INTRODUCCIÓN


1. Características generales


No hace falta someter el libro de Jeremías a un minucioso examen para descubrir que se trata de una obra fruto de un largo y complicado proceso de composición. Como ocurre con otras grandes obras proféticas (p. ej. Isaías), el lector se encuentra ante una recopilación de recopilaciones.


Pero a diferencia de otros libros proféticos, el libro de Jeremías sorprende por la gran cantidad de material narrativo que, junto con las partes poéticas, da lugar a una notable variedad de formas literarias. Aunque tanto en su prosa como en su poesía predomina el elemento oracular, destacan también invectivas y amenazas (Jer 22:13-19), canciones de guerra (Jer 4:13-16; Jer 4:19-22), “confesiones” redactadas en el estilo del género literario “lamentación” (Jer 20:7-18), acciones simbólicas o signos proféticos (Jer 13:1-11), relatos autobiográficos (cps. Jer 26:1-24; Jer 27:1-22; Jer 28:1-17), discursos (Jer 34:12-22), cartas (Jer 29:4-23), visiones (Jer 1:11-12), y otras formas menores.


El rasgo probablemente más llamativo del libro de Jeremías como obra compuesta es su combinación de orden y desorden. En efecto, por una parte se pueden descubrir indicios de una planificación sistemática: desde la vocación del profeta hasta su desaparición camino de Egipto, pasando por su actividad profética durante los últimos años del Reino de Judá. Por otra parte, resulta evidente el estado de confusión y desorden del libro, debido al cual el lector tiene la impresión de ser conducido con frecuencia adelante y atrás en la cronología de ese período histórico. Además, muchos oráculos carecen de una estructura formal progresiva, con continuos cortes y saltos. Es probable que esta falta de consistencia se deba a que muchos poemas y oráculos circularon oralmente antes de su puesta por escrito y que, durante este proceso de transmisión, sufrieron alteraciones y ampliaciones. Idéntica sospecha puede aplicarse a la historia literaria del libro, en el sentido de que, tanto algunas unidades literarias menores como ciertos complejos narrativos más amplios, se vieron sometidos a correcciones y adiciones. Algunas unidades individuales han padecido el intrusismo de determinados materiales, que han trastornado su secuencia lógica y su estructura original. A este respecto contamos, por una parte, con duplicados literarios (Jer 6:12-15 y Jer 8:10-12; Jer 10:12-16 y Jer 51:15-19; Jer 16:14-15 y Jer 23:7-8; etc.); y por otra, son evidentes las divergencias entre el texto hebreo y la traducción griega de los LXX. Es particularmente notable el hecho de que en los LXX, los oráculos contra las naciones (en hebreo cps. Jer 46:1-28Jer 51:1-64) aparecen después de Jer 25:13 y en un orden distinto. Por otro lado, hay partes del texto hebreo que no aparecen en los LXX: p. ej. Jer 27:20-22; Jer 33:14-26; Jer 39:3-14; Jer 48:45-47; etc.


A pesar de esta compleja historia del material del libro de Jeremías, resulta evidente el esfuerzo de los redactores por sistematizarlo de alguna manera, lo que permite dividir el libro con cierta coherencia en las siguientes partes:


