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Te veo convertido en hiel amarga y atado en lazos de maldad. (Hechos 8, 23) © La Biblia de Nuestro Pueblo (2006)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 8

PERSECUCIÓN. FELIPE

d) Comienza la persecución (Hch/08/01-03).

1 Saulo estaba de acuerdo con aquella muerte. Comenzó en aquel día una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén, y todos se dispersaron por los lugares de Judea y de Samaría, a excepción de los apóstoles. 2 Hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran luto por él. 3 Saulo, en tanto, devastaba la Iglesia: entraba de casa en casa; apresaba hombres y mujeres y los metía en la cárcel.

¿No resulta sorprendente ver de qué modo tan estrecho se enlaza en nuestro relato el nombre de Saulo con la historia de Esteban? En estos versículos se nombra tres veces a Saulo a corta distancia una de la otra. Se le acaba de nombrar como guardián de los vestidos de los que apedreaban, ahora se hace resaltar adrede su consentimiento en la ejecución, y dos versículos después Saulo aparece como el apasionado perseguidor de la Iglesia. Las declaraciones se intercalan unas en otras de un modo algo repentino. Sin embargo, cada frase tiene una especial relación con lo que sigue. Se tiene la sensación de que san Lucas se esforzó por poner en orden literario los distintos acontecimientos de la ulterior evolución de la Iglesia. En estas concisas frases tenemos en cierto modo un previo aviso de lo que va a suceder. De nuevo se quiere indicar cómo la persecución de la Iglesia está vinculada a su crecimiento y a la consecución de una mayor fortaleza. Por la sangre de Esteban la Iglesia recibe fuerza vital para un desarrollo fructuoso. El primer mártir es sepultado, y el joven Saulo que ha cooperado en su muerte, pronto experimentará «cuántas cosas deberá padecer» por el nombre de Jesús (9,16).

La muerte de Esteban significa, pues, una etapa memorable en la historia de la creciente Iglesia. Por la muerte crece la vida. Se nos recuerdan aquellas palabras profundamente misteriosas que Jesús pronunció teniendo ante su mirada su inminente pasión: «Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. De verdad os lo aseguro: si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, él queda solo; pero, si muere, produce mucho fruto» (Joh_12:23s). También recordamos las palabras de san Pablo: «Por eso me complazco, por amor de Cristo, en flaquezas, insultos, necesidades, persecuciones y angustias; porque, cuando me siento débil, entonces soy fuerte» (2Co_12:10). Y de nuevo notamos aquel misterio de la Iglesia, que todo lo dirige y llena, y conduce la importancia externa a la victoria interna: el misterio del Espíritu Santo. Solamente por la actuación de este Espíritu fue posible que cuando las piedras caían sobre el discípulo de Jesús, él pudiera ver el cielo abierto y pudiera contemplar la gloria de Dios.

Al arrojar las piedras contra el mártir, no se perseguía solamente a Esteban, sino a todos los que se declaraban partidarios de él. «Comenzó en aquel día una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén.» La primera persecución de los cristianos tuvo lugar en Jerusalén en la época judeocristiana de la Iglesia. Unos judíos perseguían a otros por causa de la fe. Si lo observamos mejor, tenemos la impresión de que esta persecución no se dirigía contra todos los judeocristianos, sino sobre todo contra los grupos, cuyos jefes conspicuos fueron Esteban, juntamente con él los siete.

En efecto, resulta sorprendente que en el v. 1 se haga notar adrede que «todos se dispersaron... a excepción de los apóstoles». Por tanto los apóstoles pudieron quedarse. También vemos, por datos posteriores, que los apóstoles desde Jerusalén desarrollaron su posterior actividad, y, según parece, pudieron trabajar sin ser molestados 64. ¿Por qué pudieron quedarse? La razón de proceder así ya no era la orden dada por Jesús antes de su ascensión a los cielos, según la cual los apóstoles debían permanecer en Jerusalén (2Co_1:4). La orden de Jesús se relacionaba con el bautismo del Espíritu, que ya había tenido lugar en la fiesta de pentecostés. No parece que fuera decisivo el pensamiento de que los apóstoles como jefes responsables de la Iglesia no podían abandonar el puesto que les estaba asignado. Más tarde Pedro fue sin el menor reparo a «otro lugar», cuando después de su liberación de la cárcel de Herodes Agripa, quiso esquivar el ulterior peligro. Además se puede pensar en las palabras de Jesús: «Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra» (Mat_10:23).

Así pues, en cuanto es posible formarnos una idea de la índole y de la envergadura de la persecución, podremos suponer que no se pusieron trabas a los apóstoles. No sabemos el exacto motivo. Pero es muy natural acordarse del consejo de Gamaliel, que obtuvo la libertad de los apóstoles que habían sido acusados, en su segundo juicio oral delante del sanedrín (5,38s). Y también podemos sospechar que juntamente con los apóstoles el grupo «hebreo» de la Iglesia, de cuya existencia ya nos hemos enterado (6,1), no fue objeto inmediato de la hostilidad. Por su fidelidad a la ley y su amor a las leyes del culto del templo, dicho grupo fue considerado por la autoridad judía como no tan alarmante como el grupo helenista, que incluso dentro de la Iglesia causó tiranteces y dificultades (6,1). Parece que los helenistas con sus propias sinagogas (6,9) se hayan enfrentado con más libertad e independencia a la más estricta tradición nacional de la ley y del templo. Quizás también se pueda sacar esta conclusión por las acusaciones presentadas contra Esteban y por las palabras que pronunció acerca del templo (7,48 ss).

Por tanto la persecución iniciada podría haber alcanzado en primera línea a los judeo-cristianos helenistas, lo cual también parece confirmarse por las noticias posteriores, ya que leemos: «Entretanto, los que se dispersaron a partir de la persecución que sobrevino cuando lo de Esteban, habían llegado hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin predicar la palabra más que a los judíos. Pero había entre ellos algunos de Chipre y de Cirene que, al llegar a Antioquía, comenzaron a hablar también a los griegos, anunciándoles el Evangelio del Señor Jesús» (11,19s). Así pues, cuando aquí se dice que «todos» se dispersaron, hay que interpretar esta palabra como una manera de hablar generalizadora, limitando su alcance a los helenistas. Saulo también podría haber perseguido sobre todo a los helenistas, cuando entraba en las casas y metía en la cárcel a hombres y mujeres. No sin razón se pone a Saulo en primer término de un modo tan señalado en la condena del helenista Esteban.

Debió tener una especial importancia para la ulterior evolución de la Iglesia que hubiera helenistas dispersados por el país. Fueron ellos quienes por su mayor impresionabilidad y experiencia con el mundo no judío encontraron con mucha mayor facilidad el camino para llegar a los paganos, como lo hace comprensible la formación (que se acaba de mencionar) de la primera comunidad etnicocristiana en Antioquía (11,20 ss). Por medio de los helenistas también se prepara el camino que recorrerán resueltamente Pablo y con él Bernabé para anunciar el Evangelio exento de la ley, superando la estrechez judaica. En la muerte de Esteban y en la primera persecución las disposiciones que se tomaron bajo la dirección del Espíritu Santo, redundaron en el mayor bien de la Iglesia. Una de las especiales intenciones de los Hechos de los apóstoles, como ya hemos visto varias veces, es iluminar estas conexiones.

Entre las frases que hablan de la persecución se intercala de una forma algo sorprendente la noticia de que «hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran luto por él». Leemos esta noticia con interés. De aquí deducimos que san Lucas también incluye los versículos 8,1-3 en la historia de Esteban, y por consiguiente hay que entender las noticias sobre Saulo y la persecución como íntimamente relacionadas con la muerte del mártir. Al mismo tiempo aquí concluimos que la hostilidad contra los discípulos de Jesús de ningún modo fue apoyada por todo el judaísmo. Porque los «hombres piadosos» que «hicieron gran luto por él» al fin y al cabo eran judíos que no temieron reconocer su estima por Esteban, incluso después de su muerte65.

En la conducta de estos judíos piadosos también se puede ver un ejemplo evidente del gran prestigio de que gozaba exteriormente la nueva comunidad. Los Hechos de los apóstoles ya lo han atestiguado varias veces. «Alababan a Dios y tenían el favor de todo el pueblo», leímos en 2,47, y en 5,13 se dijo: «De los demás, nadie se atrevía a mezclarse con ellos; pero el pueblo los tenía en gran estima.» También en las palabras de Gamaliel creímos percibir algo de esta gran estima, de tal modo que podemos entender la posterior tradición, según la cual Gamaliel sepultó a Esteban en su propia tumba, como hizo José de Arimatea en el entierro de Jesús (Luk_23:50). Incluso, pues, sobre el fondo oscuro de la persecución resplandece la imagen luminosa de la Iglesia llena del Espíritu de Dios, indestructible y victoriosa. Se ha cerrado la tumba del primer mártir, a él le seguirán otros innumerables como señal de un mundo incomprensivo, obcecado e insensible a la salvación. Pero también como señal de la invencible fidelidad a la fe y de la inquebrantable confianza con que la Iglesia siempre quiere completar en sus miembros «lo que falta a las tribulaciones de Cristo» (Col_1:24). Así la Iglesia experimenta en los sepulcros de los mártires la gloria de Jesús resucitado.

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64. Cf. 8,14.25; 11,1,etc.

65. Según Deu_21:22s había que sepultar a un hombre que hubiese sido ejecutado, pero no se permitía celebrar en público las exequias fúnebres, como lo indican las prescripciones rabínicas de la Misnah, que probablemente ya se aplicaban en este tiempo

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3. FELIPE (Deu_8:4-40).

a) En Samaría (Hch/08/04-13).

4 Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando el Evangelio. 5 Así Felipe, bajando a la ciudad de Samaría, les predicaba a Cristo. 6 Y las gentes a una prestaban atención a la predicación de Felipe, al oír y ver las señales que hacía; 7 porque de muchos posesos salían los espíritus impuros clamando a grandes voces. Y muchos paralíticos y cojos eran curados. 8 Con esto hubo una gran alegría en aquella ciudad.

Como el viento proceloso esparce las semillas por la campiña, así también la persecución lleva a los dispersados por todo el país de Palestina, no como perdidos y extraviados, sino como mensajeros y testigos de la vida, como pregoneros y portadores de la salvación. La buena nueva del «Evangelio» iba con ellos. Inflamados por el fuego del espíritu pasaron a ser los que llevaban la llama sagrada. Un pensamiento fundamental de los Hechos de los apóstoles se muestra en esta frase exteriormente tan sencilla. La hostilidad y la persecución no pueden destruir la fuerza vital de la Iglesia, por el contrario la Iglesia crece y se desarrolla cuando se la amenaza e impugna. En el peligro se hace patente la proximidad del Espíritu Santo.

Nos gustaría conocer más pormenores de esta primera misión cristiana, que se extendió «hasta Fenicia, Chipre y Antioquía» (Deu_11:19). Nos gustaría saber cómo se llamaban los hombres que como desterrados introdujeron aquella fase trascendental de la historia de la Iglesia. Podemos pensar primeramente en el grupo del que formaba parte Esteban, y cuyos nombres se indican en 6,5. Pronto nos familiarizaremos con uno de ellos: Felipe. Sin embargo, juntamente con ellos habrá habido otros muchos que se convirtieron en pregoneros del Evangelio. ¿Qué características tenía el mensaje que anunciaban? Aún no había ningún Evangelio escrito. Las palabras y acciones del Señor eran retransmitidas por tradición oral, y eran expuestas y aplicadas de la manera que ya vimos en los discursos precedentes de los Hechos de los apóstoles. Lo que estos «servidores de la palabra» (Luk_1:2) contaron de Jesús, y lo ponderaron y describieron con un sentido teológico de la salvación, encontró más tarde, en la ulterior penetración del mensaje, el camino que condujo hasta los evangelistas, quienes de estas exposiciones sacaron el material para escribir el Evangelio.

Lucas a continuación de Esteban solamente realza a uno de estos primeros misioneros: Felipe. No sin motivo su nombre está en segundo lugar en la enumeración de los siete (Luk_6:5). Los Hechos de los apóstoles nos cuentan, más tarde, que Lucas, al regresar juntamente con Pablo del tercer viaje misional, conoció a Felipe en Cesarea, y allí probablemente pudo llegar a conocer por él muchas noticias interesantes sobre los acontecimientos de la primitiva Iglesia y también sobre la actividad propia de Felipe. En 21,8 se lee: «Salimos al día siguiente y llegamos a Cesarea; entramos en casa de Felipe el evangelista, que era uno de los siete, nos quedamos con él. Tenía éste cuatro hijas vírgenes y profetisas.»

Parece que Felipe gozó de gran prestigio en la antigua Iglesia, incluso después de su muerte. Dos eScritos apócrifos, que no figuran en la Biblia, están vinculados a su nombre, y se les llama actas de Felipe y Evangelio de Felipe. Así pues, no es de sorprender que también los Hechos de los apóstoles recuerden su actuación, y hagan resaltar dos acontecimientos memorables: su actuación en Samaría y su encuentro con el tesorero etíope.

Ya en el encargo que dio Jesús resucitado, al lado de «Judea» se nombra de intento a «Samaría» como tierra de misión (1,8). Y acabamos de ver en 8,1 que los discípulos de Jesús «se dispersaron por los lugares de Judea y de Samaría». Como ya se nos notificó, «concurría también muchedumbre de gentes de los alrededores de Jerusalén llevando enfermos y atormentados por espíritus impuros, los cuales eran curados todos» (5,16). Por tanto, ya antes de la persecución pudo penetrar de diversas maneras la misión desde Jerusalén a sus propios contornos, al territorio de Judea, sin que en los Hechos de los apóstoles se nos den más pormenores de la fundación y desarrollo de la Iglesia en Judea. Tiene su especial motivo que ahora se haga resaltar la misión en Samaría. En primer lugar de este modo se muestra que el mensaje cristiano no se limitó al judaísmo, sino que se ofreció a todos los hombres. En esto se indica el universal carácter salvífico de la Iglesia. Con todo para los judíos, como nos los atestiguan la literatura judía y también los Evangelios, los samaritanos pasaban por ser un pueblo mixto, que era despreciado y considerado como si estuviese fuera de la comunidad de salvación. Conocemos el encuentro de Jesús con la mujer samaritana en el pozo de Jacob, del que nos informa el Evangelio de san Juan (Joh_4:4 ss). Ya en este encuentro queda patente la tirantez que había entre los judíos y los samaritanos, pero también se manifiesta cuán dispuesto estaba este pueblo para la salvación. Con esta ocasión podemos pensar en aquellos pasajes de los Evangelios, en que se patentiza cómo Jesús frente al juicio recusante de los judíos realza precisamente a los samaritanos como ejemplo de nobles sentimientos. Conocemos la parábola (con la que todos estamos familiarizados) del buen samaritano, que con su desinteresada solicitud avergüenza al sacerdote y al levita (Luk_10:30 ss). También conocemos a aquel samaritano que es el único de los diez leprosos curados que sabe dar gracias, y a quien Jesús despide diciendo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado» (Luk_17:19).

