INTRODUCCIÓN GENERAL
A LAS
EPÍSTOLAS DE SAN PABLO


I. La persona del Apóstol
I. PRIMEROS AÑOS. — Pablo nació en Tarso de Cilicia, en los primeros años de la era cristiana, de una familia judía oriunda probablemente de Galilea. Por su nacimiento y por su educación era judío de raza y de corazón: «circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo, hijo de hebreos, fariseo según la ley» ( Flp_3:5 ). En la circuncisión recibió el nombre de Saulo (Shaúl), que más adelante cambió por el nombre romano de Pablo, con ocasión quizás de sus primeras relaciones con el procónsul Sergio Paulo. Después de su primera educación en la casa paterna o en alguna de las sinagogas de Tarso, hacia los catorce años de edad se trasladó a Jerusalén, en donde «a los pies de Gamaliel» completó su formación. El joven escriba no imitó la prudente moderación de su célebre maestro. «Celador de la ley y de las tradiciones paternas» ( Hch_22:3 ), «se aventajaba en el judaísmo sobre muchos de los jóvenes de su edad» ( Gál_1:14 ). Afiliado a la secta de los fariseos, «perseguía enconadamente y devastaba a la Iglesia de Dios» ( Gál_1:13 ). Mas, por fin, plugo a Dios, que le había escogido desde el seno de su madre, llamarle por su gracia y revelarle a su Hijo para que fuese su apóstol entre los gentiles. Después de asistir a la muerte de Esteban, mientras caminaba a Damasco con la misión oficial de prender a los cristianos, se le apareció aquel Jesús a quien perseguía. La gracia de Cristo rindió al perseguidor e hizo de él su más fervoroso apóstol. II. PREPARACIÓN PARA EL APOSTOLADO. — La conversión de Saulo acaeció entre los años 34 y 36 de nuestra era, a los treinta, más o menos, de su edad. Bautizado en Damasco por Ananías, de allí a pocos días se retiró a la Arabia, probablemente al Sinaí, donde permaneció un año por lo menos, y quizá dos. Vuelto a Damasco, se consagró a la predicación del Evangelio, hasta que, perseguido por los judíos, tuvo que huir hacia los años 37 ó 38. Subió entonces a Jerusalén para ver y hablar a Pedro; mas a los quince días tuvo que escaparse de nuevo. Desde aquella fecha hasta el año 42 o 43 vivió, según parece, retirado en Tarso. Invitado por. Bernabé, se trasladó a Antioquia de Siria, donde trabajó un año entero en aquella naciente Iglesia, la primera de los gentiles. Hacia el año 43 ó 44 fue enviado con Bernabé a Jerusalén para llevar a los fieles pobres de aquella Iglesia las limosnas de sus hermanos de Antioquia. Eran aquéllos días de prueba para la Iglesia madre; para Saulo fueron, en cambio, días de gracia: entonces fue cuando tuvo aquella sublime visión en que fue arrebatado hasta el tercer cielo. Vuelto a Antioquia, continuó su predicación, hasta que por especial vocación del Espíritu Santo fue destinado a la evangelización de la gentilidad. III. LAS TRES GRANDES MISIONES APOSTÓLICAS. — Al prolongado retiro y primeros ensayos de apostolado siguió el período de las tres grandes expediciones, en que Pablo, después de recorrer repetidas veces el Asia Menor, lleva el Evangelio hasta Europa. La primera misión comenzó hacia el año 45, y la tercera terminó con la prisión del Apóstol hacia el año 57 ó 58. A) Primera misión. — Con Bernabé y Marcos se embarcó el Apóstol con rumbo a Chipre, en donde convirtió a la fe al procónsul Sergio Paulo. Desde Chipre, Pablo y Bernabé navegaron a las costas del Asia Menor. Internándose en la provincia romana de