INTRODUCCIÓN


1. Características generales


Una lectura sosegada y atenta del libro de Isaías lleva fácilmente a la conclusión de que esta obra profética no se debe a la pluma de un solo autor; más aún, puede sacarse la impresión de que los autores que intervinieron en su composición no pertenecieron a la misma época. Una sospecha que no es nueva y que tiene sus fundamentos.


En primer lugar, tenemos los personajes y circunstancias históricas que se mencionan a lo largo del libro. En algunos pasajes se sugiere la presencia en Siria-Palestina del poderoso ejército asirio; en otros se habla con toda claridad de la llamada guerra sirio-efraimita, que enfrentó de manera fratricida a Israel con Judá. Ahora bien, ambos acontecimientos tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo VIII a. C. Por tanto, algunas de las tradiciones que reflejan parte del libro de Isaías deberán remontarse a esta época. Sin embargo, en otros lugares de este libro profético se mencionan personajes y acontecimientos más tardíos: algunos poemas, en concreto, presuponen la destrucción de Jerusalén o la presencia en Babilonia de desterrados israelitas; o bien hablan de la intervención del persa Ciro en Oriente. La conclusión es obvia: las tradiciones que subyacen a estos últimos acontecimientos no pueden ser anteriores a mediados del siglo VI a. C. Es decir, entre unas partes y otras del libro de Isaías hay una distancia en el tiempo de al menos dos siglos. Pero hay más. Ciertos poemas reflejan una circunstancia histórica más tardía aún: el comienzo de los trabajos de reconstrucción de Jerusalén, que sólo pudo tener lugar cuando al menos parte de los israelitas desterrados en Babilonia habían regresado a la patria con ocasión de la subida al poder de los reyes persas en el área de Mesopotamia. Y tales acontecimientos sucedieron entre finales del siglo VI y comienzos del V a. C. En consecuencia, las tradiciones recogidas en el libro de Isaías abarcan un segmento de la historia de Israel de al menos doscientos cincuenta años.


En segundo lugar, no puede decirse que la temática del libro sea unitaria y homogénea. A pesar de los evidentes puntos de contacto teológico entre muchas partes, salta a la vista la presencia de distintos focos de interés. Así, mientras algunas partes del libro de Isaías hacen hincapié en la culpa del pueblo y en la decisión del Señor de exterminarlo, otras reflejan la pluma de un profeta empeñado en consolar y en anunciar una inminente restauración. Hay partes que desarrollan una audaz teología de la creación, algo desconocido en el resto del libro. Los ejemplos podrían multiplicarse.


En tercer lugar, un ojo literariamente crítico descubre con relativa facilidad diferencias de estilo y de vocabulario a lo largo de la obra. Junto a poemas solemnes, de exquisita sensibilidad, que desarrollan imágenes audaces y poderosas, el lector encuentra otros que, sin dejar de ser llamativos, carecen del poder sugerente y conmovedor de los anteriores. Los hay incluso mediocres (los menos).


En virtud de tal variedad, hace ya mucho tiempo que los críticos hablan de la existencia de, al menos, tres partes en el libro. Por criterios de comodidad, se ha denominado a cada una de estas partes Primer Isaías, Segundo Isaías y Tercer Isaías. La primera abarca los capítulos Isa 1:1-31Isa 39:1-8 del libro; la segunda está integrada por los capítulos Isa 40:1-31Isa 55:1-13; y el resto del libro (Isa 56:1-12Isa 66:1-24) constituye la tercera parte. Ahora bien, eso no quiere decir que los poemas y oráculos de cada una de las partes correspondan exclusivamente a cada uno de los respectivos “Isaías”. En el Primer Isaías hay oráculos que, por su temática histórica, no pueden ser fechados en el siglo VIII a. C. Es casi imposible que los oráculos contra ciertas naciones se remonten al Primer Isaías; tal es el caso de los dirigidos contra Babilonia (Isa 13:1-22; Isa 14:3-23; Isa 21:1-10), Tiro y Sidón (Isa 23:1-18), los pueblos árabes (Isa 21:13-17) o Moab (Isa 15:1-9; Isa 16:1-14). Se rechaza generalmente la autoría de este primer profeta en los capítulos Isa 24:1-23Isa 27:1-13, y se duda de ella en Isa 33:1-24Isa 35:1-10. Serían textos posteriores insertados por el recopilador o recopiladores de la obra. En resumen, la mano del Primer Isaías se pone de manifiesto principalmente en los capítulos Isa 1:1-31Isa 11:1-16 y Isa 28:1-29Isa 32:1-20.