I. — ORÁCULOS CONTRA JUDÁ Y SUS MONARCAS (Jer 1:1-19Jer 25:1-38)


II. — RELATOS BIOGRÁFICOS Y ORÁCULOS DE RESTAURACIÓN (Jer 26:1-24Jer 45:1-5)


III. — ORÁCULOS CONTRA LAS NACIONES (Jer 46:1-28Jer 51:1-64)


IV. — EPÍLOGO (Jer 52:1-34)


La mayor cantidad de material original de Jeremías aparece en la primera parte. La segunda parte, redactada casi exclusivamente en prosa, suele atribuirse a Baruc, secretario del profeta. Dentro de ella encontramos dos bloques de oráculos especialmente significativos: a) el llamado “Libro de la Consolación” de Jeremías (cps. Jer 30:1-24Jer 31:1-40, que algunos comentaristas amplían hasta el cp. Jer 33:1-26 inclusive) que contiene oráculos muy tempranos, algunos originarios del Reino del Norte y otros pertenecientes a la primera época del profeta; y b) los relatos biográficos (Jer 19:1-15; Jer 26:1-24; Jer 27:1-22; Jer 28:1-17; Jer 29:1-32; Jer 32:1Jer 33:13; Jer 33:17Jer 45:5), de estilo claro, directo y detallado y sobre cuya veracidad histórica no hay serios motivos para dudar. En cuanto a la tercera parte — los llamados “oráculos contra las naciones” (cps. Jer 46:1-28Jer 51:1-64) — se discute qué oráculos se remontan al propio Jeremías y cuáles son de otra procedencia. Finalmente, el epílogo histórico (cp. Jer 52:1-34) se inspira en 2Re 24:182Re 25:27-30.


2. Marco histórico


El año 722/721 a. C. Samaría, la capital del Reino del Norte (Israel), era conquistada por los asirios que mantuvieron bajo control durante un siglo a todo el Oriente Próximo. Pero, a raíz de la muerte de Asurbanipal (hacia el año 631 a. C.), comienza una revuelta generalizada contra el poder asirio. Testigo de estos conflictos es la Crónica Babilónica, que completa admirablemente los informes que nos ofrece el AT sobre los acontecimientos de los años 626-623 y 616-594 a. C.


A partir del año 616 a. C., el caldeo Nabopolasar comienza a penetrar en territorio asirio, pero son los medos de Ciaxares quienes capturan Asur (614 a. C.). Caldeos y medos, tras sellar un pacto, ponen sitio a Nínive, que sucumbe el año 612 a. C. El año 610 a. C. cae Harrán, a pesar de que el faraón Sammético (663-609 a. C.) había acudido en ayuda del rey asirio. El año siguiente, coincidiendo con su ascensión al trono, el faraón Necó (o Necao, 609-593 a. C.) se puso en marcha hacia Mesopotamia, con ánimo de ayudar a los asirios. Josías, rey de Judá, le sale al encuentro cerca de Meguido, en la llanura de Jezrael, con la intención al parecer de impedirle el paso. El rey judaíta murió en la batalla, pero la ayuda del faraón llegó demasiado tarde: el poder estaba ya en manos de los caldeos. La tensión entre las dos grandes potencias acabó el año 605 a. C., fecha en la que Nabucodonosor consiguió una victoria decisiva sobre los egipcios en Carquemis.


Entre tanto, en Judá se fueron sucediendo los reinados de Manasés (687-642 a. C.), Amón (642-640 a. C.) y Josías (640-609 a. C.). Este último emprendió una reforma drástica de índole religiosa, social y política que se inspiró en el “descubrimiento” del llamado “Libro de la Ley” — ¿primera edición del Deuteronomio? — (ver 2Re 22:8-10) y que, en el fondo, aspiraba al restablecimiento del reino de David en todo su esplendor.


Tras la trágica muerte de Josías en Meguido, ocupó el trono de Judá su segundo hijo Joacaz; pero el faraón Necó, que regresaba fracasado de Asiria, lo destronó y puso en su lugar a su hermano mayor Eliaquín a quien cambió el nombre por Joaquín (609-598 a. C.).


La actividad profética de Jeremías comenzó hacia la mitad del reinado de Josías — el año décimo tercero de Josías, dice Jer 1:1 — y algunos de sus oráculos (más bien pocos) se remontan a esta época. Es sobre todo en el reinado de Joaquín, particularmente a partir de la victoria de Nabucodonosor en Carquemis, cuando la actividad del profeta se hace más intensa.


El reinado de Joaquín estuvo marcado por todo tipo de intrigas y tensiones. Su inclinación proegipcia y la reiterada negativa a pagar tributo a Babilonia, desembocaron en el asedio y conquista de Jerusalén por parte de las tropas de Nabucodonosor, siendo ya rey de Jerusalén Jeconías, hijo de Joaquín. Tuvo entonces lugar (año 597 a. C.) la primera gran deportación a Babilonia, integrada por los ciudadanos más influyentes y los artesanos más cualificados de la nación (ver 2Re 24:10-17). El propio rey Jeconías fue llevado prisionero a Babilonia, si bien, pasado algún tiempo, fue puesto en libertad y recibió un tratamiento propio de un monarca (ver 2Re 25:27-30).


