cada día la bendición divina. ¿Cómo, pues, su miserable situación no experimenta ningún cambio? Si Dios puede disponer libremente de todas las cosas, ¿no sería para él cosa fácil contestar a las súplicas de sus fieles siervos con dones superabundantes? ¿No ha dicho Jesús, el Señor: «Pedid, y os darán» (Mat_7:7), y: «Todo el que pide, recibe» (Mat_7:8)? Santiago rechaza este reproche implícito al modo divino de proceder, y al decir: «Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastarlo en vuestras pasiones» (4,3), recuerda las palabras de Jesús. Dios es fiel, cumple las promesas de Jesús, su enviado, pero los cristianos de quienes se habla aquí no oran con el espíritu de Jesús que aparece en el padrenuestro. Sus ruegos no se supeditan enteramente a la voluntad salvífica del Padre: «Hágase tu voluntad.» No; con la ayuda de la oración pretenden que su voluntad egoísta se salga con la suya; quieren satisfacer sus apetitos puramente terrenales. Se nota, en último término, la influencia de los espíritus malos, que han conseguido dominar a estos cristianos, todavía imbuidos del espíritu del mundo. Quieren abusar de los dones de Dios para sus propios fines. Es, pues, natural que Dios no pueda atender sus súplicas, que no tienen por objetivo la vida, que procede de sus manos divinas, ni propagan en el mundo el reino de Dios.

Santiago ha puesto al descubierto un gran peligro que suelen correr los cristianos. La tentación primordial del hombre, y precisamente del hombre piadoso, es pretender adueñarse de Dios y ponerle al servicio de los propios intereses. Quien pretende esto y se enfada con Dios cuando éste no atiende sus peticiones egoístas, no ha tomado en serio su cristianismo. La fe consiste en entregarse por completo y sin condiciones a la voluntad de Dios, diciendo siempre con filial confianza: «Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú» (Mar_14:36). La oración del cristiano pone de manifiesto si el que ora está todavía contaminado del espíritu del mundo irredento o si realmente es un creyente. Si todo lo pone en manos de Dios y por consiguiente recibe de las manos divinas todo lo que Dios quiere darle, movido por su amor y por su poder salvador. Con esta norma hemos de medir continuamente la autenticidad de nuestra fe.

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46. No puede interpretarse literalmente las palabras drásticas que aquí se emplean para caracterizar una situación poco satisfactoria. Tales exageraciones son propias del estilo usado en la literatura mora! y didáctica. Desde Erasmo se ha propuesto con frecuencia corregir la palabra phoneuete (matáis) y escribir phthoneite (tenéis celos), pero esta corrección no tiene ningún punto de apoyo en la transmisión del texto hasta los tiempos de Erasmo, y además tiene que ser matizada desde eI punto de vista estilístico por carecer de fundamento.

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b) Dios quiere todo el hombre (Mar_4:4-6).

4 Almas adúlteras, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemiga de Dios? El que quiera ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios.

Si el cristiano se entrega al espíritu de este mundo, al espíritu del príncipe de este mundo y de sus cómplices, se aparta de Dios, pacta con el enemigo de Dios, comete adulterio. Santiago se vale de la imagen del amor conyugal que los profetas habían aplicado a la relación existente entre Israel y el Dios de la alianza 47. Igual que Pablo, aplica esta relación a la que existe entre Dios y su Iglesia, el nuevo pueblo de Dios. La Iglesia es la esposa de Dios, porque el Mesías la adquirió para sí mediante su muerte: «Os desposé con un solo marido, para presentaros como virgen pura, a Cristo» (/2Co/11/02).

Santiago utiliza esta imagen al introducir la exclamación «almas adúlteras». Los que han sido bautizados y elegidos viven en comunión indisoluble de vida y de amor con Dios. Por esa razón, quien no corresponde al amor de Dios de todo corazón, quien busca otros amantes, otro amigo -el mundo caído, enemigo de Dios-, demostrando así que, en el fondo, sólo se ama a sí mismo, rompe su comunión de amor con Dios. Estas palabras de Santiago no deben dejarnos indiferentes. Recordemos que la medianía, el nadar entre dos aguas, el flirtear y juguetear con el espíritu de este mundo, equivale a una traición. ¿Quién no percibe en esta palabra de Santiago, que nos advierte y nos acusa al mismo tiempo, el rastro de la amarga acusación: «Tengo contra ti que has dejado tu amor primero» (/Ap/02/04»?

Por tanto, «se constituye» traidor y enemigo de Dios quien tiene más aprecio del espíritu y de los hijos de este mundo que de Dios. No es posible ningún compromiso entre Dios y el «mundo» 48, dominado por el espíritu del enemigo de Dios. Quien no se subordina a Dios y no le obedece con docilidad comete adulterio y traiciona el amor de Dios. Dios no quiere migajas de nuestro amor, actos concretos, exteriormente irreprochables, de sumisión a la ley; no se contenta con que, movidos por nuestros sentimientos, le dediquemos unas horas de entusiasmo dominical o festivo. Dios quiere nuestro corazón, nos quiere enteros. «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» 49.

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47. Cf. Isa_1:21; Jer_3:1s; Isa_57:3 ss; Os 1-3; Eze_10:22

48. Cf. Joh_8:34 ss; ,4; Joh_17:4 ss.; 1Jo_2:15 ss.

49. Mt 22,S7; Mar_12:30; Luk_10:27; cf. Joh_15:9-17; 1Jo_2:79; 1Jo_3:9 24; 1Co 13; Jam_2:8 ss.

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6 ¿O creéis que dice en vano la Escritura «Con celos desea Dios el espíritu que puso en nosotros»?

¿Qué quiere decir Santiago con estos «celos» de Dios? 50. El buen espíritu de Dios en el hombre, el nuevo yo del cristiano, no puede ser desbancado por el espíritu malo de este mundo, por los deseos mundanos. El cristiano en este mundo tiene que luchar, y esta lucha tiene lugar en su propio corazón. El nuevo yo del que ha renacido por la fe y el bautismo tiene que imponerse a todos los malos estímulos que tienen su origen en los miembros, en el yo, sometido a la tentación, del hombre que no ha sido aún plenamente redimido.

Conforta saber que Dios vela sobre su buen espíritu. Nos mueve a poner el máximo esfuerzo saber que vendrá el día en que Dios pedirá la devolución de su buen espíritu, y que ya ahora exige que este buen espíritu se emplee en el servicio divino, como una respuesta de su amor. La razón de que Dios exija el amor del hombre exclusivamente para sí, para que cumpla su voluntad, es el amor pleno de Dios, que ha querido entrar en comunión de amor con los hombres. Dios vela celosamente sobre la alianza de amor que ha concertado con todos los bautizados; pedirá cuentas a quienes pequen ligera o alevosamente contra esta comunidad de amor. ¿Cómo es posible no corresponder al amor de Dios, que nos ha infundido un nuevo yo, una nueva vida, la vida por excelencia, con un amor igualmente exclusivo? El verdadero amor, ¿no ha de estar celoso por la correspondencia amorosa de la persona amada? ¿No hemos de estar agradecidos de que el amor de Dios se preocupe tan celosamente de nuestra salvación?

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50. Esta frase no se encuentra en el Antiguo Testamento. Probablemente está tomada de una escritura, es decir, de un escrito judeo-helenistico. Es evidente que el canon de la Sagrada Escritura del Antiguo Testamento no estaba definitivamente cerrado, y por eso Santiago cita una «Escritura» que nos es desconocida, un libro que no está incluido en el canon, probablemente un libro profético, que el autor considera como «Sagrada Escritura». Cf. Jud_1:9s.14, donde igualmente se citan escrituras apócrifas, aunque sin la formula «dice la Escritura». En cambio la primera carta de san Clemente Romano 23,3, escrita hacia el año 95 después de Cristo, cita también una escritura profética desconocida, pero con la fórmula «dice la Escritura»; cf. A segunda carta de san Clemente Romano 11,2: «Palabra profética», en que se da la misma cita que en la primera carta 23,3.

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6 Pero él da todavía una gracia mayor. Por eso dice: «Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes» (Pro_3:34).

