Antes de que naciesen las montañas
y la tierra y el orbe dieran a luz,
desde siempre y por siempre eres tú, oh Dios. (Salmos 90, 2) © La Biblia de Nuestro Pueblo (2006)
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Este salmo es una meditación sobre el tiempo, más que una lamentación y súplica. A la introducción solemne (1s) sigue una elegía sobre lo efímero de la vida (3-10) -tiene dos movimientos (3-6.7-10)-. Una nueva invocación introductoria (11-12) da paso a una súplica para ser liberados de los males de la vida (13-16). El versículo 17 es conclusivo. Que sea una meditación sobre el tiempo parece claro si nos fijamos en el campo semántico de los días (4.9.12.14.15) y de los años (4.9.10.15), así como en las expresiones temporales: «de generación en generación» (1), «desde siempre y por siempre» (2), «vigilia nocturna» (4), por la mañana (6), o en los adverbios o expresiones adverbiales: antes (2), «¿hasta cuándo?» (13), aprisa (10)... Frente a este flujo del tiempo, el verbo de la estabilidad, que se repite dos veces al final del salmo (17b). La pregunta básica es: ¿Qué es el hombre ante Dios o Dios ante el hombre? Dios es el existente «desde siempre y por siempre» (2c), anterior incluso al parto de las montañas, según la concepción mitológica: el mito de la madre tierra y de los montes eternos. Dios está por encima del tiempo; el ser humano, inmerso en el tiempo, es un ser «para la muerte». Tan caduco como la hierba segada (5s), tan efímero como un tercio de la noche (4). Su vida, por larga que sea (4.10), es un mero suspiro (9b). Afanarse por ella es «fatiga y vanidad» (10b). Si Dios nos arrebata por la noche (5), nosotros volamos (10b). A la condición mortal se añade la pecadora, que suscita la ira divina (7s.11). La grandeza y santidad de Dios abruma y empequeñece al hombre. Le queda como solución la súplica. No pide el orante perdón por sus pecados, sino sensatez para aceptar su destino (12). No es suficiente. El poeta pide algo más: que Dios muestre su compasión (13), o que compense las penas y los gozos con su amor (14s); y también pide que Dios comience a actuar (16); así adquirirá consistencia la actuación humana para bien del hombre y también para bien de Dios (17b). En definitiva, el hombre será lo que haya hecho: él y Dios en él. Nuestras obras adquieren consistencia (cfr. Flp_2:13) y nos acompañarán (cfr. Apo_14:13). ¿Qué sentido tiene nuestra vida? ¿Cuáles son nuestros valores? No podemos elaborarnos «un mañana» sin contar con Dios. Este salmo puede ayudarnos.