Nabucodonosor impuso como rey de Judá a Sedecías (después de cambiarle el nombre original que era Matanías), el tercer hijo de Josías. El reinado de Sedecías, como el de Joaquín, transcurrió entre la agitación, el confusionismo y una ardiente fiebre nacionalista que culminó el año 587 a. C. con la destrucción definitiva de Jerusalén y de su Templo. La tragedia se completó con la segunda gran deportación a Babilonia (incluido el rey Sedecías a quien previamente dejaron ciego) y la desaparición de Judá como nación. Los babilonios colocaron a Godolías como gobernador de los que permanecieron en Jerusalén; pero Godolías fue asesinado por la facción proegipcia, grupo que huyó a Egipto llevando consigo, bien que a la fuerza, al profeta Jeremías cuyo rastro se pierde camino del sur.


Este es el dramático y, a la vez, apasionante telón de fondo del mensaje de Jeremías que fue protagonista singular y al mismo tiempo víctima de los trágicos acontecimientos que le correspondió vivir e interpretar por encargo de Dios. Su prosa y su poesía son fiel reflejo del doloroso papel que le tocó desempeñar y del compromiso total con su pueblo al que amaba entrañablemente.


3. Características literarias


La compleja historia textual del libro de Jeremías, reflejada en la incorporación de glosas y añadidos a los que nos hemos referido en el primer apartado, dificulta no poco un análisis correcto y objetivo del estilo literario de Jeremías. Contando, pues, con esta limitación, señalemos las siguientes características literarias generales del libro:


a) Los 25 primeros capítulos, que la mayoría de los críticos relacionan más directamente con la actividad predicadora o literaria del profeta, se caracterizan por la presencia casi continua de poemas construidos a partir de sencillas realidades de la vida cotidiana: una rama florida de almendro o un caldero hirviendo (Jer 1:11; Jer 1:13), la función que cumple un cinturón en el atavío del varón (Jer 13:1-11), la visión de unas cántaras de vino (Jer 13:12-14), la observación de los trabajos de un alfarero (Jer 18:1-12), la contemplación de cascotes de recipientes en un basurero (Jer 19:1-13), la visión de unas cestas de higos (cp. Jer 24:1-10). Jeremías convierte el pequeño detalle de la experiencia concreta en un poema o un discurso. El lenguaje de estos poemas suele ser directo e incisivo, con un recurso muy limitado a las imágenes; señalemos, entre otras: el Señor como fuente de agua viva (Jer 2:13); la lascivia de Judá (Jer 2:23-24; Jer 3:1); el matrimonio (Jer 3:20); los amoríos (Jer 4:30); el león: (Jer 4:7; Jer 5:6; Jer 25:38); el viento sofocante, destructor (Jer 4:11-13; Jer 13:24); la viña (Jer 5:10; Jer 6:9; Jer 8:13); el rebaño (Jer 13:20); los pastores (Jer 25:34-36); la oposición tiniebla/luz (Jer 13:16).


b) Casi exclusivo de la poesía de Jeremías es el impulso dramatizador mediante el recurso a la intervención directa de los destinatarios de las amenazas o de los oráculos de destrucción. Dicha intervención puede estar limitada a un versículo introducido por un ¡Ay! (ver Jer 6:4 cd) o extenderse a toda una serie de versos (Jer 8:14-16; Jer 14:7-9). La dramatización queda expresada también mediante la implicación del propio profeta. Esta implicación es doble: reacción ante el amargo destino de su pueblo (Jer 4:19-21; Jer 6:10-11; Jer 6:26; Jer 14:17-22) y la tortura psicológica que le produce la persecución de que se siente objeto por parte de las autoridades (Jer 11:18-20). Este último tipo de implicación se manifiesta sobre todo en las llamadas “confesiones” (Jer 15:10-21; Jer 18:19-23; Jer 20:7-18).


c) No puede decirse que Jeremías sea muy original en el uso de la personificación como recurso estilístico: la muerte (Jer 9:21); Jerusalén (Jer 4:30-31; Jer 10:19-20; Jer 14:17 d); el territorio (Jer 23:10). Sorprende, sin embargo, la yuxtaposición de términos idénticos para imprimir profundidad a una idea o para describir exhaustivamente una situación: cuádruple uso de “terrenos” en Jer 2:6; de “miré” en Jer 4:23-26; de “devorarán” en Jer 5:17; de “el destinado” en Jer 15:2; triple mención de “que no alardee” en Jer 9:23, con el contrapunto “el que alardee” en Jer 9:24 a. Este recurso estilístico tiene su origen probablemente en el ámbito de la sabiduría israelita. Tono sapiencial descubrimos también, entre otros textos, en Jer 2:32 y Jer 18:14-15.