Galacia, evangelizaron las regiones de Panfilia, Pisidia y Licaonia. Vueltos a Antioquia, referían a los fieles de aquella Iglesia cómo Dios «había abierto a los gentiles la puerta de la fe» ( Hch_14:27 ). «Y se detuvo no poco tiempo con los discípulos» (Ibíd., 28). Lo vago de esta nota final de Lucas nos hace imposible conocer exactamente el tiempo que duró esta primera misión. Entre la primera y la segunda expedición, hacia el año 50, no antes del 49 ni después del 51, tuvo lugar el primer concilio de Jerusalén, en que los apóstoles, habiendo oído a Pablo y Bernabé, dieron un decreto importantísimo, en virtud del cual los cristianos vendos de la gentilidad quedaban exentos de la circuncisión y de otras observancias de la ley mosaica: decreto trascendental, que abría de par en par las puertas de la fe a los gentiles. B) Segunda misión- Comenzó el año 50 ó 51 y terminó el año 53 ó 54, y en ella llegó Pablo a Europa. Acompañado de Silas o Silvano, y luego también de Timoteo, recorrió las provincias antes evangelizadas y llegó hasta el extremo opuesto del Asia Menor, a Tróade, donde se le juntó Lucas. Amonestado por una visión del cielo, resolvió Pablo pasar a Europa. Habiendo desembarcado en Macedonia, fundó, en medio de continuas persecuciones, las Iglesias de Filipos, Tesalónica y Berea. De Macedonia bajó a Acaya, donde, después de visitar Atenas, se estableció en Corinto. El encuentro de Pablo con el procónsul, el cordobés Gallón, que, según los últimos encubrimientos, debió de ser hacia el año 52, ayuda a fijar algo la cronología de esta segunda misión. Fundada con muchos sudores la cristiandad de Corinto, Pablo se embarcó de nuevo; y, después de hacer escala en Efeso, desembarcó en Cesárea, y se retiró a Antioquia. C) Tercera misión. — Después de breve intervalo, emprendió Pablo su tercera expedición, que duró desde el año 53 ó 54 hasta el 57 ó 58, cuyo principal resultado fue la fundación de la Iglesia de Efeso. Pasando por la Galacia y la Frigia, se encaminó el Apóstol hacia el Asia proconsular, en cuya capital, Efeso, se detuvo cerca de tres años. Obligado a huir por un motín popular, visitó las Iglesias de Macedonia y Acaya; y pasando de nuevo por el Asia occidental, se despidió en Mileto de los presbíteros-obispos de Efeso y de las ciudades vecinas. Tristes presagios anunciaban a Pablo cárceles y tribulaciones en Jerusalén; mas el intrépido Apóstol no se amedrentó. Fue a Jerusalén, y en efecto le sobrevinieron las tribulaciones anunciadas, IV. ULTIMOS AÑOS. — Después de muchas peripecias ocurridas en Jerusalén, fue Pablo conducido a Cesárea, donde estuvo en prisiones dos años enteros: desde 57 a 59 o desde 58 a 60. Habiendo apelado al César, fue trasladado a Roma. Medio año duró aquel viaje lleno de azares: desde el otoño del 59 (o 60) hasta la primavera del 60 (o 61). En Roma Permaneció arrestado otros dos años: 60-62 (o 61-63). Al fin, absuelto y puesto en libertad, emprendió una nueva expedición apostólica a España, donde predicó el Evangelio por los años 63 y 64. De España volvió al Oriente para visitar las iglesias fundadas y consolidar su obra apostólica. Efeso, Macedonia, Tróade, Mileto, Corinto, Creta, vieron sucesivamente al anciano Apóstol. Aprisionado en Roma juntamente con San Pedro, fue martirizado, imperando Nerón, a 29 de junio del año 67, el mismo día, aunque en distinto lugar y con diferente - suplicio, que el Príncipe de los Apóstoles.