Dios ama a los suyos y quiere que se salven. Eso es lo que quiere decir Santiago con la prueba de la Escritura. También el celo de Dios y su acción directora están al servicio de su amor salvador. Si Dios interviene con normas y con castigos, si quiere todo el hombre, lo hace con la intención de disponer a la persona amada para recibir favores y gracias más valiosas, un amor más intenso de Dios. Quien quiere recibir un don, tiene que tender y abrir la mano; quien quiere recibir como es debido el amor de Dios, tiene que limpiar su corazón de toda egolatría y de todo extravío mundano, porque el espíritu del mundo culmina en la presunción, en el orgullo; quiere suplantar a Dios y convertirse en centro de todas las cosas. Por eso Dios resiste a los soberbios de corazón maligno y sólo da su amor a los sencillos y los humildes, porque ellos, como María, saben que todo lo bueno, todo lo grande, todo lo que tiene verdadero valor, procede de Dios.

Esta ley fundamental de la redención, que ya fue reconocida y proclamada en el Antiguo Testamento -como lo demuestra la cita-, tiene importancia primordial para nosotros. Dios envió a su Hijo, haciéndole nacer de una humilde doncella, en cuya insignificancia Dios había puesto los ojos, mientras había rechazado toda la grandeza y el orgullo de este mundo (cf. Luk_1:47 ss). Su Hijo renunció a su majestad y se presentó como el siervo sufriente de Dios, hasta llegar a la máxima humillación de la ignominia de la cruz 51. Esta es la actitud que Jesús pide a sus discípulos: «Aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón» (Mat_11:29). Dios se da sin reservas a quien se abre del todo a su amor y se entrega a su voluntad. Pero esto no es cosa fácil, porque el egoísmo se introduce en lo más íntimo del corazón y pretende poseer el amor de Dios al servicio de sus propias aspiraciones. Es necesario renunciar continuamente al egoísmo y a la propia glorificación y abrirse a Dios. Sólo apartándonos decididamente del espíritu de este mundo y convirtiéndonos a Dios podemos entrar en comunión con el.

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51. Cf. Mar_10:45; Phi_2:5-11; Act_3:13 ss; Act_5:29 ss; Hab_5:7-10.

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3. TOMAD EN SERIO VUESTRA FE (Hab_4:7-12).

a) Convertíos a Dios (Hab_4:7-10).

7 Someteos, pues, a Dios. Resistid al diablo y huirá de vosotros.

Santiago nos exhorta a renunciar a toda mediocridad y a someternos enteramente a la voluntad de Dios. Creer significa obedecer a Dios, someter nuestra voluntad a la suya, reconocerle como Señor y guía de nuestra vida. «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Luk_22:44). Para comprobar si la fe es auténtica basta ver si va acompañada de sumisión a Dios. Mediante esta sumisión el elegido se convierte en creyente, se despoja del espíritu mundano y se libera de su dominio, derriba el trono del propio ya egoísta y penetra en la zona de la influencia divina. Ama a Dios quien cumple su voluntad.

No bastan la profesión de fe ni los ejercicios externos de piedad. Con este precepto terminante, Santiago da testimonio, una vez más, de la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo (d. Mat_7:21).

A la sumisión a Dios tiene que corresponder la renuncia a Satanás. No puede concebirse un compromiso entre Dios y Satán. El hecho de ser cristiano lleva consigo necesariamente la lucha contra las incesantes tentaciones y amenazas de Satán. Nadie puede sustraerse a esta lucha, porque nadie puede servir a dos señores (Mat_6:24). O Dios o Satán. Pero quien se ha decidido por Dios enteramente y sin reservas, no está solo. Dios le asiste, le cubre con la armadura de su invencible poder 52, «Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Rom_8:31). No solamente es invencible, sino que la experiencia le enseñará que Satán se retira, porque ante el poder de Dios tiene que reconocer el fracaso de sus intrigas y confesar su impotencia.

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52. Cf. 1Th_5:8; Eph_6:1 ss; Rom_13:14.

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8 Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; los que obráis con doblez, purificad los corazones. 9 Reconoced vuestra miseria; lamentaos y llorad. Que vuestra risa se convierta en llanto y vuestra alegría en tristeza.

También aquí es preciso precaverse de una falsa seguridad. La conversión a Dios no es tan sólo una decisión del espíritu. Tiene que manifestarse en la oración. El que quiere convertirse necesita orar, y su conversión se renueva continuamente gracias a la oración. En la oración tenemos acceso al amor de Dios; en ella nuestra entrega se traduce en confianza, en súplica, en obediencia, en acción de gracias y en alabanza. Dios responde a la oración que brota de un corazón sincero, Se acerca al creyente que incrementa continuamente su comunión de amor con Dios y experimenta con alegría y agradecimiento las riquezas de la benevolencia divina. Pero la oración tiene que brotar de un corazón puro, porque sólo el inocente, el que está sin pecado, puede acercarse al Dios santo 53. Por eso es necesario apartarse de la mediocridad y de los sentimientos mundanos. Hay que poner fin al mariposear indeciso entre Dios y el mundo, que es signo de falta de fe, y convertirse decididamente a Dios. El poder de Satán se funda en la impotencia de la oración tibia y de la fe vacilante. La lejanía de Dios se debe a la indecisión e incredulidad del hombre, no a la omnipotencia de Dios ni a su infinita superioridad sobre el mundo. Es ésta una idea interesante para quien quiera tomar en serio su fe.

Solo una consecuencia es posible: reconocer la miseria de la propia situación y arrepentirse sinceramente. Una actitud escéptica y melancólica no sirve para nada. Eso es lo que quiere significar la acumulación y la gradación de las exhortaciones a la penitencia y a la conversión. ¡Cuánta miseria se oculta con frecuencia tras la máscara de la satisfacción mundana, de la agitación! ¡Cuántas veces se llega a un vil compromiso con esa miseria, de la cual en definitiva, siendo sinceros, no se quiere de ningún modo salir! Si se quiere dejar de ser esclavo del propio yo, y sustraerse al dominio de Satán y acercarse a Dios, es preciso reconocer la propia miseria, aborrecerla y confesarla.

El advenimiento del reino de Dios presupone necesariamente la conversión y la penitencia (Mar_1:14s). Quien teme cumplir estos dos requisitos indispensables, permanecerá siempre vacilante y alejado de Dios.

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53. Cf. 3,5; Lev_21:21; Eze_40:46; Psa_24:3; Isa_1:16; Sir_38:10, Heb_12:14; 1Jo_3:3.

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10 Humillaos ante el Señor y os ensalzará.

Para eso es necesaria la humildad (cf. 4,6). Hay que desprenderse de sí mismo, cortar todos los vínculos que nos atan a los intereses personales egoístas y al espíritu de este mundo. Hay que reconocer la propensión al pecado, la miseria y la impotencia. Quien se conforma dócilmente a la voluntad de Dios, experimentará en su vida el principio fundamental de la redención: quien se busca a sí mismo, se pierde; quien, en cambio, se entrega a Dios, se encuentra a sí mismo (cf. Joh_12:25). Jesús expresó este principio con las siguientes palabras: «Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado» (Luk_14:11).

Pero para aceptar esta inversión de valores es necesario medir con la medida de Dios. Sólo quien cree podrá experimentar y verificar esta exaltación, porque juzga con los ojos de Dios, y se ve a si mismo, su propia vida y el mundo a la luz de Dios. Sabe, además, que la exaltación definitiva no tendrá lugar antes del retorno del Señor. Desde que el Señor murió, resucitó y subió a los cielos, esa reordenación final y definitiva está ya cerca, muy cerca. El fin influye ya en forma decisiva y profunda sobre el presente, que avanza rápidamente hacia la plenitud: «el juez está a las puertas» (Luk_5:9). Por eso nadie puede retrasar su conversión. Es preciso que cuanto antes, ahora mismo, tomemos la firme resolución de darnos por entero a Dios, porque la exigencia de Dios, la oferta que nos hace y nuestra miseria no toleran ninguna dilación. No se puede abusar del amor de Dios ni traicionarlo.

b) Pero, ante todo, no juzguéis (Luk_4:11-12).

