Hebreos 4 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 16 versitos |
1

El descanso

Mientras se mantiene en pie la promesa de entrar en el descanso de Dios, debemos tener cuidado, para que ninguno de ustedes quede excluido;
2 porque también a nosotros, como a ellos, nos anunciaron la Buena Noticia. Pero el mensaje que ellos oyeron no les valió porque no se unieron por la fe con aquellos que la aceptaron.
3 Nosotros, en cambio, los que hemos creído, entraremos en ese descanso, como queda dicho: Juré airado que no entrarán en mi descanso.
Las obras de Dios, por cierto, concluyeron con la creación del mundo,
4 como se dice en un texto sobre el séptimo día: El séptimo día descansó Dios de todas sus tareas,
5 y en este otro: no entrarán en mi descanso.
6 Ahora bien, como quedan algunos por entrar en ese lugar de descanso, y los que recibieron primero la Buena Noticia, por su rebeldía no entraron,
7 Dios señala otro día, un hoy, pronunciando mucho después por medio de David, el texto antes citado: Si hoy escuchan su voz, no endurezcan el corazón.
8 Si Josué les hubiera dado el descanso, no se hablaría después de otro día.
9 Luego queda un descanso sabático para el pueblo de Dios.
10 Uno que entró en su descanso descansa de sus tareas, lo mismo que Dios de las suyas.
11 Por tanto, esforcémonos por entrar en aquel descanso, para que ninguno caiga imitando aquel ejemplo de rebeldía.
12 Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz y más cortante que espada de dos filos; penetra hasta la separación de alma y espíritu, articulaciones y médula, y discierne sentimientos y pensamientos del corazón.
13 No hay criatura oculta a su vista, todo está desnudo y expuesto a sus ojos. A ella rendiremos cuentas.
14

Jesús, Sumo Sacerdote

Ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un sumo sacerdote excelente que penetró en el cielo, mantengámonos firmes en nuestra confesión de fe.
15 El sumo sacerdote que tenemos no es insensible a nuestra debilidad, ya que, como nosotros, ha sido probado en todo excepto el pecado.
16 Por tanto, acerquémonos confiados al trono de nuestro Dios, para obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.

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Introducción a Hebreos

HEBREOS

Carta. Más que una carta, este escrito parece una homilía pronunciada ante unos oyentes o un tratado doctrinal que interpela a sus lectores. No cuenta con la clásica introducción epistolar compuesta por el saludo, la acción de gracias y la súplica; su conclusión es escueta y muy formal. Su autor ha empleado recursos de una elegante oratoria, como las llamadas de atención y el cuidadoso movimiento entre el sujeto plural y el singular en la exhortación, características propias de un discurso entonado.

De Pablo. Ya en la antigüedad se dudó sobre su autenticidad paulina y tardó en imponerse como carta salida de la pluma del Apóstol. Las dudas persistieron, no obstante, hasta convertirse hoy en la casi certeza de que el autor no es Pablo, sino un discípulo anónimo suyo. Las razones son muchas: faltan, por ejemplo, las referencias personales; el griego que utiliza es más puro y elegante, como si fuera la lengua nativa del autor; el estilo es sosegado, expositivo, y carece de la pasión, movimiento y espontaneidad propios del Apóstol.

A los hebreos. La tradición ha afirmado que los destinatarios eran los «hebreos», o sea, los judíos convertidos al cristianismo. Y ésa sigue siendo la opinión más aceptada hoy en día. La carta cita y comenta continuamente el Antiguo Testamento; a veces alude a textos que supone conocidos. En ella se puede apreciar a una comunidad que atraviesa un momento de desaliento ante el ambiente hostil de persecución que la rodea. El entusiasmo primero se ha enfriado y, con ello, la práctica cristiana. La nostalgia del esplendor de la liturgia del Templo de Jerusalén, que se desarrolla alrededor del sacerdocio judío, está poniendo en peligro una vuelta al judaísmo, a sus instituciones y a su culto.

Fecha y lugar de composición de la carta. La fecha de composición es discutida. Algunos piensan que la carta es anterior a la destrucción de Jerusalén (año 70), pues el autor parece insinuar que el culto judío todavía se desarrolla en el Templo (10,1-3). Otros apuntan a una fecha posterior, cuyo tope sería el año 95, año en que la carta es citada por Clemente. En cuanto al lugar, la incertidumbre es completa.

Contenido de la carta. Esta carta-tratado alterna la exposición con la exhortación. Desde su sublime altura doctrinal, el autor contempla admirables y grandiosas correspondencias. La primera, entre las instituciones del Antiguo Testamento y la nueva realidad cristiana. La segunda media entre la realidad terrestre y la celeste, unidas y armonizadas por la resurrección y glorificación de Cristo. Su tema principal, provocado por la situación de los destinatarios, es el sacerdocio de Cristo y el consiguiente culto cristiano.

