Ver contexto
Y yo viví algún tiempo sin ley, pero sobreviniendo el precepto, revivió el pecado (Romanos  7, 9) © Sagrada Biblia (Nacar-Colunga, 1944)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 7

1. PRUEBA JURÍDICA EN PRO DE LA LIBERACIÓN DE LA LEY (Rm/07/01-06)

1 ¿Ignoráis acaso, hermanos -hablo a quienes entienden de leyes-, que la ley tiene dominio sobre el hombre sólo mientras éste vive? 2 Por ejemplo, la mujer casada está ligada por una ley u su marido mientras éste vive; pero, si éste muere, queda desligada de la ley del marido. 3 Por consiguiente, será tenida por adúltera si, mientras vive el marido, se une a otro hombre; pero, si muere el marido, queda libre de esa ley, de suerte que ya no será adúltera, aunque se una a otro hombre. 4 Así pues, hermanos míos, también vosotros quedasteis muertos para la ley por medio del cuerpo de Cristo, para pertenecer de hecho a otro: al resucitado de entre los muertos, de manera que demos frutos para Dios.

Si el cristiano tiene que verse como un liberto de Cristo, que ya no ha de pagar tributo alguno a los poderes del tiempo pasado, esta libertad no deja, sin embargo, de convertírsele en problema, pues que con ella queda roto todo lazo vinculante con su pasado personal. El problema debió de preocupar principalmente a los judeocristianos, para quienes la ley mosaica no podía resultar indiferente desde su tradición judía. De ahí que Pablo hubiera de exponer justamente al judeo-cristiano el alcance de su mensaje de libertad de cara a la ley. Cierto que con el argumento de que la disolución de la ley es legítima incluso según el sentido de la propia ley, no sólo se dirige a los judíos, o más en concreto a los judeo-cristianos, sino a los cristianos todos, porque en todos ellos se dejaba sentir con mayor o menor fuerza la herencia legal judía para poner en duda y limitar la libertad obtenida y la confianza lograda en Cristo. La libertad debe tomarse también en serio como libertad frente a la ley. Tal es el propósito que Pablo persigue con su prueba analógica tomada del derecho matrimonial, y que formalmente no deja de ser discutible. Pablo parte de un principio general reconocido por todos: la obligatoriedad de la ley sobre un hombre cesa con la muerte de éste; un ejemplo que podría ilustrarse con lo que se dice en 6,3 ss acerca de la muerte con Cristo. En los v. 2 y 3 intenta Pablo ilustrar lo relativo a la libertad cristiana con un ejemplo sacado del derecho matrimonial. Una mujer casada queda libre a la muerte de su marido y puede pertenecer a otro. En el v. 3 se agrega inmediatamente que si el marido muere, la mujer queda libre de la ley. Este es el genuino propósito del Apóstol: probar la libertad frente a la ley. Por eso no tiene para él transcendencia alguna el que, según el v. 1, la libertad venga dada por la defunción del hombre, mientras que en el v. 3 es la ley que aparece a través de la muerte del primer marido, mezclándose así la realidad objetiva con la imagen.

El v. 4 expone la conclusión de una forma un tanto sorprendente. Los cristianos han muerto por medio del cuerpo de Cristo; lo cual responde al principio fundamental del v. 1, con el que ahora se une la conclusión del v. 3: los cristianos pertenecen ahora a otro. Que en el v. 3 no sea la mujer que pasa a pertenecer a otro la que muera o sea matada, sino el primer marido que representa a la ley, se pasa aquí por alto y no tiene para Pablo importancia alguna de cara al resultado objetivo. De este modo el argumento de Pablo en el pasaje presente se muestra como una argumentación interesada de tipo kerygmático y teológico, y no como una verdadera prueba en el sentido moderno.

5 De hecho, cuando vivíamos en la carne, las pasiones pecaminosas, sirviéndose de la ley, operaban en nuestros miembros, haciéndonos producir frutos para la muerte; 6 pero ahora, al morir a aquello que nos aprisionaba, hemos quedado desligados de esa ley, de modo que sirvamos en novedad de espíritu, y no en decrepitud de letra.

La pertenencia a Cristo se muestra fecunda en la vida. El v. 5 contrasta esta nueva fecundidad con la vieja, como ya lo había hecho el Apóstol al final del capítulo 6. Ese tiempo de fecundidad para la muerte es algo fundamentalmente pasado, como ha pasado de hecho la existencia «en la carne». Aquí la «carne» no es sin más la naturaleza humana, sino la existencia del hombre condicionada por el pecado y abandonada a sí misma antes de Cristo y sin Cristo. Si el hombre no es más que «carne», las cosas le irán mal. Pero si la vida de la fe se realiza en su «carne» (cf. Gal_2:20), entonces se elimina de forma decisiva la situación desesperada de la existencia terrena del hombre.

«Pero ahora (cf. 3,21; 6,22) ...hemos quedado desligados de esa ley, de modo que sirvamos en novedad de espíritu (= con un espíritu nuevo), y no en decrepitud de letra» (v. 6). «Novedad» y «decrepitud» señalan el contraste entre el presente esperanzador y el pasado funesto. El pasado estaba bajo la ley mosaica redactada en términos que podían leerse e interpretarse27. El presente se encuentra bajo el dominio del Espíritu, que siempre crea «novedad». Tanto más el cristiano debe estar y tener en cuenta que la «novedad» puede derivar en «decrepitud», cuando, sirviendo a lo nuevo no logra realizar la cualidad escatológica que el Espíritu crea en su ser.

...............

27. Cf. 2Co_3:3.6.

...............

2. LA LEY ES EL PASADO, NO EL PRESENTE (2Co_7:7-25)

a) Pese a todo, la ley es buena (Rm/07/07-12)

7 ¿Qué diremos, pues? ¿Es pecado la ley? ¡Ni pensarlo! Sin embargo, yo no he conocido el pecado sino por medio de la ley. Porque yo no habría sabido lo que era la codicia si la ley no me hubiera dicho: «No codiciarás» (Exo_20:17; Deu_5:21). 8 Pero el pecado, con el estímulo del mandamiento, despertó en mí toda suerte de codicia; mientras que, sin ley, el pecado era cosa muerta. 9 Hubo un tiempo en que, sin ley, yo vivía; pero, en llegando el mandamiento, el pecado surgió a la vida, 10 mientras que yo quedé muerto, y me encontré con que el mandamiento, que de suyo es para vida, resultó ser para muerte. 11 Pues el pecado, con el estímulo del precepto, me sedujo y, por medio de él, me mató. 12 De modo que la ley es ciertamente santa, y santo, justo y bueno es el mandamiento.

La pregunta de la que Pablo arranca se nos antoja un tanto teórica. Pese a lo cual tiene un fundamento práctico. «¿Es pecado la ley?» Esta consecuencia podía sacarse de la demostración de la libertad cristiana frente a la ley y de todo el contexto del mensaje de la justificación. Porque Pablo no deja la menor duda de que la ley no proporciona la salvación, sino que sólo se ha mostrado como una colaboradora del pecado; por lo cual forma parte del mundo de la ruina. Pero un judío no podía estar precisamente de acuerdo con semejante afirmación. Y es que, pese a todo, la ley ha sido y sigue siendo la ley de Dios promulgada por medio de Moisés. En este sentido rechaza Pablo la consecuencia formulada en la pregunta. Pero intenta una mayor precisión. «Sin embargo, yo no he conocido el pecado sino por medio de la ley». Aquí hay que recordar al respecto 3,20: «La ley sólo lleva el conocimiento del pecado.» Como Pablo habla en primera persona de singular, se nos plantea la cuestión de si habla de su propia experiencia personal o piensa simplemente en el hombre. Quizá no se excluyan entre sí ambas hipótesis. De todos modos en los v. siguientes se podrá conocer mejor el contenido de este «yo».

Pablo trae un ejemplo concreto de la experiencia del pecado con el precepto de «no codiciarás». Esta cita literal introduce el noveno mandamiento del decálogo (cf. Exo_20:17; Deu_5:21). Pero en este pasaje Pablo piensa más bien en el pecado del primer hombre; así lo demuestra lo que se dice inmediatamente en el v. 8. La caída de Adán se pone como ejemplo ilustrativo de cómo «el pecado con el estímulo del mandamiento, despertó toda suerte en codicia». Corresponde esto a la tesis del Apóstol de que sin la ley el pecado es «cosa muerta», es decir, que no actúa. Si la ley ejerce, de este modo, una función nefasta, es porque pertenece al pasado.

Los v. 9-11 ahondan en la experiencia del yo con la ley. En una exposición autobiográfica, el yo viviendo su propio pasado. De todos modos, la historia del paraíso está al fondo, hasta el punto de que de acuerdo con ella puede distinguirse un tiempo anterior a la ley, es decir, al precepto, y un tiempo de la ley. Sin embargo, el tenor de toda la exposición no proporciona ninguna explicación psicológica de la experiencia del pecado bajo la influencia de la ley, sino que pone de relieve una vez más el contraste de la ley, buena en sí, y su función maléfica. La ley es, pues, simultáneamente santa, justa y buena (v. 12) y una ley «para muerte» (v. 10).

En este punto siempre cabe preguntarse: ¿Toma Pablo en serio esta apología de la ley? ¿Se trata de una simple concesión a los judíos, y más en concreto a los judeo-cristianos, o piensa realmente que la ley tiene todavía un significado positivo? Estos interrogantes sólo pueden obtener una respuesta en el contexto general de la predicación del Apóstol. Y es preciso reconocer ante todo que, vista desde Cristo, no corresponde a la ley ninguna función salvífica positiva. Cualquier aferrarse a la ley como a un factor de salvación sería oponerse a la gracia otorgada por Cristo. El acto, pues, de Jesús anula fundamentalmente la ley como exigencia de Dios. Y es precisamente a los judeo-cristianos, que estando bajo la gracia siempre pretenden esperar algo de la ley, a quienes Pablo debe mostrar que esa ley no es la salvación sino que, por el contrario, ha desatado la desgracia.

El yo que Pablo introduce en estos versículos con un sentido generalizador, puede ahora entenderse de un modo más preciso como el yo del presente, el yo del cristiano. La exposición del estado de cosas bajo los poderes del pecado y de la muerte permite al cristiano echar una mirada a su propio pasado, privado de redención. En el mismo sentido apunta la forma verbal de pretérito que acompaña al yo. Entonces, antes del cambio decisivo operado por el acontecimiento cristiano, el creyente se encontraba bajo la ley, y esa ley se mostraba impotente de cara a la historia evolutiva de la desgracia. Con este pasado funesto se enfrenta el yo para comprobar que el pecado es pecado y que como realidad pasada no debe ya condicionar el presente.

b) Impotencia de la ley frente al pecado (Rm/07/13-25)

13 Entonces, ¿lo bueno se convirtió en muerte para mí? ¡Ni pensarlo! Sino que el pecado, para manifestarse como pecado, se valió de lo bueno para producirme la muerte, a fin de que, por el mandamiento, el pecado resultara pecador sobre toda medida.

Existe una conexión entre pecado, muerte y ley, que en los viejos tiempos se manifiestan como fuerzas y factores que cooperan entre sí. Por ello en este contexto nefasto, y aunque no sin dificultad, puede Pablo reservar un lugar especial a la ley. La fuerza mortífera no es la ley como tal, así argumenta el Apóstol, sino el pecado que sólo llega a serlo por medio de la ley. Esta se revela impotente en cuanto que no produce la vida, la cual sólo llega a través de Cristo. Si, pese a todo, hay que hablar de una función positiva de la ley, habrá que ponerla en el desenmascaramiento del pecado con toda su malicia y con ello, en el descubrimiento de la situación desesperada del hombre sin Cristo.

14 Sabemos, desde luego, que la ley es espiritual; pero yo soy carnal, vendido como esclavo al pecado.

Con esta frase, la argumentación de Pablo lejos de resultar más fácil se complica aún más. Sigue todavía en el primer plano la apología de la ley, y aquí puede Pablo atribuirle incluso el calificativo de espiritual, mientras que, por ejemplo, en 2Co_3:3.6, se la contrapone como letra al espíritu y al ministerio espiritual de la nueva alianza. Como ley de Dios es de carácter espiritual. Pero, así debemos proseguir la interpretación, no ha podido transmitir su espiritualidad a quienes se encuentran debajo de ella; no se ha demostrado como una ley transmisora de vida. Por el contrario, los hombres que viven bajo las exigencias de la ley, se muestran carnales, pues el pecado ha ganado terreno en ellos, sin que la ley sea la última de las causas de tal hecho.

La ley y el yo se enfrentan en el v. 14. A través de la ley, el yo descubre su condición carnal y con ello su estar abandonado al poder del pecado. El yo no puede ayudarse a sí mismo para conseguir su liberación; ni tampoco de la ley puede esperar ayuda alguna. Esta situación inerme y desesperada bajo el pecado y bajo la ley, que colabora irremediablemente con él, se expone con mayor detalle en los versículos siguientes. Frente a los v. 7-13 ahora el tiempo verbal de la exposición pasa a ser el presente. Así puede expresarse la relación del acontecimiento expuesto con la situación actual del creyente. No obstante lo cual, también aquí el abandono al poder del pecado se presenta como una experiencia fundamentalmente pasada del yo cristiano.

15 Realmente, no me explico lo que hago: porque no llevo a la práctica lo que quiero, sino que hago precisamente lo que detesto. 16 Ahora bien, si hago precisamente lo que no quiero, estoy de acuerdo con que la ley es buena.

