INTRODUCCIÓN


1. Características generales


Como el resto de los libros proféticos, el libro de Ezequiel es una obra de recopilación. Encontramos en él un material variopinto, probablemente más misceláneo que en ningún otro profeta, pues, junto a las habituales denuncias contra la comunidad israelita, oráculos contra las naciones extranjeras y anuncios de restauración, encontramos una original descripción de un nuevo país, una nueva ciudad y un nuevo Templo.


En líneas generales, el libro de Ezequiel se compone de una introducción y cuatro partes. A la introducción, en la que se describe la conocida visión del carro de Yahvé, el Señor, la vocación del profeta y la misión que el Señor le encarga (Eze 1:1Eze 3:15), sigue un primer bloque compuesto fundamentalmente de oráculos y visiones de juicio contra Jerusalén y sus habitantes (Eze 3:16Eze 24:27). Viene a continuación una recopilación de oráculos contra las naciones extranjeras (cps. Eze 25:1-17Eze 32:1-32), de características formales similares a las de los bloques de Isaías y Jeremías. El siguiente bloque está integrado por profecías de restauración y esperanza (cps. Eze 33:1-33Eze 39:1-29). La última parte contiene la descripción del nuevo Templo y la nueva ciudad del Señor (cps. Eze 40:1-49Eze 48:1-35). Si prescindimos del último bloque, el libro de Ezequiel no difiere, por lo que respecta a su contenido, de las obras de los otros grandes profetas israelitas. La profecía bíblica, conciencia moral de su pueblo, insiste con frecuencia en la inminente destrucción de la nación: la corrupción de las instituciones y del pueblo ha llegado a tales extremos que el Señor no tiene más remedio que acabar con aquello que había creado. Los remiendos no sirven para nada. Pero, al propio tiempo, Yahvé, el Señor, no es un “fracasado”, no está dispuesto a que el resto de las naciones se ría de él por haber sido incapaz de salvar a su pueblo. Sobre las ruinas del país creará algo nuevo, imperecedero (teología de la restauración). Este es a grandes rasgos el cometido de la profecía israelita y de quienes retocaron sus textos.


La disposición actual del material del libro requiere una breve explicación. Resulta evidente que, a partir del final del cp. Eze 24:1-27, encontramos un cambio de temática. La denuncia del pecado y el anuncio de la destrucción de Jerusalén y del Templo dan paso a los oráculos de restauración. Diríase que Jerusalén ya ha sido destruida y que el pueblo necesita reavivar su mortecina esperanza o recuperar el ánimo perdido. La denuncia de las acciones detestables de los israelitas es sustituida por una continua llamada a la fe en las novedades que se avecinan. La clave de la disposición actual del material está en el cp. Eze 33:1-33, donde hay una referencia (vv. Eze 20:45-27Eze 22:1-31) al mismo acontecimiento histórico que el de Eze 24:27. El resto del cp. Eze 33:1-33 es una cuidada composición que trata de retomar algunos de los temas expuestos con anterioridad: así, Eze 33:1-9 remite a Eze 3:19-21; Eze 33:10-19 al cp. Eze 18:1-32; Eze 33:23-29 a Eze 11:14-16. Si el cp. Eze 33:1-33 ejerce la función de bisagra, habremos de pensar que los cps. Eze 1:1-28Eze 24:1-27 fueron transmitidos junto con el bloque de oráculos contra las naciones (cps. Eze 25:1-17Eze 32:1-32). A este bloque serían añadidos los capítulos independientes Eze 34:1-31Eze 37:1-28 (con temáticas peculiares) y los relativos al rey Gog (Eze 38:1-23Eze 39:1-29). Finalmente se le colocaría a este material, como apéndice, los cps. Eze 40:1-49Eze 48:1-35.


