Mateo 2 Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011) | 23 versitos |
1 Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén
2 preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».
3 Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él;
4 convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
5 Ellos le contestaron: «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:
6 “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel”».
7 Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella,
8 y los mandó a Belén, diciéndoles: «Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo».
9 Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
10 Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría.
11 Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
12 Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.
13 Cuando ellos se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».
14 José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto
15 y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo».
16 Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos.
17 Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías:
18 «Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven».
19 Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto
20 y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño».
21 Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a la tierra de Israel.
22 Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea
23 y se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo dicho por medio de los profetas, que se llamaría nazareno.

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Introducción a Mateo

NUEVO TESTAMENTO

INTRODUCCIÓN

Además de los cuarenta y seis libros del AT, la Biblia cristiana contiene otros veintisiete escritos, algunos con un solo capítulo y todos ellos compuestos directamente en griego, la principal de las lenguas habladas en la parte oriental del Imperio Romano durante los primeros años de expansión del cristianismo. El contenido fundamental de todos estos escritos es Jesucristo, el Hijo de Dios nacido de María, enviado por Dios en la plenitud de los tiempos como Mesías de Israel, Señor y Salvador de todos los pueblos, creído y anunciado a judíos y a griegos por los primeros testigos. Este contenido principal se hace más o menos expreso de acuerdo con los géneros, muy diversos, de cada uno de los libros o grupos de libros. Así, los Evangelios son relatos ordenados de los dichos y hechos de Jesús enmarcados geográfica y cronológicamente; en ellos el testimonio sobre el Maestro de Nazaret ocupa el primer plano. Los otros escritos, sin embargo, contienen: un relato del testimonio que dieron los discípulos tras la resurrección de Jesús (Hechos de los Apóstoles), veintiuna cartas (Romanos, 1-2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1-2 Tesalonicenses, 1-2 Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos, Santiago, 1-2 Pedro, 1; 2 y 3 Juan y Judas) y un texto apocalíptico (Apocalipsis). En todos ellos se percibe una vinculación muy fuerte con diversas circunstancias de diferentes comunidades cristianas y, por esta razón, la temática relativa a Jesús, o más bien a la fe en él anunciada y acogida, no ocupa propiamente hablando el centro, sino que aparece mayormente como el punto de partida irrenunciable desde el que se intenta responder del mejor modo posible a aquellas circunstancias.

Los libros del Nuevo Testamento

Los escritos del NT son, en su conjunto, un testimonio de la Nueva Alianza, sellada en la sangre de Cristo. Así, pues, lo mismo que ocurría con el AT, y precisamente por la unión que existe entre ambos testamentos, también en el Nuevo se da una relación estrechísima entre los escritos de que consta y la alianza salvadora de Dios con su pueblo en Cristo.

Esa relación se manifiesta de diversa forma en los distintos libros o grupos de libros, que no vieron la luz como resultado de un proyecto literario unitario, sino como respuesta a los problemas o nuevas cuestiones que se iban planteando en el seno de las diferentes comunidades cristianas. La primera respuesta se concretó en las cartas que escribieron Pablo, antes que nadie, y, siguiéndolo a él, otros personajes significativos del cristianismo naciente. Según la opinión más común, dos de estas cartas marcan el principio y el final de la literatura neotestamentaria: 1 Tesalonicenses, escrita sobre el año 49/50, y 2 Pedro, que habría que datar en fecha no muy lejana al cambio del primer siglo de la era cristiana.

Conviene tener en cuenta, sin embargo, que en algunos de los escritos neotestamentarios -por ejemplo, en el Apocalipsis- se pueden detectar estratos redaccionales de distintas épocas, siendo los más antiguos, lógicamente, anteriores a la versión canónica; en otros escritos, principalmente en las cartas, es posible individuar unidades literarias menores que existían como tales antes de la redacción de los escritos en los que han sido insertadas.

Por lo que respecta a las obras que abren las ediciones del NT, es decir, los cuatro Evangelios, también en su caso se puede suponer un proceso que va desde el ministerio público de Jesús, su muerte y su resurrección, hasta la redacción definitiva de los mismos; en medio habría que situar la transmisión, oral primero y muy pronto escrita, de las tradiciones sobre Jesús en unidades literarias más o menos extensas, que en el último estadio del citado proceso habrían entrado a formar parte del relato ordenado y continuado de los dichos y hechos de Jesús de Nazaret; es decir, de los cuatro Evangelios canónicos.

Más allá de la cronología, es evidente que el orden de referencia a los escritos neotestamentarios no coincide con el que ofrecen las ediciones al uso. En realidad, este orden no ha sido siempre el mismo: los Hechos de los Apóstoles, por ejemplo, forman una unidad literaria y teológica con el Evangelio según san Lucas, y estos dos escritos circularon como partes de una misma obra; las dos cartas que se atribuyen a Pedro presiden en ciertos manuscritos occidentales el grupo de las denominadas «cartas católicas» (seguramente por el testimonio unánime del NT sobre la primacía de Pedro entre los discípulos de Jesús). En todo caso, desde que se reunieron en un solo libro todos los escritos de que consta el NT, el conjunto lo ha presidido «el Evangelio cuadriforme», «testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador» (Dei Verbum 18). A tres de estos evangelios (Mateo, Marcos, Lucas) se les da el nombre de sinópticos; este adjetivo procede del sustantivo griego sinopsis y significa «visión conjunta» o «simultánea», alude al hecho de que, más allá de sus diferencias y frente al Evangelio según san Juan, estos tres ofrecen entre sí tales semejanzas que pueden ser reconducidos a un esquema común y permitir una visión de conjunto en columnas paralelas. Por otra parte, para marcar la relación entre el ministerio de Jesús y el de sus discípulos, se incluía, inmediatamente después de los evangelios, el libro de los Hechos de los Apóstoles, al cual seguían las cartas apostólicas. El conjunto lo cerraba el libro del Apocalipsis, con cuya lectura el creyente quedaba situado en la perspectiva de la manifestación gloriosa (Apo 22:20) del que se había hecho Dios con nosotros (Mat 1:23).