II. Las Epístolas de San Pablo
I. FORMA EXTERNA. — La estructura de las Epístolas de San Pablo es bastante uniforme. Tres partes se distinguen en ellas: la introducción, el cuerpo de la Epístola y la conclusión. La introducción, además de los nombres del remitente y de los destinatarios y de la salutación, como se observaba generalmente en las cartas de los griegos y latinos, suele contener una bendición, en la cual se dan gracias a Dios por los favores otorgados a los destinatarios. El cuerpo de la Epístola, en que se desenvuelve el tema o argumento, consta ordinariamente de dos partes: una dogmática o didáctica, otra moral o parenética. Frecuentemente las exhortaciones morales son una deducción o aplicación de las verdades establecidas en la primera parte; otras veces son más independientes y responden más bien a las necesidades espirituales de los destinatarios. La conclusión comprende, junto con las noticias personales que algunas veces se dan, los saludos a las personas y la bendición final. II. DISTRIBUCIÓN CRONOLÓGICA E HISTÓRICA. — Las Epístolas no fueron escritas por el mismo orden con que se leen actualmente en nuestras Biblias. En cuatro grupos pueden distribuirse, atendido su orden cronológico y su origen histórico. El primer grupo comprende las dos Epístolas a los Tesalonicenses, escritas durante la segunda expedición apostólica, probablemente poco después de la llegada del Apóstol a Corinto, hacia el año 51. Son las Epístolas escatológicas por excelencia. El segundo grupo abarca las cuatro grandes cartas, que actualmente encabezan la colección, y fueron escritas durante la tercera expedición apostólica. La primera a los Corintios fue escrita desde Efeso cerca de la Pascua el año 56 (o 57); la segunda a los Corintios, desde Macedonia a fines del mismo año o principios del siguiente; la Epístola a los Romanos, desde Corinto pocos meses más tarde. No puede establecerse con la misma seguridad la cronología de la Ep. a los Gálatas. Es probable que se escribiese poco antes que la Ep. a los Romanos. Las dos a los Corintios son en gran parte apologéticas y disciplinares; las otras dos exponen el dogma de la justificación. El tercer grupo comprende las llamadas Epístolas de la cautividad, escritas desde Roma durante la primera prisión de San Pablo, entre los años 60-62 (o 61-63). Son cuatro: las dos Epístolas gemelas a los Colosenses y a los Efesios, el billete a Filemón, que las acompañó, y la Ep. a los Filipenses. En estas Epístolas desarrolló San Pablo más ampliamente su maravillosa cristología. A este grupo se agrega la Ep. a los Hebreos, cristológica y sacerdotal, que parece se escribió desde Italia poco después de la primera cautividad romana hacia el año 62 (o 63). El cuarto grupo es el de las llamadas Epístolas pastorales, escritas, a lo que parece, por este orden: primera a Timoteo y Epístola a Tito, por los años 65 ó 66; segunda a Timoteo, durante su última prisión en Roma, a fines del año 66 ó principios del 67. III. LENGUA Y ESTILO. — San Pablo escribió todas sus Epístolas en griego. Su lengua no es el griego clásico, sino el común o helenista, que usaban por entonces generalmente las personas cultas. Su estilo merece muy distinta apreciación, según el punto de vista desde el cual se considera. Si se atiende a la estructura de la frase, es extremadamente irregular, incorrecto, escabroso. Inversiones violentas, elipsis tenebrosas, paréntesis desconcertantes, transiciones bruscas, períodos desarticulados, anacolutos formidables, oraciones sin verbo ni sujeto, verdaderos montones de complementos indirectos; estas y otras escabrosidades del lenguaje hacen sumamente desapacible y difícil la lectura de Pablo. Su palabra es además austera: inútil buscar en ella frescura y colorido. Y, sin embargo, a pesar de esas deficiencias, el