En cuanto a la fecha de composición del libro de Ezequiel, existen discrepancias entre los expertos. Un reducido grupo de especialistas la sitúa en el siglo IV (e incluso III) a. C.; en tal caso, el profeta Ezequiel sería un personaje ficticio. Pero la mayoría de los comentaristas sigue relacionando directa o indirectamente el libro con la persona real de Ezequiel, si bien para no pocos, Eze 38:1-23Eze 39:1-29 y Eze 40:1-49Eze 48:1-35 serían obra directa de los discípulos del profeta, más que del propio Ezequiel. En realidad, habida cuenta de la mezcla de poesía y prosa, y de las diferencias de estilo y centros de interés, está todavía por determinar con precisión qué material se remonta al propio profeta y cuál se debe a la intervención de los discípulos de su círculo profético.


Por otra parte, un buen número de expertos comparte la idea de la reelaboración deuteronomista de numerosos pasajes en prosa. A pesar de todo, se sigue aceptando la idea de que una gran parte del libro (quizá el sesenta por ciento) es original del profeta y de que incluso las partes atribuidas a los editores del libro conservan el espíritu y la mentalidad de Ezequiel. Probablemente la edición básica del libro de Ezequiel tuvo lugar en el propio siglo VI a. C., en dos etapas: a) recopilación de las palabras y de los escritos del profeta; b) añadidos de su círculo de discípulos.


2. Marco histórico


La predicación de Ezequiel tiene como telón de fondo la ruina de Judá y de Jerusalén, así como la situación de los desterrados en Babilonia. La reforma del rey Josías (621 a. C.) había impulsado una radical reforma de las instituciones religiosas en Judá, pero su inesperada muerte (609 a. C.) truncó la puesta en marcha oficial del proyecto. A partir de estas fechas se precipitan los acontecimientos políticos internacionales, y Judá con su capital Jerusalén deben rendirse a las tropas de Nabucodonosor (598 a. C.). Tras esta rendición, tiene lugar una primera deportación, al tiempo que los neobabilonios colocan en el trono de Judá a Matanías (tercer hijo del rey Josías) a quien Nabucodonosor cambia el nombre por Sedecías (598-587 a. C.). Sin embargo, ciertos grupos nacionalistas enrarecen el ambiente, acabando por arrastrar a Sedecías a la rebelión y obligando a una segunda intervención de Nabucodonosor. Esta vez, el rey de Babilonia arrasa la ciudad y el Templo, destrucción que va acompañada de una segunda y definitiva deportación (587 a. C.).


Ezequiel fue testigo sin duda, en su juventud, de violentas tensiones, tanto religiosas como políticas. Por una parte, la inicial reforma de Josías había propiciado la esperanza en una renovación de las instituciones religiosas judías. Al mismo tiempo que esta esperanza era cultivada por ciertos círculos influidos por la teología deuteronomista, el espíritu religioso de la población en general se nutría de un sincretismo religioso que se extendió virulentamente tras la muerte del rey reformador. Por otra parte, la población estaba políticamente dividida entre los partidarios de los conquistadores y los que buscaban el apoyo de Egipto para librarse del yugo neobabilónico.


La localización concreta de la predicación de Ezequiel sigue siendo objeto de una interminable controversia entre los especialistas. La mayoría opina que Ezequiel formó parte del grupo de los primeros deportados (año 597 a. C.) y ejerció su actividad profética en una comunidad de exiliados que vivía en la ciudad mesopotámica de Tel Abib (Eze 3:15). Pero es evidente que la mayor parte de su mensaje está dirigido a los habitantes de Jerusalén. Y surgen dos preguntas: a) ¿Cómo es posible que un profeta proclamara su mensaje a un auditorio que no podía escucharle? b) ¿De dónde le viene a Ezequiel el conocimiento tan preciso de las circunstancias que marcaban la vida diaria de la población que había quedado en Jerusalén? De aquí que algunos estudiosos opinen que Ezequiel recibió en Judá la llamada a profetizar y que ejerció su ministerio exclusivamente en Palestina. La ubicación del ministerio de Ezequiel en Babilonia sería creación ficticia de un “editor babilónico” del libro. Incluso hay quienes opinan que Ezequiel ni siquiera es una figura histórica. Finalmente, otros tratan de resolver el problema proponiendo una triple etapa en la actividad profética de Ezequiel, a saber: comienzo de la actividad profética en Babilonia, traslado real (y no simplemente en visión) a Jerusalén, donde ejercería su ministerio hasta la caída de la ciudad en el 587 a. C., y nueva actividad en Babilonia.