Más homogeneidad se descubre en el Segundo Isaías, a pesar de que algunos autores separen decididamente los capítulos Isa 40:1-31; Isa 41:1-29; Isa 42:1-25; Isa 43:1-28; Isa 44:1-28; Isa 45:1-25; Isa 46:1-13; Isa 47:1-15; Isa 48:1-22 de Isa 49:1-26; Isa 50:1-11; Isa 51:1-23; Isa 52:1-15; Isa 53:1-12; Isa 54:1-17; Isa 55:1-13, dado que este último grupo no contiene referencias a Babilonia ni a Ciro. La polémica contra los ídolos, frecuente en Isa 40:1-31; Isa 41:1-29; Isa 42:1-25; Isa 43:1-28; Isa 44:1-28; Isa 45:1-25; Isa 46:1-13; Isa 47:1-15; Isa 48:1-22, no reaparece en Isa 49:1-26; Isa 50:1-11; Isa 51:1-23; Isa 52:1-15; Isa 53:1-12; Isa 54:1-17; Isa 55:1-13.


Por lo que respecta al Tercer Isaías la situación es más compleja, pues contiene oráculos que tienen como telón de fondo el destierro de Babilonia o bien el período postexílico de la restauración. Por otra parte, hay algunos poemas que reflejan el estilo y las preocupaciones del Segundo Isaías, p. ej. Isa 60:1-22Isa 62:1-12. La crítica actual está mayoritariamente de acuerdo en que el Tercer Isaías fue obra de más de un autor.


En todo caso, la recopilación definitiva de los poemas y oráculos que llevan el nombre del gran profeta del siglo VIII a. C. tuvo probablemente lugar en el período postexílico, en un período imposible de determinar, en la segunda mitad del siglo V a. C. o quizá más tarde.


2. Marco histórico


La mención de los cuatro reyes de Judá al comienzo del libro (Isa 1:1) sitúa el ministerio del Primer Isaías (cps. Isa 1:1-31Isa 39:1-8) en la segunda mitad del siglo VIII a. C. El profeta hubo de vivir dramáticamente las graves situaciones políticas generadas por la guerra sirio-efraimita (a partir del 734 a. C.) y el avance imparable del ejército asirio. Intervino activamente en ambas situaciones, aconsejando a los respectivos monarcas en la toma de decisiones. El primer período de su actividad profética abarca probablemente los años 742-734 a. C., y parece que desde esta última fecha hasta la muerte del rey Ajaz (715 a. C.) se mantuvo alejado de la vida pública. Con la ascensión al trono de Ezequías, el profeta reanudó su actividad, disuadiendo al monarca de participar en las conspiraciones egipcias contra Asiria, pues esta potencia era el instrumento que el Señor había decidido utilizar para castigar a Judá. La última etapa de su actividad profética ocupó los años 705-701 a. C. Se opuso al intento de crear una coalición antiasiria, que calificó de “alianza con la Muerte” (Isa 28:15) y aconsejó calma y confianza en el Señor con ocasión del asedio de Senaquerib (701 a. C.).


La presencia del persa Ciro en Isa 44:28 y Isa 45:1 invita a situar la actividad del Segundo Isaías (cps. Isa 40:1-31Isa 55:1-13) durante el destierro de Babilonia (siglo VI a. C.), aunque no necesariamente en Babilonia. Hay, además, otros datos que corroboran ese período: los judaítas han sido despojados de su tierra (Isa 42:24-25) y ahora residen en territorio babilónico (Isa 48:20); Jerusalén está en ruinas (Isa 44:26-28); se vaticina el final del destierro (Isa 40:1-11), acontecimiento que se sospecha ya próximo (Isa 46:13; Isa 51:5).


El Tercer Isaías (cps. Isa 56:1-12Isa 66:1-24) da por supuesto que Babilonia ha caído y el imperio persa está en pleno auge. Las referencias al Templo de Jerusalén en Isa 56:7 y Isa 60:7 implicarían que ya había sido reedificado. Con tales datos en la mano, habría que decir que una gran parte de los poemas que componen esta última parte del libro (que, como se ha dicho, probablemente son obra de más de un autor) deberían ser fechados entre el 538 (edicto de Ciro) y el 444 a. C. (reconstrucción de las murallas de Jerusalén), o quizás más tarde.


3. Características literarias


Aunque el libro de Isaías es una de las cumbres poéticas del AT, no todas las partes que lo integran tienen el mismo valor literario. En la primera parte (cps. Isa 1:1-31Isa 39:1-8) escuchamos la voz de un portentoso poeta: poderosas imágenes, lenguaje brillante y ajustado, expresión austera y construcción magistral de algunos poemas, aunque por regla general no deja traslucir sus emociones. Las imágenes, tomadas tanto del ámbito urbano como del rural, están tan preñadas de connotaciones que, en ocasiones, resulta muy difícil aventurar una interpretación, pues de inmediato surgen en la mente del lector una o varias lecturas alternativas. Diríase que el propio profeta-poeta ha dejado voluntariamente el texto “abierto” a ulteriores lecturas y aplicaciones de las imágenes.


