INTRODUCCIÓN A LAS EPÍSTOLAS CATÓLICAS

NOMBRE. — Las siete Epístolas apostólicas, distintas de las de Pablo, recibieron en la antigüedad diferentes denominaciones. Se las llamó canónicas por estar incluidas en el Canon de las Sagradas Escrituras, y más comúnmente católicas, aunque no siempre en el mismo sentido. Prevaleció el de universales, porque las más de ellas iban dirigidas no a una sola Iglesia, sino a muchas, a manera de circulares o encíclicas. En nuestras Biblias se leen por este orden: la de Santiago el Menor, dos de San Pedro, tres de San Juan y la de San Judas Tadeo. CANONICIDAD Y AUTENTICIDAD. — Tratándose de Epístolas apostólicas, que en tanto se recibían como Escritura inspirada en cuanto se reconocían como obra del apóstol a quien se atribuían, la canonicidad arguye autenticidad. Dada la índole de estos breves escritos, era natural que su conocimiento no llegase a todas las Iglesias con la misma rapidez que los Evangelios, por ejemplo. De ahí que su atestación no sea en todas tan universal como la de otros libros inspirados. Es, con todo, más que suficiente para garantizar su autenticidad. Los testimonios de la antigüedad que la acreditan pueden distribuirse en dos series: unos, que las comprenden a todas juntas; otros, que se refieren a alguna o algunas en particular. Entre los testimonios comunes a todas, los más importantes son los dogmáticos o provenientes del magisterio eclesiástico. Tales son los de los Romanos Pontífices San Dámaso, San Gelasio, San Hormisdas, San Inocencio I, Nicolás I e Hílaro y los de los concilios Laodiceno (de 360), Hiponense (de 393), Cartaginense (de 397 y de 419), Romano (de 382), Trulano (de 697), Florentino, Tridentino y Vaticano. A los dogmáticos se asocian los históricos. Mencionan las siete Católicas Clemente Alejandrino, Orígenes, Hipólito, Dionisio Alejandrino, Teófilo Antioqueno, San Jerónimo, San Agustín, San Atanasio, San Cirilo Alejandrino, San Basilio… Fuera de estos testimonios, la Primera de San Pedro y la Primera de San Juan eran universalmente admitidas. La de Santiago cítanla San Clemente Romano, San Ignacio Mártir, San Policarpo, la Epístola a Diogneto, el Pastor de Hermas, San Ireneo, Tertuliano…; la Segunda de San Pedro, San Clemente Romano, la Epístola de Bernabé, el Pastor de Hermas, San Justino, San Ireneo…; la Segunda de San Juan, San Ireneo, el Canon de Muratori, Tertuliano, San Efrén…; la Tercera de San Juan y la de San Judas, el Canon de Muratori y Tertuliano.

