INTRODUCCIÓN


1. Trasfondo histórico-cultural


a) La situación. No fueron abundantes los períodos de prosperidad del Reino de Israel o Reino del Norte. Uno de ellos fue el que coincidió con el reinado de Jeroboán II (787-747 a. C.). La débil situación de las naciones vecinas — Siria, la más cercana, estaba siendo víctima del expansionismo de Asiria — es aprovechada por Jeroboán II para recuperar territorios y ganar batallas que resucitan en Israel sueños de grandezas perdidas. Se recupera el comercio exterior, aumentan los recursos económicos y se produce una prosperidad desconocida desde los tiempos de Salomón.


Pero, ya se sabe: la prosperidad suele ser para unos pocos a costa de los muchos. Concretamente en Israel se rompen los antiguos lazos de solidaridad de la alianza y se abre paso la explotación de los pobres por los poderosos, aunque haya que recurrir a tribunales injustos y dar así cobertura legal a la explotación. Y todo ello acompañado de una enervante “seguridad religiosa” pues se piensa que Dios, con tal que se le rinda el culto que le corresponde, está con el pueblo al que nada malo le puede suceder (Amó 6:1; Amó 9:10). La prosperidad material llevó a una auténtica situación de corrupción social y religiosa.


b) La persona. Cronológicamente, Amós es el primer profeta cuyo mensaje se ha conservado por escrito, aunque es probable que la edición última de sus oráculos sea obra de sus discípulos que tal vez añadieron algunos materiales.


Como de los demás profetas, tampoco de Amós sabemos mucho. Lo poco que conocemos lo extraemos de su propio libro. Pero no dejan de ser aspectos interesantes. Amós es de Judá, el Reino del Sur, concretamente de Tecoa, a unos 20 km al sur de Jerusalén. Sin embargo, y a pesar de no ser un profeta “profesional” (Amó 7:14), es enviado a predicar en el Reino del Norte. Son dos aspectos importantes: el primero, de universalidad; el segundo, de imprevisibilidad. Contra todo pronóstico, Amós experimenta la vocación profética como una fuerza irresistible que compara con el impacto que produce el rugido del león. Dios irrumpe en la vida de Amós de manera casi violenta y no le queda más remedio que dejar sus rebaños y sus higueras, es decir, su oficio de pastor y agricultor (Amó 7:14-15) para proclamar el mensaje que el Señor pone en sus labios. El hecho debió ocurrir entre los años 760-750 a. C., cuando Amós era aún relativamente joven.


Su actividad profética no duró mucho y parece que estuvo ligada a diferentes lugares: Betel, Samaría, Guilgal. Su destino final fue el de la mayoría de los profetas, a saber, ser rechazado por los poderes fácticos del momento; en este caso su expulsión se cuece en el ámbito de la corte, instigada por el sacerdote-funcionario, Amasías. Una vez expulsado de Israel, da por acabada probablemente su actividad como profeta. Pero, afortunadamente, su expulsión no hizo olvidar el contenido de su profecía (quizás releída en Judá). Y así, el impacto causado por su mensaje se conservó en el libro que recogió los oráculos de este primer profeta escritor.


2. Aspectos literarios


a) El lenguaje figurado. Leyendo a Amós, se cae en la cuenta de que el profeta no entiende sólo de rebaños y de higueras. Está en el origen de una profecía con importantes recursos de composición: calibra bien los acontecimientos internacionales y prevé ya la amenaza de Asiria, que se consumará para Samaría en el 721/722 a. C.; sabe interpretar de manera maestra los signos de su tiempo, positivos y negativos; recurre a elementos de la tradición sapiencial (Amó 3:3-8; Amó 5:19; Amó 6:12); está versado en la tradición litúrgica (Amó 4:6-13; Amó 5:4-6; Amó 5:14-15); no es ajeno a la lírica (Amó 4:1-2; Amó 9:1-4) y no le falta la ironía (Amó 3:12; Amó 5:5; Amó 6:13; Amó 8:1). Todo ello en un lenguaje sobrio, pero con abundancia de formas literarias, de gran fuerza expresiva. El rugido — es decir, la voz — del Señor (Amó 1:2) da a todo el libro de Amós el tono amenazante de juicio divino contra los enemigos que, esta vez, están dentro del propio pueblo. Rugido que reaparece en Amó 3:8 — esta vez como rugido de león — subrayando la necesidad de profetizar cuando Dios habla.


Interesante también, como recurso literario, es el material figurativo que recubre uno de los ejes fundamentales de la profecía de Amós, a saber, la denuncia del pecado social en Israel. Esta denuncia entra mejor por los ojos mediante los recursos literarios de los que echa mano el profeta: los humildes aplastados contra el polvo de la tierra (Amó 2:7), los palacios ostentosos como símbolo de las realidades injustas (Amó 3:10), las opulentas y orgullosas mujeres de Samaría descritas como vacas de Basán, que explotan, oprimen, aplastan y trituran a los débiles e indefensos (Amó 4:1).