estilo de Pablo es personal, expresivo, viviente, rico, matizado. Que a las veces sea enérgico, vigoroso, fulminante, aplastante, no es tanto de maravillar. Lo que verdaderamente maravilla es encontrarse a cada paso con rasgos de una delicadeza exquisitamente suave, que blandamente se insinúa. Y las mismas asperezas que poco antes señalábamos, no tanto son efecto de impericia o desaliño cuanto de la noble seriedad con que el Apóstol, apasionado y obsesionado por la verdad, desdeñaba todo artificio literario; lo cual, en definitiva, contribuye al valor estético de su estilo, ajeno a todo convencionalismo y refinamiento retórico. Y, sobre todo, quien tras largos afanes y sudores logre romper la ruda corteza de su palabra y entrar en comunicación directa con su elevado pensamiento y noble corazón, verá brotar por todas partes raudales de luz cálida que ilumina el mundo de las realidades divinas. IV. LA TEOLOGÍA DE S. PABLO. — Las Epístolas del Apóstol son un arsenal riquísimo y venero inagotable para la teología. Apenas se hallará una sola de las verdades fundamentales del cristianismo que no haya sido enseñada, afirmada y explicada por Pablo. El misterio de la Trinidad, la encamación del Hijo de Dios, la divinidad de Jesu-Cristo, la redención de los hombres, la economía de la gracia, la importancia de la fe, de la esperanza y de la caridad; la eficacia de los sacramentos, el sacrificio eucarístico, la unidad de la Iglesia, la autoridad suprema de Pedro: estas y otras verdades centrales de la revelación cristiana hallan su más espléndida confirmación y su más firme apoyo en la enseñanza de Pablo. Aunque, por otra parte, si la doctrina de Pablo coincide con la enseñanza de los demás apóstoles, no puede negarse que el Apóstol, en conformidad con la misión especial que el cielo le confió, tiene su teología propia y personal. El punto céntrico y como la síntesis de su maravillosa teología es el «misterio de Cristo». Este misterio es la inefable unión y comunión de los hombres «por la fe» «en Cristo Jesús» Fruto de esta unión es la Iglesia, cuerpo místico cuya cabeza es el mismo Jesu-Cristo, de quien recibe su ser sobrenatural y su vida divina. La justicia de Cristo por la fe de Cristo; la persona divina de Cristo, Dios y hombre, y su obra redentora; la participación mística de la muerte y de la vida de Cristo en un organismo que es el cuerpo místico de Cristo; tales son los tres elementos principales que integran la teología, o, mejor, la cristología o soteriología de S. Pablo. V. AUTENTICIDAD DE LAS EPÍSTOLAS DE S. PABLO. — Hoy día no puede ya ponerse seriamente en duda. Sólo el testimonio de Eusebio, quien a principios del siglo IV aseguraba que las 14 Epístolas eran universalmente reconocidas como auténticas, bastaba para desvanecer la menor sombra de duda. Por lo demás, las afirmaciones generales o las citas particulares de los Padres anteriores, aun de los Padres apostólicos, principalmente el catálogo del Fragmento de Muratori combinado con las numerosas citas de San Ireneo, comprueban plenamente la verdad del testimonio de Eusebio. Con los testimonios históricos de la crítica externa coinciden el análisis de la crítica interna. Quien conozca el estilo tan personal y característico de San Pablo no puede dudar un solo momento de que todas las cartas que llevan su nombre son obra suya. Sólo la Ep. a los Hebreos, escrita no por un simple amanuense, como las otras, sino por un secretario o redactor, presenta ciertas variedades estilísticas que la distinguen de las demás. Pero esta circunstancia ya fue notada por la tradición patrística. Y si se comparan las pocas epístolas apócrifas atribuidas al Apóstol, crece la convicción de que las canónicas, tan radicalmente diferentes de las apócrifas y tan parecidas entre sí, son genuinamente paulinas.

