Genesis 32 Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011) | 32 versitos |
1 (2) Jacob siguió su camino y se encontró con unos ángeles de Dios.
2 (3) Al verlos, dijo: «Este es el campamento de Dios». Y llamó aquel lugar Majanáin.
3 (4) Jacob envió mensajeros por delante a su hermano Esaú, a la tierra de Seír, al campo de Edón,
4 (5) con este mensaje: «Decid a mi señor Esaú: “Esto dice tu siervo Jacob: He estado viviendo con Labán, deteniéndome allí hasta ahora.
5 (6) Tengo bueyes, asnos, ovejas, siervos y siervas; he enviado a informar a mi señor, para obtener su favor”».
6 (7) Los mensajeros volvieron a Jacob y le dijeron: «Hemos ido adonde tu hermano Esaú y él mismo viene a tu encuentro con cuatrocientos hombres».
7 (8) Jacob sintió mucho miedo y angustia, y dividió en dos campamentos su gente, sus ovejas, vacas y camellos,
8 (9) pues pensó: «Si Esaú llega a un campamento y lo destruye, se salvará el otro».
9 (10) Luego dijo Jacob: «Dios de mi padre Abrahán y Dios de mi padre Isaac, Señor que me dijiste: “Vuelve a tu tierra nativa que yo seré bueno contigo”;
10 (11) no merezco los favores ni la lealtad con que has tratado a tu siervo, pues con un bastón crucé este Jordán y ahora vuelvo con dos campamentos.
11 (12) Líbrame de la mano de mi hermano, de la mano de Esaú, pues temo que venga y mate a las madres con los hijos.
12 (13) Pues tú me dijiste: “Yo seré muy bueno contigo, haré tu descendencia como la arena del mar, tan numerosa que no se puede contar”».
13 (14) Y pasó allí la noche. Después, de lo que tenía a mano, escogió un regalo para su hermano Esaú:
14 (15) doscientas cabras y veinte machos cabríos, doscientas ovejas y veinte carneros,
15 (16) treinta camellas de leche con sus crías, cuarenta vacas y diez bueyes, veinte asnas y diez asnos.
16 (17) Y se los confió a sus criados, cada rebaño por separado, y les dijo: «Id delante de mí, dejando un espacio entre cada rebaño».
17 (18) Al primero le dio esta orden: «Cuando te encuentre mi hermano Esaú y te pregunte: “¿De quién eres, a dónde vas, para quién es eso que llevas?”,
18 (19) responderás: “Es de tu siervo Jacob, un regalo que envía a mi señor Esaú; y él viene también detrás de nosotros”».
19 (20) Al segundo, al tercero y a todos los que llevaban los rebaños, les dio esta orden: «En los mismos términos hablaréis a Esaú cuando lo encontréis.
20 (21) Aseguraos de decirle: “Mira, también tu siervo Jacob viene detrás de nosotros”». Pues pensaba: «Le calmaré con el regalo que va por delante y luego le veré; quizá me ponga buena cara».
21 (22) Mandó, pues, el regalo por delante y él pasó aquella noche en el campamento.
22 (23) ° Todavía de noche se levantó Jacob, tomó a las dos mujeres, las dos criadas y los once hijos, y cruzó el vado de Yaboc.
23 (24) Después de tomarlos y hacerles pasar el torrente, hizo pasar cuanto poseía.
24 (25) Y Jacob se quedó solo. Un hombre luchó con él hasta la aurora.
25 (26) Y viendo que no podía a Jacob, le tocó la articulación del muslo y se la dejó tiesa mientras peleaba con él.
26 (27) El hombre le dijo: «Suéltame, que llega la aurora». Jacob respondió: «No te soltaré hasta que me bendigas».
27 (28) Él le preguntó: «¿Cómo te llamas?». Contestó: «Jacob».
28 (29) Le replicó: «Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido».
29 (30) Jacob, a su vez, preguntó: «Dime tu nombre». Respondió: «¿Por qué me preguntas mi nombre?». Y le bendijo.
30 (31) Jacob llamó aquel lugar Penuel, pues se dijo: «He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo».
31 (32) Cuando atravesaba Penuel, salía el sol y él iba cojeando del muslo.
32 (33) Por eso los hijos de Israel hasta hoy no comen el tendón de la articulación del muslo, porque Jacob fue herido en dicho tendón del muslo.