En las instrucciones que, según san Mateo, dio Jesús a los apóstoles, cuando los envió a misionar, escuchamos palabras que nos parecen duras: «No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en ciudad de samaritanos» (Mat_10:5). Esta orden no se da como menosprecio de los paganos y samaritanos, sino como prescripción pasajera, que quiere mostrar cómo Jesús hizo todo lo posible para hablar a las «ovejas perdidas de la casa de Israel». Quien lea con atención el Evangelio de san Mateo, reconocerá que tales palabras de ningún modo se oponen a la voluntad de Jesús de ofrecer su mensaje de salvación a «todos los pueblos» (Mat_28:19). Y esto se expresa incluso con bastante claridad para «Samaría» en el encargo primordial de misionar que se lee en los Hechos de los apóstoles (Mat_1:8).

Felipe, pues, encuentra personas dispuestas para la fe, por esto les predicaba a Cristo. Una intensa expectación del Mesías era propia de los samaritanos, que guardaban les libros de Moisés como escritos sagrados, y tenían su santuario de culto en el monte Garizim. Al Salvador que esperaban le llamaban Taeb. Por consiguiente tiene un motivo especial lo que dice el texto: que Felipe «les predicaba a Cristo». Refiriéndose a la expectación de los samaritanos, Felipe puede mostrarles en Jesús de Nazaret el cumplimiento de sus esperanzas. Nos acordamos de las palabras de la samaritana en el pozo de Jacob: «Sé que el Mesías, el llamado Cristo, está para venir; cuando llegue, nos lo anunciará todo. Respóndele Jesús: Soy yo, el que está hablando contigo» (Joh_4:25s). Y se añade la profesión de fe de los habitantes de Sicar: «él es, verdaderamente, el Salvador del mundo» (Joh_4:42).

Para nosotros seguramente sería de sumo interés que pudiéramos llegar a conocer más datos sobre el ministerio de Felipe y su proclamación de Cristo. Podemos suponer que esta proclamación en sus declaraciones fundamentales correspondía a la que hasta ahora hemos encontrado en la predicación de los apóstoles. Puede ser que la demostración (que ocupaba un amplio espacio en la misión a los judíos) de la conformidad con la Escritura tuviera que ser propuesta a la testificación inmediata del misterio de salvación de Cristo Jesús.

Pero también en Samaría se confirmaba la verdad efectiva de la predicación mediante las «señales que hacía». De nuevo vemos, como ya pudimos notarlo repetidas veces, cuán estrechamente se unía con el kerygma apostólico el testimonio del Espíritu que se manifiesta en los dones extraordinarios. Y de nuevo están en primer término las curaciones milagrosas. Se tiene cuidado en nombrar sobre todo a los posesos. Según el Evangelio el principio del reino de Dios se revela de una forma especialmente visible en el poder sobre los demonios, que aquí se llaman «espíritus impuros», con el sentido que los judíos daban a esta expresión (cf. Mar_1:23). «Si yo expulso los demonios por el dedo de Dios, es que el reino de Dios ha llegado a vosotros», dijo Jesús a los judíos (Luk_11:20; cf. Mat_12:28). No juzgaríamos con imparcialidad lo que declara el Nuevo Testamento, si en cuanto se refiere a las curaciones de endemoniados solamente quisiéramos ver la expresión de las ideas que prevalecían en aquel tiempo, aunque no siempre se podría comprobar en cada caso particular el límite entre las causas naturales y las sobrenaturales.

«Con esto hubo una gran alegría en aquella ciudad.» También esta frase se acomoda al otro aspecto de la primitiva Iglesia. La buena nueva produce en los hombres una alegre disposición de ánimo. Ya en el primer relato sumario de la primitiva Iglesia que nos presenta los Hechos de los apóstoles, se refleja -como hemos visto- esta alegre disposición de ánimo, cuando se dice que los creyentes se reunían «con alegría y sencillez de corazón» (Mat_2:46). El cojo de nacimiento sintió esta alegría, cuando después de su curación dio saltos en el templo y alabó la bondad y omnipotencia de Dios (Mat_3:8). Incluso los apóstoles estuvieron «gozosos», cuando fueron «dignos de padecer afrentas por el Nombre (de Jesús)» (Mat_5:41). La alegría pertenece a la imagen de la primitiva Iglesia. Es un rasgo esencial del verdadero cristianismo, mientras éste sea un verdadero encuentro con Dios y una genuina experiencia de la gracia de la salvación de Cristo en el Espíritu Santo. Y cuando a esta experiencia se añade la revelación de Dios con señales y prodigios -como en Samaría-, entonces puede haber una sensación de alegría, que el hombre difícilmente puede experimentar.

9 Pero había, ya de antes, en la ciudad un hombre llamado Simón, que ejercía la magia y tenía fuera de sí a la gente de Samaría, diciéndoles que él era un gran personaje. 10 Todos, chicos y grandes, le hacían caso y decían: «éste es el llamado Gran Poder de Dios.» 11 Le hacían caso, porque los tenía embaucados de mucho tiempo atrás con sus artes mágicas.

El mensajero del Evangelio encuentra en Samaría a un representante de la magia, que estaba muy extendida en el mundo antiguo. Por los testimonios de la Iglesia y por los documentos que se conservan, sabemos cómo los hombres estaban fascinados por la magia, que se mostraba en gran diversidad de formas. Los Hechos de los apóstoles fuera de este pasaje también presentan ulteriores testimonios de esta fascinación. En su primer viaje misional a Chipre, encuentra Pablo «a cierto hombre, un mago, falso profeta judío, per nombre Barjesús» (Mat_13:6 ss), llamado también «Elimas» (Mat_13:8). Nos enteramos de cuánta influencia tenía la magia en éfeso en 19,19, donde se estima en cincuenta mil denarios el valor de los libros voluntariamente quemados 66.

No se dice en qué consistían las actividades mágicas del hechicero. Cuando el mago decía que era «un gran personaje» y los hombres veían que en él estaba presente el «Gran Poder de Dios», se tiene la impresión de que Simón se atribuía una misión mesiánica. Pero no se puede saber si su pretensión procedía de ideas judeobíblicas o de ideas helenistas. También desde el punto de vista religioso Samaría era un pueblo mixto. Por tanto también allí se puede haber efectuado aquella mezcla de ideas y formas religiosas, que fue sustentada por diversos sistemas y cultos, y produjo el llamado sincretismo, tal como predominó bajo múltiples formas en las naciones bañadas por el mar Mediterráneo. En estas formas mixtas religiosas se revela el afán con que los hombres buscan la verdad y la salvación. El mensaje del Evangelio cayó, pues, en un campo peculiarmente susceptible.

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66. La más antigua literatura cristiana también informa de «Simón el mago» -así se le nombra en la ulterior tradición-, que ejercía sus funciones mágicas en Samaría. Los datos históricos y los legendarios se mezclan en la narración posterior. Tiene una peculiar importancia el testimonio de san Justino mártir, nacido en Samaría hacia el año 100, que incluso indica el pueblo natal de Simón: Gitay, cerca de Siquem (JUSTINO, Apol. I, 26,3; Dial. 120,6.

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12 Pero cuando empezaron a creer en Felipe, que les anunciaba el Evangelio sobre el reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres. 13 También Simón creyó y, una vez bautizado, andaba continuamente con Felipe y estaba atónito viendo las grandes señales y portentos que se realizaban.

Los samaritanos se rinden al Evangelio. Dos ideas penetran en sus mentes: el «reino de Dios» y el «nombre de Jesucristo». Se tiene cuidado en nombrar estos dos temas del mensaje del «evangelista» (21,8). Están indisolublemente enlazados entre sí en el mensaje de salvación de la primitiva Iglesia. El reino de Dios era un concepto fundamental en la predicación de Jesús. La idea es especialmente familiar a los Evangelios sinópticos. Pero san Juan también la conoce. «El reino de Dios está cerca» (Mar_1:15), se repite en el mensaje de Jesús. El Salvador alza la vista hacia el Padre que está en los cielos, cuyo reinado debe realizarse entre los hombres que llegan a conocer su voluntad.

Pero Jesús también sabe que a él se le ha dado el encargo de ser mediador y pregonero de este reino de Dios. Su «nombre», es decir, el misterio de su naturaleza y de su actuación está, pues, indisolublemente vinculado a la expresión del «reino de Dios». La primitiva Iglesia lo ha experimentado en todo su vigor en pascua y en pentecostés, y ha agregado esta experiencia a su mensaje de la salvación de Dios en Cristo Jesús. Es importante reflexionar a menudo sobre esto. Porque con demasiada facilidad se presenta la objeción -como hemos notado antes- de que la inclusión de Jesús en el mensaje del reino de Dios se opone al pensamiento y a la intención del mismo Jesús.

En el Evangelio del reino de Dios se podría ver solamente a Jesús anunciando, pero no a Jesús anunciado. Los Hechos de los apóstoles siempre muestran cómo el mensaje de la acción salvífica de Dios solamente puede ser plenamente comprendido, si el «nombre de Jesucristo» obtiene el lugar que le corresponde en el mensaje. Eso también lo experimentaron los habitantes de Samaría, cuando se rindieron a la predicación de Felipe y se bautizaron. Sin duda recibieron el bautismo en el nombre de Jesucristo (Mar_2:38). Conocieron la salvación, ante la que fue desapareciendo todo lo que les había ofrecido la magia de Simón como «Gran Poder de Dios» 67.

El hecho de que los samaritanos se desligaran del hechizo de Simón el Mago y se dejaran convencer por la verdad del Evangelio gracias a la predicación y la actividad de Felipe no constituye simplemente una anécdota. Este hecho se convierte en el símbolo del combate victorioso del mensaje de salvación de Cristo Jesús con todos los poderes espirituales opuestos, que tienen otra orientación. En la carta a los Colosenses, que también se escribió con motivo la polémica del mensaje de Cristo con las doctrinas de la gracia de inspiración sincretista, las cuales tenían una presentación seductora, hallamos una instrucción análoga. Leamos allí las palabras que Felipe también hubiese podido pronunciar en Samaría: «él (el Padre) nos libertó del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención, el perdón de los pecados. El es imagen del Dios invisible, primogénito ante toda criatura. Porque en él fueron creadas todas las cosas en los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles, ya tronos, ya dominaciones, ya principados, ya potestades: todas las cosas fueron creadas por medio de él con miras a él. Y él es ante todo, y todas las cosas tienen en él su consistencia» (Col_1:13-17).

«Se bautizaban hombres y mujeres.» De acuerdo con las leyes de salvación que se fundan en el Salvador, la fe en Cristo incluye en sí el bautismo en Cristo. Se reclaman mutuamente. Así lo hemos visto ya en los acontecimientos de pentecostés. La fe exige su expresión sagrado-jurídica y sacramental en el bautismo como símbolo y al mismo tiempo como acontecimiento intermediario de la salvación. Léase el capítulo sexto de la carta a los Romanos, para percibir el sentido que daban los primeros cristianos al bautismo. En el texto notamos formalmente en toda su sencillez la afluencia de personas al bautismo, cuando se advierte a propósito: «hombres y mujeres». Cuando se nombran expresamente las mujeres, podríamos sentir que se nos recuerda la mujer samaritana, que tuvo con Jesús una profunda conversación sobre el «agua viva», que Jesús promete como un «manantial de agua que brote vida eterna» (Joh_4:14). También entonces se trató del tema de la salvación y de conocer y afirmar apoyándose en el fundamento de la fe que Jesús es el «Salvador del mundo» (Joh_4:42).

Pero lo sorprendente y lo que sobre todo importa en el relato es el hecho de que incluso el mismo Simón abrazó la fe y se bautizó. Parece que los móviles que indujeron a Simón a creer no procedieron de un claro deseo de obtener la salvación. Así se podría ya deducir de este texto y, su posterior conducta con Pedro lo confirma (Joh_8:18). Tampoco es favorable el juicio de los santos padres sobre Simón.

Sin embargo para la intención que se pretendía en los Hechos de los apóstoles, era sumamente interesante poder mostrar que el célebre mago se había rendido -aunque sólo hubiese sido de un modo pasajero- a la superioridad del mensaje cristiano. Considerada en su conjunto, la historia de Simón parece responder a un deliberado propósito del autor de los Hechos de los apóstoles, que tenía en la mente los lectores romanos del libro. Pues, aunque pueden haberse formado muchos pormenores legendarios alrededor de la figura del mago, siempre puede darse por cierto lo que algunos historiadores romanos, como Juvenal y Suetonio, informan sobre un mago venido de oriente, que actuó en Roma en tiempo del emperador Nerón. Son muchos los que identifican el personaje con Simón el Mago 68. Por consiguiente para los lectores romanos -por tanto también para Teófilo- puede haber sido especialmente interesante llegar a conocer por los Hechos de los apóstoles cómo el mago dio por primera vez con el mensaje de Cristo y fue reducido a segundo término por el poder de este mensaje. Aunque no se pudiese suponer ninguna identidad personal entre Simón y el mago que actuaba en Roma, sin embargo nuestro relato constituye un ejemplo impresionante de la preponderancia del «más fuerte» sobre el «fuerte» (cf. Luk_11:21s).

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67. Desde este punto de vista, en el encuentro de Felipe con Simón el mago tenemos un ejemplo evidente e instructivo de la polémica que el cristianismo naciente tuvo que sostener con las múltiples formas del sincretismo judeohelenístico, sobre todo con los diferentes sistemas de tendencia gnóstica. También en otros escritos del Nuevo Testamento se denota esta lucha espiritual, principalmente en el Evangelio de san Juan, así como también en las cartas del apóstol san Pablo.