11 No habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un hermano, o juzga a su hermano, habla mal de la ley y juzga a la ley. Y si juzgas a la ley, no eres cumplidor de la ley, sino su juez. 12 Uno es el legislador y juez: el que puede salvar o perder. Pero tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo?

Llega ahora Santiago al núcleo de esta perícopa: hablar mal unos de otros, juzgarse, condenarse, desacreditarse, llegando incluso a calumniar al hermano. Esta actitud puede esconderse tras una máscara de celo por la perfección del hermano y de la comunidad; pero, en realidad, brota de un corazón apegado a sí mismo, que no ama, y destruye toda comunión.

Evidentemente, hay motivo para estar preocupado y temer que este proceso de continua división, so capa de piedad, se convierta en un serio peligro para las comunidades. Santiago se esfuerza una vez más por superar este peligro (Luk_1:19-21.26s; Luk_3:1-4.12; Luk_5:9). Por eso designa estas habladurías, censuras, juicios y calumnias con expresiones duras: hablar mal y juzgar, lo que pretende es dejar al descubierto la verdadera intención de tales actos. Quien así procede, no presta ningún servicio a la justicia y santidad de Dios; al contrario, va contra la «ley regia», la «ley de libertad», contra el amor desinteresado y respetuoso del prójimo. Este mandamiento de Dios constituye el núcleo de todos los mandamientos, e incluye en sí todos los mandamientos de la segunda tabla (cf. 2,8-13; Dios dio a Moisés los diez mandamientos en dos tablas).

El que mira a su hermano sin amor y confiando en su propia justicia habla contra él, obra contra la voluntad de Dios y se opone a la «ley primordial» de Dios (Lev_19:15-18). Más aún, se erige en nuevo legislador, contra la ley de Dios, porque no gradúa sus juicios y sus acciones según la medida de Dios, sino según la medida de su propia justicia. Con esta presunción farisaica se desliga de la obligación fundamental de toda criatura de Dios, es decir, de la obligación de cumplir la voluntad del Señor, nuestro Dios. Niega, además, con altanería, el poder soberano que Dios tiene para determinar, con omnímoda libertad, el camino que hemos de seguir para salvarnos y para alcanzar la perfección. La vida y la muerte, la salvación o la desgracia de todos los hombres está tan sólo en manos de Dios.

Todos los que censuran los mandamientos de Dios y el camino que Dios ha trazado para salvarnos y quieren reformar la humanidad según los propios criterios, se colocan por encima de Dios. Muchos creen poder crear una Iglesia para una Iglesia de perfectos y justos utilizando como instrumentos una crítica sin miramientos, un realismo aparentemente inexorable y un radicalismo despiadado, pero chocan con la voluntad de Dios y con la voluntad de su enviado, humilde, que se entregó a la muerte por los pecadores. Todos los que fiándose de su propia justicia juzgan y condenan a los demás, en término se condenan y se juzgan a sí mismos, porque ¿quién puede ser justo ante la santidad infinita de Dios? ¿Quién puede negar sus pecados ante el divino juez? Dios juzga según la ley fundamental del amor misericordioso. ¿Y quién puede afirmar con la conciencia tranquila que ha cumplido a la perfección el mandamiento fundamental del amor al prójimo y que es realmente un «observador de la ley»? Si se aplica esta divina norma del amor al prójimo, ¿no resultan también hipócritas las conversaciones tan frecuentes entre nosotros, en que se murmura de la falta de amor, del egoísmo, del orgullo y dureza de corazón de nuestros hermanos en el cristianismo y en general de nuestro prójimo? ¿No sería mucho mejor para todos nosotros y para nuestras comunidades, si siempre que vamos a juzgar prematuramente nos preguntáramos: «Y tú ¿quién eres, que juzgas a tu prójimo?»



VII

CONTRA LA PRESUNTUOSA CONFIANZA EN Sf MISMO 4,13-5,6

Santiago utiliza aquí el lenguaje judicial de los profetas para atacar dos casos típicos del modo mundano de pensar y de proceder, que ya había fustigado en la precedente sección (cf. 3,15; 4,1-4): la excesiva confianza en sí mismo de los mercaderes, de miras puramente terrenales (4,13-17), y el egoísmo y la dureza de corazón de los jueces injustos (5,1-6). La exposición de los dos casos comienza con las mismas palabras: «Y ahora vosotros», que son una invitación a los interesados a someterse a Dios y a su señorío, que se manifestará en breve y los convencerá de lo estúpido de su actitud. En el trasfondo de estas amenazas proféticas hay una conciencia viva de la proximidad del juicio divino y del retorno de Cristo, pero el hecho de que esa máxima expectación del juicio final no se haya cumplido, no quita seriedad ni valor a las palabras de Santiago. Nadie que quiera tomar en serio su cristianismo, más aún, nadie que viva y actúe en este mundo, puede cerrar sus oídos a esta llamada, so pena de estrellarse contra Dios.

1. ¡AY DE LOS QUE CONFÍAN EN SÍ MISMOS! (4,13-17).

A) Sólo Dios es dueño del futuro (4,13-14).

13 Y ahora vosotros, los que decís: «Hoy o mañana iremos a tal ciudad y pasaremos allí el año; negociaremos y ganaremos.» 14 ¡Vosotros, precisamente, que no sabéis cómo será mañana vuestra vida! Sois vapor, que un momento aparece y al punto se disipa.

Los casos típicos de extravío mundano aquí citados no se refieren a individuos concretos de la comunidad, necesidados de convertirse. Lo que en realidad interesa a Santiago es mostrar en el ejemplo de estos hombres acaudalados y poderosos la insensatez del espíritu del mundo. Quien, en sus cálculos, prescinde de Dios y del carácter transitorio y efímero de la vida humana; quien hace planes sin acordarse de Dios y se siente seguro en el mundo, es un necio. No tiene en cuenta la experiencia palpable y evidente de la vida terrena: la impotencia del hombre ante el futuro. El hombre no sólo no puede disponer del futuro, sino que ni siquiera sabe lo que le traerá; no conoce el mañana. Esto es tan evidente que tras la fachada externa y aparente de seguridad se echa de ver la temeridad de sus planes y su insensatez y ofuscación. ¿Acaso el hombre por su propias fuerzas es algo más que vapor tenue, que al punto se disipa sin dejar rastro de sí? Según Santiago, no sólo es vanidad la vida en general, sino también el hombre, que hace planes para el tiempo futuro: no sois más que vapor.

A la luz de esta realidad que todo lo ilumina, hay que medir todo lo que en el mundo tiene categoría y nombre, poder y riqueza, influencia e importancia. Con esta medida podemos liberarnos de la envidia, de la codicia, de la amargura y de la falta de fe, y podemos valorar las cosas en su justo valor. Con esta medida hemos de medir también nuestros planes y objetivos, nuestra concepción de la vida. Entonces es fácil sacar la consecuencia de que sólo Dios puede dar la seguridad. Quien no cuenta siempre con Dios, es un necio, un vapor que al punto se disipa.

b) Pecado de la presuntuosa confianza (4,15-l7).

15 Debíais, por el contrario, decir: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.» 16 Pero ahora os jactáis de vuestras fanfarronerias. Toda esta jactancia es mala. 17 Pues el que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.

Pero eso no es motivo para dejar que las cosas sigan su curso. Precisamente porque el tiempo futuro es incierto y misterioso, debemos poner nuestra confianza en Dios, someternos por entero a su voluntad y a su providencia. Esta sumisión humilde a la voluntad del omnisapiente Creador y Señor nos libera de la insensata confianza en nuestras propias fuerzas y de la actividad infatigable con que esperamos alcanzar la felicidad. Sabemos que estamos bien guardados por la voluntad salvífica del Padre, que vela por todo, por lo grande y por lo pequeño, por lo sublime y por lo insignificante (cf. Mat_6:25-34). Sabemos también que todas las adversidades, incluso la cruz, cooperan al bien (Rom_8:28). La frase «si el Señor quiere», se transforma paulatinamente en «como Dios quiera»; la providencia de Dios ocupa el lugar de los propios planes y objetivos. Sólo Dios puede dar la plenitud de vida, que el hombre espera para el futuro y quiere alcanzar con su esfuerzo, y la dará a los que se dejan guiar por él.