Patrocinio

 
 

Introducción a Genesis

ANTIGUO TESTAMENTO

INTRODUCCIÓN

En la introducción general ha quedado señalado que «Testamento» es uno de los significados de un término hebreo (berit) y de su traducción griega (diazeke) que originariamente significa «Alianza». En este sentido, el Antiguo y el Nuevo Testamento, como conjunto de libros, tienen que ver directa y estrechamente con la Alianza, establecida por Dios con el pueblo de Israel, en Abrahán primero, a través de Moisés después en el Sinaí, y cumplida finalmente en plenitud por la sangre de Cristo. Es decir, los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento están estrechamente relacionados con la historia de Israel y de la Iglesia.

Los libros del Antiguo Testamento

La primera impresión que recibe quien emprende la lectura de la Biblia es que su contenido fundamental es el de una historia, que se remonta hasta los mismos orígenes del mundo y de la humanidad, pero que poco a poco se va concentrando en los descendientes de Abrahán y, entre estos, en el pueblo de Israel, heredero de la promesa hecha por Dios al gran Patriarca. A estos descendientes se dedica la parte principal del conjunto de libros que va desde Génesis hasta el Segundo libro de las Crónicas y, más allá de estos testimonios de la época primera, hasta los libros de los Macabeos. Con todo, pese al carácter eminentemente narrativo y a los contenidos principalmente históricos de este conjunto, estos mismos contenidos y otros elementos más estrictamente literarios impiden subsumirlos todos en un grupo uniforme.

De hecho, ya desde antiguo se ha señalado el carácter peculiar de los cinco primeros libros de la Biblia, que los cristianos llaman «El Pentateuco» (es decir, «Los Cinco Estuches/libros»), y los judíos «La Torá» (es decir, «La Ley»), debido a la importancia indudable que tiene en ellos la ley santa revelada por Dios a su pueblo a través de Moisés. Más allá de las prescripciones legales contenidas en Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, y de los relatos que dedica Génesis, primer libro de la Biblia, a los orígenes tanto del mundo (Gén 1:1-31; Gén 2:1-25; Gén 3:1-24; Gén 4:1-26; Gén 5:1-32; Gén 6:1-22; Gén 7:1-24; Gén 8:1-22; Gén 9:1-29; Gén 10:1-32; Gén 11:1-32) como del pueblo (Gén 12:1-20; Gén 13:1-18; Gén 14:1-24; Gén 15:1-21; Gén 16:1-16; Gén 17:1-27; Gén 18:1-33; Gén 19:1-38; Gén 20:1-18; Gén 21:1-34; Gén 22:1-24; Gén 23:1-20; Gén 24:1-67; Gén 25:1-34; Gén 26:1-35; Gén 27:1-46; Gén 28:1-22; Gén 29:1-35; Gén 30:1-43; Gén 31:1-55; Gén 32:1-32; Gén 33:1-20; Gén 34:1-31; Gén 35:1-29; Gén 36:1-43; Gén 37:1-36; Gén 38:1-30; Gén 39:1-23; Gén 40:1-23; Gén 41:1-57; Gén 42:1-38; Gén 43:1-34; Gén 44:1-34; Gén 45:1-28; Gén 46:1-34; Gén 47:1-31; Gén 48:1-22; Gén 49:1-33; Gén 50:1-26), los cuatro últimos libros del Pentateuco mencionados más arriba se centran en el acontecimiento del éxodo, que va desde la situación de esclavitud del pueblo en Egipto hasta la contemplación de la Tierra de la Promesa.

Los libros que siguen al Pentateuco, que los cristianos conocen como «históricos» y los judíos denominan «Profetas anteriores», abarcan un extenso período que inicia con el paso del Jordán y, en la Biblia cristiana, alcanza hasta la época helenista, pasando por la toma de posesión de la tierra, el establecimiento de la monarquía, la división del reino, la caída de Samaría y de Jerusalén, el destierro y los avatares que acompañaron a la vuelta de aquellos años de singular prueba en Babilonia. En tiempos recientes se ha resaltado la singularidad de los primeros libros de este extenso conjunto, queriendo descubrir en ellos el sello de la teología representada en el Deuteronomio; por esta razón el conjunto se ha denominado «historia deuteronomista». Esta «historia» incluiría Josué, Jueces, 1-2 Samuel y 1-2 Reyes. Los libros de 1-2 Crónicas, Esdras y Nehemías, que siguen a los referidos, representarían la «historia del Cronista», que alcanza desde Adán hasta la restauración del templo y de Jerusalén en la época persa; el Cronista vuelve a leer toda la historia de Israel, resaltando la identidad de este último como pueblo de Dios, el culto en el templo y la observancia de la ley. En relación con estos dos grandes conjuntos encontramos otra serie de libros narrativos centrados en algunos personajes: Rut, Ester, Tobías, y Judit; más allá del pretendido carácter histórico de estos libros, en ellos se descubre una orientación marcadamente didáctica: sus protagonistas encarnaron en circunstancias pasadas de especial dificultad las grandes virtudes religiosas y morales que deben ser el santo y seña de todo Israel. Completan el conjunto de «los libros históricos» 1 y 2 Macabeos, dedicados a la actividad de los Macabeos en el período, también difícil, de la helenización de Palestina.

