EPÍSTOLA A LOS COLOSENSES

LA IGLESIA DE COLOSAS. — Colosas, ciudad de la Frigia, situada junto al río Lico, hacia el extremo oriental del Asia proconsular, fue, según el testimonio de Herodoto y Jenofonte, grande y opulenta. En tiempo de Pablo había perdido su esplendor y preponderancia. Las ruinas que se conservan junto a Chonas señalan el lugar que antiguamente ocupó.

La Iglesia de Colosas no fue fundada por Pablo, sino por su discípulo Epafras, natural de aquella ciudad, convertido por el Apóstol en Efeso. Prisionero Pablo en Roma, fue visitado por Epafras con el objeto de informarle sobre el estado peligroso en que se hallaba su Iglesia.


OCASIÓN DE LA EPÍSTOLA. — La ocasión de escribir la Epístola fue el peligro que amenazaba a la Iglesia de Colosas, invadida por las propagandas malsanas de los primeros representantes o precursores del gnosticismo. Esos extravagantes herejes son los mismos adversarios combatidos por Pablo en la Epístola a los Efesios.

Los HEREJES DE COLOSAS. — A un cristianismo más o menos desfigurado añadían varios elementos exóticos: unos prácticos, otros especulativos. Los elementos prácticos eran, por una parte, un culto exagerado y supersticioso de los ángeles, y, por otra, un rigorismo ascético que proscribía el uso de ciertos manjares e imponía la observancia del sábado y de otras festividades judaicas y acaso también de la circuncisión. Los especulativos, que ellos denominaban pomposamente «filosofía», no eran otra cosa que fantasías de visionarios, análogas a las que poco después habían de forjar los gnósticos. Lo más irritante de esas novelerías fantásticas eran las deficiencias que suponían en la persona y en la obra de Cristo: deficiencias que pretendían llenar con esos elementos exóticos. A semejantes desvaríos opone Pablo su maravillosa Epístola.

PLAN. — Además de la introducción y de la conclusión, se divide la Epístola en dos partes: una especulativa, en que se expone el «misterio de Cristo», esto es, la trascendencia divina de su persona y la eficacia de su obra redentora, en contraposición a las vanas filosofías de aquellos visionarios; otra práctica, en que se desenvuelve la idea, tan hermosa como fecunda, de la «vida nueva en Cristo».