Estas frases describen la situación del yo bajo el pecado. El yo ya no se reconoce a sí mismo en su propia conducta. ¿De dónde proviene el pecado, que encuentro en mi actuación, si yo no lo quiero? Si cometo el pecado que no quiero, en esta discrepancia entre acción y voluntad se revela toda mi impotencia y, por lo que hace a la ley, se demuestra que ésta es «buena», al contrario de lo que ocurre en mi. Sin duda que mi voluntad participa de la bondad de la ley en cuanto que asiente a la misma y en cuanto que el querer del hombre está orientado por el Creador hacia el bien. Pero la orientación del yo hacia el bien, según el designio de su Creador, se trueca de hecho constantemente en su contrario. Con lo cual se comprende que el hombre bajo el pecado no sufre una escisión psicológica entre obrar y querer, que quizá también psicológicamente podría superarse, sino que sufre una desintegración más profunda de su existencia creada dentro de sí mismo. Aun obrando el mal y entregándose así con toda su existencia al pecado, el hombre no puede negar su vinculación de criatura con Dios. El hombre entregado al pecado no pasa inadvertido a los ojos de Dios30.

...............

30. Así, no hay que limitar el querer del yo en Rom 7 a un impulso subjetivo de la voluntad humana, sino que hay que entenderlo más bien como una «tendencia transubjetiva de la existencia humana en general» (R. BULTMANN). Por lo demás, no puede negarse que esta tendencia se puede manifestar en la conducta del hombre.

...............

17 Pero, en estas condiciones, no soy yo propiamente el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. 18 Pues sé bien que en mí, es decir, en mi carne, no habita el bien. Porque querer el bien está a mi alcance, pero hacerlo, no, 19 puesto que no hago lo bueno que quiero, mientras que lo malo que no quiero eso es lo que llevo a la práctica. 20 Si, pues, lo que no quiero eso es lo que hago, no soy yo propiamente el que lo hace, sino el pecado que habita en mí.

El v. 17 da la impresión de que el yo quisiera eximirse de la responsabilidad de su conducta errónea, pues «no soy yo propiamente el que lo hace, sino el pecado que habita en mí». Pero no se trata aquí de la responsabilidad subjetiva del hombre respecto de su pecado, responsabilidad que, por otra parte, Pablo tampoco quiere negar. «Lo que hago» (v. 15s) no viene anulado por la afirmación de que «el pecado que habita en mí». Es característico el «en estas condiciones, no soy yo propiamente», y es que en sus acciones el yo ya no lo es plenamente. En realidad ese yo, que ya no actúa exclusivamente como tal, es sólo una concha en la que habita el pecado. El pecado ha llevado a término una expoliación del yo, con lo que ha surgido un no yo.

El v. 18 sigue desarrollando la afirmación de la no identidad del yo bajo el dominio del pecado; pero ahora de forma negativa. Se establece que «en mí no habita el bien». El bien es lo contrario del pecado; es, pues, aquello que debería ser realmente, lo que aquí se presenta como formando parte de la identidad del yo. Y, una vez más, el yo viene descrito casi como un espacio habitable y a través de una forma mitológica de pensamiento. En un inciso aclaratorio Pablo llama al yo «mi carne». Dicha aclaración refleja la auténtica debilidad del yo, que bajo la presión del pecado tiende constantemente a convertir al yo en un no yo. El v. 19 repite el contenido del v. 15, y el 20 concluye remitiendo al v. 17.

21 Por consiguiente, me encuentro con esta ley cuando quiero hacer el bien: que lo malo es lo que está a mi alcance. 22 Porque, en lo íntimo de mi ser, me complazco en la ley de Dios; 23 pero percibo en mis miembros otra ley que está en guerra contra la ley de mi mente y que me esclaviza bajo la ley del pecado que habita en mis miembros. 24 ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?

Estos versículos cierran la exposición del yo y de su pasado pecador. El v. 21 empieza con una conclusión de lo anterior: «Por consiguiente me encuentro con esta ley.» Con tal «ley» designa Pablo la situación del yo bajo el pecado. En esta sección no emplea sólo el concepto de ley en el sentido unívoco de ley mosaica, o de «ley de Dios» (v. 22), sino que también lo utiliza de una forma caprichosa31 en sentido figurado para caracterizar lo irremediable que resulta la situación escindida del hombre bajo «la ley del pecado y de la muerte» (8,2).

Es de notar en estos versículos que no sólo se afirma del yo la no identidad, sino que siempre se dice al mismo tiempo algo positivo, de tal modo que no sería adecuada una descripción del yo como del no yo en el sentido de una negación absoluta. Así se dice ya en el v. 18b: «Porque querer el bien está a mi alcance, pero hacerlo, no.» De modo similar, también en el v. 15s se supone una voluntad de hacer el bien. El v. 16 afirma del yo un asentimiento en favor de la ley, y el v. 22 viene a decir lo mismo con otras palabras: «Porque, en lo íntimo de mi ser, me complazco en la ley de Dios» 32. Por lo demás, a todas estas afirmaciones corresponde siempre la comprobación de que no se hace el bien.

De todas estas afirmaciones, a la vez positivas y negativas, fácilmente se saca la impresión de una existencia del yo fundamentalmente escindida. Ya hemos llamado la atención a propósito de los v. 15s que tal escisión no puede explicarse recurriendo, por ejemplo, a una interpretación psicológica de la terminología empleada. En la tensión de la conducta humana, descrita por Pablo, -el querer y el obrar no se corresponden- se expresa más bien el «enajenamiento» del yo bajo el poder del pecado. Ciertamente que el yo está de por medio, ya que se trata de querer el bien; pero al mismo tiempo está como desdoblado, toda vez que el pecado ha tomado posesión de él. Se trata realmente de un yo «poseso». Lo que persiguen realmente las fórmulas paulinas no es la descripción del hombre como de un ser siempre escindido en sí mismo, sino el descubrimiento de la potencia maléfica del pecado en el hombre. A reforzar esa potencia contribuye, de forma bastante curiosa, no sólo la ley sino también el yo que da su asentimiento a esa misma ley. Al igual que al comienzo, en los v. 7-11, Pablo ha podido decir que el pecado no ha llegado sin la ley, también puede afirmar que el pecado no se da sin el yo. Por consiguiente, el yo coopera con las fuerzas del viejo eón, y con el concurso contradictorio de esas fuerzas se convierte en una encarnación histórica del pecado, que es el incitador de las fuerzas. De ahí que el yo, aun cuando tienda al bien, se convierta bajo el poder del pecado en el no yo, lo que equivale a una existencia irremediablemente desesperada, cuya desesperación se abre paso en el lamento del v. 24.

...............

31. Véase también en 8,2 la contraposición entre las dos «leyes».

32. El «hombre interior» es el yo en cuanto que, aun en medio de su existencia pecaminosa, siempre está referido a Dios por su condición de criatura. En un sentido un poco distinto se enfoca al «hombre interior» en 2Co_4:16; a saber, en cuanto opuesto a su existencia sensible y terrena («hombre exterior»).

...............

25 ¡Gracias a Dios, por medio de Jesucristo nuestro Señor! Así pues, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios; pero con la carne, a la ley del pecado.

Este versículo da la respuesta al grito desesperado del v. 24. Cierto que la frase -que literalmente reza: «Gracias a Dios...»- no es una respuesta directa. Pero ¿es que existe de hecho una respuesta a la existencia del hombre irremediablemente fallida en el pecado? En cualquiera de los casos no es una respuesta que indique el modo con que el hombre podría liberarse a sí mismo. La situación calamitosa del hombre hundido en el pecado es precisamente lo que el cristiano ha de tener ante los ojos. Su «gracias a Dios» no puede significar que ya ahora haya sido salvado hasta el punto de que ya no necesite contar para nada con su pasado pecaminoso. Lo que Pablo presenta en el capítulo 7 a los cristianos es justamente la imagen del hombre hundido en su pecado, y desde luego como exposición de su propio origen del que se libera sólo por la gracia de Dios. Los cristianos han de seguir considerando siempre y de modo serio la vieja esclavitud al pecado como su posibilidad negativa, o mejor, como su imposibilidad.

El v. 25b no encaja bien realmente con la acción de gracias precedente. Echando una mirada a través se intenta una vez más expresar con una fórmula la tensión del hombre bajo el pecado. Probablemente se trata aquí de un añadido posterior, hecho por algún lector o copista, que quiso compendiar la exposición del capítulo, difícilmente inteligible.

Lo que Pablo expone en Rom 7 como situación del yo precristiano, no se ha vivido así o al menos no así simplemente, ni se ha descrito como una experiencia consciente. Pablo, sin embargo, está persuadido de que ésta fue justamente la situación que vivió el hombre de hecho no redimido, aun cuando no siempre con las mismas categorías experienciales. Pero en realidad sólo desde su experiencia cristiana puede el hombre adquirir conciencia clara de esta sustitución precedente; de tal modo que la postura del yo de cara a su situación de no redimido en el tiempo pasado hay que definirla como una postura preventiva. En la media en que el cristiano adquiere conciencia de su situación anterior, en esa medida obtiene una idea clara, como yo, de su nueva existencia en la hora presente, determinada por el Espíritu de Cristo (cf. 7,6). Así pues, el sentimiento del creyente sobre su yo precristiano sirve para adquirir conciencia justamente de ese yo que ha obtenido por la redención de Jesucristo. Esta es la idea que se desprende del contexto de los capítulos 7 y 8.

Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



El cristiano, muerto a la Ley, 7:1-6.
1 ¿O es que ignoráis, hermanos hablo a los que saben de leyes , que la ley domina al hombre todo el tiempo que éste vive? 2 Por tanto, la mujer casada está ligada al marido mientras éste vive; pero muerto el marido, queda desligada de la ley del marido. 3 Por consiguiente, viviendo el marido será tenida por adúltera si se uniere a otro marido; pero si el marido muere, queda libre de la ley, y no será adúltera si se une a otro marido. 4 Así que, hermanos míos, vosotros habéis muerto también a la Ley por el cuerpo de Cristo, para ser de otro, del que resucitó de entre los muertos, a fin de que deis frutos para Dios. 5 Pues cuando estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas, excitadas por la Ley, obraban en nuestros miembros y daban frutos de muerte; 6 mas ahora, desligados de la Ley, estamos muertos a lo que nos sujetaba, de manera que sirvamos en novedad de espíritu y no en vejez de letra.

San Pablo da un paso más. El cristiano, al ser sumergido en la muerte de Cristo por el bautismo (cf. 6:4), no sólo ha roto con el pecado (c.6), sino que ha roto también con la Ley (c.7). Sin embargo, sería absurdo querer asimilar ambos términos, como si Ley fuera igual a pecado. Entendemos perfectamente que no puedan conciliares servicio del pecado y servicio de Dios, como Pablo acaba de explicar (cf. 6:16-23); Pero ¿Por Qué al ser incorporados a Cristo por el bautismo y nacer a una nueva vida hemos de quedar desligados de la Ley? ¿Es que esa Ley no es buena y dada por el mismo Dios? No cabe duda que el problema es muy serio. San Pablo ha aludido ya anteriormente a relaciones entre pecado y Ley, pero sólo de pasada (cf. 3:20; 4:15; 5:20); ahora va a tratar el problema a fondo. En su exposición podemos distinguir tres partes, que el mismo Apóstol parece querer señalar con los interrogantes de los v.7 y 13, que indicarían comienzo de nuevo apartado.
La entrada en el tema es a base de un interrogante (v.1) que evidentemente está aludiendo a alguna afirmación anterior que tiene peligro de ser mal comprendida y que el Apóstol trata de explicar. La afirmación parece ser la Deu_6:14, declarando que los cristianos no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia; este último inciso dio origen a la hermosa perícopa sobre incompatibilidad entre servicio de Dios y servicio del pecado (Deu_6:16-23), Pero el primero quedaba sin probar. Es lo que intentará hacer ahora San Pablo.
Comienza el Apóstol aludiendo a un principio jurídico general, el de que una ley, sea cual sea, sólo nos obliga mientras estemos en vida, no después de muertos (v.1). Algo parecido había afirmado en 6:7. Y puesto que escribe a los Romanos, maestros en el Derecho, incluso se permite un pequeño peréntesis (hablo a los que saben de leyes) recordándoselo. Establecido el principio, trata de ilustrarlo con un ejemplo, el de la ley matrimonial, cuya vigencia termina con la muerte de uno de los cónyuges (v.2-3). La aplicación la hace en el v.4, diciendo que los cristianos hemos muerto a la Ley por el cuerpo de Cristo. Evidentemente, aunque a primera vista la frase es bastante enigmática, San Pablo está refiriéndose al hecho de la pasión y muerte que Cristo sufrió en su cuerpo (cf. Gál_3:13; Efe_2:15; Col_2:14) y a nuestra incorporación a esa muerte mediante el bautismo (cf. 6:3.6). Debido a esa incorporación, formamos una misma cosa con El (cf. 6:5) y, por tanto, también nosotros hemos de considerarnos, con esa muerte de Cristo, libres de las antiguas obligaciones. Para los que eran judíos, la Ley perderá su poder sobre ellos; para los que proceden del gentilismo, la Ley no podrá ejercer ninguna reivindicación. Tal es la argumentación de Pablo. Claro es que este modo de argumentar, afirmando que quedamos desligados de la Ley por razón de una muerte ceremonial en el bautismo, parecerá una sutileza sin sentido a los no creyentes. Para entenderla, es necesario presuponer que la unión con Cristo por el bautismo, aunque misteriosa, es verdaderamente real, como se explica en teología al tratar de los sacramentos.
Pero San Pablo no se contenta con afirmar que por nuestra incorporación a Cristo en el bautismo hemos muerto a la Ley, sino que añade: para ser de otro que resucitó de entre los muertos, a fin de que demos frutos para Dios (v.4). Son dos nuevas ideas que no se deducen ya del principio jurídico establecido en el v.1; pero al Apóstol le interesa hacer resaltar que el bautismo no es sólo muerte al pasado, sino también punto de partida de una nueva vida (cf. 6:4), de ahí ese aspecto complejo que da a su conclusión. Probablemente fue pensando en esta conclusión compleja a que quería llegar por lo que eligió el caso del matrimonio (v.2-3) como ilustración del principio jurídico general (v.1). En efecto, en el caso de la muerte del marido en el matrimonio, la mujer no sólo queda desligada del vínculo que la ataba a él, sino que puede pasar a ser de otro marido y producir nuevos frutos de hijos. Es lo que sucede al cristiano al morir místicamente en el bautismo: no sólo queda desligado de la Ley, sino que pasa a ser de Cristo, a fin de producir frutos para Dios. Cierto que la correspondencia no es perfecta, pues en el caso del matrimonio, al contrario que en la muerte del cristiano en el bautismo, uno es el que muere (el marido) y un segundo (la mujer viuda) el que pasa a ser de otro; pero eso, que algunos tildan de falta de lógica, no interesaba al Apóstol. Bastaba la correspondencia en lo esencial, sin necesidad de que la hubiera también en cada uno de los detalles; y ello porque no se trata de una alegoría, en cuyo caso habría que exigir esa perfecta correspondencia, sino de una especie de parábola o ejemplo ilustrativo.
San Pablo establece, pues, dos épocas: la anterior a nuestra muerte mística en el bautismo, y la que sigue a esa muerte. De estas dos épocas habla en los v.5-6, señalando sus diferencias más salientes. A la primera la caracteriza con las expresiones estar en la carne (V-S) Õ servir en vejez de letra (v.6); para los que están o han estado en ella, el elemento dominante, al que se somete la conducta del hombre, es la carne (óáñî), es decir, el hombre terreno con sus debilidades y pasiones pecaminosas que le llevan al pecado y producen frutos de muerte. Cierto que ya estaba la Ley, pero ésta no hacía sino excitar las pasiones (v.5), siendo causa de nuevos pecados. En los c.1-3 pinta San Pablo el sombrío cuadro que corresponde a esta época. A la segunda la caracteriza con las expresiones muertos a lo que nos tenía sojuzgados104 y servir en novedad de espíritu (v.6); es la época que sigue al bautismo, cuando; desligados de las viejas prescripciones mosaicas, servimos a Dios en novedad de espíritu. Qué incluya esta novedad de espíritu, nos lo dirá luego San Pablo en el c.8.