¿Por que, pues, son tantos los que, debiéndolo todo a Dios, le rehúsan su amor y quieren dominar el futuro y correr tras la vida con sus propias fuerzas? ¿Por qué somos tan propensos a atribuirnos todo lo bueno que hay en nuestra vida, a gloriarnos de nuestra habilidad, de nuestra fuerza y perspicacia, de nuestra previsión y de nuestros éxitos? ¡Como si todo esto lo debiéramos tan sólo a nuestro esfuerzo! ¿Por qué muchos piensan incluso que la piedad sólo es una forma de evasión ante la dureza del mundo, un intento de compensar la propia ineptitud y debilidad, una señal de la propia angustia y debilidad? «¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué presumes como si no lo hubieses recibido?» (1Co_4:7).

En realidad, esta presunción no es sino jactancia y, por tanto, un pecado, porque menoscaba la gloria de Dios, le niega la debida gratitud, y coloca el propio yo en el lugar de Dios, tributándole un culto, un incienso idolátrico. «Mi voluntad», «mi mérito», «mi honor», en lugar de «tu gracia», «tu voluntad», «tu honor», es el modo de hablar de las personas que Santiago declara culpables. No es de extrañar que este proceder atraiga el juicio de Dios.

Esta audacia no sólo es insensata, sino peligrosa. Está sometida al juicio. Santiago termina este grupo de versículos con una observación de carácter general: Quien obra contra su ciencia y su conciencia, peca. Con esta conclusión quiere Santiago evitar que se dé a lo anterior una interpretación torcida, como si sólo se refiriese a las personas del mundo, a los que están fuera de la Iglesia. También el cristiano está expuesto continuamente al peligro de actuar confiando excesivamente en sí mismo, de actuar temerariamente. La forma más sutil de esta altiva arrogancia es el orgullo espiritual, combatido en varios pasajes de su carta (1,9 ss; 1,26; 2,1 ss; 3,1s.9-18; 4,11). Una vez más se echa de ver que Santiago quiere tender un puente sobre la grieta entre la fe y la vida, quiere que la profesión de fe vaya madurando hasta convertirse en actividad inspirada por la fe. Lo único que puede salvarnos es vivir la fe, cumplir la voluntad de Dios.



Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



Capítulo 4.



Las Pasiones Engendran la Discordia, 4:1-12.
Aquí el autor sagrado pasa a considerar la ambición o el deseo de riquezas, que, como dice San Pablo 1, es la raíz de todos los males. Esa ambición produce discordias entre los cristianos, por lo cual Santiago arremete contra esta auri sacra fames en todo este capítulo y en parte del siguiente 2. En toda esta sección expone las causas que motivan las discordias entre los cristianos. Por una parte está la envidia de los pobres (v.1-12); por otra, la avaricia desmesurada de los mercaderes (v. 13-17), y, en fin, la injusticia de los ricos (5:1-6).



Las causas que motivan la discordia son, 4:1-3.
1 ¿Y de dónde entre vosotros tantas guerras y contiendas? ¿No es de las pasiones, que luchan en vuestros miembros? 2 Codiciáis, y no tenéis; matáis, ardéis en envidia, y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra, y no tenéis porque no pedís; 3 pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones.

La verdadera sabiduría produce la paz. Mas esta paz es frecuentemente turbada en las comunidades cristianas por las querellas y los conflictos. La causa de todo esto son Zas pasiones desordenadas, la concupiscencia (çäïíÞ), que tiene su sede en la parte inferior del cuerpo humano, es decir, en nuestros miembros, de los cuales se sirve como instrumentos para engendrar la lucha dentro de nosotros mismos (v.1). Esta lucha íntima fue experimentada también por San Pablo 3. El objeto de la concupiscencia son los placeres y los deleites de los sentidos y la comodidad de la vida. Para satisfacer éstos se necesitan bienes terrenos, como dinero, vestidos, joyas, los cuales se desean con avaricia y se buscan por todos los medios.
La concupiscencia que no es domada provoca las guerras y las contiendas. Estas provienen de la codicia de bienes que no se poseen y se desean ardientemente. Entonces nacen la envidia4 y los celos. Pero como ni con esto se obtiene lo que se desea, surge entonces la irritación, el litigio, que pueden llevar a actos de hostilidad (v.2). El análisis psicológico de Santiago es muy hermoso.
El motivo de no obtener lo que se desea es la falta de la verdadera oración. No se dirigen a Dios con las verdaderas disposiciones de la oración impetratoria. Dios da a todos generosamente5, a condición de que se lo pidamos 6. Pero esta petición hay que hacerla con buena intención (í.3). Santiago dice a sus lectores que piden los bienes codiciados con mala intención, no para sostener la fragilidad humana, sino para satisfacer sus incontrolados placeres (San Beda). Muchos fieles no cumplían el mandato del Señor: Buscad ante todo el reino de Dios y su justicia7, sino que buscaban la abundancia para satisfacer sus pasiones. Los bienes terrenos pueden ser objeto de oración. Nuestro Señor en el Padre nuestro nos manda pedir el pan cotidiano y demás bienes de la tierra necesarios para la vida, pero en el supuesto de que no nos resulten nocivos 8. Se pueden pedir bienes temporales en la oración con tal de que se haga con recta intención, o sea para mejor cumplir la voluntad de Dios, pues, como dice la 1 Jn, si pedimos alguna cosa conforme con su voluntad, El nos oye. 9



La segunda causa de discordias: el amor del mundo,
4:4-6.


4 Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemiga de Dios? Quien pretende ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. 5 ¿O pensáis que sin causa dice la Escritura: El Espíritu que mora en vosotros se deja llevar de la envidia? 6 Al contrario, El da mayor gracia. Por lo cual dice: Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes da la gracia.