3. Características literarias


Si prescindimos de algunos poemas magistrales, el libro de Ezequiel no constituye una cumbre de la literatura bíblica. Para emitir un juicio más preciso es necesario tener en cuenta la duda sobre la autoría ezequeliana de bastantes pasajes y también la doble forma de exponer el mensaje: prosa y poesía. Además, la presencia de las distintas manos de recopiladores, correctores, ampliadores y editores dificultan una aproximación objetiva al estilo del libro.


En lo que se refiere a la prosa, los textos que reproducen diálogos, encuentros u otro tipo de situaciones análogas suelen ser fluidos y llegan al desenlace con relativa agilidad; en cambio, la prosa oracular, es decir, aquella en la que el profeta denuncia las actitudes negativas del pueblo y sus acciones detestables, se caracteriza por la reiteración de situaciones y enjuiciamientos que a veces provocan el hastío en el lector. Este estilo repetitivo (análogo al que se observa en numerosas páginas del Deuteronomio) puede deberse, entre otras circunstancias, a la proliferación de redactores o editores del libro, o a alguna escuela teológica en particular.


En cuanto a la parte poética, el libro de Ezequiel se caracteriza, al mismo tiempo, por cierta dependencia (sobre todo en el uso de tópicos e imágenes) de la profecía precedente y por algunas innovaciones y originalidades. El estilo poético de Ezequiel es mucho más penetrante y atractivo que el de los pasajes en prosa. Los cps. Eze 26:1-21Eze 32:1-32 (oráculos contra Tiro y Egipto) tienen una fuerza expresiva comparable a la de las mejores páginas de Isaías. Junto a estos hermosos ejemplos nos encontramos con otros poemas en los que se advierte la presencia de “alguien” que ha mutilado algún verso o ha añadido otros. En tales circunstancias, el poema presenta una estructura difuminada o una sobrecarga literaria e ideológica que lo desdibujan. Es característico de numerosos poemas del libro de Ezequiel lo que podríamos denominar “ampliación explicativa”: es decir, encontrar en la parte final de un poema (sobre todo si es de tipo alegórico) su interpretación (véanse, entre otros textos, Eze 5:5; Eze 12:9-10; Eze 17:12 ss). Esto hace que el poema pierda su apertura a la interpretación del mismo por parte del lector y se convierta, de alguna manera, en propiedad exclusiva del autor.


Otro rasgo de los poemas de Ezequiel es el recurso a un material mitológico espigado, sin duda, en los poemas mitológicos cananeos. El profeta hace un uso limitado de él adaptándolo a la fe yavista. En ocasiones el uso de tales elementos mitológicos es sólo tangencial; Ezequiel se sirve de ellos para confeccionar poemas originales y dotarlos de un cuerpo de imágenes inédito hasta entonces.


4. Claves de lectura


La teología de Ezequiel hace hincapié en las líneas doctrinales patrocinadas ya por los profetas que lo precedieron, pero al mismo tiempo cultiva unas tendencias teológicas peculiares, que hacen que el lector se familiarice de inmediato con el libro.


a) Los profetas que vivieron la destrucción de Jerusalén se hicieron eco de la reacción popular ante las dimensiones del desastre, pero sobre todo ante su “calidad”. Desde tiempo inmemorial (quizá desde la época preisraelita) se había cultivado entre la población de Jerusalén una especie de convencimiento teológico, a saber: Sión y su Templo (morada del Señor, el gran rey sobre todos los dioses de Sal 95:3) eran inviolables e indestructibles. En consecuencia ningún atacante sería capaz de penetrar en Jerusalén, pues el propio Señor saldría en defensa de su ciudad (ver Sal 2:1-4; Sal 46:1-8). Sin embargo, la destrucción de la ciudad y del Templo supuso un duro golpe para la fe israelita: era evidente que el Señor había sido derrotado por sus oponentes. El Señor había desaparecido y el pueblo se había quedado sin Dios.