La Ley y el pecado, 7:7-12.
7 ¿Qué diremos entonces? ¿Que la Ley es pecado? ¡Eso, no! Pero yo no conocí el pecado sino por la Ley. Pues yo no conocería la concupiscencia si la Ley no dijera: No codiciarás. 8 Mas, con ocasión del precepto, obró en mi el pecado toda suerte de concupiscencia, porque sin la Ley el pecado está muerto. 9 Y yo viví algún tiempo sin ley, pero sobreviniendo el precepto, revivió el pecado 10 y yo quedé muerto, y hallé que el precepto, que era para vida, fue para muerte. 11 Pues el pecado, con ocasión del precepto, me sedujo y por él me mató. 12 En suma, que la Ley es santa, y el precepto, santo, y justo, y bueno.

Comienza aquí San Pablo, y continuará a lo largo de todo el capítulo, la descripción de un drama moral en el interior del hombre, fino análisis de psicología humana, que constituye una de las páginas más elocuentes que nos ha dejado la antigüedad sobre esta materia. Las personas del drama son tres: la Ley, el pecado y un innominado sujeto que se oculta bajo el pronombre yo. Los términos Ley y pecado nos son ya conocidos. No cabe duda, en efecto, que esa Ley es la Ley mosaica, de la que el Apóstol ha venido hablando en la perícopa anterior (cf. v.4-5) y de la que cita expresamente el precepto no codiciarás (v.7; cf. Exo_20:17; Deu_5:21); y en cuanto al pecado, es ese mismo pecado que entró en el mundo a raíz de la transgresión de Adán (cf. 5:12-21), principio de perversidad entrañado en nuestro ser (cf. 6:12-14), o dicho de otro modo, el pecado original heredado de Adán, considerado más que como privación de la justicia original, como raíz y principio de depravación que nos arrastra hacia los pecados personales. Pero ¿quién es ese innominado sujeto que se oculta bajo el pronombre yo, verdadero protagonista del drama? Desde luego, y en esto hoy todos están prácticamente de acuerdo, se trata de un yo oratorio, usado por el Apóstol para dar más viveza a la expresión, que habla también en nombre de otros muchos 105. Más ¿quiénes son esos otros muchos? Si, como antes dijimos, el término Ley debe entenderse de la Ley mosaica, está claro que el yo que por boca de Pablo habla en este capítulo es el hombre caído, víctima de las pasiones, privado de la gracia, que vive bajo la Ley, Querer aplicar ese yo al hombre inocente representado por Adán en el paraíso (así el P. Lagrange y el P. Lyonnet) o al hombre regenerado ya por la gracia de Jesucristo que sigue recibiendo los asaltos de la concupiscencia (así San Agustín), exige dar al término ley otro sentido diferente (¡ley impuesta por Dios a Adán, ley evangélica!), que no encaja en este contexto. Además, anteriormente a esa ley, San Pablo supone ya existiendo el pecado y la concupiscencia (cf. v.9.14); ¿cómo poder, pues, aplicar eso al hombre inocente? Y por lo que se refiere a la opinión de San Agustín, surgida a raíz de las controversias pelagianas, notemos la exclamación final del Apóstol: Gracias a Dios, por Jesucristo.. (v.25), indicio suficiente de que el yo que habla anteriormente, quejándose de su lucha desigual contra las pasiones (cf. v. 14.23), no es aún el cristiano liberado por Jesucristo. Cierto que éste habrá de sostener también fuertes luchas contra la concupiscencia (cf. Gál_5:17), pero tiene en su mano el antídoto de la gracia y difícilmente el Apóstol hubiera puesto en su boca esas angustiosas expresiones de queja. Qué diferente lenguaje el empleado en el siguiente capítulo, donde ciertamente el Apóstol habla del ser humano liberado por Jesucristo, sobre el que no pesa ya condenación alguna! (8:1).
San Pablo, de modo parecido a como había hecho en 6:15, entra en el tema presentando una objeción (v.7), a que podía dar lugar su afirmación del v.5: pasiones pecaminosas, excitadas por la Ley. Esa afirmación parecía suponer que también la Ley participaba de la naturaleza del pecado, siendo ella misma algo malo, contrario a la voluntad de Dios, cosa que categóricamente rechaza San Pablo, quien claramente defenderá que la Ley es santa y buena (v.12; cf. 9:4). Por eso, después de la tajante negativa con el acostumbrado ¡Eso, no! (v.7; cf. 6:2.15), tratará de explicar el problema, haciendo un sutil análisis de la relación entre pecado y Ley.
Comienza por afirmar que es la Ley la que le ha hecho conocer el pecado, pues es la Ley, con su precepto no codiciarás (cf. Exo_20:17; Deu_5:21), la que le ha hecho conocer la concupiscencia como algo malo que inclina a lo que Dios no quiere (v.7). Recordemos que Pablo, aunque habla en primera persona, está hablando en nombre del hombre caído que vive bajo la Ley. Cuando dice que la Ley le ha hecho conocer el pecado, está refiriéndose no a un pecado específico contra este o aquel mandamiento, sino a un pecado general que reside en cada ser humano a raíz de la transgresión de Adán (cf. 5:12.19) y que está íntimamente ligado a la concupiscencia (cf. 6:12); no es propiamente la concupiscencia, sino algo más íntimo, más oculto, principio y raíz de esa concupiscencia, que sabemos que es mala (concupiscentia consequens), puesto que la prohíbe la Ley. Esta idea del v.7 la completa el Apóstol en el v.8, al afirmar que ese pecado, antes de que viniera la Ley con sus preceptos, estaba muerto, es decir, sin actuación clara, y fue con ocasión de los preceptos de la Ley cuando se puso en movimiento, impulsando al hombre a ir en contra de lo que se le ordenaba. Es decir, la Ley no sólo me ha hecho saber dónde está el pecado, sino que me excita a cometer el pecado. He ahí el hecho que Pablo enuncia como una constante universal106.
Los v.9-11 no hacen sino concretar más, con referencia a los planes divinos de bendición, lo dicho de modo general en los v.7-8. Alude el Apóstol a la época de la humanidad anterior al régimen de la Ley (viví algún tiempo sin Ley.., v.g; cf. 5:13), época en que el pecado estaba muerto; se refiere luego a la época de la Ley, cuyos preceptos hacen revivir el pecado (v.9; cf. 5:20), resultando que preceptos que eran para vida se convierten, de hecho, en instrumento de muerte (v.10-n). No quiere decir San Pablo que antes de la Ley mosaica no hubiera pecados, pues para ello bastaba la ley natural, impresa en el corazón de los hombres, que les hace responsables de sus actos (cf. 1:20; 2:12.16); Mas ahora prescinde de eso, y se fija únicamente en el nuevo aspecto que toma el pecado al venir la Ley. En efecto, hasta la Ley, aparte el caso de Adán, no había pecados que fueran transgresión de una voluntad positiva de Dios (cf. 4:15; 5:14); además, en medio de un mundo corrompido, con sola la razón natural, era muy difícil la recta formación de la conciencia a este respecto, sobre todo para los actos interiores de la concupiscencia. Fue la Ley, manifestación positiva de la voluntad de Dios, la que nos determinó de modo claro con sus preceptos dónde había pecado, haciendo, además, que el pecado se convirtiera en transgresión. En este sentido, los pecados bajo el régimen de la Ley (cosa que no acaecía en los de época anterior) son semejantes al pecado de Adán, pues uno y otros son transgresión de un precepto divino. Puede decirse que la Ley es como una segunda fase en el plan de salud de Dios, una vez fracasada la primera con la transgresión de Adán; es como si Dios intentara una renovación de sus planes de salud, valiéndose esta vez de los preceptos de la Ley, a cuyo cumplimiento vincula grandes bienes, igual que había hecho con Adán. Como entonces el demonio (cf. Gen_3:4-13), también ahora el pecado, herencia de aquella transgresión de Adán, intenta hacer fallar los planes de Dios, impulsando a los seres humanos a la transgresión, a fin de llevarles a la muerte, no ya sólo la que es consecuencia de la transgresión de Adán (cf. 5:14), sino la debida a nuestros pecados personales. La táctica es la misma; de ahí que la descripción que de esta actividad del pecado hace San Pablo (v.8-n) esté como recordando el pasaje del Génesis donde se cuenta la tentación de nuestros primeros padres. Lo que a San Pablo interesaba hacer resaltar es que esos planes de Dios también aquí van a fallar, y de hecho el ser humano, bajo el régimen de la Ley, quedará peor que antes, con aumento del número de pecados y agravación de su malicia (cf. 5:20).
¿A qué, pues, la Ley? ¿Es que nos ha sido dada para llevarnos a la muerte? Esta inquietante pregunta, aunque en realidad ya quedaría contestada con lo anterior, va a ser objeto de más detallada respuesta.

La potencia maligna del pecado, 7:13-25.
13 ¿Luego lo bueno me ha sido muerte? ¡Eso, no! Pero el pecado, para mostrar toda su malicia, por lo bueno me dio la muerte, haciéndose por el precepto sobremanera pecaminoso.14 Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido por esclavo al pecado. 15 Porque no sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. 16 Así, pues, si hago lo que no quiero, reconozco que la Ley es buena. 17 Pero entonces ya no soy yo quien obra esto, sino el pecado, que mora en mí. 18 Pues yo sé que no hay en mí, esto es, en mi carne, cosa buena. Porque el querer el bien está en mí, pero el hacerlo no.19 En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. 20 Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí. 21 Por consiguiente, tengo en mí esta ley, que, queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega; 22 porque me deleito en la Ley de Dios, según el hombre interior; 23 pero siento otra ley en mis miembros, que lucha contra la ley de mi razón y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?.. 25 Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor.. Así, pues, yo mismo, que con la-razón sirvo a la ley de Dios, sirvo con la carne a la ley del pecado.

