I EPÍSTOLA A LOS TESALÓNICENSES

LA IGLESIA DE TESALÓNICA. — Tesalónica, hoy Salónica, puerto del mar Egeo y una de las principales ciudades de Macedonia, que en riquezas y corrupción competía con Corinto, fue la segunda ciudad de Europa que en su secunda expedición apostólica, hacia el año 51, evangelizó Pablo. Sus habitantes eran en su mayoría gentiles, griegos y romanos; no faltaban, empero, los judíos, atraídos por el floreciente comercio de Tesalónica y por el espíritu de proselitismo. Tres semanas escasas pudo el Apóstol permanecer en Tesalónica. Comenzó a predicar, según su costumbre, a los judíos en su sinagoga, probándoles por las Escrituras que Jesús era el Mesías; mas el fruto no respondió a sus trabajos. Entre tanto no se había descuidado Pablo de predicar el Evangelio a los gentiles y prosélitos de los judíos, y fue tanta la muchedumbre de los que se convirtieron a Cristo, que, envidiosos y furiosos, los judíos no lo pudieron sufrir. Secundados por unos cuantos hombres perdidos, asalariados, armaron un motín, que forzó a Pablo a abandonar la ciudad.

LA EPÍSTOLA. — Pablo, arrojado de Tesalónica, y, poco después, de Berea también, se dirigió a Atenas. Desde aquí, algo preocupado por el peligro de los neófitos tesalonicenses, expuestos a los embates de tan ruda persecución, les envió a su discípulo Timoteo. Entre tanto, el Apóstol, no hallando en Atenas el campo preparado para la palabra evangélica, partió para Corinto, donde le encontró Timoteo a su vuelta de Tesalónica. Las noticias que éste le dio fueron en extremo consoladoras: los neófitos, en medio de la persecución, se mantenían firmes en la verdad del Evangelio. Quedaban, empero, algunas nubecillas. La precipitada salida de Pablo había impedido que la instrucción religiosa de los tesalonicenses fuera completa. De ahí la infundada preocupación de aquellos neófitos por la suerte de los ya difuntos, que consideraban inferior a la de los vivos en el segundo advenimiento de Jesu-Cristo. Para desvanecer este error, y de paso corregir algunos defectos, reliquias de su antigua vida gentílica, les escribe esta carta, una de las más afectuosas que salieron de su pluma.

DIVISIÓN DE LA CARTA. — En dos partes se divide la Epístola: la primera (1-3) es un himno de acción de gracias, en que andan envueltos mil dulces recuerdos y delicados elogios con algo también de propia apología; la segunda (4-5) es una exhortación, parte dogmática y parte moral.