A los libros históricos siguen en las ediciones católicas de la Biblia los llamados libros poéticos y sapienciales, ordenados en las citadas ediciones por la supuesta antigüedad de cada uno de ellos: Job, que es presentado como un antiguo patriarca; los Salmos, atribuidos en términos generales a David; Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares y Sabiduría, que la tradición atribuye a Salomón, y, finalmente, el Eclesiástico, compuesto por un maestro judío de comienzos del siglo ii a.C. llamado Jesús Ben Sira. Aunque algunas de las piezas recogidas en estos libros -salmos, proverbios- son evidentemente antiguas, la redacción actual de los mismos hay que situarla entre los siglos v y i a.C. La atribución de estas obras a grandes figuras del pasado e incluso la eventual mención expresa de tales figuras en ellas debe entenderse, pues, como una forma de señalar la relación entre la enseñanza que transmiten y la gran tradición de Israel. En algunos de estos libros, la poesía, popular o más elaborada, se convierte en vehículo adecuado para derramar el alma ante Dios en la oración/meditación privada o pública (Salmos), o bien para cantar el amor y la atracción entre el hombre y la mujer, creados por Dios al principio (Cantar de los Cantares).

El AT lo completa un tercer grupo de obras que los cristianos llaman «libros proféticos», y los judíos, «Nebiim» («Profetas»). Se incluyen en este grupo un total de dieciséis obras, distinguiéndose entre las cuatro primeras, denominadas «Profetas mayores» (Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel), y las doce restantes, conocidas como «Profetas menores» (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahún, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías). Dejando de lado el hecho de que los personajes a quienes se atribuyen los libros de los profetas mayores corresponden a grandes nombres de la tradición profética de Israel, la consideración de mayores o menores es de origen cristiana y tuvo que ver únicamente con la mayor o menor extensión de los libros pertenecientes a uno u otro grupo. Los judíos consideran que los Profetas son un comentario a la Torá y, por esta razón, los incluyen inmediatamente después del Pentateuco; frente a ello, los cristianos vieron principalmente en los profetas a anunciadores de la salvación futura, razón por la cual incluyeron los libros vinculados a ellos inmediatamente antes de los escritos del NT.

La formación del AT en el marco de la historia de Israel

Lo que los cristianos conocemos como AT no parece haber existido como tal antes del siglo ii o i a.C.; en esos siglos hay que fechar los libros más recientes del conjunto, es decir, Sabiduría y 1-2 Macabeos. Antes fueron apareciendo libros o tradiciones que, en su expresión literaria, hay que situar en algunos casos en la época monárquica, es decir, entre el siglo x y, con mayor probabilidad, los siglos vii-vi a.C. En diversos momentos de ese largo período fueron tomando cuerpo las diversas tradiciones sobre los orígenes de Israel que serían recogidas luego en los distintos libros del Pentateuco, se recopilaron los grupos más antiguos de proverbios, se recogieron o compusieron los primeros Salmos, vinculados muy probablemente desde el principio al culto del templo, y, tras la división del reino, resonó la voz de los profetas Amós y Oseas, en el Norte, e Isaías, Miqueas, Sofonías, Nahún, Habacuc y Jeremías, en el Sur. El descubrimiento del libro de la ley en Jerusalén en tiempos del rey Josías y el movimiento reformador promovido por este rey (siglo vii a.C.) impulsaron muy posiblemente la relectura de la historia que, por su relación con la corriente religiosa representada en el libro del Deuteronomio, se ha dado en llamar «deuteronomista».