d) La poesía de Jeremías es casi siempre directa y lineal y rara vez alcanza las altas cotas de lirismo características del Primer Isaías. Pero lo que sí impresiona es la ternura que casi siempre rezuman sus poemas y que dulcifica de algún modo la dureza de ciertos pasajes. En cuanto a los informes en prosa, el estilo es un tanto repetitivo, siendo probablemente el material en que más han intervenido los últimos redactores del libro.


e) El estilo de la última parte del libro, constituida básicamente por los oráculos contra las naciones (cps. Jer 46:1-28Jer 51:1-64), es notablemente distinto al de los poemas de la primera parte. El vocabulario es vivo, colorista y creativo; abundan las imágenes y el ritmo poético resulta mucho más acusado; son también más numerosas las personificaciones y es preciso tomar nota del lenguaje alusivo y críptico. Todo ello contribuye a que el lirismo de esta parte del libro alcance tales alturas que se aproxime a la poesía del primer Isaías.


4. Claves de lectura


El tema de la alianza es clave en Jeremías y constituye el telón de fondo de la vida y las palabras del profeta. Así lo indican las casi continuas invectivas contra la idolatría, concebida como alta traición al compromiso adquirido por Judá para con el Señor, y la imagen de la esposa infiel, que se ha prostituido con otros “amantes”. Este es el hilo conductor de todo el libro o, si se prefiere, el núcleo en torno al cual gira el resto de los elementos teológicos.


La dinámica de la alianza requiere un castigo ejemplar para el pueblo cuando este ha incurrido en infidelidad. Con frecuencia Jeremías parece dar por sentado que el castigo es ineludible y no existe el menor resquicio de esperanza. Pero otras veces parece suponer que una conversión a tiempo puede evitar la catástrofe. ¿A qué responde esta perspectiva plural? ¿A dos momentos distintos de la vida del profeta, que cambió paulatinamente de parecer respecto al destino de su pueblo? ¿O a las distintas “manos” que completaron el libro de Jeremías años después de ocurrida la catástrofe, cuando comenzaban a vislumbrarse algunos rayos de esperanza en una inmediata liberación? Resulta difícil dar una respuesta satisfactoria a uno u otro de estos interrogantes.


Un aspecto sorprendente desde el punto de vista teológico-político es la insistencia de Jeremías en que si el pueblo quiere salvarse es preciso que se someta al caldeo Nabucodonosor. Porque no parece tratarse de simple “pragmatismo político”; se trata más bien de una decisión del Señor a la que nadie debe poner cortapisas. Más aún, Nabucodonosor recibe el título de “siervo del Señor” (Jer 25:9; Jer 27:6; Jer 43:10), con lo que sugiere que su función no es sólo militar, sino teológica. Esta desconcertante predicación le valió a Jeremías el desprecio y la persecución por parte de sus compatriotas.


Relacionado con cuanto acaba de decirse, está el tema-problema de la escatología en el libro de Jeremías. Los textos — sin duda existentes en el libro — relativos a la restauración nacional, a la reunificación del pueblo a partir de un resto cualificado, a la esperanza en un vástago legítimo de David en el que se reencarnará la figura del gran rey, ¿son patrimonio de la predicación de Jeremías o se deben a incorporaciones posteriores? En todo caso, aun admitiendo que los oráculos de restauración se deben al propio Jeremías, la escatología del profeta sería siempre intrahistórica, relacionada con la eventual caída de Babilonia.


Digamos, en fin, que para Jeremías — que en este particular conecta estrechamente con Isaías — todo radica en que el pueblo sea o no sea capaz de conocer al Señor. Conocer al Señor, que consiste en la aceptación práctica de Yahvé como Señor de los destinos individuales y colectivos de las naciones, del cosmos y de la historia. Carecer de este conocimiento desencadena la tragedia; poseerlo es fuente segura de salvación.