68. Cf. más pormenores en LThK 2, volumen 9. p.768s (N.ADLER).

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b) Transmisión del Espíritu por medio de los apóstoles (Hch/08/14-25).

14 Enterados los apóstoles en Jerusalén de que había recibido Samaría la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan, 15 los cuales descendieron y oraron sobre ellos para que recibieran el Espíritu Santo; 16 porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. 17 Entonces les iban imponiendo las manos y recibían el Espíritu Santo.

En estas líneas se contiene un relato sumamente significativo. Es una mirada muy significativa sobre la propia esencia de la Iglesia. El texto guarda intima relación con el fragmento precedente. Quien lea atentamente las líneas que siguen a continuación, no podrá dejar de ver que también ahora lo que determina la narración es el interés por Simón el mago. Sin embargo, las noticias secundarias, tal como nos las refieren los versículos 14-17, tienen tanta importancia para comprender la Iglesia primitiva, que se les otorga una valoración teológica mucho mayor que a las frases que se refieren a Simón el mago. En todo caso, estas noticias secundarias plantean a la interpretación teológica muchas cuestiones, cuya solución parece que no puede encajar sin más con las ideas que son corrientes entre nosotros.

Los apóstoles entran de nuevo en escena. Aunque la actividad externa sea cosa de los siete, como resulta evidente en Esteban y ahora en Felipe, sin embargo todo estaba y está bajo la autoridad superior de los apóstoles. Su rango y su poder aparecen de nuevo claramente. Jerusalén todavía es el lugar desde el que los apóstoles otean y dirigen el desarrollo de la Iglesia. Con atenta solicitud siguen el trabajo de los mensajeros de la fe en el país.

El orden establecido por Cristo sigue siendo eficaz. Como ya hemos podido ver hasta aquí, también ahora se patentiza la estructura jurídica, que no puede ser dejada a un lado por el organismo viviente de la Iglesia, por más preeminencia que se conceda a los valores espirituales y religiosos. Notamos lo que es propio de la manera de ser de la Iglesia en todo el Nuevo Testamento, es decir, que la Iglesia en lo más íntimo de su esencia está coordinada con el mundo de lo sobrenatural, de lo divino, pero en su penetración en el ámbito terreno y humano está construida y configurada según la ley y forma del orden terrenal. La Iglesia está interpuesta en la tensión suscitada entre el espíritu y la carne, entre la gracia y la ley, entre la libertad y la obligación. La Iglesia siempre notará esta tensión en su camino a través del tiempo y del espacio de la historia humana.

Así pues, los doce apóstoles de Jerusalén forman parte de la ordenación fundamental de la Iglesia. Así lo patentizan todos los escritos del Nuevo Testamento. En los Hechos de los apóstoles aún encontraremos más ejemplos de esta primacía de los apóstoles. Con la conciencia y el poder de su cargo, visita Pedro las comunidades recientemente formadas en Lida y Jope (9,32 ss), y de allí le llaman a Cesarea para cumplir un encargo perentorio. Cuando empezó a formarse en Antioquía la primera comunidad etnicocristiana, la comunidad madre de Jerusalén -sin duda bajo la dirección de los apóstoles- se sintió responsable y envió a dicha ciudad a Bernabé como representante y delegado (11,22). Y cuando en Antioquía surgieron graves controversias sobre el método misional (exento de la ley) de Pablo y de Bernabé, se acordó que algunos de ellos «subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre dicha controversia» (15,2).

También se hace patente la autoridad de los apóstoles en el caso de Samaría, cuando Pedro y Juan son enviados allí desde Jerusalén. Se trataba de manifestar la unidad de la Iglesia, se tenía solicitud por declararse solidarios en la doctrina y en la vida, se pretendía perfeccionar lo que habían empezado los mensajeros de la fe.

En este texto se echa de ver de nuevo la primacía de Pedro, como ya la pudimos ver hasta ahora. No carece de importancia que también esta vez a su lado vaya Juan. ¿Es un mero acompañante? ¿O bien participa de la autoridad y rango de Pedro? La pregunta se refiere a un auténtico deseo de saber qué es lo que declara el Nuevo Testamento sobre la constitución de la Iglesia. Sin duda Pedro tiene primacía y una especial dignidad en el grupo de los doce. Así lo atestiguan muchos textos. Sin embargo se tiene la impresión de que esta primacía no le otorga una posición desligada de los otros apóstoles. Su oficio y su poder se ejercen en estrecha solidaridad con los demás. Esto también se expresa en nuestro relato, aunque aquí también nos queremos precaver de hacer entrar por fuerza lo que se declara en algún esquema jurídico o dogmático preconcebido.

No obstante es digno de notarse que Pedro no se marcha solo, sino que con él también se marcha Juan, y que Juan trabaja juntamente con Pedro en Samaría. No parece que Pedro hubiera tomado a Juan consigo, sino que los dos son enviados por los apóstoles. Aunque de aquí no podamos deducir ninguna clase de relaciones jurídicas fundamentales, sin embargo el hecho es significativo para comprender a la Iglesia. Hasta donde se extendía esta vinculación con el colegio apostólico, y quizás también con la comunidad, lo veremos después una vez más, cuando tengamos noticia de que Pedro en Jerusalén incluso tuvo que justificarse ante los «apóstoles», y también ante los «hermanos que vivían en Judea» (11,1 ss), cuando se le pidieron explicaciones de lo que había hecho con el centurión Cornelio. Así, también en el cargo que desempeñaba Pedro hallamos tensión entre el incontrovertible rango de primacía por una parte su sujeción a los demás apóstoles y a toda la Iglesia por otra parte. Para que esta tensión siga siendo fructuosa para el bien de la Iglesia, se requerirá la constante presencia del Espíritu Santo.

Cuando llegaron a Samaría los dos apóstoles imploraron la venida del Espíritu Santo sobre los que habían sido bautizados por Felipe. ¿Cómo hay que entender esta imploración? ¿Vinieron ya desde Jerusalén con la intención de proceder así? ¿O quizás se dieron cuenta de la necesidad por una inspiración del Espíritu? La cuestión en último término consiste en si los bautizados, sin la venida de los apóstoles y sin la imposición de sus manos, también hubiesen podido alcanzar la posesión del Espíritu. Suena con un matiz peculiar lo que se dice en el v. 16: «Todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús.» ¿Hay, pues, un bautismo que no confiere también el Espíritu? Ya hemos hablado de esta cuestión al referir los sucesos del día de pentecostés (2,38). Allí leímos las palabras de Pedro: «Que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo.» Ya entonces tuvimos que reconocer que no se puede ajustar el misterio del Espíritu en un rígido orden esquemático.

Las declaraciones de los Hechos de los apóstoles con respecto a la recepción del Espíritu no las podemos equiparar sin más ni más con otras declaraciones del Nuevo Testamento. Por las cartas de san Pablo nos enteramos con toda claridad de que el bautismo en el nombre de Cristo no solamente libera del pecado, sino que de una manera misteriosa une al hombre con Cristo y le hace participar en la vida del Señor glorificado. Pero el que trae esta nueva vida es el Espíritu Santo. ésta es una de las declaraciones más apremiantes de la carta a los Romanos. En ella se contemplan el bautismo y el Espíritu en intima unión. ¿No debía san Lucas conocer estas conexiones? ¿Qué concepto tenía del bautismo que administró Felipe? ¿Qué significa lo que dice san Lucas: «Sólo habían sido bautizados»? Sin duda en la oración y en la imposición de las manos de los apóstoles san Lucas ve algo que realzaba y perfeccionaba el bautismo. Nos acercaremos lo más posible a la declaración de san Lucas -a pesar de que el misterio sea inexplicable-, si suponemos que por medio de los dos apóstoles se transmitió la posesión del Espíritu, que se dio a conocer en facultades extraordinarias, en los llamados carismas. De los versículos siguientes se deduce con toda claridad que se podía percibir exteriormente la recepción del Espíritu. En cualquier caso aparece la eficacia de la imposición de las manos con respecto a la posesión del Espíritu que ya se ha logrado en el bautismo, de forma que la tradición de la Iglesia ve en este texto el fundamento bíblico del sacramento de la confirmación.

18 Viendo, pues, Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu, les ofreció dinero, 19 diciendo: «Dadme también a mí este poder, para que a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo » 20 Pero Pedro le dijo: «Tu plata y tú, a la perdición, por haber pensado que el don de Dios se compra con dinero. 21 No tienes arte ni parte en este asunto, porque tu corazón no es recto en la presencia de Dios. 22 Arrepiéntete, pues, de este tu pecado, y ruega al Señor a ver si se te perdona este mal pensamiento de tu corazón; 23 porque te veo bajo el efecto de una bilis amarga y apresado por la maldad.» 24 Respondió Simón: «Rogad vosotros al Señor por mí para que no me sobrevenga nada de lo que habéis dicho.»

Quien lea estos versículos con reflexión, verá con claridad que se narra la transmisión del Espíritu por medio de los apóstoles especialmente por causa de este choque entre Pedro y Simón. Obsérvese cómo el relato de la imposición de las manos de los apóstoles (8,14-17) está flanqueado por los dos fragmentos, en que se habla de Simón. En el encuentro con el mago se expone, de forma impresionante, la plena superioridad de los apóstoles, la cual es un rasgo que siempre se manifiesta en los Hechos de los apóstoles. Al mismo tiempo se pone en claro la índole sospechosa de la conversión de Simón. Ya en el v. 13 se dice que el mago quedó asombrado de las «grandes señales y portentos» de Felipe. Ahora son los dones extraordinarios del Espíritu los que suscitan todo su interés. Simón parece que no ha comprendido el misterio del Espíritu. Le falta la pureza y humildad de la fe salvadora. Todavía piensa y calcula con las ideas y prácticas de la magia. Según el modo de ver de Simón, disponen los apóstoles de fuerzas ocultas de acuerdo con el método de la magia, y lo que pide Simón es comprar estas fuerzas con dinero. No se dice que él a su vez quiera obtener el Espíritu, él quiere otra cosa. Quiere lograr la facultad de poder transmitir a otros los dones y fuerzas del Espíritu. Simón quiere dar dinero, para ganar después dinero.

Echemos una vez más una breve mirada retrospectiva sobre el texto precedente. «Este es el llamado Gran Poder de Dios», decían los samaritanos asombrados por las artes mágicas de Simón (8,10). En Samaría se le opone otro poder mucho mayor de Dios, poder que se mostró en las grandes acciones de Felipe y ahora se muestra de una forma todavía más sorprendente y conmovedora en la revelación de las fuerzas del Espíritu Santo. Y el mago, que antes estaba tan asombrado, ahora en el colmo de su admiración ante este poder, y ofrece una suma de dinero a los apóstoles, a cuya disposición está este poder, para comprar el tesoro inapreciable del Espíritu. Desde entonces la palabra simonía recuerda esta pretensión de Simón el mago y se refiere a todo comercio impuro y codicioso con el poder espiritual y el tesoro del Espíritu.

Comprendemos la maldición que Pedro lanza contra esta pretensión. Instintivamente pensamos en el encuentro, en el que el diablo tentó al Hijo de Dios y le quiso privar de la pureza del camino que Jesús seguía ( Luk_4:1 ss). También allí se trataba de cosas materiales, que el demonio puso en juego para tener a su disposición lo que es santo. Pedro habla teniendo conciencia de su poder, como ya pudimos verlo en la actitud de Pedro con Ananías y Safira (Luk_5:3 ss). Así como en este caso, el oficio de Pedro siempre tendrá que cuidar, vigilando y haciendo advertencias, de la inviolabilidad de los bienes espirituales confiados a la Iglesia. Porque sabemos cómo el pecado de Simón siempre penetró en las cosas santas y procuró entregar los bienes del Espíritu Santo a la usura común de los afanes de la codicia.

Los labios de Pedro pronuncian palabras duras y severas. En ellas habla la misma emoción que ya le había conmovido ante Ananías y Safira. También en Chipre se dirige Pablo con este celo contra Elimas el mago, que intentaba «torcer los rectos caminos del Señor» (Luk_13:9 ss). Cuando están en juego la verdad y las cosas santas, la Iglesia, como un querubín armado con espada de fuego, está llamada a impedir la entrada del maligno y del impío.

Reflexionemos una vez más sobre la situación. Simón el mago ha recibido el bautismo, y por tanto se ha adherido exteriormente a la comunidad de Jesús. Corrió asombrado detrás de Felipe y observó conmovido y emocionado las señales y prodigios de Felipe, y sin embargo Pedro tuvo que decirle: «No tienes arte ni parte en este asunto.» Se alude al asunto de la salvación, a las palabras de la gracia y de la verdad de Dios, a las palabras que Cristo pronunció y que fueron retransmitidas por los apóstoles. De una forma emotiva se evoca en la conciencia que ni siquiera el bautismo sirve para la salvación, si le falta la fe que busca sinceramente la verdad, la fe que con espíritu humilde mantiene el oído abierto a la llamada del mensaje de Cristo.

¿Cómo se comporta Simón el mago? Sus palabras parece que estén marcadas con el cuño de la comprensión y del dolor. Dan la impresión de que ha tomado en serio la llamada del apóstol. Y sin embargo hay un tono peculiar en su contestación. Se nota una angustia. Es la angustia -así nos lo parece- ante una magia que debido a su manera de pensar ve que se le echa encima por la superioridad de los apóstoles. El verdadero misterio del Espíritu quedó cerrado para él. La posterior tradición le tiene en el concepto de padre de todas las herejías. ¿Quizás por eso nuestro relato concluye de un modo tan llamativo? No se responde ni contesta a la petición del hechicero. No se le da ninguna solución ni consuelo.

¿Por qué cuenta san Lucas esta singular historia? Ciertamente no carece de especial motivo para contarla. Esta historia contribuye a formar la imagen de la Iglesia. Es un testimonio de su inviolabilidad. Es un ejemplo de cómo la Iglesia en los apóstoles incluso ante la poderosa magia de la antigüedad recorre victoriosa su camino y muestra su superioridad. Pero detrás de la persona del mago está el pueblo de Samaría (dispuesto para la fe y contento de haberla recibido) como símbolo de la palabra que prosigue su camino sin detenerse. La Iglesia crece y se propaga, incluso en la persecución, más aún precisamente en la persecución y con la persecución.