Aquí inicia el autor sagrado una severa requisitoria contra aquellos que, siguiendo las pasiones, abandonan a Dios, esposo de las almas, para cometer adulterio con el mundo. Los cristianos sometidos a los placeres terrenos cometen un adulterio espiritual. En el Antiguo Testamento, la alianza de Yahvé con el pueblo elegido es representada frecuentemente bajo la imagen del matrimonio: Dios es el esposo; Israel, la esposa. Si ésta es infiel al pacto, Dios le reprocha llamándola adúltera 10. También Jesucristo llamó adúltera a la generación judía que no lo quería reconocer como Mesías . San Pablo llama a Cristo esposo y cabeza de la Iglesia 12. Lo que se aplicaba al pueblo elegido, se podía aplicar a los cristianos, verdaderos sucesores del auténtico Israel
Santiago afirma claramente que no se puede ser amigo del mundo y, al mismo tiempo, amigo de Dios. Los compromisos son imposibles entre estas dos potencias adversas. Es necesario decidirse por el uno o por el otro. Esta enseñanza es el eco de aquellas palabras de Cristo: Nadie puede servir a dos señores, a Dios y a Mammón.13 La hostilidad irreductible entre Cristo y el mundo es afirmada por nuestro Señor mismo 14. Y lo mismo enseña San Juan en su primera epístola 15.
El autor sagrado confirma a continuación su pensamiento con una prueba escriturística: ¿ O pensáis que sin causa dice la Escritura: Con ardiente celo, (Dios) ama el espíritu que ha hecho habitar en nosotros? (í.5). Sería una cita tomada de Gen_2:7, y que también estaría inspirada en la idea expresada frecuentemente en la Biblia de que Dios ama con amor celoso a los hombres 16. La versión que adoptamos nos parece ser la más conforme con los mejores códices griegos. La Vulgata, a la cual sigue Nácar-Colunga, considera el espíritu como sujeto. Sería el Espíritu Santo, que habita en nosotros 17, y nos desearía con ardiente celo. Pero, en este caso, ¿a qué texto bíblico aludiría? Creemos que es mejor considerar a Dios como sujeto de la frase. El es el místico Esposo de nuestras almas, y ama, hasta sentir celos, el espíritu humano que ha infundido en nosotros con su soplo creador, pues Dios es el único dueño del hombre por razón de la creación.
Este texto, considerado una crux ínterpretum, ha dado origen a muy diversas explicaciones y conjeturas. La más interesante es, sin duda, la propuesta por Wettstein, el cual cree que se dio una confusión entre las palabras ðñüâ ö3üíïí = ad invidiam, con ardiente celo, y ðñïò ôïí èåüí = versus Deum, que sería la lección original. En cuyo caso habría que traducir: hacia Dios dirige sus anhelos el espíritu que (El) hizo habitar en nosotros. Esta corrección textual correspondería perfectamente con el contexto, y provendría de dos textos bíblicos combinados 18. Tiene, sin embargo, el inconveniente que no coincide bien con lo que sigue.
Dios quiere para sí solo todo el amor del hombre y no soporta que lo divida con el mundo. Por el hecho de amarnos Dios con amor tan ardiente, nos otorga una mayor gracia (v.62), a fin que podamos llevar a la práctica una cosa tan difícil. El hecho de que Dios exija la totalidad de nuestro amor es difícil de cumplir, porque el mundo nos incita con sus atractivos. Pero mayor es la gracia con la que Dios fortalece al hombre para que se entregue plenamente al servicio de Dios. El comparativo ìåßæïíá ha de entenderse, en este caso, en sentido absoluto. Esto nos recuerda ciertos pasajes de los profetas, en que Israel, a pesar de haberse prostituido, es tan amado de Yahvé que incluso le promete una bendición más abundante, una gloria aún mayor 19.
El recuerdo de la gracia trae a la mente del autor sagrado un texto bíblico que habla de este don divino que Dios concede a los humildes: Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes da la gracia (v.6b). La cita pertenece al libro de los Proverbios,Gen_3:34, aducida según la versión de los LXX 20. La gracia que Dios da a los humildes debe entenderse, en el texto de los Proverbios, de un favor divino que no es sólo espiritual, sino también temporal. Porque Dios maldice la casa de los malvados y bendice la de los justos. Pero Santiago entiende el texto en un sentido más profundo 21, más en conformidad con el Nuevo Testamento 22.
Los soberbios son los amadores del mundo, a los cuales niega su gracia y benevolencia y les prepara un castigo eterno. Los humildes representan aquellos que responden a la llamada divina, se someten totalmente a su voluntad y confían en El. A éstos les da su gracia, los llena de bienes como a amigos carísimos y les tiene reservada la bienaventuranza eterna.



La tercera causa de discordia: el orgullo,Gen_4:7-10.
7 Someteos, pues, a Dios y resistid al diablo, y huirá de vosotros. 8 Acercaos a Dios, y El se acercará a vosotros. Lavaos las manos, pecadores, y purificad vuestros corazones, almas dobles. 9 Sentid vuestras miserias, llorad y lamentaos; conviértase en llanto vuestra risa, y vuestra alegría en tristeza. 10 Humillaos delante del Señor y El os ensalzará.

Para conseguir esa gracia superabundante hemos de humillarnos delante de Dios, someternos a su santa voluntad, y de este modo venceremos al diablo (v.7). Santiago no dice explícitamente con qué armas hemos de vencer al diablo, porque esto lo suponía bien sabido de los cristianos, a los cuales se dirige. Al diablo se le debe vencer con el escudo de la fe y con la práctica de la humildad y demás virtudes cristianas. El diablo no tiene poder sobre nosotros sino en la medida en que nosotros se lo permitamos. Si obramos bien y estamos sometidos a Dios, no podrá hacer nada contra nosotros y huirá. A este propósito dice muy bien Hermas: No temáis al diablo. El diablo no puede otra cosa que causar miedo, pero es un miedo vano. No temáis, y huirá lejos de vosotros. No puede dominar a los siervos de Dios, que ponen toda su esperanza en Dios. Puede combatir, pero no vencer. Si, pues, vosotros le resistís, huirá lejos de vosotros confundido. 23
Huir del demonio es acercarse a Dios, el cual nos dará su gracia para poder resistir al mal. A Dios nos podremos acercar mediante los afectos de nuestra alma, y principalmente por medio de la oración, que penetra hasta el mismo trono de Dios 24. Dios se acercara a nosotros (v.8) mediante sus favores y sus especiales auxilios, a fin de socorrernos en los momentos de peligro 25. Pero, si queremos que Dios esté a nuestro lado, hemos de esforzarnos por purificar nuestras acciones lavaos las manos y por purgar nuestros afectos internos vuestros corazones , obrando con recta intención 26, y entonces desaparecerá la duplicidad del alma pecadora. El autor sagrado se refiere a la purgación del alma de todas las manchas contraídas por la amistad con el mundo y a la total renuncia al espíritu mundano.
Condición preliminar para la conversión es el reconocer y sentir la propia miseria moral 27. Santiago insiste sobre los signos que manifiestan externamente la compunción interior, como era usual entre los orientales. En la Biblia se invita con frecuencia a cambiar la alegría profana en llanto saludable de penitencia28. Es mejor para el alma practicar el espíritu de compunción, que la conducirá a Dios, que abandonarse a las alegrías mundanas, las cuales hacen al alma olvidarse de Dios. Jesucristo expresa las mismas ideas en el sermón de la Montaña cuando declara bienaventurados a los que lloran, porque ellos serán consolados 29. El autor sagrado, al aconsejar a los fieles que se aflijan y lloren, no les pide que supriman toda alegría moderada o todo goce inocente, sino que quiere señalar a los hombres mundanos lo que deben hacer para recuperar el favor divino. Como penitentes que rechazan lo que hasta entonces habían amado, han de imitar al publicano del Evangelio, que, estando en el templo, no se atrevía a levantar los ojos al cielo y hería su pecho diciendo: ¡Oh Dios, sé propicio a mí, pecador! 30 Esta humildad, provocada por el conocimiento de su miseria, le valió la justificación.
En lugar de gozar orgullosamente de la vida, han de humillarse delante del Señor, y El los ensalzará (v.10). El Señor se complace en habitar con el humilde 31. El tema de la exaltación del humilde se encuentra frecuentemente en la Biblia32. En nuestro pasaje se trata de una exaltación espiritual y moral, con la perspectiva del premio en la vida futura. De esta exaltación había hablado ya nuestro Señor en el Evangelio 33. Se trata de la exaltación que supone el ser hijo de Dios, participante de la vida de la gracia y heredero de la vida eterna.



Cuarta causa de discordia: la maledicencia,Gen_4:11-12.
11 No murmuréis unos de otros/hermanos; el que murmura de su hermano o juzga a su hermano, murmura de la Ley, juzga la Ley. Y si juzgas la Ley, no eres ya cumplidor de ella, sino juez. 12 Uno solo es el legislador y el juez, que puede salvar y perder. Pero tú, ¿quién eres para juzgar a tu prójimo?

El hagiógrafo vuelve a hablar de los pecados de la lengua 34, porque entre los males provocados por las pasiones en las comunidades cristianas tenía especial importancia la difamación. El autor sagrado pone en guardia a los fieles contra los juicios temerarios y la difamación del prójimo, que tienen su origen en el resentimiento y en la envidia. Uno de los motivos que debe disuadir a los cristianos de hablar mal y de hacer juicios injuriosos del prójimo es la reverencia debida a la ley y a su autor. Hablar mal o juzgar desfavorablemente a un hermano equivale a menospreciar la ley cristiana, y principalmente la ley de la caridad 35. El detractor del prójimo rebasa el terreno que le pertenece e invade el de Dios, único juez supremo y legislador universal36. Dios es el único que puede arder el alma y el cuerpo en la gehenna 37, así como también librar 1 hombre de ella. Por eso, el hombre, que no es nada delante de Dios, cuando juzga a su prójimo poco caritativamente, se deja llevar de la soberbia y de la ambición. La humildad es el verdadero fundamento de la caridad.