La formación del canon del Nuevo Testamento

Dado que los escritos del NT fueron compuestos para responder a circunstancias particulares de las primeras comunidades cristianas, resulta evidente que la pretensión primera de sus autores no fue integrarlos en un conjunto literario más amplio. Con todo, la naturaleza misma de aquellos escritos y, sobre todo, sus contenidos, contribuyeron no poco a la formación del conjunto que, como Nuevo Testamento, se unió al que los cristianos llamaron Antiguo Testamento, y constituyó con este último la Biblia cristiana. Los distintos libros del NT son, en efecto, un testimonio vivo, antes que nada, de la fe en que las promesas que Dios había hecho «a nuestros padres por medio de sus santos profetas» se cumplieron realmente en nuestro Señor Jesucristo; pero, lo mismo que los del AT, los escritos del NT testimonian igualmente las vicisitudes y las dificultades del pueblo de la Nueva Alianza en relación con la vivencia de las exigencias de aquella fe; de ahí que las instrucciones concretas a los creyentes relativas a la fe en Cristo y a la vida en él ocupan no pocas de sus páginas.

Se puede suponer que, además de esta dinámica interna, la recopilación de los escritos atribuidos a algunos de los primeros grandes testigos de la fe la impulsaron también ciertas indicaciones o detalles que aparecen en esos libros. Así 2Pe 3:15-16 permite suponer que, cuando se compuso esta carta, existía ya una colección de las atribuidas a Pablo, que, de acuerdo con ello, habrían sido los primeros escritos del NT que fueron reunidos en un grupo uniforme.

Siendo esto así, no es nada extraño que hacia finales del siglo ii se conociera ya en Occidente una colección de trece cartas paulinas; esta lista circulaba también en Oriente, por la misma fecha, aunque ampliada con la Carta a los Hebreos, que también se atribuía al Apóstol de los gentiles. Con la misma evidencia, y tal vez un poco antes (mitad del siglo ii), se constata la existencia de «memorias de los Apóstoles», es decir, obras que, también sobre esa fecha, comenzaron a llamarse «evangelios»; en relación con estos últimos señala el gran san Ireneo (años 130-202) que eran cuatro y solamente cuatro. En los siglos siguientes (iii y iv) se fue haciendo universal el catálogo del resto de libros sagrados que componen el canon del NT. El Concilio de Trento en su sesión IV (año 1546) fijó finalmente la lista completa: «Los cuatro Evangelios, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan; los Hechos de los Apóstoles, escritos por el evangelista Lucas, catorce Epístolas del apóstol Pablo: a los Romanos, dos a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, dos a los Tesalonicenses, dos a Timoteo, a Tito, a Filemón, a los Hebreos; dos del apóstol Pedro, dos del Apóstol Juan, una del apóstol Santiago, una del apóstol Judas y el Apocalipsis del apóstol Juan». Quedó así concluido el proceso singularísimo por el que la Tradición viva dio a conocer a la Iglesia el canon de los libros sagrados del AT y del NT, que, en cuanto inspirados por Dios, contienen la palabra divina «en modo muy singular» (cf. Benedicto XVI, Verbum Domini 17).

MATEO

El Evangelio según san Mateo se atribuyó desde un primer momento al apóstol del mismo nombre (Mat 9:9-13), cuya vocación se narra en los tres evangelios sinópticos (Mar 2:14 y Luc 5:27 lo llaman Leví). La obra amplía hacía atrás el relato de Marcos, que seguramente le ha servido de guía, y se abre con dos capítulos sobre la infancia de Jesús. Lo mismo que los de san Marcos y san Lucas, el de san Mateo nos introduce, ya desde la escena del bautismo de Jesús, en la dimensión trinitaria, que es la originalidad del cumplimiento del Nuevo Testamento. Pero en el primer evangelio esta dimensión ha encontrado una formulación definitiva en las últimas palabras de Jesús (Mat 28:19). También en el himno de júbilo (Mat 11:25-30) la relación Padre-Hijo tiene una dimensión trinitaria. A la luz de esta gran revelación, deberá entenderse tanto la cristología como las enseñanzas sobre el Espíritu Santo. San Mateo subraya igualmente que el Hijo por excelencia, Jesucristo, ha revelado de forma extraordinaria la paternidad de Dios y ha hecho partícipes de la misma a sus discípulos. El reino de Dios (que Mateo llama reino de los cielos) es el tema central del evangelio. Así aparece ya en la proclamación del Bautista (Mat 3:2) y en la síntesis inicial en labios de Jesús (Mat 4:17). El espíritu de este reino son las bienaventuranzas (Mat 5:1-12), esa justicia mayor que incluye la perfección en el cumplimiento de los mandamientos y, sobre todo, el amor a los enemigos (Mat 5:43-48). Así, Mateo ha trazado en el Sermón de la montaña el programa del camino cristiano. En relación con el tema del Reino está también el de la Iglesia, pues, entre los evangelistas, solo san Mateo utiliza el sustantivo «Iglesia». Por ello y por tener muy presente durante todo el relato a la futura comunidad de los discípulos, se le denomina el Evangelio eclesial.

Fuente: Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

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Notas