25 Y ellos, después de dar pleno testimonio y predicar la palabra del Señor, emprendieron la vuelta a Jerusalén e iban evangelizando muchas aldeas de samaritanos.

Conocemos la manera de exponer de san Lucas. Le gusta unir la historia particular con la vista de la amplitud y del conjunto. Se trataba de Samaría y de la obra de Felipe, pero los apóstoles en todas partes aprovechan la ocasión para dar el testimonio que se les ha confiado. En el territorio de Samaría nace la Iglesia. Más tarde Pablo y Bernabé en su camino desde Antioquía a Jerusalén saludarán a los «hermanos» de Samaría y les informarán de sus éxitos (Luk_15:3).

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c) Conversión del tesorero etíope (Hch/08/26-40).

La historia que empieza en 8,26 expone otro ejemplo de la actuación de los siete. Los tres capítulos 6-8 forman claramente una unidad literaria. El autor aglomera por razones practicas sucesos que acontecieron en tiempos distintos. Por consiguiente no podemos decir cuándo tuvo lugar el encuentro de Felipe con el etíope. Tampoco podemos determinar qué relación temporal tiene esta historia con el contenido de los capítulos siguientes.

26 Un ángel del Señor habló a Felipe y le dijo: «Levántate y ve hacia el sur, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza, que es un camino solitario.» 27 Y levantándose, partió. Y un hombre etíope, eunuco, alto funcionario de la candace, reina de los etíopes, que estaba al frente de todos sus tesoros, había venido a Jerusalén a adorar. 28 Iba de regreso y, sentado sobre su carro, leía al profeta Isaías.

Para formarnos una idea de la primitiva Iglesia tiene especial importancia la conversión del tesorero etíope. Por medio de él el mensaje de Cristo es transmitido hasta el lejano Mediodía. Es otro ejemplo del irresistible curso de la palabra a través del mundo. La palabra sigue todos los caminos, incluso la ruta solitaria que conduce desde Jerusalén a Gaza. Y el que conduce la palabra es el mismo Dios, su ángel, su Espíritu. ¿Quién era este hombre etíope? Había venido del país que se supone que se encontraba en territorio del Sudán, cerca de la frontera del alto Egipto en la región de Asuán. Sus habitantes eran camitas. Gobernaban el país reinas que tenían el título de «candace». Se sabe que en el tiempo en que san Lucas escribió los Hechos de los apóstoles, en las agrupaciones políticas y culturales de Roma reinaba un vivo interés por la Etiopía de aquel tiempo. ¿Podemos de aquí deducir que san Lucas tuvo interés en incluir esta historia para los lectores romanos de su libro? Es muy natural que así lo supongamos69.

Pero la peregrinación del etíope a Jerusalén y su estudio de la Escritura indica una estrecha relación con el judaísmo. ¿Era por tanto uno de los hombres «temerosos de Dios», de los que se testifica repetidas veces en los Hechos de los apóstoles? 70. ¿O bien era un auténtico judío? Esta solución no se debería tener sin más ni más por imposible, como suele acontecer con gran frecuencia. Consta que ya en el siglo Vl a.C. había importantes colonias judías en el alto Egipto, como por ejemplo en Siene y Elefantina, por tanto muy cerca de la Etiopía de aquel tiempo. ¿No era allí posible que un judío alcanzara una alta categoría en la administración de las finanzas? Conocemos ejemplos que están en favor de esta posibilidad.

Así pues, si se considerara a este etíope como judío, se podría incluir su bautismo en la serie de los judíos que hasta entonces se habían incorporado a la Iglesia, y lo único extraordinario que habría en su conversión es él hecho de que por medio de él el Evangelio llegó a Etiopía. Pero si se ha de considerar al etíope como no judío, tendríamos ante nosotros el primer caso de admisión de un pagano en la Iglesia, lo cual sería sorprendente, ya que aún no se había regulado lo que concierne a la misión de los paganos, como lo muestran los cap. 10, 11 y 15. Hay que tener en cuenta que es difícil establecer el tiempo en que tuvo lugar el bautismo del etíope. A pesar del orden literario actual dicho tiempo puede ser posterior al bautismo del centurión Cornelio (cap. 10 y 11). La noticia final de esta sección (8,40) no obliga a suponer que Felipe en su ulterior ruta misional ya entonces llegara «a Cesarea», por tanto antes del bautismo de Cornelio.

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69. El etiope es presentado como «alto funcionario». Dejamos sin decidir si la palabra griega eunoukhos, que hemos traducido simplemente por «eunuco», se refiere realmente a un castrado, como con frecuencia se encontraban en oriente entre los oficiales de la corte. La palabra griega propiamente no obliga a tal suposición. Esta cuestión está relacionada con otra, a saber, si el etíope era pagano o judío. Si era un eunuco, difícilmente podía ser judío. Esto se funda en la prescripción legal del Deu_23:1, según la cual un eunuco ni siquiera podía ser acogido como prosélito en la sociedad judía (cf. J. DHEILLY, Diccionario bíblico, Herder, Barcelona 1970, s.v. Eunuco).

70. Cf. 13,16.43.50, etc. (cf. H. HAAG, Diccionario de la Biblia, Herder. Barcelona 5, 1970, s.v. Temerosos de Dios).

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29 Dijo el Espíritu a Felipe: «Avanza y pégate a ese carro.» 30 Corrió Felipe a su lado y oyó que iba leyendo al profeta Isaías. Y le dijo: 31 «¿Crees que entiendes lo que vas leyendo?» él le contestó: «¿Y cómo podría, si alguien no me lo explica?» Y rogó a Felipe que subiera y se sentara con él.

El texto está lleno de declaraciones significativas. De nuevo es el «Espíritu» quien dirige los pasos del «evangelista», el encargado de transmitir el mensaje de salvación. Antes se ha nombrado al «ángel del Señor», que había señalado a Felipe el camino «solitario» a través del desierto entre Jerusalén y Gaza (8,26). Las órdenes celestiales, ya procedan del exterior o del interior, pertenecen al lenguaje de la Biblia, y dentro del Nuevo Testamento son especialmente características de los escritos de san Lucas. Las encontraremos en la historia de la conversión de Saulo (9,5.12), en el relato de Cornelio, en el que se explican dos visiones (10,3.10, etc.), en la liberación de Pedro (2Ki_12:7 ss), de una forma especialmente llamativa en la dirección de las rutas misionales de Pablo (2Ki_16:7.8.9, etc.).

Felipe se acercó por orden superior al carro del etíope. El tesorero lee al profeta Isaías. Se le oye que va leyendo. La costumbre de leer en voz alta estaba especialmente recomendada por los maestros judíos. La recomendación entraña un profundo sentido, pues el espíritu del hombre se abre con mayor recogimiento y con mayor capacidad de retención ante la palabra escrita cuando ésta no sólo es captada por la vista, sino también por los oídos, y si los labios se esfuerzan por revestir atentamente lo que declara la letra con palabras perceptibles.

El etíope va en el carro leyendo al profeta Isaías. Es una escena de un simbolismo certero. La palabra revelada acompaña al hombre en su camino. Este extranjero anda buscando la verdad. Viene del templo. Quería inclinarse como peregrino ante el Señor del cielo y de la tierra. ¿Ha adquirido para sí en el templo el volumen del texto profético? Está traducido al lenguaje del helenismo. La traducción del Antiguo Testamento que suele llamarse de los setenta, se había difundido. Era conocida en todo el mundo gracias al valor universal de la lengua griega.

El texto que oye Felipe está en el capítulo 53 de Isaías. En seguida lo veremos más detenidamente. En primer lugar reflexionemos sobre el breve diálogo. «¿Crees que entiendes lo que vas leyendo?» En esta pregunta del evangelista se manifiesta un gran deseo de la Iglesia primitiva. Hasta ahora ya hemos tenido siempre la sensación de que la proclamación apostólica se esforzaba por dar un sentido nuevo y más profundo a la palabra bíblica del Antiguo Testamento. Buscaba y encontraba la revelación del misterio de la salvación en Cristo Jesús bajo el velo de la palabra. Pablo describe este deseo cuando con la mirada puesta en el judaísmo incrédulo dice: «Hasta el día de hoy, en la lectura del Antiguo Testamento, sigue sin descorrerse el mismo velo, porque éste sólo en Cristo queda destruido. Hasta, pues, cuantas veces se lee a Moisés, permanece el velo sobre los corazones. Pero cuantas veces uno se vuelve al Señor, se quita el velo» (2Co_3:1s16; cf. Exo_34:34).

El texto de Isaías que el etíope tiene ante sí también está cubierto con un velo. «¿Y cómo podría (entenderlo), si alguien no me lo explica?», responde el etíope a Felipe. En esta pregunta se reflejan el ansia y la resignación al mismo tiempo. En ella se expresa la búsqueda de todos los que buscan. Y el etíope llama a su lado a un hombre a quien todavía desconoce. Acaso le embarga un presentimiento que será su punto de partida hasta encontrar la verdad. A menudo, el encuentro con la verdad está muy vinculado al hecho de encontrarse personalmente con quien ha llegado a conocerla.

32 El paso de la Escritura que estaba leyendo era éste: «Como oveja al matadero fue llevado; y como cordero mudo ante el que le trasquila, ni siquiera abre su boca. 33 En su abatimiento la justicia le fue negada; su generación, ¿quién la describirá? porque su vida es borrada de la tierra» (Isa_53:7s). 34 Dirigiéndose a Felipe dijo el eunuco: «Por favor, ¿de quién dice esto el profeta: de sí mismo o de algún otro?» 35 Abrió Felipe su boca y, partiendo de esta Escritura, le anunció el Evangelio de Jesús.

El texto procede de la parte del libro de Isaías en que se habla del siervo de Yahveh en una serie de cantos. Los setenta han retransmitido estos versículos con una configuración libre, esforzándose por lograr una interpretación teológica del texto básico hebreo. Sorprende que solamente se aduzcan estos versículos y se omitan las frases colindantes, que muestran de una forma mucho más impresionante la figura del siervo, que sufre y expía. Encontramos las pinceladas conmovedoras de la pasión del Señor, cuando el profeta dice: «Pero él mismo tomó sobre sí nuestras dolencias... Por causa de nuestras iniquidades fue él llagado, y despedazado por nuestras maldades; el castigo de que debía nacer nuestra paz descargó sobre él, y con sus cardenales fuimos nosotros curados. Como ovejas descarriadas éramos todos nosotros: cada cual se desvió para seguir su propio camino, y a él, el Señor le ha cargado sobre las espaldas la iniquidad de todos nosotros... Aunque él no había cometido pecado, ni había engaño en sus palabras» (Isa_53:4 ss). Entre todos estos textos, a los que aún se podrían añadir otros muchos, ¿por qué san Lucas aduce precisamente estas frases, cuyo sentido no resulta tan descubierto como en las otras declaraciones sobre el siervo del Señor? Las palabras aducidas deben tan sólo representar todo lo que Isaías dice del siervo del Señor. ¿O se hace notar aquí la peculiar imagen de Cristo en la teología de la pasión de san Lucas? Se cree posible señalar que san Lucas, como ya antes hemos observado, no hace resaltar con tanto ahínco el carácter expiatorio de la muerte de Jesús como los otros escritos del Nuevo Testamento, y en cambio se coloca más en primer término la importancia salvífica de la resurrección y de la glorificación de Jesús.

El tesorero pregunta a quién se refiere el texto aducido de Isaías. Esta pregunta alude a una cuestión muy discutida desde el judaísmo hasta la exégesis actual. ¿Quién es este siervo de Yahveh, del que habla el profeta Isaías? La teología judía vio en este siervo una alusión al Mesías esperado, aunque no la vio de un modo general, y se dieron distintas interpretaciones. La Iglesia desde un principio ha entendido el texto en sentido mesiánico y lo ha referido a Cristo. Ya en la predicación de san Pedro (3, 13) conocimos la frase de que el «Dios de nuestros padres ha glorificado a su siervo Jesús», como una clara alusión a la profecía de Isaías. Según nuestra exposición Felipe también interpreta así nuestro texto. Aunque no se explique en particular cómo Felipe interpretó el texto oscuro, sin embargo podemos suponer que en la imagen del cordero que se deja matar sin ofrecer resistencia, Felipe vio representada la pasión de Jesús. Jesús, en su «abatimiento» o humillación, por nosotros se sometió a juicio, es decir, por nosotros fue condenado a muerte, para ser arrebatado de la tierra en su resurrección y entrar en su gloria. Otra vez tenemos ante nosotros un ejemplo de cómo la Iglesia de los apóstoles siempre procuró ver e interpretar el acontecimiento de la salvación en Cristo a la luz de las palabras proféticas de la Escritura. San Lucas desea especialmente abrir el entendimiento para entender las Escrituras (cf. Luk_24:45). Nos acordamos de la frase que se encuentra en la historia de los dos discípulos de Emaús: «Empezando por Moisés, y continuando por todos los profetas, les fue interpretando todos los pasajes de la Escritura referente a él» (Luk_24:27). Así también Felipe procuró poner el misterio de Cristo al alcance del tesorero a la luz de las palabras proféticas, pero también con la testificación inmediata de los sucesos de la salvación, cuando se dice que «abrió Felipe su boca y, partiendo de esta Escritura, le anunció el Evangelio de Jesús».

36 Y mientras seguían su camino, llegaron a un lugar con agua, y dijo el eunuco: «Aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?» [37 Dijo Felipe: «Si crees de todo corazón, es lícito».» Y respondió: «Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.»] 38 Mandó, pues, parar el carro y bajaron los dos al agua, Felipe y el eunuco, y lo bautizó. 39 Apenas salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y no volvió a verlo el eunuco, que siguió su camino lleno de alegría.

El relato compendia en pocas palabras los significativos sucesos, que acontecieron en el bautismo del etíope. No se dice nada en particular sobre esta memorable catequesis cristiana primitiva. Nos podemos hacer una idea de ella, si reflexionamos sobre las declaraciones fundamentales en las predicaciones misionales leídas hasta ahora, o prestamos atención a las que todavía se han de referir, como el mensaje de salvación que Pedro anuncia a Cornelio (cap. 10), o la predicación de Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia (Luk_13:16 ss).

