INTRODUCCIÓN


1. Origen y contexto


Dentro del panorama del Antiguo Testamento, o de la Biblia en su conjunto, el Cantar de los Cantares es una obra original y única, tanto por su forma literaria, la poesía amorosa, como por su temática y contenido, el amor humano sin otros adjetivos, referencias o consideraciones (religiosas, morales, sapienciales). La relación intensa, apasionada, dramática en ocasiones, lúdica, sensual, exclusiva, persistente... de un hombre y una mujer que se atraen, se buscan, se encuentran y se quieren con todos sus encantos y atractivos, con todos sus anhelos y temores, con todas sus luces y sombras, con toda la generosidad desplegada, con toda la felicidad posible, con todo su cuerpo y toda su alma.


El título — Cantar de los Cantares — es la traducción literal de una fórmula superlativa hebrea (sir hassirim) que designa al cantar, cántico o canción sin parangón, excelente, sublime. Junto al título aparece el sello de la paternidad salomónica, aunque la expresión lislomoh tanto puede denotar origen (“de”), cuanto referencia (“al estilo de”, “como”) o dedicatoria (“para”, “en honor de”). Sin embargo, otros títulos parecidos (Pr, Ecl, Sb) nos sitúan ante un artificio tradicional, consistente en atribuir a Salomón todas las obras sapienciales o líricas, probablemente a partir de una tradición que le atribuía tres mil proverbios y cinco mil canciones (ver 1Re 4:21-4; 1Re 12:1-33). Y a pesar de que las referencias directas o indirectas a Salomón en el cuerpo del Cantar (Cnt 1:4-5; Cnt 1:12; Cnt 3:7; Cnt 3:9; Cnt 3:11; Cnt 8:11-12) exceden con mucho a las de los otros libros sapienciales, dichas referencias obedecen a muy concretos intereses o recursos literarios.


La Biblia hebrea sitúa el Cantar entre los Escritos, la tercera y última parte del canon judío, como uno de los cinco rollos (meguillot) que se leían en las grandes fiestas (el Cantar se leía en la fiesta de la Pascua). La Biblia griega de los LXX lo sitúa con los sapienciales, entre Eclesiastés y Job, mientras que la Vulgata latina sigue parecidos criterios y lo coloca con los libros “salomónicos”, entre Eclesiastés y Sabiduría. Su aceptación por parte de los judíos como libro sagrado parece que no creó mayores problemas; es verdad que a finales del siglo I de nuestra era el sínodo judío de Yamnia planteó dudas sobre la santidad del Cantar, pero tales dudas fueron finalmente zanjadas por Rabí Akiba al afirmar que nadie antes en Israel había cuestionado su inspiración divina.


En cuanto al lugar y fecha de composición, los datos son tan escasos y oscuros como los relativos al autor. Aunque la geografía del Cantar abunda en referencias a lugares del norte y del sur de Israel, así como a lugares de Transjordania o de la región sirofenicia, el carácter heterogéneo del material reunido en el libro puede hacer pensar en un origen variado y una actividad redaccional final en Jerusalén. Respecto de la fecha, también habría que distinguir entre la antigüedad de los materiales previos e independientes y la fecha de su composición o edición final. Ello nos remite a un largo proceso de transmisión y composición que se extiende desde los períodos salomónico y preexílico (la mención de Tirsá, primera capital del Reino del Norte) hasta los tardíos períodos persa o helenista, como sugiere el uso de arameísmos y de algunos préstamos persas o griegos, lo que nos situaría entre los siglos V y IV antes de Cristo.