Sigue San Pablo analizando las relaciones entre pecado y Ley. Y lo primero, como había hecho en la perícopa anterior (cf. V.7), presenta en forma de pregunta el verdadero nudo de la cuestión: ¿Luego lo bueno me ha sido muerte? (v.13). Ese es precisamente el punto a explicar: cómo una cosa buena y espiritual, como es la Ley, ha podido ser de hecho causa de muerte para el hombre.
La respuesta, en sus líneas esenciales, está ya indicada en los v.13-14, haciendo recaer la responsabilidad, no sobre la Ley, sino sobre el pecado. Este pecado, que el Apóstol con atrevida figura literaria presenta como personificado, es el mismo de que ha venido hablando en las perícopas anteriores, íntimamente ligado a la transgresión de Adán, a raíz de la cual entró en el mundo (cf. 5, 12-21; 6:12-14; 7:5); se trata, como ya dijimos más arriba, no de un pecado específico contra este o aquel mandamiento, sino de un pecado general, entrañado en el hombre como consecuencia de la falta de Adán, que nos está continuamente impeliendo al mal. Aunque ya había entrado en el mundo a raíz de la transgresión de Adán, hasta la aparición de la Ley este pecado estaba como muerto (cf. v.8), y fueron los preceptos de la Ley los que lo hicieron revivir (cf. v-9), siendo ellos ocasión de que mostrara toda su malicia y se hiciese sobremanera pecaminoso (v.13). San Pablo, hablando en nombre de los que viven bajo la Ley, dice que ha sido vendido a él por esclavo (v.14), que habita en su carne y en sus miembros (v.17.18.20.23), terminando su descripción con aquella exclamación angustiosa: ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (v.24). El cuerpo de muerte es el cuerpo en cuanto esclavo del pecado y, por eso mismo, destinado a la muerte, entendido el término en el sentido complejo en que lo viene usando el Apóstol, conforme explicamos al comentar 5:12-14.
Es, pues, el pecado, no la Ley, la verdadera causa del desorden. Si la Ley, señalando qué se debe hacer y qué se debe evitar, hubiera sido dada a seres en perfecto estado de rectitud, no hubiera tenido sino ventajas; pero de hecho, después de la transgresión de Adán, no es ésa la condición de la humanidad. Tenemos un yo dividido, el yo carnal, siempre de parte del pecado, y el yo recto, radicado en la razón (voüò), que aprueba y se deleita en la Ley divina (v.22. 23.25); mas, por desgracia, el yo recto está dominado por el yo carnal, resultando ese drama o lucha en el interior del hombre, tan sutilmente descrito por San Pablo, drama que termina en una incongruencia entre juicio y acción, entre teoría y práctica, al querer y aprobar el bien con nuestra inteligencia o parte superior y luego, de hecho, arrastrados por la carne, obrar el mal (v.15-23). Es la incongruencia descrita también por autores paganos 107. San Pablo describe ese drama en tres ciclos, aunque en el segundo (v. 18-20) prácticamente no hace sino repetir lo del primero (v.15-17), haciendo recaer, lo mismo en uno que en otro, toda la responsabilidad sobre el pecado; en el tercero (v.21-23) se recogen las observaciones precedentes, con aplicación más concreta al caso de la Ley mosaica, que está de acuerdo con nuestro querer, pero no con nuestro obrar. Es decir, para San Pablo, el judío se encuentra entre dos leyes contradictorias: la mosaica o Ley de Dios, que se corresponde con la ley de la razón, y la carnal o ley en sus miembros, que le encadena al pecado; y como la Ley, en cuanto tal, no hace sino señalar el camino sin dar fuerza interior para recorrerlo, resulta que de hecho, a causa del yo carnal, no hace sino aumentar el pecado. Este es el drama terrible del hombre bajo la Ley, visto en su realidad desde las alturas de la revelación cristiana. No que entonces no pudiera haber seres humanos justos, como los podía también haber entre los gentiles (cf. 2:7.10.13), pero no lo eran en virtud de la Ley, que no hacía sino señalar el camino, sino en virtud de un elemento extrínseco a ella, es a saber, la gracia, que derivaba de otro principio, y con la que únicamente era posible resistir a la esclavitud del pecado. San Pablo, al tratar del valor de la Ley, prescinde de este elemento extrínseco, a fin de hacer ver a los orgullosos judíos, tan ufanos con su Ley (cf. 2:17; 9:4), que la Ley, en cuanto tal, no llevaba a la salud, sino que, al contrario, era causa de más pecados. Es la conclusión a que quería llegar, para que así resultase más clara la necesidad de la obra de Jesucristo (v.24-25). En otros pasajes de sus cartas completará la descripción del papel de la Ley, afirmando que era sólo una fase transitoria en los planes divinos de salud, destinada a producir en el hombre la conciencia de su pecado y llevarle a Cristo, objeto de las promesas hechas a Abraham (cf. 4:13-16; 10:4; 11:32; Gal_3:6-25; Col_2:14).
Llama la atención el que San Pablo, después de la exclamación de alivio ante la liberación operada por Jesucristo (v.25a), vuelva de nuevo a recordar el conflicto entre la razón, queriendo el bien, y la carne, arrastrándonos al mal (v.25b). Probablemente no se trata sólo de una especie de epílogo confirmativo de lo dicho en los v.15-23, sino que es una manera de indicar que el conflicto, aunque con menos dramatismo, como explicará en el capítulo octavo, seguirá también en el cristiano, que habrá de luchar contra las tendencias de la carne y dejarse guiar por el Espíritu hasta conseguir la bendicion definitiva.

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



70 (iii) Libertad respecto a la ley (7,1-25). Pablo empezó su descripción de la nueva si(-) tuación del cristiano justificado explicando cómo Cristo puso fin al reinado del pecado y la muerte (5,12-21) y cómo la «vida nueva en Cristo Jesús» supuso una reorientación del yo, de manera que ya no se podía ni siquiera pen(-)sar en pecar (6,1-23). En 6,14, obsesionado por el problema planteado por la ley, introdu(-)jo la relación de ésta con esa libertad: ¿qué pa(-)pel seguía teniendo aquélla en la vida huma(-)na? En puntos anteriores de Rom (3,20.31; 4,15; 5,13.20) había dejado entrever su preo(-)cupación por este problema, pero ahora inten(-)ta afrontarlo directamente. ¿Cuál es la rela(-)ción entre la ley y el pecado? ¿Cómo puede ser ella la servidora de la muerte y la condena (2 Cor 3,7.9)? ¿Cuál es la relación del cristiano con esta ley? Los vv. 1 -6 son la introducción a su respuesta, afirman la libertad del cristiano respecto a la ley, los w. 7-25 explican la rela(-)ción entre la ley y el pecado. En este punto, Pablo afirma la bondad básica de la ley y de(-)muestra que ésta ha sido utilizada por el peca(-)do como instrumento para dominar a la per(-)sona de «carne». Encuentra, pues, la respuesta a su problema, no en la ley como tal, sino en la incapacidad de los seres humanos terrenos, naturales, débiles, para hacer frente a las exi(-)gencias de aquélla. 71 En 7,1-6, Pablo entrelaza dos argumen(-)tos: (1) La ley obliga sólo a los vivos (7,1.4a); por consiguiente, el cristiano que ha muerto «por medio del cuerpo de Cristo», ya no está atado por ella. (2) La muerte del marido libera a la mujer de las prescripciones específicas de la ley que la vinculan a él; el cristiano es como la esposa judía cuyo marido ha muerto. Igual que ella está libre de «la ley del marido», el cris(-)tiano está libre de la ley en virtud de la muerte (7,2.3.4b). El segundo argumento es sólo una ilustración (imperfecta, por lo demás) del pri(-)mero. No conviene forzarlo hasta convertirlo en una alegoría, como propuso en su día Sanday-Headlam (Romans 172): la esposa = el ver(-)dadero yo (Ego); el (primer) marido = la vieja condición del hombre; la «ley del marido» = la ley que condena la vieja condición; el nuevo matrimonio = unión con Cristo. Pues el argu(-)mento de Pablo es diferente; es la misma per(-)sona la que muere y es liberada de la ley. Utili(-)za el ejemplo únicamente para esclarecer una idea: que la obligación de la ley cesa cuando se produce la muerte. Puesto que el cristiano ha experimentado la muerte, la ley ya no tiene nin(-)gún derecho sobre él. Así arguye en este pasaje, en el cap. 7.

7 21. hermanos: Ésta es la primera vez que se usa este apelativo desde 1,13. quienes conocen la ley: Aunque Weiss, A. Jülicher y E. Kiihl pensaban que Pablo, al dirigirse a cris(-)tianos de Roma, se estaba refiriendo así a la ley romana, y otros pocos (Lagrange, Lyonnet, Sanday-Headlam, Taylor) interpretaban no-mon (sin artículo) como «ley en general», la mayoría de los comentaristas entienden con razón que la expresión se refiere a la ley mo(-)saica (véase el comentario a 2,12), porque hay alusiones a ella en 7,2.3.4b y este versículo re(-)toma 5,20; 6,14. Como señalaba Leenhardt (Romans 177), si el argumento de Pablo se ba(-)sara en un principio jurídico pagano, perdería gran parte de su fuerza demostrativa. Pablo sostiene, de hecho, que Moisés mismo previo una situación en la cual la ley dejaría de obli(-)gar. la ley obliga al individuo mientras vive: Lit., «tiene señorío sobre», es decir, mantiene cau(-)tiva a una persona con la obligación de obser(-)varla. La conclusión de esto se saca en el v. 4a. En este momento se ilustra con la ley matri(-)monial. 2. una mujer casada: cf. Nm 5,20.29; Prov 6,29. La ley del AT consideraba a la espo(-)sa propiedad del marido; su infidelidad era adulterio (Éx 20,17; 21,3.22; Lv 20,10; Nm 30,10-14; cf. R. de Vaux, AI 26). la ley del mari(-)do: La prescripción concreta de la ley mosaica, que vincula a la esposa con su propietario (marido). 3. si vive con otro hombre: Lit., «per(-)tenece a otro (hombre)». La expresión procede de Dt 24,2; Os 3,3. La libertad de la esposa lle(-)ga con la muerte del marido y, evidentemente, nada tiene que ver con el divorcio. 4. por me(-)dio del cuerpo de Cristo: Es decir, mediante el cuerpo crucificado del Jesús histórico (véase Gál 2,19-20). Por el bautismo, el cristiano ha quedado identificado con Cristo (6,4-6), parti(-)cipando en su muerte y resurrección. Cuando Cristo murió por todos «en la semejanza de una carne pecadora» (8,3), todos murieron (2 Cor 5,14). podéis pertenecer a otro: El «segun(-)do marido» es Cristo resucitado y glorificado, que como Kyrios tiene en lo sucesivo señorío sobre el cristiano, dar fruto para Dios: La unión de Cristo y el cristiano acababa de ser descrita en términos matrimoniales. Pablo prolonga el tropo: es de esperar que tal unión produzca el «fruto» de una vida reformada.

73 5. cuando vivíamos vidas meramente naturales: Lit. «estábamos en la carne», en el pasado sin Cristo. Esa modalidad de existen(-)cia se contrasta implícitamente con la vida «en el Espíritu» (8,9), a la cual alude Pablo en 7,6. pasiones pecaminosas: La propensión a pecar siguiendo fuertes impresiones sensoriales (véa(-)se Gál 5,24). excitadas por la ley: La ley sirve de acicate a las pasiones humanas dominadas por la «carne», y así se convierte en ocasión para el pecado. Otro aspecto de esto aparece en el v. 7. producir fruto de muerte: La frase ex(-)presa resultado, no finalidad (véase el comen(-)tario a eis to + infin., 1,20). Las pasiones no es(-)taban destinadas a contribuir a la muerte, pero, instigadas por la ley, lo hicieron (véase 6,21). 6. pero ahora: En la nueva dispensación cristiana (véase el comentario a 3,21). hemos muerto a lo que en otro tiempo nos tuvo cauti(-)vos: Aunque algunos comentaristas intentan referir el pron. «lo que» a la dominación por parte de las pasiones, se trata más bien de otra referencia a la ley que se acaba de mencionar. de manera que sirvamos con la novedad del Es(-)píritu: El Espíritu como principio dinámico de la vida nueva iniciada en el bautismo (6,4) es radicalmente diferente del código escrito. La frase le fue sugerida a Pablo por la mención de la «carne» (v. 5); carne y Espíritu sirvieron así de trampolín para otro contraste, el del Espí(-)ritu y la letra (= vida sometida a la ley mosai(-)ca; cf. 2 Cor 3,6-8, excelente comentario a este versículo).

74 En los vv. 7-13, Pablo aborda la rela(-)ción de la ley con el pecado. 7. ¿es la ley peca(-)do?: Está claro que Pablo piensa en la ley mo(-)saica (véase 7,1), pues incluso la cita al mal de este versículo. Pero algunos comentaristas han intentado entender nomos en el presente texto como (1) la ley natural (Orígenes, E. Reuss), o (2) toda ley dada desde el comienzo, inclu(-)yendo hasta el «mandato» dado a Adán (Teo(-)doro de Mopsuestia, Teodoreto, Cayetano, Lietzmann, Lyonnet). Para apoyar esto, se re(-)curre a Eclo 17,4-11, que supuestamente de(-)mostraría que los judíos de aquella época ex(-)tendían la noción de ley a todos los preceptos divinos, incluso a los impuestos a Adán (Eclo 17,7, que se hace eco de Dt 30,15.19) y a Noé. Eclo 45,5(6) habla de la ley dada a Moisés lla(-)mándola entolai, «mandatos», la misma pa(-)labra utilizada en 7,8. Se dice que Abrahán observó la ley de Dios (Eclo 44,20), y en el pos(-)terior TgPsJ (a Gn 2,15) se dice que Adán fue puesto en Edén para observar los mandamien(-)tos de la ley (opinión sostenida también por Teófilo de Antioquía, Ad Autolycum 2,24; PG 6.1092; Ambrosio, De Paradiso 4; CSEL 32.282). Sin embargo, ninguna de estas razones de(-)muestra que Pablo tuviera en mente un con(-)cepto de ley más amplio que el de la ley mosai(-)ca. Todo lo más se hacen eco de la creencia de algunos judíos de que la ley mosaica era ya co(-)nocida como tal para Abrahán u otras perso(-)nas de tiempos anteriores. Pablo no comparte dicha creencia (4,13; Gál 3,17-19). Más bien le preocupa la conclusión que se podría sacar de algunas observaciones acerca de la ley. Podría parecer que es pecaminosa en sí misma, pues(-)to que «se atravesó» para aumentar los delitos (5,20), proporciona «conocimiento del peca(-)do» y «atrae la ira» (4,15). El rechaza con fir(-)meza tal conclusión (véase el comentario a 3,4). yo no conocí el pecado sino por la ley: Lo que la conciencia captaba como malo llegó a ser considerado transgresión y rebelión formal por medio de la ley. Como en 3,20, la ley apa(-)rece como un informador moral.