El Segundo Isaías carece de la maestría estilística del Primero, aunque es mucho más emotivo y apasionado, y construye sus poemas con una retórica desbordante y unas imágenes brillantes.


El estilo del Tercer Isaías se acerca al del Segundo, aunque evidencia características más visionarias y desarrolla magistralmente algunos símbolos arquetípicos, como el de la luz y el agua. En líneas generales puede decirse que conforme se avanza en el libro va disminuyendo paulatinamente la densidad y el vigor poéticos.


4. Claves de lectura


a) Primer Isaías. El Primer Isaías está dominado por el sentimiento de la santidad de Yahvé, el Señor. Es probable, aunque no seguro, que el término hebreo que se suele traducir por “santidad” implique originariamente la idea de separación física. El capítulo seis sorprende por la exaltación de la majestuosa santidad del Señor, una santidad que une trascendencia y pureza moral, en contraposición a la indignidad del ser humano. El Primer Isaías, que en el tratamiento de la santidad de Yahvé dejó su huella en el resto del libro, vinculó estrechamente santidad y justicia divinas. Aun así, el Primer Isaías nunca habla, como lo harán el Segundo y el Tercero, de la unicidad del Señor, nunca dice que no existen dioses fuera del Dios de Israel.


Otro aspecto teológico que destaca en la primera parte del libro es el de la fragilidad del ser humano, que con frecuencia lleva a este a cometer errores de perspectiva y de actuación (pecado), dinámica esta que lo separa decididamente del Señor. El ser humano se muestra rebelde y neciamente arrogante cuando no es capaz de conocer los designios del Señor (Yahvé) o cuando toma decisiones sin contar con él. A esta rebeldía y a esta arrogancia se contrapone la fe, la sosegada confianza en el Señor y sus designios (Isa 7:9; Isa 28:16; Isa 30:15). Aunque el Primer Isaías está convencido de que la rebeldía de la nación va a traer consigo una destrucción masiva del territorio, como castigo del Señor, no pretende enterrar la esperanza de la gente apegada a la fe yahvista, y así desarrolla una teología del resto, de un núcleo fiel del que dependerá el futuro del país. La doctrina del resto de Israel será posteriormente cultivada con mimo tanto en el Judaísmo como en el Cristianismo.


El profeta de la primera parte del libro apunta la temática de la naturaleza inconmovible e inviolable de Sión, sólida morada terrena del Señor (Isa 2:1-5; Isa 4:2-6; Isa 10:32-34; Isa 14:32; Isa 18:7; Isa 24:23; Isa 25:6-8; Isa 29:1-8; Isa 31:4-5; Isa 33:17-24). Como es natural, esta temática tendrá escaso eco en el Segundo y el Tercer Isaías, que escribieron después de la dramática destrucción de la capital (589 a. C.), algo incomprensible desde la teología de Sión. El carácter inviolable de Jerusalén, por una parte, y la decepcionante experiencia de la monarquía, por otra, nutrieron sin duda el mesianismo del Primer Isaías. Textos como Isa 7:13-14; Isa 9:2-7; Isa 11:1-9, a pesar de referirse en su momento a algún rey de carne y hueso, contienen los elementos ideales y las inconcreciones históricas suficientes como para convertirse en materiales literarios aplicables a ulteriores diseños de los componentes de un rey ideal futuro, definido principalmente por el ejercicio de la justicia. Por tanto, habrá que hablar más del mesianismo de los textos que del mesianismo del propio profeta.


b) Segundo Isaías. En el Segundo Isaías son características sus poderosas reflexiones sobre la fusión, en el designio del Señor, de los conceptos de creación, tiempo e historia. La creación no es una acción primordial infechable, perdida entre las nieblas de un pasado remoto e inconcreto. Para el profeta de la segunda parte del libro, el acto creador se caracteriza por su eficaz continuidad en el tiempo y en la historia. Cuando trata de describir la restauración del pueblo de Israel tras su purificación en el destierro, el Segundo Isaías recurre indefectiblemente a la teología de la creación: la naturaleza del Creador se manifiesta en la recreación del pueblo. Resultaría, pues, incorrecto distinguir entre creación e historia, entre creación y salvación, como dos ámbitos contrapuestos de la actuación del Señor.