2. Características literarias


Tal y como nos ha llegado, el Cantar es una colección de canciones o poemas de amor, de distintos géneros y formas variadas: poemas nostálgicos o de anhelo, declaraciones de amor, piropos y requiebros, descripciones y auto-descripciones corporales, poemas y danzas nupciales, epigramas, etc. Sin embargo — y a pesar de evidentes y contados indicios de discontinuidad y ruptura — , no se trata de una mera antología accidentalmente reunida, pues contiene una serie de elementos que le confieren cierta unidad y posibilitan logrados desarrollos: los dos amantes protagonistas, las breves intervenciones de los coros de muchachas (y tal vez de muchachos en Cnt 6:13; Cnt 8:8-9; Cnt 8:13), la presencia de estribillos con clara función estructurante (Cnt 2:7; Cnt 3:5; Cnt 8:4), las repeticiones y duplicados con ligeras y sutiles variantes; a ello hay que añadir la presencia, a lo largo de todo el libro, de ciertos ejes temáticos o motivos dominantes, como deseo-satisfacción, búsqueda-encuentro, pérdida-posesión, ocultamiento-revelación. El resultado es un gran poema dramático, enmarcado por un prólogo apasionante (Cnt 1:2-4) y una conclusión solemne (Cnt 8:6-7); todo él se desarrolla en cinco cuadros o cantares bastante homogéneos y de factura y contenido similares, pues todos nos llevan desde una situación de carencia y anhelo a otra de encuentro y plenitud.


No menor importancia adquieren otros recursos literarios y poéticos que contribuyen a su singular belleza. Enumeremos en concreto los recursos sonoros (rimas, aliteraciones y asonancias) que son imperceptibles en nuestras traducciones, el original empleo del paralelismo que favorece la concatenación narrativa o dramática y, muy especialmente, la profusión de imágenes (símiles, comparaciones, metáforas, símbolos) tomadas de distintos ámbitos, preferentemente de la naturaleza y del campo, pero también de la vida urbana, de la refinada corte y hasta de escenarios más exóticos. Todo ello contribuye a diseñar un mundo misterioso y mágico, lleno de colores, sonidos, sabores, olores y otras sensaciones que presagian, acompañan o proclaman el triunfo vivificante y fecundo del amor.


3. Perspectivas teológicas del Cantar


La ausencia de referencias explícitas a Dios — sólo hay una referencia indirecta en Cnt 8:6 cuando se define el amor como “llamarada divina” — dificultan la identificación de específicas perspectivas teológicas en el libro. Tal vez por ello han proliferado los intentos de interpretación del Cantar, hasta el punto de convertirse en un gran problema para sus lectores y estudiosos. La multiplicidad y variedad de interpretaciones pueden resumirse, no obstante, en dos grandes corrientes o tendencias interpretativas: la alegórica y la literal.


Las interpretaciones alegóricas del Cantar se remontan al Judaísmo tardío, que lee el Cantar en clave de alianza entre Dios y su pueblo, y a los primeros siglos de la historia de la Iglesia que, en clave análoga, identifican en el Cantar las relaciones entre Jesucristo y la Iglesia (o entre Cristo y el alma, en clave mística). También alegórica es la más reciente interpretación mítico-cultual que relaciona el Cantar con los ritos de la fertilidad de la fiesta de Año Nuevo y percibe en él restos de una antigua liturgia preisraelita cuya finalidad sería asegurar los ciclos de la vida y la fertilidad. Su mayor dificultad es la ausencia en el libro de elementos objetivos que justifiquen estas lecturas en exclusiva.


Las interpretaciones literales-naturalistas, que leen el Cantar como poemas de amor más o menos estructurados o secuenciados, también gozan de antigüedad, pues es posible rastrearlas tanto en el Judaísmo del siglo I de nuestra era, cuanto en los primeros siglos de la Iglesia; actualmente se han convertido en la interpretación predominante. En esta corriente literal también se inscribe la interpretación histórica o dramática que refiere el libro a los amores de Salomón, bien como protagonista principal del idilio amoroso, bien como antagonista del romance vivido por dos protagonistas anónimos.


Aun constatando el predominio actual de la interpretación lírica literal, hay que reconocer la legitimidad de determinadas lecturas simbólicas y alegóricas, propiciadas por las peculiares características del lenguaje poético y sostenidas por una sólida tradición bíblica que va de los profetas a Pablo. En cualquier caso, no debemos olvidar que la visión ideal del amor — y de la relación amorosa entre hombre y mujer — que subyace en el Cantar no es ajena a la teología del AT sobre la bondad de la creación, en general, y sobre la excelencia de la creación del ser humano sexuado que se perciben en Gén 1:1-31Gén 2:1-25. A la postre, el amor noble, intenso y pleno entre un hombre y una mujer es reflejo y signo del Amor de Dios.