Advertencia a los ricos, 4:13-5:6.
Santiago ataca con fuerza en esta sección a los comerciantes y a los ricos, que, con orgullosa presunción e independencia de Dios, creían que podían disponer del futuro a su antojo. Este vicio provenía de la codicia de las cosas terrenas y del desprecio de las celestiales. Esta es la razón de que les dirija una serie de advertencias. Las advertencias van dirigidas especialmente a los comerciantes cristianos, que en sus negocios todo lo esperaban de su habilidad, sin recurrir para nada a Dios y sin tener cuenta de El. El lanzarse a empresas comerciales para sacar grandes ganancias conviene muy bien a judeo-cristianos que amaban el mundo y envidiaban a los ricos. Los judíos fueron desde los tiempos de Alejandro Magno especialistas en el comercio 38.



Los proyectos de los comerciantes son efímeros, 4:13-17.
13 Y vosotros los que decís: Hoy o mañana iremos a tal ciudad, y pasaremos allí el año, y negociaremos, lograremos buenas ganancias, 14 no sabéis cuál será vuestra vida de mañana, pues sois humo, que aparece un momento y al punto se disipa. 15 En vez de esto debíais decir: Si el Señor quiere y vivimos, haremos esto o aquello. 16 Pero de otro modo os jactáis fanfarronamente, y esa jactancia es mala. 17 Pues al que sabe hacer el bien y no lo hace, se le imputa a pecado.

El autor sagrado nos presenta a los comerciantes discutiendo entre sí los planes a realizar. Todo lo preparan cuidadosamente. Piensan que todo les saldrá a pedir de boca, y ya proyectan grandes planes para el futuro (v.13), sin tener en cuenta la brevedad de la vida y la ayuda divina. La tendencia de los judíos al comercio ya era proverbial en aquel tiempo. Santiago no condena el comercio en cuanto tal, sino que reprende a los comerciantes cristianos por el espíritu mundano que manifestaban en sus ambiciosos planes. Se duele de que obren sólo por el afán de lucro y se olviden totalmente de la Providencia divina. Por eso, Santiago les invita a reflexionar sobre la caducidad de la vida (v. 14). Los comerciantes, de los que se habla aquí, olvidan que el mañana no les pertenece. El futuro está únicamente en manos de Dios. Aunque el hombre propone, es Dios el que dispone. Por cuya razón, la conducta de esos fieles es insensata, como la del rico de la parábola 39, que, habiendo tenido una buena cosecha, pensaba que ya tenía reservas para muchos años, prometiéndoselas muy felices y descansadas. Pero aquella misma noche oyó la voz del Señor, que le decía: Insensato, esta misma noche te pedirán el alma, y todo lo que has acumulado, ¿para quién será?
Si, pues, el hombre es como humo, que aparece un momento y al punto se disipa, no ha de hablar con tanta arrogancia, como lo hacían los mercaderes de nuestra epístola, sino con humildad y modestia, pensando en la brevedad de la vida y en la dependencia que tenemos de Dios.
Consideraciones e imágenes semejantes a estas del Evangelio y de la epístola de Santiago las encontramos con frecuencia en los libros Sapienciales 40.
A la actitud insensata de los comerciantes, el hagiógrafo opone la actitud de la sabiduría cristiana, es decir la sumisión a la voluntad de Dios (v.15). La recomendación que hace Santiago está inspirada en la fe sobre la Providencia divina. Se encuentra frecuentemente en San Pablo la misma fórmula u otras semejantes 41. Sin embargo, los comerciantes, en lugar de someterse a Dios, se complacen de su habilidad en los negocios y en sus grandiosos proyectos comerciales. Esta complacencia mundana es mala, porque prescinde totalmente de Dios (v.16) y se atribuye a sí misma los éxitos habidos en sus negocios. San Juan 42 considera la soberbia de la vida como una de las tres pasiones fundamentales de las que provienen todos los vicios del mundo.
Santiago concluye con una máxima general (v.17), como es frecuente en él43. Los hombres que conocen sus deberes y no los cumplen pecan. Y los fieles a los que se dirige el hagiógrafo conocen la fragilidad de la vida humana, la existencia de la Providencia y lo que deben hacer. Pero no lo hacen. Y nada aprovecha para la salvación el conocer sus obligaciones si no se ponen en práctica. Al contrario, este conocimiento será motivo de mayor pecado y castigo. Son, por lo tanto, inexcusables. Jesucristo también expresa en diversas ocasiones esta misma idea44; y San Pablo la desarrolla en la epístola a los Romanos 45 a propósito de la Ley.

1 1Ti_6:10. 2 Sant 4:1-5:6. 3 Rom_7:23; cf. 1Pe_2:11. 4 El verbo öïíåýåôå = matáis (Vulgata: occiditis), si se conserva tal como se encuentra en toda la tradición manuscrita, habría que interpretarlo en sentido metafórico: odiar (cf. 1Jn_3:15). Pero una tal significación no es propia del verbo öïíåýù. Por eso, muchos autores modernos, siguiendo a Erasmo, suponen la existencia de una corrupción muy antigua del texto, el cual sería originariamente ö3ïíåÀôå = envidiáis, y no öïíåýåôå. De este modo se obtiene un sentido y una gradación excelentes: Codiciáis, y no tenéis; envidiáis, y ardéis en celos, y no alcanzáis nada. (Chaine, Charue, Belser, Spitta, Dibelius). 5 Stg_1:5. 6 Mat_7:7. 7 Mat_6:33. 8 Mat_7:7-11; Lev_11:9-13. 9 1Jn_5:14 10 Cf. Os 1-3; Is 1:21; Jer_3:7-10; Ez 23; Cant iss. En el griego tenemos ìïé÷áëßäåò = = adúlteras, en femenino, no porque Santiago se dirija sólo a las mujeres, sino porque habla, según el Antiguo Testamento, en el que Israel era la esposa de Dios, y con frecuencia la posa era adúltera. Y como en el Nuevo Testamento el pueblo cristiano y cada fiel ocupan el lugar de la esposa, de ahí que sean llamados ìïé÷áëßäåò. 11 Mt 12:39; 16:4; Mar_8:38. 12 Efe_5:22S; 2 Cor 11:2. 13JMt6:24. 14 Jua_7:7 ; Jua_12:31-43; Jua_14:17; Jua_16:11. 15Jua_2:153. 16 Exo_20:5; Deu_5:9; Jos_24:19; Isa_9:6; Zac_1:14; Zac_8:2. A propósito de este versículo se puede Coppieters, La signification et la provenance de la citation de Jac 4:5: RB 12 (1915) J. Jeremías, lac 4:5: epipothei: ZNTW (1959) 137ss. 17 La Vulgata, por su parte, lee êáôþêçóåí = habitat (de êïôôïéêÝù); en cambio, los códices BSA 33 y Hermas (Mand. 3:1; Símil. 5:6:5) leen êáôþêéóåí = habitare fecit, de êïðïêßæïï, que parece ser la mejor lección. 18 Sal_42:2 y Ecl_12:7. 19 Isa_44:1-10; Zac_1:14-17. 20 Gf. 1Pe_5:5. 21 Cf. Stg_1:2.9.12; 5.10. 22 Lc 1.51; Stg_14:11; Mat_23:12. 23 Mand. 12:4:6; 12:5:2. 24 Eco_35:21. 25 Deu_4:7; Jer_29:12-14; Sal_145:18. 26 Cf. Jer_7:3; Sal_24:3s. 27 La Vulgata traduce el griego ôáëáéðùñÞóïôôå por misen estote; sin embargo, es mejor entenderlo en sentido reflexivo de sentid vuestras miserias (Nácar-Colunga). 28 Amo_8:10; Pro_14:13; Tob_2:6. 29 Mat_5:4; cf. Luc_6:21-25; Jua_16:20. 30 Luc_18:13. Cf. J. Hausherr, Penthos: la doctrine de la componction dans l'Orient chrétien: Orientalia Christiana Analecta (Roma 1944) p. 132133. 31 Isa_57:15. 32 1Sa_2:73; Pro_3:34; Pro_29:23; Eze_17:24; Job_5:11; Eco_3:20; Lev_1:52. 33 Mt 23:12; Lev_14:11; Lev_18:14; 1Pe_5:6. 34 Cf. Stg_1:26; Stg_3:1-12. 35 Stg_1:25; Stg_2:8.12. 36 H. Willmering, o.c. IV P-413- Cf. 1Sa_2:6; 2Re_5:7; Deu_32:39. 37 Mat_10:28. 38 J. Chaine, o.c. p.iog. 39 Luc_12:13-21. 40 Pro_27:1; Job_7:7; Sal_144:4; Eco_18:8s; Sab_5:9-14. 41 1Co_4:19; 1Co_16:7; Rom_1:10; Rom_15:32; Hec_18:21; Heb_6:3. Cf. Teófilo García De Orbiso, o.c. p.185-186; A. J. Festugiére, L'idéal religieux des Crees et Vévangile (París 1932) p.Iois.Ióis. En el v.15 existe una pequeña diferencia entre el texto griego y la Vulgata. Esta dice: Si dominus voluerit, et si vixerimus, faciemus hoc aut illud. El griego, en cambio, dice: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello. La lección del griego está atestiguada por los mejores códices y ha de ser preferida. 42 1Jn_2:16. Cf. Isa_23:16; Eclo 26:29-28:2. 43 Sant 1:12; 2:13; 3:18. 44 Luc_12:47; Jua_9:41; Jua_15:22.24. 45 3:20; 4:15; 5:20. Cf. 1Co_15:56; Gal_3:19.


Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



26 (VIII)
Causas de los conflictos; re(-)medios (4,1-12). Puesto que las faltas de la lengua (3,2-12) y la falsa sabiduría (3,13-16) provocan contiendas en la comunidad, Santia(-)go pasa en este momento a considerar las cau(-)sas fundamentales (4,1-6) y los remedios (4,7-10) de esa situación, concluyendo con una consideración de la ley y el juicio (4,11-12). 1. guerras y contiendas: Las dos palabras gr. apa(-)recen a menudo juntas en el sentido figurado de discusiones, disputas y cosas semejantes. Contrastan llamativamente con la última pala(-)bra de la sección precedente, «paz», vuestras pasiones: Lit., «vuestros placeres» (véase Tit 3,3). 2. La generalidad del v. 1 queda ahora es(-)pecificada mediante ejemplos concretos, por(-)que no pedís: Eco, en forma negativa, de las ex(-)hortaciones evangélicas sobre la oración (Mt 7,7-11 par.; Mc 11,24; Jn 14,13-14; 1 Jn 3,22). 3. pedís mal: El planteamiento correcto de la oración se indica más adelante (4,7-10). Véan(-)se también 1 Jn 5,14; Mt 6,33. (Sobre la ora(-)ción en Sant, véanse también 1,5-8; 5,13-18 y los comentarios correspondientes.) 4. adúlte(-)ros: Este epíteto sorprendentemente duro es reflejo de la presentación que los profetas del AT hacían de la infidelidad a Dios como adul(-)terio (Jr 3,9; Ez 16; Os 3,1), y quizá se haga eco del uso de Jesús (Mt 12,39; 16,4; Mc 8,38). mundo: Véase el comentario a 1,27. se consti(-)tuye en enemigo de Dios: El estado de enemis(-)tad entre Dios y los hombres no es como el que se da en unas relaciones humanas ordinarias, porque la actitud permanente de amor por parte de Dios no se ve interrumpida por dicho estado.
275. la Escritura dice: En el AT no es po(-)sible encontrar un texto así. Santiago tal vez esté citando una obra apócrifa o una variante perdida de una versión gr. del AT. el espíritu: Se trata de la íntima vida divina infundida en el hombre en el momento de su creación (véase 2,26). 6. Dios resiste a los soberbios y da su gra(-)cia a los humildes: Sant cita Prov 33,4 LXX en el v. 6, y luego pasa a comentar este texto y a aplicarlo en los w. 7-10 -procedimiento que L. Alonso Schókel llama «anuncio de tema» (Bib 54[1973] 73-76)-. 7-10. Estos versículos, con sus 10 imperativos, constituyen un desarrollo sumamente estructurado basado en Prov 33,4 (véase Davids, James 165). El hecho de que 1 Pe 5,5-9 cite el mismo pasaje de Prov en un contexto parecido de sometimiento a Dios y de rechazo del diablo es un excelente ejemplo de la dependencia de estas dos cartas (y de otros escritos cristianos primitivos) respecto a un repertorio común de parénesis basada en la Escritura. 10. humillaos ante el Señor y él os ensalzará: La primera parte de este versículo forma una inclusión unifícadora con el v. 7. El versículo en su conjunto se hace eco de la en(-)señanza de Jesús (Mt 23,12; Lc 14,11; 18,14).

28 11-12. El tema de los pecados de pala(-)bra, ya tratado en 1,26 y 3,2-10, se retoma en co(-)nexión con el juicio sobre los demás, puesto que estas maneras de proceder también contribu(-)yen a los conflictos dentro de la comunidad. Por su vocabulario y estructura, estos dos versículos constituyen una sección independiente y per(-)fectamente unificada. 11. hermanos: El término «afectuoso» contrasta con el duro «adúlteros» precedente (v. 4). el que habla mal de un herma(-)no o juzga a su hermano: El juicio hecho contra los demás es objeto de censura en otros lugares del NT (Mt 7,1-5; Lc 6,37-42; Rom 2,1; 14,4.10), pero sólo en este texto de Sant se aduce como motivo de dicha censura esta razón: que eso es hablar mal de la ley y juzgar a la ley. La «ley» a la que uno juzga al hablar contra un hermano es «el segundo gran mandamiento», el amor al prójimo (véase 2,8). 12. salvar y perder: Véanse Mt 16,25; Lc 6,9; en el AT, Dios es el que mata y hace vivir (Dt 32,39; 1 Sm 2,6; 2 Re 5,7). pero ¿quién eres tú?: Esta pregunta retórica pone de relieve la enormidad de la presunción oculta en la costumbre tremendamente común de juzgar al prójimo. Tal persona prácticamente ha «usur(-)pado el papel de Dios» (Davids, James).
29 (IX) Contra el engreimiento mer(-)cantil (4,13-17). Este pasaje y el siguiente (5,1-6) son paralelos por cuanto ambos tienen idéntica introducción -«Ahora bien» (age nyn)y emplean el estilo directo. Difieren en que 4,13-17 es una reprensión enérgica, probable(-)mente dirigida a cristianos, mientras que 5,1-6 es una durísima condena de los ricos opreso(-)res, que al parecer no son considerados como cristianos. 13. Aunque puede parecer que este versículo introduce un brusco cambio de tema, cabe considerarlo como un desarrollo de la pregunta precedente, «¿quién eres tú?». 14. vo(-)sotros que no sabéis qué será de vuestra vida el día de mañana: Véanse Prov 27,1; Mt 6,34.


La queja de la carta no es contra la industria y el comercio como tales, sino contra una falsa sensación de seguridad, sois una niebla: Esta imagen de la naturaleza frágil y transitoria de la existencia humana es común en el AT (Sal 39,6.7.12; Sab 2,1-5). aparece... desaparece: En griego, esto constituye un juego de palabras (phainomené... aphanizomené).15. si el Señor quiere: Expresiones parecidas a esta famosa conditio Jacobaea eran de uso corriente entre los primitivos griegos y romanos. La fórmula no aparece en el AT ni en los escritos rabínicos. Al parecer fue tomada del uso pagano y «cris(-)tianizada» por los autores del NT. Está expre(-)sada en el habitual inshallah musulmán. 17. Este «consejo para malvados» concluye con un proverbio sucinto, semejante a Lc 12,47; Jn 9,41; 15,22.24. Es una expresión más abstracta de la verdad de que la fe sin obras está muerta (2,26).

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter IIII.

