EPÍSTOLA A LOS GALATAS

LOS GÁLATAS. — Hacia el año 280 antes de la era cristiana, varias tribus celtas, procedentes, de la Gaita, invadieron la Iliria, la Grecia y la Tracia, y pasando el Helesponto -los Dardanelos -, se establecieron en el Asia Menor, ocupando parte de la Frigia, la Capadocia y la Paflagonia, que de ellos tomó el nombre de Galacia. Dos siglos más tarde, su jefe, Deyótaro, obtuvo de Pompeyo, con el título de rey, el dominio de nuevas regiones. Amintas, sucesor de Deyótaro, recibió de Augusto la Pisidia, la Licaonia y la Panfilia, situadas al sur de la primitiva Galacia. A la muerte de Amintas, el 25 antes de Cristo, el dilatado reino de Galacia quedó reducido a provincia romana, dependiente del emperador y gobernada en su nombre por un legado propretor, que residía en Ancira. Dos sentidos, pues, tenía la denominación de Galacia: uno etnológico, que comprendía la Galacia primitiva, al norte, y otro político-administrativo, que se extendía además a las regiones meridionales. Se pregunta, pues: ¿quiénes eran los destinatarios de la Epístola a los Gálatas? ¿Los habitantes de la primitiva Galacia septentrional o bien los de las regiones meridionales, sobre todo de Pisidia, Licaonia y Panfilia, comprendidas en la provincia romana de Galacia? Mucho se ha discutido sobre este problema; hoy día la mayoría de los críticos se inclinan a la hipótesis de la Galacia septentrional. Y con razón, a lo que parece. Primeramente, los nombres de Galacia y gálatas, tanto en el uso oficial como en el lenguaje ordinario, se aplicaban exclusivamente a la región septentrional y a sus habitantes. En segundo lugar, lo que escribe el mismo Apóstol en la Epístola (4:13): «Ya sabéis que, a causa de la debilidad o enfermedad de la carne, os anuncie el Evangelio la primera vez», no puede aplicarse a las cuatro ciudades de la región meridional, que él evangelizó no por una ocasión imprevista, sino muy de propósito y conforme a un plan preconcebido. Por lo demás, la solución de este problema no afecta grandemente a la interpretación, principalmente doctrinal, de la Epístola, con tal que se admita que la Iglesia de Galacia estaba integrada en su casi totalidad por gentiles o prosélitos. Los ADVERSARIOS DE PABLO. — Un fenómeno extraño dio mucho que pensar y que padecer al Apóstol. Mientras los gentiles y aun los judíos prosélitos recibían el Evangelio, por el contrario, los judíos de raza, no contentos con rechazarle, perseguían encarnizadamente a su celoso predicador. Esta constitución de las Iglesias de Galacia, formadas casi exclusivamente de gentiles y prosélitos, en una palabra, de incircuncisos, levantó contra Pablo otros adversarios más temibles que los mismos judíos rebeldes. ¿Quiénes eran? ¿Cuántos? ¿De dónde venían? Una sola cosa sabemos, y es que eran cristianos judíos, y más judíos que cristianos. Al ver que Pablo admitía a los gentiles en la Iglesia sin obligarles a la circuncisión, comprendieron, y con razón, que la conducta del Apóstol era la negación práctica de los privilegios de Israel. Su celo farisaico se convirtió en furor contra Pablo. ¿Cómo lo conseguirían?

La Epístola a los Gálatas nos ha conservado los manejos a que apelaron los adversarios del Apóstol para arruinar su obra. Ante todo, atacaban la autoridad apostólica de Pablo. «¿Quién era ese intruso sin vocación divina, que nunca había visto ni oído al Señor, para oponerse a los Doce, a los apóstoles, que habían recibido directamente del Señor la enseñanza y la misión?» Minada así su autoridad de apóstol; atacaban abiertamente su doctrina. «Contra la ley de Dios, contra las promesas y alianzas divinas, contra todo el A. T., se atreve a blasfemar este apóstata. El Evangelio que niega la ley no es Evangelio». Y no contentos con atacar en su principio mismo el Evangelio de Pablo, sacaban de él las más desaforadas consecuencias. «Lo peor es - añadían - que su enseñanza es inmoral y escandalosa. Sin ley que oponga una barrera a los perversos instintos del hombre, ¿qué resta sino una libertad desenfrenada, que se lance sin obstáculos a los mayores crímenes? Sin ley que lo condene, el pecado queda justificado». LA EPÍSTOLA. — La oposición daba alientos a Pablo. A los cargos que le achacaban sus adversarios respondió con una carta admirable, en que reveló todo el temple de su espíritu, toda la alteza de sus pensamientos. Sin descender a mezquindades personales, indignas de su noble carácter, concreta su apología a tres puntos principales. Primeramente defiende su autoridad apostólica y el origen divino de su Evangelio. En segundo lugar demuestra la tesis fundamental de éste, o sea, la justificación por la fe viva en Cristo, independientemente de la ley mosaica. Por fin, hace ver que su Evangelio, lejos de dar libertad a la carne, la condena y refrena con dos principios poderosos y altísimos de santidad: la caridad y el Espíritu. De ahí tres partes en la Epístola: 1) apologética: 1-2; 2) dogmática: 3-4; 3) moral: 5-6.