En el período comprendido entre el final de la monarquía y la vuelta del exilio en Babilonia, es decir, los años 597-538 a.C., el pueblo de Dios de la Primera Alianza vivió experiencias que marcaron profundamente su existencia. En estos años y en relación con la conquista de Jerusalén y la deportación a Babilonia hay que situar la redacción sacerdotal del Pentateuco y la forma final de la historia deuteronomista, así como las profecías de Ezequiel y del Segundo Isaías (Isa 40:1-31; Isa 41:1-29; Isa 42:1-25; Isa 43:1-28; Isa 44:1-28; Isa 45:1-25; Isa 46:1-13; Isa 47:1-15; Isa 48:1-22; Isa 49:1-26; Isa 50:1-11; Isa 51:1-23; Isa 52:1-15; Isa 53:1-12; Isa 54:1-17; Isa 55:1-13). Los autores implicados en esta actividad y las obras salidas de sus manos o de las de sus discípulos ayudaron al pueblo a leer de otro modo la alianza de Dios con su pueblo y su acción en la historia.

La actividad literaria que adquirirá su forma final en el AT tuvo otro momento sobresaliente en los tres siglos que siguieron al exilio, conocidos como época persa (538-333 a.C.). Fue en estos años cuando se redactó el Pentateuco, en su versión definitiva, se compusieron el libro de Job, algunos Salmos y «la historia del Cronista», y desarrollaron su actividad el llamado Trito-Isaías (Isa 56:1-12; Isa 57:1-21; Isa 58:1-14; Isa 59:1-21; Isa 60:1-22; Isa 61:1-11; Isa 62:1-12; Isa 63:1-19; Isa 64:1-12; Isa 65:1-25; Isa 66:1-24), Ageo, Zacarías y Malaquías.

En la época helenista, comprendida entre los años 333 y 63 a.C., hay que situar la redacción final del Salterio y la de la mayoría de los libros deuterocanónicos: 1-2 Macabeos, Tobías, Judit y el Eclesiástico o Sirácida. La confrontación de la fe de Israel con la cultura y el pensamiento griegos dejó su impronta en el singular libro de Qohélet o Eclesiastés; en esta misma época helenista, y más concretamente a mediados del siglo ii a.C., hay que datar el libro de Daniel.

Producto del influjo de la filosofía helenista en el judaísmo de la diáspora es el libro de la Sabiduría, último del AT cristiano, escrito directamente en griego en Alejandría de Egipto probablemente en el siglo i a.C.

GÉNESIS

El Génesis es el libro de los orígenes, pues laten en él algunos de los grandes interrogantes de la humanidad acerca del cosmos, de la vida y de la muerte, del bien y del mal... Sus narraciones hablan de tres orígenes: del mundo, de la humanidad (Adán y Eva, Noé...) y de Israel (patriarcas).

El Dios del Génesis es, en primer lugar, el Dios creador. Pero también lo es de la bendición y de la promesa. E igualmente de la alianza; que primero hará con Noé (Gén 9:8-17), y después con Abrahán. Cuando la maldad del hombre crece sobre la tierra (de Adán a Noé), Dios decide deshacerse de la humanidad. Pero Noé, el justo, obtiene su favor (Gén 6:5-8). Y de él surge una humanidad nueva, en la que se entroncan los antepasados de Israel. A través de Abrahán y sus descendientes, la promesa y la bendición alcanzarán a todas las familias de la tierra (Gén 12:3), lo cual halla su pleno cumplimiento con la efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés (Hch 2:1-47).

Fuente: Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

Patrocinio

Notas

Genesis 32,1-32*25:19-37:1 Esaú y, sobre todo, Jacob son los principales protagonistas de esta sección. Mientras que la historia de Abrahán gravita en torno a las relaciones padre-hijo, la de Esaú-Jacob tiene como eje las relaciones entre hermanos. El motivo dominante de esta historia es el de la bendición: mientras que al comienzo y al final (Gén 27:1-46; Gén 28:1-22; Gén 32:1-32; Gén 33:1-20) está en juego su obtención, en la parte central (Gén 29:1-35; Gén 30:1-43; Gén 31:1-55) se destaca su eficacia.


Genesis 32,23-32*32:23-33 El encuentro misterioso con un «hombre» extraño, que acaba por identificarse con el mismo «Dios», lleva a pensar en una antigua leyenda, adaptada a Jacob. Posiblemente sea esta la respuesta divina a la plegaria de Jacob (Gén 32:9-12). El relato sorprende por su carácter paradigmático: en medio de la noche oscura, tras un largo exilio y una dura peregrinación, que evocan la historia del pueblo elegido, Jacob descubre el rostro luminoso de Dios. El cambio de nombre por Israel expresa la transformación operada en su mismo ser. El destino de Israel será luchar con los hombres y con Dios. De tal lucha, Israel saldrá herido, pero vencerá.