1 Wee are to striue against couetousnesse, 4 intemperance, 5 pride, 11 detraction, and rash iudgement of others: 13 and not to bee confident in the good successe of worldly businesse, but mindfull euer of the vncertaintie of this life, to commit our selues, and all our affaires to Gods prouidence.
1 From whence come warres and [ Or, brawlings.] fightings among you? come they not hence, euen of your [ Or, pleasures.] lusts, that warre in your members?
2 Ye lust, and haue not: yee kill, and desire to haue, and cannot obtaine: yee fight and warre, yet yee haue not, because ye aske not.
3 Ye aske and receiue not, because ye aske amisse, that yee may consume it vpon your [ Or, pleasures.] lusts.
4 Ye adulterers, and adulteresses, know yee not that the friendship of the world is enmity with God? whosoeuer therefore will be a friend of the world, is the enemy of God.
5 Doe ye thinke that the Scripture saith in vaine, the spirit that dwelleth in vs lusteth [ Or, enuiously.] to enuy?
6 But he giueth more grace, wherefore he saith, [ Pro_3:34; 1Pe_5:5.] God resisteth the proude, but giueth grace vnto the humble.
7 Submit your selues therefore to God: resist the deuill, and hee will flee from you.
8 Draw nigh to God, and hee will draw nigh to you: cleanse your hands ye sinners, and purifie your hearts yee double minded.
9 Bee afflicted, and mourne, and weepe: let your laughter be turned to mourning, and your ioy to heauinesse.
10 Humble your selues in the sight of the Lord, and he shall lift you vp.

[Euill reioycing.]

11 Speake not euill one of another (brethren:) he that speaketh euill of his brother, and iudgeth his brother, speaketh euill of the Law, and iudgeth the Law: but if thou iudge the Law, thou art not a doer of the Law, but a iudge.
12 There is one Lawgiuer, who is able to saue, and to destroy: who art thou that iudgest another?
13 Goe to now ye that say, To day or to morrow wee will goe into such a city and continue there a yere, and buy, and sell, and get gaine:
14 Whereas yee know not what shalbe on the morow: [ Pro_27:1 .] for what is your life? [ Or, for it is.] It is euen a vapour that appeareth for a litle time, and then vanisheth away.
15 For that yee ought to say, if the Lord will, we shall liue, and doe this, or that.
16 But now yee reioyce in your boastings: all such reioycing is euill.
17 Therefore to him that knoweth to doe good, and doth it not, to him it is sinne.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



La prueba de los ricos

El primer grupo al que se dirige consiste en los cristianos más ricos. Como es usual, Santiago evita cuidadosamente llamarlos ricos, pero es obvio que tienen algunas posesiones, ya que se ocupan en el negocio internacional. Sus planes son normales: viajar a una determinada ciudad, vender los produc tos que han llevado y quizá comprar otros y hacer dinero. ¿Acaso no se hacen así los negocios?

La crítica de Santiago es que de hecho están ocupándose de negocios exactamente como hacen otros negociantes. Como cristianos, deben tener conciencia siempre no sólo de la incertidumbre del futuro, sino también de quien lo controla. Si bien el cuadro de la brevedad de la vida es extraído del AT (e.g. Job 7:7, 9; Sal. 39:5, 6), la idea de la necedad de planear sin tener en cuenta los valores divinos es enseñanza de Jesús en Luc. 12:16-21. El punto de Santiago no es simplemente que deben comenzar todos sus planes con un: Si el Señor quiere. Eso podría ser simplemente cumplir de palabra. Al contrario, quiere que busquen el plan de Dios y sigan la voluntad de Dios en su uso del dinero. Esto aparece en su comentario: os jactáis en vuestra soberbia. ¿Qué tipo de orgullo es éste? 1 Jn. 2:16 usa el mismo término para hablar de la soberbia de la vida. Estaban haciendo planes que no eran los de Dios, pretendiendo tener una capacidad de controlar la vida que no tenían y jactándose de sus buenas acciones. Era nada más ni nada menos que amor al mundo.

Un proverbio de una línea pone las cosas en su punto. Estas personas estaban en la iglesia y ciertamente sabían hacer lo bueno. ¿Por qué no consultar a Dios y preguntarle qué se debía hacer con el dinero? Quizá no lo hacían por temor de que Dios les pidiera que lo compartieran con otros. No hacían ese bien, de modo que estaban pecando. Sus manos no estaban manchadas por robo, inmoralidad o crimen. Eran comerciantes honestos, pero su pecado era tan grave como dejar de hacer el bien que podían que equivale a hacer malas acciones. En cualquier caso, la enseñanza de Dios no puede ser ignorada.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Reina-Valera 1995 Notes:



[1] 4.4 Adúlteros: En los libros proféticos del AT, la infidelidad matrimonial simboliza la infidelidad a Dios por parte de la nación de Israel, vista como esposa del Señor (Is 1.21; Jer 3.6-10,20; Ez 16; Os 2.2; 9.1).

[2] 4.4 Amistad del mundo: Véase Jn 1.10 n.; cf. Ro 8.7; 1 Jn 2.15-16.

[3] 4.5 Referencia a un texto desconocido. El sentido más probable es que Dios tiene amor celoso por el ser humano (cf. Ex 20.5; Dt 4.24; Zac 8.2). Otra traducción menos probable es: "El espíritu [humano] que Dios puso dentro de nosotros tiene deseos envidiosos".

[4] 4.6 Pr 3.34 (gr.); citado también en 1 P 5.5 (cf. Stg 4.10; Mt 23.12).

[5] 4.7 1 P 5.8-9.

[6] 4.8 Zac 1.2-3; Mal 3.7.

[7] 4.8 Sal 24.4; Is 1.15-16.

[8] 4.8 Vosotros los de doble ánimo. Véase Stg 1.8 n.

[9] 4.10 Véanse referencias en 4.6 n.

[10] 4.11 Probable alusión a Lv 19.16.

[11] 4.11-12 Cf. Mt 7.1-2; Lc 6.37-38; Ro 14.4.

[12] 4.13-14 Cuando no sabéis... ¿qué es vuestra vida?: otra posible traducción: ¡y ni siquiera sabéis qué pasará mañana ni qué será de vuestra vida! ; Cf. Pr 27.1.

[13] 4.14 Cf. Job 7.7; Sal 39.5; 102.3; 144.4.

[14] 4.17 Cf. Lc 12.47.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

4:13-5:6 Ricos y satisfechos. Tomamos 4,13-5,6 como una sola sección unida por su tono profético veterotestamentario, aunque dividida en dos partes: 4,13-17, un oráculo contra los comerciantes ambiciosos, y 5,1-6, un oráculo contra los ricos terratenientes que oprimen al pueblo.

4:13-17 Santiago denuncia sin ambigüedades la actitud soberbia de los negociantes de sus comunidades que centran su vida sólo en enriquecerse, excluyendo a Dios y a los hermanos. Cuando se habla en el nombre de Dios son comunes los verbos vivir y hacer (15), que coinciden con la coherencia de vida que tanto exige el autor. En cambio, cuando se habla orgullosamente (16) se prescinde de Dios, aflora la maldad, el egoísmo y la codicia, y se diluye como la neblina la verdadera identidad cristiana (13s; cfr. Ose_13:3; Sab_2:4). Es necesario recuperar la fe en la providencia y la confianza absoluta en la gratuidad divina, sin que esto signifique pasividad o providencialismo. Dios nos mostró el camino, y a nosotros nos toca recorrerlo.

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



4. "¡Corazones adúlteros!" se debe entender en el sentido bíblico de infieles a Dios. Ver nota Mat_12:39.

5. La frase, tal como aparece citada, no se encuentra en la Escritura y resulta difícil determinar el texto bíblico a que se hace referencia.

6. Pro_3:34.

Nuevo Testamento México (Centro Bíblico Hispano Americano, 1992)

Cfr. Luc 12:47-48; Jua 9:41; Jua 15:22.

Biblia Peshitta en Español (Holman, 2015)

a Luc 12:47; Jua 9:41; 2Pe 2:21

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

La expresión del v. 15 «si el Señor quiere», utilizada también por San Pablo (cfr 1 Co 4,19), ha pasado al lenguaje popular cristiano. Es muestra de abandono y confianza en Dios, y de sometimiento a la Providencia divina.


Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Stg_1:22-25+

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Stg_1:22-25+

Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)



Esta excelente definición del pecado es como un epifonema que se refiere a todo lo precedente y va contra los que, blasonando de sabiduría, no obran justicia.

Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

Luc 12:47.

Torres Amat (1825)



[5] Deut 4, 24.

[6] Prov 3, 34.

[16] Como si el porvenir estuviera en vuestra mano.