El etíope queda impresionado por la verdad. Su fe requiere el agua del bautismo. De nuevo se presenta una escena que tiene un fuerte valor simbólico. Al peregrino que viene de Jerusalén a través del desierto se le ofrece inesperadamente el valioso elemento, al que por disposición del Señor se vincula la liberación salvadora. Notamos algo del anhelo y de la alegría del etíope, cuando éste exclama: «Aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?»

¿Qué podía impedirlo? Solamente la fe es necesaria. El bautismo y la fe se reclaman mutuamente. ¿Qué clase de fe? Se nota que en los primeros tiempos de la Iglesia se dio a nuestro texto una extensión que se transmite por medio de los testigos del texto llamado occidental. Se exige al que ha de ser bautizado una explícita confesión de Cristo. Probablemente está sobre el tapete la primitiva confesión de la más antigua liturgia bautismal. Y simultáneamente la primitiva confesión del que solicita el bautismo: «Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.» Con estas palabras se alude al «bautismo en el nombre del Señor Jesús», como se le llama repetidas veces en los Hechos de los apóstoles. Y teniendo fe en que Jesús es el Hijo de Dios, el tesorero baja al agua tan anhelada, se sumerge en el misterioso elemento, para surgir de él como quien en adelante está consagrado a Cristo para llevar una nueva vida.

El relato concluye de un modo misterioso. En la conservación del texto se han intercalado pronto ampliaciones y adiciones aclaratorias. De acuerdo con el texto, que probablemente es original, hay que pensar en un arrebatamiento real de Felipe, como otros que conocemos por el Antiguo Testamento72. En el Nuevo Testamento es el único ejemplo de tal intervención corporal por parte de un poder superior. ¿O se puede suponer que con la palabra «arrebató» solamente se quiere decir que «el Espíritu del Señor», que desde el principio dirigió la ruta de Felipe (8,26.29), después del cumplimiento de su misión le impulsó irresistiblemente, para emprender en seguida nuevas tareas? Si se aceptara esta interpretación, no se falsearía el verdadero sentido de la declaración. En primer lugar se trata de mostrar cómo el Espíritu de Dios también conduce en particular a sus mensajeros. Para poner de relieve esta conducción de la forma más manifiesta posible, los escritores de la Biblia utilizan de vez en cuando estas expresiones.

El eunuco «siguió su camino lleno de alegría». Esta alegría la encontramos sin cesar en los Hechos de los apóstoles. De eso ya hemos hablado. Esta alegría fluye del hecho de sentirse salvado en Cristo Jesús. ¡Qué riqueza de fe debió tener el etíope! ¿No nos hemos empobrecido con respecto a estos primeros cristianos?

¿Quizás tuvo este tesorero un motivo especial de alegría? Podríamos ver un especial motivo de felicidad, si supiéramos que el tesorero fuera de hecho un eunuco, un hombre corporalmente castrado. Esta posibilidad no la podemos excluir. Según la ley judía los castrados estaban excluidos de la pertenencia a la comunidad de salvación73. Para el mensaje cristiano no hay ningún impedimento para conseguir la salvación, con tal que se tenga fe. Cuando el Evangelio cristiano permite que se bauticen los castrados, cumple la promesa que asimismo hace Isaías para el tiempo mesiánico, cuando dice: «Ni tampoco diga el eunuco: He aquí que yo soy un tronco seco. Porque esto dice el Señor a los eunucos... les daré un lugar en mi casa, y dentro de mis muros, y un nombre más apreciable que el que les darían los hijos o hijas: daréles yo un nombre sempiterno que jamás se acabará» (Isa_56:3 ss). Si se hace esta suposición, quizás adquiriría un sentido muy determinado la pregunta del etíope: «¿Qué impide que yo sea bautizado?» Sin embargo, aunque no se haga esta suposición, nos resultaría comprensible la alegría con que el tesorero regresó a su patria.

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72. Cf. 1Ki_18:12; 2Ki_2:16.

73. Cf. Deu_23:2; y la nota 69.

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40 Felipe se encontró en Azoto y de paso iba evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea.

Con este versículo, que recuerda la noticia dada en 8,25, termina con el estilo literario de san Lucas la historia de los siete. En dos de ellos, Esteban y Felipe, se puso de manifiesto con ejemplos particulares una etapa transcendental en el desarrollo interior y exterior de la Iglesia. Nos podemos hacer también una idea de la actuación de los demás ayudantes oficiales de los doce. El número de ayudantes sin duda pronto podría haber aumentado en la ulterior evolución de la Iglesia.

En este versículo final se indica una extensa actividad de Felipe. Su campo de trabajo fue todo el territorio de Palestina que se extiende a lo largo de la costa del Mediterráneo. También se supone que predicó en Lida y Jopa, por tanto en las ciudades que más tarde visitó Pedro (9, 32 ss). No se dice cuándo llegó a Cesarea. Pero ya hemos observado que es posible que Felipe llegara después del encuentro memorable que Pedro tuvo allí con el centurión Cornelio, y del que tenemos noticia en el cap. 10. Parece que Felipe más tarde puso de hecho allí su residencia. Porque se nos notifica que Pablo y sus acompañantes -entre los que estaba Lucas- al retornar del tercer viaje misional, por tanto hacia el año 58, entrando «en casa de Felipe el evangelista, que era uno de los siete, nos hospedamos en ella» (21,8).



Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



Persecución contra la Iglesia, 8:1-3.
1 Aquel día comenzó una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén, y todos, fuera de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría, 2 A Esteban lo recogieron algunos varones piadosos, e hicieron sobre él gran luto. 3 Por el contrario, Saulo devastaba la Iglesia, y, entrando en las casas, arrastraba a hombres y mujeres y los hacía encarcelar.

La muerte de Esteban fue el comienzo de una persecución general contra la iglesia de Jerusalén (v.1), que casi es tanto como decir contra la totalidad del cristianismo de entonces, puesto que fuera de la ciudad (cf. 5:16) apenas si habría sido predicado el Evangelio. El impulso inicial de esta persecución debió partir, más que del sanedrín, de los miembros de aquellas mismas sinagogas que provocaron el levantamiento contra Esteban (cf. 6:9-12), y Saulo era su principal instrumento (v.3); él mismo aceptará más tarde esta responsabilidad (cf. Gal_1:13-14). Claro es que tal persecución, que seguirá en aumento (cf. 9:1), gozaba de la plena aprobación del sanedrín (cf. 22:5; 26:10).
Pero la persecución, al dispersar a los fieles fuera de Jerusalén, produjo un efecto que los perseguidores no habían previsto; es, a saber, el de provocar la difusión del cristianismo fuera de la zona de Jerusalén, o sea, en las regiones de Judea y Samaría, al sur y al norte de la ciudad santa (v.1.4), e incluso en regiones mucho más apartadas, como Fenicia, Siria y Chipre (cf. 11:19). Con esto, dando así cumplimiento a la profecía de Cristo (cf. 1:8), comienza una segunda etapa en la historia de la fundación de la Iglesia; la tercera comenzará con la fundación de la iglesia de Antioquía (cf. 11:20).
Causa extrañeza la frase todos, fuera de los apóstoles, se dispersaron.. (v.1), y se han intentado diversas explicaciones. Desde luego, parece claro que ese todos no ha de tomarse en sentido estricto, sino como locución hiperbólica (cf. Mat_3:5; Mar_1:33), mirando a aquellos cristianos destacados más expuestos a las iras de los perseguidores. Además, todo hace suponer que la persecución iba dirigida sobre todo contra los cristianos de procedencia helenista, como Esteban, y no contra los de procedencia palestinense, que seguían observando fielmente el mosaísmo (cf. 11:2; 21:20-24). Así se explica por qué los apóstoles puedan quedar en Jerusalén y aparezcan luego actuando libremente (cf. 8:14; 11:2). Si Lucas hace mención explícita de ellos, parece ser que era porque quería hacer constar que todos los apóstoles quedaron en Jerusalén. Una antigua tradición conservada por Eusebio habla de una orden del Señor a sus apóstoles, poco antes de la ascensión, mandando que no abandonasen Jerusalén hasta pasados doce años68. Mas sea de eso lo que fuere, está claro que entre los apóstoles, que se quedan, y los helenistas dispersados no había divergencias ni rozamientos (cf. 8:14; 11:22), aunque sí pudiera haber puntos de vista distintos, como trataremos de explicar al comentar Hec_21:17-26 y Gal_2:11-14.
Una noticia intercala aquí San Lucas en este breve relato de la persecución contra la Iglesia, y es la relativa a la sepultura de Esteban (v.2). Los varones piadosos, que se encargan de recoger y dar sepultura a su cuerpo, no parece que fueran cristianos, pues los contrapone a todos del versículo anterior, que habían huido; por lo demás, difícilmente los habría designado con esa expresión, sino más bien con la de hermanos o discípulos. Probablemente eran judíos helenistas, de tendencias más moderadas que los perseguidores, e incluso amigos personales de Esteban. Algo parecido había sucedido con el cadáver de Jesucristo (cf. Jua_19:38-39).




II. Expansión de la Iglesia Fuera de Jerusalén 8:4-12:25.

Predicación del diácono Felipe en Samaría 8:4-8.
4 Los que se habían dispersado iban por todas partes predicando la palabra. 5 Felipe bajó a la ciudad de Samaría y predicaba a Cristo. 6 La muchedumbre a una oía atentamente lo que Felipe le decía y admiraba los milagros que hacía; 7 pues muchos espíritus impuros salían gritando a grandes voces, y muchos paralíticos y cojos eran curados, 8 lo cual fue causa de gran alegría en aquella ciudad.

Con toda naturalidad, y como sin darle importancia, nos cuenta aquí San Lucas un hecho trascendental en la historia de la Iglesia primitiva, al comenzar ésta a desprenderse del judaismo para extender su acción por el mundo todo (v.4-5). Nos había dicho antes que los huidos de Jerusalén se habían dispersado por las regiones de Judea y Samaría (v.1); si ahora sólo habla de la predicación en Samaría, y no de la predicación en Judea, no es porque dicha predicación no tuviese lugar también en Judea (cf. Gal_1:22; 1Te_2:14), sino porque ésa no interesa ya al plan que se ha propuesto de ir preparando la evangelización del mundo gentil, para lo que la evangelización de los samaritanos era un primer paso 69.
Este Felipe que predica en Samaría (v.5) no es el apóstol Felipe (cf. 1:13), pues a los apóstoles se les supone en Jerusalén (v.1.14), sino el diácono Felipe, segundo en la lista después de Esteban (cf. 6:5). Este mismo Felipe aparece más tarde en Cesárea y es llamado evangelista (cf. 21:8). Probablemente de él recibió San Lucas la información que aquí nos transmite sobre la evangelización en Samaría.
No está claro cuál fuera la ciudad de Samaría en que predica Felipe, pues la expresión de San Lucas bajó a la ciudad de la Samaría (..åéò ôçí éôüëéí ôçò óáìáñßáò) resulta oscura. La interpretación más obvia es la de que aquí Samaría, lo mismo que en los v.9 y 14, indica la región y no la ciudad de tal nombre; ésta, sin embargo, a juicio de muchos autores, quedaría indicada automáticamente bajo la designación la ciudad, pues no se ve qué otra ciudad en la región, a excepción de Samaría, la capital, tuviese tanta importancia que pudiese ser designada como la ciudad de Samaría. Quizás entre los judíos no era designada directamente por su nombre, debido a que dicha ciudad se llamaba en aquel tiempo Sebaste (=Augusta), nombre que le había sido impuesto por Herodes el Grande en homenaje al emperador Augusto, y ese nombre sabía a idolatría.
Resulta extraño, sin embargo, que se aluda aquí a la ciudad de Sebaste o Samaría, pues era ésta en esa época una ciudad helenista en que la mayoría de sus habitantes eran paganos, y San Lucas en este pasaje trata de darnos la evangelización de los samaritanos (cf. v.25) en el sentido judío de la palabra: hermanos de raza y de religión, aunque separados de la comunidad de Israel y considerados como herejes (cf. Mat_10:5-6; Lev_9:52-53; Jua_4:9). Por eso, otros autores creen que no se trata de Sebaste, la capital de Samaría, sino de alguna otra ciudad, quizás Sicar, la ciudad que ya era conocida en la tradición evangélica por el episodio de la samaritana (cf. Jua_4:5). Desde luego, la buena acogida que los samaritanos hacen a Felipe (v.6-8) recuerda la que no muchos años antes habían hecho a Jesús (cf. Jua_4:39-42). Algunos códices, en lugar de bajó a la ciudad, tienen bajó a una ciudad (..åéò ðÜëéí ôçò óáìáñßáò), lo cual apoyaría esta interpretación.

Simón el Mago,Jua_8:9-25.
9 Pero había allí un hombre llamado Simón, que de tiempo atrás venía practicando la magia en la ciudad y maravillando al pueblo de Samaría, diciendo ser él algo grande. 10 Todos, del mayor al menor, le seguían y decían: Este es el poder de Dios llamado grande; 11 y se adherían a él, porque durante bastante tiempo los había embaucado con sus magias. 12 Mas cuando creyeron a Felipe, que les anunciaba el reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres. 13 El mismo Simón creyó, y bautizado, se adhirió a Felipe, y viendo las señales y milagros grandes que hacía, estaba fuera de sí. 14 Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron cómo había recibido Samaría la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan, 15 los cuales, bajando, oraron sobre ellos para que recibiesen el Espíritu Santo, 16 pues aún no había venido sobre ninguno de ellos; sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. 17 Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo. 18 Viendo Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se comunicaba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, 19 diciendo: Dadme también a mí ese poder de imponer las manos, de modo que se reciba el Espíritu Santo. 20 Díjole Pedro: Sea ese tu dinero para perdición tuya, pues has creído que con dinero podía comprarse el don de Dios. 21 No tienes en esto parte ni heredad, porque tu corazón no es recto delante de Dios. 22 Arrepiéntete, pues, de ésta tu maldad, y ruega al Señor que te perdone este mal pensamiento de tu corazón; 23 porque veo que estás lleno de maldad y envuelto en lazos de iniquidad. 24 Simón respondió diciendo: Rogad vosotros por mí al Señor para que no me sobrevenga nada de eso que habéis dicho. 25 Ellos, después de haber atestiguado y predicado la palabra del Señor, volvieron a Jerusalén, evangelizando muchas aldeas de los samaritanos.