El sacerdocio de Cristo
. A la nostalgia de una compleja institución y práctica judías opone el autor, no otra institución ni otra práctica, sino una persona: Jesucristo, Hijo de Dios, hermano de los hombres. Él es el gran mediador, superior a Moisés; es el «sumo sacerdote», que ya barruntaba la figura excepcional y misteriosa de Melquisedec.
El autor lo explica comentando el Sal 110 y su trasfondo de Gn 14. Jesús no era de la tribu levítica, ni ejerció de sacerdote de la institución judía, era un laico. Su muerte no tuvo nada de litúrgico, fue simplemente un crimen cometido contra un inocente. Si el autor llama «sacerdote» a Cristo -el único lugar del Nuevo Testamento donde esto ocurre- lo hace rompiendo todos los moldes y esquemas, dando un sentido radicalmente nuevo, profundo y alto a su sacerdocio, y por consiguiente al sacerdocio de la Iglesia.
Jesucristo es el mediador de una alianza nueva y mejor, anunciada ya por Jeremías (cfr. Jr 31). Su sacrificio, insinuado en el Sal 40, es diverso, único y definitivo; inaugura, ya para siempre, la perfecta mediación de quien es, por una parte, verdadero Hijo de Dios y, por otra, verdadero hombre que conoce y asume la fragilidad humana en su condición mortal.
Su sacerdocio consiste en su misma vida ofrecida como don de amor a Dios su Padre, a favor y en nombre de sus hermanos y hermanas. Una vida marcada por la obediencia y solidaridad hasta el último sacrificio. Dios transformó esa muerte en resurrección, colocando esa vida ofrecida y esa sangre derramada por nosotros en un «ahora» eterno que abarca la totalidad de la historia humana con la mediación de su poder salvador.

El sacerdocio de los cristianos.
Los cristianos participan en este sacerdocio de Cristo. Es la misma vida del creyente la que, por el bautismo y su incorporación a la muerte y resurrección del Señor, se convierte en culto agradable a Dios, o lo que es lo mismo, en un cotidiano vivir en solidaridad y amor, capaces de trasformar el mundo. En esta peregrinación de fe y de esperanza del nuevo pueblo sacerdotal de Dios hacia el reposo prometido, Cristo nos acompaña como mediador, guía e intercesor.

Actualidad de la carta. Ha sido el Concilio Vaticano II el que ha puesto la Carta a los Hebreos como punto obligado de referencia para comprender el significado del sacerdocio dentro de la Iglesia, tanto el de los ministros ordenados, como el sacerdocio de los fieles. Toda la Iglesia, continuadora de la obra de Cristo, es sacerdotal. Todos y cada uno de los bautizados, hombres y mujeres, participan del único sacerdocio de Cristo, con todas las consecuencias de dignidad y protagonismo en la misión común. El sacramento del ministerio ordenado -obispos, presbíteros y diáconos-, ha sido instituido por el Señor en función y al servicio del sacerdocio de los fieles. Estamos sólo en los comienzos del gran cambio que revolucionará a la Iglesia y cuyos fundamentos puso ya el autor de esta carta.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Hebreos 4,1-13El descanso. La exhortación no podía quedarse en los peligros del camino. La marcha, aunque difícil, está iluminada por la meta: la promesa del descanso. El predicador, siguiendo con Sal_95:7-11 afirma que esa promesa hecha al pueblo judío sigue en pie, y no es otra sino la participación en el descanso sabático de Dios, en alusión al séptimo día de la creación en el que el Creador descansó (cfr. Gén_2:2). «Reposo» en hebreo es «sabbat» -sábado-, y la tradición judía veía en ese día sagrado la imagen de la plenitud del mundo venidero.
Ésta fue, en realidad, la promesa hecha al pueblo judío, aunque en un principio pensaron que se trataba de la promesa terrena de la conquista y ocupación de Palestina. Pero, cuando ya eran dueños de la tierra, la Palabra de Dios les siguió exhortando a la fidelidad y a no endurecer el corazón para poder entrar un día en el descanso sabático de Dios. El libro del Apocalipsis coloca el reposo de las tareas después de la muerte: «felices los que en adelante mueran fieles al Señor... descansarán de su fatigas porque sus obras les acompañan» (cfr. Apo_14:13).
Esta Buena Noticia, ya anunciada al pueblo judío, es la que se nos anuncia ahora en este «hoy de Dios», con la misma y urgente invitación a recibirla y a que nos comprometamos con ella por la fe: «si hoy escuchan su voz, no endurezcan el corazón» (7), pues sólo «los que hemos creído, entraremos en ese descanso» (3). Con esta Palabra de Dios no se juega, nos dice. No es como la palabra humana. Es una palabra viva y eficaz que, como una espada (cfr. Isa_49:2), corta, juzga, discierne, pide cuentas, desafía, y sobre todo, salva al que la recibe por la fe.


Hebreos 4,14-16Jesús, Sumo Sacerdote. A la seriedad y dureza de la exhortación siguen estas palabras de ánimo jubiloso. Las puertas del descanso sabático de Dios ya están abiertas y allá «tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un sumo sacerdote excelente que penetró en el cielo» (14) y que es la garantía, el apoyo y el sostén de nuestra fidelidad. Si antes presentó a este Sumo Sacerdote, Jesús, como «fiel» (3,1-4), ahora lo presenta con uno de sus títulos más atrayentes: «compasivo». Es éste uno de los atributos clásicos de Dios en el Antiguo Testamento que aparece tanto en la Ley: «El Señor, el Dios compasivo y clemente» (Éxo_34:6); como en los Salmos: «él rescata tu vida... y te corona con su bondad y compasión» (Sal_103:4); y en los Profetas: «¡Si es mi hijo querido Efraín, mi niño, mi encanto!... se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión» (Jer_31:20).
En Jesús, la compasión de Dios alcanza su máxima expresión. Él es la compasión divina hecha hombre. Ha experimentado nuestra condición humana porque, al igual que nosotros, «ha sido probado en todo, excepto el pecado» (15). Las tentaciones no fueron un hecho aislado en la vida de Jesús, sino que vivió toda su vida bajo la tentación y las pruebas en que vivimos los seres humanos. Por eso simpatiza, comprende nuestra debilidad, conoce el barro del que estamos hechos. Ahora que está sentado, glorioso, en el tribunal de la gracia, no podíamos tener un mediador más excelente y compasivo. El predicador nos invita a acudir a Él confiados para obtener siempre su misericordia y su auxilio.