A LOS ROMANOS

LA IGLESIA DE ROMA. — Los orígenes de la Iglesia romana quedan envueltos en cierta oscuridad, en razón de su misma antigüedad. Es muy probable que «los forasteros romanos, así judíos como prosélitos» ( Hch_1:10-11 ), que oyeron el primer discurso de Pedro el día de Pentecostés y se convirtieron a la fe, llevaran a Roma la primera semilla del Evangelio. Hacia el año 42, el Príncipe de los Apóstoles, libertado milagrosamente por un ángel de la cárcel, en que le había encerrado Herodes Agripa I, partió de Jerusalén «a otro país», según los Hechos ( Hch_12:17 ); a Roma, según la tradición cristiana, conservada por San Ireneo, Clemente de Alejandría, Eusebio, San Jerónimo y Orosio. El apostolado de Pedro en Roma se ejerció especialmente entre los judíos y prosélitos, de modo que el primer núcleo de la Iglesia romana se compuso principalmente de judío-cristianos. El decreto del emperador Claudio, que hacia el año 49 expulsó a los judíos de Roma, comprendió sin duda a muchos cristianos venidos del judaísmo. Desde entonces los gentiles comenzaron a predonimar en la Iglesia de Roma, que en pocos años alcanzó un consolador florecimiento. Cuando en el invierno del año 56 (o 57) les escribía Pablo desde Corinto, la fe de los romanos era ya conocida en todo el mundo ( Rom_1:8 ), Sin duda que a la muerte de Claudio, el año 54, muchos de los judíos o judío-cristianos desterrados cinco años antes volvieron a Roma; pero aun así, los cristianos venidos de la gentilidad predominaban hasta formar la masa y casi la totalidad de la Iglesia romana. Esta ausencia de los judíos durante los años del mayor desarrollo de la Iglesia romana fue providencial, pues preservó a los fieles de Roma de aquel fermento judaizante, que tanto trastornó las Iglesias de Galacia y de Corinto. OCASIÓN DE LA EPÍSTOLA. — ¡Ir a Roma! Aun cuando él no lo dijera ( Hch_19:21 ), era evidente que Pablo deseaba visitar Roma. El año 56, al fin de su tercera misión apostólica, dejaba evangelizadas las más importantes ciudades de Asia y Grecia: Efeso, Atenas, Corinto. Desde Jerusalén hasta el Ilírico se había anunciado ya la buena nueva: tocaba ahora su lugar al Occidente. España, en los últimos confines del mundo occidental, atrajo hacia sí los ojos y el corazón de Pablo. De paso para España, Pablo quería detenerse en Roma. Sin duda que la Iglesia de Roma estaba ya sólidamente fundada y floreciente; pero él, el Apóstol de la gentilidad, deseaba confirmarlos en la fe, adelantarlos en el conocimiento del Evangelio y comunicarles algún aumento de gracia espiritual. Para preparar, pues, su visita, escribió el Apóstol esta carta, que le ponía en relación directa con los fieles de Roma. TEMA Y PLAN. — Pocas veces ha precisado el Apóstol el tema de su carta con tanta claridad como en la Epístola a los Romanos. Va a exponer su «Evangelio». El Evangelio de Pablo no es aquí la exposición de los primeros elementos de la fe cristiana, cual se proponía a los que se deseaba convertir a Cristo o instruir para él bautismo; ni es tampoco la más sublime teología del cuerpo místico de Cristo, cual se declara en las Epístolas de la cautividad; entre ambos extremos es aquí el Evangelio de Pablo el Evangelio de la salud universal ofrecida graciosamente por Dios a todos los hombres, judíos y gentiles, que por medio de la fe, en virtud, de la sangre redentora de Cristo, alcanzan la justicia de Dios. La justicia y la salud, que buscaban los judíos; la virtud y la felicidad, que soñaban los gentiles, eran aspiraciones irrealizables, utópicas. La filosofía y la política de Grecia y Roma, la ley y los ritos de Israel, habían fracasado. Dios, en su misericordia, ofrecía ahora el medio único y eficaz en el Evangelio, que es, según su enérgica expresión, «una fuerza de Dios ordenada a la salud y puesta a disposición de todo el que creyere; pues en él se revela la justicia de Dios, que parte de la fe» ( Rom_1:16-17 ). Sin contar el prólogo (1, 1-17) y el epilogo (15:14-16:27), se divide la carta en dos partes claramente deslindadas: una más especulativa o dogmática (1:18-11) y otra más práctica o moral (12-15:13).