Como vemos, antes que Felipe, otro predicador había llamado fuertemente la atención de los samaritanos. Tratábase de un tal Simón, que con sus magias y sortilegios tenía maravillados a todos (v.9-11), y que va a ser ocasión del primer encuentro del cristianismo con las prácticas mágicas, tan extendidas por el mundo greco-romano de entonces (cf. 13:8; 16:16; 19:13-19).
Ante la predicación de Felipe, también Simón se pasa a la nueva doctrina y recibe el bautismo (v.13). Parece, sin embargo, que su fe no era todo lo auténtica y sincera que fuera de desear, pues poco después trata de comprar con dinero (de ahí el nombre simonía para designar el tráfico de cosas santas) el poder comunicar el Espíritu Santo por la imposición de manos, al igual que lo hacían Pedro y Juan (v. 18-19). Esto hace suponer que él, mago de profesión, no veía en el cristianismo sino una magia superior a la suya, cuyos secretos deseaba conocer. Le habían impresionado extraordinariamente los milagros de Felipe (v.13), y ahora le impresionan no menos los efectos de la imposición de manos por Pedro y Juan (v.18), y quiere que le inicien en los secretos de la nueva doctrina para poder también él realizar todo eso. Incluso su petición a los apóstoles de que rueguen por él al Señor (v.24) no es indicio cierto de un verdadero cambio en su espíritu, pues probablemente lo único que él teme es que esas imprecaciones de Pedro (v.22-23), a quien considera como un mago más fuerte que él, produzcan su efecto. Algunos códices, sin embargo, suponen que hubo verdadero arrepentimiento, pues completan el v.24 añadiendo que lloró abundantemente durante mucho tiempo.
De la vida ulterior de Simón puede decirse que apenas sabemos nada con certeza, pues la historia anda mezclada con la leyenda. De él hablan Justino, Ireneo, Tertuliano, Orígenes, Eusebio y otros muchos escritores antiguos 70, considerándole como jefe de una de las principales sectas gnósticas, a las que parece hacerse ya alusión en varios lugares del Nuevo Testamento (cf. 1Ti_1:14; 1Ti_6:20; 2Ti_2:16-19; Tit_3:9; 2Pe_2:17-19). Es probable que la expresión un poco misteriosa con que le designan los samaritanos, poder de Dios llamado grande (v.10), sea ya de tipo gnóstico, considerando a Simón como una emanación del Dios supremo, uno de aquellos eones que, según las doctrinas gnósticas, eran como intermediarios entre Dios y la materia.
Intercalados dentro de la narración de este episodio sobre Simón Mago, encontramos algunos otros datos históricos más generales, de gran interés doctrinal, que conviene hacer resaltar.
Notemos, en primer lugar, cómo la dirección suprema de la marcha y desarrollo de la predicación cristiana, incluso de la que realizan en países extraños los cristianos helenistas, la llevan los apóstoles desde Jerusalén. Eso sucede ahora, al tener noticia de la predicación de Felipe en Samaría (v.14), y eso sucederá más tarde, al enterarse de la predicación en Antioquía (cf. 11:22). De otra parte, el que envíen a Pedro y a Juan (v.14) no supone, como algunos han querido deducir, ninguna superioridad del colegio apostólico sobre Pedro, sino que indica simplemente que todos los apóstoles, de común acuerdo (cf. 1:15; 2:14), juzgan conveniente que vayan Pedro y Juan a Samaría para ver de cerca las cosas y completar la obra del diácono Felipe.
En segundo lugar, notemos la clara separación que aparece entre el bautismo que administra Felipe (v. 12.16), y la imposición de manos para conferir el Espíritu Santo que realizan los apóstoles (v.1y-18). Ya en el primer discurso de Pedro, en Pentecostés, se hablaba del bautismo en el nombre de Jesucristo y de recibir el don del Espíritu Santo (cf. 2:38). Exactamente, las dos mismas cosas que aquí. Pero entonces ese don del Espíritu parecía estar unido al bautismo, y no se hablaba para nada de imposición de manos; mientras que ahora se establece clara separación entre ambos ritos, y sólo a este segundo se atribuye el don del Espíritu (cf. v. 16-20). Algo parecido encontraremos más tarde durante la predicación de Pablo en Efeso (cf. 19:5-6). Lo más probable es que también en el caso de Pedro (2:38) el don del Espíritu haya de atribuirse no al bautismo 71, sino a la imposición de manos. Si entonces no se habla de ella, es, probablemente, porque en un principio, cuando comienzan a predicar y bautizar los apóstoles, ese rito iba unido al del bautismo, aunque parece que no tardó en separarse, como vemos en el caso de los samaritanos, debido quizás al hecho de que la misión y poder de bautizar se hizo más general, mientras que la de imponer las manos debió de seguir bastante restringida (cf. 8:14-15). Pablo tiene, desde luego, ese poder (cf. 19:5), no así el diácono Felipe (cf. 8:5-20). Al comentar el discurso de Pedro (cf. 2:38) explicamos ya en qué consistía ese don del Espíritu.
Con mucha razón la tradición exegética cristiana ha visto en esta imposición de manos, que parece pertenecía al catálogo de verdades elementales de la catequesis cristiana (cf. Heb_6:2), los primeros vestigios de la existencia de un sacramento que, por entonces, no tendría aún nombre propio con que ser designado, pero que, desde el siglo v, será llamado universalmente sacramento de la confirmación. En realidad, esa imposición de manos venía a ser como nuevo Pentecostés para cada cristiano, convirtiéndolo en adulto en la fe, capacitado no ya sólo para vivir en sí mismo la vida de Cristo, cosa que tenía por el bautismo, sino también para difundirla, trabajando por el reino de Dios.

Bautismo del eunuco etíope,Heb_8:26-40.
26 El ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el mediodía, por el camino que por el desierto baja de Jerusalén a Gaza. 27 Púsose luego en camino, y se encontró con un varón etíope, eunuco, ministro de Candace, reina de los etíopes, intendente de todos sus tesoros Había venido a adorar a Jerusalén, 28 y se volvía sentado en su coche, leyendo al profeta Isaías. 29 Dijo el Espíritu a Felipe: Acércate y llégate a ese coche. 30 Aceleró el paso Felipe; y oyendo que leía al profeta Isaías, le dijo: ¿Entiendes por ventura lo que lees? 31 El le contestó: ¿Cómo voy a entenderlo, si alguno no me guía? Y rogó a Felipe que subiese y se sentase a su lado. 32 El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: Como una oveja llevada al matadero y como un cordero que delante de los que lo trasquilan, no abrió su boca. 33 En su humillación ha sido consumado su juicio; su generación, ¿quién la contará?, porque su vida ha sido arrebatada de la tierra. 34 Preguntó el eunuco a Felipe: Dime, ¿de quién dice eso el profeta? ¿De sí mismo o de otro? 35 Y abriendo Felipe sus labios y comenzando por esta Escritura, le anunció a Jesús. 36 Siguiendo su camino llegaron a donde había agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que sea bautizado? 37 Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. 38 Mandó parar el coche y bajaron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. 39 En cuanto subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, y ya no lo vio más el eunuco, que continuó alegre su camino. 40 Cuanto a Felipe, se encontró en Azoto, y de paso evangelizaba todas las ciudades hasta llegar a Cesárea.

He aquí un nuevo episodio de la expansión de la fe cristiana fuera de Jerusalén. No son ya sólo los samaritanos (v.4-25), también un etíope, ministro de la reina Candace, se adhiere a la nueva doctrina y es bautizado (v.26-38). Probablemente este episodio tiene lugar inmediatamente o poco después de la predicación en Samaría. Quizás Felipe se hallaba todavía en Samaría cuando recibe la orden del ángel (v.26; cf. 5:19), o quizá estaba ya en Jerusalén, adonde habría vuelto con Pedro y Juan (v.25), una vez terminado su viaje misional en aquella región. El camino que descendía de Jerusalén a Gaza (v.26) era el camino que llevaba hasta Egipto, de donde se bajaba a Etiopía. Por él iba sentado en su coche el eunuco etíope, ministro de la reina Candace (v.27-28). El término Candace era el nombre genérico de las reinas de Etiopía, algo así como César para los emperadores romanos y Faraón para los antiguos reyes de Egipto 72.
La intervención de Felipe con el etíope (v.30) no tenía nada de extraño, a pesar de que para él era un desconocido, pues, tratándose de un lugar desierto (v.26), es normal, particularmente en Oriente, que dos viandantes que se encuentran traben enseguida conversación (cf. Luc_24:15). Se nos dice que iba leyendo al profeta Isaías (v.28) y que Felipe oyó leer (v.30), lo que supone que la lectura, como era costumbre, se hacía en voz alta, bien directamente por él o bien por algún esclavo. La cita de Isaías (v.32-33) sigue la versión griega de los Setenta, pero sustancialmente concuerda con el hebreo. El texto (Isa_53:7-8) es ciertamente mesiánico, alusivo a la pasión del Mesías, y, partiendo de este texto, Felipe evangeliza al etíope (v.35). Sin duda, la exposición sería bastante larga, aunque no sea aquí consignada, instruyendo al etíope en los puntos esenciales de la fe cristiana, pues vemos que éste pide espontáneamente el bautismo (v.36), lo que demuestra que conocía ya sus efectos. Probablemente fue un bautismo por inmersión, que parece era el habitual (cf. Rom_6:4; Col_2:12), aunque bien pudo ser que hubiese sólo semiinmersión, como indican ciertas representaciones de las catacumbas romanas, en que el bautizado aparece con el agua hasta media pierna. La Didaché, obra de extraordinario valor, pues pertenece a la primera generación cristiana, da esta norma en orden a la administración del bautismo: Si no tienes agua viva, bautiza con otra agua; si no puedes hacerlo con agua fría, hazlo con caliente. Si no tuvieres una ni otra, derrama agua en la cabeza tres veces en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (VII 2-3).
Según el texto bíblico de nuestro comentario, que es el de bastantes códices y el de la Vulgata Clementina, el etíope, antes de ser bautizado, hizo una espléndida confesión de la divinidad de Jesucristo (v.37). Este versículo, sin embargo, falta en los principales códices griegos, y puede decirse que lo excluyen casi todas las ediciones críticas modernas. Probablemente comenzó como una nota marginal, inspirada en la liturgia del bautismo, y pasó después al texto. San Ireneo conoce ya este versículo 73, pero parece totalmente ignorado de la tradición oriental, cosa que difícilmente se explicaría si fuese auténtico.
De la vida posterior del eunuco etíope nada sabemos con certeza. Antiguas tradiciones hablan de que se convirtió en el primer apóstol de su país, y como tal es considerado en algunas leyendas de Etiopía. Tampoco sabemos con certeza si era de origen pagano o de origen judío. Eusebio, al que han seguido otros muchos, lo considera como el primer convertido entre los gentiles74, cosa, además,, que parece pedir el orden mismo de la narración de Lucas, quien, después de hablar del bautismo de los samaritanos (v.5-25)·, daría un paso más hacia la universalidad, refiriendo el bautismo de un gentil (v.26-39).
Parece extraño, sin embargo, que Felipe no pusiera ningún reparo a este ingreso de un gentil en el cristianismo, como vemos que hará luego Pedro (cf. 10:14.28); además, Pedro mismo, en su discurso del concilio de Jerusalén, da claramente a entender que fue él quien primero predicó el Evangelio a los gentiles (cf. 15:7). Decir, como han hecho algunos, que este episodio del eunuco etíope (v.26-40) es cronológicamente posterior a la conversión de Cornelio (10:1-11:18) y que Lucas, como hace en ocasiones semejantes, lo anticipa para terminar lo relativo a Felipe, nos parece bastante arbitrario. Lo más probable es que se trate, si no ya de un judío cosa no imposible, pues las colonias judías eran muy numerosas no sólo en Egipto, sino también más al sur 75 , al menos de un prosélito del judaismo. El hecho de que había venido para adorar en Jerusalén (v.27) y que iba leyendo al profeta Isaías (v.28), da derecho a suponerlo. Ni hace dificultad lo de ser eunuco (v.27), pues, aunque en Deu_23:1 se prohibe la admisión de los eunucos en el judaísmo, parece que se observaba cierta tolerancia en este punto, particularmente tratándose de países paganos (cf. Isa_56:3-5; Jer_38:7-12; Sab_3:14). Por lo demás, la palabra eunuco puede estar usada aquí, como a veces en otros documentos (cf. Gen_39:1-9) en sentido simplemente de funcionario de palacio, y el paso hacia la universalidad queda dado, tratándose de un país tan lejano como Etiopía.
Por lo que respecta a Felipe, una vez cumplida su misión con el etíope, milagrosamente es trasladado a Azoto (v.39-40; cf. 1Re_18:12; Eze_3:12-14; Dan_14:36), y de allí, dirigiéndose hacia el norte, evangeliza las ciudades costeras hasta llegar a Cesárea, en la que parece fija su residencia (cf. 21:8). En esta misma ciudad, sede de los procuradores romanos de Judea, tendrá lugar muy pronto la conversión de Cornelio (cf. 10:1), y en ella más tarde estará preso San Pablo dos años (cf. 24:23-27).