75 Pablo pasa en este momento a la 1ª pers. sg., y este cambio ha planteado un pro(-)blema exegético histórico. ¿A quién se alude con ese «yo»? (1) Según A. Deissmann, Dodd, Bruce y Kühl, entre otros, Pablo habla auto(-)biográficamente. Sin embargo, esto no resulta convincente, pues entra en conflicto con lo que Pablo dice acerca de su propio trasfondo psicológico como fariseo y de su experiencia de la ley antes de su conversión (Flp 3,6; Gál1,13-14). También pasa por alto una impor(-)tantísima perspectiva genérica que adopta en este punto, al reflexionar sobre las etapas de la historia humana. (2) Según P. Billerbeck, Da(-)vies y M. H. Franzmann, entre otros, Pablo es(-)taba pensando en el piadoso muchacho judío que a los 12 años quedaba obligado a observar la ley. Sin embargo, esta idea de inocencia infantil resulta demasiado restrictiva para aplicarla a todo el análisis de Pablo. (3) Según Metodio de Olimpia, Teodoro de Mopsuestia, Cayetano, Dibelius, Lyonnet y Pesch, entre otros, Pablo se referiría a Adán enfrentado al «mandato» de Gn 2,16-17. Sin embargo, aun(-)que esto da al pasaje una perspectiva global que necesita, y pese a que Pablo tal vez aluda a Gn 3,13 en 7,11, no explica por qué habría de referirse a Adán como «yo»; y la alusión del v.11 está aislada. De hecho, cuando cita un pre(-)cepto divino, no es el de Gn 2,16 ó 3,3, sino uno de los mandamientos del Sinaí. (4) Según Agustín, Tomás de Aquino, Lutero, Barth, Althaus y Nygren, entre otros, Pablo estaría ha(-)blando de su propia experiencia como cristia(-)no enfrentado a las reglas de su nueva vida como convertido. Sin embargo, en tal caso se debe preguntar a qué viene todo lo que dice acerca de la ley. Tal opinión tiende a hacer de Pablo un joven Lutero. (5) Según Kasemann y muchos otros, Pablo está haciendo uso de una figura retórica, Ego, para poner de manifiesto de manera íntima y personal la experiencia común a todos los seres humanos no rege(-)nerados que encaran la ley mosaica y confían en sus propios recursos para cumplir las obli(-)gaciones que ésta impone. En vez de usar anthrópos, «ser humano», o tís, «alguien», de(-)cidió hablar de Ego, más o menos como en 1 Cor 8,13; 13,1-3.11-12; 14,6-19; Rom 14,21; Gál 2,18-21. Este recurso retórico «se encuen(-)tra, no sólo en el mundo griego, sino también en los salmos de acción de gracias del AT cuando se confiesa la liberación divina de la culpa y del peligro de muerte» (Kasemann, Romans 193).
Una insistencia superficial en un solo as(-)pecto del problema del Ego tiende a oscurecer la profunda intuición de Pablo. Éste no consi(-)dera la confrontación de Ego con el pecado y la ley en un plano psicológico individual, sino desde un punto de vista histórico y colectivo. Pablo contempla con ojos judíos y cristianos -sin Cristo y con Cristo- la historia humana tal como la conocía (véase E. Stauffer, TDNT 2.358-62). Algunas de las afirmaciones que ha(-)ce en este pasaje son susceptibles de aplica(-)ción a experiencias que están más allá de la perspectiva inmediata del apóstol. Lo que éste dice en los vv. 7-25 es indudablemente la expe(-)riencia de muchos cristianos enfrentados a la ley divina, eclesiástica o civil; cuando estos versículos se leen a esa luz, pocos dejarán de apreciar su trascendencia. Pero al intentar en(-)tender lo que Pablo quiso decir es importante tener presente su perspectiva.

76 no codiciarás: Así se compendia la ley mosaica (Éx 20,17; Dt 5,21). Expresa la esen(-)cia de la ley, enseñanza dirigida a los seres hu(-)manos para que no se dejen arrastrar por las cosas creadas, en lugar de por el Creador. Con tal mandato, a la conciencia moral indolente se le hace caer en la cuenta de la posibilidad de un quebrantamiento de la voluntad de Dios así manifestada. 8. el pecado encontró su opor(-)tunidad a través de ese mandato: El «mandato» puede parecer una alusión a la orden dada en Gn 2,16, pero hace referencia a la prohibición concreta de la ley mosaica que se acaba de citar. En este punto convendría recordar la perspectiva que Pablo tiene de la historia de la salvación (-Teología paulina, 82:42). Desde Adán hasta Moisés la gente obró mal, pero no quebrantó precepto alguno, como hizo Adán. Sus malas obras se convirtieron en infraccio(-)nes con la llegada de la ley. Ésta se convirtió entonces en una aphorme, «ocasión», «oportu(-)nidad» (BAGD 127), para el pecado formal. 9. sin la ley el pecado estaba sin vida: Como un ca(-)dáver, era incapaz de hacer nada, incapaz de convertir el mal en rebelión flagrante contra Dios (véanse 4,15; 5,13b). vivo sin la ley: No es una alusión a la feliz e inocente infancia de Pablo, ni una alusión al estado de Adán antes de que comiera el fruto, sino una referencia irónica a la vida llevada por todo el que está sin Cristo e ignora la verdadera naturaleza de la mala conducta. La expresión «sin vida», aplicada al pecado (v. 8), probablemente sugi(-)rió a Pablo el contraste «yo estaba vivo»; pero el acento principal recae sobre la expresión «sin la ley». La vida así vivida no era, de he(-)cho, la de la unión con Dios en Cristo; ni era una rebelión abierta contra Dios mediante una transgresión formal, el pecado cobró vida: Con la intervención de la ley, la condición hu(-)mana ante Dios cambió, pues los «deseos» se convirtieron entonces en «codicia», y el inten(-)to de satisfacerlos, en rebeldía contra Dios. Si el vb. anezésen se tomara literalmente, «revi(-)vió», resultaría difícil entender cómo se podría aplicar esto a Adán; pero puede significar me(-)ramente «cobró vida» (BAGD 53). El pecado «estaba vivo» en la transgresión de Adán; «co(-)bró vida» de nuevo con las transgresiones de la ley mosaica. 10. entonces yo morí: La muer(-)te a la que se refiere aquí no es la de Gál 2,19, por la cual el cristiano muere a la ley mediante la crucifixión de Cristo, de manera que aqué(-)lla no tiene ya derecho alguno sobre él. Esta muerte es más bien la situación resultante del pecado como quebrantamiento de la ley. Por medio de las transgresiones formales, los seres humanos quedan sometidos a la dominación de Thanatos (5,12). el mandato que debiera ha(-)ber significado vida: La ley mosaica prometía vida a quienes la observaran: «quien la cumpla encontrará vida» (Lv 18,5; cf. Dt 4,1; 6,24; Gál 3,12; Rom 10,5). en mi caso significó muerte: La ley como tal no mataba, pero era un ins(-)trumento utilizado por el pecado para dar muerte a los seres humanos. No era sólo una ocasión de pecado (7,5) o un informador mo(-)ral (7,7), sino que también dirigía una con(-)dena a muerte contra quienes no la obedecían (Dt 27,26; cf. 1 Cor 15,56; 2 Cor 3,7.9; Gál 3,10). 11. el pecado me engañó: Igual que el mandato de Dios brindó a la serpiente tentadora su oportunidad, el pecado utilizó la ley para en(-)gañar a los seres humanos y tentarles a ir tras lo que estaba prohibido. Pablo alude a Gn 3,3, pero en absoluto de manera tan explícita co(-)mo en 2 Cor 11,3. El engaño tuvo lugar cuan(-)do la autonomía humana se vio enfrentada a la exigencia divina de sumisión. Como hizo la serpiente, el pecado tentaba a los seres huma(-)nos inmersos en tal enfrentamiento a afirmar su autonomía y hacerse «como Dios». 12. san(-)ta, justa y buena: Debido a que la ley había sido dada por Dios y tenía por finalidad dar vida a quienes la obedecieran (7,10.14; Gál 3,24). La ley nunca mandó a los seres huma(-)nos hacer el mal; en sí misma era buena. 13. ¿lo que era bueno resultó ser muerte para mí?: ¡Lo anómalo de la ley! De nuevo Pablo recha(-)za con vehemencia el pensamiento de que una institución divina fuera causa directa de muerte (véase el comentario a 3,4). fue el pe(-)cado, para poder manifestarse como pecado: El verdadero culpable fue el pecado, causa direc(-)ta de la muerte de todos y cada uno (5,12;
6,23). Utilizó la ley como instrumento. Enten(-)dido esto, queda claro que la ley no era el equi(-)valente del pecado (cf. 2 Cor 3,7) y se pone de manifiesto lo que el pecado es realmente, re(-)beldía contra Dios.
77 14-25. La explicación de Pablo no es todavía completa; en el presente pasaje trata de esclarecer la cuestión. ¿Cómo pudo el peca(-)do utilizar algo bueno en sí mismo para des(-)truir a los seres humanos? El problema no es(-)triba en la ley, sino en los seres humanos como tales. 14. la ley es espiritual: Debido a su origen divino y a su propósito de conducir a los seres humanos hasta Dios. Así, no pertenecía al mundo de la humanidad terrena, natural. En cuanto pneumatikos, pertenecía a la esfera de Dios; se oponía a lo que es sarkinos, «carnal», «perteneciente a la esfera de la carne». 15. lo que hago no lo comprendo: El enigma procede de un conflicto que tiene lugar en las más ínti(-)mas profundidades de la humanidad, la esci(-)sión entre el deseo dominado por la razón y la actuación real, no hago lo que quiero, y lo que hago lo aborrezco: La aspiración moral y la ac(-)tuación no están coordinadas ni integradas. En conexión con esto se citan a menudo las quejumbrosas palabras del poeta romano Ovi(-)dio: «Advierto lo que es mejor y lo apruebo, pero busco lo que es peor» (Metamorph. 7.19). Los esenios de Qumrán explicaban ese mismo conflicto interior enseñando que Dios había puesto dos espíritus en los seres humanos pa(-)ra que los gobernaran hasta el momento en que él les pidiera cuentas, un espíritu de verdad y un espíritu de perversidad (1QS 3,15-4,26) . Pablo, sin embargo, no atribuye la divi(-)sión a espíritu alguno, sino a los seres huma(-)nos mismos. 16. estoy de acuerdo en que la ley es buena: El deseo de hacer lo que está bien es un reconocimiento implícito de la bondad y excelencia de la ley en lo que ésta impone. 17. el pecado que habita en mí: Hamartia entró en el mundo para «reinar» sobre la humanidad (5,12.21) y, alojándose dentro de los seres hu(-)manos, los esclavizó. Este versículo es en rea(-)lidad una rectificación de 7,16a: el pecado es responsable del mal que hacen los seres hu(-)manos. Puede parecer que Pablo casi exime a los seres humanos de responsabilidad por su conducta pecaminosa (véase 7,20); pero es un pecado humano (5,12d). 18. el bien no habita en mí, es decir, en mi yo natural: Lit., «en mi carne». La matización añadida es importante, pues Pablo encuentra la raíz de la dificultad en el yo humano considerado como sarx, fuen(-)te de todo cuanto se opone a Dios. Del Ego considerado como sarx proceden las cosas de(-)testables que uno hace. Pero el Ego como ver(-)dadero yo bien dispuesto está desvinculado de ese yo que cayó víctima de la «carne» (-Teo(-)logía paulina, 82:103). 19-20. Repetición de 7,15.17 desde un punto de vista diferente.