Y lo mismo ocurre con el castigo, amenazante e inevitable, que ofrece al profeta ocasión para un nuevo empleo de material figurativo, a saber: el fuego divino para referirse al castigo de las naciones (Amó 1:4; Amó 7:10; Amó 7:12; Amó 7:14; Amó 2:2; Amó 2:5), el carro cargado de gavillas que se hunde para indicar el inminente castigo del propio pueblo israelita (Amó 2:13), las tinieblas y el ataque de animales feroces — el león, el oso, la serpiente — para dar a entender que el esperado día del Señor se va a convertir en un día terrible, sin posible escapatoria (Amó 5:18-20).


Este es el Amós genuino: lo suyo no es la exhortación, sino el anuncio de un juicio y una muerte irrevocable para los que, sin embargo, el profeta ofrece alternativas (Amó 5:4; Amó 5:6; Amó 5:14; Amó 5:24) en forma de exhortaciones que son casi siempre “combativas”. No es el culto exterior y vacío lo que quiere el Señor, sino que fluya abundante el derecho y la justicia (Amó 5:21-24).


b) La estructura del libro. Con Amós se produce un hecho nuevo y decisivo para la historia del profetismo: su mensaje predicado se convierte por primera vez en palabra escrita, en obra literaria. Aunque el libro presenta indicios inequívocos de reelaboración posterior (agrupación de materiales por temas o recursos literarios: oráculos contra las naciones en Amó 1:1-15Amó 2:1-16; visiones en Amó 7:1-17Amó 9:1-15; ayes en Amó 5:1-27Amó 7:1-17; y algunos añadidos en Amó 7:10-17; Amó 9:11-15), no hay razones convincentes para dudar de la atribución fundamental al profeta. Su estilo es sobrio y conciso, pero es también directo, apasionado e incisivo.


La estructura del libro es clara. Después del título y un pequeño exordio (Amó 1:1-2), encontramos dos grandes partes:


I. — LIBRO DE LOS ORÁCULOS (Amó 1:3Amó 6:14)


- Oráculos contra las naciones (Amó 1:3Amó 2:16) (con la fórmula así dice el Señor)


- Oráculos contra Israel (Amó 3:1-15Amó 6:1-14) (con la fórmula escuchen)


II. — LIBRO DE LAS VISIONES (Amó 7:1-17Amó 9:1-15) (introducidas con la fórmula esto me mostró el Señor). Las tres últimas se alargan respectivamente con el enfrentamiento Amós/Amasías (Amó 7:10-17); la amenaza de la catástrofe (Amó 8:9-14) y la promesa de restauración (Amó 9:11-15).


3. Contenido y dimensión religiosa


La profecía de Amós responde a cuestiones fundamentales de la experiencia religiosa. Es una profecía lanzada en tiempos de prosperidad y bienestar. Justo cuando nadie podía prever el castigo que se avecinaba para Israel. La situación próspera desmentía todo posible vaticinio negativo (la riqueza era considerada, en efecto, como signo de benevolencia y bendición divinas). Pero Amós lee “religiosamente” esa misma situación y descubre en ella no gracia, sino pecado. Un pecado fundamentalmente social que llevará a Israel a su final dramático. Amós denuncia el lujo, la injusticia, el falso culto a Dios y la falsa seguridad religiosa, y se pregunta cómo Israel ha ido “madurando” de forma progresiva para el castigo.


— El corazón que no se duele. Cuando Amós denuncia el lujo de la clase alta de Israel, su forma de vida y las expresiones de su grandeza (sus palacios y sus borracheras, sus fiestas y sus refinadas comodidades...), apunta a una raíz profunda: la insolidaridad. Lo expresa con amargura en Amó 6:6 : no se duelen de la desgracia de José. La desgracia de muchos debería ser criterio correctivo del lujo abundante de unos pocos. Mientras exista la desgracia de los pobres, el corazón del rico ha de ser un “corazón dolido”, abierto a la solidaridad.


— La pobreza no es siempre una realidad “casual”. Con frecuencia es una realidad “causada”, una injusticia. Así lo proclama Amós al denunciar la riqueza que unos acumulan a costa del empobrecimiento de otros. En los palacios de los ricos no hay sólo realidades “estáticas”: suntuosas construcciones de invierno y de verano, arcas de marfil (Amó 3:15), cobertores de Damasco (Amó 3:12); hay también realidades “dinámicas”: violencias y crímenes (Amó 3:10), desprecio y ruindad (Amó 5:11), extorsión y despojo (Amó 8:4), vejación (Amó 2:6) y fraude (Amó 8:5), indefensión (Amó 5:7) y sobornos (Amó 5:12). La pobreza de tantos no es una “dolorosa realidad inocente”. Es fruto de un pecado. Dios mismo siente que le concierne: profanando así mi santo nombre (Amó 2:7). Una correcta ética social es, pues, para Amós parte esencial del auténtico culto que ha de rendirse al Señor.


— El culto sin ética social es un culto vacío. No basta con peregrinar a los santuarios de Betel o Guilgal, si no se peregrina también hacia la persona humana como lugar de manifestación de Dios. No bastan los sacrificios al Señor como expresión de relación vertical; tienen que pasar también por la relación horizontal de la solidaridad fraterna: (Amó 5:23-24).


— En la relación con Dios no valen seguridades externas. La elección no es privilegio, sino responsabilidad (Amó 3:2). La presencia de Dios no es un salvoconducto externo (Amó 9:10); es la fuerza interna para el camino que hay que recorrer con él y como él quiere (Amó 5:4; Amó 5:6; Amó 5:14).