EPÍSTOLA DE SANTIAGO

EL AUTOR. — En el N. T., además de Santiago el hijo de Zebedeo, se habla del apóstol Santiago el de Alfeo ( Mat_10:3 ; Mar_3:18 ; Luc_6:15 ; Hch_1:13 ) y de Santiago el hermano del Señor ( Mat_13:55 ; Mar_6:3 ; Hch_12:17 ; Hch_15:13 ; Hch_21:28 ; Gál_1:19 …). Admítese generalmente que el autor de la Epístola es Santiago el llamado hermano, es decir, pariente del Señor. Pero se pregunta: ¿este Santiago es el apóstol Santiago el de Alfeo? Hay que admitir la identidad, de la cual depende la apostolicidad, y consiguientemente la canonicidad de la Epístola. Pablo afirma la identidad. Escribiendo a los gálatas, después de decir que a raíz de su conversión no subió a Jerusalén para ver a los apóstoles que lo fueron antes que él (1:17), añade a continuación: «Luego, pasados tres años, subí a Jerusalén para entrevistarme con Pedro, con quien permanecí quince días. A otro de los apóstoles no vi, a no ser a Santiago el hermano del Señor» (1:18-19). Esta última expresión no tiene sentido apto si Santiago no es uno de los apóstoles. Prescindiendo de otras razones exegéticas, hay otras más graves, de carácter dogmático, que fuerzan a admitir la identidad o la apostolicidad del hermano del Señor. En el canon bíblico contenido en el decreto Dámaso-Gelasiano (Denz. 84,162) y en el concilio Tridentino (Denz. 784, 908, 910, 926, 928), al nombre de Santiago, autor de la Epístola, se añade el calificativo de apóstol. El mismo calificativo le dan el concilio Cartaginense de 418 (Denz. 107) y los papas Inocencio I, Inocencio IV y Eugenio IV (Denz. 99, 3042, 700). Más grave es todavía la afirmación del Tridentino al fundar la sacramentalidad de la extremaunción en la promulgación de Santiago Apóstol (Denz. 908, 926), que sería nula si el que la promulgó no fuera de los apóstoles.DESTINATARIOS. — El autor de la Epístola los declara al escribir: «A las doce tribus que viven en la dispersión» (1:1). Escribe, por tanto, a los judíos que viven dispersos fuera de Palestina o entre la gentilidad. Dar a sus palabras sentido metafórico es enteramente arbitrario. Por otra parte, el tenor de la carta deja entender claramente que se dirige a los judíos que habían abrazado el cristianismo.OCASIÓN. — Mucho se ha discutido sobre la oposición entre Santiago y Pablo por no haberse enfocado con exactitud el punto de vista de los dos apóstoles. Pablo, sin duda, habla de la justificación por la fe independientemente de las obras de la ley ( Gál_2:16 ; Rom_3:28 …), mientras que Santiago afirma que «la fe sin obras está muerta» (2:26); pero Pablo se refiere a la circuncisión y niega su eficacia para salir del pecado, mientras que Santiago habla de las obras o actos morales, y dice que son efecto y señal de la vida de la fe. Por otra parte, Pablo, no menos que Santiago, recomienda instantemente las buenas obras radicadas en la fe, y Santiago en toda la Epístola no dice una palabra sobre la circuncisión. Muy diferente es el problema de la relación de dependencia que pueda haber entre la Epístola de Santiago y las de Pablo. Pero la solución de este problema está en función de la cronología de las Epístolas. Si Santiago hubiera escrito después de publicarse las grandes Epístolas de Pablo, podría admitirse que Santiago aludía a ellas; mas si fue Santiago quien escribió antes, las referencias habrán de entenderse en sentido inverso.TIEMPO DE LA COMPOSICIÓN. — Dos son las opiniones principales. Según unos, Santiago escribió poco antes de su muerte (61-62), cuando ya se habían apaciguado las controversias judaizantes; según otros, al contrario, antes del año 50, cuando estas controversias aún no se habían suscitado. Si ambas opiniones pueden admitirse comprobables, la segunda tiene a su favor algunas razones de consideración, que en definitiva parecen hacerla preferible. Primeramente, los cristianos judíos de la dispersión, a quienes se escribe, parecen conservar respecto de la Iglesia madre de Jerusalén una dependencia o posición que no tuvieron después del año 60. Además, nada se dice sobre la convivencia con los gentiles cristianos, cual si éstos no existiesen en la Iglesia. Y a pesar de que se reprende el hipo de hacerse maestro, no apunta en toda la Epístola el menor indicio de peligros doctrinales, cuales se previenen hacia el año 60 en las Epístolas de Pablo, Pedro y de San Judas. Por fin, la teología de la Epístola es sumamente elemental y, por así decir, arcaica, ajena a la vasta concepción soteriológica de Pablo.CARÁCTER. — La Epístola de Santiago es profundamente israelita. Más que en ningún otro libro del N. T. se perciben en ella constantes reminiscencias del A. T., mayormente de los libros sapienciales. Por otra parte, es como un eco de la predicación galilaica de Jesús, y especialmente del sermón de la montaña. Diríase que gran parte es una homilía de las bienaventuranzas. El lenguaje es sentencioso. Sin un plan prefijado, las sentencias fluyen espontáneamente, como van ofreciéndose a la memoria. Su estilo es vivo, expresivo, pintoresco. El hermano del Señor conservaba el acento de familia.