Encontramos también en esta parte del libro las primeras formulaciones claramente monoteístas del AT. El monoteísmo queda reflejado con evidencia en textos como Isa 43:10; Isa 44:6; Isa 45:5; Isa 45:22; Isa 46:9; Isa 48:12. La idea monoteísta aparece en diferentes contextos: recreación-restauración del pueblo, dominio del Señor sobre la historia, capacidad para predecir el futuro (que él mismo ha diseñado de antemano) y polémica antiidolátrica.


Otro de los rasgos característicos del Segundo Isaías es su insistencia en la vuelta a Jerusalén de los desterrados en Babilonia. El caudal de imágenes utilizado por el poeta (desierto transformado en vergel por manantiales, una espaciosa calzada atravesando la estepa, etc.) ha dado pie a que numerosos intérpretes del libro de Isaías hayan caracterizado como Segundo Éxodo las descripciones poéticas de la vuelta de los israelitas a Judá, en el sentido de que la salida de Egipto hacia la tierra de Canaán es el prototipo utilizado por el Segundo Isaías para describir la salida de Babilonia y el camino de regreso a la patria. Pero no es segura esta interpretación; en realidad, el desierto y la estepa, mencionados frecuentemente por nuestro profeta, pueden ser simples imágenes del territorio israelita devastado y asolado tras la destrucción y la deportación llevadas a cabo por el ejército neobabilónico.


Tal vez los textos más conocidos y debatidos del Segundo Isaías sean los relativos al Siervo del Señor o Siervo de Yahvé (Isa 42:1-9; Isa 49:1-6; Isa 50:4-9; Isa 52:13Isa 53:12), aunque se sigue discutiendo sobre la extensión concreta de los dos primeros. Continúa en la actualidad el debate sobre la naturaleza de ese misterioso Siervo. Aunque la primera vez que aparece este título en Isa 41:8 (fuera de los cuatro textos mencionados), el poeta se refiere explícitamente al propio pueblo de Israel, los estudiosos siguen sin ponerse de acuerdo sobre la identidad del Siervo para el que se proponen varias posibilidades de identificación: el pueblo rescatado tras el sufrimiento del destierro; el persa Ciro que posibilitó la vuelta de los desterrados; una personalidad israelita bien de carácter profético (Moisés, el propio Segundo Isaías, Jeremías, Ezequiel) o bien de tipo regio-mesiánico (David, Ezequías, Josías, Zorobabel). Dado el carácter escurridizo de esta enigmática figura, hay finalmente quien opina que no se trata de un personaje histórico, sino del diseño literario de una forma de ser y estar el pueblo ante el Señor dando a la figura del Siervo una dimensión mesiánica. Desde este último punto de vista, resultaría lógica la decisión de los escritores del NT de aplicar a Jesús las características propias de este enigmático personaje. Pero el debate sigue abierto, como abiertos a distintas interpretaciones están los textos que nos hablan del Siervo del Señor.


c) Tercer Isaías. Los capítulos conocidos como Tercer Isaías (Isa 56:1-12Isa 66:1-24) constituyen una obra compleja, de características teológicas menos perfiladas que las de los capítulos Isa 1:1-31Isa 39:1-8 y Isa 40:1-31Isa 55:1-13. Junto a las claras preocupaciones de tipo restauracionista y a algunos despuntes utópicos cercanos a la apocalíptica, la obra del Tercer Isaías manifiesta sobre todo un interés cultual orientado a la definición de los rasgos que deben caracterizar el auténtico culto. El comienzo (Isa 56:1-8), por ejemplo, hace hincapié en algunas normativas de tipo cultual, algo extraño a los intereses teológicos de los capítulos precedentes. Pero todo tiene su explicación. Parece ser que los primeros momentos del período de restauración no se caracterizaron por la pureza que exigía la nueva situación; al contrario, se multiplican los datos negativos: corrupción de las autoridades, reducción del culto a meros formulismos; persistencia de prácticas idolátricas; divisiones entre los partidarios de renovar el culto tradicional en todo su esplendor y quienes insistían en la necesidad de solucionar los problemas más urgentes desde las exigencias éticas presentes en la tradición yahvista. Así las cosas, es fácil descubrir la presencia de dos grupos contrapuestos: los que habían vuelto de Babilonia y los que habían permanecido en territorio israelita, cada uno de los cuales se consideraba el verdadero Israel, al tiempo que acusaba al otro de sincretismo y contaminación religiosa. El profeta o profetas responsables de la última parte del libro tratan de abordar esta problemática apoyándose en el espíritu de las dos primeras partes.


Desde esta perspectiva resulta lógica la presencia de Isa 63:7Isa 64:12, uno de los textos más conmovedores de todo el AT donde se recurre apasionadamente al Señor para que intervenga y libere a su pueblo.