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



50
(iii) El martirio de Esteban (7,54-8,3). La conclusión del protomartirio, reanudando el hilo narrativo de 6,15, nos cuenta el dato del linchamiento, que nosotros suponemos que pertenecía al estrato prelucano (? 44 supra). La mano de Lucas se observa en dos series de complementos: los paralelos del proceso de Je(-)sús ante el sanedrín (w. 55.56.58b) y de las pa(-)labras finales (vv. 59-60), y la notable presen(-)cia de Saulo, a quien se anticipa en su papel de perseguidor (v. 58b; 8,la.3). 55. mirando fija(-)mente al cielo: En continuidad con 6,15, esta afirmación lucana interpreta el semblante an(-)gélico de Esteban como una visión celestial; y al colocarla justamente después del discurso, la visión ratifica lo que previamente se ha di(-)cho: acusación de los que escuchan y la locali(-)zación de la «gloria» de Dios en el cielo, con Cristo resucitado, antes que en el templo he(-)cho por seres humanos (Mussner, «Wohnung Gottes» 286). 56. al Hijo del hombre de pie: No(-)table tanto por la posición «de pie» como por la colocación del dicho del Hijo del hombre en otros labios diferentes de los de Jesús, esta expresión del mártir es probablemente una variación que hace Lucas de Lc 22,69 como elaboración complementaria del v. 55 (así Conzelmann, Schneider, Weiser, Sabbe, Muss(-)ner). «De pie» puede indicar la bienvenida que el Señor da a su mártir en una parusía indivi(-)dual (Barrett), la intercesión por su confesor de acuerdo con Lc 12,8 (Schneider), su sen(-)tencia contra el judaismo recusante (Pesch), o, con menos plausibilidad, una variación «ca(-)rente de sentido» del Resucitado sentado a la derecha de Dios (2,33-35; Mussner, Sabbe). 58. y se pusieron a apedrearlo: La lapidación «fuera de la ciudad» (Lv 24,14; Nm 15,35-36; San. 6,1) pertenece a la tradición sobre el ase(-)sinato de los profetas que Lucas había recibi(-)do (cf. Lc 4,29; 13,34; 20,15). Difícilmente se habrían citado a unos «testigos» para llevar a cabo un linchamiento, por lo que este dato po(-)ne de manifiesto la intervención redaccional de Lucas en el v. 58b para presentar al joven «Saulo» (llamado 15 veces con este nombre en 7,58-13,9). Es dudoso que el nexo EstebanSaulo provenga de la tradición prelucana (no obstante Burchard, Der Dreizehnte Zeuge 28-30); deberíamos más bien atribuirlo a la ex(-)quisita disposición literaria que hace aparecer por primera vez al gran misionero de los gen(-)tiles justo cuando comienza el movimiento misionero fuera de Jerusalén. Cf. la posterior conexión de los dos «testigos» en 22,15-20. 8,1. todos se dispersaron: Tras esta esquemáti(-)ca presentación lucana se encuentra la perse(-)cución que condujo a los cristianos helenistas a partir de Jerusalén y adentrarse en los pri(-)meros caminos de la misión a los gentiles (cf. 11,19-20; Hengel, Acts 73-75). La mención de las regiones de «Judea y Samaría» pone de manifiesto cómo esta vuelta de los aconteci(-)mientos cumplía la orden del Señor resucita(-)do en 1,8. El lector de Lucas sabe muy bien por qué «los apóstoles» no se encontraban en(-)tre los dispersados (cf. comentario sobre 1,4); sin duda, tampoco se incluiría el autóctono contingente «hebreo». 3. Saulo se ensañaba contra la Iglesia: cf. 9,21; Gál 1,13.23. ¿Signifi(-)ca que tomaba parte en la extinción de la Igle(-)sia de los helenistas en Jerusalén (Hengel, Acts 74)? ¿Qué podemos decir sobre Gál 1,22?

(Barrett, C. K., «Stephen and the Son of Man», Apophoreta [Fest. E. Haenchen, ed. W. Eltester y F. H. Kettler, BZNW 30, Berlín 1964] 32-38. Bihler, J,, Die Stephanusgeschichte [? 43 supra], Burchard, C., Dre Dreizehnte Zeuge [FRLANT 103, Gotinga 1970] 26-31.40-42. Dahl, N. A., en StLA 139-58. Grasser, E,, TRu 42 [1977] 35-42. Holtz, Untersuchungen 85-127. Kilgallen, J., The Stephen Speech [AnBib 67, Roma 1976]. Kliesch, K., Das heilgeschichtliche Credo in den Reden der Apostelgeschichte [Bonn 1975] 5-38.110-25. Mussner, F., «Wohnung Gottes und Menschensohn nach der Stephanusperikope», Jesús und der Menschensohn [Fest. A. Vógtle, ed. R. Pesch et. al., Friburgo 1975] 283-99. Pesch, R., Die Vision des Stephanus [SBS 12, Stuttgart 1966). Richard, Acts 6,1-8,4 [? 43 supra]; «Acts 7», CBQ 39 [1977] 190-208. Sabbe, M., en Les Actes [ed. J. Kremer] 241-79. Scharlemann, M., Stephen, A Singular Saint [An(-)Bib 34, Roma 1968], Scobie, C., «The Use of Source Material in the Speeches of Acts III and Acts VII», NTS 25 [1978-79] 399-421. Steck, O., Israel und das gewaltsame Geschick der Propheten [WMANT 23, Neukirchen 1967], Stemberger, G., «Die Stephanus-rede». Jesús in der Verkündigung der Kirche [ed. A. Fuchs, SNTU A/l, Linz 1976] 154-74. Wilckens, Mis(-)sionsreden 200-24.)
51 (c) Felipe y el avance de la Palabra (8,4-40).
(i) El triunfo del evangelio en Samaría (8,4-25). Felipe, el «evangelista» de Cesarea Maríti(-)ma (21,8), uno de los siete helenistas (6,5), fue relacionado, al parecer, con la misión samarita(-)na por la misma tradición que proporcionó la historia del eunuco (vv. 26-40). Sin embargo, re(-)sulta extraño que su misión se describa en tér(-)minos muy genéricos (w. 5-8) y que no tenga ningún papel en el encuentro entre Simón Ma(-)go y Simón Pedro (vv. 18-24). O bien Lucas reescribió una tradición que contaba el intento del mago de comprar el poder del Espíritu a Fe(-)lipe (Dibelius, Studies 17; Haenchen, Acts 308), o conectó, posteriormente, la misión de Felipe con un «relato sobre Pedro» mediante los vv. 12-13, que son claramente redaccionales (Wei(-)ser, Apg. 200; Hengel, Acts 78-79). En cualquier caso, la mayoría de los especialistas está de acuerdo en que su interés por subordinar la mi(-)sión de los helenistas a «los apóstoles de Jeru(-)salén» (v. 14) produjo la curiosa separación en(-)tre el bautismo y la efusión del Espíritu indicada en el v. 16 (pero cf. Barrett, en Les Ac(-)tes [ed. J. Kremer] 293). En el futuro, Felipe tra(-)bajará principalmente en «las zonas helenistas gentiles de la llanura costera» (v. 40; Hengel). 4. predicando la palabra: La evocación de esta fra(-)se en el v. 25, al final de la historia sobre Sama(-)ría, muestra el interés que guía a la redacción del conjunto: la unión en la misión de los hele(-)nistas dispersados con los apóstoles. 5. la ciu(-)dad de Samaría: Esta dudosa referencia (¿Sebasté? ¿Siquem?) se debe, tal vez, a la persona de Simón Mago, cuya casa se encontraba en el pueblo samaritano de Gitta (Justino, Apol. 1.26.1-3). 6-8. Este relato, aunque es redaccional v esquemático (cf. 5,6; Lc 6,18), está de acuerdo con el carácter de la misión de los he(-)lenistas, y es indicativo de las estrategias de proselitismo en las que tenían que superar a sus rivales. 9. Simón... que practicaba la magia: En todo el NT sólo Hechos nos habla de la magia (cf. 13,6.8; 19,19), únicamente para asignarla a un poder adversario que había sido vencido por el evangelio. Nada se dice sobre la fama que te(-)nía Simón como el mayor de los herejes y fun(-)dador del gnosticismo (Ireneo, Ad. Haer. 1.23; Justino, Apol. 1.26.1-3; Hipólito, Ref. 6.9-20; Epilanio, Haer. 21.1-4), bien porque Lucas lo «degradó» para mantener limpio de herejía el período apostólico (C. H. Talbert, Luke and the Gnostics [Nashville 1966] 92-93), o porque los tratadistas de herejías lo demonizaron convir(-)tiéndolo en autor de una heterodoxia que, pos(-)teriormente, fue completamente eliminada (cf. R. Wilson, en Les Actes [ed. J. Kremer] 485-91). 10. la potencia de Dios llamada la Grande: Sue(-)na a la presentación de un portador de la reve(-)lación, lo que signiñearía que Simón era más que un mago, tal vez un gnóstico en la fase ini(-)cial de este movimiento (Conzelmann, Apg. 60-61). 13. creyó: La conversión de Simón por Fe(-)lipe consolida la impresión de su éxito arrollador (vv. 6.8). 14-17. En el plan de Lucas, las nuevas comunidades se unen a la Iglesia madre mediante la visita de sus delegados (cf. 11, 22). Este interés redaccional nos ayuda a en(-)tender la anomalía que existe en el bautismo realizado por Felipe sin la donación del Espíri(-)tu (v. 16). Tanto si se recibía después (19,6) o incluso «antes» 10,47-48) de la celebración del rito, el Espíritu Santo se hace presente sólo donde existe comunión con los apóstoles, que, en cuanto «testigos de su resurrección» (1,22), certifican la actividad continuada del Resucita(-)do sobre la tierra. Nos encontramos in vía ha(-)cia una concepción «católica primitiva»; el Es(-)píritu no es controlado mediante el ritual ni mediante el ministerio (v. 15), y el castigo que merece Simón reafirmará su inviolable carác(-)ter de «don» (v. 20; cf. 2,38; 10,45; 11,17). 21. parte ni herencia en esta palabra: Puede signifi(-)car «excomunión» (Haenchen), aunque lo que se repudia no es una herejía, sino la religiosi(-)dad pagana común.

52 (ii) Felipe y el eunuco etiópico (8,26-40). La tradición subyacente trataba, sin lugar a dudas, de un relato sobre la primera conver(-)sión de un gentil que se contaba en los círcu(-)los helenistas en rivalidad con la historia de Cornelio (cap. 10), que se contaba en Jerusa(-)lén como un descubrimiento de Pedro (Dinkler, «Philippus» 88). Para el objetivo de su historia, Lucas habla vagamente de la situa(-)ción religiosa del eunuco para no adelantarse a la apertura a la misión gentil protagonizada por Pedro; pero el auténtico origen africano del convertido, que conjuraba la visión que te(-)nían los lectores de las gentes de color más allá de las fronteras exteriores de la civiliza(-)ción, sería una expresión clara de que el evan(-)gelio, habiendo conquistado Samaría, proseguía realmente su camino «hasta los confines de la tierra» (1,8). 26. ángel del Señor: Bien mediante un ángel (5,19), o por el mismo Es(-)píritu (v. 39; 10,19; 11,12; 13,2), es Dios quien toma la iniciativa de la misión. Felipe es un simple instrumento en el plan del Espíritu, al igual que el perplejo Pedro en 10,19-20. hacia el sur de Jerusalén: Tras haber seguido la mi(-)sión hacia el norte, hacia Samaría, sentimos ahora que el círculo se expande, con Jerusalén como centro, al tomar el camino que conduce al gran desierto que separa a Palestina de Egipto. 27. eunuco: Dt 23,1 excluye a los cas(-)trad de la comunidad étnica y religiosa de Is(-)rael. Pero cf. la promesa a los eunucos fieles en Is 56,3-5. 30-31. El centro de la historia, la enseñanza de la Escritura, está llena de refe(-)rencias lucanas. La lectura de Isaías nos re(-)cuerda Lc 4,16-21, y la enseñanza del viajero (v. 35), con la conclusión sacramental, se pa(-)rece muchísimo al camino de Emaús (Lc 24,13-35). 32-33. El texto que está leyendo el peregrino es Is 53,7b-8c, con la eliminación in(-)tencionada de la muerte del siervo isaiano «por las transgresiones de mi pueblo» (v. 8d). Este corte no es accidental; la «teología de la cruz» de Lucas no incluye la expiación por los pecados (Rese, Motive 98-99). La interpreta(-)ción cristológica en este contexto es más eisegesis que exégesis: el Humillado ha sido Exal(-)tado (cf. 4,11; 5,30s; Lc 24,26), obteniendo una innumerable descendencia («su descenden(-)cia»; Kránkl, Jesús 114-15). 34. La pregunta del eunuco, que el texto no sugiere directa(-)mente, sigue la común via negativa lucana en la lectura del AT (2,29-31.34-35; 13,34-37). «El eunuco pregunta como debería hacerlo el lec(-)tor ideal no cristiano, pero que, en realidad, sólo el lector cristiano puede hacerlo» (Con(-)zelmann, Apg. 63). [37.] Una variante occiden(-)tal antigua (Ireneo) añade en este punto un diálogo bautismal que procede de la práctica habitual. 39. arrebató: El vb. pertenece al vo(-)cabulario de las asunciones celestiales (2 Cor 12,2.4; 1 Tes 4,17; Ap 12,5; 2 Re 2,16). 40. De(-)jamos a Felipe en Cesarea Marítima, en su ca(-)sa, donde Pablo será su invitado (21,8).

(Barrett, C. K., en Les Actes [ed. J. Kremer] 281-95. Casey, R., en Beginnings 5.151-63. Dietrich, Petrusbild [? 19 supra] 245-56. Dinkler, E., «Philippus und der aner Aithiops», Jesús und Paulus [Fest. W. G. Kümmel, ed. E. E. Ellis y E. Grasser, Gotinga 1975] 85-95. Grasser, E,, TRu 42 [1977] 25-34. Hengel, Bet(-)ween Jesús [? 43 supra] 110-16. Unnik, W. C. van, «Der Befehl an Philippus», ZNW 47 [1956] 181-91. Wilson, R. M., en Jxs Actes [ed. J. Kremer] 485-91.)

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter VIII.

