I EPÍSTOLA DE SAN PEDRO

AUTOR - Desde Roma, hacia el año 63 (ó 64), escribió Pedro a las Iglesias del Asia Menor. Le daba título para dirigirse autoritativamente a estas Iglesias, fundadas y evangelizadas por Pablo, su autoridad suprema sobre toda la Iglesia de Cristo. No es improbable que para redactarla se valiese de Silas o Silvano, antiguo colaborador de Pablo, que ahora estaba con Pedro. DESTINATARIOS. — Los nombres de Ponto, Galacia, Capadocia, Asia (proconsular) y Bitinia parecen indicar las regiones (en sentido etnográfico) más bien que las provincias romanas (en sentido político-administrativo). De todos modos comprenden casi toda el Asia Menor (o Anatolia), a excepción de Cilicia, relacionada más bien con la Siria y la Fenicia. No es seguro, como insinuó Orígenes, que Pedro evangelizase personalmente estas regiones. OCASIÓN Y FIN. — Ciertas tribulaciones, señaladamente las calumnias de los gentiles y los primeros chispazos de persecución, podían poner en peligro la fe de aquellas jóvenes Iglesias. Pedro, deseoso de prevenir el mal, los exhorta a la constancia en la fe y la esperanza, les recomienda que desharían las absurdas calumnias con la ejemplaridad de su vida y les recuerda que padecer como cristiano es una gloria.EL PAULINISMO DE SAN PEDRO. — Si Pedro era el apóstol pontífice supremo, Pablo era el apóstol teólogo. Si el pescador del mar de Galilea había sido constituido Pastor soberano de toda la grey de Cristo, el antiguo discípulo de Gamaliel había sido favorecido con la misión y la «gracia de anunciar a los gentiles las riquezas de Cristo, imposibles de rastrear» (Ef 3:8). Por la palabra y por los escritos, Pablo irradió sobre toda la Iglesia la luz recibida de lo alto. Y esta luz alcanzó también a los mismos apóstoles, gozosos de ver cómo la luz de Pablo revelaba toda la profundidad de las enseñanzas que ellos habían recibido del Maestro. Pedro singularmente, que había tenido frecuente comunicación con Pablo y ahora tenía en su compañía a dos de sus discípulos y colaboradores, Silvano y Marcos, conocía también las Epístolas del grande Apóstol (2 Pe 3:16) y admiraba su «sabiduría» (Ib 3:15). Con todo esto se explica el origen de los frecuentes rasgos paulinos que matizan el pensamiento del Príncipe de los Apóstoles. Más, como era de suponer, las fulguraciones de Pablo se truecan en claridades más templadas, que elevan y ennoblecen las enseñanzas cristológicas y soteriológicas contenidas en la primera Epístola de Pedro.