78 21. capto, pues, el principio: Cada cual aprende por experiencia cuál es la situación. En 7,21-25 nomos experimenta un cambio de matiz. Pablo está jugando con otros significa(-)dos de la palabra que ha utilizado hasta el mo(-)mento para referirse a la ley mosaica. Ahora nomos denota un «principio» (BAGD 542) o el «modelo» experimentado de la propia activi(-)dad. 22. en lo hondo de mí me deleito en la ley de Dios: No es éste el modo cristiano de hablar, sino, como aclaran los versículos siguientes, la «mente» (nous) de una humanidad sin regene(-)rar. Aunque dominado por el pecado cuando es considerado como «carne», cada cual sigue experimentando que desea lo que Dios desea. La mente o razón reconoce el ideal presentado por la ley, la ley de Dios. 23. otro principio es(-)tá en guerra con la ley de mi mente: El nomos en el cual el yo raciocinante se deleita se opo(-)ne a otro nomos que en última instancia hace cautivo al yo (6,13.19). Este nomos no es otro que el pecado que habita dentro de uno (7,17), que esclaviza al ser humano de manera que el yo bien dispuesto, que se complace en la ley de Dios, no es libre para observarla. 24. ¡desdi(-)chado de mí!: Grito angustioso de todo aquel lastrado por la carga del pecado y al cual éste impide conseguir lo que querría; es un grito desesperado dirigido a Dios buscando su ayu(-)da. ¿quién me salvará de este cuerpo condena(-)do a la perdición?: Lit., «este cuerpo de muer(-)te», véase el comentario a 6,6. Amenazado por la derrota en este conflicto, el ser humano en(-)cuentra liberación en la misericordiosa muni(-)ficencia de Dios manifestada en Cristo Jesús. 25. ¡gracias a Dios!: En el ms. D y en la Vg, la respuesta a la pregunta del v. 24 es «la gracia de Dios», pero ésta es una lectura inferior. El v. 25 es una exclamación que expresa la grati(-)tud de Ego a Dios y anticipa la auténtica res(-)puesta que se va a dar en 8,1-4. La gratitud se expresa «por Jesucristo nuestro Señor», utili(-)zando el estribillo de esta parte de Rom (-50 supra). Tal vez sea preferible separar la excla(-)mación (¡gracias a Dios!) de la frase siguiente, entendiendo ésta como una expresión inicial de la respuesta a la pregunta del v. 24: «(Es lle(-)vado a cabo) por Jesucristo...», con la mente: El yo raciocinante se somete de buena gana a la ley de Dios y se sitúa en contraposición al yo carnal, la persona esclava del pecado. Así ter(-)mina Pablo su análisis de las tres libertades alcanzadas para la humanidad en Cristo Jesús.
(Benoit, P., «The Law and the Cross according to St Paul, Romans 7:7-8:4», Jesús and the Gospel, Volume 2 [Londres 1974] 11-39. Bornkamm, G., Early Christian Experience [Filadelfia 1969] 87-104. Bruce, F. F., «Paul and the Law of Moses», BJRL 57 [1974-75] 259-79. Hübner, H., Law in Pauls Thought [Edimburgo 1984]. Kümmel, W. G., Romer 7 und die Bekehrung des Apostéis (UNT 17, Leipzig 1929], Raisanen, H., Paul and the Jjxw [WUNT 29, Tubinga 1983].)

Comentario de Santo Toms de Aquino

Lección 2: Romanos 7,7-13
Resuelve la cuestión de la bondad de la Ley y asienta que la Ley muestra el pecado; que tomando ocasión del mandamiento se produjo en el hombre la concupiscencia.7. ¿Qué diremos, pues? ¿Que la Ley es pecado? De ningún modo. Sin embargo, yo no conocí el pecado sino por la Ley. Porque yo hubiera ignorado la concupiscencia si la Ley no dijera: No te des a la concupiscencia.8. Mas tomando ocasión del mandamiento, el pecado produjo en mí toda suerte de concupiscencias. Porque sin la Ley el pecado estaba muerto.9. Yo vivía en un tiempo sin Ley. Mas viniendo el mandamiento, el pecado revivió.10. Y yo morí, y hallé que el mismo mandamiento dado para vida, me fue para muerte.11. Porque el pecado, tomando ocasión del mandamiento, me sedujo, y por él mismo me mató.12. Así que la Ley es santa, y el mandamiento es santo y justo y bueno.13. Luego ¿lo que es bueno vino a ser muerte para mí? De ninguna manera. Sino que el pecado, para mostrarse pecado, por medio de lo que es bueno me ha causado a mí la muerte, a fin de que, mediante el precepto, el pecado viniese a ser sobremanera pecaminoso.Habiendo mostrado el Apóstol que por la gracia de Cristo somos liberados de la servidumbre de la Ley, y que tal liberación es útil, aquí contesta una objeción que de lo ya dicho toma ocasión, según la cual parece que la antigua Ley no fuera buena. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero resuelve la objeción por la cual parece no ser buena la Ley; luego, demuestra ser buena la Ley: Porque bien sabemos, etc. (Rm 7,14). Todavía acerca de lo primero hace dos cosas. Primero indica la objeción en cuanto a la Ley misma; luego, la contesta: Así que la Ley es santa, etc. Así es que primero dice: Se ha dicho que las pasiones de los pecados eran por la Ley, y que es una Ley de muerte; luego ¿qué debemos decir que se sigue de esto? ¿Acaso diremos que la Ley es pecado? Lo cual se puede entender de dos maneras. De una: que la ley enseña el pecado, como se dice en Jeremías 10,3: Las leyes de los pueblos vanas son: porque enseñan la vanidad. De otra manera: se dice que la ley es pecado porque el mismo que dio la ley pecó al expedir tal ley; y estas dos cosas alternativamente se siguen, porque si la ley enseña el pecado, peca el legislador al expedir la ley. ¡Ay de aquellos que establecen leyes inicuasi (Is 10,1). Ahora bien, parece que la ley enseña el pecado si es que las pasiones de los pecados son por causa de la Ley y si la Ley conduce a la muerte.En seguida, diciendo De ninguna manera, resuelve la predicha objeción. Acerca de lo cuai debemos saber que si la Ley por sí misma y directamente causara las pasiones de los pecados o la muerte, se seguiría que la Ley sería pecado de uno de los modos dichos, mas no si la Ley es sólo ocasión de las pasiones del pecado y de la muerte. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero muestra qué hace por sí misma la Ley; y luego, qué es lo que de ella se sigue ocasionalmente: Mas tomando ocasión del mandamiento, etc. Acerca de lo primero hace tres cosas.La primera, responder a la cuestión, diciendo: De ninguna manera, esto es, que la Ley sea pecado. Porque ni enseña ella misma el pecado según el Salmo 18,8: La Ley del Señor es inmaculada; ni tampoco el legislador pecó como si hubiera hecho una ley injusta, según aquello del Libro de los Proverbios (8,15): Por mi reinan los reyes, etc.La segunda: Sin embargo, yo no conocí el pecado, etc., señala lo que de por sí pertenece a la Ley, esto és, hacer conocer el pecado, pero sin quitarlo. Y esto lo dice así: Sin embargo, yo no conocí el pecado sino por la Ley; y ya dijo arriba (Rm 3,20): Por medio de la Ley de Dios nos viene el conocimiento del pecado. Y puesto que esto se entiende de la ley natural, es claro que se dice porque por la ley natural el hombre distingue entre el bien y el mal. Llenóles el corazón de discernimiento, y les hizo conocer los bienes y los males (Eccli 17,6). Pero parece que aquí habla el Apóstol de la antigua Ley, la que señaló arriba diciendo: no en vejez de letra. Así es que débese decir que sin la Ley se podría en verdad conocer el pecado por cuanto tiene en sí mismo de deshonesto, o sea, por ser contra la razón; mas no por cuanto implica una ofensa a Dios, porque por la ley divinamente dada se le manifiesta al hombre que a Dios le disgustan los pecados humanos en lo que ella prohibe y manda castigar.La tercera: porque la concupiscencia, etc., prueba lo que dijera, diciendo: Porque yo hubiera ignorado la concupiscencia si la Ley no dijera: no te des a la concupiscencia. Acerca de lo cual se debe considerar que esto que dijera: no conocí el pecado sino por la Ley, podría alguien referirlo al propio acto del pecado, al que la ley lleva al conocimiento del hombre al prohibirlo; y esto es ciertamente verdadero en cuanto a algunos pecados. Porque se dice en el Levítico (18,23): La mujer no se unirá con ninguna bestia. Pero que aquí no sea él sentido del Apóstol, se ve claro por las cosas que aquí se dicen. Porque nadie hay que ignore el acto mismo de la concupiscencia, porque todos lo experimentan. Luego se debe entender, como arriba dijimos, que el pecado no se conoce sino por la Ley en cuanto al estado de la pena y la ofensa a Dios. Y esto lo prueba por la concupiscencia, porque la deforme concupiscencia se tiene comúnmente respecto de todos los pecados. De aquí que la Glosa y Agustín dicen: Aquí eligió el Apóstol lo que es un pecado general, o sea, la concupiscencia. Luego es buena la Ley que al prohibir la concupiscencia prohibe todo ¡o malo.Ahora bien, se puede entender que la concupiscencia es el pecado general, en cuanto se tome por concupiscencia toda cosa ilícita, lo cual es de la esencia de todo pecado. Mas Agustín no llamó a la concupiscencia pecado general sino porque es la raíz y causa de todo pecado cierta concupiscencia especial. De aquí que también la Glosa dice que la concupiscencia es un pecado general del cual proceden todos los males. Porque el Apóstol presenta el precepto de la Ley que trae el Éxodo (20,17), donde especialmente se prohibe esto: No codiciarás la casa de tu prójimo, ni desearás su mujer, ni esclavo, ni esclava, ni buey, ni asno, ni cosa alguna de las que le pertenecen, la cual concupiscencia es la de ia avaricia, de la que se habla en la Primera Epístola a Timoteo (6,10); Pues raíz de todos los males es la avaricia. Y esto es así porque todo obedece al dinero, (como se dice en el Libro del Eclesiastés 10,19). Y por eso la concupiscencia de la cual se habla aquí, es un mal general, no con comunidad de género o de especie, sino con comunidad de causalidad.Esto no lo contradice lo que leemos en el Eclesiástico (10,16): El primer origen de todo pecado es la soberbia. Porque la soberbia es el origen del pecado por parte de la aversión. Y la avaricia es un principio de los pecados por parte de una conversión al bien conmutable. Ahora bien, se puede decir que el Apóstol toma especialmente la concupiscencia para explicación de su tesis, porque quiere mostrar que sin la Ley no se tendría conocimiento del pecado en cuanto corresponde a una ofensa a Dios, y esto es clarísimo mas que en otra cosa en que la ley de Dios prohibe una concupiscencia que no es prohibida por el hombre. Porque sólo Dios tiene por culpable al hombre a causa de la concupiscencia del corazón, según aquello de 1 Reyes 16,7: El hombre no ve más que lo exterior, pero el Señor ve el fondo del corazón. Y por eso la Ley de Dios más bien prohibió la concupiscencia de la cosa ajena, que se arrebata mediante el hurto, y la de la mujer ajena, que es violada por el adulterio, que la concupiscencia de los demás pecados, porque los ya dichos aun en la propia concupiscencia tienen cierta delectación, cosa que no ocurre en los otros pecados.En seguida, cuando dice: Mas tomando ocasión del mandamiento, muestra lo que ocasionalmente se sigue de la Ley. Y primero enuncia lo que intenta; luego, explica su tesis: Porque sin la Ley, etc. Así es que primero dice que el pecado, tomando ocasión del mandato, o sea, de la Ley que prohibe el pecado, ha obrado en mí toda concupiscencia. Ahora bien, por pecado se puede entender aquí el diablo en un sentido enfático de la palabra porqué él mismo es el origen del pecado. Y en este sentido obra en el hombre toda concupiscencia de pecado. Quien comete pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio (1Jn 3,8). Pero como acá no hace mención del diablo el Apóstol, se puede decir que el pecado actual, cualquiera que sea, en cuanto es comprendido por el entendimiento opera de suyo en el hombre la concupiscencia, según aquello del Apóstol Santiago (I,14-15): Cada uno es tentado por su propia concupiscencia: después la concupiscencia pare el pecado. Pero es mejor que esto lo refiramos al pecado del que arriba se dijo (cap 5) que por un solo hombre entró en este mundo, esto es, al pecado original, que antes de la gracia de Cristo está en el hombre en cuanto culpa y en cuanto pena; pero al sobrevenir ia gracia desaparece como culpa y permanece en acto en cuanto al fomes o pábulo del pecado, o concupiscencia habitual, que obra en el hombre toda concupiscencía actual, ya sea que se refiera a las concupiscencias de los diversos pecados, pues una es la concupiscencia del robo, otra la del adulterio, y así de las demás; ya sea que se refiera a los diversos grados de concupiscencia, en cuanto consiste en pensamiento, delectación, consentimiento y obra. Pero para el efecto de obrar en el hombre el pecado toma la ocasión de la Ley. Y esto lo dice así: Mas tomando ocasión del mandamiento. O bien, porque sobreviniendo el mandato se agrega la razón de prevaricación, porque donde no hay Ley tampoco hay prevaricación, como arriba (cap. 4) se dijo; o bien porque aumenta el deseo del pecado prohibido por las razones arriba asentadas. Y se debe notar que no dice que la Ley diese ocasión para el pecado sino porque el propio pecado tomó ocasión de la Ley. Porque el que da ocasión escandaliza y, por lo consiguiente, peca: lo cual ocurre cuando alguien hace una obra menos recta, por la cual el prójimo es ofendido o escandalizado, por ejemplo si alguien frecuenta lugares deshonestos aun cuando no con mala intención. Por lo cual se dice adelante: Juzgad mejor no causar al hermano tropiezo o escándalo (Rm 14,13). Pero si alguien obra rectamente, por ejemplo si da limosna, y otro se escandaliza por eso, no da aquél ocasión de escandalizarse; por lo cual ni escandaliza ni peca aunque el otro tome de ello ocasión de escandalizarse, y por lo mismo peca. Así es que la Ley hizo algo recto porque prohibió el pecado, por lo cual no dio ocasión de pecar; pero el hombre tomó la ocasión de la Ley, y de esto se sigue que la Ley no es pecado sino que mas bien el pecado está del lado del hombre. Por lo mismo se debe entender que las pasiones de los pecados que pertenecen a la concupiscencia del pecado no son por la Ley como si la Ley las obrara, sino que el pecado las pone por obra tomando ocasión de la Ley. Y por la misma razón se le llama Ley de muerte, no porque la Ley obre la muerte, sino porque el pecado obra la muerte tomando ocasión de la Ley. Y en el mismo sentido se pueden ordenar de otra manera las palabras para decir que el pecado obrado es por mandato de la Ley toda concupiscencia, y esto tomando ocasión del propio mandato, pero la primera exposición es más sencilla y mejor.En seguida, cuando dice: Porque sin la Ley, explica lo que dijera, y esto por la experiencia del resultado. Y primero enuncia el resultado; luego indica de nuevo la causa: Porque el pecado, etc. Acerca de lo primero hace tres cosas. Primero describe la situación antes de la Ley; luego, la situación bajo la Ley: Mas viniendo el mandamiento, etc.; lo tercero: de la comparación de una y otra situaciones concluye el resultado de la Ley: y hallé que el mismo mandamiento dado para vida, me fue para muerte. Así es que primero dice que tomando ocasión del mandamiento, el pecado produjo en mí toda suerte de concupiscencias, cosa que está a la vista. Porque sin la Ley el pecado está muerto: no, por supuesto, que no existiese el pecado, porque por un solo hombre había entrado el pecado en este mundo antes de la Ley, como arriba se dijo (cap. 5). Sino que se entiende que estaba muerto o bien en cuanto al conocimiento del hombre, que no sabía que por alguna Ley estuviesen prohibidos los pecados, por ejemplo la concupiscencia, o bien porque estaba muerto en cuanto a la eficacia para matar por comparación con lo que después ocurrió: pues no tenía tanta fuerza para llevar al hombre a la muerte cuanta tuvo después al tomar la ocasión bajo la Ley. Porque se tiene casi por muerto lo que ha perdido las fuerzas. Haced morir los miembros que aún tengáis en la tierra (Colos 3,5). Así es que tal era la situación antes de la Ley en cuanto al pecado. Pero cuál fuese en cuanto al hombre, lo indica agregando: Yo vivía en un tiempo sin Ley. Lo cual se puede entender de dos maneras. De una, en cuanto al nombre le parecía por sí mismo que vivía, mientras ¡gnoraba que fuese pecado aquello por lo cual estaba muerto. Tienes nombre viviente y estás muerto (Ap 3,1). O se dice por comparación con la muerte que se sigue por ocasión de la Ley. Porque se dice que viven los que menos pecan, por comparación con ios que más pecan.En seguida, cuando dice: Mas viniendo ei mandamiento, etc., describe el estado bajo la Ley. Y primero en cuanto al pecado, diciendo: Mas viniendo el mandamiento, o sea, una vez dada la Ley, el pecado revivió, lo cual se puede entender de dos maneras. De la una, en cuanto al conocimiento del hombre, que empezó a conocer que en él mismo existía el pecado, cosa que anteriormente no sabía. Después que me iluminaste he herido mi muslo, y he quedado confuso y avergonzado (Jerem 31 19). Y claramente dijo revivió, porque en el paraíso había tenido el hombre pleno conocimiento del pecado, aunque no lo tuviese por experiencia. O bien revivió en cuanto a fuerza, porque una vez dada la Ley, ocasionalmente aumentó la fuerza del pecado. La fuerza del pecado es la Ley (1Co 15,56). De la segunda manera: en cuanto al propio hombre, diciendo: Y yo morí. Lo cual también de dos maneras se puede entender. La primera: según el conocimiento, para que el sentido sea: morí, esto es, supe que había muerto. La segunda: por comparación con el primer estado, para que el sentido sea: Morí, esto es, ya muerto, más obligado estoy que antes. Y así, en algún modo es verdad 1o que se les dijo a Moisés y Aarón (Num 16,41): Vosotros habéis dado la muerte al pueblo del Señor.En seguida, cuando dice: y hallé, etc., concluye, por la comparación de uno y otro estados, con el resultado de la Ley, diciendo: Y hallé, según lo predicho, que el mismo mandamiento dado para vida, me fue para muerte. Primeramente dado para vida, conforme a la intención del que dio la Ley. En segundo lugar, en cuanto a la misma bondad del mandato y la buena voluntad del que lo obedece. Les di en seguida mis mandamientos y les enseñé mis leyes, en cuya observancia el hombre hallará la vida (Ez 20,1 1). Esto me es para muerte ocasionalmente, por el pecado que había en el hombre. Su pan se le convertirá dentro de su vientre en hiél* de áspides (Jb 20,14).En seguida, cuando dice: Porque el pecado, etc., vuelve a presentar la causa como si la patentizara por el resultado indicado previamente, diciendo: Por esto sucede que el mandato predicho, que era para vida. se halla que es para muerte. Porque el pecado, tomando ocasión del mandamiento, me sedujo, o sea, por la concupiscencia que obra en mí, como se dice en Daniel 13,56: La hermosura te fascinó y la pasión pervirtió tu corazón, y por aquel mandato ocasionalmente me mató el pecado. La letra mata (2Co 3,6).En seguida, cuando dice: Así es que la Ley es santa, etc., saca ia conclusión deseada: que no sólo no es pecado la Ley, sino que más bien es buena, por cuanto da a conocer el pecado y lo prohibe. Y primero saca la conclusión en cuanto a toda la Ley, diciendo: Como es patente por las premisas, ciertamente la Ley es santa. La Ley del Señor es inmaculada (Sal 18,8). Sabemos que la Ley es buena (I Tim 1,8). Lo segundo, en cuanto a los particulares mandatos de la Ley, diciendo: El mandamiento de la Ley es santo también en cuanto a los preceptos ceremoniales por los que se ordenan los hombres para el culto de Dios. Seréis santos para Mí, porque santo soy Yo el Señor (I Tim 1,8). Y justo en cuanto a los preceptos judiciales, por los que el hombre se ordena del modo debido respecto al prójimo. Los juicios del Señor son verdad: en sí mismos están justificados (Sal 18,10). Y bueno, o sea, honesto, en cuanto a los preceptos morales. Mejor es para mí la Ley que salió de tu boca que millones de oro y plata (Sal 1 18,72). Porque como todos los preceptos nos ordenan respecto a Dios, dijo el Apóstol que toda la Ley es santa.En seguida, cuando dice: Luego ¿lo que es bueno vino a ser muerte para mí? plantea la cuestión en cuanto al efecto de la Ley. Y primero, la pregunta, diciendo: Luego ¿lo que es bueno, es claro que en sí mismo, vino a ser muerte para mí?, o sea, que por sí mismo es causa de muerte. Lo que ciertamente podría alguien falsamente entender por lo arriba dicho: ha resultado que lo que era para mí un mandamiento de vida ha venido a ser para muerte. Lo segundo, disipa la cuestión en cuanto a la muerte, diciendo: De ninguna manera. Lo que de suyo es bueno y vivificante no puede ser causa del mal y de la muerte, según aquello de Mateo 7,18: Un árbol bueno no puede dar frutos malos. Lo tercero: Sino que el pecado, etc., armoniza lo que ahora se dice con lo que arriba se dijo. Porque no es que de tal manera se halle que el mandamiento sea para muerte que él mismo obre la muerte, sino que tomada la ocasión por el mismo pecado se obra la muerte. Y esto es lo que dice así: Sino que el pecado, para mostrarse pecado, o sea, que muestra ser pecado por el bien de la Ley, esto es, por el mandato de la Ley, porque es bueno precisamente por dar el conocimiento del pecado.Y esto es ocasionalmente, por cuanto hace patente el pecado. Así es que no se entiende que el pecado obrado por la Ley sea la muerte como si no habiendo Ley no habría muerte. Porque se dijo arriba que reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, no existiendo la Ley; sino que se entiende que el pecado opera por la Ley la muerte porque el castigo de la muerte es mayor sobreviniendo la Ley. Y esto es lo que agrega: Digo que de tal manera el pecado ha obrado la muerte por medio de lo que es bueno, que el pecado se haga pecaminoso, esto es, haciendo pecar tomando ocasión del mandamiento de la Ley. Y esto sobremanera de lo que antes pecaba, o bien porque sobrevino la culpa de la prevaricación, o bien porque aumentó la concupiscencia del pecado, como arriba se dijo, al presentarse la prohibición de la Ley. Mas aquí se entiende por pecado, como arriba dijimos, o bien el diablo, o más bien el fo-mes o pábulo del pecado.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



