1 CRÓNICAS
Por los libros de la llamada escuela deuteronomista (de Josué a 2 Reyes) estamos al tanto del período que va desde Josué hasta el destierro. El autor de Crónicas se remonta hasta Adán y llega hasta Esdras, al menos. El núcleo de su enseñanza puede resumirse en los términos siguientes: toda la historia tiene un centro de gravitación, que en el presente caso es el templo, proyectado por David y edificado por Salomón. En el templo se congrega el pueblo de Dios para buscar al Señor y alabarlo. La alabanza se torna súplica en momentos de dificultad -en la guerra, por ejemplo-, en los que el pueblo únicamente ha de rezar, confiar y esperar; el resto lo hará milagrosamente el Señor. Desde esta perspectiva, el rey David y su dinastía no han caducado, por más que ya no existan cuando escribe el cronista.
El esfuerzo intelectual y religioso de esta extensa obra tuvo su recompensa: la comunidad judía no perdió su identidad, supo afrontar un siglo más tarde la ola arrolladora del helenismo y, después, hizo frente a todos los avatares de la diáspora, las múltiples persecuciones a lo largo de los siglos e incluso el holocausto.
I Crónicas 25,1-31*25 El cronista es especialmente sensible al cántico litúrgico (véase 1Cr 6:16-34). Es tan importante para él, que no duda en atribuir esta institución a David, artesano de instrumentos musicales. Los cantores profetizaban al son de la cítara (1Cr 25:3). Cuando se extingue la voz de la profecía, la música es la expresión privilegiada del culto y el medio de buscar la voluntad de Dios. Los cantores son divididos en veinticuatro turnos, como los sacerdotes (1Cr 24:7-18), con doce cantores en cada turno, a razón de dos semanas para cada turno.