By occasion of the persecution in Hierusalem, the Church being planted in Samaria, 5 By Philip the Deacon who preached, did miraracles, and baptized many, among the rest Simon the sorcerer a great seducer of the people: 14 Peter and Iohn come to confirme, and inlarge the Church: where by prayer, and imposition of hands giuing the holy Ghost, 18 When Simon would haue bought the like power of them, 20 Peter sharpely reprouing his hypocrisie, and couetousnesse, and exhorting him to repentance: together with Iohn preaching the word of the Lord, returne to Hierusalem. 26 But the Angel sendeth Philip to teach, & baptize the Ethiopian Eunuch.
1 And Saul was consenting vnto his death. And at that time there was a great persecution against the Church which was at Hierusalem, and they were all scattered abroad through out the regions of Iudea, and Samaria, except the Apostles.
2 And deuout men carried Steuen to his buriall, and made great lamentation ouer him.
3 As for Saul, he made hauocke of

[Simon the sorcerer.]

the Church, entring into euery house, and hailing men and women, committed them to prison.
4 Therefore they that were scattered abroad, went euery where preaching the word.
5 Then Philip went downe to the citie of Samaria, and preached Christ vnto them.
6 And the people with one accord gaue heed vnto those things which Philip spake, hearing and seeing the miracles which he did.
7 For vncleane spirits, crying with lowd voyce, came out of many that were possessed with them: and many taken with palsies, and that were lame, were healed.
8 And there was great ioy in that citie.
9 But there was a certaine man called Simon, which before time in the same citie vsed sorcery, and bewitched the people of Samaria, giuing out that himselfe was some great one.
10 To whom they all gaue heed from the least to the greatest, saying, This man is the great power of God.
11 And to him they had regard, because that of long time he had bewitched them with sorceries.
12 But when they beleeued Philip preaching the things concerning the kingdome of God, and the Name of Iesus Christ, they were baptized, both men and women.
13 Then Simon himselfe beleeued also: and when hee was baptized, hee continued with Philip, and wondered, beholding the miracles and signes which were done.
14 Now when the Apostles which were at Hierusalem, heard that Samaria had receiued the word of God, they sent vnto them Peter and Iohn.
15 Who when they were come downe, praied for them that they might receiue the holy Ghost.
16 (For as yet hee was fallen vpon none of them: onely they were baptized in the Name of the Lord Iesus.)
17 Then layde they their hands on them, and they receiued the holy Ghost.
18 And when Simon saw that through laying on of the Apostles hands, the holy Ghost was giuen, hee offered them money,
19 Saying, Giue me also this power, that on whomsoeuer I lay handes,

[Of the Eunuch.]

hee may receiue the holy Ghost.
20 But Peter said vnto him, Thy money perish with thee, because thou hast thought that the gift of God may be purchased with money.
21 Thou hast neither part nor lot in this matter, for thy heart is not right in the sight of God.
22 Repent therefore of this thy wickednesse, and pray God, if perhaps the thought of thine heart may be forgiuen thee.
23 For I perceiue that thou art in the gall of bitternesse, and in the bond of iniquitie.
24 Then answered Simon, and said, Pray ye to the Lord for mee, that none of these things which ye haue spoken, come vpon me.
25 And they, when they had testified and preached the word of the Lord, returned to Hierusalem, and preached the Gospel in many villages of the Samaritanes.
26 And the Angel of the Lord spake vnto Philip, saying, Arise, and goe toward the South, vnto the way that goeth downe from Hierusalem vnto Gaza, which is desert.
27 And hee arose, and went: and behold, a man of Ethiopia, an Eunuch of great authority vnder Candace queene of the Ethiopians, who had the charge of all her treasure, and had come to Hierusalem for to worship,
28 Was returning, and sitting in his charet, read Esaias the Prophet.
29 Then the Spirit saide vnto Philip, Goe neere, and ioyne thy selfe to this charet.
30 And Philip ran thither to him, and heard him reade the Prophet Esaias, and said, Understandest thou what thou readest?
31 And hee said, How can I, except some man should guide me? And he desired Philip, that hee would come vp, and sit with him.
32 The place of the Scripture, which hee read, was this, [ Isa_53:7 .] Hee was led as a sheepe to the slaughter, & like a Lambe dumbe before the shearer, so opened he not his mouth:
33 In his humiliation, his Iudgement was taken away: and who shall declare his generation? For his life is taken from the earth.
34 And the Eunuch answered Philip, and said, I pray thee, of whom speaketh

[The conuersion of Saul.]

the Prophet this? of himselfe, or of some other man?
35 Then Philip opened his mouth, and began at the same Scripture, and preached vnto him Iesus.
36 And as they went on their way, they came vnto a certaine water: and the Eunuch said, See, here is water, what doeth hinder me to be baptized?
37 And Philip said, If thou beleeuest with all thine heart, thou mayest. And he answered, and said, I beleeue that Iesus Christ is the Sonne of God.
38 And he commanded the charet to stand still: and they went downe both into the water, both Philip, and the Eunuch, and he baptized him.
39 And when they were come vp out of the water, the Spirit of the Lord caught away Philip, that the Eunuch saw him no more: and hee went on his way reioycing.
40 But Philip was found at Azotus: and passing thorow he preached in all the cities, till he came to Cesarea.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Persecución y predicación en Samaría. A raíz de la denuncia profética de Esteban estalló la persecución. Lucas deja entender que fue una persecución «selectiva». El ala conservadora del grupo cristiano, con los apóstoles a la cabeza, no fue molestada. Sólo los helenistas cristianos tuvieron que escapar a toda prisa de Jerusalén. Los demás se quedaron. Lucas no insiste en este detalle. Nosotros podemos preguntarnos: ¿Por qué no presentaron «todos» un frente común a la hora de la persecución? ¿Faltó la solidaridad? De todas formas, persecuciones «selectivas» han abundado en todas nuestras comunidades cristianas a lo largo de la historia, especialmente de América Latina. Los tiranos saben que cuentan siempre con el silencio de una parte de la Iglesia a la hora de señalar a sus víctimas. Lucas no dice nada de esto, porque la verdadera historia que a él le interesa contar no es ésa, sino la del Espíritu que se sirvió de aquellos perseguidos para llevar la Palabra más allá de las fronteras de Jerusalén. Lo que es huida y dispersión a los ojos humanos, es difusión del Evangelio a los ojos iluminados del narrador.
Así pues, mientras Saulo se convertía en un activista en la persecución contra los cristianos, según nos cuenta Lucas quizás cargando un poco las tintas para preparar por contraste su posterior y espectacular conversión, uno de los «siete», Felipe, es el escogido por el Espíritu para llevar el Evangelio a Samaría, considerada como semipagana, medio apóstata, infestada de sincretismo (cfr. Jn 4). Éste fue el primer campo de operaciones de aquellos evangelistas itinerantes. La primera frontera se había roto.
En esta campaña misionera de Felipe, Lucas tiene cosas importantes que decirnos. Primero, prepara el ambiente afirmando que la misión de Felipe fue todo un éxito y lo describe con el esquema básico de toda evangelización: anuncio de la Buena Noticia, liberación y transformación, expresada en la alegría de todos. A continuación, introduce un personaje singular, un tal Simón, charlatán y embaucador de las masas que tenía a todos encantados con su magia. Este individuo vio una fuente de ingresos en la recepción del Espíritu Santo y propuso el posible negocio a los apóstoles. Y aquí interviene Lucas para mostrarnos, por medio de Simón, en qué puede llegar a convertirse la religión, cualquier religión, cuando ha sido contaminada por el dinero: «en hiel amarga» y «atada en lazos de maldad» (23).
Todo lo que es cristiano funciona sin dinero. En este mundo en que todo se compra y se vende y en el que el dinero es el poder más absoluto, la Palabra de Dios y el Espíritu Santo ni se compran ni se venden. Los apóstoles no tienen dinero y los dones de Dios no se valoran en dinero. El desinterés total de estos primeros misioneros cristianos es lo que nos presenta Lucas como novedad y ejemplo para todos. El segundo mensaje obedece a su preocupación constante por mostrarnos la «unidad de la Iglesia». A Felipe y a sus compañeros no se les subió el éxito a la cabeza. Comunicaron inmediatamente a la Iglesia de Jerusalén lo que estaba ocurriendo, y los apóstoles se personaron en Samaría. La presencia de los apóstoles confirmando e imponiendo las manos a los nuevos convertidos en su fe, da origen a este «Pentecostés Samaritano» -más tarde se nos narrará el «Pentecostés Pagano»- en el que el Espíritu Santo se derramó sobre ellos como principio de unidad, de alegría y de vida cristiana.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



Felipe en Samaria

4 La persecución, más que una política planificada, fue la razón para el primer impulso misionero real en la iglesia: los que fueron esparcidos anduvieron anunciando la palabra. 5 Felipe predicó en Samaria, porque por casualidad estaba allí. Como nos dice el Evangelio de Juan en un paréntesis, los judíos no tenían trato con los samaritanos (Juan 4:9). Tanto los de Judea como los de Galilea los consideraban semijudíos herejes; los que ocupaban esa zona al norte de Judea creían en los libros de Moisés, pero no en el resto de las Escrituras judías, así como creían que Dios debía ser adorado en el monte Gerizim más bien que en Jerusalén.

6-13 Felipe es presentado a los lectores con la mención de las señales que hacía, incluyendo el exorcismo de los espíritus inmundos y curaciones. Como resultado de estas obras el pueblo escuchaba atentamente lo que él tenía que decir. Al respecto, era similar a Simón, un hombre que practicaba la brujería y a quien todo el pueblo, de alta o baja categoría, estimaba a causa de su magia.

Se nos dice que las obras y el mensaje de Felipe eran superiores a los de Simón, pero la diferencia debe haber sido significativa, porque ellos, incluso Simón, creyeron ... se bautizaban. Aquel obrador de milagros estaba atónito cuando veía las señales y grandes maravillas que se hacían (ver 5:12-16).

14 Quizá por el hecho de que la misión a los samaritanos no había sido planeada antes, las noticias al respecto parecieron tomar de sorpresa a los apóstoles que estaban en Jerusalén y mandaron a Pedro y Juan para investigar. Del mismo modo, Bernabé fue enviado a investigar a los convertidos gentiles en Antioquía (11:22) e inmediatamente antes que eso, Pedro fue entrevistado sobre la conversión del gentil Cornelio (11:1-18). 15-17 Probablemente el último pasaje nos ayuda a explicar por qué el don del Espíritu Santo llegó mucho después del bautismo de los samaritanos. A la luz de 2:38, 10:48 y 19:5, es sumamente improbable que el bautismo en el nombre de Jesús fuera considerado inferior al bautismo en los tres nombres de la Trinidad. Tampoco es probable que la imposición de manos por los apóstoles fuera necesaria para la recepción del Espíritu Santo (ver p. ej. 10:44-48; 16:30-34 y 13:3 donde fue la congregación la que impuso las manos sobre los apóstoles en señal de la unidad que produce el Espíritu Santo).

En 11:15-17, sin embargo, Pedro entendió que la venida del Espíritu Santo sobre Cornelio y los suyos era la señal divina de que los gentiles eran aceptados como miembros plenos de la comunidad cristiana (ver sobre 11:1-18). Del mismo modo, el derramamiento del Espíritu Santo sobre aquellos primeros samaritanos convertidos era prueba de su igualdad con los creyentes de Jerusalén y podemos agregar que fue una prueba tanto para los apóstoles de Jerusalén como para los samaritanos. Por supuesto, es grato que Juan, que en un caso quiso pedir fuego de juicio sobre una aldea samaritana (Luc. 9:54), fue uno de los que ahora pedía para ellos el Espíritu Santo.

18, 19 Simón creyó que el cristianismo era esencialmente lo mismo que su magia, aunque más poderoso. 20-23 La respuesta de Pedro implica que captó algo de la actitud de Simón. Su aguda condenación fue atemperada por el llamado al arrepentimiento para que el Señor lo perdonara. 24 A pesar del pedido aparentemente genuino que hizo a Pedro de que orara para que aquello no le ocurriera, Simón llegó a ser conocido luego en la tradición cristiana como el hereje arquetípico y enemigo del cristianismo.

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



5. "Felipe": no se trata del Apóstol del mismo nombre, sino de uno de los Siete mencionados en 6. 5. En 21. 8 se lo llama "predicador del Evangelio".

Los samaritanos eran hermanos de raza y de religión, pero estaban separados de la comunidad israelita. Ver nota Jua_4:9.

10. Se daba este título al mago Simón, porque se pensaba que en él residía una emanación del Dios supremo, que le otorgaba poderes sobrenaturales.

18-20. En el hecho protagonizado por Simón tuvo origen la palabra "simonía", que designa la pretensión de comprar con dinero los bienes espirituales.

32-33. Isa_53:7-8. Ver nota 3. 13-14.

37. "Felipe dijo: "Si crees de todo corazón, es posible". "Creo, afirmó, que Jesucristo es el Hijo de Dios"". Este texto, que es una glosa muy antigua inspirada en la liturgia bautismal, falta en los mejores manuscritos.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

Los Apóstoles guían también la primera expansión de la Iglesia fuera de Jerusalén.

La Tradición ha visto en los vv. 15-17 un reflejo del origen del sacramento de la Confirmación: «Los Apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, comunicaban a los neófitos, mediante la imposición de las manos, el don del Espíritu Santo, destinado a completar la gracia del Bautismo (cfr Hch 8,15-17; 19,5-6). Esto explica por qué en la Carta a los Hebreos se recuerda, entre los primeros elementos de la formación cristiana, la doctrina del Bautismo y de la imposición de las manos (cfr Hb 6,2). Es esta imposición de las manos la que ha sido con toda razón considerada por la Tradición católica como el primitivo origen del sacramento de la Confirmación, el cual perpetúa, en cierto modo, en la Iglesia, la gracia de Pentecostés» (Pablo VI, Div. consort. nat.).


Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Jer_4:18; Pro_5:22

NOTAS

8:23 De esta anécdota procede el término «simonía» para designar el comercio con las cosas santas.

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Jer_4:18; Pro_5:22

NOTAS

8:23 De esta anécdota procede el término «simonía» para designar el comercio con las cosas santas.

iNT-CEVALLOS+ Interlineal Académico Del Nuevo Testamento Por Cevallos, Juan Carlos

[I εἰς γὰρ χολὴν πικρίας καὶ σύνδεσμον ἀδικίας ὁρῶ σε ὄντα I] porque veo que estás lleno de amargura y de maldad.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 8.3 Hch 22.4-5; 26.9-11; Gl 1.13.

[2] 8.5 Felipe: Hch 6.5.

[3] 8.36 Cf. Dt 23.1 y también Is 56.3-5; Sab 3.14.

[4] 8.36 Algunos mss. añaden el v. 37: Felipe le dijo: --Si cree usted de todo corazón, puede. Y el hombre contestó: --Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*8:1b-11:30 El relato narra ahora el testimonio dado fuera de Jerusalén, y continúa ofreciendo las premisas para el testimonio a los gentiles, que ocupará la segunda parte de Hechos: conversión de Saulo, solución al problema teológico del contacto con los gentiles, y la Iglesia de Antioquía.

Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

Deu 29:18; Jer 4:18.

Biblia Peshitta en Español (Holman, 2015)

a Heb 12:15

Jünemann (1992)


23 b. El vicio es amargo como hiel, y encadena al alma.


Torres Amat (1825)



[32] Is 53, 7.