La historia y la vida de los judíos bajo la ley. Pablo ha dicho algunas cosas negativas sobre la ley en 7:1-6; la ha asociado con el pecado como el poder del antiguo régimen y ha declarado que lo que hace, en realidad, es provocar el pecado (v. 5) pero estos versículos son sólo el clímax de una serie de declaraciones negativas sobre la ley en Rom. Pablo ha demostrado que la ley es incapaz de justificar (3:20a), que hace reconocer el pecado (3:20b), y que, ciertamente, estimula el pecado (5:20) y produce ira (4:15). Podemos, entonces, imaginarnos muy bien a alguien pensando que Pablo cree que la ley es mala. El ha tenido suficiente experiencia como para saber que tal malentendido sobre su teología de la ley es una posibilidad siempre latente. Por lo tanto, introduce una digresión sobre la ley mosaica en la que advierte sobre esta falsa interpretación. Defiende la bondad de la ley demostrando que los efectos negativos que produce no son debidos a la ley en sí misma, sino al poder del pecado y a la debilidad humana. Pablo resume sucintamente el énfasis central de 7:7-25 en 8:3a: lo que era imposible para la ley, por cuanto ella era débil por la carne. Señala esto en el contexto de un bosquejo del efecto que la ley ha tenido sobre el pueblo judío.

7-12 Este párrafo sobre la venida de la ley logra dos propósitos: sostener, contra un posible malentendido (7a), que el mandamiento (la ley de Moisés) es santo, justo y bueno (12), y explicar la relación entre el pecado y la ley (7b-11). Al destacar esto último Pablo afirma que la ley había sido el medio por el cual él llegó a conocer el pecado (7b). Lo que Pablo quiere decir por medio de estas palabras no es simplemente que la ley le dijo qué era pecado, sino que la ley, con su explícito detalle de los mandamientos de Dios, le dio al pecado la oportunidad de estimular la rebelión en contra de Dios, y puso absolutamente en claro su pecaminosidad y muerte (8-11). Nuestra pecaminosidad es tal que el mismo hecho de determinar que una acción es pecado contra la santa ley de Dios nos lleva a violarla; y es en esta forma que la ley despierta las pasiones pecaminosas (5:20; 7:5) y produce ira (4:15).

El uso que hace Pablo de la primera persona del singular (yo) en su narrativa, para enfatizar este punto, hace surgir la pregunta sobre qué experiencia está describiendo aquí. Muchos piensan que está reflexionando sobre el hecho de llegar a la mayor ía de edad como joven judío, cuando el pecado revivió en su experiencia y le hizo ver claramente que era un pecador (yo morí). Otros piensan que Pablo está describiendo el tiempo en que, poco antes de su conversión, el Espíritu comenzó a convencerlo de su pecado. Pero el hecho de que esta experiencia ocurrió cuando vino el mandamiento sugiere otra posibilidad. Como aclara el contexto, el mandamiento seguramente se refiere a la ley mosaica (ver vv. 7, 12); y la ley mosaica vino cuando Dios se la dio al pueblo de Israel en el monte Sinaí. A los judíos del siglo I se les enseñaba que pensaran como si hubieran tomado parte en las experiencias históricas de Israel (como en el ritual de la Pascua). Pablo podría entonces estar describiendo en estos versículos no su propia experiencia personal, sino la experiencia del pueblo judío en su conjunto. Lo que Pablo podría estar diciendo, entonces, es que la entrega de la ley de Moisés a Israel no significó para ellos la vida (como enseñaban algunos rabinos) sino la muerte; porque la ley de Moisés, al estimular al pecado, provocó ira, haciendo ver más claramente que nunca la distancia que separaba a los judíos de Dios.

13-25 Esta segunda parte de la digresión de Pablo sobre la ley mosaica nos presenta un eslabón perdido en su argumento de 7:7-12: la debilidad de los seres humanos como razón por la cual el pecado pudo usar a la ley para provocar la muerte. La ley, aunque espiritual, no puede liberar al pueblo de su atadura al pecado y la muerte (21-25) porque ellos son carnales, incapaces de obedecer la ley aunque concuerdan en que es buena (16). Es la ley de Moisés, entonces, en la que Pablo centra la atención en estos versículos.