b) Es aquí cuando interviene el teólogo Ezequiel para hacer una serie de observaciones de gran calado. En primer lugar, el Señor es absolutamente independiente de las instituciones israelitas: el hecho de que estas desaparezcan del escenario de la historia no implica que al Señor le ocurra lo mismo. En segundo lugar, no han sido las tropas de Nabucodonosor quienes han destruido el país y el Templo. El rey babilónico sólo ha sido un instrumento en manos del propio Dios israelita que es el responsable último de la desolación del país. En tercer lugar, el Señor no ha desaparecido como tragado por la catástrofe. Al contrario, ha sido él quien ha abandonado la ciudad (Eze 11:22-25) y el Templo (Eze 10:18-22), dejándolos inermes, a merced de las tropas del invasor. La razón es bien simple: el Señor está harto de las infidelidades de su pueblo y no tiene más remedio que convertirse en juez y ejecutor del castigo anunciado con tanta insistencia.


c) Pero, como el resto de los profetas, Ezequiel no se limita a anunciar la catástrofe y a darla por bienvenida. El reverso de tal situación es el anuncio de restauración. En este punto Ezequiel alcanza cimas de gran escritor. Su visión de la llanura de los huesos secos (Eze 37:1-14) es de tal hondura teológica, que ha dejado una huella imborrable en la tradición judeocristiana. La presencia en este pasaje del espíritu inspirador de vida, y la imagen del agua que fluye por debajo del altar del Templo y que es fuente de vida (Eze 47:1-2) evocan, lo mismo que en Isaías, la idea de una nueva creación.


d) Otro aspecto relacionado con el anterior es la idea de que el Señor dirige la historia independientemente del compromiso con su pueblo. La movilidad cósmica del Señor, representada por el carro que transporta su gloria en todas direcciones, es una descripción en clave de imagen de su movilidad teológica. El Señor tiene en sus manos el destino de la historia y de los pueblos y no tiene por qué estar sometido a las instituciones de Israel, por muy sagradas que puedan parecer. Si el Señor ha actuado como ha actuado, ha sido para reivindicar su poder y su justicia ante las naciones que, de otro modo, se habrían burlado de su impotencia ante las infidelidades de su pueblo.


e) Posiblemente la contribución más llamativa de Ezequiel a la historia de la teología bíblica se concreta en su doctrina de la retribución individual (ver sobre todo cp. Eze 18:1-32). No es que Ezequiel haya sido su creador, pero sí su impulsor más decidido. Hasta ahora se había insistido sobre todo en la responsabilidad colectiva: los padres comieron los agraces y los hijos sufren la dentera (Eze 18:12). Ezequiel pone al descubierto lo inapropiado del aforismo y proclama que las malas acciones de una persona no pueden acabar diluidas en el cuerpo social de la familia o la nación. Ahora bien, es posible que Ezequiel no advirtiese el oscuro callejón en que se metía al dejar en segundo plano la explicación comunitaria del mal que hasta entonces había sido prioritaria y que seguiría vigente en muchos ambientes hasta los tiempos del NT (ver Jua 9:2). ¿Cómo explicar las desgracias de un inocente desde la perspectiva de la responsabilidad individual? Con este interrogante tuvieron que debatirse generaciones enteras de sabios en Israel, que dejaron la huella de sus agónicas discusiones en el libro de Job.


f) Finalmente, hay que mencionar la relación del pensamiento de Ezequiel con el nacimiento del Judaísmo. Aunque todos reconocen el protagonismo de Esdras en la nueva configuración del pueblo de Israel (el quizá mal llamado “Judaísmo”), fue Ezequiel (o por lo menos los que completaron con posterioridad el libro) quien puso las bases a dicha nueva configuración. Si los culpables indirectos de la corrupción del pueblo de Israel y de la destrucción de sus instituciones habían sido las ideologías paganas, había que hacer todo lo posible por evitar la contaminación con extranjeros y por establecer unas rígidas normas de conducta que rigieran con seguridad la vida de los ciudadanos. De aquí surgió el exclusivismo y el culto a la ley que caracterizó al Israel postexílico.