La enseñanza de Pablo sobre la ley encuadra dentro de una extensa confesión personal. ¿De quién es la experiencia que Pablo describe aquí? Muchos, observando que Pablo ahora escribe en tiempo presente (contrapuesto al tiempo pasado utilizado en los vv. 7-11) y que dice deleitarse en la ley de Dios, sostienen que ha de estar describiendo su situación actual como creyente maduro. Entonces, el pasaje destacaría que la ley no puede ofrecer victoria sobre el poder del pecado dentro del creyente en Cristo, quien, aunque regenerado y libre del poder condenatorio del pecado, no puede escapar de las garras del mismo (cf. 14, 23, 25). Aunque esta interpretación del pasaje cuenta con fuertes apoyos (p. ej. Agustín, Lutero, Calvino), y merece gran respeto, hay un enfoque alternativo. La mayoría de nosotros, como cristianos, podemos identificarnos con las luchas que Pablo describe en los vv. 15-20, pero el tratamiento objetivo que Pablo hace de la situación sobre la que habla hace difícil pensar que está describiendo a un cristiano. Pablo dice que está vendido a la sujeción del pecado (14b; cf. v. 25), y que está encadenado con la ley del pecado (23). La descripción anterior parece ser diametralmente opuesta a la descripción de los cristianos en el cap. 6 (libres del pecado, v. 22), y la última choca con la aseveración de Pablo en 8:2, de que el cristiano ha sido liberado de la ley del pecado y de la muerte. Parece, entonces, que Pablo en estos versículos está describiendo su experiencia como judío no regenerado, encontrando que su amor por la ley de Dios y su deseo de obedecerla se veían constantemente frustrados por su fracaso en obedecerla. Ciertamente, no podemos estar seguros respecto de hasta qué punto Pablo era consciente de esta lucha en los días anteriores a su conversión. (Su afirmación en Fil. 3:6 de que era irreprensible en relación con la justicia legalista, se refiere a su condición legal según las pautas de los fariseos y no a su situación real.) Seguramente, sólo a la luz de su conocimiento de Cristo, Pablo habría reconocido la profundidad de la pecaminosidad que describe aquí. En los vv. 7-11, entonces, Pablo describe el efecto de la entrega de la ley sobre sí mismo y sobre todos los demás judíos, mientras que en los vv. 13-25 describe la existencia continuada de un judío, como él fuera alguna vez, bajo la ley. El tiempo presente, que comienza a utilizar en el v. 14, corresponde mucho mejor a la descripción de un estado permanente.

El v. 13 es de transición, y resume el argumento de los vv. 7-12 -la ley es buena, pero ha sido utilizada por el pecado para producir muerte y, por lo tanto, revela al pecado tal como es (sobremanera pecaminoso)- como punto de partida para los vv. 14-25. El hecho de que la ley es espiritual, pero yo soy carnal (sarkinos), prepara el escenario para la lucha que se describe en los vv. 15-20. El reconocimiento de que la ley de Dios es buena, y el deseo de obedecerla se encuentran con la incapacidad real de cumplir la ley en la práctica. El querer (utilizado aquí en forma no técnica) y el hacer se oponen el uno al otro. Esto revela, concluye Pablo, que en mí, a saber, en mi carne, no mora el bien (18), y que el pecado que mora en mí ha de ser responsable de mis acciones (17, 20). Aquellos que abogan por la interpretación de este pasaje como refiriéndose a un cristiano maduro, creen que Pablo alude al continuo poder del pecado y de la carne en la vida del creyente. Sin embargo, parece que la referencia tiene que ver con la forma en que el poder del pecado evita que el no cristiano obedezca la ley de Dios.

En el v. 21 Pablo resume la ley (una mejor traducción sería principio) que él encuentra obrando en la lucha que ha descripto en los vv. 15-20: el deseo de hacer el bien es desafiado, y hasta superado, por la tendencia a hacer el mal. El deleite en la ley de Dios (como era típico del pueblo judío), se encuentra con la fuerza de una ley diferente. Mientras algunos consideran que esta ley diferente es sólo otra función de la misma ley mosaica, la palabra diferente (heteros) sugiere que Pablo tiene en mente una ley distinta de la ley mosaica. Esta ley es la fuerza o poder del pecado, que Pablo contrasta con la ley de Dios (ver también 3:27; 8:2). Pablo confiesa ser él mismo prisionero de esta ley de pecado, una firme indicación de que está describiendo su pasada experiencia como judío bajo la ley (contrastar con 8:2).

La respuesta de Pablo a esta prisión es clamar: ¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La emoción con que Pablo clama puede sugerir que verdaderamente se encuentra en esta miserable condición mientras escribe esas palabras, y que su clamor es por liberación, como cristiano, de la mortalidad física. Pero Pablo el cristiano no necesita preguntar quién es su libertador, y la muerte en este pasaje generalmente se refiere a la muerte en todos sus aspectos como castigo de Dios sobre el pecado (ver vv. 5, 9-11, 13). Es mejor, por lo tanto, atribuir este clamor al sincero y piadoso judío que, frustrado por su incapacidad para obedecer la ley de Dios, anhela ser liberado del pecado y de la muerte. Pablo puede describirlo en forma tan realista y apasionada porque él mismo experimentó ese estado, y porque era una condición que todavía, trágicamente, caracterizaba a la mayoría de sus hermanos, los que son mis familiares según la carne (ver 9:1-3). Al comienzo del v. 25 Pablo el cristiano interrumpe su descripción de la vida judía bajo la ley para anunciar a aquel en quien se encuentra la liberación de la muerte: Jesucristo nuestro Señor. Al final del versículo, entonces, Pablo vuelve a resumir la situación del judío bajo la ley: Con la mente sirvo a la ley de Dios -admitiendo que la ley de Dios es buena y desea cumplirla- pero con la carne, a la ley del pecado (es decir, que la carne le impide cumplir la ley de Dios).

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter VII.

1 No law hath power ouer a man, longer then hee liueth. 4 But wee are dead to the law. 7 Yet is not the law sinne, 12 but holy, iust, good, 16 as I acknowledge, who am grieued because I cannot keepe it.
1 Know ye not, brethren (for I speake to them that knowe the Lawe) how that the Lawe hath dominion ouer a man, as long as he liueth?
2 For the woman which hath an husbaud, is bound by the law to her husband, so long as he liueth: but if the husband be dead, she is loosed from the law of the husband.
3 So then if while her husband liueth, shee be married to another man, shee shalbe called an adulteresse: but if her husband be dead, shee is free from that law, so that she is no adulteresse, though she be married to another man.

[Mans weakenes.]

4 Wherefore my brethren, yee also are become dead to the law by the body of Christ, that ye should be married to another, euen to him who is raised from the dead, that wee should bring forth fruit vnto God,
5 For when wee were in the flesh, the [ Greek: passions.] motions of sinnes which were by the law, did worke in our members, to bring foorth fruit vnto death.
6 But now wee are deliuered from the law, [ Or, being dead to that.] that being dead wherein we were held, that we should serue in newnesse of spirit, and not in the oldnesse of the letter.
7 What shall wee say then? is the law sinne? God forbid. Nay, I had not knowen sinne, but by the lawe: for I had not knowen [ Or, concupiscence.] lust, except the Law had said, Thou shalt not couet.
8 But sinne taking occasion by the commaundement, wrought in me all maner of concupiscence. For without the Law sinne was dead.
9 For I was aliue without the Law once, but when the commandement came, sinne reuiued, and I died.
10 And the commandement which was ordained to life, I found to be vnto death.
11 For sinne taking occasion by the commandement, deceiued me, and by it slew me.
12 Wherefore the Law is holy, and the Commandement holy, and iust, and good.
13 Was that then which is good, made death vnto me? God forbid. But sinne, that it might appeare sinne, working death in mee by that which is good: that sinne by the Commaundement might become exceeding sinfull.
14 For wee know that the Law is spirituall: but I am carnall, sold vnder sinne.
15 For that which I do, I [ Greek: know.] allow not: for what I would, that do I not, but what I hate, that doe I.
16 If then I doe that which I would not, I consent vnto the Law, that it is good.
17 Now then, it is no more I that doe it: but sinne that dwelleth in me.
18 For I know, that in me (that is, in my flesh) dwelleth no good thing. For to will is present with me: but how to performe that which is good, I find not.
19 For the good that I would, I do

[Flesh and spirit.]

not: but the euill which I would not, that I doe.
20 Now if I doe that I would not, it is no more I that do it, but sinne that dwelleth in me.
21 I find then a Law, that when I would do good, euil is present with me.
22 For I delight in the Lawe of God, after the inward man.
23 But I see another Lawe in my members, warring against the Lawe of my minde, and bringing me into captiuity to the Law of sinne, which is in my members.
24 O wretched man that I am: who shall deliuer me from [ Or, this body of death.] the body of this death?
25 I thanke God through Iesus Christ our Lord. So then, with the mind I my self serue the Law of God: but with the flesh, the law of sinne.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

La condición pecadora. Estamos en la parte más dramática de la carta. Pablo interioriza esta lucha contra el pecado y la ve como un desdoblamiento y desgarramiento de su conciencia que acaba en un grito de auxilio. Por lo que tiene de introspección lúcida y apasionada, esta página es magistral. Es como si el pecado fuese una «fiera» que está al acecho en la puerta de la conciencia (cfr. 1Pe_5:8) y a la que el hombre tiene que someter (véase la historia de Caín, Gén_4:1-8).
¿Está hablando Pablo en primera persona? Seguramente que sí; pero viviendo en su propia carne este drama común, se hace al mismo tiempo el portavoz de todos nosotros: «¿Alguien enferma sin que yo enferme? ¿Alguien cae sin que a mí me dé fiebre?» (2Co_11:29). Es, pues, a la humanidad entera en su lucha contra el pecado a la que el Apóstol quiere abarcar en este grito de angustia. En cuanto a la ley que menciona, ¿de qué ley habla? ¿Sólo de la judía? Éste es el contexto inmediato; sin embargo, por todo lo que dirá a continuación, la visión del Apóstol abarca a toda ley -la judía, la cristiana, la de cualquier religión-, vista desde la condición pecadora del ser humano. ¿Es la Ley pecado? (7), se pregunta el Apóstol retóricamente, para responder que pensar así sería un absurdo. La ley no manda pecar pues «el precepto es santo... justo y bueno» (12). La fuerza, pues, de su argumento no está en la bondad o maldad intrínseca de la ley sino en la astucia, en la insidia de nuestra condición pecadora personificada en este protagonista siniestro, el pecado, capaz de convertir hasta el mismísimo «Decálogo» en instrumento de prevaricación, pues «aprovechándose del precepto provocó en mí toda clase de codicias» (8)... «me sedujo y por medio del precepto me dio muerte» (11).
Es fascinante la descripción psicológica que hace Pablo de esta faceta de la ley como tentadora cuando el pecado trata de manipularla. La ley prohíbe, da nombre, llama la atención sobre el objeto prohibido, lo valora, lo exhibe como un desafío y un trofeo. El precepto, vienen a decir el Apóstol, ceba y engorda al pecado, delata su naturaleza... lo convierte en superpecado (13).

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



7. Exo_20:17; Deu_5:21. Pablo emplea el pronombre "yo" para describir más dramáticamente la impotencia del hombre no redimido por Cristo frente a las exigencias de la Ley, y para señalar la función que le corresponde a ella en los designios de Dios.

9. "Sin Ley": esta expresión se refiere a la situación de la humanidad antes de ser promulgada la Ley de Moisés.

11. Ver Gen_3:13.

14. Para Pablo lo "carnal" es todo lo que se opone al Espíritu de Dios. Ver nota Jua_1:14.

22. La expresión "hombre interior" designa la parte racional del hombre, que lo impulsa a hacer el bien. Ver 2Co_4:16.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 7.7 Cf. Gn 3.21-22. Hablando en primera persona, Pablo describe en 7.7-25 la situación de la humanidad antes que Jesucristo realizara su obra salvadora. Hay diversas alusiones a la situación de Adán en el jardín de Edén (Gn 3). Esta situación está descrita desde la perspectiva de la fe cristiana.

[2] 7.7 Ex 20.17; Dt 5.21; cf. Gn 2.16-1.

[3] 7.11 Engañó: Gn 3.13; 2 Co 11.3.

[4] 7.14 Débil: lit. carnal. Pablo usa con frecuencia los términos carne, carnal, en oposición a espíritu, espiritual. Con ellos puede designar diversas realidades. En general, el término carne, aplicado al hombre, no designa una parte de él, sino a toda la persona desde el punto de vista de su debilidad física o moral. En Ro 7.5--8.13 predomina el uso de esta palabra para designar al hombre en su debilidad moral, sujeto al pecado y a la muerte. Cf. Gl 5.16-21.Véase Carne en el Índice temático.

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Gén_2:17; Gén_3:1 s

NOTAS

7:9 Situándose en el desarrollo de la historia de la salvación, Pablo habla aquí de la humanidad antes del régimen de la Ley, ver Rom_5:13.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

El Apóstol expone las relaciones mutuas entre la Ley, el pecado y el hombre, mostrando a la vez la naturaleza de cada una de estas realidades: la «Ley» es la Ley de Moisés. Los preceptos de la Ley hacen al hombre consciente del pecado, y el pecado -representado aquí como un poder personal- se sirve de los preceptos para provocar la tentación.

Pablo señala al mismo tiempo que la Ley, aunque el pecado se sirva de ella para imponerse al hombre, no es mala sino santa, justa y buena: «La Ley es profecía y pedagogía de las realidades venideras» (S. Ireneo, Adv. haer. 4,15,1; cfr CCE 1964).


Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Gén_2:17; Gén_3:1 s

NOTAS

7:9 Situándose en el desarrollo de la historia de la salvación, Pablo habla aquí de la humanidad antes del régimen de la Ley, ver Rom_5:13.

Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)



Tres términos, relacionados entre sí, predominan en todo este pasaje: «ley», «yo», «pecado». La «ley» es la ley de Moisés. En efecto, el precepto de la ley que cita Pablo: NO CODICIARÁS, está tomado de la ley de Moisés. Este sentido de la ley determina el sentido del «yo». A un cuando hable en primera persona, habla en nombre de la humanidad, sometida a la ley antes mencionada. El «pecado» es, principalmente, el original, en cuanto es principio de depravación.

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*7:7-25 La relación ley-pecado, afirmada una y otra vez desde Rom 1:18, se explica ahora ampliamente en el sentido de que el pecado ha utilizado la ley como instrumento para lograr sus objetivos de muerte.